Un Blues

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Del material conque están hechos los sueños

9 mar 2020

Cheska, medio siglo de secretos y peines

El salón madrileño de la peluquera Cheska y su hija, María Baras, es lugar de encuentro de clientas famosas y laboratorio de estilo para películas.

Cheska y su hija María Baras, en el salon de peluqueria Cheska de Madrid.
Cheska y su hija María Baras, en el salon de peluqueria Cheska de Madrid.©Jaime Villanueva

 

Una peluquería no es solo un lugar para cortarse el pelo. De ahí que se llamen, también, salones. Salones donde charlar, ver y dejarse ver, saludar, comentar. 
 Casi confesionarios. Lugares que van mucho más allá de las tijeras y el tinte y en los que la comunicación es la clave.
 Quizá sea esa comunicación perfecta, en su justa medida, la clave por la que Cheska lleva triunfando en Madrid con su peluquería homónima desde hace exactamente 50 años.
 Y, quizá por ello, por el boca a boca mezclado con la discreción, se ha convertido en uno de los salones de belleza más importantes de Madrid, y en el favorito de docenas de famosas.
Las fotos de la entrada del local, situado en la calle de Velázquez, en plena Milla de Oro de la capital, lo confirman: Lola Flores, Penélope Cruz, Concha Velasco, Paula Echevarría, Ana García Obregón, Inés Sastre o Ana de Armas adornan las paredes. También lo confirmaron en persona las docenas de rostros conocidos que acudieron a festejar el aniversario de la peluquera de las estrellas el pasado jueves: Elena Rivera, Jose Toledo, María León, Arancha del Sol, Helen Lindes, Carlos Sobera... 
Allí, la presentación corrió a cargo de una cariñosa Nieves Álvarez y el Cumpleaños feliz lo entonó Marta Sánchez.

La peluquera Cheska retoca a Lucia Bose.
La peluquera Cheska retoca a Lucia Bose.
 
El de Cheska es un negocio de los que, entre las franquicias, las rotaciones de los locales y la tiranía de la moda, apenas quedan.
 Un lugar con solera. Empezó en 1970, cuando aquella oficiala de peluquería de la calle de Jorge Juan y un joven arquitecto, Jesús Baras —que desde hace 48 años y medio es su marido— decidieron dar el salto y montar “esta bombonerita” que medio siglo después sigue en pie.
 El mayor orgullo de la peluquera, sin embargo, no es su salón. Son sus cuatro hijos, dos fuera del negocio —periodista una, abogado otro— y otras dos dentro. Cheska hija, Cheskita con cariño para casi todos, lleva la gestión. “Estudió para esto”, dice su madre, orgullosa. María Baras, en cambio, es peluquera y su sucesora natural. 
Si el salón cumple 50 años, Baras cumple 20 en él, desde que volvió de Londres en el 2000 para tomar las riendas. “Lo que los padres han hecho, los hijos no suelen respetarlo. En mi caso es al contrario”, cuenta orgullosa Cheska en un pequeño saloncito con un lavabo y un par de puestos para peinarse que se esconde dentro del propio salón.
Con 20 personas —"todas mujeres", recalca la dueña— trabajando, este es “un negocio con amor y por amor”. 
Su fundadora se alegra cuando las clientas le dicen que las trata a todas por igual, sean o no famosas.
 Y de esas últimas, pocas quedan que no hayan estado en Velázquez, 61. “Han pasado todas, todas las actrices. Victoria Abril, Assumpta Serna...”, se arranca Cheska. Todo empezaba, normalmente, con una relación laboral. “Los productores de sus películas nos las mandaban, sobre todo para hacerles el color”, explican madre e hija.
 A Assumpta Serna, por ejemplo, recuerda Cheska que la conoció con su pelo “finito, finito, muy claro". 
"Entonces rodó Matador con Pedro Almodóvar y tenía que ponerse morena.
 Pero nos contó que tenía un rodaje en Francia y que tenía que hacer otra vez de rubia.
 Así que tuvimos que pedir unos tintes especiales a Estados Unidos, todo se retrasó...”, rememora. De aquello hace 35 años, pero hoy la historia se repite: acaban de teñir a Elena Rivera de pelirroja para rodar la serie Inés del alma mía y ahora es una más en su salón. 

De izquierda a derecha, Cheska peinando a Ana Obregón, María Baras con Elena Rivera, y Marta Sánchez con la fundadora del salón.
De izquierda a derecha, Cheska peinando a Ana Obregón, María Baras con Elena Rivera, y Marta Sánchez con la fundadora del salón.
Es una de las mil y una anécdotas de Cheska de las que tampoco termina de desvelar.
 Por respeto a sus clientas. Por no romper el vínculo con ellas, conocidas o anónimas, que se sientan en la peluquería las unas al lado de las otras. 
Por todas ellas decidió hacer su celebración: “Es una fiesta en homenaje al agradecimiento.
 De aquellos dos jóvenes emprendedores, que han tenido muchos apoyos, muchas buenas personas por el camino. Hay que encontrar a gente generosa".
Cheska no es nada fetichista.
 Estuvo tres días rodando con la top Yasmin Le Bon y volvió sin enterarse de quien era.
 Su hija María, en cambio, lo ha sido más.
 Reconoce que de adolescente acumulaba carpetas forradas de modelos a las que adoraba. 
No tuvo más que peinar a Cindy Crawford para ver su normalidad. 
“Era encantadora”, confiesa, sonriente. También han trabajado para bodas de rostros conocidos que recuerdan con nostalgia, como la de la hija de Beatriz de Orleans; la de Terelu Campos, que sigue acudiendo al salón a cortarse el pelo; o la de Marta Hazas en Santander, que Baras recuerda con especial cariño.
De aquella época en la que le daban las diez de la noche en el salón, y que ya pasó, 
Cheska rememora momentos especiales, como sus días de baile con el coreógrafo Giorgio Aresu, primero en exhibiciones de peluquería y luego en la televisión, danzando tijera en mano y conducida por Jesús Hermida. Hoy, todo aquello ha cambiado, pero todo sigue igual. 
La hija vive entre producciones de moda, publicidades y rodajes; la madre no termina de retirarse y sigue pasando por la peluquería un par de horas cada día, algo que la hace sentirse afortunada, y no solo a ella. 
“En el oficio de peluquera haces a la gente feliz. Y mis clientas lo son”. Tengan el nombre o el apellido que tengan.
De aquella época en la que le daban las diez de la noche en el salón, y que ya pasó, Cheska rememora momentos especiales, como sus días de baile con el coreógrafo Giorgio Aresu, primero en exhibiciones de peluquería y luego en la televisión, danzando tijera en mano y conducida por Jesús Hermida. Hoy, todo aquello ha cambiado, pero todo sigue igual. La hija vive entre producciones de moda, publicidades y rodajes; la madre no termina de retirarse y sigue pasando por la peluquería un par de horas cada día, algo que la hace sentirse afortunada, y no solo a ella. “En el oficio de peluquera haces a la gente feliz. Y mis clientas lo son”. Tengan el nombre o el apellido que tengan.
Cheska, bailando en televisión.
Cheska, bailando en televisión.

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Luis Racionero, deslumbrante pionero de la contracultura

Carles Geli

El escritor y ensayista, fallecido a los 80 años, se definía como “un liberal psicodélico”.

El escritor y economista Luis Racionero.
El escritor y economista Luis Racionero.Uly Martín
La contracultura se alimenta del pensamiento de espíritu individualista (mayormente de corte anarquista), de filosofías orientalistas y de la psicodelia.
 De los tres manantiales bebió (y escribió) el ensayista y novelista Luis Racionero, mayormente desde una encrucijada muy propia, con un punto de llanero solitario; pero de esa contracultura fue un pionero, un ariete sorprendente y deslumbrante en España, incluso para la Barcelona de finales de los años sesenta que ya alardeaba de moderna con la Gauche Divine. 
En ese camino particular fue haciendo vida y obra hasta ayer, cuando falleció a sus 80 años.
Todo arrancó en la Universidad de Berkeley, en 1968. Cultísimo, licenciado en Ingeniería y doctor en Ciencias Económicas, marchó a Estados Unidos con una beca a estudiar un urbanismo que en España no existía como carrera universitaria.
 Le pilló allí la revuelta de la contracultura y el sexo libre y las primeras señales de filosofía oriental.
 Y trató a pensadores de izquierda como Herbert Marcuse y Angela Davis y al poeta Allen Ginsberg.
Y también conectó con el hippismo y la droga: el LSD.
 “Lo probó conmigo; pero como un ritual, nada sistemático, dos veces y punto: el ácido entendido como una manera de aprender a abrir la cabeza; luego, ya abierta, no lo necesitas más...
 Nadie en Ajoblanco quedó enganchado”, recordaba ayer Pepe Ribas, uno de sus cómplices y director-fundador en 1974 de la sísmica cabecera.
 “Buscaba para la revista a María José Ragué, autora de California Trip, la gran guía contracultural de España, y llamé a Salvador Pániker [la había editado en 1971 en Kairós], pero me dijo que con quien había de contactar era con su marido,
 Racionero; fui a su despacho y la conversación duró hasta la semana pasada”, evoca Ribas.

Participante activo e indispensable de esa primera Ajoblanco, sin proponérselo se fue convirtiendo en uno de los líderes intelectuales de los nuevos movimientos, que conocía bien tras su paso por Berkeley, pero también por la India. 
O por el transitar de las obras del filósofo británico Alan Watts, gran impulsor de las filosofías orientalistas. 
“En esa España gris, lo era todo y lo difundía sin vanidad y generosamente”.
Lo hizo desde el articulismo, pero también desde libros como Filosofías del underground (1977) o desde Del paro al ocio (1983), con el que obtuvo el premio Anagrama de ensayo, particular puente entre la Barcelona gauchedivinesca de editoriales como esa y Tusquets, con personajes como Onliyú, Montesol, Quim Monzó, Pau Maragall, Pau Riba...
En ese libro, o en posteriores como El Mediterráneo y los bárbaros del Norte (1985), destila su visión hedonista de la vida a partir de reclamar poder disfrutar más en lo cotidiano de la prosperidad material.
 La cultura nunca reñida con lo humano, unas tesis que lo dejaban en una solitaria equidistancia entre el capitalismo salvaje y el marxismo productivista.
 Materialismo y misticismo.
“Siempre se mostró muy individualista; además, con el tiempo, se fue decepcionando con el mundo: se cansó de defender valores solidarios y menos competitivos cuando todo el mundo se echaba en brazos de la fama, el poder, el consumismo... y se lió”, enmarca Ribas.
 Eso destila en parte su libro El progreso decadente (2000).
Asegura su amigo que Racionero, “hombre leonardesco” por su variopinta cultura (“su oficio era ser lector, de todo, subrayaba los libros de una biblioteca que superaba los 25.000 volúmenes”), aportó “libertad en un país dominado por el autoritarismo de derechas y de izquierdas” y también “calidad, porque todo lo que contaba lo había vivido”.
La decepción se tradujo también en una curiosa evolución política que le llevó del particular radicalismo anarquizante norteamericano a formar parte de las listas de ERC para las elecciones generales de 1982, pasando a relacionarse con el entorno del PP, acercamiento que le permitió ser nombrado director de la Biblioteca Nacional de España (2001-2004), tras haberlo sido durante cuatro años del Colegio de España en París.

Faceta hedonista

Sobre esa trayectoria, se autodefinió: “Soy un liberal psicodélico”, concepto con el que tituló en 2011 el libro con el que ganó el premio Gaziel: Memorias de un liberal psicodélico.
 A todo ello no era ajeno su origen familiar: era hijo de militar llegado a Cataluña y de una propietaria de un hotel en La Seu d’Urgell, donde él nació en 1940.
Ese punto hedonista pespunteó tanto su vida intelectual como humana, como destilan los recuerdos que plasmó en Sobrevivir a un gran amor, seis veces (2009), sobre sus intensas y numerosas relaciones.
 Fue uno de sus libros más celebrados de la cuarentena de títulos que escribió, en catalán y castellano.
 Entre ellos proliferaron las novelas de corte histórico, en especial Cercamón (1981), premio Prudenci Bertrana aplaudido por el nacionalismo al narrar la destrucción de la prometedora civilización provenzal y catalana ahogada por Francia y el Papa.
 En la recreación medieval se enmarcó también L’últim càtar, premio Carlemany, 2000. Luego reconstruyó, a partir de biografías noveladas, a Gaudí o a su espejo Leonardo da Vinci.
 Su último libro, Manual de la buena vida (2018), reflejaba con lo cotidiano (gastronomía, arte, viajes...) aquello que siempre buscó y predicó: espiritualidad no exenta de hedonismo. Alternativas. Contracultura.


 

8 mar 2020

Ay del recuerdo liberado de Jose Carlos Cataño

Viejas glorias de Hollywood a veces caían por mi Sur de Tenerife, a los 17, a los 19 años.
No es que las buscara: a través de aquel productor catalán, de aquel guionista californiano, de aquella desvencijada actriz española, subía hasta ellas, de cerca la noche. 
También llegaban, mediando diciembre, los moteros de California. Con ellos no hice más que compartir cervezas, mientras aceleraban las Harley-Davidson al borde de un mar oscuro, que se tranquilizaba junto a las piedras del pequeño muelle. 
Todo esto, todo esto habla de una mirada directa al sol: Te cegaban y se desvanecían, aquellas glorias.
Y luego quedaban los contornos, un reverbero tenue, el umbral que ahora sé que pertenece al recuerdo, ya felizmente sin ataduras. 
Ay del recuerdo liberado, un tanto así de verdad (según los ojos), otro tanto así de impresión zafada, como los barcos, a los que se les rompían los amarres en furiosos diciembres del Sur de Tenerife, cuando los globos aerostáticos el alisios los volcaba en cualquier otra mitad del mundo.
Noches hubo de subir hasta aquellos rostros, que eran máscaras de arcilla, zafra y perfumes, voces en idiomas ajenos y,  no obstamte, de la misma garganta.
Cuando en algún pasaje de Madame traduje el efecto de aquellas fiestas, el cerebro pininsular de turno tildó de cosmopolita la novela; ahora hasta es posible que pase la semana santa en Dalmacia ese dechado, esa española inteligencia.
Vuelven a mí -y no sé por qué, ni tampoco voy a perder el tiempo en buscar motivos- aquellos rostros, aquellos cuerpos nocturnos.
Yo no quiero que te mueras en mí, memoria.
 

María Jiménez: “Me dieron por muerta pero ahora estoy de cachondeo”

En foto, María Jiménez, durante la entrevista. En vídeo, un recorrido por la vida de María Jiménez.


María Jiménez: “Me dieron por muerta pero ahora estoy de cachondeo”

Tras pasar tres meses en coma y una dura rehabilitación, la cantante de 70 años anuncia sus ganas de vivir y su regreso triunfal con actuaciones y nuevo disco.

En foto, María Jiménez, durante la entrevista. En vídeo, un recorrido por la vida de María Jiménez. FOTO: JULIAN ROJAS / VÍDEO: EPV
A María Jiménez (Sevilla, 70 años) la dieron “por muerta”, pero ahora está “de cachondeo”. 
“Ni he visto la luz ni nada de eso. Luz la que dan estos focos que tienen que apagarlos”, dice mientras señala unas lámparas y despliega una amplia sonrisa y su característica sorna al hablar de la grave crisis de salud que sufrió el pasado año cuando un problema intestinal casi se la lleva por delante. 
“Fue como todo un sueño en el que no me enteré de nada. Como si hubiera sucedido todo el día antes”, comenta.
 “Cuando me dijeron que llevaba casi tres meses dormida, me lo tomé de cachondeo. Y sigo igual. De verdad. 
Ahora, me encuentro maravillosamente bien”.
Sentada en un butacón de la sala Manuel de Falla del Teatro Real, la cantante presenta su participación en la sexta edición del Universal Music Festival, que se celebrará del 23 de junio al 28 de julio en Madrid, y no traslada ningún dramatismo sobre el delicado estado de salud por el que muchos empezaron a preparar su necrológica.
 Todo sucedió cuando el pasado 2 de mayo ingresó en el Hospital San Rafael de Cádiz para ser operada de urgencia a causa de una obstrucción intestinal. Su situación se complicó por problemas “circulatorios crónicos y metabólicos”, según afirmaba uno de los partes médicos, y tuvo que ser trasladada a la UCI del centro hospitalario “bajo intubación orotraqueal y conectada a ventilación mecánica”. Tres semanas después y ante el agravamiento paulatino, fue llevada a la Unidad de Cuidados Intensivos del hospital Virgen del Rocío, donde continuó su tratamiento y pasó algunos momentos al borde de la muerte. 
A su lado siempre estaban su hijo Alejandro, fruto de su relación con el actor Pepe Sancho, y su hermana Isabel. 
Cuando despertó, no se había enterado de nada. “Mi hijo me decía: ‘¡Mamá, te amo! ¡Mamá, te amo!’. Y yo miraba también a mi hermana que no paraba de llorar y dije: ‘Oye, ¿qué ha pasado aquí? Se empezaron a reír”.
 Del llanto a una risa que preside su vida desde el primer día que salió del hospital. Jiménez recibió el alta a mediados del mes de julio y cuenta que ya entonces pudo comprobar cómo de camino a casa se encontró con gente que la creía bajo tierra.
 “El primer día que nos montamos mi hermana y yo en la ambulancia, se subió una señora y yo me quedé atrás del todo en la silla de ruedas. 
 La señora iba delante con mi hermana y otra persona mayor. 
Se puso a hablar con todos, se giró para atrás, hacia mí, y me preguntó: ‘¿Oye, y la María Jiménez? ¿Murió ya?’.
 Y le contesté: ‘Oiga, señora, que María Jiménez soy yo’. Ella dijo que cómo iba a ser yo María Jiménez.
 Y ya le dije: ‘Pues nada, señora, soy Gracita Morales y la que usted quiera’. 
Resulta que la mujer estaba casi ciega y no veía nada”. Sin necesidad de ser Gracita Morales y sí María Jiménez, una voz colosal de la rumba, afirma que ha sentido “muchísimo, pero muchísimo” el cariño de la gente. 
“Yo no sabía que me querían tanto”, dice.

Ahora asegura que “no mira atrás” y que solo piensa hacer “una vida normal”. 
“Al salir del hospital me encontré muy bien, encantada de la vida. Es verdad que estaba muy flojita, pero poquito a poco me he ido recuperando. Comía mal. Tan mal que no comía nada. 
He ido comiendo bien porque me quedé escuálida. Pero ya no quiero engordar más”, explica. No sigue ninguna dieta, pero sí ha tenido que hacer seis meses de rehabilitación, reconociéndose “buena enferma” de las que “no dan la lata”.
Recuperada y sonriente, la cantante, como un ave fénix, volvió a la música el pasado octubre para acompañar al cantaor Miguel Poveda en la canción ¡Qué felicidad la mía!
Fue el preámbulo de toda la actividad que está por venir este año. Dará en verano en el Teatro Real un concierto muy especial en el Universal Music Festival rodeada de amigos como Mari Peña, Antonio Moya, Carmen Ledesma, Remedios Amaya y Pitingo. Antes está previsto que salga publicado un nuevo disco, que empezará a grabar la semana que viene y del que no puede dar mucha información: 
“Estará formado por canciones maravillosas de Sudamérica de varios autores, algunas de Vicente Fernández, y que son versionadas por mí”.
Con su voz desgarradora y pasional, Jiménez ya supo lo que fue el éxito cuando versionó composiciones de Joaquín Sabina en el álbum, Donde más duele, que llegó a vender más de 600.000 copias.
 Compañero de correrías y noches canallas, Sabina también ha dado varios sustos con su salud y en alguna ocasión ha dicho que algunos esperan que los músicos palmen para poder reconocerles su obra. ¿Sucede así con ella? Jiménez frunce el ceño: “Nunca he sabido lo que represento ni quién soy. Soy más bohemia que todo eso”. Y añade: 
“Yo me adelanté 40 años a este país. Lo que he hecho con Miguel Poveda ahora yo lo llevé a Japón en el año 1979.

Resulta que ahora la gente está flipando con ese tema cuando yo me traje el segundo premio de Japón para España
. La gente en este país no se enteró de nada. El tema tiene 40 años. Y Se acabó tiene 43.
 Se acabó era un himno, una verdadera bandera. Y yo solo digo que estoy encantada con lo que he hecho”. Y, con su particularísimo desparpajo, asegura que también está encantada con su actual vida: “Hago lo que me apetece. 
Si está nublado, no salgo. Si hace sol, pues a la calle que voy. Digo por la casa: ‘contes, a tomar el aperitivo, un vinito.
 O vámonos a comprar. Vámonos para acá y para allá’”.