El salón madrileño de la
peluquera Cheska y su hija, María Baras, es lugar de encuentro de
clientas famosas y laboratorio de estilo para películas.
Una peluquería no
es solo un lugar para cortarse el pelo. De ahí que se llamen, también,
salones. Salones donde charlar, ver y dejarse ver, saludar, comentar.
Casi confesionarios. Lugares que van mucho más allá de las tijeras y el
tinte y en los que la comunicación es la clave.
Quizá sea esa
comunicación perfecta, en su justa medida, la clave por la que Cheska
lleva triunfando en Madrid con su peluquería homónima desde hace
exactamente 50 años.
Y, quizá por ello, por el boca a boca mezclado con
la discreción, se ha convertido en uno de los salones de belleza más
importantes de Madrid, y en el favorito de docenas de famosas.
El escritor y ensayista, fallecido a los 80 años, se definía como “un liberal psicodélico”.
El escritor y economista Luis Racionero.Uly Martín
La
contracultura se alimenta del pensamiento de espíritu individualista
(mayormente de corte anarquista), de filosofías orientalistas y de la
psicodelia.
De los tres manantiales bebió (y escribió) el ensayista y
novelista Luis Racionero,
mayormente desde una encrucijada muy propia, con un punto de llanero
solitario; pero de esa contracultura fue un pionero, un ariete
sorprendente y deslumbrante en España, incluso para la Barcelona de
finales de los años sesenta que ya alardeaba de moderna con la Gauche
Divine.
En ese camino particular fue haciendo vida y obra hasta ayer,
cuando falleció a sus 80 años.
Todo arrancó en la Universidad de Berkeley, en
1968. Cultísimo, licenciado en Ingeniería y doctor en Ciencias
Económicas, marchó a Estados Unidos con una beca a estudiar un urbanismo
que en España no existía como carrera universitaria.
Le pilló allí la
revuelta de la contracultura y el sexo libre y las primeras señales de
filosofía oriental.
Y trató a pensadores de izquierda como Herbert
Marcuse y Angela Davis y al poeta Allen Ginsberg.
Y
también conectó con el hippismo y la droga: el LSD.
“Lo probó conmigo;
pero como un ritual, nada sistemático, dos veces y punto: el ácido
entendido como una manera de aprender a abrir la cabeza; luego, ya
abierta, no lo necesitas más...
Nadie en Ajoblanco quedó enganchado”, recordaba ayer Pepe Ribas, uno de sus cómplices y director-fundador en 1974 de la sísmica cabecera.
“Buscaba para la revista a María José Ragué, autora de California Trip,
la gran guía contracultural de España, y llamé a Salvador Pániker [la
había editado en 1971 en Kairós], pero me dijo que con quien había de
contactar era con su marido,
Racionero; fui a su despacho y la
conversación duró hasta la semana pasada”, evoca Ribas.
Participante activo e indispensable de esa primera Ajoblanco,
sin proponérselo se fue convirtiendo en uno de los líderes
intelectuales de los nuevos movimientos, que conocía bien tras su paso
por Berkeley, pero también por la India.
O por el transitar de las obras
del filósofo británico Alan Watts, gran impulsor de las filosofías
orientalistas.
“En esa España gris, lo era todo y lo difundía sin
vanidad y generosamente”.
Lo hizo desde el articulismo, pero también desde libros como Filosofías del underground (1977) o desdeDel paro al ocio (1983), con el que obtuvo el premio Anagrama de ensayo, particular puente entre la Barcelona gauchedivinesca de editoriales como esa y Tusquets, con personajes como Onliyú, Montesol, Quim Monzó, Pau Maragall, Pau Riba...
En ese libro, o en posteriores como El Mediterráneo y los bárbaros del Norte
(1985), destila su visión hedonista de la vida a partir de reclamar
poder disfrutar más en lo cotidiano de la prosperidad material.
La
cultura nunca reñida con lo humano, unas tesis que lo dejaban en una
solitaria equidistancia entre el capitalismo salvaje y el marxismo
productivista.
Materialismo y misticismo.
“Siempre se
mostró muy individualista; además, con el tiempo, se fue decepcionando
con el mundo: se cansó de defender valores solidarios y menos
competitivos cuando todo el mundo se echaba en brazos de la fama, el
poder, el consumismo... y se lió”, enmarca Ribas.
Eso destila en parte
su libro El progreso decadente (2000).
Asegura
su amigo que Racionero, “hombre leonardesco” por su variopinta cultura
(“su oficio era ser lector, de todo, subrayaba los libros de una
biblioteca que superaba los 25.000 volúmenes”), aportó “libertad en un
país dominado por el autoritarismo de derechas y de izquierdas” y
también “calidad, porque todo lo que contaba lo había vivido”.
La decepción se tradujo también en una curiosa evolución política que le
llevó del particular radicalismo anarquizante norteamericano a formar
parte de las listas de ERC para las elecciones generales de 1982,
pasando a relacionarse con el entorno del PP, acercamiento que le
permitió ser nombrado director de la Biblioteca Nacional de España
(2001-2004), tras haberlo sido durante cuatro años del Colegio de España
en París.
Faceta hedonista
Sobre
esa trayectoria, se autodefinió: “Soy un liberal psicodélico”, concepto
con el que tituló en 2011 el libro con el que ganó el premio Gaziel: Memorias de un liberal psicodélico.
A todo ello no era ajeno su origen familiar: era hijo de militar
llegado a Cataluña y de una propietaria de un hotel en La Seu d’Urgell,
donde él nació en 1940.
Ese punto hedonista pespunteó tanto su vida intelectual como humana, como destilan los recuerdos que plasmó en Sobrevivir a un gran amor, seis veces
(2009), sobre sus intensas y numerosas relaciones.
Fue uno de sus
libros más celebrados de la cuarentena de títulos que escribió, en
catalán y castellano.
Entre ellos proliferaron las novelas de corte
histórico, en especial Cercamón (1981), premio Prudenci Bertrana
aplaudido por el nacionalismo al narrar la destrucción de la prometedora
civilización provenzal y catalana ahogada por Francia y el Papa.
En la
recreación medieval se enmarcó también L’últim càtar, premio Carlemany, 2000. Luego reconstruyó, a partir de biografías noveladas, a Gaudí o a su espejo Leonardo da Vinci.
Su último libro, Manual de la buena vida
(2018), reflejaba con lo cotidiano (gastronomía, arte, viajes...)
aquello que siempre buscó y predicó: espiritualidad no exenta de
hedonismo. Alternativas. Contracultura.
Un polemista sin complejos
Luis
Racionero fue siempre un hombre de carácter y, quizá porque estaba
acostumbrado a pensar distinto e ir por libre, no rechazó nunca el
cuerpo a cuerpo. Así, en los orígenes de 'Ajoblanco' formó un frente de
tendencia anarquista con José Ribas ante los sectores más comunistas y
nacionalistas de la publicación. También vehementes fueron las
diferencias que mantuvo con el arquitecto Oriol Bohigas, delegado de
Urbanismo del primer Ayuntamiento democrático de Barcelona, por la
estrategia de este de promover las plazas 'duras' en detrimento de las
verdes que defendía Racionero, siempre muy ecologista, una mirada que
“la izquierda consideraba entonces que 'distraía' de la lucha de
clases”, dice Ribas. Pero donde se enfadaba más, recuerda su amigo, era
escribiendo sobre el Barça, 'culé' como era de tesis radicales... y muy
particulares. “Ahí se transformaba”.
Viejas glorias de Hollywood a veces caían por mi Sur de Tenerife, a los 17, a los 19 años.
No es que las buscara: a través de aquel productor catalán, de aquel
guionista californiano, de aquella desvencijada actriz española, subía
hasta ellas, de cerca la noche.
También llegaban, mediando diciembre, los moteros de California. Con
ellos no hice más que compartir cervezas, mientras aceleraban lasHarley-Davidson al borde de un mar oscuro, que se tranquilizaba junto a las piedras del pequeño muelle.
Todo esto, todo esto habla de una mirada directa al sol: Te cegaban y se desvanecían, aquellas glorias.
Y luego quedaban los contornos, un reverbero tenue, el umbral que ahora
sé que pertenece al recuerdo, ya felizmente sin ataduras.
Ay del recuerdo liberado, un tanto así de verdad (según los ojos), otro
tanto así de impresión zafada, como los barcos, a los que se les
rompían los amarres en furiosos diciembres del Sur de Tenerife, cuando
los globos aerostáticos el alisios los volcaba en cualquier otra mitad
del mundo.
Noches hubo de subir hasta aquellos rostros, que eran máscaras de
arcilla, zafra y perfumes, voces en idiomas ajenos y, no obstamte, de
la misma garganta.
Cuando en algún pasaje de Madame traduje el efecto de aquellas fiestas, el cerebro pininsular de turno tildó de cosmopolita la novela; ahora hasta es posible que pase la semana santa en Dalmacia ese dechado, esa española inteligencia.
Vuelven a mí -y no sé por qué, ni tampoco voy a perder el tiempo en
buscar motivos- aquellos rostros, aquellos cuerpos nocturnos.
María Jiménez: “Me dieron por muerta pero ahora estoy de cachondeo”
Tras pasar tres meses en
coma y una dura rehabilitación, la cantante de 70 años anuncia sus ganas
de vivir y su regreso triunfal con actuaciones y nuevo disco.
En foto, María Jiménez, durante la entrevista. En vídeo, un recorrido por la vida de María Jiménez. FOTO: JULIAN ROJAS / VÍDEO: EPV
A María Jiménez
(Sevilla, 70 años) la dieron “por muerta”, pero ahora está “de
cachondeo”.
“Ni he visto la luz ni nada de eso. Luz la que dan estos
focos que tienen que apagarlos”, dice mientras señala unas lámparas y
despliega una amplia sonrisa y su característica sorna al hablar de la grave crisis de salud
que sufrió el pasado año cuando un problema intestinal casi se la lleva
por delante.
“Fue como todo un sueño en el que no me enteré de nada.
Como si hubiera sucedido todo el día antes”, comenta.
“Cuando me dijeron
que llevaba casi tres meses dormida, me lo tomé de cachondeo. Y sigo
igual. De verdad.
Ahora, me encuentro maravillosamente bien”.
Sentada
en un butacón de la sala Manuel de Falla del Teatro Real, la cantante
presenta su participación en la sexta edición del Universal Music
Festival, que se celebrará del 23 de junio al 28 de julio en Madrid, y
no traslada ningún dramatismo sobre el delicado estado de salud por
el que muchos empezaron a preparar su necrológica.
Todo sucedió cuando
el pasado 2 de mayo ingresó en el Hospital San Rafael de Cádiz para ser
operada de urgencia a causa de una obstrucción intestinal. Su situación
se complicó por problemas “circulatorios crónicos y metabólicos”, según
afirmaba uno de los partes médicos, y tuvo que ser trasladada a la UCI
del centro hospitalario “bajo intubación orotraqueal y conectada a
ventilación mecánica”. Tres semanas después y ante el agravamiento
paulatino, fue llevada a la Unidad de Cuidados Intensivos del hospital
Virgen del Rocío, donde continuó su tratamiento y pasó algunos momentos
al borde de la muerte.
A su lado siempre estaban su hijo Alejandro,
fruto de su relación con el actor Pepe Sancho, y su hermana Isabel.
Cuando despertó, no se había enterado de nada. “Mi hijo me decía:
‘¡Mamá, te amo! ¡Mamá, te amo!’. Y yo miraba también a mi hermana que no
paraba de llorar y dije: ‘Oye, ¿qué ha pasado aquí? Se empezaron a
reír”.
Del llanto a una risa que preside su vida desde el primer día que salió
del hospital. Jiménez recibió el alta a mediados del mes de julio y
cuenta que ya entonces pudo comprobar cómo de camino a casa se encontró
con gente que la creía bajo tierra.
La señora iba delante con mi hermana y otra persona mayor.
Se puso a
hablar con todos, se giró para atrás, hacia mí, y me preguntó: ‘¿Oye, y
la María Jiménez? ¿Murió ya?’.
Y le contesté: ‘Oiga, señora, que María
Jiménez soy yo’. Ella dijo que cómo iba a ser yo María Jiménez.
Y ya le
dije: ‘Pues nada, señora, soy Gracita Morales
y la que usted quiera’.
Resulta que la mujer estaba casi ciega y no
veía nada”. Sin necesidad de ser Gracita Morales y sí María Jiménez, una
voz colosal de la rumba, afirma que ha sentido “muchísimo, pero
muchísimo” el cariño de la gente.
“Yo no sabía que me querían tanto”,
dice.
Ahora asegura que “no mira atrás” y que solo piensa hacer
“una vida normal”.
“Al salir del hospital me encontré muy bien,
encantada de la vida. Es verdad que estaba muy flojita, pero poquito a
poco me he ido recuperando. Comía mal. Tan mal que no comía nada.
He ido
comiendo bien porque me quedé escuálida. Pero ya no quiero engordar
más”, explica. No sigue ninguna dieta, pero sí ha tenido que hacer seis
meses de rehabilitación, reconociéndose “buena enferma” de las que “no
dan la lata”.
Fue el preámbulo de toda la actividad que está por venir este año. Dará
en verano en el Teatro Real un concierto muy especial en el Universal
Music Festival rodeada de amigos como Mari Peña, Antonio Moya, Carmen Ledesma, Remedios Amaya y Pitingo.
Antes está previsto que salga publicado un nuevo disco, que empezará a
grabar la semana que viene y del que no puede dar mucha información:
“Estará formado por canciones maravillosas de Sudamérica de varios
autores, algunas de Vicente Fernández, y que son versionadas por mí”.
Con su voz desgarradora y pasional, Jiménez ya supo lo que fue el éxito cuando versionó composiciones de Joaquín Sabina en el álbum, Donde más duele, que llegó a vender más de 600.000 copias. Compañero de correrías y noches canallas, Sabina también ha dado varios sustos con su salud
y en alguna ocasión ha dicho que algunos esperan que los músicos palmen
para poder reconocerles su obra. ¿Sucede así con ella? Jiménez frunce
el ceño: “Nunca he sabido lo que represento ni quién soy. Soy más
bohemia que todo eso”. Y añade: “Yo me adelanté 40 años a este país. Lo que he hecho con Miguel Poveda ahora yo lo llevé a Japón en el año 1979.
Resulta que ahora la gente está flipando con ese tema cuando yo me traje
el segundo premio de Japón para España
. La gente en este país no se
enteró de nada. El tema tiene 40 años. Y Se acabó tiene 43.
Se acabó
era un himno, una verdadera bandera. Y yo solo digo que estoy encantada
con lo que he hecho”. Y, con su particularísimo desparpajo, asegura que
también está encantada con su actual vida: “Hago lo que me apetece.
Si
está nublado, no salgo. Si hace sol, pues a la calle que voy. Digo por
la casa: ‘contes, a tomar el aperitivo, un vinito.
O vámonos a comprar.
Vámonos para acá y para allá’”.