Un Blues

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Del material conque están hechos los sueños

17 ene 2020

Brad Pitt: “La vida puede ser jodidamente complicada”

brad pitt
Hubo un tiempo en que Brad Pitt era un pollo. Literalmente. 
Nada que ver con el cine: más bien, la vida real de un joven recién desembarcado en Los Ángeles (California, EE UU). Llegaba a la agencia, miraba la pizarra y escogía uno de los extraños trabajos que se ofertaban esa semana.
 “Hice de chófer, de estríper; entregué neveras portables a estudiantes de la universidad…”, relata el actor.
 Y también se convirtió en el hombre imagen de El Pollo Loco, un establecimiento de comida en el Sunset Boulevard
Su labor era sencilla, aunque quizá no muy gratificante: se introducía en un disfraz plumado, se colocaba en la acera y empezaba a bailar. 
A saber cuántos transeúntes huyeron de aquel pájaro. Bromas y revanchas del destino: hoy día, muchos firmarían un cheque por pasar 30 segundos en compañía del mismo tipo.

“Ya. Fui el pringado dentro de ese disfraz.
 Pero me permitía pagarme las clases de actuación”. Pitt se ríe ahora de aquello en un encuentro durante el pasado festival de cine de Venecia
 De alguna manera, aquellos trabajos a lo Bukowski fueron precisamente el primer paso de su camino triunfal.
 Hay muchas estrellas en la galaxia de Hollywood, pero pocas brillan con su intensidad. 
Y desde hace tanto. Actor, productor, filántropo, activista; sabe pilotar avionetas, toca la guitarra y ha sido elegido hasta dos veces por la revista People como el hombre más sexi del año.
 Ahora que tiene 55 años, su atractivo no cesa, sino que parece multiplicarse. 
Y su carrera ha vuelto por enésima vez a subirse a la cresta de la ola. 
Primero, ha encarnado al doble de riesgo Cliff Booth en el último filme de Quentin Tarantino, Érase una vez… en Hollywood. “Su plató es el paraíso, él es Dios y a los herejes no está permitido el ingreso”, resume sobre la experiencia. 
Y ahora llega a las salas españolas Ad Astra, de James Gray, un viaje al espacio y a la soledad de un hombre, donde el personaje de Pitt (Roy McBride) ocupa casi cada plano. 
“Puede que sea mi película más potente. Me obligaba a ser dolorosamente honesto en mi actuación”.

Muere Christopher Tolkien, el guardián de la Tierra Media

El hijo del creador de 'El señor de los anillos', J. R. R. Tolkien, fallece a los 95 años.

 
Christopher Tolkien
Christopher Tolkien.
El primer lector de El Hobbit murió este jueves en Francia a los 95 años.  
La Tolkien Society confirmó en un comunicado el fallecimiento de Christopher Tolkien, hijo del escritor de fantasía J. R. R. Tolkien, creador de obras inmortales como El señor de los anillos (1954) o El Silmarillion (1977) que revolucionaron el género y dejaron una huella imborrable en la cultura popular.
 Albacea y guardián de las esencias de la Tierra Media creada por su padre, Christopher Tolkien desempeñó un papel muy activo en la difusión de las creaciones de su progenitor y actuó como editor de gran parte de su obra tras el fallecimiento de este en 1973. "Sabiamente, comencé con un mapa", dijo J. R. R. Tolkien en más de una ocasión para referirse a la complejidad del mundo que había creado en sus obras, situadas la mayor parte de ellas en la Tierra Media, un universo habitado por orcos, elfos, enanos y otros seres cuya visión acabó imponiéndose sobre todas las demás.
 Pues bien, su hijo ejerció de cartógrafo (muchas veces de forma literal) de esa vasta tierra, aclarando aspectos, reuniendo escritos y ampliando el imaginario de su padre.
 En muchos casos, como ocurrió con esa mezcla de crónica bíblica y enciclopedia fantástica que es El Silmarillion, compilando y permitiendo que la obra pudiera ver la luz.
Muere Christopher Tolkien, el guardián de la Tierra Media
Ya en este milenio, se encargó de que Los hijos de Húrin, (comenzada por su padre y editada por él en 2007) completara la historia de la Tierra Media. 
También ejerció de editor de La leyenda de Sigurd y Gudrún (2009) y de La caída de Arturo (2013), libros tempranos de su padre que no tuvieron, sin embargo, el éxito de sus creaciones mayores.

Tras la adaptación cinematográfica de la obra más famosa de J. R. R. Tolkien, la figura de su hijo Christopher adquirió cierta relevancia al criticar la forma en que el cineasta Peter Jackson había trasladado a celuloide El señor de los anillos
Si bien Christopher evitó entrar en más polémicas, sí denunció, en el año 2008, a la productora New Line Cinema reclamando más de 80 millones de libras (unos 93,9 millones de euros) por derechos cinematográficos impagados.
La luz de la obra de su padre, sin embargo, no se ha extinguido: hace dos días Amazon anunciaba el reparto de su adaptación televisiva de la Tierra Media, que se alejará del arco argumental de las adaptaciones cinematográficas para narrar las aventuras de la Tierra Media miles de años antes. 
La serie es, de hecho, una producción multimillonaria que ejerce de principal caballo de batalla de la plataforma digital, lo que demuestra la impronta que el universo creado por Tolkien (y apuntalado por su hijo) sigue dejando en la cultura.

 

 

La profecía de Fellini cumple 100 años

Italia celebra el centenario del director convertida en la prueba viviente del universo social y estético que su cine auguró. Reconstrucción de una vida desbordante a través del recuerdo de sus colaboradores.

El director Federico Fellini, en una imagen sin fechar. En vídeo, su obra en ocho películas (y media).

El diccionario italiano reconoce la palabra felliniano. Significa casi todo aquello que tiene que ver con el Mago de Rímini y su cine, no alberga dudas.

 Pero también es el adjetivo que describe un universo estético, social y político que ha impregnado a toda una nación desde hace seis décadas. 

La tensión entre el hombre moderno y los rudimentos del pasado, los sueños eróticos, el machismo caricaturesco o una extraña mezcla de crítica y enamoramiento simultáneo hacia una sociedad del espectáculo que terminó convertida en odiosa industria publicitaria.

 Federico Fellini (Rímini, 1920-Roma, 1993) ganó cinco Oscar, dejó algunas de las películas más asombrosas producidas en Italia y fundó una nueva manera de contar el mundo desde los sueños y el lado más grotesco de sus propios recuerdos.

 Un siglo después de su nacimiento, el big bang estético creado durante los años que vivió en Roma revienta las costuras del diccionario.

Una placa en el número 110 de la silenciosa via Margutta, entre la piazza de Spagna y la Villa Borghese, recuerda el lugar donde vivió durante décadas Fellini con su esposa, Giulietta Masina.

 La casa se vació y se vendió en 1994 cuando ella murió y hoy pertenece a otro propietario. 

Pero los confines de aquel mundo más prosaico y rutinario, hecho de paseos, discusiones con los sospechosos habituales como Ennio Flaiano —escritor, periodista y guionista/ventrílocuo de sus mejores películas— o largas comidas con Marcello Mastroianni no se expandían tanto como su imaginación.

 Cada mañana tomaba café en el Canova y se dejaba caer para comer en Dal Toscano en el barrio de Prati, siempre en la misma mesa. 


Federico Fellini, con Anita Ekberg, en el rodaje de 'La dolce vita' en 1959.
Federico Fellini, con Anita Ekberg, en el rodaje de 'La dolce vita' en 1959. Getty Images
Roma fue el lugar que esculpió a un chico que llegó con 18 años buscando fortuna como viñetista y dibujante desde Rímini. 
La ciudad de la costa adriática de tejados rojos y estanqueras voluptuosas fue un enjambre de recuerdos mágicos e inconexos que logró recopilar en Amarcord (1973), también en I Vitelloni (Los inútiles, 1953) o en La Strada (1954). 
La verdadera patria de Fellini, sin embargo, la que jamás tuvo fronteras, supo mantenerse oculta entre las cuatro paredes del Teatro 5 de Cinecittà, donde construyó la mayoría de sus ensoñaciones.
Ese melancólico Hollywood italiano, al final de la via Tuscolana, en la otra punta de Roma, intenta recuperar el vigor con nuevos rodajes.
 La casa de Fellini, el estudio que ardió en 2012 y en el que muchos no quisieron rodar intimidados por viejos fantasmas, ha estado ocupada hasta hace poco por los decorados de El nuevo Papa, la serie vaticana de Sorrentino, puede que el mayor heredero —imitador, mascullan algunos en Italia— del cineasta de Rímini. Aquí se rodaron Ocho y medio (1963), La Dolce Vita (1960), Las noches de Cabiria (1958)… también algunos de los últimos filmes, como Y la nave va (1983) y Ginger y Fred (1986), en la que comenzó su relación con el diseñador de vestuario Maurizio Millenotti.
 “El set de rodaje era su hogar.
 Le encantaba estar ahí porque amaba a la familia del cine.
 Adoraba estar en medio de los maquinistas, electricistas, iluminadores... Tenía una relación particular e individual con todos. Por aquí pasaron reyes, grandes cineastas como Scorsese, políticos de todo tipo… Todos querían verle trabajar en su espacio.
 Cuando comíamos fuera siempre contaba anécdotas apasionantes y le escuchábamos como niños”, recuerda al teléfono el diseñador.
La última media hora de Ginger y Fred transcurre en un plató con una orquesta casi siempre presente. Nicola Piovani —que se llevó un Oscar por La vida es bella en 1997— se encargó de la partitura y remplazó al histórico Nino Rota, de quien había aprendido y cuya línea nunca quiso traicionar en los siguientes filmes. 
“Durante aquella película viví casi tres semanas ahí. Fellini me hacía improvisar músicas en un pequeño piano vertical amplificado. 
Me daba indicaciones veloces, alocadamente… yo improvisaba y la orquesta, escuchando, venía detrás simulando los movimientos más representativos.
 Fueron días inolvidables”, recuerda Piovani, que después de aquella experiencia escribió también la partitura de La voz de la luna (1990).
Fellini, con el actor Marcello Mastroianni en 1962.
Fellini, con el actor Marcello Mastroianni en 1962. Getty Images
Unas escaleras de hierro del Teatro 5 conducen a una especie de balcón trasero donde puede divisarse, junto a un pedazo de la antigua Roma de cartón piedra, el plató y decorado de Gran Hermano VIP
 Una frontera entre los sueños y lo grotesco que hoy funciona como involuntario homenaje al universo de un artista que vivió en los últimos años obsesionado con la televisión y los efectos del mundo imaginario de la publicidad en la salud mental de los italianos.
 “La mirada felliniana es, en realidad, una mirada anticipatoria.
 El impacto de su obra ha sido enorme, una lección incorporada de forma inconsciente por la cultura italiana.
 También en la política, especialmente de Berlusconi en adelante. Él es esa figura típica de Italia que muestra la relación entre la modernidad y la tradición. Hoy el país se parece mucho al que él imaginó. 
Pero cuidado, sin gracia, sin poesía, carente de fantasía y de esa nostalgia”, señala el escritor y periodista Filippo Ceccarelli.
 El día que murió Fellini, el 31 de octubre de 1993, Berlusconi lanzaba el logotipo de Forza Italia.
 Casualidad o no, el cineasta pasó los últimos años obsesionado con Il Cavaliere y llegó a escribir un guion que nunca se rodó sobre una Venecia distópica convertida por el magnate en un plató para rodar anuncios: el gran Canal pasaría a llamarse Canale 5 (por Tele 5).
 A diferencia de otros cineastas coetáneos como Pier Paolo Pasolini, mantuvo siempre una mirada crítica, pero desideologizada y desvinculada, pese a su gran amistad con Giulio Andreotti, de las corrientes políticas.
 “Era amigo de todos y de nadie. Hacía brillantemente sus negocios y se mantenía fuera de los asuntos de partidos, no se pronunciaba. Podía parecer un director alejado de las tensiones, pero en realidad fue quien mejor entendió todo el contexto. 
El problema entonces no era la dictadura contra la clase obrera, o los estudiantes reclamando protagonismo… la cuestión verdadera era la del capitalismo en su extrema realización. 
El problema entonces no era la dictadura contra la clase obrera, o los estudiantes reclamando protagonismo… la cuestión verdadera era la del capitalismo en su extrema realización. Un fenómeno por el cual ya no hacía falta imponer las cosas, sino capturar la mente de la gente con la televisión. Y en esa interpretación Fellini fue mucho más político de lo que siempre se dijo”.
El cineasta, con el también director, poeta y escritor Pier Paolo Pasolini, en 1961.
El cineasta, con el también director, poeta y escritor Pier Paolo Pasolini, en 1961. Getty Images

Verdad y memoria

La verdad entre lo que se contó y el recuerdo de cómo fue realmente pertenece hoy a muy pocas personas. 
La actriz Sandra Milo trabajó con él en películas como Ocho y medio o Giulietta de los espíritus (1965) y fue su amante durante 17 años.
 Ambos se conocieron fugazmente una tarde de verano en un pinar de Fregene, a orillas del mar romano, cuando Fellini compartía mesa con Ennio Flaiano (mucho antes de que aquella relación terminase violentamente). 
“Ennio me llamó y me lo presentó. Quedé sobrecogida, era guapísimo, tenía un gran magnetismo… esos ojos tensos, curiosos, capaces de absorberte, pero de manera agradable, nada invasivo ni agresivo.
 En ese momento me enamoré de él, perdidamente, inevitable y fatalmente”, recuerda al teléfono Milo. 
No volvieron a verse hasta al cabo de dos años.

Milo acababa de empezar su carrera. 
Había rodado con Rossellini la película Vanina, Vanini (1961), destripada por la crítica, y condenatoria para ella.
 Cayó en el olvido y dejó el cine. Pero un día apareció el cineasta en su casa por la mañana, la sacó de la cama, le hizo una prueba y la contrató para hacer el papel de Carla, la amante de Marcello Mastroianni, reflejo de la vida del propio Fellini. 
Todo encajaba premonitoriamente una vez más. “Hoy muchos directores no quieren trabajar conmigo para que no haga comparaciones. 
Pero él era una persona muy especial. Tenía una capacidad increíble de hacerte sentir el predilecto, un modo mágico de entrar dentro de ti, entender exactamente quién eras, encontrar tu parte más preciosa y llevarla a la superficie para hacerte consciente de algo que ignorabas tener.
 Todos queríamos trabajar con él y que estuviese cerca. Tenía ese poder, un arte siempre a favor del ser humano, nunca en contra”.
Fellini, con su esposa, Giulietta Masina, y la actriz Valentina Cortese, en Venecia en 1955.
Fellini, con su esposa, Giulietta Masina, y la actriz Valentina Cortese, en Venecia en 1955. EL PAÍS
La relación de Fellini y Milo solo terminó cuando él le propuso abandonar la clandestinidad y tener una vida juntos casi 20 años después de haberse conocido en aquella pineda. 
Ella se negó. Temía la corrosión de la rutina, las discusiones, no saber gestionar la normalidad con aquella persona tan extraordinaria... no volvieron a verse jamás.
 Pero el cineasta siempre volvió a Giulietta Masina. “Era una mujer maravillosa, inteligentísima, curiosa y culta. 
Ella sabía que era imposible tener una relación tradicional con Federico”.
Fellini no tuvo hijos.
 Masina y él perdieron al pequeño Pier Federico 11 días después de nacer. 
Su sobrina Francesca, única heredera de su legado, ocupó durante años ese lugar en la retaguardia sentimental de su tío. Ella tiene su propio Amarcord —“me acuerdo” en dialecto romañolo— sobre aquellos años en los que veía llegar a su tío convertido en una estrella internacional. 
“Volvía a Rímini a ver a su madre, a su hermana Maddalena, a mí… Tengo recuerdos muy ligados a la mesa.
 Giulietta cocinaba en Roma y mi madre en Rímini. Se empezaba con la piadina, un poco de parmesano, luego la pasta rellena con caldo. 
Y se cerraba con la sopa inglesa, su postre preferido. Todo el mundo quería saber cosas de él. Yo nunca me atreví a pedirle nada ni a interrogarle.
 ¿Qué le preguntaría hoy? Quizá le preguntaría si no hubiera preferido disfrutar más de su familia y de sus seres queridos, en lugar de estar permanentemente creando y trabajando.
 Le preguntaría si se arrepiente de no haber disfrutado más de su madre, de su hermano Riccardo, de mí…
 Era el genio creativo que cambió el cine, con cinco Oscar… pero supongo que siempre hay que pagar un precio”.
 Quizá esa fuera la parte menos felliniana de toda su vida.

16 ene 2020

Sandra Barneda, sobre su homosexualidad: “Ser diferente cuesta”

La presentadora habla de su proceso vital y su vida profesional de altibajos a Jesús Calleja.

 

Sandra Barneda
Sandra Barneda, en 'Planeta Calleja'. CUATRO
 
 
Sandra Barneda, la presentadora de Mediaset, fue la invitada del último programa de Jesús Calleja. 
La periodista y el aventurero se marcharon a Borneo, en Malasia para escalar la vía ferrata más alta del mundo —ahí, sus 4.095 metros de altura—, así como han visitado algunos de los espacios de mayor biodiversidad del continente asiático.
 Como es habitual en este programa, su protagonista se confesó con Calleja. 
En este caso Barneda habló desde la leucemia que sufrió uno de sus hermanos siendo ella pequeña hasta la hermana que se murió al nacer en los brazos de su padre hasta de su homosexualidad-
"Yo creo que fue en la universidad. 
Ni me lo planteaba. No sabía lo que era, me enamoré de una profesora de radio.
 Le escribí una carta y no la volví a ver.
 Sabía que tenía que descubrir, no podía seguir así", contó la periodista sobre su proceso vital en el que descubrió su homosexualidad. 
 "Fue mi exnovio quien me presentó a una amiga suya. Yo no lo aceptaba, me costó mucho.

 Fuimos amigas, me llevó a una fiesta; fue la primera vez que vi a dos mujeres besándose. Ser diferente cuesta".
También contó Sandra Barneda con lágrimas en los ojos en Planeta Calleja cómo habló de ello con su familia.
 "Fue a los 27 ó 28 años cuando se lo dije. Les costó asimilarlo.
 Costó mucho. Mi madre me dijo que era una fase. 
Y yo le dije que si era una fase, que mientras que durase se estaba perdiendo a una hija. 
Es injusto, ¡lo único que cambia es a quién quieres!". Los padres de Barneda son pintores y padres de cuatro hijos - perdieron a un quinto-: "Tus padres solo quieren verte feliz. Que tu madre te llame y que no le cojas el teléfono.. quien no lo encajaba era yo, los demás te sirven de espejo".



"La única que sabía dónde estaba yo era mi hermana", añadió quien precisamente le acompañó a Malasia.
 Un día, la periodista, de 43 años, acudió hacia su familia: "Dije, soy yo, Sandra.
 Vi a mi madre en primer lugar, descolocada. 
Y a mi padre sentado; no se pudo levantar de la emoción. He venido a desearos feliz Navidad, pero no me quedo. Fue la conversación más bonita que he tenido.
 Mi padre me dijo que no me preocupase. Les dije que necesito tiempo. ¡Todo fue una parida!".
Luego, mirando a  la cámara, Sandra Barneda añadió: "Para padres que me estén viendo; que se piensen decir cualquier burrada.
 Escúchalo, infórmate. ¡Esa persona está abierta en canal!". Con el tiempo, sus padres llegaron a confesarle: "Muchas gracias por la mejor lección que nos ha dado. Eso es evolucionar". 
Jesús Calleja le preguntó cómo ha vivido su homosexualidad a nivel público.
 "En lo laboral, a mí me sacaron del armario en el día del Orgullo Gay. Toda la profesión lo sabía.
 Que no hable de mi vida privada, no significa que me esconda".
Su relación con la presentadora Nagore Robles ha sido la más conocida. 
"Es lo más fuerte que me ha pasado en la vida. Ella me sacó, me descorchó.
 No me importaba nada ya. Nagore me hizo cambiar. No sabes la tensión que sentía en un programa en directo de cinco horas. 
Tu cuerpo tiembla y yo me decía que qué me pasaba". Y añade:
 "Se tiene que seguir reivindicando. 
Hay que salir a la calle y todavía más ahora". 
A nivel profesional, se define como una mujer completa. Comenzó trabajando en televisión en Teledeporte, luego se fue a Antena 3, también pasó por Telemadrid —"estaban demasiado politizados y yo di noticias que no quería"—. Luego, estuvo dos años sin trabajar en Barcelona: 
 
No me cogían por exceso de currículo". Luego fichó por Mediaset donde modera los debates de los realities de éxito. 
"Me pone que todo ocurra en directo. Se trabaja con las bajas emociones"