Un Blues

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Del material conque están hechos los sueños

25 dic 2019

Regalos absurdos, el postre como primer plato y otras peculiaridades de las familias reales por Navidad

Mientras que las monarquías de Suecia y Dinamarca adelantan las celebraciones al día 23, Isabel II invita a sus trabajadores a un multitudinario almuerzo.

La familia real noruega, en Navidad. De izquierda a derecha el rey Haakon, las princesas Mette Marit e Ingrid Alexandra, los príncipes Haakon y Sverre Magnus y la reina Sonia.
La familia real noruega, en Navidad. De izquierda a derecha el rey Haakon, las princesas Mette Marit e Ingrid Alexandra, los príncipes Haakon y Sverre Magnus y la reina Sonia. EFE/AFP

 

Unas casas con cordero; otras, con pescado.
 En unas gana Papá Noel; en otras, no hay fiesta sin los Reyes Magos.
 Igual que cada hogar es un mundo a la hora de celebrar la Navidad, ocurre igual con las familias reales. 
Unas fechas tan tradicionales se celebran de forma diferente en cada una de ellas
. Porque no es lo mismo Mónaco que Noruega.
De los que más se sabe, como es habitual, es de los británicos y sus tradiciones.
 Hay una amplia literatura al respecto por parte de trabajadores y biógrafos. 
Así, la semana previa a Navidad, Isabel II da un gran almuerzo en el palacio de Buckingham (este año se celebró el miércoles 18).
 A él acudieron miembros de la familia real británica, pero no solo los más cercanos.
 Primos, tíos y parientes menos habituales durante el resto del año no faltan a esta reunión familiar en la que buscan juntarse y celebrar, pero que también es un agradecimiento para el personal de palacio por su trabajo de todo el año. 
Entonces, la reina les hace un obsequio (con un coste de unos 30 euros por persona) y les regala un tradicional pudin a cada uno de ellos.
Aunque Buckingham sea el epicentro de la monarquía, hay dos lugares que también adquieren un especial significado estos días. Windsor, el castillo favorito de la reina, donde pasa muchos fines de semana, es agraciado con regalos de Isabel II, que van a parar a algunas de las asociaciones benéficas presentes en ese mismo pueblo. Pero la gran protagonista es Sandringham
 La finca de Norfolk situada al noreste de Inglaterra es el lugar en el que la familia real británica pasa cada Nochebuena. 
La reina suele llegar en tren pocos días antes de la fiesta y luego se dirige a esta gran mansión.
 En el salón de la misma hay un gran árbol de Navidad natural y otro de plata —según recoge la publicación Town and Country— que la reina decora con sus hijos y nietos. 
Es en ese día de Nochebuena, de hecho esa tarde, cuando la familia se intercambia regalos.
 Es algo que viene de la tradición germana de la que descienden los Windsor.  


La familia real belga, en el concierto navideño celebrado el 18 de diciembre en el palacio real de Bruselas. 
La familia real belga, en el concierto navideño celebrado el 18 de diciembre en el palacio real de Bruselas. Getty Images
Esta cuestión de los regalos es bastante curiosa, si no esperpéntica, porque los presentes, cuanto más baratos y cutres, mejor.
 Como ha contado el biógrafo Brian Hoey, un año el príncipe Enrique le regaló a su abuela, la reina Isabel, un gorro de ducha que al parecer le encantó; por su parte, a Kate Middleton le gusta regalar conservas caseras.
 La primera Navidad que pasó con los Windsor la princesa Diana de Gales regaló jerseis y chales de cachemir, algo que no encajó en absoluto con el ambiente de una reunión donde el regalo más sonado puede ser una tapa de váter en cuero blanco que la princesa Ana le regala a su hermano, el príncipe Carlos
Al día siguiente, el de Navidad, los británicos acuden a misa en la iglesia que está situada en la finca, Santa María Magdalena. Después, almuerzan juntos y organizan juegos de mímica, películas...
Precisamente uno de los grandes árboles de Navidad que adornan Londres viene de Noruega: el situado en Trafalgar Square.
 El país nórdico lo envía cada año como agradecimiento por ser sus aliados en la Segunda Guerra Mundial.
 Por su parte, la familia real noruega, curiosamente, no sigue la tradición noruega en Navidad.
 Ellos toman sus costumbres de Dinamarca, de donde era original el abuelo del rey Harald, el rey Haakon VII, que empezó a reinar en Noruega en 1905.
En Nochebuena, la familia real noruega no cena la comida tradicional del país (costillas, cordero o bacalao, según la zona), sino que prefieren tomar lechón asado.
 Como suele ser habitual en muchas familias reales, abandonan su residencia principal, en el centro de Oslo, para trasladarse a otra a las afueras de la ciudad, una finca tradicional noruega de principios del siglo XX.
 Allí se intercambian los regalos en Nochebuena.
 Los últimos años, el príncipe heredero Haakon y su esposa, Mette Marit, también han decidido pasar las fiestas navideñas en una cabaña con sus hijos y practicar deportes de invierno. 
Algo que también hacen los holandeses: en ocasiones Máxima y Guillermo deciden pasar la Navidad en tierras cálidas y marchan a Argentina, país natal de la reina.

El envío de felicitaciones, este año algo más retrasado, es también tradicional para todas las casas.
 En el caso de la sueca es bastante llamativo porque suelen acompañar ese christmas con un vídeo en el que hacen actividades caseras, como hornear galletas o decorar el árbol de Navidad. 
La familia real de Suecia arranca su Navidad un poco antes que las demás, porque el 23 de diciembre es el cumpleaños de Silvia de Suecia, que este 2019 ha cumplido 76.
 Después, por Navidad, suelen tomar un plato llamado lutefisk a base de pescado blanco seco y soda, además de un bizcocho de nueces empapado en coñac.

La felicitación de Navidad de los reyes de España, Felipe y Letizia. 
La felicitación de Navidad de los reyes de España, Felipe y Letizia. Getty Images
La familia real danesa (muy internacional, con raíces francesas, alemanas o griegas, y con la princesa Mary de origen australiano) también empieza la Navidad algo antes, el día 23, cuando adornan el árbol con figuras diseñadas por la propia reina Margarita
En vez de dejar agua para los renos, los niños preparan boles de gachas de arroz en Nochebuena para los ayudantes de Papá Noel. En el Día de Navidad la comida es al revés: según explica Hello!, la tradición manda comer primero el postre (en este caso una especie de arroz con leche) y después lo salado: pavo o ganso asado con patatas caramelizadas y remolacha. 
La familia real belga tiene como tradición agradecer al personal de palacio su trabajo de todo el año
. Pero, en vez de un almuerzo y debido a la gran afición que tiene la reina Matilde por la música, organizan un gran concierto de villancicos navideños.
 Los Grimaldi en Mónaco hacen algo relativamente similar, implantado por Grace Kelly cuando se convirtió en princesa: invitar a niños a palacio a tomar un chocolate y repartirles regalos.
En España la familia real no hace grandes fastos. 
El 24 de diciembre, el día que se emite el discurso del Rey, todos acuden a una cena tradicional en el palacio de la Zarzuela donde se reúnen los reyes eméritos y los actuales, Felipe VI y Letizia, con sus hijas, Leonor y Sofía.
 También suele acudir la infanta Elena con sus hijos, Felipe y Victoria Federica. La infanta Cristina las pasa los últimos años en Vitoria con la familia de su marido, Iñaki Urdangarin, que este año podrá unirse a ellos al disfrutar de su primer permiso penitenciario.

El rey Felipe VI llama a confiar en España “en tiempos que no son fáciles”

Felipe VI admite la "seria preocupación" por el descrédito de las instituciones y Cataluña.

 
 
El rey Felipe VI, durante el mensaje de Navidad de esta Nochebuena. En vídeo, lo más destacado del mensaje del rey.
 
 
 
 
 
El rey Felipe VI ha lanzado este martes un mensaje de “confianza firme en España” y en “la fortaleza de su sociedad”, en tiempos que “no [son] fáciles”. 
Tiempos, ha dicho en su discurso navideño, “de mucha incertidumbre”, en los que, a problemas globales como el cambio climático o la revolución digital, se suman en España “otras serias preocupaciones: el deterioro de la confianza en las instituciones y, desde luego, Cataluña”. 
Frente a ello, ha pedido “no caer en los extremos” y ha llamado a “integrar las diferencias”, respetando una Constitución “que reconoce la diversidad territorial y preserva la unidad”.
En plena negociación de la investidura del próximo presidente y tras haber encargado a Pedro Sánchez la formación del Gobierno, el Rey ha querido ser escrupulosamente respetuoso con el papel de árbitro que le atribuye la Constitución, dejando claro que la palabra la tiene ahora el Congreso.
 “Después de las elecciones celebradas el pasado 10 de noviembre, nos encontramos inmersos en el procedimiento constitucional previsto para que el Congreso de los Diputados otorgue o deniegue su confianza al candidato propuesto para la Presidencia del Gobierno. 
Así pues, corresponde al Congreso, de acuerdo con nuestra Constitución, tomar la decisión que considere más conveniente para el interés general de todos los españoles”, ha dicho. 

Pero evitar cualquier sombra de interferencia política no le ha impedido reconocer la gravedad del momento, con casi 10 meses de Gobierno en funciones y cuatro elecciones generales en los últimos cuatro años, además de una crisis crónica en Cataluña.
Aunque no se esperaba que lo hiciera, Felipe VI ha citado expresamente a Cataluña en un pasaje de su discurso.
 Junto a los “cambios profundos y acelerados” que provocan “preocupación e inquietud en la sociedad”, como los movimientos migratorios o el futuro de la UE, ha aludido a “otras serias preocupaciones que tenemos en España”: la “falta de empleo”, “las dificultades económicas de muchas familias”, “el deterioro de la confianza de muchos ciudadanos en las instituciones y, desde luego, Cataluña”.
En realidad, el monarca no ha hecho más que recitar las principales preocupaciones de los españoles, según el barómetro del Centro de Investigaciones Sociológicas (CIS) de noviembre: el paro (60,3%), los políticos (45,4%), los problemas de índole económica (30,4%) y la independencia de Cataluña (19%). 
Solo después aparecen la corrupción los problemas sociales y la inmigración (muy lejos, mencionado solo en el 11% de los casos).
Tras reconocer que “no vivimos tiempos fáciles”, ha subrayado: “Precisamente por eso debemos tener más que nunca una confianza firme en nosotros mismos y en España”.
 El progreso de un país depende del “adecuado funcionamiento del Estado” pero también, ha subrayado, de “la fortaleza de la sociedad”.
El Rey ha querido encarnar a la sociedad española en los 41 ciudadanos anónimos, procedentes de todas las autonomías y con muy diferentes edades (desde una joven a 19 años a una anciana de 107), a quienes en junio pasado, coincidiendo con el quinto aniversario de su coronación, impuso la Orden del Mérito Civil. Esa sociedad, que ha experimentado una transformación sin precedentes en su historia, que “es y se siente profundamente europea e iberoamericana; que no está aislada sino muy abierta al mundo”, ha superado en el pasado “situaciones muy difíciles con una serenidad y entereza admirables”, ha añadido.
Los españoles viven hoy, ha insistido, “en un Estado social y democrático de derecho”, que asegura la convivencia en libertad y que ha convertido a España “en un país moderno, con prestaciones sociales y servicios públicos como educación y sanidad”.
Pero todo ello, ha advertido, “no se ha generado de una manera espontánea”, sino que es el resultado de que millones de españoles, “gracias a la Constitución”, han compartido una serie de valores sobre los que fundamentar la convivencia: el deseo de concordia, “que derribó muros de intolerancia, de rencor y de incomprensión”; la voluntad de entendimiento; y la defensa de la solidaridad, la igualdad y la libertad, “como principios vertebradores de la sociedad, haciendo de la tolerancia y el respeto manifestaciones del mejor espíritu cívico”.

Palabra del Jefe del Estado

“Los actuales son tiempos de mucha incertidumbre, que provocan en la sociedad preocupación e inquietud”. 
“Es un hecho que en el mundo, y también aquí, la crisis económica ha agudizado los niveles de desigualdad”.
“El deterioro de la confianza de muchos ciudadanos en las instituciones, y desde luego Cataluña, son otras serias preocupaciones que tenemos en España”.
“No debemos caer en los extremos, ni en una autocomplacencia que silencie nuestras carencias o errores ni en una autocrítica destructiva”.
“La voluntad de entendimiento y de integrar nuestras diferencias dentro del respeto  a nuestra Constitución, que reconoce la diversidad territorial que nos define y preserva la unidad que nos da fuerza”.

En particular, ha subrayado —en alusión velada al marco del diálogo con los independentistas— “la voluntad de integrar nuestras diferencias dentro del respeto a nuestra Constitución, que reconoce la diversidad territorial que nos define y preserva la unidad que nos da fuerza”.
Estos valores, que constituyen la “seña de identidad” de la España actual, ha añadido como aviso, no se pueden dar por supuestos “ni tampoco olvidar su fragilidad”, por lo que se debe hacer “todo lo posible para fortalecerlos y evitar que se deterioren”. 
Por ello, ha instado a “no caer en los extremismos” y evitar tanto la autocomplacencia como la crítica autodestructiva. “Mantengámonos unidos en los valores democráticos que compartimos para resolver nuestros problemas; sin divisiones ni enfrentamientos que solo erosionan nuestra convivencia y empobrecen nuestro futuro”, ha pedido.
"España no puede quedarse inmóvil, ni ir por detrás de los acontecimientos".


Antes de desear feliz navidad en castellano, euskera, catalán y gallego, se ha despedido con una de las palabras que más ha repetido: juntos. 
“Tenemos un gran potencial como país. 
Pensemos en grande, avancemos con ambición. Todos juntos. Sabemos hacerlo y conocemos el camino...”.
Frente al Código Penal y los tribunales como arma para combatir a los secesionistas, el Rey ha recurrido al discurso de la seducción. La España como “proyecto sugestivo de vida en común” de José Ortega y Gasset.
 

 

22 dic 2019

Todas las mujeres de Luciano Pavarotti.................... Ruiz Mantilla

Esposas, hijas y amantes del tenor lo recuerdan con cariño y sin reproches en un documental.

Nicoletta Mantovani, viuda de Luciano Pavarotti, en un hotel de Madrid, el martes.

 

No todo fue un camino de rosas en el romance que mantuvieron Luciano Pavarotti y Nicoletta Mantovani. 
Más allá del escándalo con Italia dividida acerca de la relación entre el tenor y su secretaria 34 años menor que él, padecieron verdaderas jugarretas del destino. 
Cuando apenas empezaban a estar juntos, hacia 1994, a ella le diagnosticaron esclerosis múltiple en una época en que apenas se conocían a fondo las consecuencias de la enfermedad. 
Los médicos se mostraban tan cautos en sus previsiones que un buen día le dijeron a Nicoletta que no podría volver a jugar al tenis: “¿Qué hizo Luciano? Me regaló una raqueta y me dijo: ''vamos a ver…”.
Así era Pavarotti, según su viuda: “Allá donde le sorprendía la oscuridad, siempre encontraba una salida con luz”. 
Se lo comentaba a EL PAÍS este martes en Madrid, donde vino a presentar Pavarotti, el documental que ha rodado Ron Howard sobre su esposo, fallecido en 2007, con 71 años
“Cuando lo recuerdo siempre se impone la alegría contagiosa: era una persona que no hablaba mal de nadie, ni le interesaba el conflicto”.

Como prueba quedan los testimonios de las mujeres que lo rodearon.
 Pese a sus líos, pese a los divorcios, a sus escarceos y engaños, todas ellas hablan bien de él: esposas, tanto Mantovani como Adua Veroni; amantes, caso de la cantante Madelyn Renee, sus tres hijas mayores (Lorenza, Cristina y Giuliana), agentes, asistentes… Ninguna cuenta pendiente, ni una gota de rencor para un documental que bien pudiera titularse San Luciano. 
“Eso es bonito. Repartió tanto amor que es justo que reciba lo mismo a cambio. 
 Aunque entre nosotras las relaciones no sean perfectas, me parece justo que su figura y su recuerdo produzca eso”, asegura Mantovani.

Nicoletta Mantovani, en el cine Verdi de Madrid, el martes.
Nicoletta Mantovani, en el cine Verdi de Madrid, el martes. WireImage
Las cuentas parecen saldadas en la familia.
 Tras el reparto por la mitad de una herencia que se valoró en 200 millones, no es que vayan a pasar juntos estas próximas fiestas, pero en su recuerdo han vencido los buenos momentos frente a los disgustos
 Y eso que los tuvo malos, incluso desde la infancia. 
Su historia podría ser un buen argumento para Rossellini o Vittorio de Sica: un niño de la guerra, hijo de un panadero tenor que le contagió la pasión por el canto convertido en la alegría, no solo de su casa, sino de todo el edificio donde fue a parar nada más nacer en Modena:
 “Fui el primer niño que entraba por el portal en seis años”. Lo cuidaba la familia y los vecinos como un tesoro que se impone al eco de las bombas. 
“Eso no impidió que fuera espabilado”, asegura el propio Pavarotti en el documental.
Como los peligros y los virus acechaban, cayó enfermo de meningitis.
 Casi muere: “Eso fue algo crucial para él”, asegura Mantovani. “Al salir del hospital, se juró no desperdiciar ni un minuto de su vida. Veía el mundo con ojos de niño.
 Se fiaba de la gente y se apasionaba por todo. Su secreto fue saber transmitir todo eso al público.
 Esa huella pervive, lo sigue consiguiendo. Mucha gente todavía se conmueve con él”.

La visión idílica de su leyenda recorre el documental.
 ¿Demasiado idílica? “Entiendo que esa faceta positiva choque un poco hoy”, dice Mantovani.
 “Vivimos una época de división. Y eso ha producido miedo generalizado, al menos en Italia:
 ¿Por qué estamos todos tan asustados? No conocemos al vecino, si sustituyéramos ese pavor por curiosidad hacia el prójimo nos iría mejor. 
En este mundo en que nos criticamos con tanta dureza desde las pantallas, Luciano representaba una verdad opuesta
Eso no es santificarlo, sino resaltar sus virtudes positivas”, dice su viuda.

Luciano Pavarotti, en Illinois (EE UU), en agosto de 1984.
Luciano Pavarotti, en Illinois (EE UU), en agosto de 1984. Getty Images
Para ejemplo íntimo, el de la propia Mantovani
 Estar a su lado cuando le diagnosticaron su enfermedad marcó su forma de enfrentarse a ella:
 “Estar a su lado, me ayudó a afrontarla como una lucha para crecer internamente.
 Me animaba a encarar todo desde otro punto de vista. Que lo importante en la vida no es estar de pie sino levantarse cuando caes. Esto me ha quedado como enseñanza para el resto de mi vida.
 En cualquier momento crudo, encontraba el camino correcto. Fue un gran maestro de vida, un verdadero tutor”.

No cree que le cambiaría el carácter ni los disgustos que pudieran provocarle figuras como el siniestro Salvini.
 Pero una cosa le queda clara a su viuda. Para él, sería un problema aceptarlo: 
“Lo veo más apoyando al movimiento de los sardinas, estos jóvenes que finalmente se oponen espontáneamente en las calles a la tendencia de ultraderecha, contra esta mentalidad que se basa en enfrentar a la gente y a destruirlo todo más que en unirla”.
Su sueño consistía en la democratización del arte y más concretamente de la ópera, algo que persiguió con los Tres Tenores —él, Josep Carreras y Plácido Domingo— o con iniciativas como Pavarotti and Friends, o colaborar con figuras del pop mundial. “Adoraba sus años de infancia, cuando la gente cantaba ópera en la calle.
 Al recluirla en los teatros, se volvió privilegio de solo un cierto tipo de público. 
Este documental va en esa dirección. 
Tiene un poco de master class.
 Busca que todo el mundo lo entienda y se interese por ello.
 Al menos a que se acerque, porque no podemos amar aquello que no conocemos previamente”, explica Mantovani.

 

El año de Scorsese contra el mundo............. Gregorio Belinchón

El cineasta neoyorquino marca el año cinematográfico con ‘El irlandés’, producida por Netflix, y por sus críticas contra las películas de superhéroes. 

Almodóvar y Bong Joon-ho demuestran su vitalidad creativa.


Martin Scorsese dirige a Robert De Niro y Joe Pesci en 'El irlandés'.
Si fuera una partida de mus, 2019 ha llevado casi las mismas cartas que 2018, pero a cada envido del año pasado el presente le ha respondido con un envido más. 
¿Que si hay jaleo con Netflix? Dos más.
 ¿Que si el cine de superhéroes se come al resto? Siete más. ¿Que si el León de Venecia es polémico?
 Diecisiete más. 
¿Que si en los Oscar puede ganar una obra de una plataforma la estatuilla a mejor película? Órdago... y a descubrir las cartas el 9 de febrero.
Otro debate de fondo, si es cine lo que se hace en una plataforma digital, ya se ha cerrado. 
Olvidada la forma (en las salas no solo hay cine, como el cine no solo se hace para salas), el fondo triunfa: lo importante es el lenguaje.
 Al menos así ya lo han entendido los creadores: Martin Scorsese, protagonista por doble motivo de este 2019, ha sido producido por ­Netflix, y sus quejas no vienen por ahí, sino por el avasallamiento del cine Marvel —en general, el de superhéroes— sobre el resto de la obra cinematográfica.
En The New York Times, el cineasta aseguraba: 
 "En muchas películas de franquicias trabajan auténticos artistas, personas con talento.
 Sé que, si hubiera nacido y me hubiera educado más tarde, quizá me apasionarían e incluso querría rodar una yo mismo.
 Pero me eduqué cuando me eduqué, y esa educación incluye un sentido del cine tan alejado del universo Marvel como la Tierra lo está de Alfa Centauri [...].
 Para mí, para mis cineastas adorados, el cine consistía en una revelación estética, emocional y espiritual.
 La clave estaba ahí: era una forma artística.
 En las películas de Marvel no hay revelación, misterio ni auténtico peligro emocional. 
No hay ningún riesgo". Y avisaba sobre el peligro real: el poco espacio que deja el cine de franquicias al resto de las películas en las salas.
Al Pacino y Robert De Niro, en 'El irlandés'. En el vídeo, el tráiler.
"Me han dicho que pintas casas". La frase, que titula el libro de Charles Brandt en el que se basa el guion de Steven Zaillian, valdría perfectamente para definir también la nueva película de Martin Scorsese, El irlandés. Por un lado, suena a algo inofensivo, casi elegante: pintura, casas. Alguien que escucha algo de otro. Sin más, ¿no? El irlandés es la película más mesurada de los títulos gansteriles del neoyorquino, que ha decidido derivar la electricidad habitual de su narración a sentimientos más soterrados.
 Por otro, ese "pintar casas" significa que era un asesino a sueldo, ya que al disparar a alguien el chorro de sangre del balazo mancha, pinta las paredes y el suelo del lugar donde se comete el asesinato.
 Es Scorsese. Habrá sangre.

Joe Pesci, Al Pacino y Robert de Niro. Curiosamente, el cartel oficial de Netflix de la película aclara, por tamaños, quién se come a quién en la pantalla. Y Joe Pesci está descomunal como un reposado Russell Bufalino, líder de la mafia en la zona de Filadelfia y Detroit. Retirado de la actuación en 2010, rechazó la oferta de Scorsese para participar en la película en decenas de ocasiones, hasta que la insistencia de Marty le hizo ceder.
 Robert De Niro, en su noveno largometraje con Scorsese, encarna al Frank  
El irlandés Sheeran del título, un conductor de camiones devenido en asesino despiadado en la Segunda Guerra Mundial, y que entra en la mafia por su relación con la familia Bufalino. 
Y Al Pacino interpreta a Jimmy Hoffa, probablemente el sindicalista más famoso de la historia de Estados Unidos, y en los cincuenta y sesenta una de las personalidades más populares en su país.
 Íntimamente vinculado a la mafia, tras pasar siete años en la cárcel, en 1971 salió con la intención de volver a liderar el sindicato de transportistas. 
En 1975 desapareció sin dejar rastro. 
 Charles Brandt entrevistó en numerosas ocasiones a Sheeran, que acabó confesando que él -amigo íntimo de Hoffa- lo había asesinado, y de ahí nació el libro de 2004 que en España se titula Jimmy Hoffa: caso cerrado (Crítica). De Niro leyó el libro y encontró el material para un último baile con Scorsese. 
Aunque sea la primera vez que el director y Pacino ruedan juntos, durante años intentaron levantar un proyecto: el biopic del artista italiano Amedeo Modigliani.
 
Efecto digital. La película empezó su camino dentro de Paramount, estudio que cuando el presupuesto superó los 100 millones de euros abandonó asustado el proyecto: no veían clara su comercialización. 
Producida por Netflix, ha costado 150 millones de euros. Es el rodaje más largo de la carrera de Scorsese, 106 días que arrancaron en agosto de 2017, su película más larga (con sus 209 minutos, en realidad dura más que cualquier título de las sagas de El padrino o El señor de los anillos), la que más tiempo ha necesitado de posproducción. 
Todo por los efectos digitales obligados para rejuvenecer al reparto, ya que la trama transcurre por distintas décadas.
 A De Niro es a quien peor le sienta el efecto, porque tiene que encarnar a Sheeran desde sus 24 años, durante la Segunda Guerra Mundial, hasta su final en un asilo a los 82. Pesci sale mejor parado.
 Sin embargo, tras el respingo inicial del espectador, pronto el detalle se olvida ante la fuerza del filme. 
En cambio, se nota más algo imposible de manipular digitalmente: los cuerpos no se mueven con el mismo brío a los 40 años que los 79 de Pacino y los 76 de De Niro.
 Por cierto, Géminis, la película de Ang Lee en la que Will Smith lucha contra un joven Will Smith (cuyo rostro imberbe también ha sido recreado digitalmente) ha sido producida por... Paramount. 

Coppola, Ford y Leone. Ninguna película de Scorsese ha estado tan plagada de referencias a otros creadores como El irlandés. Probablemente porque parece el canto final del cine estadounidense centrado en la mafia italoamericana. Empezando por el reparto: además de los mencionados, aparece un pelotón de actores y actrices que han trabajado con Scorsese bien en sus obras como director, bien en sus obras como productor (hay diversos guiños a Boardwalk Empire, y ahí están Stephen Graham, Bobby Cannavale y Jack Huston para subrayarlo). Harvey Keitel no aparece mucho, pero impone. 
Scorsese ha llamado -por reseñar un ejemplo de este reclutamiento- a Welker White, la actriz que encarnaba a la niñera en Uno de los nuestros, que aquí da vida a la esposa de Hoffa. Hay secundarios de Los Soprano, de El padrino... 
Y así topamos con Francis Ford Coppola. El tempo narrativo de El irlandés deviene directamente del cine del amigo de Scorsese. 
Es un tono más profundo, doloroso, algo muy poco visto en el cine de Marty, que nunca ha planteado remordimientos morales en sus gánsteres protagonistas.
 En una secuencia se escucha la melodía del vals de El padrino, de Nino Rota; en el plano final, Scorsese decide separar los mundos del bien y del mal como hizo Coppola con la imagen que cierra la primera entrega de la saga de los Corleone: con una puerta entreabierta.
 Otro claro referente es Érase una vez en América, de Sergio Leone, otro título amargo sobre el precio del crimen. 
Y John Ford: ese humor que aparece "sin querer queriendo" en el cine del genio también brota en El irlandés.
Crepuscular. John Ford nos lleva al siguiente apartado. Cuando se estrenó Érase una vez en América en 1984 se hablaba de una película de gánsteres al estilo wéstern crepuscular -arrancaba entonces la moda de este género-, sin tal vez percatarse de que la película de Leone era el primer filme de gánsteres crepuscular.
 Lo sea o no la de Leone, El irlandés sí lo es.
 Y citando a Alejandro G. Calvo, de Sensacine, el auténtico título de la película de Scorsese debería ser El hombre que mató a Jimmy Hoffa, porque es la versión gansteril del gran wéstern crepuscular El hombre que mató a Liberty Valance: desde el trasfondo pesimista hasta el encaje del reparto; desde el narrador del que no puedes confiar como espectador, hasta de cómo se escribe la historia. 
Es el final de una época, y nadie sabe lo que llegará más tarde. 
Remordimientos. La película se divide claramente en dos partes, separadas por la entrada y salida en prisión de Jimmy Hoffa. 
Si la primera se siente más cercana al estilo Scorsese, la segunda entra en una reflexión sobre el dolor, la culpa y la imposible redención como no se había visto previamente en su cine, muy alejado de esas consideraciones, al menos en sus protagonistas, que siempre se movieron por ambición y la avaricia a través del poder y la crueldad. Pero al decidir que la acción traspase décadas, el remordimiento cobra peso.
 Ahí resulta clave el personaje de Anna Paquin, y sus silencios. 
El ritmo del montaje cambia por completo, desaparece casi la música (hecho asombroso en la obra de Scorsese) llegando a una extrema sequedad en el asesinato central del filme. Todo por el dolor.

Los planos secuencia. Si en los planos secuencia de Berlanga los personajes entraban a cámara a dialogar, en el cine de Scorsese es la cámara -normalmente la steady cam- la que manda. 
Ya hemos hablado del gran momento de Uno de los nuestros.
  En El irlandés el inicio ya es un plano secuencia en una residencia de ancianos al ritmo de In The Still of the Night que se escucha en la radio de la habitación de Sheeran, el destino final de la cámara. 
Probablemente ese movimiento se encuentre más cercano a la majestuosidad del plano secuencia de la mansión de La edad de la inocencia. 
Hay más, mejor no desvelarlos.