Un Blues

Un Blues
Del material conque están hechos los sueños

24 nov 2019

Heroínas de nuestro tiempo.................................... Elvira Lindo..

Es inaceptable que ahora, con la coartada del feminismo, solo nos hagamos eco del clan de las ganadoras.

Virginia Woolf en junio de 1926.
Virginia Woolf en junio de 1926.
Nos sigue maravillando el mensaje de Virginia.
 La imperiosa necesidad de tener una habitación propia para poder crear, de contar con dinero para independizarse, la posibilidad de entrar en los círculos que históricamente han estado dominados por los hombres.
 No hay discusión sobre un anhelo expresado, además, de manera tan deslumbrante. 
Pero hay espíritus perspicaces que encuentran una segunda lectura tras lo que las demás consideramos incontestable.
 En 2007, la escritora Alison Light analizó la teoría de Woolf desde un ángulo original y necesario: atendiendo a la vida de sus sirvientas.
 En Mrs. Woolf and the Servants,Light estudia la situación de las criadas a tiempo completo de la escritora. 
 Virginia Woolf, eligiendo una vida más bohemia que la de sus padres, descartó el numeroso equipo de criados que solía servir en las casas burguesas y optó por quedarse solo con dos muchachas.

La cuestión es que la escritora, en esa obra fundacional sobre la independencia creativa de las mujeres, expone sus tesis acerca de la pobreza de las esposas en comparación con la riqueza de sus maridos burgueses, pero en su arco de visión no aparecen esas otras mujeres gracias a las cuales ella podía entregarse a una vida literariamente productiva.

 ¿Desconsideración? Sería fácil calificarlo así con la perspectiva del presente; creo que más bien se trata de una idea de clase tan arraigada que las necesidades de quienes sirven eran invisibles.

Me viene a la memoria el libro sobre Woolf porque en los últimos tiempos es frecuente leer reportajes celebratorios de los avances de la igualdad en los que solo aparecen mujeres poderosas, competitivas, líderes, atesoradoras de grandes fortunas. 
Una oda permanente a las números 1: las que ganan más dinero en los conciertos, las que tienen más seguidores en Instagram, las que dirigen bancos, las tiburonas de las empresas privadas.
 Y como se trata de mujeres y de ese poder del hemos sido excluidas (y seguimos estando) no hay pudor en presumir descaradamente de lo que se gana o de lo que se manda. 
El mensaje que se deduce de ese empeño en relacionar por sistema feminismo con competitividad y logros económicos parece un conchabamiento descarado con la tendencia económica ultraliberal que es el signo de estos tiempos.
 Hay otras mujeres, otras, que son la mayoría. 
Hay mujeres que desean igualdad para que las traten decentemente en sus oficios de limpiadoras, de cuidadoras, de celadoras, de camareras.
 Hay mujeres que no desean mandar sino realizar un trabajo y ser remuneradas con justicia.
 Hay mujeres que necesitan dinero para pagar el alquiler o para permitirse el lujo de ser madres. 
Hay mujeres necesarias para nuestro bienestar, las que cuidan a nuestros ancianos, las que lavan a los enfermos, las que limpian la calle, las que nos hacen de canguros; hay maestras que enseñan en la escuela nociones de igualdad, hay mujeres con vocación de servicio público, y hay artistas, también, que no desean estar en listas de más vendidos sino poder entregarse con desahogo a su campo creativo.
Que Virginia Woolf se olvidara de sus sirvientas a la hora de exponer aquello que necesita una mujer para escribir novelas es comprensible, dado su época y su origen de clase, pero es inaceptable que ahora, con la coartada del feminismo, solo nos hagamos eco del clan de las ganadoras, sin atender a esas otras mujeres, las anónimas heroínas de nuestro tiempo.
A mi me aburren (ahora) sobremanera esas mujeres, no las que lucharon por algo tan obvio como el derecho al voto, sino esas ricas intelectuales como Virginia Wolf, debió tener muchas habitaciones propias, y cuando se sumerge en el mar no creo que quisiera ahogarse pero ni su padre ni su marido estaban alli y quizás ella esperaba que la salvaran. 
Tampoco me gusta ya Simone de Bu boir con su vida lastimosa pendiente de Sartre, y menos Frida Khalo que hizo de su desgracia un motivo de entusiasmar a hombres y mujeres, no ,ya no, las tres fueron unas privilegiadas, ahora las mujeres no pueden pintar leer ni ir a reuniones literarias, ahora solo pueden hacer poco para que no nos maten o violen, esa violencia de género masculina hace que nos tiemble la mano al coger un pincel , un libro o un traje mejicano, es posible que incluyamos a Gala la que mandó sobre un universo masculino rendido a sus pies. Y ya no me interesa nada.
 

 

Cosas que no le dije al señor Roth ........................Isabel Coixet.

Cosas que no le dije al señor Roth

Constantes vitales........................................ Juan José Millás

Constantes vitales

 
 
A VECES ME pregunto cuántos difuntos hay en Madrid, no en el cementerio, claro, sino en sus propias casas.
 Quien dice Madrid dice Barcelona, Valencia, Bilbao, etcétera.
 Es mucha la gente que fallece en su domicilio sin que nadie lo advierta hasta pasados unos meses, incluso unos años. 
Guardo en la memoria el caso de una señora que se murió en el sofá del salón, viendo un programa de Tele 5 sin posibilidad alguna, lógicamente, de cambiar de canal.
 Así permaneció la pobre todo ese tiempo. Piensa uno que no es lo mismo, aunque estés difunto, tragarse la programación de un canal de pago, con su cine de calidad y tal, que la de uno generalista, con Belén Esteban a todo trapo.
 A lo mejor, el purgatorio consiste en pasar una temporada viendo Sálvame o Supervivientes por cruel que nos parezca. 
Pero mucho mal tendría que haber hecho en vida esa mujer para merecerse tal castigo. 
Quizá, en fin, no fuera más que un accidente.
 

Esas madres encerradas en sus cuartos ...............Rosa Montero

Esas madres encerradas en sus cuartos

EL VENTOSO Y desapacible domingo 10 de noviembre, día de elecciones, apareció en los medios una pequeña noticia que estoy segura de que pasó inadvertida, en primer lugar minimizada por el guirigay político, pero también porque este tipo de sucesos siempre son marginales, casi clandestinos.
 Son pequeñas tragedias sepultadas en las profundidades de lo doméstico.
 El hogar como infierno.
El crimen sucedió una semana antes en Foz (Lugo), pero fue el día 10 cuando se publicaron los datos de lo ocurrido. Un chico de 17 años asesinó a cuchilladas a su madre, Minaene, de 36; metió su cuerpo en una maleta que guardó en un armario y luego se pasó la noche viendo televisión.
 Minaene, residente en España pero de origen brasileño, se desvivía por su único hijo.
 En cuanto consiguió estabilidad económica se lo trajo aquí, y soñaba con darle una carrera.
 Pero el chico empezó a ponerse violento con ella. Minaene lloró ante las amigas, mostró unos cardenales: 
“Quiero poner un cerrojo en mi cuarto, el niño está muy raro”.

Hace tres o cuatro meses se puso en contacto conmigo X., una mujer desesperada.
 Tiene 70 años y un hijo de 50 que vive con ella y que ha tenido problemas de todo tipo; algunas mujeres le denunciaron por acoso, por ejemplo.
 Él es violento y ha agredido a su madre; ella pasa interminables noches de terror temiendo que la mate. 
Tiene pavor hasta de publicar su historia, y desde luego no quiere dar datos que los identifiquen. 
Y lo peor es que no hay nadie que la ayude. El sistema se desentiende por completo de estas mujeres; los psiquiátricos no se hacen cargo de los agresores, que a menudo tienen trastornos de personalidad de difícil evaluación y categorización.
 Así que no los internan, nadie puede forzarles a medicarse y las madres (casi siempre son las madres: los padres suelen borrarse cuando ven los problemas del hijo) están abandonadas e indefensas.
Pero denunciar tampoco parece ser la solución.
 El pasado mes de febrero la policía detuvo a un chico de 26 años en Madrid.
 En su casa encontraron el cuerpo de su madre, de 66 años, con la que vivía.
 La había troceado en fragmentos menudos que guardaba en táperes. Leí esta espeluznante historia en el digital Madridiario, que añadía con macabro mal gusto algo que, sin embargo, voy a reproducir porque quisiera que este artículo fuera un aldabonazo en las conciencias: “Con actitud fría, el joven confesó a los agentes que se había comido a la fallecida junto a su perro:
 ‘Nos la hemos ido comiendo”. Pues bien, al parecer este chico tenía una docena de antecedentes policiales, la mayoría por maltratos a su madre. ¿Y de qué sirvió?
Por otra parte me preocupa que estos casos terribles puedan engordar el prejuicio indiscriminado e ignorante que la sociedad mantiene contra las personas aquejadas por alguna enfermedad mental.
 Que conste que, según varios estudios, las personas mal llamadas “locas” muestran un porcentaje de violencia contra otras personas igual al de las llamadas “normales”. 
De hecho, es mucho más probable que ellos sean víctimas de la violencia a que la ejerzan. 
Y además el problema de este tipo de casos es que a menudo los hijos no muestran una patología clara; padecen psicopatías o conflictos de personalidad que la psiquiatría oficial no quiere y no sabe tratar.
 Pero no podemos seguir así, hay que hacer algo.
 Hay que crear unidades de apoyo específicas en los hospitales, hay que cambiar los protocolos e internar a los violentos.
 Hay que ayudar a esas madres (y a esos hijos).
 Ahora mismo hay muchas más mujeres sufriendo esta lenta, desgarradora tortura, esta pesadilla silenciosa. 
Pero no sabemos de ellas porque están encerradas en sus cuartos apenas protegidas por débiles pestillos.