El
consorcio científico del TMT tiene todos los permisos para construir en
Canarias, el plan b, frente al bloqueo total provocado por los nativos
en Hawái.
Recreación del TMT en la cumbre de La Palma. En vídeo, los detalles de su construcción.TMT La PalmaVídeo: TMT
El Consistorio del pequeño municipio de Puntagorda, en la isla de La Palma, abrió este martes la puerta a la construcción de una gigantesca instalación científica de vanguardia
de 1.200 millones en sus terrenos. El Telescopio de Treinta Metros
(TMT), de 18 plantas de altura, ya tiene todos los papeles en regla para
instalarse en la localidad canaria. Ya solo faltaría que el consorcio que dirige el proyecto se decida a cruzar el umbral y dé la orden de construcción, que pretenden que comience en la primavera de 2020. La situación sigue bloqueada en las cumbres de Hawái,
donde los nativos impiden físicamente el inicio de las obras en el
lugar elegido. Ahora, el TMT tiene por fin todas las facilidades para
elegir el plan b: construirlo en Canarias.
"Estamos entusiasmados y agradecidos de que se haya otorgado la
concesión de las licencias en La Palma. Mauna Kea sigue siendo el sitio
preferido para TMT, pero este es un paso esencial en el proceso para
desarrollar el sitio del plan b en La Palma,
si no fuera posible construir en Hawái", aseguran fuentes del
consorcio. Precisamente, hay convocada ya una reunión de los líderes del
consorcio el próximo día 23, y esta buena noticia puede ayudar a
decidir. "En este momento, no hay fecha establecida para determinar
nuestros próximos pasos para la construcción del TMT", continúa estas
fuentes. "El comité de directores del TMT se reúne regularmente. Esta es
una reunión programada para seguir la evolución del proyecto tanto en
Hawái como en La Palma junto con otros asuntos. En este momento, no hay
fecha establecida para determinar nuestros próximos pasos para la
construcción del TMT", aseguran desde el consorcio.
La
licencia de obras otorgada por Puntagorda en sus terrenos, 10 hectáreas
que se ceden al Instituto de Astrofísica de Canarias (IAC), llega
después de que la solicitara
hace unas semanas el consorcio, que ha estado haciendo avanzar en
paralelo sus dos opciones. Ya solo quedaría que el TMT, un consorcio
formado por universidades de EE UU (Caltech) junto a Japón, India,
Canadá y China, renuncie a Hawái y elija La Palma para comenzar a
levantar el telescopio y sus instalaciones de apoyo, que llevarán 10
años de obras. Esto son muchos puestos de trabajo, a los que hay que
sumar medio siglo de explotación científica del aparato, que contará con
numerosos empleos técnicos directos, sumados a los que se podrán
generar en el desarrollo de aparatos para las instalaciones. Además, el TMT aspira a ser un "buen vecino"
de la isla, después de la reacción negativa de parte de la sociedad
hawaiana, y se prevén importantes inversiones en formación y educación
por parte del consorcio. En las cumbres de La Palma también hay
funcionando más de una docena de telescopios y algunos de sus científicos e ingenieros son palmeros;
este nuevo proyecto podría multiplicar las vocaciones y oportunidades
para los locales. Además, la ciencia española tendría el 10% del tiempo
de observación a través del telescopio para realizar sus propios
proyectos astronómicos. Los problemas para el TMT comenzaron en 2014, cuando se decidió
comenzar las obras en Mauna Kea, la cumbre más alta de Hawái, que los
nativos consideran sagrada. Allí arriba ya hay una docena de
observatorios instalados, pero el colectivo dijo basta: bloquearon las
carreteras y la construcción de paralizó, comenzando una agotadora
batalla legal que finalizó hace unos meses. En julio de este año se
volvió a dar luz verde a la construcción del telescopio y, de nuevo, los
activistas cortaron la carretera. Cuatro meses después, el bloqueo
continúa y el TMT comienza a perder la batalla de la opinión pública. Incluso muchos destacados científicos de EE UU piden que se construya en Canarias.
En cambio, todas las instituciones españolas, desde el Gobierno al
Congreso, y Canarias, en todos los niveles, han mostrado públicamente su
apoyo a la construcción del TMT en España. Pero no es solo el apoyo político: desde que comenzaron a buscar una
solución alternativa a Hawái, los líderes científicos del TMT han ido
descubriendo las excelentes condiciones de las cumbres palmeras para la
observación del espacio. No son tan buenas como en Mauna Kea (2.300
metros de altitud frente a 4.200), pero los costes de funcionamiento en
Canarias serán la mitad de los 40 millones planeados en territorio
estadounidense, un importante ahorro para un aparato con más de 50 años
de vida útil. Todo este papeleo institucional sufrió un traspié cuando
la justicia tumbó la cesión de los terrenos al IAC por carecer de
declaración de impacto ambiental inicial, ya corregida, tras la denuncia
del colectivo ecologista Ben Magec, que promete mantener su oposición
al proyecto en La Palma por todos los medios.
Además, el TMT aspira a ser un "buen vecino"
de la isla, después de la reacción negativa de parte de la sociedad
hawaiana, y se prevén importantes inversiones en formación y educación
por parte del consorcio. En las cumbres de La Palma también hay
funcionando más de una docena de telescopios y algunos de sus científicos e ingenieros son palmeros;
este nuevo proyecto podría multiplicar las vocaciones y oportunidades
para los locales. Además, la ciencia española tendría el 10% del tiempo
de observación a través del telescopio para realizar sus propios
proyectos astronómicos. Los problemas para el TMT comenzaron en 2014, cuando se decidió
comenzar las obras en Mauna Kea, la cumbre más alta de Hawái, que los
nativos consideran sagrada. Allí arriba ya hay una docena de
observatorios instalados, pero el colectivo dijo basta: bloquearon las
carreteras y la construcción de paralizó, comenzando una agotadora
batalla legal que finalizó hace unos meses. En julio de este año se
volvió a dar luz verde a la construcción del telescopio y, de nuevo, los
activistas cortaron la carretera. Cuatro meses después, el bloqueo
continúa y el TMT comienza a perder la batalla de la opinión pública. Incluso muchos destacados científicos de EE UU piden que se construya en Canarias. En cambio, todas las instituciones españolas, desde el Gobierno al
Congreso, y Canarias, en todos los niveles, han mostrado públicamente su
apoyo a la construcción del TMT en España.
Saber el nombre del actor
protagonista de la película que estás viendo con tu amigo, pero ser
incapaz de recordarlo en ese preciso momento, es una sensación
exasperante. Encontrarte en el supermercado
sin saber lo que has venido a comprar es, cuando menos, confuso, y
poner la casa patas arriba en busca de las llaves del coche justo 2
minutos antes de salir de casa es un clásico. Intentas concentrarte,
focalizar, recordar, viajar en el tiempo y repasar cada segundo vivido
del día anterior. ¿Dónde estuve? ¿Y luego qué hice? Pero nada, los
recuerdos no llegan. A muchas personas estas lagunas les crean cierta
preocupación y los especialistas en alteraciones de la memoria
reconocen que son muchos los pacientes que acuden a consulta un tanto
asustados para preguntar si estos lapsus entran dentro de la normalidad. ¿Cuándo no hay qué preocuparse por estos resbalones mentales?
No es la memoria, es la atención
El
motivo de muchos de los fallos de memoria comunes está en la falta de
atención, muy frecuente en acciones mecánicas o que implican repetición. "Ser incapaz de recordar dónde aparcamos el coche o perder el hilo del
discurso en el transcurso de una conversación son lo que los médicos llamamos lapsos atencionales, pero no son fallos de memoria genuinos
y, en general, no deben alarmarnos", explica el director de la unidad
de Investigación y tratamiento de los trastornos de la memoria del
Centro Integral de Neurociencias HM CINAC, Javier Olazarán. Por esa
razón tener un lugar para guardar cada cosa y usarlo suele ayudar a no
tener que buscar las llaves cada vez que sales de casa. Tampoco sobran
los trucos para desarrollar una memoria prodigiosa...
Pelea de recuerdos en la punta de la lengua
Un clásico de los olvidos. Notas que la palabra que estás buscando va
a salir en cualquier momento pero, al mismo tiempo, sabes que no te va a
quedar más remedio que aceptar que el bloqueo es total. Muchas veces,
lo que sucede es que hay otro recuerdo que compite con el que estás buscando, explica la Universidad de Harvard en su blog de salud.
El término que produce el bloqueo normalmente es parecido a la que uno
busca, el cual, según las estimaciones de los científicos, aparece en
menos de un minuto la mitad de las veces. Se ha propuesto la idea de que
este fenómeno se hace más frecuente con la edad, y que es el
responsable de que a las personas mayores les cueste recordar algunos
nombres. Curiosamente, olvidar los nombres propios, lejos de ser un síntoma de
enfermedad neurodegenerativa, es algo bastante común porque están al
final de nuestras redes neuronales. "Nuestra mente es asociativa y se construye en basa a modelos de información interconectada. Esto significa que, para acceder a estos nombres, tenemos que competir
con mucha información relacionada que bloquea el acceso a ellos, como
por ejemplo, los rasgos físicos de esa persona, algo que haya dicho o
hecho... todos esos bloqueos mentales podemos considerarlos como
manifestaciones normales de un cerebro sano", dice Olazarán.
Una curiosa excusa para los plagios
Hay personas que presumen de memoria de elefante, de una
impresionante capacidad para recordar sucesos del pasado como si
hubieran ocurrido el día anterior. Salvo excepciones, lo piensan porque
no son conscientes de que los detalles de sus recuerdos son incorrectos. Si alguien les dijera que hay personas, lugares y fechas de sus anécdotas que no coinciden con la realidad,
puede que acabasen preocupándose por la mala calidad de su memoria.
Pero, desde el punto de vista biológico, lo más probable es que no
hubiera fallo alguno en ella. Es más, el padre de la psicología cognitiva Ulric Neisser demostró
que es un fallo de la memoria de lo más normal. El día después de la explosión del transbordador Challenger, en 1986,
Neisser pidió a sus alumnos que escribieran lo que había pasado y, tres
años después, les hizo la misma pregunta. Todos pensaban que sus
recuerdos eran precisos, pero solo el 7% respondió igual que la primera
vez, en un 25% de los casos no coincidían los detalles importantes y el
resto, aunque recordaba aspectos cruciales como con quién estaban cuando
se produjo el accidente, cambiaron la versión considerablemente. Estos "fallos de rigor" de memoria se acrecientan con la edad,
conforme los recuerdos son cada vez más antiguos, y explican algunos
casos en los que uno piensa que ha tenido una idea original cuando, en
realidad, en vez de originarse en su cabeza le ha llegado a ella desde
el mundo exterior: todo un plagio involuntario.
Un mismo hecho genera distintos recuerdos
Y es que en un mundo traidor / nada hay verdad ni mentira; / todo es según el color / del cristal con que se mira.
Estos versos de Ramón de Campoamor definen a la perfección cómo la
manera de ver el mundo determina el contenido de nuestros recuerdos. Si
lo que a uno le viene a la cabeza cuando rememora una experiencia es
diametralmente opuesto a lo que otra persona recuerda, a pesar de que
ambos fabricaron sus recuerdos juntos, no vale la pena enzarzarse en
quién tiene razón. Tampoco hay que insinuar que una visita al neurólogo
no estaría de más. El humor
del que estemos y las experiencias previas son solo dos aspectos que
sesgan la información cuando el cerebro codifica los recuerdos, de
manera que pueden no tener nada que ver con lo que objetivamente pasó en
realidad. De hecho, suele ser así.
Olvidar para recordar mejor
A veces cuesta aceptarlo, pero lo cierto es que la memoria es transitoria (las personas que lo recuerdan absolutamente todo
son la excepción a la regla). O sea, que no vale la pena pretender
competir con la enciclopedia y saber todos los nombres, fechas y
acontecimientos que nuestro cerebro ha registrado en alguna ocasión:
unos recuerdos duran más, otros menos y los hay que directamente
desaparecen, algo que suele suceder con más frecuencia cuando acabamos
de memorizar algo. Podemos interpretar estos olvidos como fallos en la
memoria cuando, en realidad, pueden ser todo lo contrario: los científicos consideran que este mecanismo es importante porque ayuda a "limpiar el disco duro" de información que se va acumulando con el tiempo, lo que permite almacenar nuevos recuerdos.
Coger atascos cada mañana, quedarte hasta tarde en el trabajo por
costumbre, llegar a casa y no tener tiempo para tu familia son
experiencias cotidianas que hacen que nuestros niveles de estrés
y ansiedad se disparen. También pueden hundirnos en la tristeza. Y,
metidos en esa vorágine de rutina, podemos acabar sufriendo un serio
aumento de presión arterial, la depresión, diabetes y obesidad. La buena
noticia es que son problemas fáciles de detectar y que tienen solución. El primer paso es hacer un sencillo test, como el que está disponible
en la página web del Ministerio de Sanidad. En el caso del estrés, se trata de una prueba de 14 preguntas confeccionada por la Sociedad Española para el Estudio de la Ansiedad y el Estrés,
que valora cómo reaccionamos ante determinadas situaciones estresantes,
así como la frecuencia o la intensidad con la que experimentamos un
conjunto de síntomas. El resultado se obtiene utilizando la Escala de
Estrés Percibido. Si tenemos más de 23 puntos, hemos tenido un nivel de estrés alto en el último mes. Si la puntuación es de 34 o mayor, el nivel es muy alto. Para conocer nuestros niveles de ansiedad, debemos responder a 12 preguntas sobre la frecuencia con la que hemos tenido determinados síntomas cognitivos, fisiológicos y motores. Si
la suma de nuestros resultados es 16 o mayor (en el caso de los
hombres), o 19 o mayor (en el caso de las mujeres), el Ministerio
recomienda buscar a un profesional para hacer una evaluación más exhaustiva. El test de la tristeza consta de 15 preguntas
y nos dará varios resultados relacionados con distintas emociones:
tristeza, ánimo, ira, ansiedad, fatiga y el Índice General de Alteración
Emocional (la suma de algunas de las anteriores). El Ministerio aporta
una tabla con las distintas puntuaciones por las que se considera que estos sentimientos son altos o muy altos.
La segunda
misión al satélite fue muy distinta de la primera en complejidad,
objetivos e incluso en la relación que mantenían entre sí sus
tripulantes.
El módulo lunar del 'Apolo 12' sobrevuela la Luna. En vídeo, así fue el segundo viaje a la Luna.NASA | epv
Tras el éxito del alunizaje delApolo 11, la NASA decidió programar el siguiente vuelo dentro del mismo año, siguiendo la consigna de Kennedy de alcanzar la Luna “antes de que termine el decenio”. Pero la misión del Apolo 12, que alunizaba hace hoy 50 años,
iba a ser muy distinta en complejidad, objetivos e incluso en la
relación que mantenían entre sí sus tripulantes. Armstrong y Aldrin se
habían tratado siempre con un respeto distante. Quizá imbuidos de la
trascendencia histórica de su viaje, en él no hubo lugar para bromas ni
comentarios relajados. El Apolo 11 fue un viaje de ingeniería, cuyo principal objetivo era demostrar que el descenso en la Luna (y posterior regreso) era posible. No importaba mucho la precisión de la maniobra, mientras ésta fuera
segura. Y el hecho de permanecer en la superficie sólo durante un par de
horas no dejaba mucho margen a hacer ciencia. Buena parte de él se
consumió en ceremonias protocolarias, desde el izado de bandera y
posterior conferencia telefónica con Nixon hasta el descubrimiento de la
placa conmemorativa. Después de su aventura, Armstrong, Aldrin y
Collins siguieron sus respectivos caminos, sin apenas volver a coincidir
salvo en las contadas ocasiones en que la NASA los convocaba para
alguna celebración. La tripulación del Apolo 12 (Pete Conrad, Richard Gordon y Alan
Bean) era otra cosa. Los tres eran aviadores navales y Conrad había
sido el instructor de Gordon y Bean en la escuela de pilotos de prueba
donde establecieron una buena amistad; en cuanto a experiencia en el espacio, Conrad había servido como copiloto en la Gemini 5 y volvió a volar en la Gemini 11,
llevando a su lado al mismo Gordon. Bean nunca había salido al espacio
pero Conrad tenía tan buena opinión de él que pidió expresamente que
fuera asignado a la tripulación del Apolo . Como piloto del módulo lunar, le correspondería bajar a la Luna junto con el comandante.
Desde el primer momento estaba claro que este sería un equipo muy
diferente. Dispuestos a realizar una misión impecable, los tres hombres
eran conscientes de que iba a ser el viaje de sus vidas e iban a
disfrutarlo. Pocas semanas antes del lanzamiento, Conrad tuvo un encuentro con
Oriana Fallaci, una periodista italiana escéptica de que la primera
frase de Armstrong (“El primer paso para un hombre...”) no hubiese sido
dictada por el departamento de Relaciones Públicas de la NASA. Conrad le
aseguró que tenían plena libertad para decir lo que quisiera y cruzó
una apuesta de quinientos dólares con ella. Cuando llegase a la Luna se
lo demostraría.
Cuando por fin pisó suelo lunar, la
primera fase de Conrad –nada épica, por cierto- fue una broma: “¡Yuuupi!
Este quizás fue un pequeño paso para Neil pero desde luego es uno bien
grande para mí”
De todo el equipo de astronautas, Conrad era el más bajito; Neil
Armstrong pasaba del metro ochenta. Cuando por fin pisó suelo lunar, su
primera fase –nada épica, por cierto- fue una broma: “¡Yuuupi! Este
quizás fue un pequeño paso para Neil pero desde luego es uno bien grande
para mí”. Fallaci nunca pagó la apuesta.
Pero no fue fácil llegar a ese momento. Las complicaciones
empezaron ya desde el lanzamiento, al que asistía el presidente de EE
UU como espectador de honor. Nixon había recibido a los astronautas del Apollo 11 a su llegada al portaaviones; ahora no quería perderse el espectáculo del despegue.
El módulo lunar del 'Apolo 12' sobrevuela la Luna. En vídeo, así fue el segundo viaje a la Luna.NASA | epv
Pero no fue fácil llegar a ese momento. Las complicaciones
empezaron ya desde el lanzamiento, al que asistía el presidente de EE
UU como espectador de honor.
En el Centro Kennedy
el tiempo era malísimo. Llovizna, nubes bajas y amenaza de tormenta
eléctrica. En esas condiciones las normas de seguridad aconsejaban
aplazar el lanzamiento. Pero –quizá por la presencia de Nixon–, se
decidió continuar de todas maneras. No había transcurrido un minuto de
vuelo cuando un rayo alcanzó el cohete. Diez segundos y otro más. En la atmósfera cargada de estática, el Saturn 5 se había
convertido en un pararrayos perfecto. No sólo por sus ciento diez metros
de metal sino por la cola de llamas que dejaba atrás. El plasma de los
escapes a altísima temperatura era un magnífico conductor que casi
llegaba al suelo. Desde la cápsula y recorriendo todo el cohete, dos
descargas de quizás 50.000 amperios se abrieron paso hasta tierra. Justo
cuando se aproximada a la zona de máxima presión aerodinámica.
La tripulación del 'Apolo 12': de izquierda a derecha, Conrad, Gordon y Bean.NASALos indicadores luminosos del panel de mandos se iluminaron como un
árbol de Navidad. Las tres células que suministraban energía eléctrica
se habían desconectado. Sin alimentación, la plataforma inercial perdió
todas sus referencias. La señal de alarma resonó en los cascos de los
tres pilotos. Y en Houston, los monitores de las consolas que seguían el
curso del cohete cambiaron para mostrar una serie de signos absurdos y
sin sentido. El encargado de monitorizar los sistemas eléctricos era John Aaron,
un ingeniero de 26 años que llevaba cuatro trabajando en Houston. Probablemente era el único en la sala que había visto ese mismo problema
antes, en el transcurso de una simulación. Sin alimentación, los
equipos que preparaban los datos de telemetría se habían apagado; de ahí
el caos que veía en su pantalla. Y sabía que existía una batería de
reserva.
El módulo lunar del 'Apolo 12' sobrevuela la Luna. En vídeo, así fue el segundo viaje a la Luna.NASA | epv
Tras el éxito del alunizaje delApolo 11, la NASA decidió programar el siguiente vuelo dentro del mismo año, siguiendo la consigna de Kennedy de alcanzar la Luna “antes de que termine el decenio”.
Pero la misión del Apolo 12,
que alunizaba hace hoy 50 años, iba a ser muy distinta en complejidad,
objetivos e incluso en la relación que mantenían entre sí sus
tripulantes. Armstrong y Aldrin se habían tratado siempre con un respeto
distante. Quizá imbuidos de la trascendencia histórica de su viaje, en
él no hubo lugar para bromas ni comentarios relajados. El Apolo 11 fue un viaje de ingeniería, cuyo principal objetivo era demostrar que el descenso en la Luna (y posterior regreso) era posible.
No importaba mucho la precisión de la maniobra, mientras ésta fuera
segura. Y el hecho de permanecer en la superficie sólo durante un par de
horas no dejaba mucho margen a hacer ciencia. Buena parte de él se
consumió en ceremonias protocolarias, desde el izado de bandera y
posterior conferencia telefónica con Nixon hasta el descubrimiento de la
placa conmemorativa. Después de su aventura, Armstrong, Aldrin y
Collins siguieron sus respectivos caminos, sin apenas volver a coincidir
salvo en las contadas ocasiones en que la NASA los convocaba para
alguna celebración.
Desde el primer momento estaba claro que
este sería un equipo muy diferente. Dispuestos a realizar una misión
impecable, los tres hombres eran conscientes de que iba a ser el viaje
de sus vidas e iban a disfrutarlo
La tripulación del Apolo 12 (Pete Conrad, Richard Gordon y
Alan Bean) era otra cosa. Los tres eran aviadores navales y Conrad había
sido el instructor de Gordon y Bean en la escuela de pilotos de prueba
donde establecieron una buena amistad; en cuanto a experiencia en el espacio, Conrad había servido como copiloto en la Gemini 5 y volvió a volar en la Gemini 11,
llevando a su lado al mismo Gordon. Bean nunca había salido al espacio
pero Conrad tenía tan buena opinión de él que pidió expresamente que
fuera asignado a la tripulación del Apolo. Como piloto del módulo lunar, le correspondería bajar a la Luna junto con el comandante.
Desde el primer momento estaba claro que este sería un equipo muy
diferente. Dispuestos a realizar una misión impecable, los tres hombres
eran conscientes de que iba a ser el viaje de sus vidas e iban a
disfrutarlo.
Pocas semanas antes del lanzamiento, Conrad tuvo un encuentro con
Oriana Fallaci, una periodista italiana escéptica de que la primera
frase de Armstrong (“El primer paso para un hombre...”) no hubiese sido
dictada por el departamento de Relaciones Públicas de la NASA. Conrad le
aseguró que tenían plena libertad para decir lo que quisiera y cruzó
una apuesta de quinientos dólares con ella. Cuando llegase a la Luna se
lo demostraría.
Cuando por fin pisó suelo lunar, la
primera fase de Conrad –nada épica, por cierto- fue una broma: “¡Yuuupi!
Este quizás fue un pequeño paso para Neil pero desde luego es uno bien
grande para mí”
De todo el equipo de astronautas, Conrad era el más bajito; Neil
Armstrong pasaba del metro ochenta. Cuando por fin pisó suelo lunar, su
primera fase –nada épica, por cierto- fue una broma: “¡Yuuupi! Este
quizás fue un pequeño paso para Neil pero desde luego es uno bien grande
para mí”. Fallaci nunca pagó la apuesta.
Pero no fue fácil llegar a ese momento. Las complicaciones
empezaron ya desde el lanzamiento, al que asistía el presidente de EE
UU como espectador de honor. Nixon había recibido a los astronautas del Apollo 11 a su llegada al portaaviones; ahora no quería perderse el espectáculo del despegue.
En el Centro Kennedy
el tiempo era malísimo. Llovizna, nubes bajas y amenaza de tormenta
eléctrica. En esas condiciones las normas de seguridad aconsejaban
aplazar el lanzamiento. Pero –quizá por la presencia de Nixon–, se
decidió continuar de todas maneras. No había transcurrido un minuto de
vuelo cuando un rayo alcanzó el cohete. Diez segundos y otro más.
En la atmósfera cargada de estática, el Saturn 5 se había
convertido en un pararrayos perfecto. No sólo por sus ciento diez metros
de metal sino por la cola de llamas que dejaba atrás. El plasma de los
escapes a altísima temperatura era un magnífico conductor que casi
llegaba al suelo. Desde la cápsula y recorriendo todo el cohete, dos
descargas de quizás 50.000 amperios se abrieron paso hasta tierra. Justo
cuando se aproximada a la zona de máxima presión aerodinámica.
La tripulación del 'Apolo 12': de izquierda a derecha, Conrad, Gordon y Bean.NASA
Los indicadores luminosos del panel de mandos se iluminaron como un
árbol de Navidad. Las tres células que suministraban energía eléctrica
se habían desconectado. Sin alimentación, la plataforma inercial perdió
todas sus referencias. La señal de alarma resonó en los cascos de los
tres pilotos. Y en Houston, los monitores de las consolas que seguían el
curso del cohete cambiaron para mostrar una serie de signos absurdos y
sin sentido.
El encargado de monitorizar los sistemas eléctricos era John Aaron,
un ingeniero de 26 años que llevaba cuatro trabajando en Houston.
Probablemente era el único en la sala que había visto ese mismo problema
antes, en el transcurso de una simulación. Sin alimentación, los
equipos que preparaban los datos de telemetría se habían apagado; de ahí
el caos que veía en su pantalla. Y sabía que existía una batería de
reserva.
“Probad SCE a AUX”
Nadie, ni siquiera el director de vuelo ni Conrad sabían de qué
estaba hablando cuando dijo “probad SCE a AUX”. SCE era un oscuro
conmutador en la nave, apenas utilizado. Frenéticamente, Alan Bean lo
buscó en su zona del panel, dio con él y lo accionó. Como por milagro,
todo volvió a la normalidad. El apagón sufrido por la nave no había
afectado al computador que guiaba la trayectoria del cohete, situado 20
metros más abajo. A bordo, toda la adrenalina acumulada se descargó en
forma de carcajadas. En Houston
también hubo suspiros de alivio, pero no del todo. Imposible saber si
las descargas habían dañado el sistema de apertura de paracaídas. En ese
caso, no había solución, así que mejor no comentar nada.
Una de las piezas del módulo lunar, silueteado contra la Tierra.NASA
El resto del viaje transcurrió sin incidentes. El Apolo 12
tenía por objetivo posarse en un punto concreto del Océano de las
Tormentas, en el hemisferio occidental de la Luna. Allí había ido a
parar, dos años y medio antes, la sonda Surveyor 3. Conrad y
Bean debían recuperar algunas piezas cuyo desgaste querían analizar los
ingenieros. Pero, para eso, tendrían que descender a no más de
trescientos metros de distancia. La autonomía de sus escafandras
aconsejaba no exceder ese límite.