No demasiado
Como demostró el Supremo con la otra manada, siempre hay maneras de interpretar y aplicar la ley .
Pero, aun así, me parece chocante que la escandalosa sentencia a la manada de Manresa haya causado menos repercusión de lo que yo esperaba.
Porque a mí me parece inadmisible, gravísima.
Una niña de 14 años,
borracha y drogada hasta la inconsciencia, fue violada brutalmente por
turnos por cinco hombres una decena de años mayores.
La Audiencia
Provincial de Barcelona ha considerado que esta salvajada es tan sólo un
delito de abusos sexuales, porque al estar sin sentido no tuvieron que
utilizar intimidación ni violencia, dos requisitos que el artículo
Una exigencia obsoleta y machista que termina culpabilizando a la
víctima, que debe poco menos que dejarse matar, en plan mártir
cristiana, para que quede claro que la violentaban, y que desde luego
pone el énfasis probatorio (y sobre todo reprobatorio) en el
comportamiento de la agredida.
Y, sí, emborracharse y drogarse a los 14
años no es lo ideal, pero ¿cuántos varones cometen la misma estupidez
sin que, como castigo divino, cinco energúmenos les penetren por
diversas partes de su cuerpo?
Sí, el origen de la pifia está en ese Código Penal que el Gobierno
prometió modificar, cosa que no ha hecho.
Pero, aun así, responsabilizo a los jueces de esta sentencia inmoral. Como demostró el Supremo con la otra manada, siempre hay maneras de interpretar y aplicar la ley.
Y, aun en el caso de sentirse atados de pies y manos, podrían haberlo dejado mucho más explícito en los argumentos.
Muy mal esa Audiencia.
Lo que de verdad subyace en el fondo es un prejuicio milenario, una concepción profundamente sexista de la realidad.
Acabo de revisar para una novela que estoy escribiendo el famoso caso de Cromwell Street, la casa de los horrores de Fred y Rosemary West, en Gloucester, Reino Unido.
Durante 20 años, en los setenta y ochenta, este par de psicópatas violaron, torturaron y asesinaron al menos a 12 mujeres, entre ellas una hija de ambos de 16 años y una hijastra de 8.
Además, Fred violó y maltrató a sus otras hijas, y todos los niños (ocho en total) eran obligados a ver pornografía y vivían en un estado de terror.
Pero lo más trágico, y por eso lo traigo a colación, es que el sistema ignoró una y otra vez las señales de alarma (lo contó Marta Rivera de la Cruz en un reportaje en 2005).
A los 20 años, Fred fue denunciado por violar a su hermana de 13. El tipo lo admitió, pero el caso fue sobreseído.
Violaron y maltrataron a la niñera de sus hijos, Carol, que les denunció a la policía.
Pero en comisaría la convencieron para que retirara la acusación (“eres facilona, ¿verdad, Carol? Ningún juez te creerá. Aceptaste participar en el jueguecito”).
El profesor de gimnasia de Anne Marie, la hija mayor, se preocupó al ver que la niña de 12 años venía una y otra vez llena de cardenales; una funcionaria fue a Cromwell Street, tomó el té con la encantadora Rosemary y se marchó convencida de que Anne Marie era muy traviesa.
Siete de las jóvenes desaparecidas habían sido inquilinas de los West, pero la policía no prestó atención a esa clamorosa coincidencia: eran chicas de vida desestructurada, cuya existencia no era importante para nadie
. Mujeres, al fin y al cabo, prescindibles. Ese es el quid de la cuestión: nadie se preocupó por las violaciones, nadie priorizó a las víctimas.
Lo cual permitió que el horror perdurara durante 20 años.
Hasta que llegó una inspectora, recalco, una mujer, Hazel Savage, que se tomó en serio el caso y consiguió una orden de registro (Fred se ahorcó en la cárcel antes del juicio; Rosemary, condenada a cadena perpetua, sigue dentro).
En fin, las cosas quizá hayan mejorado un poco.
Pero, vista esta sentencia, no demasiado.
Pero, aun así, responsabilizo a los jueces de esta sentencia inmoral. Como demostró el Supremo con la otra manada, siempre hay maneras de interpretar y aplicar la ley.
Y, aun en el caso de sentirse atados de pies y manos, podrían haberlo dejado mucho más explícito en los argumentos.
Muy mal esa Audiencia.
Lo que de verdad subyace en el fondo es un prejuicio milenario, una concepción profundamente sexista de la realidad.
Acabo de revisar para una novela que estoy escribiendo el famoso caso de Cromwell Street, la casa de los horrores de Fred y Rosemary West, en Gloucester, Reino Unido.
Durante 20 años, en los setenta y ochenta, este par de psicópatas violaron, torturaron y asesinaron al menos a 12 mujeres, entre ellas una hija de ambos de 16 años y una hijastra de 8.
Además, Fred violó y maltrató a sus otras hijas, y todos los niños (ocho en total) eran obligados a ver pornografía y vivían en un estado de terror.
Pero lo más trágico, y por eso lo traigo a colación, es que el sistema ignoró una y otra vez las señales de alarma (lo contó Marta Rivera de la Cruz en un reportaje en 2005).
A los 20 años, Fred fue denunciado por violar a su hermana de 13. El tipo lo admitió, pero el caso fue sobreseído.
Violaron y maltrataron a la niñera de sus hijos, Carol, que les denunció a la policía.
Pero en comisaría la convencieron para que retirara la acusación (“eres facilona, ¿verdad, Carol? Ningún juez te creerá. Aceptaste participar en el jueguecito”).
El profesor de gimnasia de Anne Marie, la hija mayor, se preocupó al ver que la niña de 12 años venía una y otra vez llena de cardenales; una funcionaria fue a Cromwell Street, tomó el té con la encantadora Rosemary y se marchó convencida de que Anne Marie era muy traviesa.
Siete de las jóvenes desaparecidas habían sido inquilinas de los West, pero la policía no prestó atención a esa clamorosa coincidencia: eran chicas de vida desestructurada, cuya existencia no era importante para nadie
. Mujeres, al fin y al cabo, prescindibles. Ese es el quid de la cuestión: nadie se preocupó por las violaciones, nadie priorizó a las víctimas.
Lo cual permitió que el horror perdurara durante 20 años.
Hasta que llegó una inspectora, recalco, una mujer, Hazel Savage, que se tomó en serio el caso y consiguió una orden de registro (Fred se ahorcó en la cárcel antes del juicio; Rosemary, condenada a cadena perpetua, sigue dentro).
En fin, las cosas quizá hayan mejorado un poco.
Pero, vista esta sentencia, no demasiado.