Legumbres
En Barcelona no han condenado a los destructores, sino a las fuerzas del orden que obstaculizaban la destrucción.
Por ejemplo: durante
varias noches seguidas la Jefatura Superior de Policía de Barcelona fue
acosada, con la intención de asaltarla, por hordas vandálicas y
embozadas que buscaban el cuerpo a cuerpo con los agentes y dejaron
malheridos a muchos de ellos. Como esa Jefatura se encuentra en pleno
centro de la ciudad, y los vecinos estaban desesperados de no poder
transitar, de verse hostigados en sus casas ahumadas por los
contenedores en llamas, de no atreverse a salir mientras se libraban
abajo batallas campales,
al Ayuntamiento que preside Ada Colau se le ocurrió una idea propia de
quien tiene por cerebro un garbanzo, a saber: que la Jefatura se mude, se traslade a otro sitio,
para no perturbar más al vecindario.
Es decir, según ese cerebro de
legumbre, la culpa de los disturbios no es de quienes los provocan,
lanzan piedras, bolas de acero, botellas, cócteles Molotov, adoquines y
cuanto les parece arrojadizo y muy dañino, sino de quienes los padecen y
son atacados con violencia extrema.
El problema no son los matones, son sus víctimas.
Si éstas no
estuvieran donde están, en Via Laietana, la zona no se convertiría cada
noche en un remedo menor del peor Beirut.
Lo que no se le ocurrió en
ningún momento al cerebro garbancil fue desalojar a los alborotadores.
¿Cómo iba a actuar el Ayuntamiento colauita contra unos chicos
justamente indignados por La Sentencia? ¿Que condenaban a la población a
atrincherarse y le impedían llevar su vida normal? Bueno, siempre
podría largarse, ella también, si la Policía persistía en ocupar el
edificio desde el que causaba tantas molestias.
Además, ¿con qué fuerzas
iba a intervenir la alcaldía, si la propia Colau desmanteló hace tiempo
la unidad antidisturbios de la Guardia Urbana y menguó los efectivos de
ésta?
En relación con estos violentísimos altercados (cuando escribo
todavía hay un Policía Nacional cuya vida corre peligro, y no son pocos
los Mossos d’Esquadra con huesos rotos y los atacantes maltrechos), la
Presidenta de la Assemblea Nacional Catalana, Elisenda Paluzie, dio
indicios de tener por cerebro una lenteja cuando declaró complacida que
la violencia desatada ofrecía ventajas y un lado positivo, a saber: merced a ella, Barcelona y el procés
(o “el conflicto”, eufemismo siniestro empleado por ETA y sus acólitos
durante sus décadas de tiros en la nuca, secuestros y bombas
indiscriminadas) estaban en toda la prensa internacional y resultaban
más visibles.
De acuerdo con ese razonamiento (por darle nombre
inmerecido), más presente aún estaría “el conflicto” si los encapuchados
se dedicaran a cortar cabezas en las plazas con hacha o con guillotina;
o si colgaran de farolas y árboles a los “desafectos” y “traidores”, o
si lincharan a los mossos, a los policías y a los escasos municipales
que osaran detener su destrucción.
Si la violencia tiene esa ventaja y
ese lado positivo, lo que en realidad recomendaba la lentejil Paluzie
era imitar —por qué no— los métodos de ETA o del Daesh, que, como
ustedes saben, ha estado, está y estará muy presente en los medios del
mundo entero.
Por su parte, el President de la Generalitat y otros muchos políticos
y ciudadanos se han enfurecido con el conseller de Interior, Buch, porque ha cumplido con su cometido de proteger a todos los habitantes y velar por que Barcelona no sea arrasada por los
chicos indignados, entre los cuales había profesionales italianos,
griegos, holandeses, alemanes, de la guerrilla urbana internacional, no
tan chicos y llamados ex profeso a organizar y dirigir las nada
espontáneas acciones.
No han condenado a los destructores, sino a las
fuerzas del orden que, con gran sentido del deber, obstaculizaban la
destrucción, y les han puesto una lupa encima a ver cómo las pueden
empapelar.
Todo esto lo hemos visto a menudo en los westerns: los
facinerosos que asuelan un pueblo están a las órdenes del cacique o
terrateniente, que monta en cólera cuando un sheriff honrado mete en el
calabozo a quienes aterrorizan el lugar.
Si puede, lo destituye, como
está a punto de pasar con Buch, y si no, le dice que huya, como propuso
Colau, y, si no, hace reducir la cárcel a escombros y tirotear al
sheriff por su indocilidad.
Pero también esto se ha visto en la
realidad, y aunque ya lo recordé aquí hace un año, a raíz del famoso
“Apretad” de Torra a los CDR, toca repetirlo, y con más motivo y más
alarma: en 1933, poco después del incendio del Reichstag en Berlín y
poco antes de las elecciones generales, la policía que debía impedir
desmanes y abusos estaba al mando… de Göring, fundador de la Gestapo,
quien permitió a los desalmados de camisa parda reventar violentamente
los mítines de todos los partidos menos el suyo,
claro está.
En Cataluña los Mossos están a las órdenes de un
independentista convencido, pero honrado, cumplidor y con sentido del
cargo.
Pero quienes están por encima de él, Torra y su amo Puigdemont,
son cómplices de los facinerosos que destrozan y agreden y se saltan las
leyes y la voluntad de sus compatriotas; como lo son, asimismo, los
cerebros al frente de la ANC y del Ayuntamiento, una lenteja y un
garbanzo.
Eso sí, con mucha malignidad los dos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario