Un Blues

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Del material conque están hechos los sueños

7 oct 2019

“La distancia entre el campeón del mundo de ajedrez y las máquinas es mayor que entre Usain Bolt y un Ferrari”

Gari Kasparov participa en un encuentro en Milán organizado por 'La Repubblica' y otros diarios europeos, entre ellos EL PAIS.

 
 

El ex campeón mundial de ajedrez, Gari Kasparov, durante su intervención en la primera edición de Onlife en Milán
El ex campeón mundial de ajedrez, Gari Kasparov, durante su intervención en la primera edición de Onlife en Milán
Al ex campeón mundial de ajedrez Gari Kasparov aún le escuece: "No fue la primera partida que perdí contra una máquina. Fue la primera partida que perdí", dice. En 1997 Deep Blue, de IBM, ganó al vigente campeón de ajedrez, que llevaba 12 años imbatido. "Las primeras semanas fueron muy duras", dice.
 "Fui el primer trabajador intelectual derrotado dolorosamente por una máquina delante de todo el mundo".
 Kasparov admite que perdió no por la brillantez de Deep Blue, sino por su consistencia
. Cometió menos errores. Kasparov pidió una tercera competición –en la primera en 1996 había ganado el humano–, pero IBM se negó: 
"Fue una sabia decisión estratégica", dice Kasparov.

Por suerte para Kasparov, no fue un caso único. Aquella distancia no ha hecho más que crecer: 
"La distancia entre el campeón actual de ajedrez, Magnus Carlsen, y las máquinas es mayor que entre Usain Bolt y un Ferrari".

Kasparov se ha convertido hoy en un evangelista del futuro de la inteligencia artifical y de la colaboración entre hombre y máquina. Esta lección sobre la bondad del futuro se ha dado en la primera edición de Onlife, un encuentro organizado en Milán por el diario La Repubblica con la colaboración de Lena, una asociación de periódicos europeos a la que pertenece EL PAÍS.  
Onlife es un neologismo inventado por el filósofo italiano Luciano Floridi que significa ese espacio donde "no hay una diferencia real entre estar online y offline, y que es una gran zona híbrida, rebautizada como onlife", según Carlo Verdelli, director de La Repubblica.

Nos quejamos porque estamos vivos

"La tecnología es la razón principal por la que estamos vivos para quejarnos de la tecnología", ha bromeado Kasparov.
 Su optimismo le ha llevado a comparar el valor de la inteligencia artificial con el de Steve Jobs, fundador de Apple, de cuya muerte se cumplieron ocho años el 5 de octubre:
 "Las máquinas pueden personalizarte y darte lo que no sabes que quieres, pero no saben darte lo que aún no existe, como hizo Jobs".
Otros ponentes han sido más cautos.
 Uno de los pioneros de internet, Kleinrock, ha admitido que la evolución del medio ha sido irregular. En los primeros años era difícil imaginar este declive hacia una red donde el spam, el ransomware, los ataques y la falta de privacidad tuvieran un peso tan grande: 
"En los primeros 20 años nadie monetizó la red y nadie se portaba mal", ha explicado. 
Les fue más difícil prever el declive.
El objetivo logrado del encuentro ha sido comprobar cómo la mutación que vive la sociedad desde hace escasas tres décadas es varias cosas a la vez: una amenaza, una esperanza y un lío.
 Todas son válidas.
 Unos prefieren centrarse en lo que se pierde, otros en lo que se gana y otros aún en la complejidad. 
"Es una bendición a medias", ha dicho Kleinrock, con el conocimiento grave de alguien que lleva 50 años en primera línea. Quizá por eso practica un sabio desapasionamiento:
 "Es un nuevo mundo. ¿Queréis entenderlo?
 Preguntad a vuestros hijos".

La alcaldesa Colau explicó la labor de Barcelona durante su primer mandato contra "la gentrificación bestial" provocada por la plataforma Airbnb. "La primera vez que hablamos con ellos nos dijeron que no podíamos hacer nada en contra de ellos, pero luego aprendimos", ha dicho.
Durante el día y medio que ha durado Onlife pasaron más de 4.000 personas por el Teatro Parenti y el Politécnico de Milán a ver charlas sobre un futuro que cada vez más ya está aquí: "Es un futuro ya presente", según Verdelli. Las charlas analizaron los retos de una época en la que la promesa de una tecnología liberadora se ha convertido en una realidad ambigua. Junto a Kásparov, han intervenido entre otros la alcaldesa de Barcelona, Ada Colau, y el alcalde de Milán, Giuseppe Sala; el creador de la app Waze que ayuda a evitar atascos, Uri Levine; los escritores Alessandro Baricco y Roberto Saviano; el matemático que mandó el primer paquete de datos por internet, Leonard Kleinrock, o la autora del libro germinal La era del capitalismo de la vigilancia, Soshana Zuboff.

 

A Lady Di le preocupaba tener los pechos pequeños (y otras historias secretas del gran pope de las revistas de moda)

El legendario editor Nicolas Coleridge se despide de los años gloriosos de Condé Nast revelando algunos secretos de sumario de la alta sociedad británica. 

A Lady Di le preocupaba tener los pechos pequeños (y otras historias secretas del gran pope de las revistas de moda)
Nicolas Coleridge en su despacho de Vogue House. 

Cuando solo tenía dieciséis años y estaba convaleciente en casa de su madre por una lesión de espalda, Nicholas Colerige buscaba en los revisteros del salón algo que le sacase de su aburrimiento: encontró la revista de ecos de alta sociedad Harpers & Queen. “Aquellas horas de lectura cambiaron mi vida”, cuenta en sus memorias, The Glossy Years, que ahora lanza Penguin Books (y que todavía no se ha publicado en España).
 “El brillo del papel satinado, la fragancia de las tiras de perfume pegadas en las páginas de publicidad, el morbo de las vidas sofisticadas de las que allí se hablaba me atraparon”.
 Supo inmediatamente que él quería trabajar en esa industria.

Se puso manos a la obra: mandó a la publicación una columna escrita a mano titulada “Cómo sobrevivir a las fiestas adolescentes”. 

Una década después era el director de la revista. También es cierto que su posición social no jugaba en su contra a la hora de hacerse sitio en ese mundillo: su padre, descendiente del poeta Samuel Taylor Coleridge, era el presidente de la uberlondinense aseguradora Lloyd’s y él estudiaba en esa fábrica de prohombres llamada Eton, donde también se formaron todos sus hermanos.

El presidente de Conde Nast Britain (antes también de Condé Nast Internacional) es una leyenda del mundo editorial: forma parte de esa élite del periodismo de estilo de vida que en las décadas finales del siglo XX podían gastar ingentes cantidades ingentes de dinero en crear páginas prodigiosas, en las que la moda, la belleza, el lujo y las vidas extraordinarias se convertían en altas expresiones artísticas.
Ahora que el mundo de las revistas atraviesa una profunda crisis, Nicholas Coleridge se retira (aunque seguirá formando parte del comité directivo del museo Victoria and Albert, del Patronato de las artes Gilbert y del consorcio de la pura lana virgen del Príncipe de Gales). 
 Pero antes de hacerlo quiere hacer recuento ante el mundo de las cosas extraordinarias que ha vivido, desde sus comienzos en Tatler al lado de Tina Brown (también mítica artífice de los años gloriosos de Vanity Fair) hasta sus años de frenesí e intrigas en Vogue House, donde se encargó del lanzamiento de títulos tan incontestables como GQ, Glamour o Love.
 Y donde vivió momentos extraordinarios, como aquella vez que el perro más pijo de toda Inglaterra murió aplastado por la puerta giratoria del edificio; ese día que un editor de GQ apareció muerto en un país de Europa del Este tras una orgía bien aderezada con whisky y drogas; aquella ocasión en que un periodista de Tatler amenazó con tirarse por la ventana si le quitaban su puesto; o esa vez que la excéntrica (que es como llaman los británicos a los locos influyentes) directora de moda Isabella Blow tomó un taxi de Londres a Liverpool para ir a una sesión de fotos porque no sabía que se podía ir en tren. 

Pese a la posición ejecutiva que ha ocupado en los últimos años, Coleridge sigue siendo un afiladísimo analista de los usos y costumbres de la jet-set en general y de la aristocracia británica en particular.
 Y es esa voz que disecciona con precisión de cirujano los mecanismos de la vanidad es la que usa en su libro para recordar, por ejemplo, aquel almuerzo con Lady Di en el que ella estaba preocupada por unas fotos publicadas por el Daily Mirror en las que salía haciendo topless durante unas vacaciones en un hotel en España. 
El príncipe Guillermo, que entonces estudiaba en Eton (ese ambiente que Coleridge conocía tan bien) la había llamado disgustado.
 Coleridge cuenta que Lady Diana le dijo:

“Los demás chavales se están burlando de él, diciéndole que mis tetas son muy pequeñas”

 La princesa estaba contrariada también y, en confianza, le preguntó: “Nicholas, se franco, por favor. Quiero saber tu punto de vista. ¿Crees que mis pechos son demasiado pequeños?”. 

No es la única indiscreción que contiene el volumen: también narra el acuerdo de 100 millones de libras al que llegó con Mohamed Al-Fayed en el club Bath & Racquets para que retirara una demanda contra Vanity Fair o desliza que John Travolta (amigo íntimo de Diana) viaja siempre con un asistente que se ocupa específicamente de su pelo.

Aunque el libro esté impregnado de la malicia, el sentido de la diversión y el saber vivir que es necesario para triunfar -y disfrutar- en el mundo de las revistas de alta gama,
 Coleridge también trasciende los meros cotilleos y habla del funcionamiento de la industria: analiza la feroz rivalidad entre editoriales, dice que una buena portada puede significar un aumento de las ventas en quiscos de hasta le veinte por ciento y hace un análisis de cifras de circulación. 
En las entrevistas que ha concedido con motivo del lanzamiento de sus memorias es realista: sabe que el futuro del papel es incierto, pero está convencido de que no ha muerto aún. 
Y si le preguntan por el rol de los influencers (como hicieron en The Independent) es enormemente crítico: 
“Los grandes periodistas de moda tienen un conocimiento profundo de la industria y pueden hacer valoraciones útiles y con entidad. Los influencers tienen muchos seguidores y los invitan a los shows, donde les fotografías con un bolso nuevo maravilloso que les ha regalado una marca. 
Pero yo no llamo a eso periodismo”.
Entra dentro de lo previsible que este caballero de Eton acostumbrado a cerrar tratos con supermodelos y estrellas en los restaurantes más sofisticados de Mayfair no apruebe la llegada de la plebe a los front rows
 El mundo en el que él triunfó se regía con unos valores muy diferentes.
 Él es el último mohicano de un universo que se desvanece.

6 oct 2019

Alejandro Sanz presume de su nueva novia, Rachel Valdés

El cantante y la artista cubana han sido fotografiados en una playa de San Diego con la hija mayor del artista.

 Hace solo tres meses que Alejandro Sanz anunció al mundo que se separaba de Raquel Perera tras una década de relación y dos hijos en común, Dylan y Alma.

 Ahora, el cantante ya presume de nueva novia.

 Tras semanas de noticias que hablaban de la presencia de Rachel Valdés, una artista cubana, en la vida de Sanz, la revista ¡Hola! publica este miércoles un reportaje en el que se ve a la pareja en actitud cariñosa por una playa de San Diego acompañados de Manuela, la hija mayor de Alejandro Sanz. 

La nueva pareja del músico le acompaña en la gira que está realizando por Estados Unidos tras finalizar la que realizó este verano por España.

Todo indica que los problemas de Alejandro Sanz y Raquel Perera son de hace tiempo.

 El cantante comunicó su separación a través de sus redes sociales: "Somos una familia y siempre lo seremos. Decidimos amarnos para siempre y así será.

 Lo eterno tiene la complejidad y la ventaja de transformar las maneras de amarse en otras direcciones, sin destruir el cariño, la lealtad y la responsabilidad conjunta sobre nuestros hijos. Nuestra familia está por encima de cualquier cosa... es diversa y bella, como la vida y así permanecerá.

 El mundo cambia, nosotros también, siempre amorosamente. Gracias por respetarlo". 

Raquel Pereda y Alejandro Sanz comenzaron su relación en 2007, dos años después de que el cantante se separara de Jaydy Michel con quien se había casado en Indonesia en 1999. 

Al principio mantuvieron su relación fuera del foco de los medios y en enero de 2011 anunciaron que esperaban su primer hijo, Dylan, que nació el 12 de julio de ese año. 

Con la misma discreción, y por sorpresa, la pareja contrajo matrimonio el 26 de mayo de 2012 en la finca que el cantante tiene en la localidad cacereña de Jarandilla de la Vera.

 Un enlace que ni siquiera conocían los familiares y amigos a los que congregaron allí ese día y que pensaban que solo asistían al bautizo de Dylan, que se celebró al mismo tiempo que su matrimonio.

El 24 de julio de 2014 llegaba al mundo su segundo hija, Alma. 
El cantante tiene además un cuarto hijo, Alexander, de una relación extramatrimonial y a quien Sanz dio a conocer a través de un comunicado en diciembre de 2006.
 En dicho comunicado el músico afirmaba que su hijo tenía entonces tres años y explicaba que si no había informado antes de su existencia había sido por "expreso deseo de la madre, una mujer totalmente ajena a la vida pública".
Rachel Valdés, de 30 años, es una artista de origen cubano que se graduó en la Academia Nacional de Bellas Artes San Alejandro de La Habana en 2010 y en el Vermot Studio Center.
 Esta última es una selectiva organización sin fines de lucro situada en Johnson, ciudad del Estado de Vermont, que organiza programas de residencia en Bellas Artes y Escritura y está considerado como una de las más grandes de Estados Unidos en este tipo de disciplinas. 
Valdés mantiene un estudio en el barrio de El Vedado en La Habana, pero también reparte su trabajo entre Estados Unidos y Barcelona, ciudad a la que viaja periódicamente ya que es allí donde vive su hijo Max, de cinco años, fruto de su matrimonio con un catalán algunos años mayor que ella de quien está divorciada.
Fueron amigos comunes quienes los presentaron.
Alejandro Sanz se mueve mucho entre artistas y cada vez más fomenta su afición por la pintura. 
El cantante confesó en 2018 a la Agencia Efe que en un momento dado tuvo que elegir entre la pintura y la música, y eligió lo segundo. 
 Pero el gusanillo quedó ahí y en mayo de 2018 retomó su afición a lo grande presentando en Nueva York su primera exposición, Smile, en colaboración con el artista mallorquín Domingo Zapata. 
Una treintena de cuadros con los que Sanz encontró otra vía para dar salida a sus emociones. 
“Solo fabrico caminos para que el arte que nace en mí camine hacia su hogar”, escribió entonces en sus redes sociales.

 

Tradiciones que matan… a las mujeres Por: Alejandra Agudo

La activista Afifa Azim, ex directora de Afghan Women’s Network, que impartió una conferencia sobre la mujer en Afganistán el pasado 10 de julio en la Universidad Menéndez Pelayo.
En su intervención dijo que la violencia doméstica se da por “tradición”.
“Es algo que forma parte de la manera de ser del país. 
No es resultado de la guerra, sino de la cultura”, sentenció.
 Hay tradiciones que matan, y mucho. Pero con los disparos, las lapidaciones o las palizas no solo mueren las mujeres, mueren los derechos humanos universales.
En un repaso por la historia de la situación de la mujer en Afganistán, las fotografías de féminas de los años 60 que muestra Azim en su ponencia podrían confundirse con una imagen de España en aquellos tiempos.
Pero después, en aquel país vino la ocupación soviética, la guerra, y de nuevo la ocupación internacional. 
En cada capítulo de ese proceso, la mujer ha perdido.
“En 1921 las mujeres afganas podían viajar al extranjero para estudiar, la forma de vestir era distinta, podían  trabajar fuera de la casa...”, recuerda Azim, como quien aspira a volver a principios del siglo XX. 
“Antes de la llegada de los rusos vivían bien”, sentencia. Durante el tiempo que los soviéticos estuvieron Afganistán se empezó a hablar de igualdad, pero Azim cree que la sociedad "no estaba preparada", aunque "hubo cambios"
. Después, a partir de 1992 (comienzo de la guerra civil), según el relato de la activista, hubo un retroceso: las chicas no querían ir a la escuela por si las violaban por el camino, los talibanes mataban a mujeres en estadios de fútbol y las golpeaban si salían solas de casa sin un hombre al lado.

 “Fue una época muy mala”, dice Azim mientras lo explica, casi con serenidad, mientras se suceden en su presentación Power Point las fotografías de mujeres amoratadas a golpes, sin nariz, sin rostro.
"En 20 años de guerra hemos perdido muchas cosas", añade.
 La semblanza de la ponente mientras explica las imágenes evoca la serenidad que demuestra la joven Najiba antes de morir, sin gritos de clemencia, esperando su fatal destino ya asumido.

 
En 2001 las fuerzas de la OTAN, lideradas por EE UU y Gran Bretaña, invadieron Afganistán… y más de una década después las ejecuciones continúan.

Azim confía en que “ahora hay oportunidades para la mujer”. Pero tienen mucho trabajo: frenar los asesinatos, las palizas por salir de casa sin compañía masculina, acabar con los matrimonios infantiles en contra de la voluntad de los menores -y en los que la mujer debe obedecer sin rechistar los deseos del varón-, tiene que cambiar la actitud de repudio familiar cuando una mujer se divorcia, deben poder volver a confiar en la seguridad de las calles para que las niñas vayan a la escuela, se formen, trabajen… (sin ser maltratadas en el intento).
“Fuera se piensa que esto ocurre por el islam, pero no es así, es por la cultura”, afirma contundente la activista. Y cambiar las tradiciones lleva muchas generaciones.
Pero no hay que dejar solo que el tiempo pase para que las cosas vayan a mejor (podría ocurrir lo contrario). La acción es importante. ¿Qué hacen las activistas afganas para luchar por los derechos de la mujer? 
 “Llevamos este problema ante los ojos del mundo”, responde la conferenciante.
 “Pedimos a la comunidad internacional que cuando otorgue fondos a Afganistán lo haga con condiciones”, añade.  
El fotoperiodista Gervasio Sánchez, con larga trayectoria en la cobertura de conflictos armados, cree que la respuesta de la comunidad internacional es “nula” y “mira sistemáticamente para otro lado”.
 Así lo dijo en una rueda de prensa sobre el curso Afganistán, una década perdida, en el que participa Azim.
La ayuda, sin embargo, no siempre tiene que venir de fuera, debe nacer también desde el interior del país. 
Nadie puede cambiar la cultura de los ciudadanos afganos de la que habla Azim, sino ellos mismos.
Con leyes que se respeten, aunque contradigan la tradición.
 “Es fundamental que se haga cumplir la ley que castiga la violencia contra la mujer.
 La gente sigue la ley. Esa es la manera de luchar contra la tradición”, dice Azim. Sánchez coincide
. Y denuncia que los jueces afganos sentencian a favor del “mejor postor” y que el sistema se ha convertido “en una justicia de pago”. En su comparecencia, el periodista relató cómo una mujer que intente divorciarse o denuncie a su marido por malos tratos “puede acabar en la cárcel acusada por testigos falsos”.
Entonces, ¿qué hacer si la manzana está podrida por dentro? ¿Qué hacer si se no se condena a quienes infringen la ley, si nadie lleva a los hombres frente a la justicia? 
“¿Qué pueden hacer las mujeres si nadie las protege?”, se pregunta la activista.