El
pensador francés conoció al activista Thierry Voeltzel en 1975, lo
entrevistó en diversas ocasiones y publicó un libro de conversaciones
que ve la luz por primera vez en español.
Michel
Foucault (izquierda), acompañado de Thierry Voeltzel (en el centro) en
el aeropuerto de Teherán, durante una de las dos visitas que ambos
realizaron en 1978 a Irán.Michel Setboun, a través de la editorial La Cebra
Norte de Francia. Verano de 1975. De camino a la casa de vacaciones
familiar, un joven atisba un punto de la autopista donde los coches se
detienen con facilidad. Levanta un cartel y el dedo pulgar, y un
vehículo se para ante él. Un hombre calvo con americana a cuadros y
gafas con montura de acero se sienta al volante. Él se sube y pronto
ambos entablan conversación con facilidad: hablan de viajes, de música,
de lecturas recientes. El joven le cita un ensayo que ha hojeado el día
anterior, y el conductor le devuelve una enorme sonrisa cómplice. Por un
momento piensa que aquel hombre que acaba de recogerle es el autor de
ese libro. Y ya totalmente seguro de su identidad se vuelve hacia él y
le dice: "¿No será usted Michel Foucault?". "Todo ocurrió por puro azar. Foucault era muy popular, pero yo apenas había leído partes de su Pierre Rivière (1973), y ni siquiera tenía idea de su aspecto", recuerda al teléfono Thierry Voeltzel, el autostopista
que aquel día conoció a una de las figuras fundamentales en la
transformación que experimentarían las ciencias sociales en los años
setenta. Voeltzel tiene entonces 20 años, y Foucault roza los 50, pero
la diferencia de edad no evita una estrecha relación. Un poderoso punto en común los une: Voeltzel es un activista que denuncia los abusos en prisiones, hospitales y talleres,
los mismos lugares sobre los que reflexiona un pensador que a fuerza de
practicar un marxismo heterodoxo ha terminado distanciado de los
representantes de una corriente hasta entonces dominante en el panorama
intelectual francés.
Pronto
la fascinación de Foucault por el joven será total. El propio
pensador se lo confiesa a su compañero, Daniel Defert: "Daniel, he
conocido a un chico que no es que tenga veinte años, es que es el chico
de los veinte años". Voeltzel tiene claras las razones de ese asombro:
"Le sorprendió que no había vivido en primera línea Mayo del 68
[entonces tenía 13 años] y, sin embargo, mi pensamiento y mis acciones
políticas, como manifestarse a favor de los inmigrantes o trabajar con
individuos recluidos en prisiones u hospitales, se debían a aquel
periodo". Arrancarán proyectos juntos. El más importante, una serie de
entrevistas que ve la luz en 1978. Foucault no incluye su nombre en el
volumen que recoge esas conversaciones: quiere que el protagonismo sea
para su interlocutor. Para la descripción de su sexualidad libre y sin
etiquetas, su ruptura con una familia disfuncional, su relación con los
psicotrópicos o su lucha por unas condiciones diferentes para reclusos o
enfermos mentales. La obra apenas recibe atención, y durante décadas
solo el biógrafo de Foucault, Didier Eribon, y un pequeño grupo de amigos saben que es él el interlocutor de Voeltzel. En 2014 la editorial Gallimard reedita el volumen. Y revela el nombre
del entrevistador. Voeltzel escribe además entonces un breve apunte,
incluido también en la primera edición en castellano de la obra, que
acaba de publicarse bajo el título Veinte años y después (Ediciones La Cebra, con prólogo y traducción del investigador Alfredo Sánchez Santiago). En él, el activista adelanta los diálogos que siguen, que dan cuenta de
cómo el modelo de activismo político del marxismo entra en declive, y
los jóvenes renuncian a la revolución para en su lugar combatir
desigualdades concretas.
Foucault
y Jean Paul Sartre protestan por el asesinato de Pierre Overney, un
trabajador de Renault que murió en 1972 a manos de un agente de
seguridad mientras repartía panfletos políticos.Getty
La situación de los homosexuales, de las mujeres, de los inmigrantes,
de los reclusos, de los individuos internados en manicomios... Mayo del
68 dio la palabra a estos colectivos, y diez años después, sus
denuncias ya forman parte del debate público. "El lema yankee del Peace and love
(Paz y amor) y el consumo de cannabis y LSD tuvieron su correpondencia
política en una nueva forma de denuncia social más local", comenta
Miguel Morey, catedrático de Filosofía en la Universidad de Barcelona e
introductor en España de la obra de Foucault.
Relación con la situación actual
El libro se publica en castellano en un momento en el que Morey cree
que en España se respira "un aire de familiaridad con las movilizaciones
pos 68". El profesor se refiere a las mareas feministas, a los jóvenes
que denuncian el colapso climático global y a "los brotes ciudadanos"
que surgen en los puertos para recibir a buques de ONG con migrantes a
bordo. "Veo, como entonces, espontaneidad y una mezcla de dolor
absoluto, afán festivo y conciencia de la desigualdad existente". Para Julián Sauquillo, catedrático de Filosofía del Derecho en la Universidad Autónoma de Madrid, el
"éxito" del modelo de denuncia sectorial que inauguró Mayo del 68 y del
que Foucault es representante depende hoy de su convivencia con las
formas tradicionales de combatir la desigualdad. "La
crítica de la vida cotidiana no puede olvidar la explotación, la
precariedad laboral o el paro juvenil", señala Sauquillo. Un análisis
que comparte la filósofa argentina Luciana Cadahia: "El modelo
político de Foucault no articula las diversas denuncias sociales. No es
práctico a menos que configure un nuevo sujeto político que permita
combatir la desigualdad inherente al sistema capitalista". Voeltzel recuerda en el texto que escribió en 2014 cómo un largo viaje
de dos años por Australia le distanció de Foucault. A su vuelta, este ya
se encontraba gravemente enfermo de sida, aunque aún se frecuentarían
hasta su muerte en 1984, a los 58 años. Voeltzel tuvo tiempo de hablarle
del oficio que entonces descubrió y al que aún hoy se dedica: la
restauración de muebles. "Supongo que se alegraba de ver que hacía
aquello para lo que tenía algo de talento: vivir". Mayo del 68.
El
neurocientífico Mariano Sigman explica en este capítulo de la serie 'Sé
lo que estás pensando', de 'Materia' y EL PAÍS Vídeo, la asociación
entre la imaginación y el descanso.
La nueva entrega de 'Sé lo que estás pensando' dedicada a la creatividad.LUIS MANUEL RIVAS | LUIS ALMODÓVAR | JAIME CASAL
¿Cómo lograr que se nos ocurran estas ideas creativas que son tan
difíciles de encontrar, pero que una vez encontradas parecen obvias,
magnificas, claras, potentes?
Es decir, ¿cómo hacer para ser creativo?
Comencemos con una advertencia necesaria: no hay, por muchos que se
encarguen de pregonarla una fórmula universal de la creatividad.
Hay
algunos elementos que, si bien no aseguran la creatividad, la hacen
mucho más probable.
Y en esta entrega de 'Sé lo que estás pensando'
nos ocuparemos de uno de ellos, uno que hará muy feliz a los militantes
de la pereza: el sueño.
Mientras dormimos, el cerebro ni se apaga ni
trabaja a media máquina.
Al contrario, funciona a pleno consumiendo
tanta energía como durante la vigilia.
Y muchas historias sugieren que
el sueño es de hecho una usina creativa.
Quizás la más extraordinaria
sea la de Paul McCartney
que cuenta que despertó de un sueño con una melodía.
Apurado, para no
olvidarla, le puso una letra sobre unos huevos revueltos y solo un
tiempo después, le dio la letra que hoy todos conocemos: Yesterday.
La que quizás sea la canción más famosa del siglo XX, nació en un sueño.
Sé lo que estás pensando es una serie sobre los enigmas del cerebro.
Si has conocido a una persona que parece idónea y sin embargo algo te
dice que desconfíes.
O te enfadas mucho por cosas que, si las piensas en
frío, no valen tanto la pena.
Somos muchos en esta lista. La ciencia
observa, indaga, pregunta, investiga, para descubrir estas formas que
nos relacionan de maneras tan particulares.
De eso trata Sé lo que estas pensando, de teñir de ciencia preguntas de todos los días, sobre cómo somos, sobre nuestras virtudes y nuestros demonios.
La actriz regresa tras un tiempo alejada de los focos. "Sentí que estaba perdiendo mi identidad", asegura.
La
actriz Renée Zellweger. En vídeo, el tráiler de 'Judy', la película que
se estrena en septiembre donde Zellweger interpreta a Judy Garland.GTRES | BBC FILMSDespués de haber desaparecido durante varios años, Renée Zellweger regresa con la serie Dilema y explica los motivos de su ausencia de Hollywood en una entrevista a Closer.
"Sentí que estaba perdiendo mi identidad. Ya no podía soportar ese
entorno, ya no podía mantenerme. Hollywood es un universo en el que
puedes perder rápidamente tu rumbo. Realmente me gustó el trabajo de ser
actriz, pero no pude soportar nada de lo que le rodea. Tuve la suerte
de darme cuenta de que una carrera no tiene importancia en relación con
la vida en general", ha explicado la actriz, que en abril cumplió 50
años. "Sentí
que me había convertido en una especie de impostora", ha añadido. "Ya
no podía mirarme más, pero tampoco escucharme hablar. Era hora de que me
tomara un descanso. Sentí la necesidad de entrar en una especie de
silencio para escuchar mejor a los demás y comprender mejor la vida.
Dejando Hollywood, me hice más fuerte. Aprendí mucho de esta experiencia
y me permitió volver a Hollywood con otro estado de ánimo", ha
sostenido. Zellweger ha elegido la televisión para su regreso y no el cine. "Ya no
hay distinción entre cine y televisión. Hemos llegado a un punto en que
los programas de televisión pueden tener incluso mayor calidad que las
películas", ha aclarado. Renée Zellweger en una escena de 'Dilema'. En vídeo, el tráiler de la serie.Netflix
La actriz, tantas veces escrutada por sus cambios estéticos,
también ha hablado de esta polémica. "Puede sorprender, pero no me han
tocado esas críticas. Admito, sin embargo, que este periodo me resultó
extremadamente violento, pero creo que me hizo aún más fuerte. De hecho,
es bastante extraño, pero estos comentarios me hicieron sentirme mejor
conmigo misma, aprendiendo más sobre quién era yo como mujer, como
persona". Lejos de Hollywood, la actriz pasó mucho tiempo con su familia,
estudió y trabajó para organizaciones benéficas. "Hace mucho tiempo que
quería dedicarme a asociaciones que luchan por la defensa y protección
de las mujeres en todo el mundo. Por eso pasé un tiempo en Liberia
desarrollando un programa escolar para mujeres jóvenes". También le gusta mucho correr. "Me di cuenta de que esta actividad
física me permitió eliminar mi estrés, mi fatiga y mis ansiedades", ha
explicado. Sobre su vida personal asegura que ser famosa no ha tenido un impacto
negativo en su vida amorosa. "Creo que cada relación está influenciada
por el trabajo y la vida en general. Es algo que es bastante humano. Sin
embargo, está claro que es mejor en una relación alejarse de este
entorno que puede ser muy tóxico".
La
neoyorquina escoge la capital española para el último concierto de sus
59 años de carrera y se muestra emotiva, serena, humilde y
extraordinariamente generosa.
Joan
Baez durante su concierto de despedida anoche en la V edición de
Universal Music Festival. En vídeo, un fragmento de su interpretación
del tema 'Llegó con tres heridas' de Joan Manuel Serrat.Vídeo: Atlas
“Este es mi último concierto de mi última gira”, anunció Joan Baez a la media hora justa de recital, por si quedaba algún despistado entre los 1.750 asistentes que habían agotado el papel en el Teatro Real
madrileño.
Lo dijo sin atisbo de dramatismo y con tanta naturalidad que
aprovechó justo ese momento para deshacerse de las sandalias y pisar
con los pies desnudos el último de sus más de 5.000 escenarios.
Asumir el final no es el más dulce de los platos,
pero la sabiduría ayuda a interiorizar los ciclos de la vida. Y esta
vez asumíamos el inmenso honor de sentarnos frente a una mujer
inmensamente sabia.
Si
nada o nadie lo remedia, Baez se subió este domingo por última vez a
unas tablas.
No es el Real un mal sitio para despedirse, desde luego:
hermoso, distinguido, con ringorrango y una acústica inmaculada.
Joan
sigue tan linda y estilosa como de costumbre, cabellera nívea a juego
con la chaqueta, espléndida a sus 78 primaveras, cristalina en su timbre
e inquebrantable en el compromiso con las causas justas, que a menudo
coinciden también con las perdidas.
No hay carencias o limitaciones que
obliguen a esta retirada, más allá del legítimo anhelo de sosiego e
introspección para encarar el último tramo del camino.
Pero la
ilustrísima Joan Chandos se hace a un lado sin que nadie pueda
formularle un solo reproche de enjundia ni a su integridad ni a su
expediente.
La decisión del adiós está tomada y, parafraseando la
canción que le servía de apertura, no tiene por qué pensárselo dos
veces.
Así está bien.
Don’t Think Twice, It’s Alright constituyó solo la primera incursión en el repertorio de Dylan, de quien nuestra protagonista fue pareja y musa.
Se sucederían más tarde It Ain’t Me Babe (en una lectura particularmente hermosa, gracias a los sutiles arabescos de Dirk Powell con la guitarra eléctrica), y Forever Young, aunque a la nómina también podría de alguna manera añadirse Diamonds & Rust.
Un catálogo de fascinaciones, reproches y cicatrices sobre la relación
con el bardo y la oportunidad magnífica para deleitarnos con la
intersección entre las voces de Joan y Grace Stumberg, una de sus
innumerables jóvenes herederas.
Es curioso que estos Diamantes
fueran durante la única aportación de Baez en toda la noche como autora,
otro detalle que refrenda su generosidad y talante humilde después de
59 años de trayectoria discográfica.
La neoyorquina quiso dedicarle sus
últimos 87 minutos de oficio a algunos de los hombres que han definido
no solo su obra musical, sino su mirada hacia este mundo apasionante y
turbulento que nos ha tocado en suerte,
Y eso incluye a Leonard Cohen (Suzanne), Donovan (Catch the Wind), Kris Kristofferson (Be and Bobby McGee), Lennon (Imagine) o Paul Simon (The Boxer), pero también a luminarias menos populares como Earl Robinson, cuyo Joe Hill hizo fortuna entre la brigada Abraham Lincoln para la resistencia antifranquista.
Una debilidad absoluta para nuestra
dama, que conste.
“La canté en Woodstock; la he cantado en cualquier
parte del mundo, con gobiernos de izquierdas o de derechas, y la sigo
tarareando en la ducha”, enumeró.
Y otro ejemplo de que el cancionero de
Joan nunca consentiría un significante carente de significado.
Ya había
sucedido minutos antes con Deportees, de Woody Guthrie, tan
vigente como parapeto frente a quienes con tanto desparpajo pregonan
ahora su odio.
“No es tiempo de construir muros”, anotó Baez, “sino de
alimentar al hambriento y vestir a quien está desnudo“.
La generosidad de esta mujer admirable se reafirmó con la invitación a Amancio Prada para cantar en buen gallego Adiós ríos, adiós fontes,
aquella despedida de Rosalía de Castro que en una ocasión como esta
sonaba aún más ‘morriñenta’.
Igual que era difícil no sentir esta vez un
escalofrío con un verso particularmente conmovedor de The Boxer:
“Me estoy marchando, pero el fuego aún permanece”.
Pero Joan Baez
rehuyó el drama y el sentimentalismo.
Solo dijo estar “alegre, pero
triste” y Gracias a la vida, el clásico de Violeta Parra escogido como último título antes de los bises, sonó más grácil, amable y andino que elegíaco.
Ni siquiera quiso Baez hacer
especial hincapié en que Gabriel Harris, el percusionista de su trío
acompañante, fuese su propio hijo.
No hubo ni una sola lágrima en esta
página para la historia que se marca el Universal Music Festival; si
acaso, algún que otro temblor.
Llegó la última tanda de bises, con No nos moverán, Donna, donna y Dink’s Song, y el último estribillo,
“Adiós, mis amigos, adiós”, quedó prendido en un viento esta vez más mesetario que dylanita.
Porque seguimos sin encontrar muchas respuestas decisivas, solo que a
partir de hoy ni siquiera contaremos con la ayuda de Joan Baez para
buscarlas.