Un Blues

Un Blues
Del material conque están hechos los sueños

23 jun 2019

Mejor una dentadura descomunal......................Javier Marías

No todo el mundo está dotado para perorar en público, lo cual sería requisito indispensable para contratar a un comentarista.



UNOS DOMINGOS atrás, el Defensor Carlos Yárnoz dedicaba su sección a glosar y agradecer los desvelos de un veterano lector de EL PAÍS que lleva años detectando y señalando incorrecciones, disparates y anglicismos innecesarios en estas páginas. 
El señor Rojo merece reconocimiento, aunque su tenacidad, a la larga, esté condenada al fracaso. 
Yo dejé de tratar estas cuestiones hace años: contra las inundaciones no se puede luchar, pese a que lo hagan de vez en cuando, con acierto y moderación, Pedro Álvarez de Miranda y Álex Grijelmo
La única vez que me dirigí a una Defensora del Lector fue para quejarme de que los redactores, editorialistas y columnistas ignoraran o hubieran olvidado que el verbo “hacer” también se conjuga en casos como este: “Mañana hará un año de la muerte de…” O bien, “Ayer hizo un año de…” Ahora casi todo el mundo aplica un “hace” invariable incluso en frases así: 
“Hombre, hace mucho que no te veía”.
 también en televisión y radio los locutores aplican “hace” en toda ocasión; aunque estén diciendo un absurdo. 
Ya no lo saben. En estos meses de elecciones continuas y negociaciones y pactos, cualquiera que se asomara a la televisión sufrió una sobredosis de informativos, mesas de análisis y tertulias. Hoy hay la consigna de que cualquiera pueda ser cualquier cosa, para no discriminar ni “invisibilizar” (verbo idiota donde los haya). Así, un sordo puede ser director de orquesta y un ciego jurado en un festival de cine o árbitro, los cojos son policías de patrulla y los mancos también dirigen orquestas con el mentón (estoy exagerando, todo hay que avisarlo hoy). 
Bueno, bien está. 
 Lo que ya se me escapa es que sean locutores personas con pésima dicción o confusa, o que hablan hacia dentro y se las oye a duras penas, o que pronuncian todo nombre extranjero excesivamente mal. 
Un cargo de una tele es incapaz de decir “homosexualidad”: siempre suelta “homoxesualidad” y “homoxesual”. 
Sería fácil corregírselo, le bastaría con ensayar. 
Recuerdo un episodio de una vieja película de Dino Risi y otros, Los complejos. Se titulaba “Il dentone”, y en él Alberto Sordi aparecía con unos dientes gigantescos,  en verdad imposibles, del todo desaconsejables para figurar en pantalla, de frente, largo rato. Sin embargo, su dicción era tan clara y perfecta, la construcción de sus frases tan impecable, su conocimiento y pronunciación de otras lenguas tan acabados, su elocuencia tan cautivadora, que iba pasando una prueba tras otra hasta convertirse, contra zancadillas y pronóstico, en el “conductor” del telegiornale.
 Él, además, no se veía el defecto, se creía en posesión de “un divino perfil romano”. 
Es decir, en 1965 se sometía a examen a los locutores; no cualquiera podía realizar ese trabajo, se precisaban ciertas habilidades. 
Salvando las enormes distancias en cuanto a las consecuencias, no se permitiría operar a alguien que no fuera cirujano, ni siquiera a un ciego ni a un manco, a los que sin duda hay que ayudar y facilitar el camino.
 Pero sólo hasta cierto punto, me parece a mí. 
Otro tanto vale para los tertulianos que proliferan. 
Más allá de que sepan o no de qué hablan, de que sus análisis y opiniones iluminen o sean obviedades o sandeces, de que se copien unos a otros y no aporten nada que haga pensar o por lo menos dudar, debería exigírseles un mínimo de vivacidad en el habla y de capacidad para resumir en sus exposiciones. 
Los hay que, en cuanto toman la palabra, obran como potentes somníferos en el espectador.
 A algunos les cuesta tanto arrancar —y luego se arrastran como orugas— que me resulta imposible prestarles atención. 
El mero sonido de su voz me “desconecta”: a la primera y trabajosa frase ya estoy pensando en mis asuntos. 
No todo el mundo está dotado para perorar en público, ni para captar la atención y mantenerla, lo cual sería requisito indispensable para contratar a un comentarista.
 Los que más abundan, con todo, son los gritones y atropellados (se asegura que “dan espectáculo” y hacen subir las audiencias); los que encadenan parrafadas inconexas, taxativas y sin argumentación, siempre vociferantes e interrumpiéndose unos a otros. 
Como esas charlas ya rara vez son entre cuatro o cinco, sino entre diez o catorce, no se oye ni entiende nada, es un guirigay que en seguida lo lleva a uno a abismarse de nuevo en sus pensamientos y después cambiar de canal o apagar el televisor.
 No comprendo que a esos individuos (alguno se salva, claro está) no se les hagan pruebas previas: de articulación, de elocuencia, de claridad mental y expositiva, de vivacidad en el uso de la palabra y habilidad para interesar. 

No me cabe duda de que aquel antiguo “dentone” que interpretó el gran Alberto Sordi se haría hoy el amo en nuestro país, con su supuesto perfil romano divino y su dentadura descomunal. 

22 jun 2019

[H] Reflexiones

Hay dos actrices, igual me queda alguna más que aunque incomparables entre ellas siempre las asocio, no por sus películas sino por sus vidas.
Son Marylin Monroe y Romy Scheneider.


La primera siempre se piensa que está ya todo dicho. Su muerte da para muchas hipótesis, me quedo con que la asesinaron, esa fragilidad y contradicción como persona, vida desordenada, buscaba, dicen en los hombres un amor imposible, por no haberlo tenido nunca, una vida errante sin estabilidad, parecía la rubia tontita glamurosa, su mente estaba siempre en otro lado, dicen que los Kennedy la incitaron a ser más errática, Jhon Kenedy no fue su gran amor, era un hombre, como todos los kennedys , mujeriego y se afianzaba en sus conquistas, se dice que no le gustó mucho la idea de la tarta, Marylin con un vestido bordado en brillantes, ceñido a su cuerpo que no llevaba nada debajo.


Pero no sé ese grado de dependencia sexual, que ella creia amor, y con Robert Kennedy igual.
Doble moral, por qué los mataron? a ella antes, el caso es que debe ser un magnetismo especial de los Presidentes de EE.UU. 

Les gustaba mucho tener entre sus piernas una Hydra devoradora, a Marylin no le gustaba eso, pero viendo como Clinton metió la pata, bueno, otra cosa, con aquella paletuda Becaria, y su mujer tuvo que salir en su defensa, Hyllary, le sabría a cuernos quemados, natural, pero aguantó el tipo y ahí estuvo al lado de ese Presidente tonto-lava. 
Y a Jhon Kennedy Jacky , se los tapaba con esos sombreritos que marcaron un estilo de moda.
De Romy, su azarosa vida sentimental, buena actriz con Visconti, no era la ñoña de Sissi, no, era una mujer que tenía una adicción Alain Delon, luego tuvo otras pero ligadas a él. 
Alain Delon Guapo hasta decir basta, metido en turbios asuntos, pero si le oyes hablar era un hombre inteligente, con un pasado de soledad y guerras, no fue buen actor, pero eso que importa!, a Romy la dejó un dia, y se fue con otra, de todas formas nunca se dejaron, Romy en cuanto la llamaba Delon Iba, dejando en casa hijos y novios o maridos, él estuvo a su lado en la terrible tragedia de su hijo, y se ocupó de ella cuando su corazón se partió en trocitos, dicen que era heroinomana, y que murió porque quiso poner fin, la noche esa fue visitada por Alain,
 Desgraciadas mujeres, inteligentes, bellas pero un punto sin resolver, su amor, Ma

rylin no pudo tener hijos y Romy perdió al suyo de forma escabrosa, la niña no pudo consolarla, unas vidas que no parecen paralelas, quizás porque no era necesario, ya que confluian en sus desgracias. 

La noticia sobre el maltratador Nixon que no fue escrita

 
 

Seymour Hersh admite en sus memorias que erró al no exponer las palizas del presidente a su mujer.

Richard Nixon y su esposa Pat en 1958.
Richard Nixon y su esposa Pat en 1958. LIFE / Getty
Tom Wicker, el magnífico reportero, redactor y columnista del Times, acercó una silla a mi escritorio de aquella ruidosa sala de redacción y me preguntó si podía dedicarle un minuto.
 Yo le dije que por supuesto. 
 Se acercó más a mí y me dijo que la noticia sobre la manera de expresarse de Nixon, así como los desmentidos desproporcionados de la Casa Blanca y los ataques al periódico y a mi persona decían mucho del estado mental irracional de Nixon y le habían hecho recordar una noticia que no llegó a escribir.
 A él lo habían nombrado director de la delegación de Washing­ton en 1964 mientras, además, cubría la información de la Casa Blanca. En un determinado momento, a finales de 1965, cuando la guerra de Vietnam estaba, ya entonces, estancada, presentó para su publicación un artículo con un análisis duro sobre la guerra y sus peligros un día o dos antes de que sus colegas del grupo de periodistas de la Casa Blanca y él se desplazaran en avión al rancho de Johnson para pasar un largo fin de semana con el presidente.
A media mañana del sábado se dio una rutinaria rueda de prensa y a los periodistas se les informó de que ese día no había actos oficiales programados para Johnson
 En un momento dado, este, conduciendo un Lincoln descapotable blanco, como hacía a menudo, se acercó al corrillo de periodistas a toda velocidad, frenó en seco, abrió la puerta del copiloto (todas las miradas estaban clavadas en él), gritó: “¡Wicker!” y le hizo una seña para que se montara. 
Tom subió al coche y los dos se alejaron por una carretera polvorienta. 
Ninguno de los dos decía nada. 
Al cabo de un rato, Johnson frenó de nuevo y se detuvo junto a unos árboles.
 Dejó el motor al ralentí, se bajó, dio unos pasos hacia los árboles, se detuvo, se bajó los pantalones y defecó allí mismo, a plena vista. El presidente se limpió con unas hojas, se subió los pantalones, se montó en el coche, dio media vuelta y regresó a toda velocidad junto al corro de periodistas. 
Una vez allí, tras otro brusco frenazo, Tom se bajó del coche. 
Todo ello tuvo lugar sin que mediara una sola palabra.

Richard Nixon y su esposa Pat en 1958.
Richard Nixon y su esposa Pat en 1958. LIFE / Getty
Yo viviría mi propio momento Wicker, pero sin las lamentaciones, después de que Nixon abandonara la Casa Blanca con deshonra el 9 de agosto de 1974 para regresar a su residencia de San Clemente, California, en primera línea de mar.
 Unas semanas después me llamó alguien relacionado con un hospital cercano en California y me dijo que la esposa de Nixon, Pat, había sido atendida en urgencias pocos días después de la salida del presidente de Washington. 
Según contó a los médicos, su marido la había golpeado. 
Puedo decir que la persona que me hablaba manejaba una información muy precisa sobre el alcance de las lesiones y sobre la indignación del facultativo de guardia que la trató.
 Yo no tenía ni idea de qué hacer con aquella información, si es que debía hacer algo, pero me mantuve fiel a la vieja máxima del City News Bureau: 
“Si tu madre te dice que te quiere, contrástalo”.
 Yo, a mediados de 1974, ya había llegado a conocer bastante bien a John Ehrlich­man, así que le llamé y le expliqué, facilitándole más datos de los que incluyo aquí, lo que le había ocurrido a Pat Nixon en San Clemente. 
Ehrlichman me asombró respondiéndome que tenía conocimiento de dos incidentes previos en los que Nixon había agredido a su mujer
 La primera vez fue 10 días después de perder las elecciones a gobernador de California en 1962, momento en que declaró amargamente ante la prensa que aquella era su última contienda electoral y que “Nixon ya no se dejaría apalear más”. 
Una segunda agresión tuvo lugar durante los años de Nixon en la Casa Blanca.
Yo no publiqué la noticia en su momento y no recuerdo haber hablado de ella con los redactores de la delegación de Washington. Sí pensé en convertir lo que sabía en una nota al pie de un libro posterior sobre Kissinger, pero finalmente decidí no hacerlo. Abordé el hecho una vez más durante una charla que tuvo lugar en 1998 con colegas periodistas en la Fundación Nieman de la Universidad de Harvard. 
El tema que se trataba era el del solapamiento de vida privada y vida pública, y yo expliqué que habría publicado lo de las agresiones si hubieran sido un ejemplo de por qué su vida personal afectaba a sus políticas, pero no había prueba del vínculo. 
Añadí que no se trataba de un caso en el que Nixon hubiera ido en busca de su mujer con intención de golpearla y, al no encontrarla, hubiera decidido bombardear Camboya.
Me sorprendió la indignación que generé en algunas de mis colegas, que me hicieron notar que las agresiones se consideran delito en muchas jurisdicciones y no entendían que no hubiera optado por denunciar un delito.
 “¿Y si hubiera cometido otro delito?”, me preguntaron. “¿Y si hubiera atracado un banco?”.
 Lo único que pude responder fue que en aquella época, en mi ignorancia, no veía el incidente como un delito. 
Mi respuesta no resultó satisfactoria. 
Entonces no comprendía, como sí comprendían las mujeres que me cuestionaban, que lo que Nixon había cometido era un acto delictivo. 
Yo debería haber informado de lo que sabía en su momento o, si al hacerlo hubiera comprometido a mi fuente, haberme asegurado de que lo hiciera otra persona.
Seymour M. Hersh es un periodista de investigación estadounidense cuyos trabajos ayudaron a destapar desde la masacre de My Lai en Vietnam hasta las torturas en la prisión de Abu Ghraib en Irak. 
 Este extracto pertenece a sus memorias ‘Reportero’, que publica la editorial Península el 18 de junio. Traducción de Juanjo Estrella.

 

Segura de ti misma..................................... Boris Izaguirre

La boda de Pilar y Sergio, el Orgullo Gay y la Orden de la Jarretera son ceremonias que ensalzan tu seguridad y el papel que has ganado en la sociedad.

Sergio Ramos y Pilar Rubio, el 15 de junio tras contraer matrimonio en Sevilla.
Sergio Ramos y Pilar Rubio, el 15 de junio tras contraer matrimonio en Sevilla.