Un Blues

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Del material conque están hechos los sueños

13 jun 2019

Nueve recomendaciones de novela negra para la recta final de la Feria del Libro

'Thrillers', criminales de medio pelo, 'true crime literario' y un par de sorpresas españolas, entre los elegidos.

 

Nueve recomendaciones de novela negra para la recta final de la Feria del Libro
La Feria del Libro está funcionando de maravilla gracias en parte a que no ha llovido, a que empezó un 31 con las nóminas enteras y a otra serie de razones entre las que podemos incluir la resiliencia del libro como formato
 Así que vamos a recomendar una serie de novelas negras para rematar la fiesta para esta recta final. Hay muchas, he leído muchas. 
No están todas las que hay. Tampoco todas las que he leído.
 Por el camino se han quedado, como siempre, varias que no merecen ser recomendadas. Pasen y lean.
Sin dejar rastro, Haylen Beck (Salamandra Black, traducción de Patricia Antón de Vez). 
Una mujer que decide huir de su marido, de sus sofisticados maltratos psicológicos, de la miseria en la que vive, y se lleva con ella a sus dos hijos (Sean y Louise, de once y seis años) en lo que parece, por poco tiempo, una road movie y que se transforma, con un ritmo perfecto, en una pesadilla.
 El planteamiento de las 100 primeras páginas es impecable: tenemos a las víctimas, los ogros, los brazos ejecutores y hasta un héroe misterioso.
 Lejos de conformarse con esto, Beck, pseudónimo del autor Stuart Neville, nos adentra en un mundo de gentuza de primer nivel, abusadores y corruptos.
 En la descripción del caso de maltrato, en el flash back que lo cuenta todo, sentí el vértigo que experimenté al leer la historia del hundimiento personal de la protagonista de Tras la caída de Lehane. El personaje de Danny Lee da al bando de los buenos el peso necesario y hay algunos secundarios memorables.
 Un thriller de primera en el que cada personaje tiene sus motivaciones. Piensen dos veces antes de juzgar. 

El hombre que volvió a la ciudad, George Pelecanos (RBA, traducción de María Cristina Martín). Pelecanos vuelve a la novela después de una década en la televisión y el cine. Y es de agradecer. Un inicio que usa un personaje totalmente lateral para, y eso lo entendemos pronto, llegar al protagonista de una forma original deja muy claro que Pelecanos no ha perdido ninguna de sus habilidades.
 La historia clásica del hombre que quiere reformarse pero no se quita de encima la losa de su pasado criminal adquiere aquí grandes dimensiones. 
Es una delicia ver cómo abre el foco, al estilo Richard Price, cómo te lleva a través de Michael Hudson - joven criminal que busca la redención a través de los libros y el trabajo- por la sociedad estadounidense de hoy, qué bien imbricada está con todo esto una trama criminal que tiene a un abogado y un expolicía haciendo justicia al precio que sea como grandes coprotagonistas.
 Racismo, clasismo y la epidemia de las drogas en EE UU son los otros grandes temas que aparecen pero tratados con cuidado, sin discursos, apelando a un lector inteligente. 
Todos los personajes hacen cosas difíciles de justificar porque Pelecanos busca que el lector no esté tranquilo con lo que piensa de ellos. 
Sabes que todos van a perder, que el final va a dejarte mal cuerpo, que la vida no es justa. 
Pero eso, amigos, hay que saber contarlo y Pelecanos, bienvenido de vuelta maestro, lo clava.
 Las dos caras de la verdad, Michael Connelly (ADN, traducción de Javier Guerrero). Es muy complicado, por no decir imposible, elegir una novela de la amplia producción del maestro Connelly como la mejor. 
 Diremos entonces solo que esta vigésima entrega de la serie de Harry Bosch está al nivel de las mejores, que sorprende ver la forma en la que se encuentra nuestro querido policía a unas alturas a las que otros hace tiempo que han tirado la toalla o han entrado en la inanidad. Bosch envejece pero no aburre.
 Como si necesitara nuevos retos, Connelly pone a Bosch ante dos tramas que por sí solas valdrían a cualquiera menos ambicioso para una novela. Por un lado, revive el caso de Preston Borders, uno de los míticos de su carrera, que ahora se ha vuelto en su contra, porque el pasado siempre vuelve. Por otro, Bosch se ve metido en una trama terrible que va del menudeo de la droga a las grandes mafias que controlan las nuevas formas en las que se dan las viejas adicciones. 
Hay también apariciones estelares (Lucía Soto, Edgar) que harán las delicias de los fans de la serie. 
Sin embargo, si hay alguien que no ha leído ninguna y empieza por esta se va a sentir en casa, ante un policial de libro, ante una historia que mantiene a Connelly como nuestro Balzac.

El nuevo documental de Scorsese y Dylan en Netflix: La gran máscara

El cineasta firma un retrato del músico en el que mezcla realidad y ficción para contar una de sus grandes giras.

Bob Dylan en 1975. En vídeo, el tráiler de 'Rolling Thunder Venue'
Ojo, primer spoiler: Bob Dylan no siempre dice la verdad. Segundo: Martin Scorsese tampoco.
 El propio Dylan lo reconoce en un momento de Rolling Thunder Revue, el documental estrenado este miércoles en Neftlix, donde Scorsese, el director, cuenta los entresijos de la irrepetible gira que llevó al músico a recorrer Estados Unidos a mediados de los setenta con una caravana de artistas de toda condición. 
“Cuando alguien lleva una máscara, te dice la verdad.
 Cuando no la lleva, es poco probable que la diga”, asegura Dylan frente a la cámara, sin máscara y con su característica mirada huidiza y su sonrisa pícara.
No es verdad que Sharon Stone, estupenda actriz, conociese a Dylan en mitad de la gira cuando era una adolescente.
 Ni que le colase en un concierto con su madre ni le tocase en el camerino al piano Just Like a Woman.
 Es una forma de Dylan y Scorsese de explicar cómo, a veces, funcionan las musas en el arte. 
Todas las fotos de ella y Dylan juntos son trucadas, como esa declaración del músico diciendo que “era muy guapa pero muy joven” cuando la conoció.

Tampoco es verdad que el músico asistiese a un concierto de Kiss en Queens porque la violinista Scarlet Rivera era la novia de uno de la banda.
 Es una forma absurda de explicar la inspiración de su peculiar máscara blanca durante la gira, sacada de una antigua película francesa y del teatro tradicional japonés. Tampoco el promotor Jim Gianopulos se hizo cargo de la gira ni existió el congresista Jack Tanner. 
Ambos sostienen el relato de que todo aquello fue una vocación artística y no una comercial o política.
 Pero la más chocante de las invenciones es Stefan van Dorp, el supuesto director que contrató Dylan para rodar un documental de la gira que nunca vio la luz. 
Realmente, ese material de este personaje interpretado por un cómico -y que es imprescindible para entender la riqueza visual de esta cinta de Netflix- forma parte de las imágenes que el músico captó para su película Renaldo y Clara, un filme que Scorsese nunca menciona en Rolling Thunder Revue.

El esperado documental de Scorsese es una fabulosa mezcla de realidad y ficción. 
Las primeras imágenes no son de él, sino de un truco de magia de una película de Georges Méliès donde un mago hace desaparecer a una mujer.
 Scorsese está diciendo que todo lo que sigue será un truco muy elaborado. 
De hecho, mucha prensa ya ha caído en las trampas de este documental casi falso.
Pero el trasfondo es realidad. En otoño de 1975, Dylan se lanzó a una de sus aventuras artísticas más fascinantes.
 Aquella gira sirvió para que el autor de Like a Rolling Stone recuperase el contacto con la carretera, pero de forma diferente al resto de estrellas del momento, cuando el paisaje estaba dominado por las bandas de estadios.
 Dylan montó un grupo itinerante, sin miembros fijos, con colaboradores esporádicos y sin apenas ensayos y recorrió Estados Unidos en autobuses improvisando sobre la marcha las actuaciones en pequeños aforos.
 La mayoría de los participantes no sabían ni dónde ni cuándo iban a tocar en conciertos que podían durar cuatro horas y eran baratos ya entonces: 7,5 dólares.
Se bajaban del autobús —conducido por Dylan en varias ocasiones— y se subían al escenario.
 Allí podía estar Joan Baez, Roger McGuinn (de los Byrds), el poeta Allen Gingsberg o gente que se sumaba según la ciudad como Patti Smith, Joni Mitchell, Ramblin’ Jack Elliot, Robbie Robertson y Rick Danko de The Band, Arlo Guthrie, Gordon Lightfoot o Richie Havens.
 Más que una banda de rock, eran un circo.
 Una tropa que, con un Dylan al frente con sombrero de flores, pañuelo gitano y la cara pintada de blanco como un actor del tradicional teatro japonés kabuki, buscaba recuperar el romanticismo del directo, esa llama original de los espectáculos primitivos (los minstrels estadounidenses) donde el truco de magia estaba en la interpretación radical.

 

Bob Dylan y Allen Ginsberg, en la tumba de Jack Kerouac en Massachusetts, en un instante de 'Rolling Thunder Revue'
Bob Dylan y Allen Ginsberg, en la tumba de Jack Kerouac en Massachusetts, en un instante de 'Rolling Thunder Revue'
“La gira no significó nada. Pasó hace tanto tiempo que ni había nacido. 
No recuerdo nada”, confiesa un Dylan actual, cercano a los ochenta años y sonriendo al principio del documental. 
Rolling Thunder Revue es una cinta donde su propio mito está disfrazado bajo el carácter de una obra documental. Si el espectador no es un conocedor de la obra y milagros del protagonista, es difícil descubrir que la historia está llena de trampas; todas, eso sí, en busca de la esencia de una gira que acabó derivando en una filosofía.
 “La vida no trata de encontrar nada ni de encontrarse a sí mismo. Trata de crear, de crearse a sí mismo constantemente”, concluye Dylan.
Ahí está la clave: la creación. La gira Rolling Thunder Revue, que también se celebra ahora con una enorme caja de 14 discos con conciertos completos, ensayos y rarezas, fue otra odisea de Dylan en la búsqueda de una nueva interpretación de sí mismo, sin atender a las expectativas de nadie.
 Y Scorsese, a su servicio y siendo un aliado, obvia hablar de las montañas de cocaína que corrieron en esa gira y de Sara, la mujer de Dylan, madre de sus hijos y personaje esencial para entender la energía desgarradora que le movía sobre el escenario.
 Su relación llegaba a su fin y Dylan, que le dedicó el disco Desire que estrenó en esa gira, se entregó a su música y a las mujeres que se le cruzaban por el camino.
Ya a finales de los sesenta el músico, que se despojó del calificativo "mesías" como si se quitase de una camisa de fuerza, confesó: “Solo llevo la máscara de Bob Dylan cuando necesito llevarla”. 
 Al final, después de que Allen Gingsberg invite a los espectadores a poner atención en "en virtud de su meditación y su belleza" para alcanzar su "propia eternidad", suena Knockin on Heaven’s Door y un hombre se pone una máscara en una película antigua.
 Luego, se ven todas las fechas de los conciertos de Dylan desde 1975 hasta hoy. 
Es su música, esa gira interminable, ese premio Nobel de Literatura siendo un músico, ese hombre riéndose de su mito, ese judas judío creyendo en Dios, ese trovador actuando y cantando todavía y por siempre.
 Es el comienzo de la Rolling Thunder Revue y la conclusión sin final de dos genios, Dylan y Scorsese, conjurándose al arte, esa bella mentira al servicio de la verdad.

Sandra y Marta Ortega, dos hermanas con vidas radicalmente distintas

De la discreción casi absoluta de la hija mayor de Amancio Ortega a la vida de 'celebrity' de la pequeña, especialmente después de su matrimonio con Carlos Torretta.

marta ortega
Sandra Ortega Mera (izquierda) y Marta Ortega Pérez, las dos hijas del fundador de Inditex. GTRESONLINE
Entre Sandra (50 años) y Marta Ortega (35), las dos hijas de Amancio Ortega, el fundador de Inditex, existe un abismo. 
Y no se trata del que se abrió entre la primogénita y su padre cuando, teniendo ella 16 años, se separó de Rosalía Mera y ella se posicionó abiertamente del lado de su madre.
 Las diferencias entre ambas afectan a su modo de estar y entender la vida.

Poco se sabe del tipo de relación que mantienen ambas hermanas, un asunto en el que siguen la misma política de protección de la intimidad que caracteriza a su padre. 
Tampoco se conoce si Marta Ortega, fruto del segundo matrimonio del fundador de Inditex con Flora Pérez, mantiene algún tipo de trato con Marcos, el hijo mediano del empresario, que está afectado por una grave parálisis cerebral.
 Pero solo hay que atender a los medios de comunicación para detectar las diferencias, cada vez más evidentes, que existen entre ellas.
Sandra Ortega es casi invisible para el gran público. 
 Quienes la conocen aseguran que en este aspecto ha sacado el carácter discreto de su padre y es menos parecida a su extrovertida madre, que falleció en agosto de 2013 a causa de un derrame cerebral ocurrido durante unas vacaciones en Menorca.
 Existen contadas fotografías de ella y de la familia que ha formado junto a quien fue su amor de juventud, Pablo Gómez, con quien tiene tres hijos: 
Martiño, de 22 años; Antía, de 18, y Uxía, de 14. 
Se conoce que tiene una casa en una finca en la costa de Oleiros, frente a A Coruña, que posee otra casa de aldea en As Fragas do Eume, en la zona norte de la provincia.
 Que vive de forma discreta pero no aislada, sino rodeada de un círculo de amigos fieles que respetan su deseo de privacidad. Que prefiere los coches prácticos a los lujosos.
 Y que sus hijos han ido, como lo hizo ella, a institutos públicos. 
El mayor de ellos cursa estudios universitarios en Madrid y, como su madre, no hace ostentación de ser el nieto de uno de los hombres más ricos del mundo. 
También es público que Sandra Ortega es la segunda mujer más rica de España, tras ser desbancada este año del primer puesto por Sol Daurella, presidenta de Coca Cola European Partners (CCEP).
Sandra Ortega Mera con su marido, durante el entierro de su madre, Rosalía Mera en Oleiros en agosto de 2013.
Sandra Ortega Mera con su marido, durante el entierro de su madre, Rosalía Mera en Oleiros en agosto de 2013. GtresOnline
Poco más que tenga que ver con sus gustos y su forma de vivir de puertas adentro. 
Lo que sí se conoce es que ha sabido manejar la multimillonaria herencia que le dejó su madre. Sandra controla el 5% de Inditex y de Pharma Mar
 Y el buen comportamiento de ambas firmas en bolsa le ha reportado en los últimos meses unos ingresos extra de casi 500 millones de euros, que se añaden a una fortuna personal que la revista Forbes ha cifrado en 6.000 millones de euros.
 Sandra Ortega recibió de su madre otros dos legados: la tutela de su hermano Marcos y Paideia Galiza, la entidad dedicada a labores solidarias que creó Rosalía Mera y en la que ella sigue trabajando con gran dedicación, porque tener conciencia solidaria ha sido la forma en la que la han educado.
El buen olfato paterno para los negocios también se ha dejado ver en el éxito de la sociedad Rosp Corunna, a través de la que ha impulsado su propio imperio inmobiliario. La entidad, que se constituyó en 2000 y en agosto de 2017 ya poseía más de 540 millones en activo, lo que suponía un incremento del 24% respecto a 2015.
El perfil de Marta Ortega, a quien muchos consideran la niña bonita de Amancio Ortega, es radicalmente distinto. Tuvo una au pair británica, estudió en los jesuitas de A Coruña, cursó el bachillerato en Suiza y la carrera de Empresariales en la European Business School de Londres.
 No fue una estudiante brillante, pero sí tenaz.
 Le gustan los caballos y participa en concursos hípicos y, con 23 años, se incorporó a Inditex para ir rotando por distintos departamentos y en diferentes lugares del mundo, incluso de cara al público en una de las tiendas que Zara tiene en el barrio londinense de Chelsea. 
La que está llamada a ser la heredera de la firma, según los deseos de su padre, hace ya tiempo que trabaja en la sede de Inditex, en Arteixo, directamente implicada en el departamento de diseño de moda, donde trabaja con la responsable de la colección, Beatriz Padín.
Marta Ortega, junto a Carlos Torreta y unos amigos, en el yate en el que que ha pasado recientemente unas vacaciones en la Costa Azul Francesa.
Marta Ortega, junto a Carlos Torreta y unos amigos, en el yate en el que que ha pasado recientemente unas vacaciones en la Costa Azul Francesa. GtresOnline
Por ella, su padre ha roto en distintas ocasiones su ostracismo y se presentó en 2000 en la inauguración del centro hípico de Casas Novas, la instalación deportiva que mandó construir influenciado por el amor a este deporte de su hija pequeña.
 Él la acompañó sonriente el día de su primera boda con el jinete Sergio Álvarez Moya, celebrada en 2012, en la capilla del pazo de Drozo, en Anceis, el mismo lugar en el que Amancio Ortega se casó con Flora Pérez después de 19 años de relación. 
Él también recorrió los pasillos de su empresa aplaudido por sus empleados y emocionado mientras era Marta quien le guiaba, porque fue ella quien le preparó este homenaje-fiesta sorpresa, con dj incluido, cuando el empresario cumplió 80 años en 2016.
 Y por ella volvió a tirar la casa por la ventana este verano cuando Marta Ortega se casó por segunda vez con Carlos Torreta, ligado al mundo de la moda como representante de modelos: la celebración del enlace contó con las actuaciones musicales de Chris Martin, vocalista de Coldplay, Nora Jones o Jamie Cullum.
El padre estaba feliz, la novia se vistió de PierPaolo Piccioli, director creativo de Valentino, y no se reparó en gastos para trasladar a algunos invitados en avión privado.
 Es frecuente verla, junto a su actual marido, en fiestas de amigos pertenecientes a la jet set y también es habitual en los desfiles de moda, donde sus estilismos de Zara han logrado crear tendencia.
 Antes de su boda se supo que había adquirido un piso de lujo en el barrio de Salamanca en Madrid.
 Y esta misma semana se ha podido ver a la pareja pasando unos días de vacaciones en la Costa Azul, acompañados por el hijo que Marta tuvo de su primer matrimonio, y en el lujoso yate que posee el empresario.

La joven tímida y retraída se ha convertido en un icono de moda y en una mujer de mundo con relaciones de alto nivel.
 Pero quienes la conocen afirman que mantiene los amigos de siempre y que en el trabajo es una más, que no utiliza su privilegiada situación para ocupar puestos de responsabilidad en la empresa.
 Aunque sí es consejera de Partler, la sociedad a la que el fundador de Zara traspasó el control del 9,28% de Inditex, según informó Cinco Días, y también es miembro del patronato de la Fundación Amancio Ortega.
Dos vidas muy distintas para las herederas de un imperio que cada una afronta a su manera.






 

Mikel López Iturriaga y su equipo La prima peruana de la ensaladilla rusa La prima peruana de la ensaladilla rusa. CLARA PÉREZ VILLALÓN

Causa limeña de atún.

Esta receta del clásico pastel de puré de patata peruano con diferentes rellenos trae de regalo las sugerencias de diferentes chefs para conseguir que te sientas en la mismísima Lima.

Preguntarle a un peruano cómo preparar una causa limeña es como preguntarle a un español cómo hacer tortilla de patatas:
 cada uno la hace como le da la gana y con los trucos que tiene adquiridos de su familia o su experiencia vital.
 Este pastel de patata que encierra capas de mayonesa con atún o con pollo es uno de los platos más populares de la gastronomía de Lima, se consume frío y entre sus ingredientes principales no puede faltar una buena papa amarilla, el ají amarillo y la lima.

Lo ideal a la hora de utilizar el ají amarillo es que en casa hagáis vuestra propia pasta pues tanto el sabor final como el picor del conjunto dependerán mucho de ello; Luis Arévalo, cocinero peruano precursor de la cocina nikkei en España y ahora al frente de Gaman, su proyecto más personal, escalda los ajíes tres veces en agua hirviendo y quita sus interiores para posteriormente triturarlo bien con aceite. Arévalo añade a esa papa amarilla pasada por un tamiz para que no queden grumos la pasta de ají amarillo casera, zumo de lima, pimienta negra y mantequilla para que quede bien melosa.
Cuando le pregunté a Martha Palacios –jefa de cocina en Panchita, uno de mis restaurantes favoritos de Lima por su cocina tradicional maravillosamente preparada– me confesó que según ella los ingredientes más importantes de la causa son el ají amarillo y el limón, parecido a nuestra lima, aunque antiguamente se preparaba con una mezcla entre éste y la naranja agria.
 La calidad de la patata, dice Martha, tiene que ser óptima para que el resultado sea suave tanto si la comemos en frío como en caliente -¡sí, hay causas que se comen calientes!- y aunque parece una receta sencilla hay que tener mucho cuidado para que quede bien de textura, sabor y color pues lo más importante es que el resultado sea aterciopelado con sabor y aroma a ají amarillo y el toquecito del limón.
Juan Carlos Perret, propietario de Kero (Vigo) ha encontrado en la variedad Kennebec cultivada en Ginzo de Limia su patata perfecta para la causa limeña, una receta que sus abuelas limeñas le han enseñado aliñando el puré de patata con ají amarillo cocinado a la brasa y un poco de zumo de lima.
 Coincide Mario Céspedes, cocinero peruano propietario de Ronda 14 (Avilés y Madrid) y Cilindro, en la importancia del buen ají amarillo que se debe preparar en una pasta muy bien triturada y compacta pero también en el punto cítrico de la lima y en un amasado concienzudo para que quede bien compacta.
Según Roberto Martínez Foronda, cocinero a los mandos de Tripea (Mercado de Vallehermoso) y con amplia experiencia en cocinas de Perú, la patata que hay que emplear es vieja y arenosa, sin nada de almidón, para que al cocerla no quede chiclosa.
 Él la pasa por un tamiz y la aliña con ese ají amarillo y la lima de la que nos han hablado todos buscando una textura moldeable y agradable para la que se ayuda en ocasiones con copos de patata, como los del puré instantáneo.


En los rellenos también hay diferencias; Luis Arévalo preparara un alioli muy suave que es el que hace de hilo conductor con el atún, el pollo o incluso a veces sólo vegetales. En cambio la madre de Perret, como se ve mucho en Lima, prepara las capas de causa con atún en el centro y después la corta como una lasaña pero en Kero han querido ir un paso más allá preparando una “causa abierta” con mejillón de batea escabechado con rocoto y encurtidos, crema de aguacate y crema de aceituna Kalamata y su polvo, una versión personal de este clásico limeño.
Dificultad
La de preparar la pasta de ají.
Ingredientes
  • 600 g de papa amarilla o una buena patata vieja
  • 200 g de atún en lata escurrido
  • 1 aguacate en láminas
  • 1 lima
  • 2 cucharadas de pasta de ají amarillo (unos 45 g, mejor si es casera)
  • Sal
  • 2 cucharadas de mayonesa
  • 1 cucharada de aceite de oliva virgen extra
  • 20 g de mantequilla
  • Sal
  • Pimienta recién molida
  • Aceitunas de botija o kalamata
  • Un poquito de cilantro o perejil
  • ¼ de cebolla morada picada finamente (opcional)
Preparación
  1. En una olla con agua hirviendo y sal, cocer las patatas hasta que estén tiernas, aproximadamente durante 30 minutos.
    1. Una vez cocidas, pelarlas y pasarlas directamente por un tamiz, o machacarlas muy finamente con un tenedor.
    2. Añadir la pasta de ají amarillo, el zumo de limón, el aceite y la mantequilla y poner a punto de sal. Filmarlo y lo llevar a la nevera para que se enfríe bien.
    3. En un bol aparte mezclar la mayonesa con el atún escurrido y un poco de pimienta negra, momento en el que se le puede añadir un poquito de cebolla morada picada muy finita.
    4. Montar la causa haciendo capas del puré de patata, aguacate y la mezcla del atún. Terminar con el puré, un poquito más de aguacate y alguna aceituna de botija o Kalamata.
    5.  Se puede rematar con un poco de perejil o cilantro.