Un Blues

Un Blues
Del material conque están hechos los sueños

14 abr 2019

27 años después, alguien miente sobre el cruce de piernas de ‘Instinto básico’

El director de la película, Paul Verhoeven, y Sharon Stone se acusan de mentir sobre los entresijos de la mítica escena.

Vídeo de 25 segundos con el legendario cruce de piernas de Sharon Stone en 'Instinto básico'.
Veintisiete años, y algunos todavía no se han recuperado.
 El cruce (o técnicamente, descruce) de piernas que cortó la respiración al mundo no ha envejecido nada.
 La sospechosa de asesinato Catherine Trammell (interpretada por una Sharon Stone con 34 años) se somete a un interrogatorio, pero es ella quien acaba sometiendo a los policías.
 El ratón y el gato nunca han estado tan en celo. Es Catherine la única que disfruta con la situación.

Ella, y millones de espectadores: Instinto básico (Paul Verhoeven, 1992) fue la cuarta película más taquillera del año (se estrenó en marzo de 1992 en EE UU), y la más exitosa de la historia en España en su momento (se estreno en agosto de 1992).
 El sexo (y las ganas de él) corrompe cada plano hasta casi derretir el celuloide de una película que se convirtió en un clásico instantáneo.
 Y todo porque muchos adolescentes (y algunos papás) quemaron el vídeo rebobinando y pausando la escena en cuestión.

Veintisiete años después queda un misterio, más jugoso y menos mortal, sin resolver. ¿Tenía el director el consentimiento de la actriz para retratar su entrepierna para la posteridad?
El detective con adicción al riesgo (y a todo lo demás) Nick Curran, interpretado por Michael Douglas, sabe que Catherine Trammell no lleva ropa interior.
 La ha espiado mientras se vestía en la escena anterior y ha comprobado que para Trammell la lencería es cosa de perdedoras. El público también lo sabe, y asiste a ese interrogatorio con la boca abierta. 
¿Se atreverá a descruzar esas piernas para atolondrar a los machos de la manada? Por supuesto que sí. Catherine Trammell no ha llegado hasta ahí siendo tímida.

Existen dos versiones sobre cómo ocurrió la famosa escena. Según el director del filme, Paul Verhoeven, Stone sabía perfectamente lo que estaba haciendo y se mostró encantada con la perversa situación. 
Según la actriz, el director la utilizó. "Cuando la rodamos, iba a ser una insinuación" afirma Sharon Stone, "pero [Verhoeven] me dijo: 'Se puede ver el blanco de tu ropa interior, necesito que te la quites'. Él me aseguró que no se vería nada. Así que me quité la ropa interior y se la metí en el bolsillo de la camisa".
Hasta aquí, ambas versiones de la historia coinciden. 
El conflicto surge cuando al acabar el rodaje ambos analizaron el plano en cuestión. 
 "En aquella época no existía la alta definición", continúa la actriz, "así que cuando miré al monitor realmente no se veía nada". 
Todo cambió cuando Stone, su equipo y el mundo entero vieron la película en una pantalla de cine de varios metros cuadrados.

"Me quedé en estado de shock", asegura Stone. "Al terminar la película, me levanté, me acerqué a Paul Verhoeven y le di una bofetada". La actriz reconoce que el plano es adecuado para la película y para el personaje, y que si ella hubiera sido la directora lo habría mantenido en el montaje final.

"Pero habría tenido la cortesía de enseñárselo a la actriz", concluye.

Alguien miente, y según Paul Verhoeven no es él.
 El director holandés cuenta que Stone intentó por todos los medios eliminar el plano de su entrepierna en libertad. Verhoeven le respondió que ya era tarde. 
"Sharon miente", aclara Verhoeven a ICON. "Cualquier actriz sabe lo que se va a ver si le pides que se quite la ropa interior y apuntas ahí con la cámara. 
Ella incluso me dio las suyas como regalo. Cuando Sharon miró el resultado de la escena en el monitor, no tuvo ningún problema. Creo que tuvo que ver con que el director de fotografía [Jan De Bont, que después dirigiría Speed y Twister] y yo somos holandeses, así que actuamos con total normalidad ante el desnudo. Y Sharon se dejó llevar por esta actitud relajada.
 Pero cuando vio la escena rodeada de otras personas [americanas], incluidos su agente y su publicista, se volvió loca. 
Todos le dijeron que esa escena arruinaría su carrera, así que Sharon vino y me pidió que la quitase.
 Le dije que no. 'Tú aceptaste, y te enseñé el resultado', le dije, y ella me respondió:
 'Que te jodan'. Pero Sharon no te va a contar eso, seguro que no". 
La leyenda que rodea el rodaje de Instinto básico daría para otro thriller, y con bastantes escenas eróticas también, porque el guionista Joe Eszterhas contó que se había acostado con Sharon Stone para celebrar el éxito de la película.
 Varias asociaciones LGTB intentaron boicotear el rodaje por la imagen negativa que la película daba de las mujeres bisexuales, y Michael Douglas se negó durante meses a contratar a Stone al considerarla "una actriz de segunda".

Pero el director siempre creyó en ella.
 Cuando las actrices de primer orden (Julia Roberts, Michelle Pfeiffer) leían el guion, le preguntaban si rodaría las escenas de sexo y violencia tal cual estaban descritas en el texto. "No", aclaraba Verhoeven, "serán aún más fuertes".
 Sharon no tenía esas inhibiciones, y acababa de posar desnuda para Playboy para así intentar reactivar su carrera. 
Y vaya si la reactivó. Veintisiete años después, Instinto básico sigue siendo la única película que te da ganas de fumarse un cigarro al acabar.
El guionista, Joe Eszterhas, que no escribió la escena del interrogatorio porque fue idea de Verhoeven, se resiente de este legado. "Cuando tienes [en tu currículum] uno de los planos eróticos más famosos del mundo del cine, eclipsa a la película, que es un tenso y psicológico filme negro moderno", 
lamenta Eszterhas. La secuencia fue objeto de culto tanto en quedadas clandestinas cuando los padres estaban fuera de casa como de parodias. 
En la última de ellas, el cómico James Corden intenta seducir a un ya mayor Michael Douglas, consiguiendo un efecto distinto del de Catherine Trammell.
Stone sufrió una sentencia similar: pasar a la historia, pero a costa de que nadie la recuerde a ella como actriz, sino a Catherine Trammell. 
 Una mujer acorralada que puso de moda los personajes femeninos perversos que no se disculpaban por disfrutar del sexo.
 Demi Moore se montó una carrera entera gracias a esta moda. En los locos años 90, la revolución cultural se hizo sin ropa interior, y Sharon Stone tuvo la audacia de ser la primera en quitársela.
"Nadie más podría haber hecho ese trabajo", reconoce Verhoeven. Y añade: 
"Ella puede ser muy cruel y muy encantadora, y es capaz de cambiar la mirada de un estado a otro en un segundo. Sharon Stone es así. 
Ella es Catherine Trammell, pero sin el picahielos".
Todo apunta a que este misterio, convertido en mito de la cultura pop, jamás será resuelto
. En esa habitación solo estaban Stone, Verhoeven y De Bont, porque la actriz pidió rodar la escena al final de la jornada y sin nadie más delante.
 La relajación que consiguió gracias a esa intimidad se le volvió en contra, pero también la convirtió en el mito erótico oficial de los 90: toda una generación de adolescentes se hicieron hombres de golpe tras ver Instinto básico.


Queda un misterio abierto, quizá el más complejo de todos. ¿Quién es Sharon Stone? ¿Una depredadora sexual dispuesta a todo o la víctima ingenua de un viejo verde? Probablemente las dos cosas, y ninguna a la vez. Sharon Stone es quien haga falta que sea. Catherine Trammell convirtió en un mito a la actriz que le dio cara, cuerpo y pubis, pero acabó condenándola. Rita Hayworth lamentaba que los hombres se iban a la cama con Gilda (su personaje más icónico), pero se despertaban decepcionados con ella.


Estos son 2,13 minutos de intenso interrogatorio, con Michael Douglas y Sharon Stone de protagonistas.

 

Cuando la Iglesia se opuso a la higiene, la vacunación y la anestesia

Extracto de la obra 'El sueño de Sancho', de Manuel Lozano Leyva.

iglesia
Retrato de Napoleón Bonaparte del pintor francés Jean Auguste Dominique Ingres. Getty Images
Tras escudriñar con paciencia la Santopedia, los únicos santos que se puede encontrar que lo fueron por hacer algún bien social u obra de utilidad pública han sido san Cosme y san Damián.
 De la madre Teresa de Calcuta quizá mejor no hablar, porque ha acumulado has­ta acusaciones de crímenes contra la humanidad por su apego al sufrimiento y al dolor. 
De sus pacientes, claro. El desprecio eclesiástico por los medicamentos paliativos aún es algo actual.

Y ya que estamos hablando de medicina, cons  ideremos tres asuntos médicos fundamentales para la sanidad: la higiene, la vacunación y la anestesia general.
 A los tres se opuso la Iglesia. 
Con la higiene fue más allá y traspasó todos los límites de humanidad. 
Cuando se decla­raba una epidemia a lo largo del siglo XVIII, lo primero que los médi­cos prescribían era someter a cuarentena las barriadas afectadas, ais­lándolas incluso por la fuerza sí fuera menester. 
Lo primero que hacía la Iglesia era, como siempre, convocar rogativas en catedrales e igle­sias, así como un vía crucis en procesiones multitudinarias, para pedir al Señor que intercediera para lograr el cese del castigo divino. 
El clamor de los médicos ante la locura de juntar a la gente era como mínimo desoído.
 Como máximo, eran amenazados tan seriamente que muchos pagaron las consecuencias. Esto ocurría en casi toda Europa, pero de estas felonías eclesiásticas quedó constancia puntual de las muchas acontecidas en mi ciudad de Sevilla.
 Y, si se piensa que hablamos de tiempos muy antiguos, no hay más que re­cordar lo que opina la Iglesia en la actualidad sobre el uso del preservativo en África para atenuar el horror de la epidemia del sida que allí sufren.
 No nos indignemos y encarrilemos el siglo XIX, algo que es difícil hacer con cierto humor, porque el protagonista principal de su arranque fue Napoleón Bonaparte.

Este fue un magnífico militar, genial, quizá, y un azote para Eu­ropa.
 Las guerras en las que se vio involucrado (debemos expresarlo así, porque no todas las provocó él) ocasionaron otra vez millones de muertos.
 Además, la crueldad con la que se desenvolvió en muchas de ellas (tal vez la peor fuera la de su aciaga campaña de Egipto) lo convirtieron en un auténtico genocida. 
Sin embargo, a Napoleón hay que reconocerle algunas cosas positivas.
 Por una parte, los valores que promovía eran los de la Revolución Francesa (laicismo, libertad, igual­dad y fraternidad). 
Acabó distorsionándolos todos mediante la impo­sición militar de estos. 
Y el máximo dislate acaso fue el hecho de transformar la república en un imperio y nombrar monarcas aquí y allá (sobre todo a sus hermanos).
 Como remate de la operación, acep­tó la monarquía papal como una más y, para colmo, estableció que esta fuera supranacional.
Consideremos tres asuntos médicos fundamentales para la sanidad que se desarrollaron en el XIX: la higiene, la vacunación y la anestesia general. 
A los tres se opuso la Iglesia
Por mucho rechazo que provocaran sus métodos, esos valores fueron arraigando en Europa, aunque fuera a trancas y barrancas. Por otra parte, Napoleón entrevió con claridad el poder de la educación, de la técnica y de la ciencia
 Las escuelas superiores de magisterio, politécnicas y científicas que mandó organizar fueron el canon sobre el que se organizaron muchísimas de ellas en los países europeos.
 La ingeniería fue así estructurada científicamente y la ciencia, a su vez, quedó incrustada de forma definitiva en las universidades, con lo que se pudo eliminar de ellas casi todo el poder eclesiástico.
 La intelectua­lidad de la Iglesia se vio reducida al derecho canónico, la teología y poco más.
 Aunque, eso sí, no renunciaron, donde pudieron (por ejemplo, en Italia y en España), a seguir controlando la enseñanza básica como la vía más eficaz de adoctrinamiento y de proselitismo.
 Los jesuitas lo hicieron con eficacia en los países de los que no habían sido expulsados, pero a ello también se dedicaron con afán todas las órdenes religiosas masculinas y muchas femeninas. 
 Temían, con ra­zón, que, sí no se adoctrinaba a los niños, convencer con argumentaciones a los adultos de la verdad de los dogmas y las creencias de la Iglesia resultaría imposible. De los cuatro pilares en que se sustentaban las Iglesias cristianas, el teológico había sido resquebrajado por los científicos del XVII y los filósofos del XVIII y el político lo había dañado, en gran medida, Na­poleón, por eso no iban a renunciar al cultural y al psicológico. 
La manera más eficaz de apoyarse en esas dos columnas era impregnar a los menores de sentimientos religiosos y a los pobres de ayuda, espe­ranza y compasión. 
A ello se dedicó la Iglesia con tesón sin desistir, en absoluto, de acaparar todo el poder político que le permitieran las circunstancias de cada país, que, en muchos, fueron extraordinaria­mente propicias para ello.

¿De verdad el conflicto entre la ciencia y el cristianismo estaba carcomiendo la compleja teología que este había desarrollado? 
Sin duda, pero, además, esta carcoma no había hecho más que empezar.
 Adelantemos ya lo que ocurrió con el conflicto: la biología hirió de muerte a las creencias cristianas en el siglo XIX; la teoría de la relati­vidad y la mecánica cuántica certificaron su finiquito en el siglo XX; y en el XXI puede que estemos asistiendo a un nuevo deísmo infini­tamente más humano, profundo y alegre que todo el misticismo y la trascendencia anteriores.
 Sin embargo, esto es solo desde el punto de vista teológico o, si se quiere, filosófico, porque, desde los otros tres no se vislumbra la derrota con tanta claridad.
 De hecho, si desde la polí­tica no logramos defendernos de los ataques de las religiones, aún podemos sucumbir a ellas y todo el avance intelectual conseguido puede venirse abajo.

 Extracto de la obra El sueño de Sancho, de Manuel Lozano Leyva, recientemente publicada por la Editorial Debate.

El monstruo disperso...................................Juan José Millás

El monstruo disperso Juan José Millás 
EN ESTA ORQUESTA los instrumentos musicales parecen patas de saltamontes, antenas de mariposas, abdómenes de escarabajos… La batuta del director podría ser un fásmido mimetizado en palo para no llamar la atención entre tanta madera. 
Si juntáramos los cuerpos de todas las personas que vemos en la imagen para construir con ellos un solo intérprete, y la de los contrabajos, violas, arpas, etcétera, para obtener un instrumento único, alumbraríamos un híbrido curioso. 
 Imagínense un rostro formado por la agregación de esa multitud de narices, ojos, bocas, orejas, cabelleras; un aparato circulatorio compuesto por la suma de los corazones y arterias de los 60 o 70 artistas fotografiados; un aparato locomotor que reuniera la musculatura repartida entre esa cantidad de piernas y de brazos;
 un alma resultante de la agregación de las diferentes sensibilidades artísticas.
 Imaginen el producto final puesto al servicio de un extrañísimo artefacto sinfónico capaz de resumir la cuerda, el viento, la percusión…
Una orquesta es un monstruo fraccionado que opera sin embargo como un solo individuo: sus partes están sincronizadas como las alas y la cola de un ave al elevarse. 
La orquesta, sin moverse del sitio, vuela hacia el final de la partitura. 
Ignoramos si son los instrumentos los que manipulan a los músicos o al revés, pero del mismo modo que cada uno de nosotros sabe dónde acaban sus manos aun con los ojos cerrados, el arco del violín sabe dónde termina él y comienza el del contrabajo.
 La orquesta, misteriosamente, posee la percepción que un cuerpo tiene de sí mismo. 

La costumbre del ciego...........................................Rosa Montero.

En un naufragio en el canal de Sicilia apareció el cadáver de un niño de 14 años con algo duro cosido a la chaqueta. Eran sus calificaciones escolares.
YA SE SABE que la Red otorga a las noticias una vida cíclica e infinita, lo cual puede ser una ventaja o un castigo. 
En esta ocasión, el agitado océano de Internet ha llevado hasta mi ordenador una historia sobrecogedora. 
Y de mares se trata, precisamente; de olas enemigas que arrastran cadáveres.
 Acabo de leer, porque me lo han reenviado, un reportaje de Darío Menor en el diario Ideal (búsquenlo, es muy bello: basta con teclear “La forense que trata… Ideal”). Se publicó el 20 de enero, pero el texto está teniendo una segunda vida.
Darío, corresponsal en Roma, habla de un libro que ha publicado una forense italiana, Cristina Cattaneo, que se dedica a intentar descubrir la identidad de los inmigrantes ahogados en el canal de Sicilia, para poder honrar a los muertos con la dignidad de sus nombres, cuando menos. 
 . Este meticuloso empeño ya es en sí mismo muy conmovedor, pero el interés de la noticia queda eclipsado por el protagonismo de uno de los casos que cuenta la forense. 
Fue durante un naufragio en abril de 2015, una de las catástrofes mayores, porque murieron más de mil personas.
 Quinientas veintiocho víctimas llegaron a las manos de Cattaneo y su equipo, y entre ellas estaba el cuerpecito desmedrado de un niño de Malí de 14 años vestido con chaqueta, chaleco, camisa y vaqueros.
 Al levantar el liviano cadáver advirtieron que llevaba algo pesado y duro cuidadosamente cosido en la chaqueta.
 Era un pequeño taco de papeles: sus boletines de notas escolares. Matemáticas, física… Todo con magníficas calificaciones, por supuesto.
 Cuando decidió emprender el épico, aterrador, quizá suicida viaje de más de 3.000 kilómetros hacia la Tierra Prometida, este chaval de Malí sólo llevó consigo ese tesoro: la prueba de su esfuerzo y su rendimiento escolar, la demostración de que era un chico bueno y aplicado.
 Quizá pensó que esos boletines valían más que un pasaporte. 
 Puede que hasta imaginara que, al ver sus impecables notas, las autoridades de la rica Tierra Prometida incluso le ayudarían a seguir estudiando. 
Se ahogó con su esperanza amorosamente cosida al pecho.
Es uno de los casos más sobrecogedores que conozco de fe en la educación y en el valor del conocimiento.
 Recuerdo ahora a la gran Malala, a la que los talibanes metieron un tiro en la cabeza por reclamar su derecho al estudio.
 Por seguir empeñada en ir a la escuela. “El lápiz es más poderoso que la espada”, dijo Malala ante la ONU, parafraseando al autor inglés Edward Bulwer-Lytton.
 Sí, la educación y el conocimiento son piedras angulares de la cultura occidental, y las democracias se llenan la boca de grandes proclamas en defensa de ello.
 Pero parece que no todos los lápices valen lo mismo; o quizá son más fuertes que la espada, pero no que el dinero.

La historia del buen estudiante de Malí ya se convirtió en viral en Italia hace algún tiempo, y ahora lleva camino de hacer lo mismo en nuestro país y quién sabe si en el mundo entero. 
Porque tiene un filo de autenticidad y de inmediatez que nos acongoja. 
Si estudias, serás recompensado; si te aplicas, te irá bien. Reconocemos esas palabras mentirosas, esas promesas imposibles en la inocente credulidad del niño de Malí. 
Es como si todos le hubiéramos engañado.
Embotados como estamos ante el horror constante (es una instintiva defensa psicológica), no podemos ni pensar en los miles de inmigrantes y de refugiados muertos, en los desplazados, en los desaparecidos.
 Niños, ancianos, hombres y mujeres. 
Una marea negra de ahogados anónimos llamando a las puertas del castillo europeo. 
Sólo en casos así, tan personalizados, tan elocuentes, se activan nuestras neuronas espejo y podemos volver a sentir al otro y recordar su tragedia.
 A veces tengo la sensación de que la verdadera vida sólo llega a atisbarse en los rincones, en las menudencias, en un movimiento apenas intuido por el rabillo del ojo, en un destello que se cuela por una fisura. 
Nuestro buen estudiante de Malí es ese repentino chispazo.
 Murió hace cuatro años y ahora su fulgor nos deslumbra.
 Pero enseguida volverá a apagarse porque, por desgracia, creo que hemos tirado la toalla. 
No sabemos cómo arreglar el infierno y preferimos adquirir la costumbre del ciego.