Un Blues

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Del material conque están hechos los sueños

13 abr 2019

Muere a los 88 años Francisca Aguirre, poeta de la desolación y la lucidez

La escritora, Premio Nacional de las Letras 2018, era considerada la más machadiana de la generación de los años cincuenta.

 
 

Francisca Aguirre, retratada en su casa en Madrid el pasado mes de noviembre.
Francisca Aguirre, retratada en su casa en Madrid el pasado mes de noviembre.
La poeta Francisca Aguirre (Alicante, 88 años) ha fallecido hoy por la tarde en su domicilio madrileño.
 Con ella desaparece una de las pocas autoras que se mantenían en activo de la llamada “otra generación del 50”, es decir, la que conformaron poetas mujeres que inicialmente quedaron fuera de las antologías de la época y que poco a poco fueron ocupando un espacio imprescindible en el mapa poético del país.
 
Francisca Aguirre, retratada en su casa en Madrid el pasado mes de noviembre.
Francisca Aguirre, retratada en su casa en Madrid el pasado mes de noviembre.

Francisca Aguirre tuvo un reconocimiento institucional tardío aunque la crítica había prestado atención a su obra desde sus primeros libros. 
 En los últimos años ese reconocimiento se concretó en el Nacional de Poesía por Historia de una anatomía en 2011 y el pasado noviembre con el Premio Nacional de las Letras Españolas, el máximo galardón de nuestra literatura tras el Cervantes.
 En el fallo del jurado se destacó una característica de su trabajo poético que honraría su obra y que la situaba en la zona más arraigada y cercana a la sentimentalidad colectiva de nuestra poesía: señaló que era la poeta "más machadiana" de las integrantes de la generación de los 50.

Aunque por año de nacimiento, Francisca Aguirre forma parte de la leva más joven de una promoción en la que estuvieron integrados autores como José Ángel Valente, Francisco Brines, Ángel González, Jaime Gil de Biedma o José Manuel Caballero Bonald, lo cierto es que la publicación tardía, en 1971, de su primer libro, Ítaca, cuando la obra de sus coetáneos estaba ya consolidada, la situó en un espacio al margen, en un lugar alejado de los cánones académicos.
 Con Angelina Gatell, Julia Uceda y María Beneyto, participó en la consolidación de una poesía hecha de cotidianidad y de meditación, de precisión formal y de aliento colectivo a la que las mujeres que vivieron los años más duros de la posguerra en el lugar de los vencidos aportaron altas dosis de experiencia y de lucidez. 
Su mirada hacia la realidad nunca fue complaciente: siempre estuvo atenta a los males colectivos y, en la estela del Machado más esencial, el de las Soledades más que el de Campos de Castilla, pero también asimilando ecos de Miguel Hernández, o de José Hierro, a quien le unió una profunda amistad, acabó construyendo una obra de un alto nivel de calidad pese a los tonos conversacionales y directos que dominan en la mayor parte de sus poemas. 
Casada con el escritor Félix Grande —fallecido en 2014— y madre de la también poeta Guadalupe Grande Aguirre, Francisca Aguirre ha llevado a su poesía una experiencia vital extremadamente dura, sobre todo en los años posteriores a la Guerra Civil, hasta el punto de que incluso algunos poemas de sus libros más recientes no han dejado de estar marcados por la sombra de la trágica muerte de su padre, el pintor Lorenzo Aguirre, que fue condenado a la máxima pena y ejecutado por garrote vil en 1942.

Publicación pausada

Francisca Aguirre, tras su primer y muy maduro poemario Ítaca, con el que obtuvo el premio de poesía Leopoldo Panero de 1971, fue publicando, con un ritmo pausado pero con escasas zonas de vacío editorial o, tal y como definiera a esas etapas José Hierro, “períodos de estiaje” (los años ochenta), una obra sólida y cargada de serenidad y hondura.
 En 1976 publicó Los trescientos escalones, reeditado recientemente con un estudio de la joven poeta Sandra Santana. 
En 1978 apareció La otra música y en 1995 publicó un libro, Ensayo general, en el que el soneto tiene un protagonismo central y en el que se advierte, junto a la devoción machadiana, el eco de poetas más recientes como Blas de Otero, o el pulso clásico de algunos autores del siglo de Oro, desde Quevedo a Lope. 
En 1998 publicaría Pavana del desasosiego y en el filo del nuevo siglo, en el año 2000, reunió su poesía completa bajo el mismo título que dio a libro de sonetos, Ensayo general (volumen que ha contado con una edición ampliada y prácticamente cerrada en 2018).

El nuevo siglo ha sido especialmente generoso con la obra de Aguirre. 
No solo ha publicado libros memorables, sino que ha sido el tiempo de los reconocimientos de mayor alcance: Premio de la Crítica del País Valenciano por su poesía completa, aparición de su antología Memoria arrodillada, nuevos libros como La herida absurda (2006), Nanas para dormir desperdicios (2008), además del Nacional de Poesía. 
En los relatos Que planche Rosa Luxemburgo, y las memorias, mezcla de poesía y prosa, de Espejito, espejito, puso de relieve su dominio del texto narrativo. 
Sus últimos libros de poemas han sido Los maestros cantores (2011) y Conversaciones con mi animal de compañía (2012).
El amor, la cotidianidad, la memoria personal y la memoria colectiva, la muerte, el peso de los años más sombríos del franquismo, la mirada hacia los clásicos, desde Cervantes hasta Machado pasando por autores en apariencia lejanos a su formación como Kafka o Borges, y una pasión permanente y casi obsesiva por la música, todo ello amasado en una visión del poema atento a la realidad y a sus desmanes, y en una concepción rigurosa y realista del poema, han hecho de Francisca Aguirre una de nuestras poetas imprescindibles.
En noviembre de 2018, tras serle anunciado el Nacional de las Letras, aseguraba:
 “Escribes para no andar a gritos y para no volverte loca.
 La poesía tranquiliza. A mí me ayuda. El mundo es injusto, pero el lenguaje es inocente.
 El poder de las mujeres es tener la oportunidad de decir que no. Por eso es tan importante la educación, la independencia. 
 Queda mucho por hacer porque la desigualdad sigue siendo enorme: entre hombre y mujeres, entre ricos y pobres…”.

 

Messier 87.....................................Boris Izaguirre

Pensaba que Cantora, la remota galaxia de Isabel Pantoja, era un cuerpo astral.

 

Fotografía facilitada por el CSIC de la primera imagen obtenida de un agujero negro.
Fotografía facilitada por el CSIC de la primera imagen obtenida de un agujero negro. EFE

La reinvención del rebelde Ricardo Bofill................Cristian Segura.

El ex de Chabeli Iglesias y Paulina Rubio rompió con su pasado de excesos y vive centrado en su carrera como arquitecto.

El arquitecto Ricardo Bofill.
El arquitecto Ricardo Bofill.

 Un hombre sobriamente vestido, con el semblante serio y con un dominio impecable de idiomas se dirige al auditorio del Foro Económico Internacional de San Petersburgo (Rusia). 

Es el año 2016 y nuestro protagonista podría pasar por ser un cónsul honorario. 

El público, compuesto por ejecutivos y representantes de la Administración rusa, no sabe que este orador, invitado como arquitecto de prestigio, fue célebre en España por un pasado de desmadre, símbolo de una época de desenfreno previa a la crisis económica.

 Su nombre es Ricardo Emilio Bofill Maggiora Vergano, el personaje antes conocido como Ricardito Bofill.

Estrella de circos televisivos como Tómbola, exmarido de Chabeli Iglesias y expareja de la cantante Paulina Rubio, Bofill fue protagonista de la crónica rosa durante la década de los noventa y hasta 2005 por sus excesos y aventuras amorosas. “No me escondo, pero decidí que quería acabar con ello, porque no era óptimo para una trayectoria seria”, explica en una conversación telefónica con EL PAÍS. 

Bofill hace este resumen de su actual vida privada: “Estoy muy centrado en el trabajo, y soy muy casero.

 Tengo diez amigos de toda la vida. Salimos en moto, voy a conciertos en el Palau de la Música, practico el surf. 

Vivo frente a la playa de Barcelona, al final de la Diagonal, en una zona en la que no se me conoce. 

Estoy soltero y no tengo hijos. Ayer le llevé la mona de Pascua a mi ahijada. 

Disfruto muchos de los niños de mis amigos”. No le apetece que se hable de su pasado, aunque tampoco le quita el sueño, lo ve como una etapa necesaria:

 “Me enseñaron que era joven y que debía vivir, tener experiencias”. 

Hijo del genio de la arquitectura Ricardo Bofill Levi, junto a su padre y a su hermano Pablo lleva las riendas del despacho RBTA –Ricardo Bofill Taller de Arquitectura.

 Bofill júnior es director de diseño y está centrado en proyectos en China, Rusia y en su destino favorito, India: “En India se preguntan 'Who the hell is Ricardo Bofill?' [Quién demonios es Ricardo Bofill?].

 Mi padre tiene una gran trayectoria en cuarenta países, en Rusia y en China también, pero no en India. 

Allí he empezado de cero”. Algunos de sus trabajos de los que habla con orgullo son la reforma de las oficinas de Google en Nueva Delhi o un barrio residencial de casas de cuatro plantas en Chennai, en la costa este de India.

 En Instagram publica imágenes de sus jornadas de trabajo. Solo tiene 485 seguidores en esta red social y en Twitter, 110, lejos de la fama de antaño. 

El vídeo más reciente que ha publicado es de un viaje profesional en Sri Lanka: son imágenes de diciembre de 2018, soplando las velas de una tarta que trabajadores locales le prepararon por su 53 aniversario.

Ausente de la vida social, del último gran evento del que hay fotografías de Bofill es la gala contra el sida de 2015, un acontecimiento que organizaba Miguel Bosé en Barcelona.

 A Bofill, lo que le gusta más hoy es hablar sobre modelos de ciudades –“tienen que ser pulmones verdes, bosques que en vez de generar CO2, generen oxígeno”– y de la arquitectura en general: “Esta se ha puesto de moda porque queda bien colgar fotos de edificios en las redes. 

Se diseñan edificios muy frikis, muy retorcidos, para salir en Instagram”. 



En once años, un nuevo cambio vital

Bofill cree que le quedan once años más como arquitecto, quiere ceder el liderazgo de RBTA a su hermano.
 Pablo es 15 años más joven que él e hijo de la artista francesa Annabelle D'Huart; Ricardo es hijo de la actriz Serena Vergano, la primera mujer de su padre y una de las musas del cine experimental de la Escuela de Barcelona.
 Licenciado en Artes por la Universidad de Rice (Texas) y máster en Arquitectura por Harvard, entre otros títulos, Bofill júnior prevé empezar una nueva fase vital de aquí a una década: “La vida tiene una tercera parte, de retorno al estudio, a la naturaleza, a la vida simple”.
El “espíritu renacentista” que Bofill dice seguir, le llevó hace dos décadas a escribir tres novelas y a dirigir una película en 2005: casi todas sus ficciones sucedían en el mundo de la noche, de la fiesta y de las drogas, todo lo que ha querido dejar atrás.
 Bofill siempre ha destacado que el cine y la arquitectura son sus pasiones, y asegura que en ello fue determinante la influencia de ver trabajar a pie de obra a su padre y a su abuelo, el también arquitecto Emili Bofill. 
“El uso que hacían de los colores, de las formas, era una explosión de imaginación”, dice Bofill al recordar la construcción de La Muralla Roja (Calpe, Alicante), una urbanización de 1973 que es una clásico de la llamada arquitectura posmoderna, y del Castillo de Kafka, un edificio de apartamentos de 1968 en Sitges (Barcelona) que evoca a un juego de cubos.
Otra influencia importante fue la de su abuela María Levi, esposa de Emili Bofill y madrina discreta de la cultura catalana durante el franquismo.
 Joan de Sagarra escribió sobre Levi un artículo en 1993, con motivo del matrimonio de Bofill con la hija de Julio Iglesias e Isabel Preysler: 
“Preguntado Ricardín sobre qué le sedujo más de Chabeli, el novio responde: 'Los ojos. Cuando la vi por primera vez pensé que era la reencarnación de mi abuela”.
Sagarra continuaba exponiendo la importancia de la abuela Levi: “Fue uno de los personajes más fascinantes de la Barcelona de los años sesenta y setenta.
 En aquellos años, cualquiera que fuese o aspirase a ser alguien en la gran encisera debía forzosamente ir a probar la pasta –¡y qué pasta!– de María Levi.
 En las cenas que montaban en su casa Emili y María, uno podía encontrarse con Andy Warhol, con Pasolini o con Monica Vitti, y, en el peor de los casos, con Baltasar Porcel”.
Bofill cuenta que los abuelos le enseñaron a nadar o a jugar al ajedrez.
 De aquel ambiente cultural recuerda sobre todo al escritor José Agustín Goytisolo, que le corregía sus ensayos y poemas de juventud:
 “Escribí un verso, algo así como 'velas más blancas que la leche'; José Agustín me dijo que aquello era muy cursi y me lo cambió por 'velas más blancas que la lepra'. 
José Agustín me enseñó a no ser previsible”.



 

El ADN confirma que un médico holandés usó su propio semen para engendrar 49 hijos en su clínica

Medio centenar de descendientes estudian si piden indemnizaciones por las inseminaciones ilegales.

 
A la izquierda, Joey Hoofdman, presunto hijo de Jan Karbaat. A la derecha, el médico en una imagen de joven.
A la izquierda, Joey Hoofdman, presunto hijo de Jan Karbaat. A la derecha, el médico en una imagen de joven.
Jan Karbaat, apodado en Holanda “el médico inseminador”, ha resultado ser el padre biológico de al menos 49 hijos.
 El ginecólogo, fallecido en 2017 a los 89 años, regentó durante cuatro décadas una clínica de fertilidad cerca de Róterdam, y cuando el tratamiento con sus pacientes fallaba, utilizaba su propio semen ocultando que no era de un donante anónimo.
 Este viernes, las pruebas de ADN autorizadas por los tribunales han confirmado las sospechas de su prole, que se ha conocido gracias al caso.
 Karbaat tenía además 22 hijos de varias parejas sentimentales.

Los análisis han sido efectuados en el hospital Canisius Wilhemina, de Nimega (al sur del país), después de que uno de los vástagos legítimos de Karbaat accediera, en 2017, a cruzar su ADN con el de 18 de los hijos de las mujeres tratadas en la clínica paterna.
Cuando esas pruebas dieron positivo, los demás demandantes pidieron a los jueces una muestra de su supuesto progenitor. “Varios de los nuevos hijos sospechaban de Karbaat desde hace años, y muchos se le parecen físicamente, pero saberlo seguro era importante”, ha dicho Ties van der Meer, de la Fundación Hijos de Donantes, que les ha apoyado.
A partir de ahora tendrán que decidir si reclaman una indemnización a la familia de Karbaat por los gastos que les ha ocasionado el proceso. 
 Tal vez también por los daños emocionales sufridos. Para algunas familias ha sido muy duro, porque Karbaat no solo vulneró la ética profesional. 
Tanto las mujeres como sus hijos creían que el padre era anónimo, y por eso han denunciado la falta de controles de las clínicas de fertilidad.
Moniek Wassenaar, una de las hijas que ha confirmado ahora su filiación, es psiquiatra de profesión y aseguró en 2017 a EL PAÍS que el médico se aprovechó de mujeres como su madre.
 “Estaban en uno de los momentos más vulnerables de sus vidas, y convencidas de que el semen era de donante anónimo, así que no preguntaron nada.
 Jugó con ellas y nunca tuvo en cuenta la trascendencia de sus actos”. 
Este viernes, Joey Hoofdman, otro de los hijos, y hermano por tanto de Moniek, se abrazaba a sus nuevos parientes oficiales.
 Joey acudió a la televisión holandesa en 2017 y contó el caso.
 Su parecido paterno es tal, que esperó hasta que muriera su madre para investigar sus orígenes y darse a conocer. 
En los años ochenta y noventa pasaron por la clínica de fertilidad de Karbaat unas 6.000 mujeres que engendraron cerca de 10.000 hijos, según aseguraba el propio médico. 
El éxito de sus tratamientos explica en parte que las pacientes no preguntaran cuando veían que, tras varios intentos fallidos, con otro donante lograban el deseado embarazo.
Para el hijo legítimo que aceptó proporcionar su ADN, el resultado tampoco ha sido una sorpresa.
 Ha hecho saber que su padre le confió tener “unos 40 descendientes” concebidos por inseminación de sus pacientes. Karbaat tenía mucho éxito porque trababa a una amplia gama de pacientes, desde parejas estables con problemas de concepción, a mujeres solteras y lesbianas. 
En 2009 se vio forzado a cerrar la clínica cuando la inspección sanitaria observó “graves problemas administrativos, con falta de registros adecuados y desorden documental”.
 La donación anónima de semen para la inseminación artificial es posible en Holanda desde 1970.
 Desde 2004, los hijos así concebidos tienen derecho a pedir los datos de su progenitor.
 En esa fecha, con el cambio de ley, todos los adolescentes de 16 años podían pedir el pasaporte del donante en el centro que atendió a sus madres. 
 Una mujer no pudo encontrar al padre biológico de su hija, y ahí entró a fondo la inspección.