Tras los
elevados gastos de vestuario y los viajes en avión privado, un fin de
semana de 39.000 euros son mirados con recelo por la prensa británica.
La vida de lujo del príncipe Enrique y Meghan Markle
empieza a pasarles factura. Este viernes la prensa británica informa de
que la pareja se gastó casi 39.000 euros en tres noches en un exclusivo
hotel de Hampshire, solo un par de semanas antes de la llegada del bebé
real. Los duques de Sussex se hospedaron en la habitación Long Room del
lujoso hotel Heckfield Place en Hook, en Hampshire. Ocuparon una de las suites más caras que además de la habitación cuenta con un salón, un comedor y terrazas privadas. La mansión georgiana del siglo XVIII se ha convertido en una de las
favoritas de las celebridades, entre las que se encuentran Liv Tyler y
Cara y Poppy Delevingne. La pareja fue vista paseando por sus jardines y
eligió comer sola en su habitación, evitando los dos restaurantes del
establecimiento dirigidos por la editora de restaurantes de Vogue, galardonada con una estrella Michelin, Skye Gyngell. Propiedad de Gerald Chan, un "multimillonario invisible" nacido en
Hong Kong, Heckfield Place también cuenta con su propio gimnasio que
ofrece una gama de clases, ideal para los amantes del yoga como Meghan
Markle.
Esta noticia llega cuando ha trascendido que la reina Isabel
ha vetado el uso de algunas de las grande joyas de las corona a Meghan
Markle. Concretamente se le ha limitado la elección de tiaras que en
cambio sí están a total disposición de Kate Middleton. El primer veto lo
puso cuando la esposa de Enrique de Inglaterra escogió la que iba a
llevar el día de su boda en la capilla del palacio de Windsor, el pasado
19 de mayo. Ella quería una de las más valiosas y la reina le prestó
una más sencilla. También están en el punto de mira los gastos de vestuario que ha realizado Meghan Markle en los diez meses que lleva casada con el príncipe Enrique. Por todo ello no extraña que la pareja haya contratado una nueva directora de comunicación: Sara Latham, una ex asesora de Hillary Clinton. La pareja está ya instalada en Frogmore Cottage
después de que los trabajadores pasaran meses renovando la propiedad. La residencia contaba con 10 habitaciones que se han convertido en
cinco, todas ellas con su propio baño. Para todas las reformas, incluida
la pintura vegana que ha elegida Markle, se han necesitado 3,5 millones
de euros. Ese dinero ha salido de las arcas de Isabel II, que también ha prestado a la pareja algunas de las obras de arte que decoran las paredes de la casa. De lo que no hay duda es de que la pareja despierta mucho interés. Esta semana han abierto su propia cuenta de Instagram
y en solo cuatro días han reunido más de 3,7 millones de seguidores,
superando así el récord de Guiness al lograr un millón en menos de seis
horas.
También están en el punto de mira los gastos de vestuario que ha realizado Meghan Markle en los diez meses que lleva casada con el príncipe Enrique. Por todo ello no extraña que la pareja haya contratado una nueva directora de comunicación: Sara Latham, una ex asesora de Hillary Clinton. La pareja está ya instalada en Frogmore Cottage
después de que los trabajadores pasaran meses renovando la propiedad. La residencia contaba con 10 habitaciones que se han convertido en
cinco, todas ellas con su propio baño. Para todas las reformas, incluida
la pintura vegana que ha elegida Markle, se han necesitado 3,5 millones
de euros. Ese dinero ha salido de las arcas de Isabel II, que también ha prestado a la pareja algunas de las obras de arte que decoran las paredes de la casa.
De lo que no hay duda es de que la pareja despierta mucho interés. Esta semana han abierto su propia cuenta de Instagram
y en solo cuatro días han reunido más de 3,7 millones de seguidores,
superando así el récord de Guiness al lograr un millón en menos de seis
horas.
Aunque son las 10 de la mañana, Mario Vaquerizo, genio y figura, nos espera con su sempiterna cervecita en la terraza del hotel The Principal,
con vistas a su adorada Gran Vía. “Me sienta bien, ¿qué quieres que te
diga?”. Hemos quedado con la excusa de hablar de su nuevo libro, el
quinto ya, Cuentos para niños rockeros (Espasa, ya a la venta). Son
cincuenta perfiles de artistas a los que admira y que él considera
rockeros, aunque algunos estén tan alejados del género como Lola Flores o
Raphael. Lo escribe porque cree que a él le habría gustado leerlo de pequeño, en vez de buscar esas historias “en la Súper Pop y El Gran Musical”. Mario es el autor pero, en realidad, su propia historia podría formar
parte de uno de esos cuentos. Uno que sería algo así: “Érase una vez… un
niño de Vicálvaro que soñaba con ser rockero y vivir en la Gran Vía,
que trabajó de guionista y 'promocionero' y acabó por enamorarse de una
de sus ídolos, Alaska. Se subió a un escenario con las Nancys Rubias y
fue una presencia recurrente en todos los platós de televisión”. Normal
que, como los buenos rockeros, haya acabado exhausto, víctima de su
frenética actividad: un dolor de espalda lo ha tenido postrado en cama
los últimos meses. Pero por nada del mundo iba a dejar de hacer la
promoción de su último libro y regresar a un contacto con un público que
lo adora.
"A mí me gusta la fama, pero tengo un concepto de ella muy
'warholiano'", dice Mario Vaquerizo, que presenta su nuevo libro:
'Cuentos para niños rockeros'. Foto: DR
Vuelves después de una baja por enfermedad. En el libro
cuentas la historia de Elvis Presley, ¿te sientes un poco como él cuando
volvió de hacer la mili? No, hombre, eso sería un poco 'despropositado'. Cuando eres un poco
mayor, sabes cuáles son tus limitaciones. Elvis es el rey del rock. Aunque bueno, Elvis cuando estuvo de uniforme no dejó de ejercer de rockstar: más que hacer la mili, lo que hizo fue hacer un photocall.
¿Tenías mono de fama? De lo que tenía mono es de volver a ser Mario Vaquerizo. Muchas veces
proyecto una imagen de frívolo y de que solo me gusta la fama y demás. Y
sí, a mí me gusta la fama, pero tengo un concepto de ella muy
'warholiano'. Sé que es efímera. Mi pretensión en la vida no ha sido
llegar a ser famoso. Simplemente, se han dado una serie de
circunstancias, que no sé si las he buscado o no, que me han convertido
en una persona célebre. Yo lo que quería era ser el Mario de siempre,
que se reía, que estaba de buen humor y que iba al gimnasio. Pero el
dolor me lo impedía. Tenía mono de volver a ser Mario. Y poco a poco lo
voy consiguiendo. Porque, aunque suene un poco prepotente decirlo, me
gusta ser Mario.
¿Y quién es Mario? Mario es un marciano. A veces me autoanalizo y me digo: “La verdad es
que eres un maricón muy raro”. Mario es un tío divertido, que siempre
está tirando para adelante, que aglutina a mucha gente, que se inventa
un montón de proyectos aunque luego no salgan.
Los libros, de momento, sí salen. Este es ya el quinto… Soy consciente de que cuando Espasa Calpe me pidió mi primer libro,
lo hizo por mi posición mediática. Por eso lo titulé de manera irónica Haciendo majaradas, diciendo tonterías. Pero uno es profesional e intenta hacerlo bien. Y de esas “majaradas”
se vendieron 30.000 ejemplares, y eso me sirvió a mí para hacer lo que
yo realmente quería hacer, que era la biografía de Fabio McNamara (Fabriografía),
que es el libro del que más orgulloso me siento, no solo por lo que
representa Fabio para mí, sino por el ejercicio de investigación que
tuve que hacer. ¿Te consideras una persona ambiciosa? Nunca he tenido pretensiones: no he querido ser escritor, ni tener un
grupo. Yo hago las cosas porque me apetecen. Si luego llegan a mil
personas, fenomenal; que son superventas, fenomenal; que actúo con los Pet Shop Boys
o en el Baile de la Rosa, pues fenomenal… Pero no ha sido mi
pretensión. La pretensión te acaba generando frustración. Tienes que
hacer las cosas porque te apetecen y te hacen sentir bien. Y punto.
“Los policías me decían: ‘Es la ley... pero habríamos hecho lo mismo”.
Ángel
Hernández, que fue detenido por asistir a su mujer en el suicidio, pide
una ley de eutanasia: "Todos los partidos tienen a alguien con este
problema".
Antes, 48 horas sin dormir. María José Carrasco le había pedido muchas
veces que la ayudara a acabar con el sufrimiento provocado por 30 años
de esclerosis múltiple. Estaba en fase terminal, encerrada en un cuerpo que ya no podía moverse,
que tenía dificultades para oír, para ver, para hablar.
Así que él le
prestó sus manos y le dio de beber pentobarbital sódico.
Y lo grabó.
Ella, que tenía 61 años, se quedó dormida.
“No sufrió”, ha explicado
Hernández este viernes en su domicilio, en Madrid.
Las primeras horas de duelo las pasó arrestado, encerrado en un
calabozo. “Podría haberlo hecho clandestinamente. Discutí con mi esposa
por esto, ella era secretaria judicial y sabía lo que podía pasarme. Pero la convencí de que era importante que esto trascendiera, ya no por ella, sino por la gente que se quedaba”, ha afirmado este hombre, de 70 años.
Hernández habla de la tranquilidad que sintió al volver a casa,
tras pasar la noche en el calabozo. “Me duché, porque es desagradable
estar sobre una colchoneta encima de una piedra que te destroza la
espalda. Además yo tengo una hernia discal. Menos mal que me llevé la
medicación para que no me doliera”, relata. “No me dormía. Me levantaba y
paseaba en un habitáculo de cuatro por cinco metros, como un animal
enjaulado”. “Lo que más me fastidiaba era que no podía hacer los
trámites necesarios para atender a mi mujer. Tenía que haber ido al
Instituto Anatómico Forense y haber hablado con quienes le hicieron la
autopsia. Y preparar su incineración”, continúa. “No lo pude hacer
porque estaba allí. Los policías se portaron muy bien. Me decían que ‘es la ley’, pero que ellos habrían hecho lo mismo. Sí, es la ley, pero está equivocada, se tendría que haber solucionado hace tiempo”, añade Hernández.
Esta mañana, la puerta de su casa está abierta. Una fila de
periodistas espera para hablar con él. En el pasillo de entrada, tres
cuadros a la izquierda. Carrasco, 90, es la firma de uno de ellos. Entonces ella aún podía pintar. A la derecha, una estantería repleta de
libros, de pintura, novelas... Hernández, que tiene 70 años, atiende a
los medios en el salón. La butaca de su mujer, vacía, sigue en el centro
de la estancia. Fotos de ella en las estanterías, de cuando aún era
dueña de su vida. “Yo no quiero ser protagonista de nada, esto me está
alterando, pero el tema tiene que salir para que se apruebe la ley de eutanasia,
para que no sea un familiar quien dé un fármaco o que deba hacerlo una
tercera persona y la familia deba salir de la casa para no meterse en
problemas legales”, explica Hérnandez.
“Con el vídeo quería mostrar el sufrimiento, no es lo mismo verlo que contarlo.
Este problema existe”, insiste. Cuenta que se siente muy arropado. “Si
es que más del 80% de los españoles quieren que se regule la eutanasia. Es algo transversal. No hay absolutamente ningún partido, de entre
todos los partidos, que no tenga a alguien inmerso en este problema. En
todos tiene que haber alguien como estaba mi mujer. ¿Cómo van a estar en
contra?”, dice. “No se va a aplicar a todo el mundo,
indiscriminadamente, sino que se regulará. Y se hará para quien lo
necesite y quiera, porque así lo manifieste. Si un médico es objetor no
tiene por qué hacerlo. Pero debe llevarlo a cabo un profesional”,
recalca. “Yo no sabía cómo iba a resultar, no tenía ni idea de lo que le
iba a suponer a mi mujer. Si iba a sufrir o no”, prosigue Cuenta que cortó la grabación porque era “tremenda”, no por que
mostrara sufrimiento, sino por lo que se veía en el vídeo: la muerte de
su esposa. “No me da miedo lo que pueda pasarme”, asegura Hernández. “Lo único que quería era acabar con su sufrimiento”,
insiste. La petición de su mujer es el último recuerdo que guarda de
ella, dice. “Me lo había pedido desde hace mucho. Pero lo hacía ante la
cámara. Era muy importante que quedara reflejado”. Eso, y la
“satisfacción de que haya podido dejar de sufrir”.
Carrasco temía por él, le había advertido de que podrían acusarle de homicidio o incluso de violencia machista. Hernández la convenció de que era importante dar la cara, “salir del
armario” para poner la eutanasia sobre la mesa. Ahora tiene que esperar
hasta saber qué le imputa el juez instructor. “Puede pedir de todo.
Puede ser que considere que no hay que aplicarme eximentes, pero mi
abogada las va a reclamar. Si piden para mí dos años, por ejemplo, al
haber reconocido los hechos, no entraría en prisión. Pero tampoco me
preocupa mucho. Lo que me preocupaba era que mi mujer sufriera. Y eso se
ha acabado”. Cuenta que es feminista y que sería “terrible” para él una
acusación de violencia machista. “Por este motivo y por muchos otros,
pero también por este, grabamos el vídeo”, añade. “Para que no crean que
lo que quiero es librarme de ti, después de 30 años cuidándote”, dice,
como si le estuviera hablando a su mujer.
“Lo que quería es que la gente supiese que esto existe, que hay mucha gente que sufre
y que está en la clandestinidad. Nosotros tampoco lo habíamos mostrado
prácticamente, salvo en las entrevistas que concedimos en octubre. Pero
pasamos casi 30 años sin decir ni esta boca es mía. Nadie lo sabía, solo
los vecinos y la familia”, afirma Hernández. “Es muy interesante que
esto salga a la luz. Mi mujer ya ha fallecido y está libre de
sufrimiento. ¿Pero y la gente que queda?”.
“Hay que hacer todo lo posible para que esa gente pueda tener la
satisfacción de poder morir dignamente. Y sean libres de decidir que
quieren morir dignamente. Esto de las leyes y la moral… ¿Qué ocurre con
quien, como le pasaba a mi esposa, no puede hacerlo? ¿Siguen sufriendo?
¿O que a sus familiares les pase lo mismo que me puede pasar a mí? No
todos tienen la fuerza para decir: ‘Yo no te voy a abandonar en tus
últimos momentos, de ninguna manera”. Así lo hizo él.
Asegura que le quedan fuerzas para seguir peleando. Y que lo va a
hacer. Por los que quedan. “Porque por mi mujer, ya…” Se le entrecorta
la voz. Dice que esta mañana ya no puede atender a más medios. Se va al
Instituto Anatómico Forense. Va con retraso. No quiere espectáculos. Solo incinerarla.
Que una llamada de teléfono puede cambiarte la vida es algo que pasa,
para bien o para mal. Pero aquella que anuncia la que parece ser la
noticia de tu vida pero termina como caramelo envenenado siempre es para
peor. Fue lo que le ocurrió a Màxim Huerta (Valencia, 1971) el día que
el presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, le ofreció ser ministro de Cultura y Deportes. “No sé cómo estoy”, dice el periodista y escritor, capaz hoy de hablar
por primera vez de todo lo que vivió aquella semana hace casi un año. Es el ministro más breve
de la historia de España, se lo recuerda cada mañana la cartera que
recibió en la jura de su cargo, colgada en su vestidor y que no piensa
esconder. “Es algo muy importante en mi vida, aunque, exceptuando la
muerte de mi padre, también es lo que más sufrimiento me ha generado”,
recuerda. “No hemos hablado mucho del tema del Ministerio en casa, no sé si por
salud o por miedo a verbalizar. Porque, para mí, igual que fue una gran
ilusión, que puse todo mi respeto y ganas en esa cartera, me ha dado el
mismo volumen de dolor. Ha sido como una enfermedad, salvando las
distancias: ha habido dolor físico, había y hay médicos, y no encontraba
la salida. Pero los amigos, la familia, el mar, dibujar y reírme fueron
ayudándome a salir. El humor embellece y nos hace mejores. La burla no,
en ella hay una mirada de superioridad. Pero con mis primas hubo risas
en ese verano de intensidad junto al mar”. También hubo otras muchas
fingidas, para no preocupar a su entorno y autoconvencerse de que todo
había pasado. Pero todo esto sucedió después de la llamada inesperada. Y
por ahí habría que empezar. Pregunta. Cuénteme la llamada. Respuesta. Estaba
desayunando con mi amiga Virginia para preparar unas firmas de libros. Tras dos llamadas perdidas de un teléfono desconocido, a la tercera lo
cogí. Y era Pedro Sánchez.
Habla ahora desde la premisa de no ahondar en el drama porque no le
gusta. Aunque lo haya habido. Habla manteniendo la sonrisa durante toda
la conversación, aunque en algunas partes se le haga un nudo en la
garganta al verbalizar ciertas cosas y se esboce la emoción en sus ojos. Este hijo único de un camionero y una modista creyó que podría ayudar a
cambiar las cosas en un mundo por y para el que vive. Porque esta es
una historia de ilusión y dolor, muy cerca de como Almodóvar ha titulado su última película.
P. ¿De qué le conocía? R. De dos veces: una
cita en un despacho con un político amigo, donde le llevé mis libros
porque alguien de su despacho me lo había pedido, y una charla que
ofreció en Válgame Dios, un restaurante en Chueca [Madrid]. Era un periodo ilusionante en España, se generó algo que algunos
parecieron olvidar el mismo día que se nombraron los ministros. Era
difícil negarse.
P. ¿Un encargo de ese calibre no hay que pensarlo? R. Recibo la llamada
ahora y vuelvo a aceptar. Mi nivel de compromiso con algo que me gusta
tanto como la cultura, y decidir, apoyar y fomentar las cosas que más me
gustan en esta vida…, pues acepto, claro que acepto. Y aceptaría ahora.
No puedes pensar en pros y contras, en lo que pueda pasar. P. ¿Y en qué pensó en ese momento?
R. Durante esa llamada
mi cerebro iba a otra velocidad. Sabía que todo iba a cambiar, pero las
ganas y la ilusión me pudieron. En todos los ministros que aceptan creo
que debe haber algo de inconsciencia porque el encargo es tan grande…
Pero la responsabilidad te puede. Me lo dijo claramente: “No cuelgo.
Tienes que decirme si aceptas”. Acepté. Y no pude terminar el desayuno. A partir de ahí llegaron unos días que define como maravillosamente
caóticos: estaba de gira con el libro mientras se mensajeaba con el
presidente para preparar los primeros grandes temas del Ministerio: Ley
de Propiedad Intelectual, los 200 años de El Prado,
Ley de Mecenazgo… Y nadie sabía nada, solo su madre. Una de las paradas
de aquellas firmas fue Santiago de Compostela. “No soy muy creyente,
pero aquel día busqué refugio. He ido tanto a misa que entré a ver al
apóstol por inercia infantil, a pedir que fuera bien. Y a lo mejor ha
ido como quería el santo…”, bromea. “Dentro de mí, solo pensaba en lo
bonito que iba a ser. Es la primera vez que lo digo en voz alta, y se me
genera un nudo. No pensé en nada negativo. ¿Qué podía pasar? Que me
desapareciera el Códice Calixtino, a lo más”.
“Cuando salió lo de Pedro Duque [se publicó que
tenía un chalé a nombre de una sociedad instrumental, supuestamente para
eludir impuestos] tuve una crisis muy gorda.
Vi la diferencia de trato,
tanto de los medios como del Gobierno. Y fui consciente de que debía
seguir callado y secando la herida"
Pero llegó el día del nombramiento y las cosas empezaron a cambiar.
“Noté los prejuicios. Desde las televisiones que van de progresistas y
maestras del periodismo trataron mi nombramiento con un fondo de burla.
Y
no tan fondo.
Me di cuenta de que para algunos era un intruso.
No soy gilipollas, soy mayor y tengo años, y hubo recochineo. Puedo
asegurarte que en aquel momento sentí la pérdida de la inocencia.
Si
algo me quedaba del adolescente de pueblo, se rompió no el día que
dimití, sino el que anunciaron mi nombramiento.
Les parecí tan
exótico... Llegué a sentir que preferían a Wert, mi antecesor en el
cargo.
Se satanizaba de dónde venía, que para casi todo el mundo no era
otro sitio que el sofá de Ana Rosa, del que me siento muy orgulloso y en
el que aprendí muchísimo.
Pero nadie destacaba los años de informativos
en Canal 9, cuando salté a presentar las ediciones nocturna y matinal
de Telecinco o la cobertura del 11-S.
Eso hubiera estropeado el
personaje que algunos estaban construyendo.
Con la distancia desde la
que lo veo ahora, me da incluso ternura: yo era fácil de ridiculizar,
por maricón, por venir de la tele, por asuntos varios, como mis tuits
cogidos con pinzas donde se interpretó que odiaba el deporte.
Da igual
que explicara cien veces que mi problema era no practicarlo porque soy
asmático.
Viajé a ver la final de Roland Garros, donde aproveché para
convencer a Conchita Martínez de que fuera secretaria de Estado.
Y antes
había ido a ver al Real Madrid de baloncesto y mucho al Barça.
En mi
primer acto como ministro, en el que iba a despedir a la selección, que
se iba al Mundial de Rusia, aún no tenía la cartera. Fui porque me
invitó el Rey.
Se mostró tan cercano y empático que hasta me pidió
hablar. Es uno de los gestos más bonitos que recuerdo de mi paso por el
Ministerio.
Lo agradeceré siempre. Pero para qué añadir datos: del sofá
de Ana Rosa al Ministerio.
Se buscaba el clic. Aprendí esos días más del
periodismo que de la política, te lo prometo”, asegura.
P. No puedo creer que no reparara antes en ese episodio. R. Se me cayó tanto el
pelo de los nervios en su momento y estaba tan pagado, sufrido y saldado
que ni lo recordaba hasta que volvió a aparecer. Y reitero: sanción
administrativa, no fraude. EL PAÍS fue el único que hizo una fe de
errores. P. Cuénteme exactamente lo que pasó. R. Hice la declaración
de la Renta a través de una sociedad, algo que en su momento mi asesor
dijo que era completamente legal, que así lo hacían los que se dedican a
lo mismo que yo. Hacienda llegó años después, dijo que estaba mal así y
me envió una notificación. Yo pagué, pero como no estaba conforme puse
un recurso, como cualquier ciudadano sobre algo que no está de acuerdo.
¡Imagínate la intención de ocultar nada, si era yo quien recurría! Pero
perdí el recurso y pagué la multa. No hubo más.
"Uno de los momentos más bonitos que he tenido
con mi madre fue la noche en la que dimití, los dos solos.
Me quité el
traje, apagamos la tele y cenamos frente a frente, sin sonido en el
móvil.
Luego me rompí"
P. Teniéndolo tan claro, ¿le costó tomar la decisión de dimitir? R. Bueno, esa mañana al
principio me rebelé, no quería irme. Reconozco que con un poco de apoyo
por parte del Gobierno me habría quedado, pero unos años atrás Pedro
Sánchez ya dijo que no tendría a nadie con sociedades en su Gobierno. Y
fui consciente de que me había convertido en un problema para él. Luego
se ha visto que las varas de medir las tenemos de diferentes tamaños,
pero yo a las doce de la mañana ya tenía claro que se había acabado. Antes de que empezáramos a hablar le dije que dimitía ese mismo día. “No
tengo ningún problema en irme, yo no soy político”, así arranqué. Él
aceptó y la charla derivó a una empatía de todos los colores cuyos
detalles, si me perdona, me voy a quedar para mí. Se lo comuniqué a dos
íntimos, a mi asesor y a mi jefe de gabinete. Llegué a La Moncloa con el
discurso escrito. P. Fue casi igual de rápido en abandonar que en aceptar. R. Cuando mastiqué un
poco todo, lo vi claro. Además, yo siempre había sido de los que pedían
celeridad en las dimisiones. Debía tener coherencia y sentido común: hablé con el presidente, dimití, luego rueda de prensa y listo. De un
modo casi quirúrgico. Se acabó. Y decidí que a partir de ahí el silencio
sería mi mejor respuesta. P. ¿En qué se convirtió la ilusión que le había llevado hasta ahí? R. En una hostia
gigantesca. Me quedé solo en el despacho, y sí que lloré. Estaba roto. El momento de soledad ahí, a puerta cerrada, fue fuerte. Llegó un amigo
para ayudarme a recoger los trastos, las fotos de mis padres y mis
sobrinas. Y para mi madre creo que fue un alivio. Luego me rompí algunas veces más, pero como mi madre
siempre dice que hay que salir llorado de casa, me iba a la playa, donde
no me viera. P. ¿Qué hizo con la rabia que provoca la impotencia? R. Me ofrecieron
colaboraciones fijas si daba una entrevista, temporadas completas en
algunos programas a cambio de hablar, pero preferí el silencio. No
quería que de mí saliera ni una sola frase con rabia. En un país que
echa fuego, lo último que quería yo era regalar titulares. Entonces vinieron los viajes: a Londres con sus amigos, a la Provenza
buscando inspiración para una novela… Volvió a casa y se dio cuenta de
que estaba escondiéndose: era incapaz de escribir, tener una
conversación normal, contestar al teléfono o verbalizar nada. Había cerrado en falso, el
dolor estaba vivo”, admite. Empezó a escribir cuando fue capaz de
plasmar en papel todo lo que había vivido. Pero no piensa publicarlo. P. ¿Cómo es posible que diga que volvería a aceptar? R. Porque estoy
orgulloso de haberlo hecho, aunque tenga algo de inconsciente. Poder
aportar cosas me parece un destino maravilloso. Cuando ahora algunos
actores, deportistas y escritores me dicen lo buen ministro que hubiese
podido ser, me ayudan a ver que estoy vivo y que tengo que hacer muchas
cosas.
P. ¿El tiempo coloca todo en su sitio? R. Sí, ya lo he visto. A mí también.
Quizá por eso, el gesto final de su vuelta llegó con la gala de los
Goya. Presentó el premio al mejor corto de ficción, toda una declaración
de intenciones. “No se preocupen que ya saben que soy breve”, dijo al
público nada más pisar el escenario, y el aplauso fue robusto. “Viva el
humor, la ironía, la cultura y el cine español”, remató. Aquella doble
ovación supuso el final de su duelo. “Me hicieron la mitad de la terapia
del psicólogo. Salí como quien sale de unos baños termales. Unos días
después me encontré al actual ministro, José Guirao, en un homenaje a
Carmen Alborch, y me dijo que no pudo felicitarme por mi cierre. Hasta
él mismo lo vio así”, reconoce ahora.
P. ¿Va a pensárselo dos veces antes de aceptar otro proyecto a la primera?
R. Los pienso tanto que no acepto ninguno. Esta pregunta que me acaba de hacer me la habría hecho mi psicólogo. P. ¿Es cierto que su próxima novela la firmará como Máximo Huerta? R. Este libro que saco ahora, Intimidad improvisada,
es una recopilación de textos, sensaciones, ironía y ternura. El último
de ellos está dedicado a todo esto, necesitaba hacer una sutura en
forma de artículo. Pero en la novela que saldrá después pondrá lo mismo
que en mi DNI: Máximo Huerta . Como después de las turbulencias he vuelto
a la pista de aterrizaje, o sea, a mi familia, voy a recuperar el
nombre que me pusieron mis padres. Pero seguiré siendo Màxim, claro. P. ¿Se ha desahogado? R. Me quedo tranquilo. No pasa nada por hablar, no es para tanto. El silencio es la peor
censura que tenemos, y yo me la he impuesto. Hablar de emociones y cómo
lo he pasado no es nada malo. C’est fini la comédie, que cantaba Dalida. Porque, como diría Chenoa, soy humano. Esta entrevista forma parte del número de abril de la revista ICON, mañana sábado 6 de abril gratis con EL PAÍS.