Más allá de las infidelidades, Jackie quería entregarle al pueblo
estadounidense el mito de un mandatario con corona. “Habrá nuevamente
grandes presidentes, pero nunca habrá otro Camelot”, le dictó Jackie a
White, citando el musical de Broadway que aborda el reino del legendario
Rey Arturo.
La metáfora logró calar en el imaginario de la sociedad de la época,
ansiosa por tener un mártir en el Estados Unidos de la guerra de Vietnam
y de la lucha por los derechos civiles.
Finalmente, Jackie era una artista de la diplomacia, miembro de la
dinastía política de los Kennedy.
Las tragedias que han sacudido a la
familia de origen irlandés, y el medio siglo transcurrido desde que John
se convirtió en el presidente más joven de su país, han acabado con los
creadores de la leyenda.
Pero Camelot continúa siendo un referente, un
termómetro presidencial, un punto de comparación.
La escritora y
periodista Tina Brown, autora de un libro sobre la princesa Diana de
Gales, sostuvo tras la toma de posesión de Donald Trump: “Cada vez que
veía a Trump cruzar el escenario con la familia, pensaba: Dios mío, son
como un Camelot Kardashian”.
La herencia política del apellido Kennedy hoy prevalece en solo dos
actores: Joseph Kennedy III, quien desde 2013 ha logrado consolidar la
permanencia de la cuarta generación en el Congreso desempeñándose como
representante del cuarto distrito de Massachusetts. El político de 38
años es nieto del exfiscal general de EE UU, Robert F. Kennedy,
asesinado en 1968, y sobrino nieto del expresidente. La segunda es
Caroline Kennedy, la única hija viva del matrimonio entre JFK y Jackie. En 2013 el entonces presidente Barack Obama la nombró embajadora en
Japón, convirtiéndose en la primera mujer en representar a Washington en
el país asiático. Caroline fue asesora de Obama en las dos carreras
presidenciales del demócrata. En enero de 2017 cesó de sus funciones y
ahora está centrada en el activismo. Hace una semana, la única heredera de John y Jackie Kennedy viajó hasta
Cúcuta, una ciudad colombiana situada en la frontera con Venezuela, en
su calidad de embajadora de buena voluntad del Comité Internacional de
Rescate (IRC). Caroline se trasladó a la localidad más afectada por el
éxodo venezolano, en el apogeo de la crisis humanitaria. En su paso por
el hogar Divina Providencia repartió alimentos y mantuvo un encuentro
con el padre David Caña, encargado de la organización, en el que no se
admiteron fotografías.
La maldición de los Kennedy ha servido de guion para numerosas
producciones audiovisuales.
Netflix estrenó el año pasado la película Chappaquiddick, el escándalo Ted Kennedy.
La cinta plasma una vez más lo desdibujado del mito de los Camelot.
Después del asesinato de sus hermanos JFK en 1963 y el de Bobby cuando
era candidato presidencial en 1968, Ted Kennedy cargó en sus hombros el
peso de llevar su apellido hasta el Despacho Oval y cumplir un mandato
completo.
Pero el senador, como relata la película, ve truncado su
futuro tras un accidente automovilístico en el que falleció la mujer que
lo acompañaba en el coche.
En 2016 el chileno Pablo Larraín dirigió Jackie,
un filme protagonizado por Natalie Portman que retrata puertas adentro a
la ex primera dama, principalmente la entrevista con White donde se
fraguó Camelot.
“A la gente le gusta creer en los cuentos de hadas”,
explicó al periodista. La historia le ha dado la razón.
Natasha
Fraser-Cavassoni, amiga y colaboradora del modisto, desvela la
enfermedad que padecía el diseñador y recuerda algunas anécdotas del
tiempo que trabajó con él.
Karl Lagerfeld
murió de cáncer de páncreas. Así lo ha revelado una íntima amiga del
icónico diseñador, Natasha Fraser-Cavassoni, que ha publicado una carta
en el diario británicoDaily Mail.
Natasha, que trabajó 18 meses en el estudio de Chanel y forjó una
amistad de 30 años con el modisto, desvela la enfermedad que padecía
desde hace un tiempo el káiser de la moda y que se había mantenido en un
absoluto secreto.
“La muerte de Karl Lagerfeld me ha dividido en dos. Mi lado racional
se alivia porque ya no tiene dolor, Karl tuvo cáncer de páncreas, pero
mi lado emocional no puede soportar la idea de que nunca volveremos a
hablar”, comienza Natasha su carta. No ha habido confirmación oficial
por parte de ninguna de las firmas del modisto - Chanel, Fendi y la suya
propia- del motivo de la fulminante desaparición del creador, cuya ausencia en su último desfile ya extrañó a todos.
En su carta, Natasha destaca el amor incondicional que el diseñador
tenía por las mujeres británicas. “A menudo se refería a la
espontaneidad británica, el ingenio y la originalidad. ‘La moda tiene
que ser divertida’, decía”, cuenta la escritora. Reafirma la fama que
Lagerfeld tenía de trabajador, constante y minucioso y, aunque muestra
una faceta amable del modisto como su facilidad para bromear en el
estudio de trabajo o su permisibilidad al dejar a sus trabajadores
acudir en traje de baño en verano, también habla del temperamento que
siempre ha caracterizado al creador. Pone de ejemplo cuando Lagerfeld
entró en cólera porque Claudia Schiffer no acudió a uno de los
espectáculos de Alta Costura en París o como cuando ella misma había dado detalles del propio diseñador para el libro The Beautiful Fall (2006, de Alicia Drake) y se mosqueó porque reveló su verdadera edad o su rivalidad con Yves Sain Laurent.
“Siempre lo asociaré con los recuerdos más alegres, como volar con él
y su equipo de Chanel para ver las decoraciones navideñas en Hamburgo
y, al llegar, nos saludó a cada uno de nosotros con una casita de
jengibre diferente”, señala la escritora, quien asegura que nunca
olvidará la presencia del modisto el día de su boda.
El pasado viernes, el mundo de la moda despedía a Lagerfeld en
Mont-Valerien, en Nanterre, donde los restos del modisto fueron
incinerados por expreso deseo del diseñador. El acto estuvo marcado por una ceremonia breve e íntima, y no faltaron
importantes rostros de la industria como Anne Wintour o Inés de la
Fressange. La familia Grimaldi tampoco quiso perder la ocasión de acudir
al último homenaje del modisto, concretamente Carolina de Mónaco
y dos de sus hijos, Andrea y Carlota Casiraghi, los tres de riguroso
negro. Ellas vestidas de Chanel como último homenaje a su gran amigo.
Nos asombró esta foto por la confusión de las manos, que a primera
vista no se sabía muy bien a quién pertenecían. Luego ya sí, claro, al
enfocar la mirada podías decir esta pertenece a Rivera y esta otra a
Marín, los dos de Ciudadanos y pese a ello, como vemos, un poco
enredados, casi a punto de formar un nudo con las extremidades
superiores mientras su atención se dirige a una zona que se encuentra
fuera de la imagen. Yo creo que dudan dónde tomar asiento en lo que
parece uno de esos desayunos informativos tan de moda. En este tipo de
encuentros, el protocolo suele colocarte en tu sitio, que siempre es
decepcionante. Observen la cabeza de la mujer del fondo, a la derecha de
la fotografía: mira a los protagonistas de la imagen como calculando
los metros que la separan del lugar donde se toman las decisiones. Es
decir, que la han puesto, pobre, en la periferia del acto, que es tanto
como ponerte en el borde de la realidad. De hecho, está junto a la puerta: ventajoso para ir al baño sin
llamar la atención, aunque un desastre desde el punto de vista de la
autoestima.
Pero aquí lo que nos interesaba era el asunto de las manos que,
observadas desde la visión periférica, parecen todas del presidente de
Ciudadanos. Piensen en los juegos de prestidigitación que se pueden
hacer con dos e imaginen los que se podrían llevar a cabo con cuatro. Nada por aquí, nada por allá y aquí tenemos un acuerdo con Vox que no es
un acuerdo con Vox, pongamos por caso. Con cuatro manos y dos bocas se
pueden hacer números de magia política que ya irán viendo ustedes por
sus propios ojos.