Un Blues

Un Blues
Del material conque están hechos los sueños

17 dic 2018

El cadáver hallado en Huelva pertenece a la maestra Laura Luelmo


Kiko Matamoros ya no se esconde: «Tengo ganas de ir más lejos con Sofía»

Kiko Matamoros ya no se esconde: «Tengo ganas de ir más lejos con Sofía»

El dulce acercamiento entre Kiko Matamoros y Sofía Suescun es algo que se venía anunciado desde hace unas semanas. 
Sin embargo, ambos habían mantenido que lo único que les unía era una bonita amistad.
Esta versión ha cambiado tras la entrevista que Kiko Matamoros concedió a la revista Diez Minutos
En ella, el colaborador de Telecinco asegura:
 «Yo con Sofía tengo una relación de confianza y complicidad enorme, muy grande. Me apetece estar con ella. Me apetece hablar con ella. Y ya está y lo digo así, no tengo porqué esconderlo».
Pero no se ha quedado ahí en sus declaraciones sino que ha confirmado que lo suyo con la ganadora de Supervivientes es más que una simple relación de amistad: 
«Tengo ganas de ir más lejos con Sofía. Mi experiencia me dice que puede ser una relación bonita.
 A mí es una chica que me encanta. Físicamente me parece un cañón y luego es divertida, es inteligente, y tiene sentido del humor».
Con estas declaraciones quedan claras las intenciones de Kiko Matamoros por ir a más con Sofía Suescun. 
Mientras tanto, su expareja y él han abierto una guerra mediática. Tras 20 años de matriomonio decidieron separarse al descubrir las infidelidades de Matamoros.
Después de la ruptura, Kiko Matamotos habría mantenido relaciones con otras mujeres aunque, en la actualidad, todas las miradas se centran en Sofía. 
 Reconoce que la comunicación entre los dos en continua:
 «Puedo estar mensajeándome con ella 4 o 5 veces diarias. A veces durante más tiempo, a veces durante menos.
 Nos contamos lo que hacemos».

La familia atípica de Luz Casal que marcó su vida

La cantante mantiene vivo su discurso feminista y tolerante, una actitud que aprendió de niña en un hogar en el que su madre convivía con dos hombres.

Luz Casal
La cantante Luz Casal.

 

Fue guerrera con previo aviso: “Estoy cansada de ser una muñeca más.
 Entre paredes de cartón no es suficiente mirar la televisión, para saber que esto va mal”.
 Lo cantaba en No aguanto más, hacia 1982. Fue uno de sus primeros éxitos, cuando Luz Casal se coló en el panorama plagado de testosterona del rock donde abundaban letras de machos alfa coreadas en ceremonias junto a miles de personas.
 En esa onda irrumpió para quedarse y a lo largo de cuatro décadas ha impuesto su ley, entre aguerrida y dulce, con la fortaleza de los grandes, sin barreras a la hora de exigir respeto: “No me gusta que me llamen nena”, dice.
Un calificativo muy al uso y con tintes de rockero de garaje, pasadito ya de rosca entre anglicismos chirriantes.
 Más cuando has nacido y crecido oxigenada por la bruma celta del norte, entre Galicia —donde vino al mundo en Boimorto (A Coruña)—, Avilés y Gijón, donde se trasladó con meses de edad y permaneció hasta los 16 años.

En el año donde iba a cerrar y finalmente amplió una gira que la ha llevado por 60 ciudades de España, Europa y América, atenta al son de un paso adelante en las aspiraciones de igualdad de las mujeres, Luz cuenta como se sentía a sus comienzos dentro del negocio de la música:
 “Más en el rock, donde comencé y hasta hace muy pocos años éramos contadas las mujeres”.
Una atmósfera en la que los productores, intérpretes y críticos te perdonaban un poco la vida: “Siempre me he enfrentado a dificultados mayores, pero nunca eran suficientes como para frenarme. 
He perseverado a pesar de todo y de todos”, asegura. 
“Aun así, no me gusta, incluso ahora, presentarme como abanderada de nada.
 Más cuando desde el principio he denunciado esas cosas”.
 Incluso así, todavía hoy le indignan ciertas reacciones: “Me harta comprobar aún, este mismo año, que al día siguiente de un concierto, en las reseñas no puedan evitar aludir a cuántas veces me he cambiado de ropa.
 Le dan hasta más importancia al vestuario que a la música”.
 Este domingo actúa en el WiZink Center en Madrid. 
Un espacio que, en una semana, se ha impregnado de energía sabia: el lunes tuvo lugar un homenaje a Luis Eduardo Aute con 20 primeras figuras, el martes tocó Miguel Ríos y el miércoles Serrat con su Mediterráneo da Capo.
  Luz remató los ocho días de gloria con su repertorio cercano y desgarrado, ya recuperada de su lucha con el cáncer: 
“Lo superé con mis recetas. Primero porque celebro ser una persona afortunada y supe extraer de experiencias anteriores y duras las armas para combatirlo. 
Después porque me vi en buenas manos, con los protocolos y los profesionales correctos.
 Y en último lugar, gracias a la música.
 De todas formas, nunca percibí que aquello acabaría conmigo”.
Luz Casal durante un concierto en Madrid el pasado mes de octubre.
Luz Casal durante un concierto en Madrid el pasado mes de octubre. Cordon Press
A pesar, incluso, de que ha tratado con naturalidad a la muerte en su entorno: “Desde que murió mi abuela Dolores, supe que eso podía ocurrir en cualquier momento.
 Yo tenía seis años y ella se fue demasiado joven”. También ha sido un año duro por la muerte de su madre en marzo pasado. 
“Muy triste… Ella me enseñó varios porqués fundamentales en mi vida”.
Del sacrificio a la tolerancia, nada se le ha escapado del ejemplo de doña Matilde:
 “Era ATS y podía salir de casa en cualquier momento a poner una inyección o atender a alguien.
 En el amor no tuvo barreras. Vivió a la vez con dos hombres.
 Yo tuve tres padres en casa: ella, José, mi padre biológico, y Maximino.
 Desde siempre vi aquella situación como algo muy natural”.
Esas experiencias explican muchos de los amplios horizontes con que se cocinan sus canciones. 
También que este año sienta algo especial al entonar Negra sombra, su diálogo poético en torno a la muerte con Rosalía de Castro como médium. 
Procura aguantar las malas pasadas de la emoción: “Noto que se me cae alguna lágrima a veces, pero eso no es llorar. Cuando puedes seguir sin atragantarte, no estás llorando”.

Pero sí puedes sentir algo cercano al éxtasis: “En esta gira he experimentado sensaciones mucho menos rígidas. Antes estaba demasiado pendiente de que todo quedara bajo control. Ahora ahondo en la búsqueda de emociones que sólo llegan con la música, más allá de las palabras. No sabría describirlas, pero sé reconocerlas cuando se presentan”.



16 dic 2018

Christian Gálvez: “Solo soy un intruso apasionado”.............. María Salas Oraá.

El presentador de 'Pasapalabra' siente pasión por la cultura y seguirá con su trabajo pese a las críticas por su exposición sobre Leonardo da Vinci.

Christian Gálvez en el Palacio de las Alhajas de Madrid que acoge la exposición 'Leonardo da Vinci. Los rostros del genio'. En vídeo, una muestra de la muestra.

Christian Gálvez es el presentador más sonriente y cercano de Mediaset, conductor de un refugio educativo en una cadena, Telecinco, cuya seña de identidad son los realities.
 Lleva más de 10 años al frente de Pasapalabra, un programa al que llegó tras conocer en primera persona la cara menos favorable de la televisión. 
Amante de la historia y de Leonardo da Vinci, se ha estrenado como comisario de arte y ha sido acusado de intrusismo por historiadores de arte. 
 “Solo soy un intruso apasionado que persigue con honestidad la ilusión de acercar la cultura a la gente”, respondió a EL PAÍS este jueves en un descanso de la grabación de su programa refiriéndose a la polémica.
Se define a sí mismo como “un espíritu renacentista, un tipo con ganas de hacer muchísimas cosas y que valora la multidisciplina y la polimatía”. 
Rechaza establecer unos límites inquebrantables —“¿qué es intrusismo? ¿quién establece esos límites?”— y considera un sinsentido relegar el conocimiento a un grupo reducido. 
Siempre he considerado justo democratizar la cultura
 Me gusta crear, me gusta apostar, me gusta divulgar”, añade el presentador, quien siendo un escolar cayó rendido ante el placer de aprender. 

Christian Gálvez con su mujer, la gimnasta Almudena Cid.
Christian Gálvez con su mujer, la gimnasta Almudena Cid. GtresOnline
Resignado a tener que ganarse la vida de otra manera, buscó un nuevo trabajo fuera de la televisión. 
“Tuve que reciclarme, ponerme a trabajar en una juguetería, de lunes a domingo, 12 horas al día, por 700 euros.
 Cada vez que alguien entraba en la tienda me decían ‘uy, pero si tú eres el de la tele’”, recuerda.
 La mala racha terminó cuando empezó de reportero en Caiga quien caiga, donde trabajó entre 2005 y 2007. 
El programa le sirvió para decidir hacia dónde quería enfocar su carrera. Cubriendo la Berlinale hizo una broma que sentó mal al actor Keanu Reeves y que terminó con Gálvez expulsado del festival. Fue una lección. 
 
Llegó a la televisión con 15 años con un papel en Médico de familia, el primero en una de las series en las que trabajó, entre ellas, La casa de los líos (1996) o Al salir de clase (1998). Su salto a presentador llegó con Desesperado Club Social, un programa infantil en el que trabajó entre 1999 y 2000.
 Y recibió su primer golpe cuando el magazine fue cancelado y se quedó sin trabajo. 
“Tenía 21 años y pensaba que lo tenía todo hecho.
 Dije ‘bueno, me llamarán. Y nunca llamaron”, recordó en Chester, con Risto Mejide. 

“Me di cuenta de que quería hacer televisión, pero no a cualquier precio.
 No quería reírme de nadie. A partir de ahí, cambié el chip”. Lo hizo con lo que en su página web considera que ha sido su “mayor oportunidad profesional”, presentar Pasapalabra, un reto después del éxito de su anterior presentadora, Silvia Jato, que Gálvez ha consolidado y por el que ha sido premiado con el Premio Ondas en 2008 y varios TP de Oro.

No todo en el concurso ha sido bueno. Hace seis años sufrió una lesión en la espalda y estuvo a punto de quedarse en silla de ruedas. El contratiempo le cambió la vida.
 Aún en tratamiento, optó por pedir el alta voluntaria y seguir haciendo su trabajo. 
“Venía con corsé a trabajar.
 Normalmente hacemos tres programas cada tarde, de tres a ocho y media, y en aquella época tardábamos más de doce porque grababa un programa y tenía que tumbarme una hora. Así todos los días”, ha contado.
Recuperado de todo aquello, compagina las grabaciones del concurso con los frecuentes viajes por la Italia renacentista, el estudio y la escritura, dos aficiones que le han llevado a publicar cinco libros y se han convertido en una dedicación. 
En su proyecto más ambicioso, su salto a comisario de la muestra Leonardo da Vinci: los rostros del genio, se ha visto en el foco mediático desde su inauguración.
 Quien fuera un reportero atrevido y descarado en Caiga quien caiga sigue empeñado, por encima de cualquier crítica, en generalizar la cultura.
 “¿Quién es un intruso? ¿Quién establece esos límites? Que se critique una exposición sobre el Renacimiento es impertinente

  Cuando las cosas se hacen con pasión, con respeto y con rigor, son pertinentes”. 

Por eso, asevera, no ha pensado ni un segundo en tirar la toalla. “Por supuesto que pretendo seguir dedicándome a esto.

 Creo que voy por el buen camino porque no he faltado el respeto a nadie, no he mentido a nadie.

 Soy investigador y soy feliz con lo que hago, me hace mejor profesional y mejor persona. 

Además, la gente se ha volcado. Solo por ver que hay gente que sale [de la exposición] con una sonrisa y con una mínima capacidad de aumentar su curiosidad, yo me considero muy feliz”.