Se les ve ya "Ancianos" aparentando ser quinceañeros"
La primera vez que Mario Vargas Llosa
vio los camarones de un delicioso chupe arequipeño parece que lloró.
Luego, ese manjar de la gastronomía peruana se ha convertido en su plato
favorito.
Lo malo es que cuando suele regresar a la ciudad que le vio
nacer y donde sólo pasó el primer año de vida, resulta imposible
conseguir el ingrediente principal.
Hay veda en el río y no se pueden
pescar cangrejos. Trata de volver con frecuencia en la fecha de su
cumpleaños —el 28 de marzo— pero entonces no se cocina chupe ni ocopa a
base de crustáceos. Ahora, sí.
Es dueña de la picantería La
Nueva Palomino y se lo preparó a su gusto como gran especialidad de la
casa: queso, leche, zapallo, yuta, habitas, choclo, ajo, cebolla, papa,
repollo, arroz y camarones.
De ahí sale un delicioso y nutriente caldo
rojizo con el que el premio Nobel se chupa los dedos.
De hecho, en vez
de cualquier banquete en un restaurante de postín, Mario quiso celebrar
la conquista del galardón en la picantería de su amiga.
“Eso le define”,
afirma Parra, después de pasarnos sin que faltara detalle la receta.
A la comida le acompañó Isabel Preysler y convocó Penguin Random House,
su editorial.
Es la segunda vez que ella viaja con Vargas Llosa a
Arequipa. Aterrizaron el pasado jueves, se cambiaron y acudieron al
Monasterio de Santa Catalina (siglo XVI) para acaparar todos los flashes
en la inauguración de Hay Festival.
La fiesta congregó a más de mil
asistentes a los largo del espacio que es patrimonio de la humanidad y
recibió a la pareja entre pisco y cumbia.
No había ojos para Shalman
Rushdie o Helen Fielding, autora del Diario de Bridget Jones, otras dos estrellas del festival.
También su casa
natal, hoy museo, en la Avenida Parra 101. Fue allí, en ese cruce hoy
bullicioso, antaño más campestre, donde el autor vino al mundo en el
segundo piso alquilado del edificio, en 1936.
Allí pasó sus primeros
meses de vida ante la imponente vista del Misti y el Chachani, dos de
los volcanes que rodean la ciudad, con 5.822 metros de altura el primero
y 6.057, el segundo.
De hecho, el día de su nacimiento, la radio tronaba con la acechante
actividad del Ubinas, otra boca de fuego de los alrededores. Apenas
afectó la labor de Miss Pitzer, la comadrona más reconocida de la
ciudad, aunque quizás sí los dolores de parto de Dorita, su madre, con
quien un año después partiría junto a él y sus padres a Cochabamba
(Bolivia) tras certificar que su marido los había abandonado. Mario volvió a Arequipa
de niño en sucesivas visitas familiares. Con tiempo para aficionarse
allí al chupe de camarones que le prepararon por primera vez en casa de
su tío Eduardo García. También para palpar con los pies y la mirada toda
la iconografía del recuerdo que atrapaba a su madre y a sus abuelos
cuando salieron hacia Bolivia, aquejados de frecuentes ataques de
nostalgia. Pero hoy, el lugar no es un triste pozo de memorias para
Vargas Llosa. Más bien una ciudad que lo celebra como a uno de sus
nativos ilustres y a quien esta semana esperaban con orgullo.
El Hay Festival lleva cuatro años celebrándose en la ciudad blanca, que
llaman, tallada a base de piedra volcánica y recia pese al embate
frecuento de los terremotos. Se ganó el apelativo por su impacto
reluciente en mitad de un agreste valle desértico, como un oasis
atravesado por varios ríos de cuencas habitualmente secas. El autor
participó en el impulso inicial del evento cultural junto a su entonces esposa, Patricia Llosa. Ella ha acudido a todas las ediciones anteriores, como también lo ha
hecho en esta ocasión. El divorcio no propició un acercamiento del
escritor en las fechas que se suele celebrar el evento literario pero el
viernes ambos acompañaron a su hija Morgana en la inauguración de Indomables, su exposición fotográfica en el festival. Este año, Vargas Llosa
es el invitado estrella. “Tenía una deuda con nosotros”, comentó en la
apertura del Hay la gobernadora de la región, Yamila Osorio. Ahora ha
cumplido. Además de conversar en público hoy sábado con Rushdie, ayer
viernes lo hizo con la periodista cubana Yoani Sánchez y junto a
escritores peruanos de generaciones posteriores a la suya como Santiago
Roncagliolo, Jeremías Gamboa, Karya Adaui, Mariana de Althaus y Renato
Cisneros.
Una agenda apretada que no le impedirá pasearse por la amplia Plaza
de Armas o perderse de nuevo por el asombroso laberinto sacro en
perfecto estado de conservación del Monasterio de Santa Catalina. Con
rumores de boda desde no hace muchos días, después de que la pareja
apareciera en las portadas de varias revistas sin ataduras y listos para
un nuevo compromiso.
Tras el
sensacional éxito de 'Manual para mujeres de la limpieza', se publica
una nueva colección de relatos y un volumen con escritos biográficos y
cartas de la escritora,
Prácticamente desconocida hasta 2014, el rotundo éxito de la escritora Lucia Berlin llegó 10 años después de su muerte. Manual para señoras de la limpieza, una amplia recopilación de sus relatos reunida por Stephen Emerson y prologada por Lydia Davis, pronto se convirtió en un fenómeno literario de primer orden.
Crítica y público quedaron arrebatados por esa voz inteligente,
tiernamente observadora y llena de humor que era capaz de volver
candorosamente digeribles incluso crudas historias de adicción y caídas
en picado. Berlin rebosaba vida, claros y oscuros, asombraba,
enganchaba, y helaba la sonrisa. Los derechos de aquella antología se
han vendido a 30 países, y la traducción en español —una de las más
exitosas en el mundo— apareció en el sello Alfaguara en 2015 y ya va por
la 16ª edición. El fulgurante ascenso de Berlin vino rodeado de un cierto aura de
misterio. ¿Dónde había estado esta prodigiosa escritora hasta entonces?
¿Cómo había pasado desapercibida su voz? Calificada como “el secreto
mejor guardado de las letras estadounidenses”, la imponente belleza de
la autora, su accidentada vida —tres maridos y cuatro hijos antes de los
30 años— y la dura batalla contra el alcoholismo en la que estuvo
metida más de una década, añadían cierto malditismo a su figura, pero no
zanjaban las preguntas. La más acuciante para sus editores pronto pasó a
ser: ¿qué más sorpresas escondía la bella Lucia? Aunque permanecía
inédita en otras lenguas, los relatos de Berlin habían sido publicados
en varios libros por editoriales independientes en EE UU. “Muchos de
ellos quedaron reunidos por su buen amigo Emerson en Manual,
pero esa era su selección. Por otro lado, no queríamos sacar simplemente
lo que había quedado fuera”, explica en conversación telefónica desde
Nueva York Devon Mazzone, del sello Farrar, Strauss & Giroux. Unos
textos autobiográficos que conservaba la familia, y en los que Berlin
trabajaba cuando murió, fueron el eje para armar dos nuevos volúmenes
que ayudan a completar el retrato de la escritora. “Esos textos
dialogaban con los cuentos y permitían conocer más a la autora”, dice
Mazzone.
Así, esta semana se han publicado simultáneamente en el mercado anglosajón las dos novedades: la colección de relatos Una noche en el paraíso y Bienvenida a casa,
libro que reúne apuntes autobiográficos, una selección de cartas y
fotografías. “En algún momento pensamos en sacar un solo libro, y hay
algunos países que quieren hacerlo así, pero nosotros finalmente optamos
por mantener cuentos y biografía separados”, explica Mazzone. Las
versiones en español y en catalán (editadas en Alfaguara y L'Altra,
respectivamente) también han apostado por esta fórmula, pero además han
decidido espaciar los dos volúmenes: el libro biográfico saldrá el
próximo octubre. “Creo que para los lectoras será agradable saber que
aún queda otro Lucia Berlin el año que viene”, dice Pilar Álvarez, de
Alfaguara. Mientras tanto, esta semana han llegado a las librerías los 22 relatos de Una noche en el paraíso
prologados por Mark Berlin, que falleció un año después que la
escritora, en 2005. El mayor de los dos hijos que Berlin tuvo con su
primer marido, el escultor Paul Suttman, recuerda a su madre contándoles
historias: “No importa qué cuento fuera, porque cada noche traía una
historia con su dulce tonada, un acento mezcla de Texas y Santiago de
Chile”.
Nacida en Alaska en 1936, hija de un ingeniero de minas y un ama de
casa, Berlin tuvo una infancia itinerante por Idaho, Kentucky, Montana,
Arizona y Texas, donde pasó la Segunda Guerra Mundial con su madre y sus
abuelos, antes de recalar en Chile en la adolescencia. En la
Universidad de Nuevo México fue alumna del novelista Ramón J. Sender
y se enamoró de un mexicano, episodio que indignó a sus padres y que
acabó llevándola a casarse con Suttman, en parte para evitar ser enviada
a Europa. Sus dos siguientes esposos fueron los músicos Race Newton y
Buddy Berlin, este último padre de sus dos hijos menores y adicto a la
heroína. Siguió itinerante por Nueva York, México, Guatemala, Nuevo
México y, más adelante, California, ya separada de Berlin, antes de
dejar el alcohol y obtener gracias a su amigo Emerson una plaza como
profesora en Colorado. “Hubo momentos duros, incluso peligrosos”,
escribe Mark. “Mi madre escribía historias verdaderas; no necesariamente
autobiográficas, pero por poco”. La autoficción que muchos lectores intuyen en las páginas de Lucia
Berlin es uno de los factores que, según Mazzone, han contribuido de
alguna manera a su fenomenal éxito en un momento en el que este género
está en auge. “Berlin no escribe sobre vidas perfectas, cuenta
experiencias duras, pero no victimiza a la mujer. Son relatos cortos,
pero con muchas capas de significado”, apunta. “Los lectores y la
crítica sintieron que eran muy contemporáneos. El redescubrimiento de
voces literarias femeninas y las estupendas reseñas de Manual ayudaron mucho”. El editor cita la novela Stoner
como precedente de obra olvidada y redescubierta que causó sensación.
También habla de la “eulogía colectiva” que la reedición de Berlin
provocó, con muchos de sus amigos escribiendo sobre ella. La leyenda ha
seguido creciendo, pero al fin como Lucia decía a sus hijos “la historia
es lo que cuenta”.
La
afectada quería vivir hasta Navidad, pero no pudo porque la norma obliga
a estar consciente y con lucidez en el momento de dar el consentimiento
final.
Audrey Parker, una maquilladora profesional de 57 años de edad,
falleció el pasado 1 de noviembre en su casa de Halifax (Nueva Escocia) por medio de una inyección administrada por un médico. El cáncer de mama, que le fue diagnosticado en 2016,
se había propagado ya a otras partes de su cuerpo, provocándole dolores
insoportables. Unas horas antes de su deceso, Parker dijo que debió
recurrir a la muerte asistida antes de la fecha que habría deseado, en
razón de lo estipulado en la ley canadiense. “No puedo predecir en qué momento el cáncer
afectará a mi cerebro o qué otra cosa me pondrá más enferma. Yo quería
llegar a Navidad y Año Nuevo, mi época preferida del año, pero perdí
esta posibilidad por culpa de una ley federal mal concebida”, escribió
Parker en su portal de Facebook. La ley canadiense de ayuda a morir, que
entró en vigor en junio de 2016, establece que las peticiones deben ser
aprobadas primero por dos médicos. Posteriormente, la persona que
recibirá esta asistencia tiene que estar consciente y con lucidez en el
momento de dar su consentimiento final. “Quienes ya hayan pasado la
evaluación y recibido la aprobación deberían tener la posibilidad de
escoger el momento propicio para morir por medio de una petición
anticipada”, manifestó Parker en la red social.
El caso de Audrey Parker incrementa el debate en Canadá sobre la necesidad de reformar la ley. Unos 3.800 canadienses han puesto fin a sus días desde su entrada en
vigor. En su forma actual, la reglamentación obliga a varios individuos
—como sucedió con Parker— a elegir entre un fallecimiento prematuro y
periodos de intenso dolor físico y emocional. Cabe señalar que Bélgica y
Holanda permiten las peticiones de muerte asistida con antelación. El mismo día de la muerte de Parker, Ginette Petitpas Taylor,
ministra federal de Salud, dijo en Ottawa: “Es una situación muy triste.
Estoy de todo corazón con la señora Parker y su familia. Si yo hubiera
tenido la autoridad y el poder de acordar una excepción para este caso
particular, habría estado encantada de hacerlo. Pero tenemos una ley
para todos los canadienses”. Petitpas Taylor precisó que los elementos
relacionados con el caso de Parker y otros temas más aparecerán en un
informe que prepara un grupo de expertos —a solicitud del Gobierno— y
que se hará público a finales de este año. Además de las peticiones de
muerte asistida con antelación, diversos organismos han pedido a este
grupo que tome en cuenta las limitaciones en la ley impuestas a menores
de edad y enfermos mentales. En declaraciones a la agencia The Canadian Press, el presidente
de la asociación quebequesa por el derecho a una muerte digna, Georges
L’Espérance, calificó la respuesta de Wilson-Raybourd como “ridícula” y
subrayó que es el reflejo de una ley que contiene errores de
envergadura. La opinión de Shanaaz Gokool apunta en la misma dirección:
“La declaración de la ministra de Justicia no es alentadora. Estamos
recibiendo testimonios de otras personas muy preocupadas porque no
pueden hacer sus peticiones con antelación. Pensemos también en un joven
de 15 años que esté sufriendo terriblemente por el cáncer. ¿Qué puede
hacer? ¿Esperar a que cumpla 18 años? Las cosas tienen que cambiar. Es
un asunto de compasión y de respeto a los derechos”. Sin embargo, los liberales de Justin Trudeau no han precisado qué
impacto tendrá el informe sobre posibles modificaciones al marco actual.
El 2 de noviembre, las palabras de Jody Wilson-Rayboud, ministra
federal de Justicia, mostraron que los cambios difícilmente llegarán.
“No estamos considerando hacer modificaciones a la ley. El Gobierno
piensa que es adecuada en su forma actual”, indicó.
Shanaaz Gokool dirige la organización canadiense de Dying With
Dignity. Cuenta a EL PAÍS que habló con Audrey Parker dos semanas antes
de su muerte. “Nos ayudó a comprender la situación de estas personas que
no fueron tomadas en cuenta en la ley. Es una violación contra sus
derechos y que se está tolerando”, afirma vía telefónica desde Toronto.
El comisario jubilado José Manuel Villarejo investigó las supuestas cuentas en Suiza del rey emérito y su relación con Corinna Larsen
pese a que se lo prohibieron expresamente sus superiores en la Policía. El agente encubierto, preso hace un año por pertenencia a organización
criminal, blanqueo de capitales y cohecho, solicitó el permiso para
realizar esta investigación a su jefe inmediato Eugenio Pino, director adjunto operativo (DAO), el número dos de la Policía entre 2012 y 2016, y el mando se lo negó por escrito, según ha confirmado este último a El PAÍS.
Desde su regreso a la Policía en 1993, Villarejo dependió siempre de
los subdirectores generales operativos y en su última etapa del DAO. Todos sus superiores conocieron y autorizaron que el agente compatibilizara sus actividades de detective privado con las misiones policiales que él mismo proponía o le encomendaban. Desde su regreso a la Policía en 1993, Villarejo dependió siempre de
los subdirectores generales operativos y en su última etapa del DAO. Todos sus superiores conocieron y autorizaron que el agente compatibilizara sus actividades de detective privado con las misiones policiales que él mismo proponía o le encomendaban. Según
ha explicado el propio Villarejo en su declaración ante el juez Diego
de Egea, los fiscales anticorrupción y su abogado, él elaboraba “notas
de inteligencia” en las que planteaba a sus superiores asuntos a
investigar. Unas veces sus sugerencias se aceptaban y otras se
rechazaban, según el interés, la importancia u operatividad de cada
caso. Villarejo no tenía despacho, coche oficial, ordenador o
subordinados a su cargo. Era un electrón libre que trabajaba con, al
menos, tres identidades falsas facilitadas por el Ministerio del
Interior. En 2015, el agente encubierto solicitó a Eugenio Pino, entonces
responsable de la Dirección Adjunta Operativa, investigar el supuesto
allanamiento del apartamento en Mónaco de Corinna Larsen, examiga de Juan Carlos I,
por agentes del Centro Nacional de Inteligencia (CNI) para recuperar
una supuesta documentación privada que el rey emérito había confiado a
esta sobre sus presuntos negocios y cuentas en Suiza. Villarejo aseguró a Pino que Corinna
se había dirigido a “abogados de su familia” (la de Villarejo) para que
se hicieran cargo del caso y le prestaran ayuda. Entre los servicios
que ofrecía Cenyt, el grupo de empresas que dirigía el policía, figuraba
la asesoría jurídica. El agente encubierto se definía, también, como
abogado. Pino declinó la petición con el argumento de que la Policía española no
es una policía universal, que el rey gozaba de inviolabilidad y que
Mónaco era una democracia con sus propios jueces. El responsable del DAO
sugirió que Larsen denunciara en su propio país. Villarejo le respondió
que le diera su respuesta por escrito, una petición nada habitual
cuando su superior rechazaba sus peticiones de investigación. El
comisario Eugenio Pino atendió su petición y le expuso su negativa por
escrito, según varias fuentes consultadas. Pino reconoce a este
periódico el episodio y los argumentos que esgrimió ante la solicitud
del agente encubierto. “Se lo di por escrito”, afirma.
Pese a la negativa de su superior, Villarejo desobedeció a su superior jerárquico. Siguió en contacto con Corinna Larsen,
se encontró con ella en varias ocasiones, le grabó todos sus encuentros
e indagó en las supuestas cuentas suizas que, según la examiga del rey
emérito, este ocultaba fuera de España. Su socio y amigo Rafael Redondo,
también detenido en la misma causa que el policía, asistió a alguna de
esas reuniones. El agente encubierto argumenta en su defensa que solo
pretendía localizar la supuesta documentación comprometida del monarca
cuya custodia atribuye a Larsen. La petición de Villarejo de investigar al rey llegó a oídos de responsables del Palacio de la Zarzuela y del general Félix Sanz Roldán,
director del CNI, con el que el agente encubierto mantenía una disputa. El policía había elaborado una nota de inteligencia en la que acusaba a
agentes de ese centro de haberse quedado con una parte del rescate que
el Gobierno pagó para liberar a varios periodistas españoles secuestrados por el Estado Islámico en Siria. El Ministerio del Interior durante el Gobierno del PP no destituyó al comisario Villarejo
pese a las peticiones de sus superiores. Una de ellas, partió
precisamente del DAO Eugenio Pino. El agente encubierto hacia gala ante
sus jefes de sus relaciones con María Dolores de Cospedal y con su
marido. Cospedal acaba de cesar en sus cargos y renunciar a su escaño en el Congreso tras divulgarse sus conversaciones con el policía en la sede del PP. La Fiscalía Anticorrupción pidió, también, el archivo de la pieza porque los indicios esgrimidos contra el rey emérito “son extraordinariamente débiles y no son susceptibles
de investigación en sede penal”. Esgrimió, igualmente, que los hechos
se remiten a fechas en las que Juan Carlos I gozaba de la inviolabilidad
que reconoce la Constitución. El pasado mes de septiembre el juez De Egea acordó el sobreseimiento
provisional de la pieza que afecta al padre de Felipe VI. Su decisión
tuvo lugar un mes y medio después de que arrancaran las pesquisas tras
hacerse públicas las grabaciones de Villarejo a Corinna Larsen en una de
sus reuniones en la casa de esta en 2015 en Londres. El instructor
considera que no hay pruebas suficientes en esos audios y que Juan
Carlos I era inviolable cuando ocurrieron los supuestos hechos. La
antigua amiga del exjefe del Estado atribuía, sin pruebas, al monarca el
cobro de comisiones y el uso de testaferros para ocultar una supuesta
fortuna en Suiza y un terreno en Marrakech.