Un Blues

Un Blues
Del material conque están hechos los sueños

22 jul 2018

Que sea para bien.....................................Juan José Millás...

Que sea para bien
AFP
Juan José Millás 

EN ARABIA Saudí las mujeres pueden conducir ya un automóvil, pero aún no pueden conducirse a sí mismas.
 Por cierto, que estamos utilizando impropiamente el verbo “poder”. No es que antes no pudieran, es que lo tenían prohibido, como ir al fútbol, por ejemplo. 
Y ahora mismo, para viajar, necesitan la autorización del marido o del varón que sea responsable de ellas, pues lo normal es que tengan dueño. 
De hecho, la mujer de la imagen debería llevar a su lado un copiloto, ya que no pueden salir de casa sin vigilancia. Aquí no se le ve porque es todo de atrezo, como demuestra que los asientos sigan con las fundas de plástico con las que el coche salió de fábrica.
 . Llamamos atrezo al conjunto de objetos de una escena. Significa que asistimos a una representación en la que también ella está cosificada.
No vayan a creer que he buscado una foto que me ayudara a escribir un artículo de tesis (si tesis y artículo fueran compatibles). Me limité a pedir que me facilitaran una imagen ilustrativa de la novedad que nos ocupa y me enviaron una metáfora que es metáfora desde los pies hasta la cabeza del mismo modo que el toro es toro hasta el rabo.
 Eso no significa que la noticia automovilística sea falsa. Es verdadera, pero se trata de una verdad plastificada, una verdad envasada al vacío, una verdad que se oxida al contacto con el oxígeno.
 Una de esas verdades a las que se les caen los pétalos con solo mirarlas.
 Una verdad tan delicada, en fin, que se deshace entre las manos. Una verdad inaprensible, como el agua, como el aire o la arena. En todo caso, deseamos que sea para bien.

Los últimos habitantes del Valle de los Caídos................ Alberto Gayo

Panorámica del Valle de los Caídos, con el Poblado en el ángulo inferior derecho.
Panorámica del Valle de los Caídos, con el Poblado en el ángulo inferior derecho.
DESDE LA EXPLANADA del mausoleo franquista, sin mirar atrás, la visión es un espectáculo. 
El valle de Cuelgamuros es un espeso bosque de pinos, rocas, arroyos y senderos que se deslizan en dirección a Madrid. 
Desde allí no se divisa, pero a poco más de un kilómetro de la enorme cruz, cuesta abajo, existe una aldea semiabandonada, tres calles camufladas y protegidas de las rachas de viento. 
En esa burbuja de casas adosadas de piedra, madera y pizarra han vivido durante décadas medio centenar de familias gobernadas la mayoría del tiempo por un sargento retirado de la Guardia Civil, conocido como don Juan. 
Un hombre que se parecía a Franco, con un sello de oro en el dedo, bigotito y voz de mando, grandón.
 Los residentes de las casas del Poblado del Valle de los Caídos eran trabajadores de Patrimonio Nacional y guardias civiles encargados del funcionamiento y cuidado del mayor monumento de la dictadura.
Tres generaciones han vivido allí en régimen de usufructo un tanto ajenas al propio devenir de la sociedad española. Hoy, solo 11 viviendas se mantienen habitadas, dos de ellas por guardias civiles y el resto por parte de los 30 trabajadores de Patrimonio Nacional destinados en el Valle de los Caídos. 

La historia de estos pobladores no se conoce. El País Semanal ha compartido las vivencias de estos hombres y mujeres ligados para siempre al polémico monumento.
 “Es normal que para una persona que llega al Valle lo que predomine sea la cruz. Para nosotros es como si no hubiese existido.
 El entorno era tan impresionante que no nos fijábamos en ella, éramos como una tribu que necesitaba muy poco del exterior. 
Cuando tenía veintitantos años me di cuenta del lugar privilegiado donde vivía y también de lo que para muchos supone ese monumento, te enteras de que hay gente que tiene allí enterrados a familiares en contra de su voluntad”. Ángel Blázquez llegó al Poblado con siete años desde un pueblo de Ávila. 
Su padre consiguió un puesto de peón de mantenimiento y allí que se fue con toda la familia.
 Era 1971. Hoy es veterinario en un municipio de la sierra madrileña.
 El tiempo transcurrido no ha resquebrajado el hermanamiento con todos los conocidos del Valle. “Existe un nexo muy íntimo y un apego sentimental…, y no me preguntes por qué”, admite.
 “A nosotros la cruz no nos impresionaba. Por paradójico que parezca, nunca me sentí más libre como cuando estaba en el Poblado. 
Aquella forma de vivir, con las puertas abiertas de par en par, rodeados de una naturaleza salvaje y bastante aislados del exterior, nos ha creado un poso, un tatuaje, a todos”, cuenta Teresa Gómez, de 54 años y coordinadora en una residencia de mayores. 
 
La calle principal del Poblado.
La calle principal del Poblado.
Aquel poblado para los trabajadores de Patrimonio —similar, por ejemplo, al de La Granja de San Ildefonso (Segovia)— tenía una escuela que los domingos y fiestas de guardar hacía de iglesia, un economato con productos básicos y una cantina, lugar de chato de vino y partida de cartas.
 De esa forma, las 52 familias de gente dispar, de distinta ideología y procedencia, unos enchufados por el régimen, otros exempleados durante las obras del mausoleo y otros jóvenes que necesitaban un trabajo , lograron montar una insólita comunidad en plena reserva ecológica a 14 kilómetros de El Escorial y a ocho de Guadarrama. Otro planeta.
Retrocedamos a enero de 1940. Francisco Franco propone al general José Moscardó recorrer la sierra de Madrid en busca de “un valle para los caídos”, tal y como recoge el periodista Fernando Olmeda en El Valle de los Caídos. 
Una memoria de España (Ediciones Península, 2009) . Desde ese año hasta la conclusión de las obras en 1958, la historia es más bien conocida: el dictador quiso darle una dimensión descomunal a su alzamiento levantando un monumento que se elevaría “en la vecindad del cielo”. Quería equipararse a Felipe II.
 Tres empresas —­San Román, Banús y Estudios y Construcciones Molán— fueron las encargadas de perforar la roca y construir la carretera, el monasterio, la exedra y el vestíbulo de la basílica. 
Utilizaron capataces, trabajadores especializados y también la mano de obra de cientos de presos republicanos.
El 1 de abril de 1959 comenzaba otra historia. La cruz de 150 metros de altura y brazos de casi 25 quedaba abierta al público. Aquella barbaridad necesitaba limpiadoras, guías, guardacoches, postaleros, taquilleros, forestales, personal de mantenimiento y jardinería, administrativos… y es cuando Patrimonio Nacional construye el Poblado.
Varios de los jóvenes que vivían en Poblado, a finales de los setenta.
Varios de los jóvenes que vivían en Poblado, a finales de los setenta.
La primera vez que visité ese lugar fue el pasado 2 de marzo.
 Nevaba en la sierra. Ascendía por la carretera y me acordé del Nido del Águila, aquel lugar de retiro alpino de Hitler. El bosque, la construcción, el aroma a franquismo parecía impregnarlo todo.
 La cita era con Pablo Gómez en la que fue su casa hasta la jubilación. 
Pablo nació en El Escorial hace 80 años. Sus padres trabajaban en una finca de ganado bravo cercana.  
Nada más inaugurarse el Valle de los Caídos fue contratado como responsable del almacén de los bares ambulantes del complejo.
 Con su motocarro, repartía mercancía por las cafeterías del monasterio y por los aparcamientos. 
En 1964 lograba una plaza como jardinero, lo que le daba derecho a una casa en el Poblado hasta su fallecimiento o jubilación.
 Al poco se hizo con el puesto de vigilante-guía: “Era un trabajo tranquilo. 
No había que ser franquista para trabajar aquí, pero ya sabías dónde te metías, tenías que aguantar las impertinencias de algún que otro militar y también controlar a los que venían a escupir o pisotear la tumba de Franco. 
Franco no venía por aquí casi nunca, solo el 20 de noviembre al funeral de José Antonio”, explica Pablo Gómez. 
En una de las casas del bloque de abajo del Poblado, Pablo y Pilar criaron a sus cuatro hijos.
 La planta baja disponía de salón-comedor con una lumbre de leña, salita de estar, cocina y patio. 
Y arriba, tres habitaciones y un cuarto de baño. Había una calefacción central que se ponía en marcha cada día de invierno a las tres de la tarde. 
“El sueldo no era muy alto, pero no se pagaba nada, solo la luz. 
Cuando llegó Adolfo Suárez nos hicieron una subida del 100%. Tuvimos que pelearla. 
Muchos teníamos que complementar los ingresos con otro trabajo, yo era profesor de autoescuela”. 
Hogueras de San Juan en el Poblado.
Hogueras de San Juan en el Poblado.
A Pablo se le han quedado grabados los días en los que llamaban desde la puerta de entrada al Valle y decían: “¡Atención, suben restos!”. 
“Llegaban siete u ocho camiones con muertos de la guerra. Teníamos que subir de inmediato.
 Todo el mundo a meter baúles a la cripta. Nos poníamos por parejas con una parihuela —dos palos gruesos con unas tablas atravesadas para colocar la carga— y a meter cajas con huesos mezclados.
 Y todo en medio de las visitas a la basílica. Poníamos una caja encima de otra y, una vez lleno el habitáculo, se tapiaba”, recuerda.
 A partir de la terminación de la basílica en 1959 y hasta 1967, casi todos los meses llegaba algún convoy con restos de cientos de muertos.
 Más de 33.000 cadáveres reposan en las criptas de la basílica.
 Pablo se acaba de encontrar en la cafetería del funicular, donde suelen parar los visitantes —la mayoría extranjeros—, con José Muñoz, antiguo compañero que todavía trabaja en el Valle. 
Se abrazan. “Mi padre estuvo en la guerra, en el bando republicano. Me contaba que cuando en el frente había muchos muertos, daban el alto el fuego, unos y otros salían, hacían unas zanjas, cogían la documentación y los enterraban. 
Tras la guerra, requirieron todas las cartillas militares; si eras de la zona republicana, te encarcelaban o te fusilaban. Él no se presentó a entregarla y pensaron que estaba muerto.
 Es curioso, no tuve problemas para trabajar aquí porque mi padre fuese del bando perdedor”, explica Pablo. José Muñoz guarda un tesoro.
 En las oficinas del Valle están los libros de cuentas y el registro de visitantes ilustres, páginas y páginas con dedicatorias y firmas de mandatarios y personajes famosos —incluidos futbolistas como Alfredo Di Stéfano— que pasaron para ver la tumba del dictador. 
Las hay en todos los idiomas.
En el Poblado mandaba don Juan, jefe del destacamento de ocho guardias civiles encargados de la puerta exterior del Valle y gestor de la residencia que dependía de Patrimonio Nacional. 
No pagaba en la cafetería, los trabajadores le hacían los arreglos de casa e iban a por leña para él. “Vivía muy bien”, sostiene Teresa Gómez, “era un cacique que no exigía ninguna mejora para la gente del Poblado, una fuerza viva que no daba problemas a Fernando Fuertes de Villavicencio, gerente de Patrimonio y leal a Franco”.
Fernando Taguas, de 85 años, llegó a Cuelgamuros el 4 de octubre de 1940. 
Tenía siete años. Su padre fue uno de los primeros carpinteros del Valle de los Caídos, y su hermano Paco, barrenero.
 El Día de Reyes de 1960 Patrimonio le cedió una casa en el Poblado. 
Lo recuerda así: “Me acababa de casar con una trabajadora de la escolanía del monasterio. Nos casó el confesor de Franco.
 Era la segunda boda que se celebró en la basílica. Me dieron a escoger y elegí una casa con despensa en el bloque de en medio.  

Mi hermano Rafael fue el primer taquillero de la puerta y a mí me pusieron de guardacoches.
 Un día me dijeron que echase una mano al que vendía postales, libros, cruces…, y vendí tanto que me dieron un puesto.
 Podía vender en verano hasta 20.000 pesetas diarias en recuerdos”.
Risco de la Nava, donde se levantaron la cruz y la basílica.
Risco de la Nava, donde se levantaron la cruz y la basílica.
Su hijo Nando le interrumpe: “¿Te acuerdas, papá, de los autógrafos que conseguía en el puesto? Tengo el de Lorne Greene, el actor protagonista de la serie Bonanza; el de la actriz de Pipi Calzaslargas, el de la pareja de la serie Los Roper…”. La vida de la generación de Nando en el Poblado nada tuvo que ver con la de sus padres, con la de Pablo o Fernando. 
Fueron niños y adolescentes entre mediados de los sesenta y la muerte del dictador. Nando, Teresa, Yoli, Edu, Ángel, Carlos, Javier, Mari Luz, Alicia…, decenas de chavales que hasta quinto curso de la EGB no salieron de ese micromundo.
El padre Joaquín, en una fiesta en el bar del Poblado.
El padre Joaquín, en una fiesta en el bar del Poblado.
“Cuando acababa la escuela, nos ponían el bañador y no nos lo quitábamos hasta el final del verano. 
Nos pasábamos la vida en la calle y en el monte. Era como Heidi, feliz”.
 Alicia Soblechero —autora de algunas de las fotografías que ilustran este reportaje— tiene ahora 50 años.
 Recuerda las clases de doña Martina, esposa de don Juan. Acudían todos los niños juntos, daba igual su edad. Todavía se puede ver la gran pizarra, el suelo de madera y el hueco de una enorme chimenea. 
Las nevadas eran abundantes. “Hasta que tuvimos la edad de pensar, esto era la gloria. Una burbuja donde las puertas tenían puesta la llave.
Conforme llegas a la adolescencia, echas de menos cosas, piensas que esto es una mierda, no tienes los mismos servicios que los que vivían en los pueblos de alrededor, no puedes salir los fines de semana porque cerraban las puertas y tenías que quedarte a dormir en casa de una amiga.
 Cuando empezamos a ir al instituto comenzamos a pensar dónde habíamos vivido. Muchos nos rebelamos. 
Un 20 de noviembre, que subían los falangistas con antorchas, entonamos La Internacional en el autobús que nos llevaba al instituto. 
No veas la que se montó, pero nadie pensó que éramos los del Poblado”, recuerda Alicia
. En la escuela gobernada por doña Martina había niños y niñas de entre 3 y 11 años. Antes de comenzar la clase, tenían que rezar frente a una foto del Caudillo. “Y cuando venía Franco, nos subían a la basílica y teníamos que aplaudir, gritar ‘¡Franco, Franco!’ y cantar el Cara al sol”. Todas las personas consultadas confiesan que en la cantina, en el economato o en las casas nunca se hablaba de política.
 La presencia de ocho guardias civiles, de esos que llevaban capa, imponía. 
Las apariencias eran importantes. 
“Unos no hablaban por miedo; otros, porque pensaban como ellos; otro, porque no se habla mal de quien te paga el sueldo… Entre los trabajadores de Patrimonio también hubo algún preso republicano que tras la construcción del Valle se quedó en el Poblado.
 De hecho, la hija de uno de ellos me habló por primera vez del eurocomunismo”, relata Teresa. 
Ella nunca decía que vivía en el Valle, “no por vergüenza, sino por la pereza que me daba tener que explicar que mi padre trabajaba en la dichosa cruz”.
 Con 17 años, Teresa se marchó del Poblado y se hizo activista de las Juventudes Socialistas: “Renegué de aquel sitio. 
Pero más tarde fui colocando cada pieza de mi vida, y me quedo con aquella infancia privilegiada donde eras feliz con muy poco”. 

El verdadero mausoleo..................................Javier Marías..

Como a menudo acontece en España, en cuanto a alguien se lo elige o nombra algo, se inviste de autoritarismo. 
Es el legado silencioso franquista.

HABRÍA PREFERIDO no añadir una miga más al empacho de fútbol, tras un mes entero de Mundial
Pero lo sucedido con la selección española ha sido tan prototípico, tan revelador del carácter aún dominante en nuestro país, que quizá vale la pena echarle un vistazo a esta luz.
 Más de una vez he mencionado el asombro y el escándalo que me produce con frecuencia el ejercicio del poder en España.
 Cómo es que, por ejemplo, los alcaldes y alcaldesas tienen capacidad ilimitada para transformar las ciudades que temporalmente gobiernan de manera irreversible, y con total impunidad.
 Cómo es que no hay —o si lo hay, no se hace notar— algún organismo complementario o superior que ponga freno a sus arbitrariedades, sobre todo cuando afectan irremediablemente al paisaje, a la estructura y al carácter del lugar.
Por mucho que estemos en una democracia desde hace cuarenta años, la manera de mandar de muchos sigue siendo la propia de los largos años dictatoriales. 
No pocos individuos que acceden a un cargo se sienten no sólo omnipotentes, sino facultados para realizar sus caprichos y ocurrencias sin atender al daño que causan, a veces definitivo.
 No se sabe por qué, tanto Ana Botella como Manuela Carmena se han dedicado a complacer al colectivo ciclista en un espacio más bien contraindicado para la bici, por las largas distancias y las pronunciadas cuestas.
 La prueba del disparate la tengo cerca: Botella acometió una obra de meses para crear un inútil carril-bici en la calle Mayor, transitado, a lo sumo, por una docena diaria de pedaleantes. Lo mismo ha hecho Carmena con Santa Engracia, hoy destruida e intransitable, Alcalá y otras vías.
 El cierre de la Gran Vía al tráfico es ya y va a ser un descalabro monumental para comerciantes, hoteleros y la ciudadanía en general.
 En este caso, además, como en el de la Plaza de España, la alcaldesa y su cínico equipo organizaron referéndums-farsa para “quedar bien”, cuando ya estaba todo decidido antes de que votaran los cuatro partidistas que se prestaron a la pantomima. 

Y no olvidemos que Gallardón quiso pulverizar uno de los más armónicos espacios urbanísticos de Europa, Recoletos y el Paseo del Prado.
 Baronesa Thyssen aparte, sólo lo impidió la crisis, la falta de dinero para consumar la tropelía.
 Y ahora a Carmena no se le ocurre otra majadería que crear una “playa” —sí, con arena a raudales— en plena Plaza de Colón.
 Aún no sé si nos hemos salvado de tal porquería, porque la señora y sus palmeros están… eso, batiendo palmas ante el estropicio que preparan junto con unos desaprensivos. 
Así que también resulta incomprensible y escandaloso que un solo individuo, recién llegado al poder, tenga la potestad de cargarse en un solo día de fatuidad el trabajo de cuatro años y la ilusión de muchos millones de españoles.
 Sí, claro, aquí hay que contar con el egoísmo, y nunca con el interés de los demás: Florentino Pérez es un constructor, y me imagino que suele ir a lo suyo.
 Era natural que, al fichar a Lopetegui como entrenador del Real Madrid, le trajera sin cuidado el perjuicio que nos podía ocasionar a todos. 
Lopetegui ha ido asimismo a lo suyo sin importarle su compromiso previo, aunque no le arriendo la ganancia: ojalá me equivoque, pero no lo veo terminando la temporada en el puesto en que la iniciará. Inoportuno, feo y desconsiderado lo hecho por el Madrid y el exseleccionador. 
Pero mucho peor todavía la reacción autoritaria, chulesca, engreída del novísimo Presidente de la Federación, Rubiales. 
 Dos fechas antes del comienzo del Mundial, lo sensato y generoso habría sido encajar con flema el desmán ajeno y esperar al término del campeonato, poniendo por delante los mencionados trabajo e ilusión. 
No podía ser tan ingenuo como para creer que semejante rabieta no iba a desconcertar, desestabilizar y desalentar a los jugadores, como sucedió.
 Tuvimos que soportar partidos narcotizantes, en los que el balón iba de un lado a otro sin propósito, como si se hubieran olvidado de que el fútbol consiste en meter goles para ganar. 
Infinitos pases horizontales y hacia atrás, un equipo deprimido y sin la menor incisividad, con un portero estático que contagiaba al resto.  

Era fácil prever que ocurriría algo así.
 El cabreo del ofendido Rubiales se impuso sin cortafuegos, sin consultar ni escuchar.
 Como a menudo acontece en España, en cuanto a alguien se lo elige o nombra algo, se inviste de autoritarismo; es como si se dijera en el acto: “Se van a enterar de que ahora mando yo. A mí nadie se me sube a las barbas, y decapito a quien ose hacerlo, aunque con ello destroce el trabajo de cuatro años y la ilusión de millones”.
 Así funciona todo aquí, por fortuna con bastantes excepciones. Ese es el máximo legado silencioso franquista, la verdadera pervivencia del dictador. 
El egoísmo de cada parte, que se ha de dar por descontado, y la destemplanza y engreimiento de muchos al alcanzar el poder, cualquier poder.
 Más alarmante que la permanencia de los restos de Franco en su tenebroso mausoleo es el estilo de mando que de él han heredado numerosos cargos democráticos de derechas e izquierdas, llámense Gallardón, Botella, Carmena, Torra/Puigdemont, Villar, Rubiales o Colau. Por no hacer la lista más larga.

21 jul 2018

El capricho.............................................. Boris Izaguirre.

Dos personalidades educadas por Francisco Franco acaparan las noticias. Una, el rey emérito, que fue elegido monarca por el Generalísimo. Y la otra, la nietísima de Franco, Carmen Martínez-Bordiú.

Pilar Rubio y Sergio Ramos en el anuncio de la pedida de mano.
Pilar Rubio y Sergio Ramos en el anuncio de la pedida de mano. INSTAGRAM

 Hace días di con la noticia de que el rey emérito, Juan Carlos de Borbón, hizo una parada en León tras la cancelación, por falta de viento, de una regata en Galicia en la que tenía previsto participar.

 Efectuó esa parada en Jiménez de Jamuz para volver a un restaurante llamado El Capricho.

 Me quedé sin aire. Entendí que se trataba de justicia poética. Con todo el huracán desatado sobre la importancia o no de las grabaciones efectuadas a Corinna por una persona tan airada y oscura como el excomisario Villarejo.

 Ignorando si se hará o no una comisión de investigación acerca de lo que se dice en las grabaciones. 

Si de verdad nos encaminamos a una democracia más transparente, nuestras preocupaciones quedan sintetizadas en el nombre del restaurante elegido por el monarca: un capricho.

 Para caprichos están los de Goya, que retrataron la España de su tiempo.

 ¡Es que la vida es caprichosa! En este mes dos personalidades educadas por Francisco Franco acaparan las noticias. 

Una, el rey emérito, que fue elegido monarca por el Generalísimo. Y la otra, la nietísima de Franco, Carmen Martínez-Bordiú, que prefiere no estar en España mientras se dirime la exhumación de los restos de su abuelo en el Valle de los Caídos. 

Carmen y Juan Carlos tuvieron una educación similar y el mismo tutor: un dictador feroz y católico en un tiempo histórico a punto de acabar. 

Juan Carlos no dio el pésame cuando murió la mamá de Carmen pero sí les otorgó el ducado.

 Aunque los dos son simpáticos y polémicos, prefiero a Carmen, que ofrece mas transparencia sin pedir ejemplaridad para todos.

 Carmen se ha mantenido alejada del poder y disfrutando, a veces caprichosamente pero siempre con verdad, de otras formas de liderazgo. Ahora está en Portugal, deleitándose con los caprichos lusitanos y del amor, que es fiscalmente transparente.

 ¿Qué es un capricho? Para mí, algo de vestir. 

Tengo que elegir si me sumo al ejercito de las personas tachonadas por un logo o los que no llevan ninguno visible, como Carolina de Mónaco, que en realidad es un emblema del nunca equivocarse en el vestir. 

Esta semana patrulla por Saint Tropez, que lucha para recuperar su corona como destino chic

Ibiza y Mikonos le hacen la competencia. Mikonos con todo el turismo gay adinerado e Ibiza con su lista inagotable de celebridades, desde Luis Fonsi hasta Messi cubierto por las siglas de Gucci.

Carmen Martínez-Bordiú en la plaza de toros de Las Ventas, el 23 de mayo de 2018. 
Carmen Martínez-Bordiú en la plaza de toros de Las Ventas, el 23 de mayo de 2018. Europa Press via Getty Images
Otro capricho es el posado descalzo en ¡Hola!. María Zurita, sobrina de Juan Carlos, se ha sumado a ese subgénero de posar sin zapatos, celebrando que ella y su hijo están ya en casa.
 A Corinna también la incluyeron en ese tipo de posado. Es como un tratamiento exclusivo de la revista a mujeres que tienen algo importante que declarar.
 El capricho es que lo hagan descalzas.

  Por eso me da penita que no siga adelante esa comisión parlamentaria sobre las grabaciones a Corinna porque eso significaría que no regresará a Madrid a declarar ni a ¡Hola! ni ante la justicia.

 Con o sin zapatos. Y no podremos disfrutar del espectáculo de oírla hablar en alemán, español, francés e inglés con una fluidez que solo ves en el Tour de Francia, cuando la vida parece ir sobre dos ruedas.

Hace dos décadas, cuando la vida y el país iban sobre ruedas, en las redacciones se hablaba de que a la casa real le incomodaba que la vincularan con la prensa del corazón. 
Les parecía como si les trataran como algo menor, frívolo o, simplemente, caprichoso. Lo sorprendente es que veinte años después ese ha sido su destino.
 El rey emérito es noticia por algo que mezcla lo extremadamente formal, el Estado, con lo caprichoso: el amor o el interés, que tanto dependen del capricho.
¿Qué es un capricho? ¿Un antojo inocente? Una cana al aire, una segunda botella de vino blanco bien frío.
 Un anuncio a todo pulmón de un próximo matrimonio como ha hecho Sergio Ramos ante el "sí, quiero" de su despampanante novia, Pilar Rubio
 Una pareja moderna que tiene hijos antes que matrimonio y que al final, se casan, más que por la Iglesia, por todo lo alto. Anunciándolo en sus redes.
 Ojalá que todos los caprichos del anterior monarca se acabaran con un tuit. Quizás mientras espera esa suculenta chuleta de buey en su restaurante leonés, entre halagos, curiosee en su móvil, deseando que Corinna, caprichosamente, cambie de actitud.