Estrella
de los 90, la actriz vive marcada por sus violentos episodios
relacionados con las drogas, el alcohol y los desórdenes psicológicos.
Heather Locklear, en 1991.ABC Photo ArchivesABC via Getty Images
Antes de que Emilia Clarke sorprendiera con sus dragones en Juego de Tronos. Antes de que Elisabeth Moss y su The Handmaid’s Tale
fueran lo más comentado de la televisión. Antes de que Krysten Ritter
llegara pisando fuerte con su Jessica Jones en la pequeña pantalla. Antes que todas ellas estaba Heather Locklear. Fue “el amuleto de la
suerte” del legendario productor televisivo Aaron Spelling. La actriz
que todo lo hacía bien y convertía las series que tocaba en oro, ya
fuera en Dinastia, Melrose Place o incluso a su paso por esa comedia que intentó salvar titulada Loca Alcaldía (Spin City). Pero esos eran los 90. La década en la que esa rubia platino llamada
Heather Locklear se convirtió en la reina de la pantalla. La malvada, la
admirada, la más guapa, la más dura, el modelo de mujer que muchas
querrían ser en aquel entonces y con la que muchos soñaban.
Pero
queda muy poco de aquella la actriz y modelo que ahora tiene 56 años y
está envuelta en muchos problemas.
Locklear está ingresada en un
hospital de Los Ángeles tras una supuesta sobredosis.
El incidente tuvo
lugar el lunes cuando una ambulancia acudió a su residencia en Thousand
Oaks, en el valle de Los Angeles (EEUU), atendiendo a una llamada de
urgencia.
Apenas habían pasado unas horas desde que la famosa Amanda
Woodward de Melrose Place había sido puesta en libertad bajo fianza tras ser detenida por golpear a un policía
y a un paramédico que habían acudido a su residencia el pasado domingo
respondiendo a dos llamadas de urgencia.
Lo que allí se habían
encontrado era una actriz “extremadamente intoxicada y nada
cooperativa”, explicó a los medios un portavoz de la oficina del sheriff.
Un retrato de la actriz demasiado común en el último año. La policía también acudió a su casa el pasado febrero por una disputa
doméstica, cuando fue retenida de manera involuntaria en un psiquiátrico
ante el riesgo de un posible suicidio. También se recomendó entonces su
paso por una clínica de desintoxicación. Imágenes todas ellas que tienen muy poco que ver con esa Locklear que, al menos en la pantalla, podía con todo.
La foto policial de Heather Locklear del pasado día 24.HandoutGetty Images
En sus siete años en el 4616 de Melrose Place, la dirección más
conocida de Los Ángeles en los 90, Amanda pudo con todo: explosiones,
secuestros, seducciones, matrimonios, incluso intentos de asesinato. Era
la mala de una serie a la que echó la sal y la pimienta y que abrió
paso a lo que luego serían otros episódicos que empoderaron a la mujer
como Friends o Sexo en la ciudad. Para entonces Locklear sabía mucho de supervivencia tras sus años en Dinastía
(1981 al 1989) como Sammy Jo Carrington, la inocente sobrina de la
familia que sabía cómo manejárselas en ese nido de víboras. Y aunque su
futuro en las manos de Spelling parecía marcado, Lockler siempre mantuvo
una disposición sonriente y abierta a cambiar la dirección. “Conmigo
las cosas cambian de un día a otro”, declaró. El cambio artístico nunca llegó a materializarse. Heather Locklear se
quedó en el recuerdo como icono de los tiempos pasados con pequeños
papeles en otras series o intentos de resucitar la nostalgia. Locklear siempre fue alabada por su ética profesional, huyendo de los
escándalos que hoy la persiguen. Incluso su supuesta relación en la
década de los 80 con un entonces jovencísimo Tom Cruise no dio que
hablar. “No es de señoritas hablar de pasados amoríos”, dijo al ser
preguntada sobre esta posible relación. Se casó en 1986 con el rockero Tommy Lee, de los Motley Crue, cuando
ambos estaban en la cima de sus carreras. Y en 1994 con el guitarrista
de Bon Jovi Richie Sambora, con quien tuvo una hija. Su segundo divorcio fue sonado y hace una década Locklear comenzó a dar
muestras de un comportamiento errático. Queda la duda de si su fama fue
una trampa para ella, presa fácil de una nueva era de paparazis y redes
sociales. También se fueron alternando los diagnósticos de ansiedad y
depresión con las detenciones por conducir bajo los efectos del alcohol o
sus ingresos en urgencias por la supuesta ingestión de barbitúricos. Un
complicado diagnóstico para la que fue en su día la novia de la
televisión y que ahora espera a ser dada de alta en un hospital de Los
Ángeles.
¿Cómo puede plantearse que se dé voz a los agresores de La Manada cuando la víctima, para preservar su intimidad, debe callar?
José Angel Prenda, miembro de La Manada, sale de los juzgados de Sevilla, el pasado 25 de junio.PACO PUENTES
A pesar de que el género confesional parece haber ganado terreno a la
ficción en los últimos años, no cabe duda de que las novelas, más aún
las películas, inocularon en nosotros algunos tópicos que de vez en
cuando soltamos por ahí muy circunspectos, como si se tratara de teorías
interesantes que lleváramos tiempo acariciando. Mentira. Lo que hacemos
es repetir el cuento que tantas veces nos han contado. Uno de los
cuentos más correosos que ha perpetrado la literatura de adultos, por lo
difícil que resulta de desmontar, es que el mal, en sus múltiples
variantes, está siempre maquinado por una mente inteligente, atractiva. La víctima, en cambio, desde un punto de vista intelectual, interesa
poco; su existencia se reduce a ser la excusa necesaria para que
nosotros, espectadores o lectores, podamos indagar en el proceso mental
que provoca la agresión. Sin embargo, la realidad desmiente una y otra
vez esta idea tan jugosa para la novela negra, al suspense o el
celebrado género del asesino múltiple, porque lo cierto es que para
agredir a otro ser humano basta con tener pocos escrúpulos y una falta
total de empatía.
Los días pasados se alertó contra la posibilidad de que algunos
programas matutinos, especializados en los últimos años en un
tratamiento de los sucesos que provoca alarma y desasosiego, sobre todo
en los ancianos, hubieran ofrecido a los integrantes de La Manada
una entrevista en exclusiva, es decir, provista de una remuneración
económica. No sería de extrañar. En Estados Unidos, país inspirador de
este tipo de shows, O. J. Simpson tuvo la oportunidad de
explicarse ante los medios significativamente más que la víctima, su
mujer, que estaba muerta. Lo extraordinario es que se apele en el caso
que nos ocupa no solo a la libertad de prensa, sino al interés de orden
periodístico que entrañaría una entrevista en profundidad con alguno de
estos cinco individuos. La torpeza con que la justicia está lidiando con este asunto nos enreda
en discusiones que despistan del verdadero objetivo: dignificar y
humanizar el tratamiento que tradicionalmente se ha dado a las víctimas
de agresiones sexuales. ¿Cómo puede alguien plantearse que se dé voz a
los agresores cuando la víctima, para preservar su intimidad, debe
callar? Esta interrupción de su estancia en prisión solo está sirviendo
para embarullar aún más un caso envenenado. Cada vez que observo a las
cámaras siguiendo a uno de los cinco entrar o salir de las dependencias
policiales me pregunto si esa atención mediática no les enroca todavía
más en la certeza de su inocencia y si no les agrada esta notoriedad. Porque donde la justicia les ha devuelto es al lugar de sus vínculos
familiares, allí donde los educaron en la idea de que una chica que anda
sola por la noche bajo los efectos del alcohol no vale nada, mientras
que cinco hombres, unidos por una fraternidad chulesca, exudan una
masculinidad agresiva que tiene que desahogarse.
Dice nuestra constitución que las penas privativas de libertad han de
encaminarse a la reeducación y a la reinserción social. Por lo poco que
he visto de estos tipos, ya que me perturban esas imágenes tan de
gañanes mil veces repetidas; por lo que llevo escuchado a su abogado y a
personas de su entorno, tengo claro que sus mentes no albergan una
mínima reflexión crítica sobre lo que hicieron. Incluso esa
característica indumentaria que comparten como si fuera un uniforme
sigue imperturbable. Y aun así, con las heridas abiertas de una víctima a
la que sentimos pero no vemos, la justicia decide devolver a los
agresores a sus casas para que se den un baño de cariño, se reafirmen en
sus convencimientos o traten de fugarse. ¿Es interesante de verdad
escuchar lo que dicen? No ahora. Ahora solo podrían ofender a quien ya
agredieron. Sería interesante, por qué no, dentro de unos años, ya
terminada su condena. Podríamos observar si algo se rompió dentro de
ellos. Si obtuvieron algún beneficio de su estancia en la cárcel o si,
al contrario, la prisión solo alimentó el resentimiento y la idea de que
todas las mujeres son putas, menos la madre y la hermana.
Dice nuestra constitución que las penas privativas de libertad han de
encaminarse a la reeducación y a la reinserción social. Por lo poco que
he visto de estos tipos, ya que me perturban esas imágenes tan de
gañanes mil veces repetidas; por lo que llevo escuchado a su abogado y a
personas de su entorno, tengo claro que sus mentes no albergan una
mínima reflexión crítica sobre lo que hicieron . Incluso esa
característica indumentaria que comparten como si fuera un uniforme
sigue imperturbable. Y aun así, con las heridas abiertas de una víctima a
la que sentimos pero no vemos, la justicia decide devolver a los
agresores a sus casas para que se den un baño de cariño, se reafirmen en
sus convencimientos o traten de fugarse. ¿Es interesante de verdad
escuchar lo que dicen? No ahora. Ahora solo podrían ofender a quien ya
agredieron. Sería interesante, por qué no, dentro de unos años, ya
terminada su condena. Podríamos observar si algo se rompió dentro de
ellos. Si obtuvieron algún beneficio de su estancia en la cárcel o si,
al contrario, la prisión solo alimentó el resentimiento y la idea de que
todas las mujeres son putas, menos la madre y la hermana.
Miguel Ríos, retratado en un hotel de Madrid el pasado miércoles.B.P.Vídeo: P. Casado / Quality
Fuera hace fuego, pero en el lobby del Eurobuilding, un hotelazo de toda la vida al que han querido en vano dar un toque hipster,
el ídolo se aplica un fularillo negro al cuello y un té roibos al
gaznate con el fin de templar la voz averiada en vísperas de gran
concierto.
Tener a Miguel Ríos a medio metro es como ponerle cara y
carne a tu adolescencia. Ahí está, tantos años después, el rey del
escenario de tantas noches de verano. La vida no pasa en vano para
nadie, pero el perfil pétreo y la pelambrera de caracoles son casi los
mismos. Algunos le creyeron cuando juró que se retiraba en 2010 con la gira Bye, bye Ríos. Ilusos.
Enséñeme la coleta, por favor. Le debe de llegar por las corvas.
Es verdad, no me la he cortado. Yo tenía que haber escrito Los viejos rockeros siempre vuelven. No dejan de ofrecerme caramelos y, claro, ni puedo ni sé negarme. ¿El escenario es como una novia a quien no se puede dejar? Nunca lo había visto como una novia, porque el rock and roll
es más machista que todo eso. Pero sí, es como una adicción. De repente
te das cuenta de que has estado abducido por una de esas sectas que te
impiden abandonar. ¿Se cree uno Dios ahí arriba? Se puede. Sobre todo cuando has hecho una cancióncon algo íntimo y
oyes a diez mil tíos cantándola. Hay quien se vuelve tonto, y es duro
salir de esa tontería. ¿Lo dice por experiencia? He tenido altibajos. Soy el más inestable de mi quinta. Yo hacia
cosas distintas y pillaba a la gente con el pie cambiado. Siempre he
sido consciente de mis limitaciones. Como cuando Sprinsteen te pone en
tu sitio, el cabronazo . ¿Son más peligrosos los picos altos o los bajos de la noria? Los de arriba, el aire de la azotea es letal, porque siempre te
puedes tirar al vacío. De abajo, tiendes a subir, sobre todo si eres
estoico y vienes de un sitio donde estas predestinado a perder. Se dice un niño herido por la belleza de la Alhambra. ¿Se puede ser melancólico a los 10 años? Sí. Granada tiene unos atardeceres peligrosos, conmueven tanto que paralizan. Y un tío no puede estar mirando, sino corriendo .¿Qué es hoy ser moderno? Ni idea. Yo nunca he sido ni querido ser moderno, lo que siempre quise es ser de otro lado ¿Extranjero en casa? De algún lugar donde sueñas que encuadrarías. Y es una quimera. Viví
una temporada en EE UU y enseguida le ves el truco. Siempre he estado
yendo a algún sitio. El 'on the road' de toda la vida. Sí, el 'en tránsito' de Serrat. Pero con las señas de identidad
sabidas. A mí me han jodido siempre como clase los ricos, por ejemplo. Si es usted millonario. Bueno, soy rico comparado con el mileurista, pero comparado con los ricos de verdad soy un pichiniqui, como le decían en Granada a alguien que se cree lo que no es. He intentado no cambiar conscientemente de acera. Eso suena a otra cosa. Mira, me compré un Mini y le pinté el símbolo de la paz. Le llegó el
recado a mi madre de que era de la otra acera y tuve que ir a negárselo,
porque a ella, que me quería a morir, le oí decirme: “Niño, antes
muerto que maricón”. Ese machismo del que hablaba, ¿lo hemos mamado en casa? Mi madre era más machista de lo que yo nunca. Mi padre entraba y le
ponía las zapatillas. Tenemos algunas esquirlas del pasado muy
adheridas. Y ya no es que no se pueda ser machista. Hay que ser
feminista proactivo. Las chicas han estado tiempo en la retaguardia
peleando, están afiladas,y me parece de puta madre. Sabina dio la espantá. Si él es Curro Romero, ¿Usted es Antoñete? Sabina es Dios. Se puede ir, y en vez de decirle hijo de puta, ni le
reclaman la entrada. ¿Antoñete, yo? Por mis prendas recientes, no lo
niego. Era un Séneca, el tío.
Con casi 60 años de carrera debe de tener una 'egoteca' épica. No, pero, tengo una secretaria que ha empezado a archivar cosas y, hombre, imagino que mi hija hará algo cuando esté palmao. ¿'Palmao'? ¿No da mal fario?
Sí. Había dos cosas que no podíamos decir. 'Palmolive', porque era cuando no te pagaban. Y 'Colgate', cuando no había concierto.
Vídeo: Tráiler de 'Hotel Artemis', la nueva película protagonizada por Jodie Foster.Foto: RICHARD PHIBBSFue una niña criada en la gran pantalla, aunque hoy asegura que “el cine
como experiencia en una sala está acabado”. Actriz desde los tres años y
ganadora de dos Oscar, abandonó la industria tras manifestar que era lesbiana.
“Cada nueva entrevista me aplastaba el alma”, recuerda. Cinco años
después, vuelve a protagonizar una película, ‘Hotel Artemis’.
JODIE FOSTER ha
tardado cinco años en volver a protagonizar una película. Y hoy llega a
la cita en Beverly Hills para hablar de ella. Lo hace con muletas. “Una
rodilla. Esquiando”. Es lo primero que dice al entrar en el hotel Four
Seasons. Hace tiempo ya que la gran intérprete nacida hace 55 años en
Los Ángeles se granjeó cierta fama de dura, y fría, de una persona con
un carácter difícil. Pero en el tú a tú Foster resulta educada y
agradable, incluso afable. También tiene unas potentes dotes de mando,
algo sin duda necesario para sobrevivir en una industria en la que ella
comenzó cuando tenía tres años. Ahora tiene a sus espaldas unos 40
títulos como actriz, cuatro como directora, dos Oscar y una carrera
envidiada por muchos. Especialmente por aquellos que intentan superar
con éxito la difícil transición de niña prodigio a protagonista de
éxitos como Acusados (1988) o El silencio de los corderos
(1991). Hace un lustro se alejó de la gran pantalla tras manifestar su
homosexualidad. Entonces anunció que se tomaba un tiempo. “Cada
entrevista me aplasta el alma”, explicó.Semanas antes del estreno en España de Hotel Artemis,
cinta que supone su regreso a la actuación, lo único machacado es su
rodilla. Su nuevo papel es el de encargada de un hospital secreto para
criminales de la ciudad de Los Ángeles en un futuro próximo.
Jodie Foster en 'Acusados'.
Jodie Foster vuelve dispuesta a comerse el mundo con una sonrisa. “No
hacen más que mencionarme lo de los cinco años fuera del negocio. Es un
montón, pero a veces cuesta mucho levantar un proyecto. Me considero
afortunada por hacer películas personales. Especialmente como directora,
no voy con lo que se lleva, con la dieta de Hollywood. Disfruto de una
posición privilegiada y no necesito hacer filmes de usar y tirar o
franquicias de otro. Procuro escoger historias que pueda defender, que
me digan algo”. ¿Y qué es lo que le dijo Hotel Artemis? Me
interpeló su originalidad. Estoy harta de ver siempre la misma película. Encontré el guion de forma misteriosa, incluso antes de que saliera a
la luz, y me llegó su energía. Soy muy quisquillosa . Cada vez peor. Cada
vez me lleva más tiempo encontrar lo que quiero. Pero es que no me
gusta repetirme, volver a interpretar el mismo papel. No me gusta
competir conmigo misma, con mis interpretaciones anteriores. Prefiero
madurar y evolucionar. Y la transformación para este personaje, su
cambio físico, no se parece a nada de lo que he hecho nunca. Jodie Foster en 'Hotel Artemis'.MATT KENNEDY Todas las actrices por encima de los 40 buscan mejorar su imagen. ¿Usted les lleva la contraria echándose años y arrugas?
Me gustaría mentir y decir que para este papel fueron necesarias horas y
horas de maquillaje, pero no fue para tanto. Tampoco soy una persona
especialmente vanidosa, así que no tuve nada que perder. Mi carrera como
actriz nunca se apoyó en el físico. Nunca fui la ingenua. Ni la novia.
Siempre fui, ante todo, la actriz. Mostrar arrugas ante la cámara no ha
supuesto un gran reto. ¿Y el hecho de sentirse más vieja? ¿De ver a su madre, a sus ancestros, en su rostro?
Mi madre solía tener la misma melena. En 10 años me veré como ella. La
vejez me produce curiosidad, no preocupación. La transformación, cambios
en la piel… Tras disfrutar de una vida tan excitante, no me puedo
quejar. Si hay algo que espero es seguir actuando cuando tenga 80. Es
algo fácil de hacer. Tras un parón tan largo en su carrera, era más factible pensar que se iba a retirar antes que verla trabajando hasta los 80. No pienso dejar de actuar. Lo que sí quiero es dirigir más. Esa era mi intención en este tiempo.
¿Qué pasó? ¿Hollywood ni tan siquiera deja que una mujer como Jodie Foster se ponga detrás de la cámara?
Puedes decir eso. Dirigí mi primera película cuando tenía 27 años. Y
desde entonces solo he rodado cuatro. El balance de mi carrera es un 90%
interpretación y un 10% realización. Una falta de equilibrio que he
intentado remediar en estos últimos años en los que además he firmado
cuatro episodios de televisión. Lamento no haberlo hecho antes y por eso ahora me urge más contar mis
historias. No es que quiera ser prolífica. No necesito estar en las
portadas de las revistas ni ser Ron Howard, o dirigir el filme más comercial. Quiero contar mis historias.
¿Se ve mejor reflejada en aquello que dirige que en aquello que interpreta? Me suelen preguntar por qué no escribo más. ¿Y qué es un director sino alguien que reescribe con la cámara? En El pequeño Tate
(1991), mi primera cinta, puedo ver una obra de juventud. Y también me
siento mal por aquellos que trabajaron conmigo por el control al que los
sometí, no dejé que fluyera la creatividad. El castor (2011) es mi mejor película, la más madura. Pero sé que no lo es para todo el mundo. Hoy trabaja casi más en televisión que en cine. ¿Se acabó lo que se daba? El futuro de la narrativa está en manos de los servicios de cable o de streaming. El cine como experiencia en salas está acabado. Y tenemos que aceptarlo. La gente ve el contenido en sus teléfonos. Y
nadie va al cine. Ni yo. Pero sigo siendo defensora del formato de
película: historias de hora y media con principio, nudo y desenlace. Veo
series de televisión, pero no suelo pasar de la segunda temporada. Me
gustan los personajes, pero llegado un punto no necesito saber nada más
de ellos.
La tecnología se le resiste. Y se nota. Foster se pelea con su móvil
para mandar un mensaje de texto. Lo dice en voz alta. “Agarra el
teléfono y llama a tu tutor ya”, apremia a uno de sus hijos. Probablemente es Charlie, el mayor; o quizá Kit, el pequeño. Pero no
utiliza el dictado. Ni tan siquiera a la asistente virtual Siri. Lo dice
mientras lo teclea. Gruñe, pero hay algo de pose. Su vida privada fue
una barrera infranqueable en las entrevistas. Ahora, la mujer que salió
del armario en la entrega de los Globos de Oro de hace cinco años hace
partícipe de su vida al interlocutor sin pedirlo. “Lo único que necesito
es un hijo que conteste cuando se le llama. Ya sabes lo que es eso”. Solo tengo perros. Es más sencillo. Digo: “Lucy, ven”, y viene. ¡Otra Lucy!
¡Ese sí que fue el amor de mi vida! Mi bulldog francés… Tener hijos te
cambia la vida. Y te pone los pies en la tierra. Es fácil sentirse sola
en Los Ángeles, especialmente cuando eres alguien introvertido,
independiente y a quien no le gusta pedir ayuda. Y si encima eres
famosa, más. Pero mis hijos… Vuelvo a casa después del estreno, tras un
día entero de entrevistas, y mientras hago los ejercicios de
rehabilitación de la rodilla llegan con un grupo de adolescentes y
empiezan el día a medianoche. ¡A medianoche! Me saquean la nevera, se
ponen ciegos de algas, de orangina y de nata. Se comen lo que
pillan. No me entiendas mal. Charlie tiene 20 años. Y Kit, dieciséis y
pico. No tenemos problemas más allá de lo típico: que lo dejan todo
tirado por ahí. Me canso de oír mi voz. Pero me temo que será así el
resto de mis días.
¿Cuál es su relación con el cine? ¿Se interesan ellos por sus películas? Yo no soy como Martin [Scorsese],
que organiza proyecciones privadas y comentadas para su hija y sus
amigos. Lo suyo es obsesión. Nosotros hablamos de cine, claro. Les
gusta. Pero tienen su propia cuenta de Netflix para ver lo que quieren. Yo estoy mucho más obsesionada por la ética que por el cine. Nos da más
que hablar . Leemos juntos las páginas de opinión de The New York Times. O discutimos las noticias. A veces también hablamos sobre películas, pero por su contenido social o por su marco histórico. ¿Cuál es la cinta que cambió su vida? Son tantas… El cazador me impactó, y muchas de la nouvelle vague. Pequeñas tramas sobre gente corriente. Esas son las que más me han cambiado. Su discurso hace cinco años durante la entrega de los Globos
de Oro, cuando recogió el Premio Cecil B. DeMille a toda su carrera fue
revelador: “Este podría haber sido un gran discurso de salida del
armario. Pero yo ya hice mi salida del armario hace miles de años”.
¿Existe un antes y un después en su vida desde aquel momento? Fue una gran noche y mi discurso fue el que fue. Habló por sí mismo. Cuando uno recibe un premio a toda su carrera no
comenta su última película, sino lo que ha hecho a lo largo de su vida. Y
aquel fue un momento de transición, de cambio hacia un nuevo futuro.Sé que hizo mucho ruido, pero no quise sumarme a ello. No hay más que
decir. No puedo estar más que orgullosa por este absurdo trabajo que
disfruto y que me ha proporcionado una vida maravillosa. El cine es mi
familia, es mi vida. Me ha dado sentido como persona y también he tenido
que ganarme a pulso esa coherencia.
¿Cuáles fueron las batallas? ¿Los peores momentos?
Yo prefiero recordar los mejores. Soy muy nostálgica. Hay una gran
belleza en el hecho de mirar atrás. Y con ello no quiero decir que
cualquier tiempo pasado fue mejor, que quiera volver atrás. Con vivir el
recuerdo me conformo. Mi vida en los hoteles con mi madre, haciendo
nuestra colada en el baño y sin tan siquiera tener una neverita…
Teníamos nuestras normas. Si comíamos en la cama, poníamos la toalla
para que no quedaran miguitas. Incluso en hoteles terribles, como en el
que estuvimos durante el rodaje de Bugsy Malone (1976), al lado del aeropuerto y con olor a cloro, el recuerdo que guardo es el de habérmelo pasado como nunca en mi vida.
En aquel discurso de los Globos de Oro también dedicó unas
emocionantes palabras a su madre, Evelyn Almond. Como dijo, está perdida
tras sus ojos azules, aquejada de demencia. ¿Fue esa otra de las
razones de su transición? Mi madre no podría estar mejor. ¡Va a
acabar con todos! Es un tránsito difícil, y lo cierto es que su
demencia está muy avanzada. Es tremendamente duro para todos cuando
nuestros padres se hacen mayores. Pero estoy muy agradecida de poder
pasar tiempo con ella. Vive en su casa, como ella quiere, y no le faltan
cuidados. Lo más importante es que hace lo que quiere: ver películas y
comer. ¿Alguna vez se ha sentido como una adelantada a su tiempo?
No creo que sea la persona más adecuada para decirlo, pero echando la
vista atrás algunas veces sí puede parecerlo. Una de las razones por las
que tuve éxito, por las que fui alguien tan fuera de la norma, es que
de niña no me rodearon colegialas, sino mujeres que trabajaban. Como yo.
Nunca intenté ser como los demás. Simplemente lo fui.
Pero la fortaleza de los papeles que interpretó se adelantó al momento en que vivimos.
Siempre imprimí a los trabajos mi experiencia como persona. No busqué
la fortaleza. Solo quise papeles que no estuvieran definidos por otro. Y
a veces se los tuve que quitar a un hombre.
Jodie Foster, en 1976, en una imagen de 'Taxi driver'.everest collection
Protagonista desde muy joven de títulos como Taxi Driver
(1976), se convirtió en la obsesión de John Hinckley Jr., autor a
principios de los ochenta del atentado frustrado contra el presidente de
Estados Unidos Ronald Reagan como prueba de su amor a la actriz. Jodie Foster parece la voz perfecta para el movimiento Time’s Up contra
el acoso sexual puesto en marcha desde Hollywood en respuesta al caso Weinstein. Sin embargo, sus reacciones al huracán que sacude la meca del cine han
sido más cerebrales que emocionales. No dice nada de Polanski, director
con quien trabajó en uno de sus últimos títulos como actriz —Un dios salvaje (2011)—, ahora expulsado de la Academia de Hollywood
por violar a una menor hace 40 años. “La justicia a golpe de Twitter no
es el camino a seguir”, declaró Foster recientemente. Está claro que
las redes sociales no le ponen nada. “No voy a juzgar a nadie, porque no
se puede decir que durante el tiempo que otros pierden en las redes yo
salve el mundo. Simplemente, no me interesa, y no echo en falta los
vídeos de YouTube con gatitos y arcoíris. No sé lo que hacen otros
mientras yo no estoy en las redes, pero siento nostalgia por esos días
en los que no estábamos tan interconectados”.¿Cómo piensa que va a cambiar la industria tras la revolución del #MeToo y el movimiento Time’s Up?
Me niego a aumentar el ruido en un momento tan importante en nuestra
historia. Padecemos un exceso de declaraciones. Nadie necesita oír a
otro actor hablando del tema. Necesitamos acciones. Una mayor
concienciación. Y como en todas las revoluciones, deberíamos aprender de
los errores cometidos por movimientos sociales anteriores. Si queremos
el cambio, tenemos que hablar entre todos para buscar la reconciliación.
No lo digo yo, lo dijo Desmond Tutu durante la lucha contra el apartheid.
En momentos de pánico, ¿qué es lo que le da la tranquilidad?
Apagar la televisión y dejar de ver la CNN, para empezar. Y me gusta
meditar, aunque ahora hace tiempo que no lo hago. Mi mejor forma de
concentrarme, de apagar el ruido, de desconectar, es esquiar. Eso me
calma. Cuando estás bajando por una colina a gran velocidad, si te pones
a pensar en Trump o en cualquier otra cosa, te la das seguro.