Un Blues

Un Blues
Del material conque están hechos los sueños

24 jun 2018

Relatos por un tubo...........................................Juan José Millás

Relatos por un tubo

AGOTADOS LOS ANÁLISIS políticos de la carambola por la que el señor de la imagen accedió al poder, cabe ya lanzar una mirada novelesca sobre el caso. 
Ignoramos si Sánchez es un estadista, pero sería un excelente jugador de ajedrez por su habilidad para anticiparse a los movimientos del contrario. 
Ha llegado a La Moncloa con un movimiento de ficha absolutamente sorpresivo que cambió la lógica del juego de un Parlamento convencional. Relatos por un tubo
Rapidez y audacia, sí, pero también dosis considerables de intuición. 
 Como los buenos narradores, fue capaz de observar la realidad desde un punto de vista diferente al de los otros.
 Desde ese lugar se advertían las grietas que para el resto de los líderes permanecían tapadas. Una mezcla de ajedrez y magia. Asimismo, si ustedes lo prefieren, una dosis del fútbol practicado por Messi, del que no sabemos si descubre los pasillos por los que se cuela o los abre él mismo al avanzar.
No es la primera vez que Sánchez nos asombra. Llevó a cabo un par de jugadas estupefacientes cuando su disputa con Susana Díaz. Quizá no logre arreglarnos la vida, pero dará espectáculo, que es ahora mismo la función principal de la política. 
El fútbol no sacia todas nuestras necesidades narrativas, tampoco las series de televisión ni las novelas románticas. 
El cerebro humano, según Juan Luis Arsuaga, es un consumidor voraz de relatos.
 El señor de la imagen, que en vez de mirar hacia donde se apiñan los fotógrafos, se vuelve astutamente hacia el espectador, promete ofrecernos relatos por un tubo.
 A ver si de paso blinda las pensiones y reduce la desigualdad.  

Los insistentes...............................................Javier Marías......

Son los tercos, los voluntariosos, los empecinados, los que antiguamente se llamaban “inasequibles al desaliento”. Los detesto y me guardo de ellos.
FUE UNA CONVERSACIÓN hace cuarenta años, yo vivía en Barcelona entonces.
 Mi muy querida amiga de allí Montse Mateu y yo expresábamos nuestra sorpresa de que una mujer que conocíamos, francamente tonta e incapaz (lo mismo podía haberse tratado de un hombre: en estos tiempos susceptibles hay que avisarlo todo), consiguiera no sólo publicar, sino cargos y prebendas con inverosímil facilidad, mientras otras personas de más valía apenas lograban nada.
 Mi perplejidad era mayor que la de Montse, porque recuerdo su contestación, y además he visto, a lo largo de las décadas, cuánta razón tenía. 
Esto vino a decir, más o menos: “En realidad no es muy extraño. Yo estoy convencida de que si alguien dedica toda su voluntad, todo su empeño y su esfuerzo a un fin determinado; si pone en ello los cinco sentidos y centra sus energías en un objetivo, acaba casi siempre alcanzándolo, independientemente de su ineptitud, sus limitaciones, su absoluta falta de talento y de perspicacia.
 No importa cuán obtusa sea esa persona: si posee cierta habilidad social, pero sobre todo una voluntad que jamás se distrae ni desvía, antes o después conseguirá sus propósitos. 
Todo es cuestión de tesón y de poner el ojo en una meta”.
El insistente no se da por vencido, insiste y persiste. 
Si no de inmediato, al cabo de unos meses. Jamás se olvida de sus presas, no renuncia a ellas y vuelve a la carga.
No me quedé muy conforme, pero sí callado.
 Andaría por los veinticinco años, y todavía creía en una vaga justicia universal, que situaba a cada uno en el lugar que merecía. 
Pero, como resulta evidente, registré aquella opinión de Montse, y desde que se la escuché he detestado y temido, a partes iguales, a los insistentes, acaso los individuos más peligrosos de la tierra.
 Y quien dice los insistentes dice los tercos, los voluntariosos, los empecinados, los que antiguamente se llamaban “inasequibles al desaliento”.
 Los detesto y me guardo de ellos. Son esa gente que nunca admite un “No” por respuesta.
 Pretenden que uno vaya a un sitio al que no tiene interés en ir, o que escriba un artículo insulso, o que lea un libro, o que dé una entrevista reiterativa (hablo de las peticiones que suelen llegar a los escritores; según el oficio de cada cual, serán de otra índole).
 Uno responde civilizadamente que no le es posible, evita decir la pura verdad (“No me apetece o no me compensa”) porque eso se considera una grosería, y aduce excusas aceptables, verdaderas o aproximadas (“Estoy escribiendo una novela, me espera un periodo de viajes y compromisos, estoy de trabajo hasta las cejas” —esta es la fórmula que le oí a mi padre mil veces—, “le ruego que me disculpe”). 
Pero el insistente no se da por vencido, insiste y persiste. Si no de inmediato, al cabo de unos meses.
 Jamás se olvida de sus presas, no renuncia a ellas y vuelve a la carga. 
Y, claro está, consigue a menudo derribar las resistencias.
 A uno le acaba dando apuro negarse tantas veces, o bien cree ingenuamente que, cediendo, se quitará al pesado de encima.
 “Me dejará en paz si me avengo a lo que quiere. 
Cualquier cosa con tal de perderlo de vista”, piensa.
 Así que acaba aceptando algo que le viene fatal, o que le sienta como un tiro, o que es solamente un engorro, por hartazgo. Conviene señalar rápidamente lo erróneo de esta creencia, porque el insistente nunca se da por satisfecho con lo arrebatado. 
Todo lo contrario: una vez obtenido un botín, una vez comprobada la eficacia de su táctica, retorna al cabo del tiempo con una nueva solicitud abusiva y con su terquedad a prueba de bombas.
 Trasladen estos ejemplos menores a asuntos políticos y por lo tanto más graves y colectivos.  
 ¿Cuántas veces no han sentido el impulso de desistir ante la obstinación de los independentistas catalanes, pongo por caso, que llegan a negar la realidad y a falsearla?
 ¿Cuántas veces no han pensado, por saturación y agotamiento, “Pues que se vayan y nos dejen en paz”, olvidando que con esa postura abandonaríamos a su negra suerte a más de la mitad de la población catalana, que no quiere verse bajo el yugo y las flechas de Torra, Puigdemont y compañía, los cuales no rendirían cuentas a nadie y harían lo que les viniera en gana?
 La política está plagada de sujetos así, que no cejan, fuerzan e imponen, y no son pocas las ocasiones históricas en que gentes tan ineptas como aquella mujer de mi conversación con Montse Mateu consiguen hacerse con el poder y regir naciones, a veces durante interminables decenios.
 Esto no anda muy lejos de la famosa frase de Burke (cito de memoria): 
“Para que el mal triunfe, solamente se precisa que los hombres buenos no hagan nada”. 
Es decir, que desistan por extenuación o indiferencia, que admitan su carencia de tozudez para oponerse a la inagotable de los individuos-apisonadora. 
Y éstos, hoy en día, son millares. Ya han triunfado en los Estados Unidos y en Gran Bretaña, en Rusia, Polonia, Hungría, Eslovaquia, Eslovenia e Italia, por supuesto en Egipto y las Filipinas.
 Si no queremos ser arrasados por ellos en todas partes, empiecen a resistirse —a ejercitarse— también en lo personal, en la vida cotidiana.
 En cuanto alguien les insista en que se presten a algo que no quieren, y a lo que pueden negarse, aléjense de ese alguien y manténganse en sus trece; en su “No”, contra viento y marea.  


23 jun 2018

Crecer y aprender algo...........................................Rosa Montero

No sé qué nos pasa, pero parece que solo sabemos relacionarnos a grito limpio. Quizá sea una falta de madurez democrática, o la tendencia patria al calentón.

HACE UN PAR de semanas, Joaquín Estefanía publicaba un estupendo artículo en este periódico titulado La crispación, de nuevo, en el que se dolía del desacuerdo sistemático, la magnificación de los errores de los demás y la desmesura en la crítica que practicaba el PP cada vez que estaba en la oposición, y de cómo todo indicaba que ahora los peperos iban a apretar de nuevo el acelerador en esta “estrategia de la crispación”. 
Estoy muy de acuerdo con Estefanía y comparto su desazón, pero, la verdad, me parece que se queda corto. 
Empezando por el título: La crispación, de nuevo.
 Pero, por todos los santos, ¿cuándo se había ido? 
Tengo la sensación de que me he pasado las últimas décadas soportando un intolerante e intolerable aluvión de descalificaciones y berridos.
 Un “todos contra todos” muy típico nuestro y que, por desgracia, no ha sido practicado solamente por el Partido Popular. 

Sí, vale, yo comprendo que los bufidos del PP nos parecen más rabiosos y más torticeros, y a lo mejor es verdad que lo son, pero también me cabe la fundada sospecha de que lo veamos así porque somos justamente los bufados, es decir, sus contrarios.
 Yo lo que sé es que, si hago el esfuerzo de mirar hacia atrás con cierto desapego de la batalla diaria, sólo veo una larga llanura llena de muertos variopintos, de caídos bajo la avalancha de improperios. Y lo más muerto de todo es la cordura, la verdad, la civilidad, la convivencia democrática, la estabilidad política.
 Con la mano en el corazón, no me digan que no nos hemos insultado y deslegitimado unos a otros sin parar desde hace décadas. 
Y sigue sucediendo. Socialistas, peperos, podemitas, ciudadanos, Izquierda Unida, todos se han breado tenazmente.
 Y no sólo han atacado al enemigo: los socialistas se han crispado de lo lindo entre ellos mismos, los de Podemos andan echando chispas en sus interiores, los del PP se van dando bofetones por las esquinas (y aireando vídeos envenenados)…
 Y lo peor es que, como apunta Estefanía, esa bronca ha saltado a la calle a lomos de los periódicos.
 Porque los medios españoles, añado yo, han cometido desde mi punto de vista el error histórico de alinearse demasiado estrechamente con una u otra facción (somos un país de exacerbotados, genial palabro del escritor Julio Llamazares), con lo cual se han convertido en atronadores altavoces de la pelea de gallos.
 Este ruido nos ha calentado la sesera a los ciudadanos de tal modo que ha habido momentos de verdadero frenesí sectario, años en los que ir a las cenas de Nochebuena era como partir al frente de batalla, o en los que el habitual aperitivo en el bar con la peña acababa transmutado en algarada. 
Todo bombas y heridos, quiero decir.
 Recuerdo que durante el segundo Gobierno de Felipe González me retiraron el saludo varios amigos porque me empeñé en seguir denunciando el GAL.
 Llevamos muchos años chapoteando en estos lodos.
Yo no sé qué nos pasa, pero parecería que sólo sabemos relacionarnos así, a grito limpio. 
Quizá sea una falta de madurez democrática, unida a la tendencia patria al calentón verbal y a la pasión forofa.
 En España muy poca gente escucha las opiniones contrarias: no sabemos debatir, sino vociferar. 
Yo misma soy a veces una discutidora terrible; cuando escribo intento practicar el pensamiento, pero cara a cara se me sube con facilidad el corazón a la cabeza y me convierto en una de esas personas capaces de discutir con un extraño en un breve trayecto en ascensor (hace falta ser porfiada y necia).
 Y sí, un poco necios y porfiados somos todos, y además nos encanta el malhumor: un clásico del articulismo español de todos los tiempos es el opinador refunfuñón que echa broncas a diestro y a siniestro.
 El perpetuo enfadado con el mundo gusta mucho. La crispación nos pone. 

Pero hoy, ya ven, me siento optimista y quiero creer que podemos madurar y mejorar.
 Estoy escribiendo este artículo pocos días después de conocer el ilusionante Gobierno formado por Sánchez y tras un traspaso de carteras que ha sido definido como cordial y modélico.
 Vibra cierta esperanza en el aire, un alivio de la cansina acritud, un respiro de nosotros mismos. 
En fin, quizá hasta consigamos crecer y aprender algo. 

“Por encima de todo, los Beatles fuimos unos amigos inolvidables”

Ringo Starr toca esta semana en Madrid, Barcelona y A Coruña para presentar su último disco, 'Give More Love'.

  • Ringo Starr en la promoción de 'Give More Love' en 2017.
    Ringo Starr en la promoción de 'Give More Love' en 2017.
    Si a Ringo Starr (Liverpool, 1940) le pagaran por cada vez que pronuncia las palabras “paz” y “amor”, ganaría más dinero que con los royalties de los Beatles.
     Lo dice tantas veces en tan pocos minutos de conversación que uno duda si está charlando con una parodia del músico.
     Pero no. Es Ringo, el baterista más famoso del mundo, que, con su buen humor imperecedero, es capaz de saludar al entrevistador por teléfono llamándole por su nombre y preguntarle cómo le va el día.
     “Paz y amor son los dos grandes mensajes que tienen mi último disco. Hay mucha gente herida ahí fuera, y nosotros podemos darles amor. 
    Yo intento hacerlo. Ninguno de nosotros es un santo, pero podemos ser mejores personas si nos lo proponemos”, 

     explica en conversación telefónica desde Londres.
    Su último álbum se llama Give More Love (Dame más amor) y lo presentará acompañado de su All-Starr Band en conciertos en Barcelona (26 de junio), Madrid (28) y A Coruña (29). 
    Y el amor, o lo que sea que signifique la manida palabra, es una constante en sus 14 cortes.
     Lo es en toda la vida del “corazón de los Beatles”, tal y como le calificó John Lennon, hasta el punto que quiso que su último cumpleaños fuera realmente una jornada para “la celebración de la paz mundial”. 
    Incluso participa activamente en la Fundación David Lynch, que promueve la meditación trascendental en escuelas de todo el mundo. 
     Starr practica esta técnica de relajación y búsqueda interior desde que la conoció allá por 1967 cuando los Beatles se colgaron con el gurú religioso hindú Maharishi Mahesh Yogi.

 

“Tengo una filosofía de vida sencilla: me levanto por la mañana, medito y aprovecho el día”, confiesa. 
“Sigo tocando y cantando porque es lo que más me gusta del mundo.
 Porque quiero que la gente solo piense en mí por la música que toco, por ser un batería que dio lo mejor de sí mismo tocando”, añade para luego recordar que en Give More Love interpreta toda clase de géneros, como rock and roll, country, folk y reggae. Todo, recalca, “con amor”.


Amor es lo que más valora de ese maravilloso hito del siglo XX que fueron los Beatles, que, como dijo George Harrison, surgieron en el mundo para “acabar con el aburrimiento”.
 “Estábamos muy unidos, mucho más de lo que la gente piensa. Por encima de todo, los Beatles fuimos unos amigos inolvidables”, afirma.
 Con su particular diplomacia, tampoco entra a valorar con detalle el agotamiento que había dentro del grupo ni las tensiones reales entre ellos, como cuando él amenazó con dejarlo durante la grabación del álbum blanco o estaba harto de McCartney, quien toca el bajo y hace los coros en dos canciones de Give More Love. “Éramos como hermanos.
 Tuvimos nuestras tensiones. Tuvimos nuestras alegrías. 
Poner fin a la banda fue una decisión de grupo.
 Nos vimos en el estudio un día y lo hablamos. Sabíamos que era la mejor opción”.
También cree que la mejor opción para Reino Unido ha sido abandonar Europa.
 El exbeatle, recientemente nombrado Caballero del Imperio Británico, apoyó el Brexit, aunque ahora prefiere no comentar con detalle su visión de la situación de su país. 
“No me gusta hablar de política.
 Lo que apoyé fue el derecho a decidir de los ciudadanos.
 Nunca hablé de dar la espalda a Europa.
 Paz y amor. Ese es mi mensaje”, señala. 
Un mensaje que ya suena casi a eslogan en su boca.