No sé qué nos pasa, pero parece que solo sabemos relacionarnos a grito
limpio. Quizá sea una falta de madurez democrática, o la tendencia
patria al calentón.
HACE UN PAR de semanas, Joaquín Estefanía publicaba un estupendo artículo en este periódico titulado La crispación,
de nuevo, en el que se dolía del desacuerdo sistemático, la
magnificación de los errores de los demás y la desmesura en la crítica
que practicaba el PP cada vez que estaba en la oposición, y de cómo todo
indicaba que ahora los peperos iban a apretar de nuevo el acelerador en
esta “estrategia de la crispación”.
Estoy muy de acuerdo con Estefanía y
comparto su desazón, pero, la verdad, me parece que se queda corto.
Empezando por el título: La crispación, de nuevo.
Pero, por
todos los santos, ¿cuándo se había ido?
Tengo la sensación de que me he
pasado las últimas décadas soportando un intolerante e intolerable
aluvión de descalificaciones y berridos.
Un “todos contra todos” muy
típico nuestro y que, por desgracia, no ha sido practicado solamente por
el Partido Popular.
Sí, vale, yo comprendo que los bufidos del PP
nos parecen más rabiosos y más torticeros, y a lo mejor es verdad que
lo son, pero también me cabe la fundada sospecha de que lo veamos así
porque somos justamente los bufados, es decir, sus contrarios.
Yo lo que
sé es que, si hago el esfuerzo de mirar hacia atrás con cierto desapego
de la batalla diaria, sólo veo una larga llanura llena de muertos
variopintos, de caídos bajo la avalancha de improperios. Y lo más muerto
de todo es la cordura, la verdad, la civilidad, la convivencia
democrática, la estabilidad política.
Con la mano en el corazón, no me
digan que no nos hemos insultado y deslegitimado unos a otros sin parar
desde hace décadas.
Y sigue sucediendo. Socialistas, peperos, podemitas,
ciudadanos, Izquierda Unida, todos se han breado tenazmente.
Y no sólo
han atacado al enemigo: los socialistas se han crispado de lo lindo
entre ellos mismos, los de Podemos andan echando chispas en sus
interiores, los del PP se van dando bofetones por las esquinas (y
aireando vídeos envenenados)…
Y lo peor es que, como apunta Estefanía, esa bronca ha saltado a la
calle a lomos de los periódicos.
Porque los medios españoles, añado yo,
han cometido desde mi punto de vista el error histórico de alinearse
demasiado estrechamente con una u otra facción (somos un país de
exacerbotados, genial palabro del escritor Julio Llamazares), con lo
cual se han convertido en atronadores altavoces de la pelea de gallos.
Este ruido nos ha calentado la sesera a los ciudadanos de tal modo que
ha habido momentos de verdadero frenesí sectario, años en los que ir a las cenas de Nochebuena
era como partir al frente de batalla, o en los que el habitual
aperitivo en el bar con la peña acababa transmutado en algarada.
Todo
bombas y heridos, quiero decir.
Recuerdo que durante el segundo Gobierno
de Felipe González me retiraron el saludo varios amigos porque me
empeñé en seguir denunciando el GAL.
Llevamos muchos años chapoteando en
estos lodos.
Yo no sé qué nos pasa, pero parecería que sólo sabemos relacionarnos
así, a grito limpio.
Quizá sea una falta de madurez democrática, unida a
la tendencia patria al calentón verbal y a la pasión forofa.
En España
muy poca gente escucha las opiniones contrarias: no sabemos debatir,
sino vociferar.
Yo misma soy a veces una discutidora terrible; cuando
escribo intento practicar el pensamiento, pero cara a cara se me sube
con facilidad el corazón a la cabeza y me convierto en una de esas
personas capaces de discutir con un extraño en un breve trayecto en
ascensor (hace falta ser porfiada y necia).
Y sí, un poco necios y
porfiados somos todos, y además nos encanta el malhumor: un clásico del
articulismo español de todos los tiempos es el opinador refunfuñón que
echa broncas a diestro y a siniestro.
El perpetuo enfadado con el mundo
gusta mucho. La crispación nos pone.
Pero hoy, ya ven, me siento optimista y quiero creer que podemos madurar
y mejorar.
Estoy escribiendo este artículo pocos días después de
conocer el ilusionante Gobierno formado por Sánchez y tras un traspaso
de carteras que ha sido definido como cordial y modélico.
Vibra cierta
esperanza en el aire, un alivio de la cansina acritud, un respiro de
nosotros mismos.
En fin, quizá hasta consigamos crecer y aprender algo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario