Un Blues

Un Blues
Del material conque están hechos los sueños

17 jun 2018

Los Ulises del siglo XXI................................. Naiara Galarraga

Cada uno de los 630 migrantes a bordo del ‘Aquarius’ tiene una historia dramática detrás.

 Este es el relato de su travesía hacia España a través de sus testimonios desde el barco, en el que viaja EL PAÍS.

Un grupo de inmigrantes reza a bordo del 'Aquarius', este sábado, camino de Valencia. En vídeo: Así ha sido la llegada del barco al puerto valenciano.
Abdulrahman Donald nació en Libia hace cinco meses, pero nunca sabrá que cruzó el Mediterráneo en una patera para llegar a la tierra prometida.
 Su padre, Moses, no piensa hablarle jamás de la odisea que protagoniza junto a otros 629 migrantes que navegan a bordo del Aquarius, que les salvó de morir ahogados en este mar que es una tumba en la antesala de Europa.
 Son los Ulises del siglo XXI. 
Nunca este barco humanitario tardó tanto en encontrar un país que los aceptara.
 Cuando el nuevo Gobierno xenófobo de Italia les cerró las puertas, el recién estrenado gabinete del socialista español Pedro Sánchez se las abrió. 
Antes que ellos, este barco de Médicos Sin Fronteras (MSF) y SOS Mediterranée había salvado y desembarcado en tierra, casi siempre en Italia, a más de 20.000 personas desde 2016.

El Aquarius y los navíos militares Dattilo y OriOne son solo el último capítulo de una travesía que los 630 empezaron mucho antes en tierras lejanas.
 Este es un relato de su travesía con testimonios de los huéspedes más recientes de uno de los pocos barcos de ONG que quedan en el Mediterráneo.
Encuentro. Samuel cuenta su historia como susurrándola. 
Su rescatador, Ludovic Degueperoux, francés, le escucha atento. Están sentados en proa. 
El nigeriano, 27 años, terminó la secundaria hace una década. Quería ser ingeniero civil. 
Fue a Libia a hacer dinero, a educarse, a prosperar.
 La noche del sábado 9 de junio, a las ocho y media de la tarde, Ludo le sacó del agua.
 Intentó agarrarle del pelo, pero como no pudo tiró de su camiseta blanca.
 Con ayuda de dos colegas consiguieron subirle a la lancha rápida. Samuel estaba inconsciente. 
Abrió los ojos en la camilla, nada más ser izado al Aquarius. Por fin se sintió seguro.
 Tan lejos y tan cerca de la desesperanza absoluta de las 23 horas previas.
 Primero fue el alivio de oír el aleteo del helicóptero militar, de ver que el piloto saludaba con el pulgar alzado.
 A la media hora, las lanchas de salvamento.
 El jefe de los rescatadores pidió calma: “Tranquilos, hay chalecos para todos…”. Pero cundió el pánico.
 Gritos. La patera se partió.
 Samuel intentó agarrar un chaleco, pero le cayó encima otro hombre y se hundió. 
Ludo lo agarró cuando la muerte ya le acariciaba. 
Tuvo suerte. El barco que ahora le lleva a España estaba en la zona en busca de migrantes en peligro. 

Los Ulises del siglo XXI
Como tantos, él también fue torturado en Libia. 
“Me pegaban en las piernas y la espalda con tubos de PVC”. También trabajó como pintor para un libio que no le pagaba.
 “Eso es esclavitud, lo sabes”, le dice el rescatador. “Sí”, responde. Pasó lo peor, pero queda mucho por digerir.
 Libia es una tumba. Ibrahim, senegalés, de 24 años, algo sabe de Europa.
 Tiene un hermano en Italia y otro, Malik, enterrado en Libia.
 Tenía 27 años.
 Como allí no hay bancos se dedicaba a hacer transferencias.
 Conseguía que el poco dinero que los subsaharianos ganan llegara a sus familias en casa. 
Pero fue secuestrado en medio del caos imperante para pedir una recompensa a los suyos en Dakar, explica Ibrahim en el inglés que aprendió trabajando en Libia desde 2012, justo después del derrocamiento del tirano Muamar el Gadafi. 
“Primero pidieron 20.000 dinares. Lo tuvieron esposado, lo apalearon, cogieron el dinero y pidieron 10.000 más”.
 Lo dejaron tan malherido que “murió a los dos o tres días de que lo soltaran”, relata su hermano mientras se rasca.
 Probablemente tiene sarna.
 Muchos la pillaron en los campos de detención libios.
 Ser un indocumentado allí es un delito. Aquellas prisiones son inhumanas.
 Por eso la prioridad absoluta de estos hombres y mujeres es evitar ser devueltos a ese infierno.
 Ibrahim llegó desde Senegal vía Malí, Burkina Faso y Níger.

 

Jessica, inmigrante camerunesa, en la cubierta del 'Aquarius'.
Jessica, inmigrante camerunesa, en la cubierta del 'Aquarius'.
La frontera de Argelia.Todo el pasaje del Aquarius comparte experiencias, a menudo traumáticas, pero cada historia personal es única. 
Son 58 mujeres y 48 hombres, adultos, adolescentes y niños, cada uno con una historia, como los 524 restantes repartidos en los dos buques de la Marina de Italia.
 Para Jessica, lo peor no fue Libia sino Argelia.
 Esta camerunesa de 23 años sufrió una agresión sexual en la frontera libio-argelina. 
“Un gendarme me dijo que me desnudara. Recé a Dios: ‘No me puedes abandonar ahora’. 
Me insultaron, me abofetearon. ‘Te vamos a violar todos’, me decían.
 Eran cinco gendarmes y tres militares.
 Los gendarmes se fueron. Uno de los militares intentó violarme. Le dije: ‘Tengo VIH. Si me violas te contagiarás.
 Me pegó… Eyaculó en mi boca.
A los dos primeros se lo tuve que hacer con la mano”, va relatando esta mujer que ha decidido llamarse Jessica para protegerse. “Luego me dieron mi ropa y me fui a Libia. 
Era el 8 de mayo”. Sí, hace poco más de un mes. 
Salió de Camerún en septiembre con el sueño de ir a España —“me dijeron que si llego allí podré ir a la escuela y cuidar a personas mayores”, explica— pero se desvió por Libia porque era más barato, 150 euros frente a 2.500. 
La travesía se la ha pagado un amigo de Orán (Argelia) al que tiene que devolverle el dinero.
 “Cuando llegue hablaremos de eso”
Recuerdos a los siete años. Quizás su madre o alguien experto que se siente frente a ella con calma en tierra firme pueda saber si Aminata, sierraleonesa de siete años, recuerda la travesía en patera. Ahora corre aparentemente feliz por cubierta jugando, descubriendo rincones o enjabonándose la cara. 
El sábado 9 de junio estaba agarrada al pecho de su madre, mojada, vomitando en aguas internacionales.
Magrebíes. La noche del rescate una mujer jovencísima llamó la atención de los periodistas, los nuevos a bordo, por la blancura de su tez.
 Llegaba con un bebé.
 Dijo que era magrebí.
 Le acompañan su marido y su hermana. Prefiere no detallar su historia.
 La inmensa mayoría de los 43 argelinos y 11 marroquíes recogidos por el Aquarius (entre las 630 personas que acogió en nueve horas la noche del sábado 9 al domingo 10) viaja en los buques italianos. La noticia de que España era el puerto seguro adjudicado sumió a muchos de ellos en la desesperación.
 Tras intentar llegar a Europa con un desvío hasta Libia, con todo lo que implica, temen seguir la suerte de sus compatriotas que llegan a las costas de España: la deportación.
 
¿Por qué decidiste irte? “¿Qué por qué me fui de mi país? Es una pregunta difícil. 
Mi padre me dijo que si llegaba a Europa no trabajara, que tenía que estudiar”, responde Ahmed Omar, sursudanés de Darfur, 25 años.
 Cuenta que él también estuvo encarcelado, también le secuestraron en Libia, que exigieron un rescate a su familia. “Llegó el dinero, me dejaron libre”.
 Fue a trabajar a la construcción con dos amigos, Zacarías y Alí, pero se lesionó la mano y eso selló su destino. 
No podía trabajar.
 Llamó a su madre para que le ayudara a huir porque, como le dijeron, con esa mano herida “en Libia eres hombre muerto”.

Acabó en un campo de aspirantes a dar el salto. 
“Éramos como 600, en Sabrata, estuve allí dos meses”, cuenta. “Cuando se llena, lo tienen que vaciar.
 Te dejan partir si hace buen tiempo, no se preocupan de si mueres o sobrevives… 
Y, si dices que no quieres subir a la patera, te fuerzan”. Ahmed Omar describe cómo funciona el sistema: 
“Tienen un acuerdo: si los criminales pagan al Gobierno, dejan salir a las pateras; pero si no pagan te interceptan en el mar los libios”.
Los ausentes. Aquel sábado 9 de junio, el Aquarius zigzagueó por el Mediterráneo central siguiendo las instrucciones del Centro de Coordinación Marítima de Roma (responsable de dirigir las operaciones en esa zona). 
Además de las pateras que finalmente rescató, estuvo buscando una con unas 150 personas a bordo.
 Nunca la encontró.
 Roma le informó luego de que había sido interceptada por Libia.
 Esas 150 personas están viviendo ahora mismo la pesadilla de la que huyó este grupo que se dirige a España.

Los torturados. Todos los subsaharianos rescatados coinciden en que fueron brutalmente maltratados en Libia. 
Algunos fueron torturados.
 Jack Freeman, de Nigeria, 30 años, es uno de ellos. “Esa gente me colgó boca abajo, quería mi dinero.
 ¿Entiendes? Me electrocutaron, no pude caminar en meses”, relata este aspirante a músico, fan de los irlandeses Westliffe.
 “Nos llaman esclavos negros. 
 Creen que somos animales. Pero sin negros Libia no funciona porque nosotros hacemos el trabajo”, señala.
 La inmensa Libia, con enormes reservas de petróleo y sólo seis millones de habitantes, ha sido siempre imán de mano de obra. Freeman asegura que desconocía que fuera tan peligroso. 
“Yo solo pensaba cruzarlo, pero me secuestraron a punta de pistola”.
 En el desgobierno que siguió al derrocamiento de Gadafi, el tráfico de personas se ha convertido en una industria en ese país.
Terror a la expulsión.
  Hasta ahora, zarpar de Libia significaba desembarcar en Italia salvo en contadísimos casos.
 El domingo 10 el nuevo ministro del Interior, Matteo Salvini líder de la Liga, tomó y tuiteó una de sus primeras decisiones: #chiudiamoiporti (cerramos los puertos).
 Los inmigrantes son ahora los enemigos sobre los que construye su discurso político, como fueron antes sus compatriotas los italianos del Sur.
 Los 630 quedaron en un limbo, unos Ulises contemporáneos.
 Las autoridades italianas, que entregaron a 400 náufragos al Aquarius la noche anterior, les impedían desembarcar ahora, contra lo que diga la ley del mar.
 España se ofreció como solución humanitaria e Italia encontró así una salida soñada. 
El cambio de planes desconcertó a muchos a bordo. 
El paquistaní Naveed Hussein preguntó a bocajarro. “¿Me van a deportar?”

Los empleos de esteticista. 
Las mujeres, sobre todo nigerianas, palían el tedio trenzándose el pelo las unas a las otras con destreza. Blessing, 21 años, lo lleva trenzado.
 Cuenta sentada en un corrillo que subir en una patera requiere una indumentaria: “leggings, no llevar pendientes, cremalleras, sujetador ni cinturón”.
 Nada que pueda rasgar la goma. 
Dice que es diseñadora de moda, que dejó Nigeria por falta de oportunidades. 
“El Gobierno es malo, la economía es mala, no hay trabajo, estudiar es inútil”. 
Una amiga le hizo una propuesta: 
“¿Qué sabes hacer? Soy diseñadora, hago trenzas, maquillaje de novias… Me dijo que en Europa hay buenos trabajos, que lo voy a conseguir”, explica esta joven que a los 19 abandonó sola su patria.

El viernes 15 la matrona de MSF en el barco reunió a todas las mujeres y les habló de violencia sexual, de la trata… En un discurso muy medido en inglés, francés y bámbara les describió varias situaciones por si ellas o alguien que conocen las hubiera vivido.
 Amoine Sulemaine, de costa de Marfil, recalcó su mensaje a la potencial víctima: no estás sola, no es culpa tuya, podemos darte ayuda médica y escucharte.
 El silencio era denso. 
Algunas de las mujeres le escuchaban con la mirada perdida. Una se tapó la cara con una toalla. 
Varios enfermeros de MSF dieron simultáneamente la charla a los 58 hombres reunidos en cubierta en pequeños grupos.
 La violencia sexual contra los varones aún es tabú.
Único barco en la zona. 
Lo único que sabe el nigeriano Mechi, de 29 años, es que Valencia tiene algo que ver con el fútbol, su gran pasión.
 Es uno más de los miles de chavales que cruzan a Europa con el sueño de vivir de los goles.
 Cuenta que trabajó ocho meses en una granja a cambio de comida, techo y una tarjeta SIM. 
Nada más. “Tengo una SIM”, dice con una sonrisa.
 Un tesoro. Los huéspedes del barco están desconectados del mundo, sin móvil, batería o internet.
 Cuenta que “una fatídica noche, un viernes” su dueño le dijo: “Me has servido suficiente”.
 Y lo cuenta como si declamara. 
Aquel hombre lo llevó a la costa. “Me encontré frente al mar”. Le dijo que iba para Italia. ¡Estaba tan contento y tan asustado. 
Nunca había visto tanta agua! Zarparon a las cuatro y media. “Pensé que nos encontrarían pronto, pensé que nos rescatarían. Pero no, vino un pesquero libio que nos dijo que siguiéramos”. Continuaron.
 Hasta que el Aquarius, el único barco e una ONG en la zona aquel día, supo de ellos y les llevó del mar que ya ha engullido este año a 784 migrantes por lo menos. 
“Esta es mi historia. Estoy muy feliz”.


 

El ‘Aquarius’ de Max Aub...........................................Elvira Lindo

Leyendo las noticias sobre los 629 inmigrantes que se hacinaban a bordo del barco, me acordé de la obra 'San Juan', que el autor escribió en 1940.

Tres migrantes a bordo del 'Aquarius'.
Tres migrantes a bordo del 'Aquarius'.

Leyendo las primeras noticias sobre los 629 inmigrantes que se hacinaban a bordo del barco Aquarius a la espera de encontrar una tierra de acogida tras las negativas de Italia y Malta, me acordé de la obra de Max Aub San Juan, que él pensó en 1940, en las mismas o peores condiciones que padece esta pobre gente: encerrado en la bodega de un barco ruinoso que lo conducía a un campo de trabajo en Argelia. 
Aub pudo escribir su obra ya en 1943, gozando de la acogida que le concedió México, como a tantos exiliados españoles.

Estremece pensar que Max Aub nos cuenta la historia de un muy similar número de pasajeros, 623, judíos huidos en el 38 de una Europa que se va rindiendo ante el avance de Hitler. 
Hay entre ellos rivalidades que son las de la vida real de la que han sido desterrados: el judío banquero que no concibe verse unido al mismo fatal destino que aquellos con los que solo comparte religión; 
 el grupo de jóvenes revolucionarios que desean fugarse para luchar en España, o esa pobre gente que siempre lleva las de perder por no tener el consuelo de la fe o de la ideología. 
Todos unidos en virtud del rechazo, anclados en el momento en el que los encontramos en las costas de un puerto de Asia Menor, esperando noticias de las autoridades americanas o británicas, enredados en discusiones sobre la identidad ineludible a la que los han abocado los nazis.
Tuve la suerte de ver esta función en 1998, dirigida por Pérez de la Fuente, y ahora la repaso en una preciosa edición del teatro completo del escritor que me regaló Elena, su hija, tantos años atrás como hace que vi la obra.
 Sería este el momento idóneo para representarla. Interesante observar cómo aquellos que ponen en duda la decisión de acoger a los inmigrantes del Aquarius se verían enfrentados a sus contradicciones. 
Es distinto, dirían.
 ¿Por qué? Tal vez porque es muy fácil sentirse solidario a toro pasado, indignarse hoy por la deriva trágica de estos 623 judíos del San Juan que representan a todos aquellos millones que el fascismo y el nazismo se llevaron por delante.
Esa identificación indolora viene del hecho de que se parecen a nosotros, su sufrimiento ya está codificado por los libros de historia, su cultura ha alimentado la nuestra y somos capaces de entenderlos y de sentirnos mejores en nuestra comprensión hacia su tragedia.
 Pero ¿qué ocurre cuando los que llaman a nuestros puertos con el deseo de labrarse un futuro son negros y más pobres que las ratas que habitan los recovecos de esa embarcación en la que resisten apiñados? 
Ocurre que algunas personas experimentan un rechazo alimentado por sentimientos que combinan racismo y desprecio a la pobreza. 
Es entonces cuando brotan discursos en los que se advierte a la población de que nuestro bienestar puede verse amenazado y nuestra clase baja desposeída de sus precarios derechos por obra de un gobierno que se los cede a extraños que no habiendo nacido aquí deberían colocarse los últimos de la fila.
 ¿De verdad pensamos que en un país de casi 47 millones de habitantes saldremos una mañana a la calle y nos encontraremos a alguna de esas 629 personas? ¿Cuánto hay que engañar a la población para que lo crea?
Max Aub, hijo de madre judía, se veía como uno de esos pobres desesperados del San Juan, pero no en virtud de su herencia genética;
 él deseaba que esta obra fuera entendida como el drama de cualquier ser humano expulsado por la razón que fuera de su tierra. Así lo explicó su amigo, el escritor también exiliado en México Díez-Canedo:
 “Es la tragedia de todos, en que cada cual, sea cual fuere su religión y su raza, puede reconocerse en nuestros días. San Juan es la imagen de nuestro mundo a la deriva, condenado sin apelación y abatido sin esperanza”.
 Pero esta operación de acogida de un puerto tan paradigmático como el de Valencia, por haber partido de sus aguas tantos exiliados republicanos, se llama así, Esperanza.

Esa palabra debiera llenarse de sentido, no limitarse a un gesto bienintencionado e insuficiente.
 Acoger es también ayudar, proteger, hacerse responsable de esas personas una vez que hayan pisado esta tierra que no es solo nuestra.
 No morirá la civilización occidental por ese desembarco.
 A pesar de los discursos amenazantes que se leen y se escuchan, serán ellos los que se verán diluidos en nuestro mundo.
 Si somos lo suficientemente generosos, si les dejamos vivir entre nosotros, tal vez uno de esos niños escriba en el futuro la historia de un éxodo que acabó en un destino mejor.
 Lo pienso cuando leo las palabras con las que Max Aub iniciaba su San Juan:“Si México, para mal de la dignidad humana, hubiese sido cualquier otro país, nunca hubiese podido escribir esta obra que vi, clara, maniatado en la bodega de un barco francés peor que este San Juan de mi tragedia; a ustedes, que son hoy el teatro mexicano la dedico en prenda de agradecimiento, amistad y esperanza”

 

Berna: caminar para no estar muerto.................. Use Lahoz

Una de las principales calles de Berna, con la torre del reloj al fondo.
Una de las principales calles de Berna, con la torre del reloj al fondo.
En ‘El Paseo’, uno de los libros que con más fervor han celebrado el arte de caminar, el suizo Robert Walser (1878-1956) condensó las sensaciones que experimentó durante un día en que decidió dejar de lado sus quehaceres literarios y salió a recorrer una pequeña localidad de su país, probablemente Berna.
 Algo similar hago yo más de un siglo después en esta ciudad en la que Walser vivió 12 años en 16 direcciones distintas.
 Así cruzo el Kornhaus­brücke una mañana igualmente “luminosa y alegre”, acompañado por el eco de sus palabras, “en un estado de ánimo romántico-extravagante que me satisfacía profundamente.
 El mundo matinal que se extendía ante mis ojos me parecía tan bello como si lo viera por primera vez”.
Ese día, Walser no tardó en llegar a una gran plaza que se me antoja Bundesplatz, donde se extiende un mercado y por cuyos márgenes transitan escolares rumbo al parque Plattform. 
“Corretean al sol libres y sin freno, ‘dejémosles tranquilos —­pensé—, la edad se encargará de frenarlos y asustarlos”. Luego acudió a una librería para discutir con el librero, incapaz de explicarle la calidad de un best seller, y que bien podría ser Stauffacher, que en tiempos de Walser era minúscula, y en cuya sexta planta se encuentra hoy el café más literario de Berna.
 Tomo un té entre retratos de escritores y observo chimeneas vertiendo humo. 
Al salir, la inercia me lleva a Gerechtigkeitsgasse, a la librería de viejo de Daniel Thierstein, que para mi disgusto vendió ayer la última primera edición de El paseo.
 Aun así, tiene la inglesa, en cuya solapa leo al editor John Calder: “Como Kafka, Walser tuvo su propio punto de vista de las cosas y exploró los abismos de su tiempo”. 


El centro dedicado al pintor Paul Klee, en un edificio proyectado por Renzo Piano.
El centro dedicado al pintor Paul Klee, en un edificio proyectado por Renzo Piano.
Nada más cierto.
 La vida de Robert Walser fue apasionantemente trágica. Abandonó la escuela a los 14 años y la casa familiar a los 17. 
Trajinó en incontables trabajos mal pagados que le permitieran darse el lujo de escribir lo que le viniera en gana.
 Bohemio por convicción, se definió como “buen haragán, fino vagabundo y holgazán o derrochador de tiempos y trotamundos”.
 Escribió entre 1904 y 1925.
 Fue un estilista del lenguaje y diseccionó la cotidianidad a golpe de ironía y desencanto. 
 Amigo íntimo de la sobriedad y la modestia, publicó poemas y novelas míticas como Jakob von Gunten o Los hermanos Tanner y varios diarios.
 Halló en el paseo su mejor cómplice, y según la escritora Menchu Gutiérrez, autora del prólogo de El paseo en la edición española de Siruela,
“ese contacto con el mundo vivo era su germen creativo, inagotable alimento poético y espiritual”.
 Iniciaba novelas —por ejemplo, El bandido— así: “Edith lo amaba.
 Luego volveré sobre ello”.
 En 1933, fue internado contra su voluntad por estrés en la clínica psiquiátrica de Herisau, donde durante 23 años no hizo nada más que dar paseos con su amigo Carl Seelig.
 La mañana del día de Navidad de 1956 salió a caminar y a la altura de Todesort un ataque al corazón le dobló las rodillas y lo tumbó sobre la nieve.
 Unos niños lo encontraron. Avisaron a la policía, que llegó para hacer la foto que ha pasado a la historia.
 Un escritor muerto tras las huellas de su mejor obra, El paseo. “Sin pasear estaría muerto”, había escrito años antes, como quien sabe que cumplirá un mandato. 
Una de las casas de Walser en Berna se halla en el número 32 de Kramgasse, casi enfrente del Café Einstein, otro ilustre habitante de esta calle, en la que el lúcido alemán desarrolló la teoría de la relatividad.
 También en Berna vivió el pintor Paul Klee, cuyo museo (Zentrum Paul Klee), proyectado por Renzo Piano, una línea de acero que se ondula formando tres colinas, ajusta cuentas con la famosa sentencia de Klee y que ahora parece dedicada a Walser:
 “Una línea es un punto que camina”. Sigo caminando entre fuentes y porches para dar con una tienda que Walser hubiera amado, por pequeña, por dogma y por vocación. Como quien se adentra en una de sus novelas —exquisitas miniaturas—, entro en Das Bauhaus, negocio regentado por Irma Suter, que lleva más de 50 años vendiendo juguetes y reproducciones de edificios arquitectónicos representativos del Movimiento Moderno.  

Le digo que un amigo me ha prohibido venir hasta aquí y no visitarla y toma confianza y me muestra los recortes de prensa de su juventud, cuando junto a su difunto marido, el artista plástico Gott­fried Derendinger, recorrían galerías y ferias por el mundo.
 Antes de irme me regala un móvil neoplasticista y quedo en deuda con ella, y al salir pienso que este tipo de comercios solo pueden encontrarse en ciudades como Berna.
 Desciendo hasta el Nydeggbrücke y en la terraza del Altes Tramdepot hago recuento con una cerveza y una salchicha bratwurst con rösti.
 Los osos (emblema de Berna) juegan en su parque ante los asombros de los niños. 
El sol me ciega dulcemente, sin impedir que vislumbre al otro lado del río Aar el perfil más medieval e íntegro de Berna, que me devuelve a un párrafo subrayado de El paseo
“Un hombre no se siente orgulloso de las alegrías y del placer. 
Lo único que da orgullo y alegría al espíritu son los esfuerzos superados con bravura y los sufrimientos soportados con paciencia. 
 ¿Qué hombre honrado no ha estado desvalido nunca en su vida, y qué ser humano ha mantenido por completo intactos a lo largo de los años sus esperanzas, planes, sueños? ¿Dónde está el alma cuyos anhelos se cumplieron sin tener que hacer descuentos con ellos?”.
  Reanudo la marcha. Pasa una moto chirriando y me invita a abrir la página 28: “A la gente que va levantando polvo en un rugiente automóvil les muestro siempre mi rostro malo y duro. 
No puedo comprender que pueda ser un placer pasar así corriendo ante todas las creaciones y objetos que muestra nuestra tierra. 
Amo el reposo y todo lo que reposa”.

Los niños juegan en la fuente de la plaza del Parlamento.
Los niños juegan en la fuente de la plaza del Parlamento.
Todo brilla en el paseo de Walser, incluso un banco que bien puede ser el Nationalbank que encuentro a la derecha del Parlamento y cuyas columnas y muebles han resistido desde que llegara Walser aquel mediodía a cobrar un donativo de mil francos y hablara con un “funcionario responsable”.
 Al salir, como Walser, “tengo que volver a orientarme” y seguir paseando, porque “muchas ocurrencias, relámpagos y luces de magnesio se mezclan y se encuentran con naturalidad”, y porque el buen paseante da la bienvenida a toda clase de extrañezas y confraterniza, como hizo él en la tienda de sombreros que visita, tan parecida a Coup de Chapeau, sobre la que pensó: 
“No podrá faltar en la obra que escribiré y titularé El paseo”.
 Dejo atrás el escaparate para reunirme con Reto Sorg, director de la Robert Walser Foundation.
 Entre libros y recuerdos, le escucho: “Walser fue autodidacta, se educó leyendo, mirando cuadros y viajando.
 Escribe sobre cosas simples y las convierte en importantes.
 El paseo es la gran celebración del individuo”.
 
Vista de Berna desde el río Aar.
Vista de Berna desde el río Aar.
Ya se acaba el día, dejo atrás el famoso Zytglogge, la torre del reloj, y el pissoir (urinario) modernista protegido por la Unesco, y busco el restaurante Lötschberg para dar cuenta de una fondue de gruyer imitando a Walser, que, cuando fue invitado por la señora Aebi, ésta le obligó a saciarse, rogándole que se sometiera de buen grado a lo inevitable: “Obedezca y coma”, y eso hago.
 Cuando termino se acerca un camarero:

—Siempre se le ve paseando —dice.
Y respondo con El paseo abierto sobre la mesa y una cita:
—Pasear me es imprescindible. 
Sin pasear estaría muerto, y mi profesión, a la que amo apasionadamente, estaría aniquilada. 

Un cerebro privilegiado............................................Juan José Millás.......

Un cerebro privilegiadoAHÍ TENEMOS a Pablo Casado, vicesecretario de comunicación del PP, desdoblándose, no sabemos si para hacer con un cuerpo la carrera de Derecho y con el otro la de Empresariales, o para acudir con el de la izquierda a una emisora de radio y con el de la derecha a un canal de televisión. 
El caso es que parece acostumbrado a multiplicarse para atender a todo.
 Dan envidia las personas con estas capacidades corporales.
 Qué bueno, por ejemplo, estar a las siete de la tarde aprendiendo francés en una escuela e inglés en otra sin que los dos idiomas se mezclen y acabe uno hecho un lío. 
Quizá disponga de un tercer cuerpo, y de un cuarto, a los que manda a un mitin o a una reunión en Génova.
 Gente con este perfil no tiene precio ni en la política ni en la empresa privada ni en su domicilio particular. 
Las personas normales o hacen la cama o quitan el polvo.
 Casado puede hacer las dos cosas a la vez.Juan José Millás 

Claro que quizá lo estemos interpretando todo mal y lo que en realidad lleva a cabo el líder del PP en esta imagen es una fuga. Una fuga de sí mismo, se entiende.
 Es posible que el licenciado en Empresariales huya del licenciado en Derecho, o al revés. 
Téngase en cuenta que la foto está tomada por los días en los que se puso en cuestión su heroico, y prácticamente inverosímil, currícu­lo académico.
 A los seres humanos nos ataca en ocasiones una vergüenza tan grande de vivir en nuestro propio cuerpo que nos salimos de él. También nos podría tragar la tierra, pero resulta más incómodo que dispersarse.
 Gracias a estos cerebros privilegiados, aprendemos algo nuevo cada día.