Un Blues

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Del material conque están hechos los sueños

26 abr 2018

El poderoso mensaje de Nagore Robles a favor de las lesbianas

La tertuliana de Telecinco rompe una lanza por las mujeres que sufren discriminación por su condición sexual compartiendo una foto con su pareja, la presentadora Sandra Barneda.

Nagore Robles y Sandra Barneda
Nagore Robles y Sandra Barneda Instagram

Todavía queda mucho camino por andar cuando se habla de la visibilidad del colectivo homosexual. 

Pero, poco a poco, van saliendo nuevos referentes públicos que normalizan la diversidad sexual en la que vivimos. 

Este es el caso de Nagore Robles y Sandra Barneda, colaboradora y presentadora respectivamente de Telecinco.

 A pesar de que ambas son muy celosas de su vida privada, el jueves 26 de abril, día de la visibilidad lésbica, han querido romper una lanza por todas aquellas mujeres a las que la sociedad rechaza o discrimina por ser homosexuales.

Para ello la tertuliana de Telecinco se ha valido, una vez más, de Instagram, donde acumula 750.000 seguidores, y ha publicado en esta reda social una fotografía suya con su novia, Sandra Barneda. 

La imagen, en la que se puede ver a la pareja mirándose con ternura, está acompañada de un pequeño texto en el que, una vez más, defiende los derechos de las lesbianas.

 “A ti, mujer que amas a otras mujeres, no estás sola”, comenzaba la colaboradora.

 “A ti, la chica de instituto que se esconde y aguanta insultos porque dicen que no eres femenina, no estás sola.

 A ti, la que soporta miradas hirientes cuando coges a tu chica de la mano o la besas en público, no estás sola. 

A ti, que tus padres están apenados y avergonzados desde que lo sospechan, no estás sola.

 A ti, que soportas burlas y bromas homófobas bajo el lema ‘yo os respeto’, no estás sola”. 

De esta manera, Robles ha ido enumerando, una a una, varias situaciones a las que se enfrentan a diario los miembros de la comunidad homosexual, una lucha que, en su caso, como en el de tantas otras,  tiene una doble vertiente: la de mujer y la de lesbiana.

 “A todas las mujeres libres o silenciadas, pero, sobre todo, fuertes, porque lucháis por algo tan natural como es AMAR. ¡No estáis solas!”, termina diciendo en su mensaje.

¿Quién recibirá la sustanciosa herencia de Avicii?............Pablo León

El DJ sueco Avicii durante una sesión en un festival de música en Budapest.
El DJ sueco Avicii durante una sesión en un festival de música en Budapest. AFP
 

Aunque el DJ de origen sueco falleció con 28 años, ya era uno de los artistas menores de 30 mejor pagados del mundo.

La última sesión con la que Avicii (aka Tim Bergling) quiso despedirse de los escenarios fue en Ibiza, en 2016. El DJ, nacido en Estocolmo en 1989, solo tenía 26 años, pero se encontraba cansado. 

Su salud se resentía. Aunque ese año solo había trabajado durante unos meses, facturó 12 millones de euros.

 Dos años antes, Avicii se había colado en la lista de los DJ mejores pagados del mundo, según Forbes: ganó 23 millones de euros, por detrás de los incombustibles Calvin Harris y David Guetta.

 Aunque no hay cifras exactas de su patrimonio en el momento de su muerte, cuando se retiró —cuando estaba en la cresta de la ola— el portal Celebritynetworth valoró su fortuna en unos 70 millones de euros.

 Un legado que ahora, tras su trágica y prematura muerte en Omán, alguien heredará.

La carrera de Avicii comenzó en 2008. Un año después ya estaba remezclando temas de Gueta o Tiësto. 

Al poco estaba trabajando con los más grandes de la música. “Avicii era el futuro. Probablemente hubiera sido la mayor estrella del pop”, contaba Pino Sagliocco, presidente de Live Nation y promotor detrás de la carrera de Madonna, Michael Jackson, Elton John o The Rolling Stones en España. Hablaba en EL PAÍS, en un artículo escrito por Abraham Rivera. 

“La primera vez que le traté, vi que era una persona muy frágil, pero muy comprometida con su show”, añadía Sagliocco, que en 2014 programó una sesión de Avicii en la primera edición del Barcelona Beach Festival.

 Le acompañaban David Guetta y Steve Angello.

Los mensajes de las ex

Avicii no tenía hijos. Tampoco pareja. 
Hasta finales de 2014 estuvo saliendo con la modelo canadiense Raquel Bettencourt
 Antes, entre 2011 y 2013, había tenido una relación con Emily Goldberg. 
 Ambas exparejas han querido despedirse del creador. “Parece que fue ayer cuando éramos inseparables”, escribía Bettencourt junto a una foto en la que aparece con el artista.
Por su parte, Goldberg compartió en su cuenta de Instagram capturas de algunos mensajes personales —y privados— que había intercambiado con el artista. En unos se puede leer “te quiero”; en otros, Goldberg habla sobre una canción que Avicii le dedicó: “Vamos cariño, no te rindas de nosotros.
 Elígeme y te mostraré amor... Ésas son las letras de una canción que Tim escribió para mí. Ojalá pudiera haber estado a la altura de ellas”.
 “Durante los dos años que estuvimos juntos, él fue mi confidente y mi mejor amigo.
 Ahora no puedo mirar a Bear [por Berling] sin saber que nunca volveré a ver su cara.

Todavía estoy recogiendo mis pensamientos. Gracias por todas sus amables palabras y textos. Despertarme cuando todo termine, porque no quiero que sea real”, escribió la exnovia del DJ, haciendo referencia a la canción Wake Me Up (Despiértame), que fue número uno en 22 países del mundo.

Los mensajes de Goldberg no han sentado bien entre los seguidores del DJ, que han tildado de “oportunista” la publicación de los mismos.

 

 

Así se vestía Frida Kahlo para corregir sus defectos físicos

frida kahlo
Vista de la exposición 'Las apariencias engañan', en el Museo Frida Kahlo de Ciudad de México.
En la Casa Azul de Coayacán, en Ciudad de México, hay desde 2012 una exposición sobre los vestidos que usaba Frida Kahlo.
 La moda ha ido conquistando poco a poco la categoría de arte y ha irrumpido en los museos sin complejos, pero el sentido de esta exhibición no es únicamente estético, sino también político y curativo: se llama Las apariencias engañan porque trata de mostrar el modo en el que la pintora mexicana empleó la indumentaria para esconder o corregir sus imperfecciones físicas.

Frida Kahlo sufrió a lo largo de su vida veintidós operaciones quirúrgicas, de modo que su cuerpo fue deshaciéndose o mutando a medida que cumplía años.
Murió joven, pero los dolores, las malformaciones y las cicatrices que originaron en ella la polio, primero, y después el accidente de tráfico en que la barra de hierro del pasamanos de un autobús le perforó el útero, hicieron de su carne y de sus huesos un campo de batalla.
 El resto de su vida estuvo en alguna medida marcado por esos menoscabos físicos, aunque, como se sabe bien, fue una gran seductora y una amante omnívora cuya cama al parecer compartieron, además de su marido Diego Rivera, Leon Trotski y Chavela Vargas entre otros. 
El célebre vestido de tehuana, que en tantas fotos y retratos ha lucido, no estaba sólo pensado para disfrazar sus malformaciones: lo levantó como símbolo de poder femenino, puesto que dicho vestido procede del Itsmo de Tehuantepec, en el estado de Oaxaca, donde la sociedad era gobernada en su totalidad por mujeres.
 Con esa vestimenta cubriría tres objetivos fundamentales: fortalecer su identidad personal, reafirmar sus convicciones políticas y disimular sus imperfecciones físicas. 

El comisariado de la exposición explica con detalle la funcionalidad del vestido:
 “La ornamentación se concentra en la parte superior del cuerpo: blusas con bordado en punto de cadeneta, flores y joyería recargada.
 Con ello se obliga al espectador a fijar su atención en esa parte superior, dando oportunidad así a Frida a editarse y fragmentarse a sí misma, distrayendo la atención de sus piernas y de la parte inferior del cuerpo”.
María Hesse publicó en 2016 una novela gráfica sobre la vida de Frida Kahlo en la que repasa todos los aspectos relevantes de su vida. 
Hesse no cree que la imagen de la mexicana se deba a su personalidad, sino más bien al contrario: 
“Por un lado vistió muchas veces de forma masculina, sobre todo antes de conocer a Diego. 
Esto nos dice mucho de ella, era muy provocativo para la época, en la que las mujeres tenían que ser señoritas.
 El otro atuendo es el de Tehuana, remitiendo a una sociedad matriarcal.
 Pero no podemos olvidar que este traje lo usaba por tapar su pierna derecha (más delgada que la izquierda) y por contentar a Diego Rivera”.
Frida Kahlo combinó a lo largo de su vida lo político y lo indumentario.
 No vio ninguna contradicción entre el activismo feminista, que defendió con uñas y dientes, y la coquetería. 
“Frida era tremendamente coqueta”, dice María Hesse, “pero también había en ella una continua reivindicación de la cultura mexicana”. 

El ocultamiento no fue, sin duda, la razón última de la forma de vestir de Frida Kahlo, pues de ser así no se habría entendido por qué llevaba colgados en la bota alta que cubría su prótesis metálica dos cascabeles, listos para sonar con ritmo de renqueo. 
Más bien se podría decir que Frida, con su temperamento, trataba de convertir las deformaciones en ironía. Escamotearlas y realzarlas al mismo tiempo.
 O, dicho en otras palabras, esconderlas sin aceptar la humillación de tener que hacerlo. 
“Amurallar el propio sufrimiento es arriesgarte a que te devore desde el interior”.
 Por eso los trajes de Frida eran la desnudez que deseaba tener y que por distintas razones no podía tener. La desnudez debajo de la cual había otra desnudez.
Desde muy pequeña formaba parte del Club de los Cachuchas y tenía sus ideas político- indumentarias, que consistían en reivindicar las tradiciones mexicanas y lucirlas sobre el propio cuerpo. 
María Hesse sostiene la hipótesis de que si Frida no hubiera sido una tullida, si no hubiera tenido que hacer que las apariencias engañaran, habría seguido vistiendo igual.
Con ese estilo inconfu8ndiblemente personal que a Jean Paul Gaultier le sirvió de inspiración para una de sus colecciones.

Scorsese: las mujeres, el infierno y el montaje del cirio

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Harvey Keitel en Malas calles. Imagen: Warner Bros.
«Descubre tu presencia y máteme tu vista y hermosura. Mira que la dolencia de amor, que no se cura sino con la presencia y la figura». La cita es de San Juan de la Cruz, pero bien lo podría haber dicho Newland Archer (Daniel Day-Lewis) en la maravillosa La edad de la inocencia, uno los muchos Scorseses superlativos y algo olvidados que sorprendentemente hay que rescatar y reivindicar de vez en cuando. 
 Porque hay filmografías tan sublimes que permiten al público dejar de lado, a ratos, alguna obra maestra, y tratar verdaderos alimentos para el alma como La edad de la inocencia como si fueran un molesto trozo de carne que se queda entre los dientes, de esos que la gente se quita con un palillo. 

«Mi vida es cine y religión, nada más».
 La cita no puede ser de San Juan de la Cruz, claro, pero es de Martin Scorsese, que también.
 No lo sé con exactitud, pero a lo mejor la dejó caer en un renuncio, pese a lo cual es muy socorrida para los críticos y para establecer el perímetro en artículos como este. 
Por lo visto, él no se siente muy cómodo con ella.
 «Siempre suprimen la primera parte de la cita», ha dicho alguna vez.
 No sé cuál es la primera parte, aunque aventuro, no con mucho fundamento, pero, bueno, y qué, que algo tiene que ver con el amor. Porque la asociación mental inmediata de buena parte del público cuando oye «¡Scorsese!» es la imagen de Joe Pesci perforando cuellos con estilográficas, y bien está, pero es que el tipo es un romántico de mucho cuidado, y La edad de la inocencia, una película sobre lo que hay de exquisito en los desengaños amorosos, es buena prueba.

Establezcamos el perímetro, por tanto: amor, cine y religión.

El director confesó en una ocasión (a Roger Ebert, en Scorsese by Ebert, un manual para la vida del buen cinéfilo) que tras su divorcio de Isabella Rossellini (ya sabe, hija de Roberto y de Ingrid Bergman, nada menos) no podía ver El Gatopardo de Visconti porque está rodada en la isla de Salina y allí pasó unos días con ella. 
No podía ver ninguna película de los hermanos Taviani, porque su romance con Isabella empezó en el set de uno de sus rodajes. 
No podía ver ninguna película distribuida por compañías en las que Isabella hubiera trabajado. 
«Siempre puedes entrar a la sala después de que aparezca el logo en pantalla», apuntó Ebert. «No, lo sabría», respondió Martin. Como para ponerse Te querré siempre. O el final de Casablanca.
Y sin embargo, «nadie te pidió que sufrieras. Eso fue idea tuya».
 La cita no es de ningún chamán, ni de un sabio.
 Tampoco de un ángel, aunque un poco sí: es de una yonqui que habla desde la ultratumba a Nicolas Cage al final de otro Scorsese magnífico, estrepitoso y semiolvidado: Al límite (Bringing Out the Dead, 1999) una película sobre un conductor de ambulancias que viaja tres noches (Jueves, Viernes y Sábado Santo) al averno acompañado de tres versiones diferentes de Caronte, y que halla la paz el Domingo de Resurrección.
 La cita es una frase escrita por Paul Schrader, un hermano del alma de Martin, autor del guion de algunas de sus mejores películas (Taxi Driver, Toro salvaje, La última tentación de Cristo, Al límite) y un tipo educado, como él, en la culpa cristiana, el miedo al infierno y la redención.
 Schrader ha contado alguna vez que sus padres, calvinistas estrictos, no le dejaron ver una película hasta los dieciocho años («las películas son una tentación», decían, y la verdad es que hay que darles la razón) y que su madre le solía pinchar con un alfiler mientras le gritaba: «¡El infierno es mil veces peor, y es eterno!».
 ¿Cómo no iba Schrader a encajar como un guante en una filmografía, la de Martin Scorsese, que arranca con una madre repartiendo el pan ante una figura de la Virgen María (Who’s That Knocking at My Door?, 1967) y que se cierra, de momento, con un jesuita aferrado a un crucifijo más allá de la vida (Silencio, 2016)? ¿Cómo no iba Schrader a encontrar la afinidad con un director que en otra ocasión le confesó a Roger Ebert, tras uno de sus cuatro divorcios, «estoy viviendo en pecado, y estoy seguro de que iré por ello al infierno»?

«A todo el mundo le tendrían que gustar los wésterns, porque los wésterns les solucionarían todos los problemas de la vida». 
La cita es de J. R. (Harvey Keitel), alter ego de Scorsese en Who’s That Knocking at My Door?, ópera prima del maestro y ensayo general de Malas calles (1973), película con la que comparte casi todo. 
Scorsese escribió de hecho una trilogía sobre ese muchacho de Little Italy, católico, cinéfilo empedernido y aprendiz de gánster, que al principio de Malas calles acudía a la iglesia para poner el dedo en los cirios e imaginar cómo serían las llamas del infierno. Un personaje autobiográfico con trastorno de identidad, aspirante a mafioso y a seminarista a un tiempo, y con una idea no menos confusa del amor, pues solo concibe dos tipos de mujeres: las prostitutas y la Virgen María.
 Cuando descubre que quiere acostarse con las chicas de las que se enamora o, aún peor, que algún otro ya se ha acostado con ellas, sobreviene la crisis.

La última tentación de Cristo. Imagen: Universal Pictures, Cineplex Odeon Films.