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En la Casa Azul de Coayacán, en Ciudad de México, hay desde 2012 una exposición sobre los vestidos que usaba Frida Kahlo.
La moda ha ido conquistando poco a poco la categoría de arte y ha
irrumpido en los museos sin complejos, pero el sentido de esta
exhibición no es únicamente estético, sino también político y curativo:
se llama Las apariencias engañan porque trata de mostrar el
modo en el que la pintora mexicana empleó la indumentaria para esconder o
corregir sus imperfecciones físicas.
El comisariado de la exposición explica con detalle
la funcionalidad del vestido:
“La ornamentación se concentra en la parte
superior del cuerpo: blusas con bordado en punto de cadeneta, flores y
joyería recargada.
Con ello se obliga al espectador a fijar su atención
en esa parte superior, dando oportunidad así a Frida a editarse y
fragmentarse a sí misma, distrayendo la atención de sus piernas y de la
parte inferior del cuerpo”.
María Hesse publicó en 2016 una novela gráfica sobre la vida de Frida Kahlo
en la que repasa todos los aspectos relevantes de su vida.
Hesse no
cree que la imagen de la mexicana se deba a su personalidad, sino más
bien al contrario:
“Por un lado vistió muchas veces de forma masculina,
sobre todo antes de conocer a Diego.
Esto nos dice mucho de ella, era
muy provocativo para la época, en la que las mujeres tenían que ser señoritas.
El otro atuendo es el de Tehuana, remitiendo a una sociedad matriarcal.
Pero no podemos olvidar que este traje lo usaba por tapar su pierna
derecha (más delgada que la izquierda) y por contentar a Diego Rivera”.
Frida Kahlo combinó a lo largo de su vida lo político y lo indumentario.
No vio ninguna contradicción entre el activismo feminista, que defendió
con uñas y dientes, y la coquetería.
“Frida era tremendamente coqueta”,
dice María Hesse, “pero también había en ella una continua
reivindicación de la cultura mexicana”.
El ocultamiento no fue, sin duda, la razón última de
la forma de vestir de Frida Kahlo, pues de ser así no se habría
entendido por qué llevaba colgados en la bota alta que cubría su
prótesis metálica dos cascabeles, listos para sonar con ritmo de
renqueo.
Más bien se podría decir que Frida, con su temperamento,
trataba de convertir las deformaciones en ironía. Escamotearlas y
realzarlas al mismo tiempo.
O, dicho en otras palabras, esconderlas sin
aceptar la humillación de tener que hacerlo.
“Amurallar el propio
sufrimiento es arriesgarte a que te devore desde el interior”.
Por eso
los trajes de Frida eran la desnudez que deseaba tener y que por
distintas razones no podía tener. La desnudez debajo de la cual había
otra desnudez.
Desde muy pequeña formaba parte del Club de los Cachuchas y tenía sus
ideas político- indumentarias, que consistían en reivindicar las
tradiciones mexicanas y lucirlas sobre el propio cuerpo.
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