La
organización asegura que durante el tiempo que esté fuera de la isla
seguirá aislada y recibirá la misma comida que en el concurso
María Jesús Ruiz ha abandonado por sorpresa Supervivientes
pero no lo ha hecho por ser expulsada ni por deseo propio como sí han
hecho María Lapiedra o Adrián Rodríguez, o disciplinar, como el de Saray Montoya. En su caso, se trata de un requerimiento de la justicia. La
concursante debe comparecer este lunes 16 como testigo en el juicio
contra su expareja, José María Gil Silgado y padre de su hija mayor, por
supuestos malos tratos. Un juicio que se deriva de la denuncia que ella
interpuso. Los abogados de la modelo intentaron sin éxito un
aplazamiento. En vista de la negativa, la organización comunicó que Ruiz
iba a viajar a España pero manteniéndose aislada. "Solo tendrá relación
con su abogado". También explicó que solo recibirá la misma comida que
los otros concursantes: 50 gramos de arroz y una porción pequeña de
pescado. La exmodelo conocía la fecha de este juicio antes de entrar en el concurso y así se lo comunicó a la productora del reality. Durante el programa del domingo se ofrecieron imágenes en las que se
veía a Ruiz visiblemente enfadada al conocer el requerimiento de la
justicia.
Durante la gala de domingo, Sandra Barneda informó de que
María Jesús Ruiz estará de regreso en la isla para el programa del
jueves María Jesús Ruiz Garzón se hizo conocida por haber ganado
Miss España en 2004. Ese mismo año también fue la representante española
de Miss Universo. De esta experiencia en diferentes certámenes de
belleza escribió un libro llamado Memorias de una Miss. En 2007
regresó a los certámenes de belleza ya que fue seleccionada como
representante española del Reina Hispanoamericana, donde quedó en
segundo lugar. En 2010 se dedica por completo al modelaje como directora adjunta de una
agencia de modelos de Alicante. En 2013 se marcha a Latinoamérica para
expandir sus horizontes y poder empezar una carrera como actriz. Tras
dar a luz a su primera hija en 2005, llamada Alba, regresó a España
junto a José María Gil Salgado, con el que ahora se enfrenta en los
tribunales. En la actualidad tiene otra pareja y una segunda niña.
Sabahattin Ali
(1907-1948) es todavía una mancha en la historia de Turquía. Figura en
la oprobiosa lista de escritores y periodistas turcos asesinados, y
también en la de crímenes políticos sin resolver. Se cree que o lo mató
un agente de los servicios secretos o fue torturado hasta la muerte bajo
custodia policial en algún lugar cercano a la frontera con Bulgaria,
donde pretendía refugiarse huyendo de la persecución a sus ideas
comunistas. Su cuerpo, como el de Lorca, jamás apareció y sus familiares
jamás pudieron darle sepultura. "Nunca nos dieron explicaciones. Siempre que, por medio de abogados, mi
madre trató de obtener respuestas, el Estado se las negó. Más tarde, yo
misma traté de forzar a los políticos a que desclasificasen los archivos
de 1948 y 1949, pero los diputados de la derecha reaccionaria siempre
se negaron a reabrirlos", asegura la pianista y musicóloga Filiz Ali,
hija del escritor, que llora como la niña que era cuando su padre le fue
arrebatado. “Siempre que hablo de él termino llorando. Quizás porque
entonces no lo pudimos llorar. Durante largo tiempo, mi madre y yo nos
negamos a aceptar que hubiera muerto porque no vimos su cadáver. Para
nosotros aún es un desaparecido”, se excusa retocándose sus ancianos
párpados de ochenta años con la punta del chal que le cubre los hombros. Durante sus años de formación, en la escuela y el Conservatorio, Filiz
Ali hubo de ocultar quién era su padre; en aquellos años cincuenta no se
podía decir abiertamente que una era hija de un comunista. Las obras de
Sabahattin Ali callaron, no volverían a ver la luz hasta 1965, y aún
décadas después se publicaban poco.
En cambio, hoy, sus libros son devorados por los lectores turcos, en
especial los jóvenes. Las tres novelas que escribió se han convertido en
superventas. La principal, Madona con abrigo de piel –que
narra la historia de amor entre Raif Efendi, enviado por su padre a
Alemania a iniciarse en los secretos de la confección de jabones de
tocador, y una artista, Maria Puder, de cuyo rostro ha quedado prendado
al verlo en un cuadro– ha vendido más de 1,6 millones de ejemplares en
Turquía en las últimas dos décadas y desde hace tres años no baja de la
lista de obras más vendidas. También se ha comenzado a traducir a
lenguas extranjeras: la versión en español, a cargo de Rafael
Carpintero, acaba de publicarla Ediciones Salamandra.
Hay razones para este éxito, como que la década pasada, finalmente,
el Ministerio de Educación lo incluyese en el currículo de lectura o que
una novela, best seller en 2014, convirtiese a Sabahattin Ali en uno de los protagonistas de su libro. Pero la explicación va más lejos. “Madona con abrigo de piel
es muy querido por los jóvenes, que se reconocen en el personaje y en
su forma de amar. Muchos lectores me dicen que mi padre describe
perfectamente lo que ellos sienten, que es capaz de capturar sus
sentimientos más escondidos y verbalizar lo que ellos habían pensado
durante tanto tiempo”, dice Filiz Ali.
Un mujer adelantada
Pero el libro es mucho más que un desdichado idilio bien contado.
Cuando salió de imprenta, el más destacado poeta turco del siglo XX,
Nazim Hikmet, la leyó en la cárcel de Bursa y dijo que le gustaba tanto
como le provocaba enfado. Para él, el inicio de la obra era de un
“realismo magistral” y le parecía un “desperdicio” haber usado esas
páginas para envolver una “gran historia”, la de Maria Puder, que no
comienza hasta bien entrada la página 60. Hay dos historias que se
entrelazan: una, la del descubrimiento por parte del protagonista
inicial de la novela de su compañero de oficina, Raif Efendi, un hombre
de apariencia nimia y al que todos desprecian, refleja la siguiente, la
del descubrimiento, por parte de Raif Efendi –que se tornará él mismo en
protagonista y voz narradora– de la misteriosa mujer que se esconde
tras el retrato de la Madona. Una mujer que quizás no es tan misteriosa como adelantada a su
tiempo. Frente al callado y timorato Raif Efendi, al que los demás
atribuyen características femeninas (los roles sexuales se
intercambian), Maria Puder es una mujer fuerte, una mujer que exclama: “¿Sabe por qué los odio tanto a ustedes, o sea, a todos los hombres del
mundo? Por todo lo que exigen a los demás como si ése fuera su derecho
natural. Para comprender su arrogancia, basta con ver el desconcierto
que les provoca que una mujer se niegue a alguno de sus requerimientos”. “Puder era una mujer real. Años después de la muerte de mi padre, una
amiga suya publicó las cartas que él le había enviado desde la cárcel. En una de ellas, cuenta que en sus tiempos de soltero en Alemania había
estado enamorado de una mujer y que ella, digamos, le toleraba ese amor
pero no le correspondía. De todas formas, en el personaje hay también
otras mujeres a las que admiraba”, afirma la hija: “Sabahattin Ali fue
un feminista temprano. Pensaba que las mujeres debían ser fuertes,
educarse y participar de la vida pública en igualdad de condiciones que
los hombres”.
Sabahattin Ali ha vuelto con fuerza. Es una vindicación póstuma –tardía e
incapaz de reparar el dolor causado, como todas las venganzas– pero
demuestra que las palabras y las ideas siempre sobreviven a sus
enterradores.
Aquel viernes de mayo de hace
casi 33 años, la pequeña Ana Isabel Fernández Sánchez, de cuatro años,
desapareció para no volver nunca más.
Su cuerpo fue hallado en un pozo
dos días después.
Ocurrió en el pequeño pueblo de Huétor Santillán, que
hoy tiene unos 1.800 habitantes, a veinte minutos en coche de Granada
capital.
El mismo día de la aparición del cadáver, la Guardia Civil ya
tenía al culpable en el cuartelillo.
Este viernes pasado, más de tres
décadas después, Juan José Fernández, padre de Anabel, encontró al
asesino de su hija en la calle Pedro Antonio de Alarcón de Granada.
Era
mediodía y sin importarle lo concurrida que estaba la calle, Juan José
se lanzó sobre Enrique Sánchez, el asesino, con un cuchillo en la mano.
Quizá la edad o la pronta aparición de los agentes —seguro que no la
falta de pericia ya que Juan José ha sido carnicero toda su vida— ha
evitado que Enrique muera en el acto.
La agresión concluyó con heridas,
golpes y profundos cortes en las manos y nariz de Sánchez.
La
sangre ha vuelto a correr muchos años después.
El asesino, con más de
dos décadas entre rejas, había cumplido su condena, pero para un padre
estos asuntos quedan abiertos para siempre.
Los hechos originales
ocuparon las páginas de los periódicos durante varios días.
Esas
crónicas narraban como Anabel, de cuatro años, había sido encontrada la
mañana del domingo, dos días después de su desaparición, “hundida en el
agua y el fango” de un pozo de algo más de tres metros de fondo y 70
centímetros de diámetro en la finca Santa Ana, también conocida como la huerta del tío Jacinto
–por su propietario Jacinto Rega– .
A las pocas horas, la Guardia Civil
tenía en su custodia a dos posibles culpables, dos primos hermanos de
la madre de la víctima. Enrique Sánchez, de 22 años de edad entonces, y
su hermano Anastasio, cinco años mayor.
Ambos habían participado en la
búsqueda durante el sábado de la niña por las inmediaciones del pueblo.
El domingo, según contaba este diario en aquel momento,
ambos acudieron “voluntariamente” ante la Guardia Civil, que los
trasladó a la comandancia de la capital para evitar represalias de los
ciudadanos de Huétor Santillán en el cuartelillo local.
Finalmente, los
agentes descartaron la participación de Anastasio en los hechos.
Según contó entonces Enrique Sánchez, convenció a la niña para que le
acompañara diciéndole que le iba a comprar golosinas.
La llevó entonces a
aquella huerta deshabitada a las afueras del pueblo donde intentó
violarla.
La niña lo evitó y él intentó ahogarla sin conseguirlo.
Finalmente, tomó la decisión que acabaría con la vida de Anabel, a quien
arrojó al pozo aún con vida.
La sentencia, de febrero del año siguiente,
explicaba que "para evitar que Ana Isabel pudiera contar lo sucedido
concibió la idea de quitarle la vida, por lo que seguidamente, tras
quitar la tapa del pozo, arrojó al mismo de cabeza a la niña, tapándolo a
continuación... dando lugar a que falleciera a causa de asfixia por
inmersión, por ingreso de agua y barro en las vías pulmonares". Enrique
Sánchez fue condenado a 40 años de cárcel, 28 años por asesinato, nueve
por violación y tres por abusos deshonestos.
La sentencia le obligaba al
pago de dos millones de pesetas (12.000 euros).
Según cuenta el diario Ideal,
que ha hecho público la conexión entre la que parecía una reyerta
callejera y los hechos de hace más de 30 años, el asesino cumplió algo
más de 20 años de cárcel, de la que salió, por tanto, hace algún tiempo.
Nunca pagó la multa.
Juan José Fernández, el padre, tenía 37 años cuando se
produjo el asesinato y era carnicero de profesión. Ahora, tiene 70. El
asesino tenía 21. Ahora, con 54 años, el pasado les sigue persiguiendo. Cuando la policía se acercó el viernes, aún estaban forcejeando.
Curiosamente, el agredido no dijo a los agentes ni una sola palabra de
su historia común con el agresor. Mientras éste le decía, según la
policía local, “te voy a matar”, el agredido contó que el carnicero
jubilado “le había intentado robar”. A partir de ahí, las vidas de cada uno se separaron de
nuevo. El herido fue trasladado hacia un centro hospitalario. El
agresor, y padre de la niña asesinada, hacía la comisaría de policía. El
sábado a última hora, fue puesto en libertad con cargos. No parece que
la acusación vaya a ser muy penosa pero sí es posible que se encuentren
de nuevo en los juzgados, solo que en sillas cambiadas respecto a las de
hace 33 años.