Un hombre, cuya hija de cuatro años fue asesinada en 1985, intenta acuchillar
al homicida en una calle de Granada.
Si la hija ha sido asesinada, el recuerdo va
probablemente acompañado de otro tipo de sentimientos más feroces.
12.012 días han transcurrido desde el 24 de mayo de 1985
hasta el pasado viernes, 13 de abril.
Aquel viernes de mayo de hace
casi 33 años, la pequeña Ana Isabel Fernández Sánchez, de cuatro años,
desapareció para no volver nunca más.
Su cuerpo fue hallado en un pozo
dos días después.
Ocurrió en el pequeño pueblo de Huétor Santillán, que
hoy tiene unos 1.800 habitantes, a veinte minutos en coche de Granada
capital.
El mismo día de la aparición del cadáver, la Guardia Civil ya
tenía al culpable en el cuartelillo.
Este viernes pasado, más de tres
décadas después, Juan José Fernández, padre de Anabel, encontró al
asesino de su hija en la calle Pedro Antonio de Alarcón de Granada.
Era
mediodía y sin importarle lo concurrida que estaba la calle, Juan José
se lanzó sobre Enrique Sánchez, el asesino, con un cuchillo en la mano.
Quizá la edad o la pronta aparición de los agentes —seguro que no la
falta de pericia ya que Juan José ha sido carnicero toda su vida— ha
evitado que Enrique muera en el acto.
La agresión concluyó con heridas,
golpes y profundos cortes en las manos y nariz de Sánchez.
La
sangre ha vuelto a correr muchos años después.
El asesino, con más de
dos décadas entre rejas, había cumplido su condena, pero para un padre
estos asuntos quedan abiertos para siempre.
Los hechos originales
ocuparon las páginas de los periódicos durante varios días.
Esas
crónicas narraban como Anabel, de cuatro años, había sido encontrada la
mañana del domingo, dos días después de su desaparición, “hundida en el
agua y el fango” de un pozo de algo más de tres metros de fondo y 70
centímetros de diámetro en la finca Santa Ana, también conocida como la huerta del tío Jacinto
–por su propietario Jacinto Rega– .
A las pocas horas, la Guardia Civil
tenía en su custodia a dos posibles culpables, dos primos hermanos de
la madre de la víctima. Enrique Sánchez, de 22 años de edad entonces, y
su hermano Anastasio, cinco años mayor.
Ambos habían participado en la
búsqueda durante el sábado de la niña por las inmediaciones del pueblo.
El domingo, según contaba este diario en aquel momento,
ambos acudieron “voluntariamente” ante la Guardia Civil, que los
trasladó a la comandancia de la capital para evitar represalias de los
ciudadanos de Huétor Santillán en el cuartelillo local.
Finalmente, los
agentes descartaron la participación de Anastasio en los hechos.
Según contó entonces Enrique Sánchez, convenció a la niña para que le
acompañara diciéndole que le iba a comprar golosinas.
La llevó entonces a
aquella huerta deshabitada a las afueras del pueblo donde intentó
violarla.
La niña lo evitó y él intentó ahogarla sin conseguirlo.
Finalmente, tomó la decisión que acabaría con la vida de Anabel, a quien
arrojó al pozo aún con vida.
La sentencia, de febrero del año siguiente,
explicaba que "para evitar que Ana Isabel pudiera contar lo sucedido
concibió la idea de quitarle la vida, por lo que seguidamente, tras
quitar la tapa del pozo, arrojó al mismo de cabeza a la niña, tapándolo a
continuación... dando lugar a que falleciera a causa de asfixia por
inmersión, por ingreso de agua y barro en las vías pulmonares". Enrique
Sánchez fue condenado a 40 años de cárcel, 28 años por asesinato, nueve
por violación y tres por abusos deshonestos.
La sentencia le obligaba al
pago de dos millones de pesetas (12.000 euros).
Según cuenta el diario Ideal,
que ha hecho público la conexión entre la que parecía una reyerta
callejera y los hechos de hace más de 30 años, el asesino cumplió algo
más de 20 años de cárcel, de la que salió, por tanto, hace algún tiempo.
Nunca pagó la multa.
Juan José Fernández, el padre, tenía 37 años cuando se produjo el asesinato y era carnicero de profesión.
Ahora, tiene 70.
El asesino tenía 21. Ahora, con 54 años, el pasado les sigue persiguiendo.
Cuando la policía se acercó el viernes, aún estaban forcejeando. Curiosamente, el agredido no dijo a los agentes ni una sola palabra de su historia común con el agresor.
Mientras éste le decía, según la policía local, “te voy a matar”, el agredido contó que el carnicero jubilado “le había intentado robar”.
A partir de ahí, las vidas de cada uno se separaron de nuevo.
El herido fue trasladado hacia un centro hospitalario.
El agresor, y padre de la niña asesinada, hacía la comisaría de policía.
El sábado a última hora, fue puesto en libertad con cargos.
No parece que la acusación vaya a ser muy penosa pero sí es posible que se encuentren de nuevo en los juzgados, solo que en sillas cambiadas respecto a las de hace 33 años.
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