Un Blues

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Del material conque están hechos los sueños

15 abr 2018

La venganza de un padre tres décadas después.......... Javier Arroyo

Un hombre, cuya hija de cuatro años fue asesinada en 1985, intenta acuchillar

al homicida en una calle de Granada.

Un par de agentes de Policía Nacional patrullan.
Un par de agentes de Policía Nacional patrullan.

La pérdida de una hija se recuerda cada día, no importa cuántos años hayan pasado.
 Si la hija ha sido asesinada, el recuerdo va probablemente acompañado de otro tipo de sentimientos más feroces. 
12.012 días han transcurrido desde el 24 de mayo de 1985 hasta el pasado viernes, 13 de abril.
 Aquel viernes de mayo de hace casi 33 años, la pequeña Ana Isabel Fernández Sánchez, de cuatro años, desapareció para no volver nunca más.
 Su cuerpo fue hallado en un pozo dos días después.
 Ocurrió en el pequeño pueblo de Huétor Santillán, que hoy tiene unos 1.800 habitantes, a veinte minutos en coche de Granada capital.
 El mismo día de la aparición del cadáver, la Guardia Civil ya tenía al culpable en el cuartelillo. 
 Este viernes pasado, más de tres décadas después, Juan José Fernández, padre de Anabel, encontró al asesino de su hija en la calle Pedro Antonio de Alarcón de Granada.
 Era mediodía y sin importarle lo concurrida que estaba la calle, Juan José se lanzó sobre Enrique Sánchez, el asesino, con un cuchillo en la mano.
 Quizá la edad o la pronta aparición de los agentes —seguro que no la falta de pericia ya que Juan José ha sido carnicero toda su vida— ha evitado que Enrique muera en el acto. 
La agresión concluyó con heridas, golpes y profundos cortes en las manos y nariz de Sánchez.
 La sangre ha vuelto a correr muchos años después. 
El asesino, con más de dos décadas entre rejas, había cumplido su condena, pero para un padre estos asuntos quedan abiertos para siempre.
 Los hechos originales ocuparon las páginas de los periódicos durante varios días. 
Esas crónicas narraban como Anabel, de cuatro años, había sido encontrada la mañana del domingo, dos días después de su desaparición, “hundida en el agua y el fango” de un pozo de algo más de tres metros de fondo y 70 centímetros de diámetro en la finca Santa Ana, también conocida como la huerta del tío Jacinto –por su propietario Jacinto Rega– .
 A las pocas horas, la Guardia Civil tenía en su custodia a dos posibles culpables, dos primos hermanos de la madre de la víctima. Enrique Sánchez, de 22 años de edad entonces, y su hermano Anastasio, cinco años mayor.
 Ambos habían participado en la búsqueda durante el sábado de la niña por las inmediaciones del pueblo. 
 El domingo, según contaba este diario en aquel momento, ambos acudieron “voluntariamente” ante la Guardia Civil, que los trasladó a la comandancia de la capital para evitar represalias de los ciudadanos de Huétor Santillán en el cuartelillo local.
 
 Finalmente, los agentes descartaron la participación de Anastasio en los hechos. 
Según contó entonces Enrique Sánchez, convenció a la niña para que le acompañara diciéndole que le iba a comprar golosinas.
 La llevó entonces a aquella huerta deshabitada a las afueras del pueblo donde intentó violarla.
 La niña lo evitó y él intentó ahogarla sin conseguirlo. 
 Finalmente, tomó la decisión que acabaría con la vida de Anabel, a quien arrojó al pozo aún con vida.
 La sentencia, de febrero del año siguiente, explicaba que "para evitar que Ana Isabel pudiera contar lo sucedido concibió la idea de quitarle la vida, por lo que seguidamente, tras quitar la tapa del pozo, arrojó al mismo de cabeza a la niña, tapándolo a continuación... dando lugar a que falleciera a causa de asfixia por inmersión, por ingreso de agua y barro en las vías pulmonares". Enrique Sánchez fue condenado a 40 años de cárcel, 28 años por asesinato, nueve por violación y tres por abusos deshonestos.
 La sentencia le obligaba al pago de dos millones de pesetas (12.000 euros). 
Según cuenta el diario Ideal, que ha hecho público la conexión entre la que parecía una reyerta callejera y los hechos de hace más de 30 años, el asesino cumplió algo más de 20 años de cárcel, de la que salió, por tanto, hace algún tiempo.
 
 Nunca pagó la multa. 

Juan José Fernández, el padre, tenía 37 años cuando se produjo el asesinato y era carnicero de profesión. 
Ahora, tiene 70.
 El asesino tenía 21. Ahora, con 54 años, el pasado les sigue persiguiendo.
 Cuando la policía se acercó el viernes, aún estaban forcejeando. Curiosamente, el agredido no dijo a los agentes ni una sola palabra de su historia común con el agresor. 
Mientras éste le decía, según la policía local, “te voy a matar”, el agredido contó que el carnicero jubilado “le había intentado robar”.
A partir de ahí, las vidas de cada uno se separaron de nuevo.
 El herido fue trasladado hacia un centro hospitalario.
 El agresor, y padre de la niña asesinada, hacía la comisaría de policía.
 El sábado a última hora, fue puesto en libertad con cargos.
 No parece que la acusación vaya a ser muy penosa pero sí es posible que se encuentren de nuevo en los juzgados, solo que en sillas cambiadas respecto a las de hace 33 años.


 

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