Un Blues

Un Blues
Del material conque están hechos los sueños

8 abr 2018

La bendición de La Chana......................................... Elvira Lindo

Me encuentro con la bailaora no para hacerle una entrevista, sino para verla en tres dimensiones y para escuchar la cadencia bíblica de su voz.

Aquí estoy, en el recibidor de un hotel próximo a Atocha, esperando a La Chana, la bailaora, la proclamada por el mundo flamenco como la Reina. 

No vengo a hacerle una entrevista, solo quiero verla en tres dimensiones, escuchar la cadencia bíblica de una voz que tan agudamente explica su arte en el magnífico documental que la croata Lucija Stojevic rodó hace dos años sobre ella.

 Podría decir, perdiendo el miedo a ser trascendente o infantil, que he venido a que La Chana me dé la bendición.

 ¿Qué otra cosa espero si no de una persona que me sobrecogió en viejas grabaciones televisivas y a la que he acabado de conocer en la biografía, La Chana. Bailaora (Capitán Swing), que firman ella misma, Antonia Santiago Amador, y la especialista en flamenco Beatriz del Pozo?

 Espero su llegada y la imagen que tengo en mente es la de una foto de estudio que le hicieron cuando tenía solo 10 años, en 1956. 

A esa gitanita rubia de l'Hospitalet de Llobregat le queda solo un año para comenzar a trabajar en una fábrica, vive en una casa sin agua ni luz y desde muy chica ha visto bailar rumbas alrededor de la hoguera donde se cocina el puchero. 

Intuye que la rumba responde a un compás demasiado simple para lo que a ella le gustaría bailar. 

Un día, escucha en la radio al cantaor Pepe Pinto interpretando una seguiriya y cuando se va a la cama, de lo nerviosa que está, no puede conciliar el sueño.

 Se tapa la cara para concentrarse en lo que anda buscando: el compás del palo más complicado del flamenco.

 Y así, moviendo los pies entre las sábanas, lo encuentra. 

Al día siguiente, se cuela en una obra, afana dos ladrillos y se hace su primer tablao: en ese espacio diminuto, sobre el que ha de guardar el equilibrio, y con alpargatas porque no hay zapatos.

 Su tío, el Chano, observa lo que la cría ha descubierto, ella solica, sin poder guiarse nada más que por un oído privilegiado que absorbe el ritmo, lo hace suyo y lo traduce en un taconeo fulgurante y salvaje.

 Esa es la criatura de aquella foto, que parece mayor de lo que es, porque le han dibujado rabillos en los ojos y pintado esos labios carnosos que parecían destinados a responder al mundo con una sonrisa. 

Pero la sonrisa le fue negada durante muchos años. 

Al tío Chano le resultó muy difícil convencer a los padres de que dejaran a la niña bailar en público; a fin de que cedieran, prometió someterla a una estrecha vigilancia para preservar su honra. 

Era muy habitual entonces que una vez que la Antoñeta, ya convertida en Chana, hubiera bailado su tío la encerrara bajo llave para evitar que anduviera con unos o con otros. 

Cuando bailaba era libre; el resto del tiempo, una niña prisionera.

 A los 17 años empezó a rondarla un guitarrista, al que ella se refiere en el libro como X, y la robó: robarla significaba en la ley gitana llevársela una noche para hacerla suya para siempre.

 La Chana entra en trance cuando baila.

 Ella lo explica de una manera exacta: actuar es como entrar en un laberinto donde se hacen realidad todos sus deseos íntimos; por una puerta accedes a un espacio de brillantes; por la otra, de zafiros; allí hay perlas y esmeraldas, 

y ella sumergiéndose en esa irrealidad, sabiéndose en un lugar entre el cielo y la tierra.

 Cada espacio imaginado se corresponde con una secuencia de taconeo.

 Ese bailar siguiendo una historia interior sensual y envolvente es una definición pura del éxtasis, un estado mental que se desvanecía en aquellos años crueles en cuanto sonaban los aplausos.

Al bajar del escenario venían las palizas brutales, las humillaciones y la entrega total del dinero ganado. 

Cuando estaba en lo más alto, el hombre que se convirtió en su amo no pudo soportar los celos y la retiró del baile.

 Como dice Antonio Canales, ella tuvo la gloria y el dinero a los que una gitana de su clase no podía aspirar, pero la alianza de un hombre malo y una moralidad asfixiante le arrebataron todo menos el talento y la fe en Cristo. 

Cuando se libró del tipo, que trabajo costó, volvió a bailar. No ha habido desde Carmen Amaya una mujer que haya irrumpido en la escena del baile como ella.

 Su percusión es tan vertiginosa que a veces rinde a los palmeros y a los guitarristas.

 Ya no puede bailar de pie. Baila sentada. Y cómo. Sus piernas están destrozadas de haber roto tantos zapatos pero el compás no la abandona. 

 Ahora está recibiendo su recompensa.

 Hoy le imponen la medalla del Instituto de Cultura Gitana y esta semana actúa en Nueva York. 

Viene a mi encuentro.

 La encuentro más joven que en el cine. Le hablo de su retrato de niña. Tiene la misma cara pícara. Me dice, siempre he sido muy coqueta. 

Y, oye, no se me pasa. 

Le digo, yo no he venido por nada, solo por gusto. 

Y entonces, de pronto, taconea. 

Y como ve que tiemblo, que me emociono, me toma la mano y me bendice. Como yo esperaba.

De las pirámides a Stonehenge: ¿eran astrónomos los pueblos de la prehistoria?

Una disciplina científica denominada “arqueoastronomía” o “astronomía cultural” empieza a aportar ideas.

 

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Melendi: “Fui mi peor enemigo”............................... Luz Sánchez-Mellado

El cantante, que ha evolucionado de artista maldito a ejemplo de la infancia en su papel de jurado en 'La Voz Kids', se confiesa más niño que nunca a sus 39 años.

Aparece, altísimo y flaquísimo, con algo de místico en el cráneo rapado y los ojos hundidos, y se antoja bastante más joven que los 39 años que ha cumplido.
 Hemos quedado en la sede de su disquera, uno de esos espacios ultramodernos para adultos que se creen pos adolescentes.
 Un sitio más refractario a las confidencias, imposible. 
Hechas las presentaciones, se dispone una a intentar exprimir al típico artista en promoción despejando balones, pero el susodicho empieza a cantar él solito sin que nadie le pregunte. 
Su disco se llama Ahora.
 Quizá habría que empezar por el principio.

Y ahora, ¿qué?
Ahora es, paradójicamente, lo que está pasando en mi vida y que había ido postergando o condicionando siempre para más tarde, como un burro que iba detrás de una zanahoria que nunca acababa de morder.
 Ahora es la vida.
¿Postergaba los placeres?
No, el placer está en bastante contraposición con el ahora. 
 Es, de hecho, una distracción para no vivir el ahora. 
Yo vivía distraído, sí, entretenido, pero inconsciente.

¿En una ficción permanente?
Todos vivimos en ella.
 Somos eternos adolescentes que nos generamos unas creencias para ingresar en el hipócrita mundo de los adultos, y te van diseñando a ti mismo.
 Está bien no revisarlas, siempre que te hagan feliz. Pero yo tenía unas creencias de mierda que me llevaron a vivir una vida de mierda, porque quise, pero igual si no hubiera llegado hasta aquí sin llevar esa vida de mierda.
Me da que es su peor enemigo.
¿Y quién no lo es? Yo lo fui. 
Es más, no era mi peor enemigo, sino el único. Todo lo que crees que te han hecho, te lo has hecho tú.
¿No era el 'sexo, drogas, rock and roll' la esencia del rockero?
Esa es otra creencia absurda, y yo la tenía. 
Creía que si dejaba de ponerme se me iba a ir la creatividad. Ahora, desde fuera de ese mundo donde vivía, y organizando la vida nada más y nada menos que con sentido común, no creo en el talento, sino en el trabajo.
(Ay Melendi, como se ve que eres ya un hombre.... )ya cumples años y eres padre...

¿No se considera un artista?
No, soy un obrero de la música.
 Si oyes mis primeras canciones, patéticas, lo tenía que haber dejado. Trabajo cuatro horas al día con el pianoy la guitarra.
 El talento es un 90% de obsesión.
¿Cuándo se cayó del burro?
A los 35 años empecé a darme cuenta de que todo era mentira. Estaba en barrena, al límite de mis fuerzas. 
El velo se me cayó porque las creencias que me había hecho sobre el mundo y sobre mí habían formado un personaje autodestructivo que se odiaba y que tuvo que decidir si seguir con aquello que le iba a matar, o reconocer que se lo había inventado.
¿Tuvo que ver la paternidad?
No, los hijos no arreglan nada. 
Los quieres mucho y, si no eres un buen padre, lo único que hacen es añadir sufrimiento.
 A tí, que sufres por no serlo, y a ellos, que pagan las consecuencias de tu inconsciencia. 
Cuando me caí del burro, lo primero que hice fue sentar a mi hija mayor, que ya podía entender, y pedirle perdón.
 Al final, lo que hacemos es castigar a nuestros padres, proyectando en los hijos lo que nos decían.

Pues vaya preparándose porque sus hijos le van a dar lo suyo.
Sí, me van a castigar muchísimo, y además tienen pruebas fehacientes en la hemeroteca.
Sí, 'hacerse un Melendi' es sinónimo de según qué excesos.
Bueno, al menos es algo que dejo para la posteridad. 
Se lo dono a la RAE para que lo use cuando quiera. No es mala herencia.
Está cerca de los 40. ¿Le teme a la crisis de la mediana edad?
Nunca he sido más niño en los últimos 30 años.
 No es que antes fuera más viejo, es que no era yo. Cuando eres niño tienes tu esencia, luego la pierdes. 
No voy a tener crisis de los 40 porque ya tuve la de los 20, los 25, los 30 y los 35.
¿Siempre es tan suicidamente sincero en las entrevistas?
¿Tú crees? Se le da demasiada importancia a las apariencias.
 Todos tenemos miserias. Ni mis canciones ni mis palabras importan.
 Las palabras no cambian a nadie. Pero sí sé que mi cambio puede inspirar a personas que vean que no sólo es posible, sino necesario. Y que no se necesita lo mismo a los 20 que a los 30 que a los 40.




 

 

Extraño equipaje..............................................Juan José Millás

Juan José Millás
 
 
Extraño equipaje
  Lo más probable es que las personas de la fotografía no tengan ni idea de si es lunes o martes.
 Las bombas no solo acaban con los bloques de pisos, destrozan también las entelequias.
 Es posible que a estas alturas, en algunas zonas de Siria, no sepan en qué día de la semana viven, ni falta que les hace, pues las prioridades para los civiles bombardeados son otras. 
Tampoco podemos afirmar sin miedo a equivocarnos que el adulto portador de la maleta sea el padre de la criatura cuya cabeza asoma por el hueco dejado entre las cremalleras laterales.
 De hecho, el pie de foto hablaba de un niño “conducido por un familiar”. 
Tal vez ni siquiera sea un familiar porque los explosivos, además de con los miércoles y el hormigón, acaban con los lazos familiares.
 
Desaparecen de golpe y porrazo instituciones tan asentadas como la paternidad, la abuelidad, la hermandad. 
No hay etiqueta que se resista a un misil atinado.
 Quizá el hombre de la imagen (si se trata de un hombre, porque tampoco podemos asegurarlo al 100%), al remover entre los escombros de lo que fue su casa, en busca de dos camisas y un par de retratos con los que huir de Guta, encontró al niño llorando en un rincón de lo que en otro tiempo había sido una escalera y lo incluyó deprisa y corriendo en el breve equipaje de la fuga. Después de todo, si se han derrumbado las viviendas, si han desaparecido los lunes y los martes, los marzos y los abriles, así como las horas de levantarse y acostarse o las de ver la tele, ¿por qué iban a sobrevivir el resto de las convenciones culturales conquistadas a lo largo de la historia?