Lo más probable es que las personas de la fotografía no tengan ni
idea de si es lunes o martes.
Las bombas no solo acaban con los bloques
de pisos, destrozan también las entelequias.
Es posible que a estas
alturas, en algunas zonas de Siria, no sepan en qué día de la semana
viven, ni falta que les hace, pues las prioridades para los civiles
bombardeados son otras.
Tampoco podemos afirmar sin miedo a equivocarnos
que el adulto portador de la maleta sea el padre de la criatura cuya
cabeza asoma por el hueco dejado entre las cremalleras laterales.
De
hecho, el pie de foto hablaba de un niño “conducido por un familiar”.
Tal vez ni siquiera sea un familiar porque los explosivos, además de con
los miércoles y el hormigón, acaban con los lazos familiares.
Desaparecen de golpe y porrazo instituciones tan asentadas como la
paternidad, la abuelidad, la hermandad.
No hay etiqueta que se resista a
un misil atinado.
Quizá el hombre de la imagen (si se trata de un
hombre, porque tampoco podemos asegurarlo al 100%), al remover entre los
escombros de lo que fue su casa, en busca de dos camisas y un par de
retratos con los que huir de Guta,
encontró al niño llorando en un rincón de lo que en otro tiempo había
sido una escalera y lo incluyó deprisa y corriendo en el breve equipaje
de la fuga. Después de todo, si se han derrumbado las viviendas, si han
desaparecido los lunes y los martes, los marzos y los abriles, así como
las horas de levantarse y acostarse o las de ver la tele, ¿por qué iban a
sobrevivir el resto de las convenciones culturales conquistadas a lo
largo de la historia?
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