La prensa marroquí se resiste a abordar la ausencia de la princesa Lalla Salma.
Al caer la noche del martes 27 de febrero en Marruecos se
conoció una noticia importante. La agencia oficial de noticias MAP
informaba de que el rey Mohamed VI, “al que Dios asista”, acababa de
superar en la clínica parisina Ambroise Paré una operación de corazón a causa de una arritmia cardiaca. Para ilustrar la noticia aparecía una fotografía. En ella se veía al
monarca sonriente en su cama acompañado de sus tres hermanas, las
princesas Hasna, Mariam y Asma, de su hermano, Mulay Rachid, y de sus
dos hijos, el heredero Mulay Hassan, de 15 años, y la princesa Lalla Jadiya, de 1. Faltaba en la imagen su esposa, la princesa Lalla Salma, de 39 años. Hasta aquí, los hechos. Pero la foto disparó los rumores sobre las supuestas malas relaciones de la pareja.
Lalla
Salma apareció el 22 de noviembre de 2017, en Marrakech, durante unas
jornadas contra el cáncer, en su calidad de presidenta de una fundación
que lucha contra esta enfermedad. Poco después, el 12 de diciembre
presidió en el museo Mohamed VI, de Rabat, el homenaje al pintor Mohamed
Amine Demnati (1942-1971). Desde entonces, nada se supo de ella hasta
que apareció la fotografía del rey en Francia. Tras la información oficial sobre la operación quirúrgica de Mohamed VI,
decenas de personas, y entre ellos varios periodistas extranjeros,
empezaron a recibir mensajes en sus correos electrónicos en los que se
criticaba de forma anónima la ausencia de la princesa en París. “Lalla
Salma ha rehusado exponerse al frío glacial de la villa de la Luz y ha
preferido permanecer en Marrakech y pasearse por sus calles soleadas”,
señalaba el anónimo. El mensaje indicaba que Lalla Salma había sido
vista en la conocida plaza de Yemaa el Fnaa y en otros lugares de
Marrakech donde se hizo “selfies” para “conseguir likes en las redes sociales”. “Lalla Salma”, concluía el texto “parece finalmente más obnubilada por mantener su imagen de glamour que por el deber natural de velar en la mesilla de cama de su marido”.
Mohamed
VI en el hospital de París en el que le operaron de problemas
cardiacos, rodeado de sus hermanos e hijos, pero sin su esposa.MAP
El contenido de ese correo era el mismo que publicaba un sitio digital, Le Crapouillot Marocain,
casi desconocido en Marruecos. Tres días después, el mismo medio, con
una presencia irrelevante en la sociedad marroquí, volvía a criticar a
Lalla Salma bajo el título: La engañosa 'actitud cool' de una princesa”. Se decía ahí que
Salma muestra desprecio en su manera de hablar a los demás, que tiene un
carácter “colérico y agresivo”, con “grandes dosis de narcisismo”, un
“ego desmesurado” y “una preocupación desproporcionada” por su imagen. El mismo medio señalaba, sin ninguna firma que avalase el artículo, que
la princesa discutía con los miembros de la familia real, con el entorno
del soberano y con el personal que tiene a su servicio, “a pesar de las
llamadas al orden recurrentes de su esposo”.
Desde España, El Confidencial apuntó el 5 de marzo que Mohamed VI ajustaba cuentas con su esposa a través de la prensa. El 13 de marzo, La Vanguardia titulaba: “Divorcio a la vista en Marruecos”. Ocho días después la revista ¡Hola!
aseguró que el monarca y la princesa se habían divorciado. Lo publicó
el miércoles 21 de marzo, día en que se cumplió el 16º aniversario del
matrimonio. Sin embargo, el Palacio Real no emitió ningún comunicado al
respecto. En Marruecos, ninguno de los medios escritos en árabe, que
son los que mayor tirada tienen, abordó el tema. Pero el director del
sitio digital LeDesk, Ali Amar, escribió un artículo titulado
“La ausencia de Lalla Salma, tema tabú para la prensa marroquí”. Amar
lamentaba “el miedo” de los periodistas “en un contexto cada vez más
difícil para la libertad de prensa, donde la autocensura, largamente
practicada, se ha convertido en una norma aceptada”. Hasta el casamiento de Mohamed VI
con Lalla Salma, en 2002, ninguna esposa del rey había sido presentada
en público y ninguna recibió el título de princesa. Salma Bennani
ofrecía una imagen sin precedentes entre las esposas de los reyes
marroquíes: fue primera de su promoción en estudios de ingeniería
informática. Es hija de un profesor universitario y quedó huérfana de
madre a los tres años. Nació en Fez, pero se crió en Rabat. Cursó el
bachillerato en la rama de ciencias en el Liceo Hassan II, un instituto
público de la capital, continuó sus estudios de matemáticas en otro
centro público, el Liceo Mulay Yussef. En 1997 ingresó en la Escuela
Nacional Superior de Informática y Arquitectura de Sistemas (ENSIAS),
donde terminaría sus estudios tres años después.
De un
almuerzo tradicional en el puerto de la isla del golfo Sarónico a una
ruta hasta el pueblo de pescadores de Kamini para zambullirse en el Egeo.
Una de las terrazas en el puerto de la isla de Hidra.Ian DagnallAlamy
javier belloso
"Grecia es un buen lugar / para mirar la Luna, ¿verdad?", escribía Leonard Cohen en la terraza de la casa que adquirió en Hidra
recién estrenada la década de 1960. El músico, entonces un joven poeta
en busca de aventuras, sucumbió al hechizo de esta isla griega del golfo
Sarónico, cuya belleza cautiva y no deja indiferente al visitante. Al aproximarse a tierra, tras un trayecto de dos horas desde el
bullicioso puerto del Pireo, el tiempo parece haberse detenido. No hay
coches ni motos, ni tan siquiera bicicletas, solo burros. Y los cada vez
más numerosos botes-taxis, que enturbian con su sonido la calma de este
enclave rocoso que ha inspirado a escritores, pintores y poetas. En el
puerto los muleros esperan para transportar el equipaje de los recién
llegados por un laberinto de estrechas y empinadas calles. Las sencillas
casas blancas de pescadores se mezclan con palacios venecianos del
siglo XVIII.
Caminos sin asfaltar e interminables cuestas salen desde el puerto de Hidra.getty images
Sobre las viejas y bruñidas losas de piedra del muelle se extienden
las animadas terrazas de los restaurantes, bares y cafés. El puerto se
conserva prácticamente igual que cuando se rodó La sirena y el delfín
(1957), con Sophia Loren, y se dio a conocer la isla al turismo. Allí
se encuentra el antiguo colmado de Katsikas, hoy conocido como Roloi Café, punto de encuentro de la colonia de artistas expatriados en la que se integró Cohen.
Encabezados por los escritores australianos George Johnston y su
esposa, Charmian Clift, con su talento y rebeldía trastocaron las
costumbres adelantándose a una revolución que llegaría 10 años más tarde
con los hippies. El pintor Brice Marden, los poetas Allen Ginsberg y
Gregory Corso, Jacqueline Kennedy, Melina Mercouri, Brigitte Bardot,
Greta Garbo y Mick Jagger están entre la larga lista de residentes y
visitantes que dieron color a la época más esplendorosa de Hidra,
impregnándola del toque cosmopolita que aún conserva. Sus habitantes más veteranos se quejan de que el ambiente se ha
aburguesado en exceso, pero en la isla la sofisticación se sigue dando
la mano con la sencillez de forma natural. Maria, la encargada de la
atiborrada tienda de comestibles Four Corners, hace la cuenta con un
boli sobre el papel donde envuelve un delicioso queso feta; las palomas
sobrevuelan las estanterías de la panadería del puerto sin que nadie se
inmute, mientras en la exclusiva Karmela se despachan ricas tartas. Comer en la tradicional taberna Douskos puede ser una alternativa al
lujoso Omilos
y sus espectaculares vistas al mar. En la terraza del bar Pirate se
disfruta de una copa al tiempo que el yate decorado por Jeff Koons
(propiedad del billonario mecenas Dakis Joannou) atraca en el puerto. Volver al alojamiento bordeando el mar por caminos sin asfaltar o
subiendo las interminables escaleras subraya el carácter de esta isla
tan singular. Detalle en una de las calles de la isla del golfo Sarónico.George Atsametakisalamy
En la ruta a Kamini, un pequeño pueblo de pescadores, se vislumbra el Peloponeso.
Desde el puerto de Kamini se observan las evocadoras ruinas de la
mansión de uno de los más célebres pintores de Grecia, Nikos Ghikas.
Allí escribió Patrick Leigh Fermor uno de los libros de viajes más
destacados del siglo XX, Mani: Viajes por el sur del Peloponeso,
y se alojaron Lawrence Durrell y Henry Miller. Hidra aguanta el embate
del tiempo con la fuerza de una criatura mitológica; quizás su mejor
antídoto frente al turismo masivo sea la ausencia de playas con arena.
El paseo de Kamini a la cercana Plakes no defraudará. También se puede
coger un barco a Bisti o llegar en un bote-taxi o a caballo a las más
remotas Limioniza o Karalis. Otra alternativa es disfrutar de las
plataformas de baño de la isla para zambullirse en el transparente y
cálido Egeo.
La escritora irlandesa Edna O'Brien, en septiembre de 2013.Eamonn McCabeHay niños fabulosos que se transforman en hombres vulgares, y
jóvenes llenas de luz que pierden el brillo. No tiene por qué depender
de los contratiempos, hay veces que ese apagamiento responde
sencillamente a un abandono prematuro, como a una falta de rebeldía, a
una entrega perezosa a la inacción. Cuando te encuentras en el ecuador
de todos los ciclos de la vida, con una memoria viva de lo que fuiste de
niña, cierta aprensión hacia los recuerdos de juventud y disfrutando
del aplomo de la madurez, tratas de imaginar en qué tipo de vieja te
convertirás, sea cual sea el momento en que el adjetivo te defina al
andar por la calle. No es un deseo de adelantar acontecimientos, porque luego viene la
muerte y no hay vuelta atrás, pero movida siempre por una curiosidad
morbosa, fantaseo con ser una vieja atractiva. Con mucha aplicación voy
eligiendo a las candidatas de mi catálogo. No me imagino, por ejemplo,
rodeada de gatos, el pelo recogido en un moño descuidado y cultivando
rosas en un pequeño jardín. No. La última mujer que reina en mi catálogo
de mujeres honorables que caminan hacia los noventa es Edna O’Brien. Estos días, tras haber leído la novela Un lugar pagano, he andado cautivada por Chica de campo,
sus memorias. Chica de campo fue ella, esta mujer nacida en el mundo
rural irlandés en 1930. En la portada, aparece una joven Edna, con un
peinado sesentero, atractiva, pecosa, fumándose un cigarro. En esos años
ya se había sacudido la opresión del catolicismo en el que la educaron y
había huido a Londres, para someterse a un nuevo yugo, el de un marido
que no soportó que aquella jovencita de pueblo escribiera y, para colmo,
causara sensación. Las sensaciones fueron encontradas porque en Irlanda
aquella primera novela fue considerada como una ofensa nacional, su
madre renegó de ella y hasta un cura organizó un aquelarre quemando
ejemplares en el centro de una plaza. La razón para tanta ira fue que la
novelista escribía de los primeros encuentros sexuales, del
descubrimiento brusco y extraño de lo carnal en un ambiente que
condenaba el deseo femenino. No solo los irlandeses querían ajustar
cuentas con ella, también la crítica formal la despreció muchos años,
llegando a decir que era una discípula barata de Joyce y que escribía
con las bragas. Ocurre que hay ocasiones en que quien quiere denigrarte
da en la diana involuntariamente, porque si escribir con las bragas es
atender al deseo irreprimible de expresarse con pasión, O’Brien empuñó
sus bragas como si fueran una espada.
Aunque por su país ha pasado el tiempo y ahora se la
reconoce digna hija de Joyce y buena maestra de Colm Tóibín, Edna
O’Brien es una de esas mujeres que siempre han estado solas, a pesar de
haber tenido dos hijos por los que peleó la custodia, a pesar de su
incursión en el cine, que le llevó a relacionarse con celebridades que
aparecen y desaparecen de estas páginas. Ha sido una solitaria a la que
le gustaba organizar fiestas, una mujer de amores contados, que acogió
en algunas noches evocadas casi en tono de comedia a Robert Mitchum,
Marlon Brando o Paul McCartney. No es de extrañar que su nombre
apareciera con frecuencia en la crónica rosa. Cuenta la novelista que el derroche incontrolado y la
desenfrenada vida social tal vez fueran el resultado de una infancia de
obligada contención. La chica de campo destinada a una existencia sin
deseos ni sueños que se desmadra. Pero no todo fue una fiesta, semejante
producción literaria, tan prolija como excelente, solo pudo darse
gracias a una inquebrantable vocación. Criada en un hogar donde solo
había libros de salmos, la adolescente leyó un buen día una página de Retrato del artista adolescente,
de Joyce, y asumió que en contar la Irlanda de la que había huido
residían su condena y su fortuna. El odio hacia las reglas que la
atenazaban no impidió que retratara, siempre con emoción, el paisaje de
su infancia. Los recuerdos de estas memorias se apelotonan, surgen
desordenados en algunas páginas porque no hay vida más vivida que la
suya. Gana dinero y se arruina, se asoma al amor y fracasa, se rodea de
amigos y luego busca con desesperación el silencio. Veo sus fotos de
ahora y reconozco a la joven atractiva que fue. Posee una sofisticación
moldeada a voluntad y a su medida. Suele decir que quien abarata el
lenguaje, abarata el pensamiento. Su lenguaje no es prestado, es suyo y
de nadie más. Cuenta que hace unos años, pasando unos días en casa de Harold Pinter,
se anunció la visita de Jude Law. Ella estaba en la piscina, inquieta
por la idea de presentarse con unos manguitos de Nivea ante aquel
Adonis, pero Law se acercó con simpatía a la escritora y le dio un beso: “Al anochecer, cuando ya se había ido, pensé en lo mucho que me
alegraba de ser vieja, y exhalé un suspiro de alivio porque aquello no
hubiera sido el comienzo de nada, un salto en el trampolín del amor: más
intensidades, más fervor, más esperanza, más desolación, más todo”.