Sharon Stone no es de esas personas que esconde su edad.
Al contrario.
Después del infarto cerebral que sufrió en 2001,
por el que le dieron solo “un 5% de posibilidades de vida”, la grita
con orgullo. “Hacerme mayor es mi objetivo”, ha dicho.
Este sábado cumple 60 años y los celebra volviendo a trabajar al ritmo que le robó aquella enfermedad y reclamando su lugar.
Empezó como modelo. En el concurso de Miss
Pennsylvania uno de los jurados le dijo que tenía que mudarse a Nueva
York para trabajar en moda. Lo hizo y fichó con la agencia Ford.
Recuerda muy bien su primer trabajo remunerado como modelo porque “era
una niña pobre de Pennsylvania”, ganándose en la vida en la gran ciudad.
“Enmarqué mi primer billete de 100 dólares y aún lo tengo en la
estantería”. Niña y mujer superdotada. “Con tres años era una adulta muy pequeña”, dice. Su madre la llevó a que la hicieran pruebas y descubrieron que era superdotada con un coeficiente intelectual de 154.
“A los cinco años me metieron en clase con niños de ocho”, cuenta. Después la bajaron un curso porque “no encajaba emocionalmente”. “En
algún rincón, aún era un niña”, dice. Y nunca encajó hasta que Mensa, una asociación de gente con percentiles intelectuales altos,
la incluyó en su sistema educativo especial. A los 15 entró en la
universidad, que no terminó para perseguir su sueño de modelo, primero, y
luego actriz. “Creo que el hecho de que nunca tuviera una vida normal,
me estaba preparando para vivir esta vida de circunstancias
extraordinarias”, le confesó a Oprah. Apareció en Playboy. Quería cambiar su imagen y decidió posar desnuda para la revista en 1990, coincidiendo con el estreno de Desafío total. “Nadie pensaba que yo era sexy, pero era lo bastante lista como para
saber que tenía que parecer sexy”, ha confesado. Aquella portada y la
seguridad en sí misma que ganó en sus clases de interpretación fueron
las que le dieron el papel que cambiaría para siempre su carrera: Catherine Trammel en Instinto básico. La famosa escena de Instinto Básico fue un engaño.
Sharon Stone siempre supo que esa película sería la que le daría la
oportunidad definitiva y sabía que no era fácil. “No me recibieron entre
aplausos, le habían ofrecido el papel a 12 o 13 actrices antes y todas lo habían rechazado”,
dice. Lo rechazaron por los desnudos y escenas sexuales, pero eso a
Stone no le intimidaba porque nunca vio la clave del personaje en la
parte sexual. Además, la escena que acabaría convirtiéndola en un sex-symbol
no estaba así en el guion. El director Paul Verhoeven le pidió que se
quitara las bragas porque reflejaban la luz al descruzar sus piernas. Le
prometió que no se veía nada. A ella, hoy día, sigue pareciéndole así. “Yo también tengo un botón de pausa en mi mando: no hay tanto que ver”.
Sharon Stone en una gala en Roma en 2017.getty
Tuvo un infarto cerebral.En 2001 y pasó nueve días en la UCI con un 5% de posibilidades de sobrevivir. “Perdí mi memoria. Se me paralizó el lado izquierdo del cuerpo. No pude
ni escribir mi nombre ni leer durante dos años”, contó. Tuvo que
reaprender a hablar, escribir, andar. Volver a recordar las líneas de
guiones fue un gran triunfo.
Lleva una dieta estricta.
“La gente no quiere ver una Sharon Stone gorda. Conozco mi marca”,
dice. No toma café, no come alimentos procesados. Hace años que se quitó
el gluten después de ser diagnosticada celiaca. Dejó de beber alcohol
cuando se enteró de que así conseguía Madonna, de su misma edad, su
cuerpo. Come carne y es “una adicta al chocolate negro”. Hace 25 años que quiere dirigir. Después del éxito de Instinto básico
pidió a un estudio ocho millones para su ópera prima. “Y se rieron de
mí”, dice. Ahora lo ha vuelto a preguntar y sigue encontrando
dificultades. Tiene tres hijos.Los tres adoptados. Roan, de 17 años, lo adoptó con su ex marido Phil Bronstein. Ella adoptó a Laird, de 12 años; y Quinn, de 10. Vive con los tres en
una mansión en Sunset Boulevard que perteneció a Montgomery Clift. Sus mentoras son: Shirley MacLaine, Faye
Dunaway y Angie Dickinson. Gracias a ellas se mantuvo alejada del
alcohol y las drogas en su ascenso a la fama. Y le recordaron que aunque
su estrella se desvaneciera, no se rindiera. Víctima de acoso. Recientemente, su risa ante la
pregunta si había vivido situaciones de acoso se hizo viral. “¿Puedes
imaginar cómo era cuando llegué aquí hace 40 años? ¿Con mi aspecto? Viniendo de ninguna parte, Pennsylvania. Llegué sin ninguna protección. Lo he visto todo”, le dijo al periodista.
Todo comenzó en un partido de balonmano en los Juegos de Atlanta en 1996.
Allí la infanta Cristina se fijó en Iñaki Urdangarin,
el apuesto jugador de la selección española.
Horas más tarde en una
fiesta del Comité Olímpico Español logró que amigos comunes se lo
presentaran.
El flechazo fue inmediato en ella.
Él tardó algo más de
tiempo en decidirse. Tenía novia y algunas dudas, pero su familia le
ayudó a ver las ventajas de una relación con la hija del entonces Rey de
España.
Ha sido precisamente en otro partido de balonmano, disputado el
pasado 28 de febrero en Suiza, el que enfrentó al Fraikin BM Granollers
con el Wacker Thun en Suiza donde la pareja se ha dejado ver por última
vez.
Actuaron con aparente naturalidad. Bajaron a saludar a los
jugadores y se hicieron fotos.
Pero nada es normal en la familia
Urdangarin-Borbón desde hace siete años.
Entonces estalló el caso Nóos, el que arrolló la vida de quienes todavía eran duques de Palma y zarandeó los cimientos de la familia real española.
Un año después de que la Audiencia Provincial de Palma dictara sentencia de seis años y tres meses
para Urdangarin, la resolución final del proceso judicial se acerca. La
cuenta atrás ha comenzado. El próximo día 21 de marzo Iñaki Urdangarin
llegará a Palma de Mallorca para conocer la decisión del Tribunal
Supremo tras escuchar los alegatos de la fiscalía y de los abogados de
la defensa. Todo indica que el marido de Cristina de Borbón entrará en
prisión. En este año de espera, la Infanta y su familia se han dejado ver poco en España. Han estado en Vitoria para ver a la familia de Urdangarin,
con quien pasaron la Navidad, y han acudido a Barcelona. Cristina de
Borbón para reuniones en La Caixa, donde sigue trabajando, e Iñaki
Urdangarin para reunirse con su abogado. Él hace años que no trabaja,
una vez perdió su puesto en Telefónica. Es la Infanta quien mantiene la
economía familiar con la ayuda de sus padres. También han viajado a
España en alguna ocasión para visitar la finca de los Borbón-Dos
Sicilias, con quien además de parentesco de primos, les une una gran
amistad.
La infanta Elena, con su hermana Cristina y Urdangarin.GETTY
Pero la brecha familiar continúa. Los Urdangarin-Borbón
fueron excluidos de la celebración del 80 cumpleaños de don Juan Carlos y
para que así quedara claro y no hubiera lugar a la especulación, la
Casa del Rey difundió una foto en la que se demostraba que no habían
estado en la fiesta que convocó en el palacio de La Zarzuela a 80 familiares. En esos días en que se celebraba el cumpleaños de don Juan
Carlos, la Infanta, Urdangarin y sus hijos — Juan, Pablo, Miguel e
Irene— se hallaban de viaje en Roma. Hubo turistas que les descubrieron recorriendo las calles de la ciudad y
colgaron varias fotos en las redes sociales. Pero ellos no tenían el
propósito de esconderse, todo lo contrario. Horas después acudían a la basílica de San Pedro para
escuchar una misa oficiada por el papa Francisco. Ocuparon un lugar
destacado en el templo, vestidos elegantemente para la ocasión, como si
se tratara de un acto oficial a los que acudían antes de que el palacio
de La Zarzuela les cerrara las puertas. Zarzuela no tuvo nada que ver en
el trato que recibieron los Urdangarin- Borbón en esa misa. De hecho,
desde el Vaticano se informó de que no hubo privilegios, ni saludo en
privado al Pontífice. Cristina de Borbón y los suyos se han refugiado en
la religión cuando se acerca el final de un caso que ya ha marcado su
vida.
Desde hace meses se habla del estado de salud de la hermana
menor del Rey. Todas las personas consultadas de su círculo más cercano
aseguran que está “destrozada” y algunos hablan de depresión. La
Infanta, de 52 años, es una mujer de fuerte carácter y convicciones. Desde el primer minuto ha cerrado filas con su marido en una actitud que
raya la cabezonería. Nunca ha admitido que su esposo haya tenido un
comportamiento erróneo cuando hacía negocios con Diego Torres. Por ello
ha desoído todos los consejos que su familia le ha dado. Por eso,
también, cortó todos los vínculos con los asesores de La Zarzuela. Se
enfrentó a su hermano que la desposeyó del título de duquesa de Palma y
se niega a renunciar a sus derechos dinásticos. Pero el estado de ánimo de la Infanta preocupa mucho a su familia. Por eso don Juan Carlos decidió acompañar a Ginebra a doña Sofía el día del 50 cumpleaños de Iñaki Urdangarin. Es la primera vez que trascendía una visita como esta. Desde que estalló el caso Nóos la familia real hace
equilibrios en el alambre para compaginar las obligaciones que conlleva
la Corona con sus sentimientos. Doña Sofía y la infanta Elena nunca han
ocultado su apoyo a doña Cristina. El Rey emérito tras un gran
distanciamiento inicial ha ido retomando la relación con su hija poco a
poco. Es alrededor de Felipe VI donde están puestos todos los
cortafuegos. El palacio de La Zarzuela trabaja para que quede claro que
no hay ninguna conexión entre quien fue duquesa de Palma y el Rey. Pero
otra cosa es lo que pase en la intimidad familiar. A todas las personas
consultadas conocedoras de la situación les resulta muy difícil creer
que no tengan algún tipo de contacto, sobre todo ahora que la salud de
doña Cristina está afectada por el proceso. Cuando Urdangarin entre, como está previsto, en la cárcel
donde estará tres años, la Infanta y sus hijos seguirán de momento en
Ginebra. Han sido los más pequeños quienes han dejado claro que quieren
seguir allí y terminar sus estudios. Regresar a España sería muy difícil
para todos por la animadversión que provoca su presencia. Y mudarse a
Portugal como estaba previsto ha quedado descartado de momento. El Agá
Khan, que tiene una fundación en Lisboa, tenía prevista la presencia de
la hija de su amigo el rey Juan Carlos a partir del verano pasado. Allí
la esperaba un trabajo y una casa. Pero será desde Ginebra donde viaje
la esposa de Urdangarin para visitarle en la cárcel.
Ya lo dijo su madre en una entrevista hace años: “No tengo
ni idea de cómo y dónde puede estar dentro de diez años porque Tamara es
totalmente impredecible”. Como las madres no suelen errar el tiro,
Isabel Preysler acertó al no atreverse a vaticinar el futuro de la hija
que tuvo hace 36 años junto a Carlos Falcó, marqués de Griñón. Tamara
Falcó es un péndulo que se mueve entre la disciplina de su madre y la
libertad de su padre aderazada con chispas de su propio carácter
extrovertido y espontáneo. Sabe que su forma de hablar afectada, en la
que abundan los “o sea, papi y mami” y los golpes de melena, le generan
críticas de quienes se quedan en esa primera capa. Ella no se arredra y se lleva bien con su personalidad,
probablemente porque quienes la conocen la describen “lista,
inteligente, autoexigente, muy profesional y encantadora”. También como
algo inconstante y “tan espontánea como reflexiva es su madre”. Haber nacido bajo los focos ha debido influir en su saber estar frente
al escrutinio de admiradores y detractores. Tamara Falcó nació el 20 de
noviembre de 1981, después de que el impacto mediático de la unión de
sus padres sorprendiera incluso al entonces discreto marqués, que pensó
en poder mantener una relación privada con la que había sido hasta poco
antes la esposa de Julio Iglesias, con quien había tenido tres hijos:
Chábeli, Enrique y Julio José. Por tanto, no resulta pretencioso que
Tamara diga sin que se le mueva el flequillo: “Yo llego a los sitios y
poso”.
Solo se recuerda anónima durante el lapso de tiempo en que
fue estudiante en Chicago donde llegó a los 16 años y permaneció siete. Allí se licenció en Comunicación por la Lake Forest College de Illinois. Reconoce que vivió un paréntesis en el que logró “crearse un alter ego de niña normal. Cuando volví a España fue un shock”. Regresó a casa de su madre que vivía con “tío Miguel” (Miguel Boyer, padre de su hermana Ana) y sobre todo a reencontrarse con la prensa. Pero estos dramas ya los quisieran muchos para sí, porque la
fama de su madre unida al pedigrí de su padre han conseguido que
después de su licenciatura, sus estudios de moda en el Instituto
Marangoni de Milán y un máster en la escuela de negocios ISEM Fashion
Bussines School, haya podido elegir y saltar de una a otra actividad,
según su ánimo.
Cuando andaba más despistada, la marca británica Burberry
llamó a su puerta y descubrió que podía navegar sola por el mundo de las
influencers. Se abrió a su paso un universo rentable y un
trabajo a la medida para el que había contado con una profesora de
excepción desde que llegó al mundo: su propia madre,
que igual ha ejercido de embajadora de la firma Porcelanosa como ha
invitado a bombones desde un glamuroso salón en un anuncio de
televisión.
Tamara Falcó con su madre y Mario Vargas Llosa en el veinte aniversario del Teatro Real de Madrid.Eduardo ParraGetty Images
De eso continúa viviendo Tamara Falcó y para eso continúa posando. También ha sido bloguera en la revista ¡Hola!,
colaboradora en el negocio de eventos que su padre puso en marcha en el
Palacio El Rincón, la finca que posee en Aldea del Fresno (Madrid). Pero ahora parece que por fin tiene claro su destino. Primero se tropezó
con la religión y su catolicismo confeso le hizo recobrar esa fe de la
niñez que no se cansa de pregonar a los cuatro vientos, aunque genere el
escepticismo de una sociedad volcada en el laicismo. Y después, decidió
centrarse en el mundo de la moda y convertirse en diseñadora de su
propia marca, TFP, cuya primera colección se lanzará esta primavera y
podrá comprarse a través de Internet.
De momento, afirma que trabaja más que nunca y que está
dispuesta a reinventarse. Preparando el terreno a sus diseños, ha
reseteado su cuenta de Instagram “para adaptarla a la estética de esta
red social y empezar de cero”. Los comentarios no se han hecho esperar.
Porque sus seguidores estaban acostumbrados a sus frases filosóficas
sobre religión, a sus posados de invitada divina y a que mostrara
retazos de su famosa y prolífica familia en la que se mezclan hermanos
Iglesias, Falcó, Boyer y el nuevo novio de “mami”: el Premio Nobel de
Literatura, Mario Vargas Llosa. Ella no entiende la polémica, solo quiere parecer una
diseñadora que se toma en serio su trabajo. Queda poco para poder ver
los resultados, pero por lo que ha dejado ver, su ropa es como la
describe a ella su padre: “Tamara es dulzura, transparencia, alegría y
sensibilidad”.