Celebro que Ana Rosa haya suspendido el pasado día 8 la emisión
de su programa.
Me gustó que Susana Griso acudiera a la manifestación
porque el movimiento por los derechos de las mujeres es una causa que
conozco desde niño, cuando mi madre —ya retirada de los escenarios como
bailarina— encontró en la lucha por el feminismo una nueva oportunidad
de ser útil. En casa la veíamos con cierto escepticismo, a veces nos
parecía que le dedicaba más tiempo a la confección de pancartas y
manifiestos que a nuestras tareas escolares pero yo siempre apoyé que se
involucrara.
La veía feliz, útil, como decía ella. “Las mujeres no
somos un adorno”, proclamaba. “Mami, cuando bailas haces papeles de
princesa”, rebatía respondón.
“No las soporto, ni a las princesas de los
cuentos ni las que te gustan a ti”.
Seguro que el pasado 8 de marzo habría hecho muy feliz a mi mamá.
Ha llevado a un nivel superior el movimiento #Metoo, con las denuncias
de acoso y discriminación profesional a mujeres.
Ha puesto a la sociedad
delante de un espejo.
Ha ampliado un debate que puede llevar a un
cambio necesario.
No tengo muchas piezas color violeta en mi armario, pero desde hoy eso cambiará.
El traje de Gucci que Salma Hayeck llevó a los Oscar
el pasado domingo estuvo en alguna de esas listas de peor vestidas que
siempre están en la frontera de lo ridículo y lo obsoleto.
Pero el traje
era violeta. Salma no da puntada sin hilo. Salma es la esposa del
propietario de muchas de esas grandes firmas de ropa y al ser anunciante
no se le puede decir siempre toda la verdad.
Pero ella apoya el
movimiento por la igualdad formando parte de un matrimonio y de una
industria gigantesca que surfean entre lo femenino y lo feminista.
Eso
la convierte en una mujer con un poder novedoso al que suma un gusto
escurridizo.
¡Disfruto ser contemporáneo del postfeminismo!
Una de mis actrices preferidas —y de mis primeros mitos— es Jane Fonda.
Fue maravilloso verla aparecer en los Oscar junto a Helen Mirren porque,
aunque las dos empezaron sus carreras con el riesgo de ser encasilladas
como sex symbols, ambas han superado esa barrera hace tiempo, aportando cinematografías contundentes.
En el escenario, Fonda estuvo más que impecable.
Cada vez que empieza a hablar, guardas silencio. “Ahora la
reivindicación viene en el guion”, le dijo a Mirren cuando hablaban de
los años sesenta.
Puede tener razón mientras seduce, a sus ochenta años,
con esa cara que sigue siendo su cara.
Crecí con un póster de ella caracterizada como Barbarella en
mi casa.
Para ella, Barbarella no era un buen recuerdo, me lo explico
en Madrid cuando acudió al programa de radio La Ventana, entonces
presentado por Gemma Nierga, que justamente ese día tenía que ocuparse
de sus niños.
Fonda habla con un acento que mezcla Boston con San Francisco —mas pijo
imposible—, mirándote a los ojos y dejando claro que defender los
derechos de las mujeres es una de sus premisas políticas.
“Por más que me lo expliquen, Barbarella es como una muñeca
tonta que va donde le dicen”, dijo. Pero insistí: Barbarella es la
primera superheroína del cine. Y no es tonta, es inestable. Asume muchas
cosas que el postfeminismo batalla: la feminidad, el sexo más libre, la
independencia.
“Pero al final le ayuda un ángel ciego, del que se
enamora. “Please!”, remató. Continuamos hablando de su celebre workout.
Y ella, divertida, me susurró las palabras “aeróbic” y “ejercicios de
bajo impacto”, frases de sus vídeos.
"El entrenamiento me ha traído
hasta aquí. Y estoy segura de que ayudó a muchas mujeres no solo a
ejercitarse sino a sentirse más seguras”.
Penélope Cruz parece una de esas mujeres.
Recibió su Cesar de honor con un traje azul, uno de los colores de la bandera de la Republique.
Decepciona que en España parezca algo raro elogiar a Penélope Cruz.
¿Será porque alguna vez se manifestó contra los toros? Creo que tuvo
coraje en hacerlo.
En este siglo ya puedes decirlo. Penélope me fascina
interpretando a Donatella Versace, en la serie ACS: El Asesinato de Gianni Versace, que se estrenará pronto en España.
Ha compuesto su personaje como una sinfonía: cada capítulo es un
movimiento.
Y Donatella es también una mujer poderosa que arrastra un
dolor: sucedió a su hermano debido a una tragedia.
El poder femenino es
mi tipo de poder, y hay que vivirlo. Soy violeta.
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