3 feb 2018
15 bares míticos de Madrid........................... Mario Suárez
Ruta por la historia reciente de la ciudad a través de establecimientos que han dejado huella.
El Palentino Dos cuñados regentan uno de los bares con más solera de Madrid, El Palentino (Calle del Pez, 8), que ha inspirado al cineasta Álex de la Iglesia para su película 'El Bar'.
El Brillante En 1997, Bill y Hillary Clinton acudieron a Madrid por una cumbre de la OTAN y además de visitar los grandes museos del paseo del Prado entraron en otro templo de la ciudad, El Brillante (Plaza del Emperador Carlos V, 8), para comerse un clásico bocata de calamares.
El Doble Situado en Ponzano, kilómetro cero del tapeo madrileño, El Doble (Ponzano 58) es un clásico de las cañas bien tiradas en vasos largos de 40 centilitros; “es la mejor medida y hace que se conserve mejor la crema de la cerveza”, apuntan
Bar Iberia Conocido como el bar de los taxistas, el bar Iberia (Glorieta de Ruiz Jiménez, 4) es el punto de encuentro y descanso de este gremio desde hace décadas, pero también ha funcionado para muchos como el primer 'afterhours' de Madrid.
Bodegas Alfaro Cuando Manuel Alfaro llegó a Madrid desde Soria en 1918 no imaginó que las bodegas que llevarían su apellido serían parte de la iconografía del casticismo del siglo XX
Las juergas de Ava Gardner, Frank Sinatra y Marlon Brando en Madrid
En sus habitaciones y salones han dormido, bebido, celebrado fiestas y
corrido juergas desde Frank Sinatra hasta Marlon Brando. El madrileño
hotel InterContinental abrió hace justo 65 años en una España
deslumbrada por Hollywood.
Esta es una crónica sentimental de unos años
irrepetibles.
Ahora se llama hotel InterContinental Madrid (paseo de la Castellana, 49), pero en aquellos años de glamour,
lujo y desvarío hollywoodiense fue bautizado como Castellana Hilton.
Sucede que hoy también es mi cumpleaños y quiero brindar con Ava, y con
todos los fantasmas que aún pululan por el hotel, con un vodka dry
bien mezclado con sus lágrimas de Noilly Prat.
Pero antes de visitar el
bar hago un quiebro para subir a la habitación que siempre ocupaba Ava y
en la que residió por primera vez en cuanto pisó Madrid.
Allí me
planto, frente a la suite presidencial 716, también llamada suite Miró.
Me acompañan dos amables empleadas del hotel que se ofrecen a
mostrarme la estancia en la que tantas historias sucedieron, confundidas
la mayoría por la fantasía y la leyenda.
Cuando abren la puerta
disimulo como puedo la descarga de emoción que me atraviesa el pecho.
El
sueño de un mitómano. Vuelan los aires de furia de Frank Sinatra frente
a su Ava desmelenada, con su media sonrisa, tan bella en su rímel
corrido de ira.
El hotel ha sufrido varias modificaciones desde el momento en que el Hilton cambió de manos, pero la suite
716 apenas ha sido retocada y sigue teniendo la misma estructura
elegante y distinguida.
Se abre la puerta de la ‘suite’ presidencial 716, donde tantas historias sucedieron, confundidas por la fantasía y la leyenda
Al entrar se halla una gran sala de estar, y de
frente, una cristalera que da acceso a una terraza privada que ocupa el
chaflán del ático del edificio, con vistas al paseo de la Castellana.
Y a
la derecha, su dormitorio, con dosel recogido sobre una cama grandiosa;
y allí también un gran baño, una cocina y varios armarios.
Y en la
parte opuesta, un discreto escritorio de añejo castaño oscuro.
Una magnífica habitación de 140 metros cuadrados cuya tarifa en la
actualidad supera los 1.000 euros por noche.
Repaso con la vista cada
uno de sus rincones, abro de par en par las puertas de la terraza y pido
a mis acompañantes que me permitan estar a solas un rato allí dentro.
Ante mí, por el amplio salón de estar de la 716, pasa Frank Sinatra
con su orgullo italiano y 20 peluquines en uno de sus maletines de
viaje.
Su colección de bisoñés superaba los 60, pero Franky no lo ocultaba. Era uno de esos casos de hombres que se avergonzaban de su calvicie, pero no de sus peluquines.
Dicen que solo una vez se dejó ver sin peluquín en público, el día del funeral de su amigo Gary Cooper, en señal de respeto.
El año 1953 tocaba a su fin y Frank apareció en el Castellana Hilton al enterarse de la relación de su amada Ava con el torero Luis Miguel Dominguín.
Apenas llevaban dos años casados y ya se habían distanciado, pero Frank no pudo soportar el desplante con el torero y reaccionó como un loco, destrozando el mobiliario y lanzándole a la cara a Ava un fajo de billetes de 100 dólares:
“Aquí tienes los 19.000 dólares que me dejaste”.
La relación entre los dos astros fue un cóctel explosivo de amor y
odio que se prolongó hasta la muerte de ella.
Su colección de bisoñés superaba los 60, pero Franky no lo ocultaba. Era uno de esos casos de hombres que se avergonzaban de su calvicie, pero no de sus peluquines.
Dicen que solo una vez se dejó ver sin peluquín en público, el día del funeral de su amigo Gary Cooper, en señal de respeto.
El año 1953 tocaba a su fin y Frank apareció en el Castellana Hilton al enterarse de la relación de su amada Ava con el torero Luis Miguel Dominguín.
Apenas llevaban dos años casados y ya se habían distanciado, pero Frank no pudo soportar el desplante con el torero y reaccionó como un loco, destrozando el mobiliario y lanzándole a la cara a Ava un fajo de billetes de 100 dólares:
“Aquí tienes los 19.000 dólares que me dejaste”.
Pero el idilio de Ava con
el torero lastimó el corazón de Frank.
La leyenda dice que cuando Ava y Luis Miguel acabaron de hacer el amor en esa suite
del Hilton, él se levantó y comenzó a vestirse. “¿Adónde vas?”, le
preguntó ella.
“A contarlo”, contestó él.
Aunque, como suele ocurrir, se
funde la realidad con la fantasía en todos los sucesos de fuste.
Carlos
Abella tiene escrito que cuando le preguntó a Luis Miguel por ese
episodio, este le dijo:
“¿Tú crees que yo hice eso? No, hombre, no. Me quedé en la habitación con ella, pero luego, cuando estuve con los amigos, me pareció ingenioso contarlo de esa manera”.
Cierto es que Ava Gardner bebía por los codos, iba rebotando de un
bar a otro, de un tablao a otro, y luego remataba la faena con quien le
daba la gana.
“¿Tú crees que yo hice eso? No, hombre, no. Me quedé en la habitación con ella, pero luego, cuando estuve con los amigos, me pareció ingenioso contarlo de esa manera”.
En los cincuenta hubo un Madrid que fue una fiesta
. Por el Hilton pasaron Sophia Loren, Zsa Zsa Gabor, Bette Davis y Cary Grant
Se cuenta que una noche, en plena Puerta del Sol, se
descalzó, paró un camión de la basura y pidió al conductor que le
llevara al hotel. Pero el gran productor Tedy Villalba comentó en su
momento que “no era follar por follar, lo que le ocurría era que le
aterraba quedarse sola por las noches”.
A Ava le gustaba bañarse con
leche en su suite e iluminarse tan solo con velas.
En una ocasión, durante el rodaje de 55 días en Pekín, se encaprichó de un botones del hotel, un joven chicarrón de casi dos metros de altura, y le invitó a entrar a su suite.
Enrique, uno de los maîtres del hotel, ya fallecido, aseguró que dejó seco al chaval.
La dirección del hotel quiso despedir al botones, pero Howard Newman,
el jefe de publicidad de Bronston, le preguntó al director: “¿Qué
hubiera hecho usted si Ava le pide guerra?”. Y ante tal cuestión el
chico logró salvar el cuello.
Más allá de sus excesos, todo el mundo que
tuvo contacto con Ava la recuerda como una señora muy amable con todo
el personal, generosa en las propinas —se estiraba, a veces, con más de
2.000 pesetas de la época— y uno de los huéspedes con más clase que
pasaron por el hotel.
El Castellana Hilton se inauguró en septiembre de 1953 —ahora se
cumplen 65 años— y se convirtió en el hotel más moderno de Madrid.
Fue
construido sobre el palacete del marqués del Mérito, del siglo XVIII,
por el arquitecto Luis Martínez-Feduchi, el mismo que proyectó el
edificio Capitol de la plaza del Callao de Madrid. España empezaba a
salir del aislamiento tras la Guerra Civil
y el acercamiento a Estados Unidos era la prioridad de la política
exterior del régimen franquista.
Era el primer Hilton de Europa y para
su inauguración el presidente de la cadena, Conrad Hilton, fletó cuatro
aviones de la TWA cargados de invitados.
A la fiesta, que se prolongó
durante tres días, acudieron varios ministros franquistas y multitud de
estrellas de Hollywood.
Fueron unos años en los que hubo un Madrid que era una verdadera fiesta.
Sophia Loren, Charlton Heston, Gina Lollobrigida, Zsa Zsa Gabor, Bette
Davis, Cary Grant, Robert Mitchum o Marlon Brando, entre otros, se
alojaron en sus habitaciones.
Aparte de Ava Gardner, fueron Bette Davis y
Robert Stack los primeros en llegar al hotel con motivo del rodaje en
Madrid de El capitán Jones (John Farrow, 1959), dos años antes de la gran producción Rey de reyes.
Según su versión, Brando hacía que le subieran todos los días a su suite uno o dos patos.
—¿Cómo los quiere? —le preguntaban— ¿En confit, a la naranja…?
—No, no —interrumpía Brando—. Vivos, los quiero vivos.
A la mañana siguiente, cuando llegaban las camareras a arreglar la habitación, se encontraban una escena más bien tremebunda: los patos yacían en el suelo degollados, algo desplumados y sobre un charco de sangre.
Lo que hiciera en la soledad de su suite Marlon Brando con los patos es un misterio.
Imperó la ley del silencio y el asunto jamás trascendió más allá de los muros del hotel.
El periodista Tico Medina tuvo ocasión de conocer a Brando en el estreno en Madrid de Un tranvía llamado deseo.
Tico, tirando de ingenio, se las arregló para hacerle una entrevista a Brando a bordo de uno de aquellos viejos tranvías que subían por la Castellana y pasaban junto al Hilton.
“No habló mucho”, me comenta Tico.
“Hicimos las fotos y al parar en el hotel me invitó a su habitación. Me mostró una especie de trapito enrollado manchado con un color más bien oscuro y que reposaba sobre su mesita de noche. Era una compresa femenina usada.
‘Mira’, me dijo, ‘este es el paño más íntimo de mi adorable esposa india, Anna”.
El escritor y cinéfilo Jesús García de Dueñas recuerda divertido aquellos días de vino y rosas del Hilton en los que ejercía de jovencísimo periodista de Triunfo.
“Era un mundo de lujuria y de alcohol.
Las fiestas en las habitaciones del Hilton eran de órdago y siempre había algún cliente que protestaba airadamente.
Y luego salías a la calle y en la puerta del hotel te abordaban dos o tres policías secretas para interrogarte con malos modos acerca del sarao. ‘¿Quién había en esa fiesta?, ¿qué hacía la gente?, ¿había drogas?’, te preguntaban los siniestros agentes”.
Había unas fiestas de ambiente gay que estaban muy en boga en Madrid y se hablaba de ellas hasta en Nueva York, como recuerda García de Dueñas.
“Después de un par de copas en el Hilton se iban al Chicote a
comprar cocaína y de ahí directos a tres lugares de ambiente que
traspasaron fronteras.
Eran tres casas privadas: la de Luis Escobar,
marqués de las Marismas; la del figurinista Vitín María Cortezo y la del
pintor panameño Pablo Runyan.
En esta última casa se sentó a mi lado
Leonard Bernstein; yo tenía 19 años y era muy ingenuoEl caso es que mientras yo alababa su música, la cuarta de Brahms y
todo eso, el genio empezó a meterme mano y salí de allí pitando con la
ayuda de mi amigo pintor”.
Al productor Enrique Herreros no se le olvida la primera vez que pisó el Castellana Hilton.
Era el 22 de noviembre de 1963 y se iba a celebrar una gran fiesta por el comienzo del rodaje de La caída del Imperio Romano;
él era uno de los organizadores.
Pero, cosas de la vida, todo se fue al traste porque fue el fatídico día que asesinaron al presidente estadounidense John Fitzgerald Kennedy en Dallas.
Poco después, a Herreros le tocó seguir de cerca a Robert Mitchum, quien apareció por Madrid para el rodaje de Villa cabalga
y también se hospedó en el Castellana Hilton.
Enrique Herreros fue su cicerone madrileño: “Se celebró la rueda de prensa en un salón del hotel y uno de los periodistas, Felipe Navarro, Yale, se levantó y preguntó a Mitchum: ‘¿Cuántas veces ha estado en la cárcel?’. ‘Seven [Siete]’, respondió Mitchum.
‘¿Por qué entró la última vez en prisión?’, insistió Yale. ‘For pissing in the grass [Por mear en la hierba]’, concluyó el astro”.
“Tras tomar un par de copas en el bar del hotel”, relata Herreros, “el productor me pidió que le paseara por Madrid y no nos alejamos mucho.
Justo enfrente del hotel, al otro lado de la Castellana, se hallaba un afamado club de señoritas llamado San Jorge, decorado con pinturas del artista vasco Juan de Echevarría.
Al entrar al club, Mitchum exclamó, en grave y sonoro inglés americano: ‘¡Aquí hay acción!’.
El tío no paraba de fumar marihuana y a mí me estaba entrando un mareo tremendo.
A Mitchum le gustaba mear en la hierba, pero sobre todo fumársela, ya lo creo. Y allí pasamos un rato largo. Y yo, más ahumado que nunca”.
Van desfilando los recuerdos y yo me acerco, por fin, a la barra del hotel y le pido al barman un vodka dry, que me sirve con destreza. Y ahí me quedo, solo y envuelto en mis pensamientos, ajeno al trajín navideño del hotel, fantaseando a lo tonto con que Ava se apareciera a mi lado con su invencible aroma para brindar por nuestro cumpleaños.
Pero ¡bah, qué cosas!
El caso es que escuché unos tacones lejanos.
Y eché un trago largo al coleto. Por si las moscas.
Al productor Enrique Herreros no se le olvida la primera vez que pisó el Castellana Hilton.
Era el 22 de noviembre de 1963 y se iba a celebrar una gran fiesta por el comienzo del rodaje de La caída del Imperio Romano;
él era uno de los organizadores.
Pero, cosas de la vida, todo se fue al traste porque fue el fatídico día que asesinaron al presidente estadounidense John Fitzgerald Kennedy en Dallas.
Enrique Herreros fue su cicerone madrileño: “Se celebró la rueda de prensa en un salón del hotel y uno de los periodistas, Felipe Navarro, Yale, se levantó y preguntó a Mitchum: ‘¿Cuántas veces ha estado en la cárcel?’. ‘Seven [Siete]’, respondió Mitchum.
‘¿Por qué entró la última vez en prisión?’, insistió Yale. ‘For pissing in the grass [Por mear en la hierba]’, concluyó el astro”.
“Tras tomar un par de copas en el bar del hotel”, relata Herreros, “el productor me pidió que le paseara por Madrid y no nos alejamos mucho.
Justo enfrente del hotel, al otro lado de la Castellana, se hallaba un afamado club de señoritas llamado San Jorge, decorado con pinturas del artista vasco Juan de Echevarría.
Al entrar al club, Mitchum exclamó, en grave y sonoro inglés americano: ‘¡Aquí hay acción!’.
El tío no paraba de fumar marihuana y a mí me estaba entrando un mareo tremendo.
A Mitchum le gustaba mear en la hierba, pero sobre todo fumársela, ya lo creo. Y allí pasamos un rato largo. Y yo, más ahumado que nunca”.
Van desfilando los recuerdos y yo me acerco, por fin, a la barra del hotel y le pido al barman un vodka dry, que me sirve con destreza. Y ahí me quedo, solo y envuelto en mis pensamientos, ajeno al trajín navideño del hotel, fantaseando a lo tonto con que Ava se apareciera a mi lado con su invencible aroma para brindar por nuestro cumpleaños.
Pero ¡bah, qué cosas!
El caso es que escuché unos tacones lejanos.
Y eché un trago largo al coleto. Por si las moscas.
Marisa Paredes: “Basta de sentirnos humilladas por el poder de los hombres”
La actriz, de 71 años, recoge hoy el Goya de Honor y asegura: “Si es por haber trabajado mucho y bien, me lo merezco”
Marisa Paredes podrá pecar de muchas cosas, pero no de falsa
modestia.
Con 71 años de vida y casi 60 de obra, la meritoria de los Estudio 1 de Televisión Española, la diva del teatro y de 75 películas, la musa de tantos directores, la expresidenta de la Academia de Cine, recibe el reconocimiento de sus colegas con emoción genuina, pero también con indisimulado orgullo.
“Sí, si es por haber trabajado mucho y bien, me lo merezco”.
Recogerá Paredes el Goya vestida con algún modelazo de Sybilla, como el traje verde de Becky del Páramo que le regaló Almodóvar al final del rodaje y de los que solo ella, y unas pocas frágiles por fuera y presuntamente fuertes por dentro como ella, pueden llevar como una bata de estar por casa.
Luce Paredes en vísperas de tal momentazo más frágil que nunca si cabe.
La voz marca de la casa más cansada, más melancólica, más apagada, más realista.
“La melancolía tiene que ver con notar que todas tus cosas han bajado de intensidad.
El paso del tiempo deja huellas, en tu voz, en tu rostro, en tu cuerpo, en tu forma de moverte y también en tu mente.
Cuando eres joven, vuelas, lo quieres todo en el momento, y cuando pasa el tiempo ves que han quedado atrás cosas, entre ellas algunas ilusiones.
—¿También laborales?
—De esas, menos. He sido muy afortunada.
Me han dado las suficientes oportunidades para que mi trabajo se vea con aprecio y cariño.
He trabajado con muchos y grandes directores.
Mi carrera ha sido como un tren en marcha y continuo.
Siempre me preguntan si Almodóvar fue un antes y un después, y no es eso, pero sí un más allá.
Digamos que Pedro provocó un cambio de agujas del tren al ancho internacional y lanzó mi carrera al mundo.
Ese mundo es, era, al que quería pertenecer la niña Marisa, hija de Petra, portera de la Plaza de Santa Ana de Madrid, cuando veía pasar a los actores del Teatro Español rumbo a las tablas.
No quería ser exactamente actriz.
O no solo eso. Quería ser cantante, o espía, o abogada de causas justas porque le rebelaba la injusticia, pero sobre todo quería escapar de un destino no por no escrito, menos inexorable.
“Sabía que la vida tenía otro color, que se hablaba de otras cosas.
Y quería estar ahí, ser una de ellos, huir de una realidad sórdida. Sabía que en el teatro no podía pasar nada malo.
Hoy, cuando vuelvo allí, vuelven aquellos recuerdos y sé que no me he equivocado.
Además, he podido ser cantante y espía, y abogada de causas nobles”, bromea.
En ese sentido, la presidenta de la Academia del No a la guerra en 2003, dedica un sombrerazo al #MeToo de las cineastas estadounidenses contra el acoso sexual en la industria.
“Han tenido el valor de romper el tabú del silencio y la vergüenza. Basta de sentirnos humilladas por el abuso de poder de los hombres.
No creo que el manifiesto de las francesas sea contra ellas, nadie puede estar contra la denuncia de abusos, eso es un malentendido. El verdadero peligro no es esa presunta división, sino que esto quede en una llamarada y no siga, porque ese grito debe seguir de una vez y para siempre”.
—Hemos visto el poder de la unión. Pero, ¿cuál es el poder del actor? ¿Se tiene o se aprende?
—Uf, un poco de todo.
Uno lo trabaja en la medida que sabe que lo tiene.
Es el poder de la verdad, el de contar las cosas sin que nadie te las discuta, porque se lo cree.
Es la verdad lo que sale de mí y de cualquiera que quiera llegar al fondo.
Es el único poder que tengo.
Lo dice alguien que ha convencido al público de estar viendo tanto a una reina como a una portera.
Petra se llama, como su madre, la película de Jaime Rosales que tiene pendiente de estreno.
Otra cosa es qué ve ella en el espejo.
—Hace 5 años, me confesó en El País Semanal que estaba pensando retocarse. Veo que resistió.
—Resistí, sí. Claro que te lo planteas. El público no tolera en general que envejezcas, no les gusta, te ven y te dicen: ‘Ay, qué pena, con lo guapa que era usted’.
—Qué simpáticos, ¿no?
—Mucho.
Y añaden, ¿pero no se va a hacer nada? Hoy se lo hace todo el mundo y hay unas comparaciones absurdas para ser como eras hace 15 años.
No, no me voy a hacer nada, esto es lo que soy, y usted tragará, o no, pero no me vuelva a hablar de lo que era
. Sigo siendo la hija de la portera.
Con 71 años de vida y casi 60 de obra, la meritoria de los Estudio 1 de Televisión Española, la diva del teatro y de 75 películas, la musa de tantos directores, la expresidenta de la Academia de Cine, recibe el reconocimiento de sus colegas con emoción genuina, pero también con indisimulado orgullo.
“Sí, si es por haber trabajado mucho y bien, me lo merezco”.
Recogerá Paredes el Goya vestida con algún modelazo de Sybilla, como el traje verde de Becky del Páramo que le regaló Almodóvar al final del rodaje y de los que solo ella, y unas pocas frágiles por fuera y presuntamente fuertes por dentro como ella, pueden llevar como una bata de estar por casa.
Luce Paredes en vísperas de tal momentazo más frágil que nunca si cabe.
La voz marca de la casa más cansada, más melancólica, más apagada, más realista.
“La melancolía tiene que ver con notar que todas tus cosas han bajado de intensidad.
El paso del tiempo deja huellas, en tu voz, en tu rostro, en tu cuerpo, en tu forma de moverte y también en tu mente.
Cuando eres joven, vuelas, lo quieres todo en el momento, y cuando pasa el tiempo ves que han quedado atrás cosas, entre ellas algunas ilusiones.
—¿También laborales?
—De esas, menos. He sido muy afortunada.
Me han dado las suficientes oportunidades para que mi trabajo se vea con aprecio y cariño.
He trabajado con muchos y grandes directores.
Mi carrera ha sido como un tren en marcha y continuo.
Siempre me preguntan si Almodóvar fue un antes y un después, y no es eso, pero sí un más allá.
Digamos que Pedro provocó un cambio de agujas del tren al ancho internacional y lanzó mi carrera al mundo.
Ese mundo es, era, al que quería pertenecer la niña Marisa, hija de Petra, portera de la Plaza de Santa Ana de Madrid, cuando veía pasar a los actores del Teatro Español rumbo a las tablas.
No quería ser exactamente actriz.
O no solo eso. Quería ser cantante, o espía, o abogada de causas justas porque le rebelaba la injusticia, pero sobre todo quería escapar de un destino no por no escrito, menos inexorable.
“Sabía que la vida tenía otro color, que se hablaba de otras cosas.
Y quería estar ahí, ser una de ellos, huir de una realidad sórdida. Sabía que en el teatro no podía pasar nada malo.
Hoy, cuando vuelvo allí, vuelven aquellos recuerdos y sé que no me he equivocado.
Además, he podido ser cantante y espía, y abogada de causas nobles”, bromea.
En ese sentido, la presidenta de la Academia del No a la guerra en 2003, dedica un sombrerazo al #MeToo de las cineastas estadounidenses contra el acoso sexual en la industria.
“Han tenido el valor de romper el tabú del silencio y la vergüenza. Basta de sentirnos humilladas por el abuso de poder de los hombres.
No creo que el manifiesto de las francesas sea contra ellas, nadie puede estar contra la denuncia de abusos, eso es un malentendido. El verdadero peligro no es esa presunta división, sino que esto quede en una llamarada y no siga, porque ese grito debe seguir de una vez y para siempre”.
—Hemos visto el poder de la unión. Pero, ¿cuál es el poder del actor? ¿Se tiene o se aprende?
—Uf, un poco de todo.
Uno lo trabaja en la medida que sabe que lo tiene.
Es el poder de la verdad, el de contar las cosas sin que nadie te las discuta, porque se lo cree.
Es la verdad lo que sale de mí y de cualquiera que quiera llegar al fondo.
Es el único poder que tengo.
Lo dice alguien que ha convencido al público de estar viendo tanto a una reina como a una portera.
Petra se llama, como su madre, la película de Jaime Rosales que tiene pendiente de estreno.
Otra cosa es qué ve ella en el espejo.
—Hace 5 años, me confesó en El País Semanal que estaba pensando retocarse. Veo que resistió.
—Resistí, sí. Claro que te lo planteas. El público no tolera en general que envejezcas, no les gusta, te ven y te dicen: ‘Ay, qué pena, con lo guapa que era usted’.
—Qué simpáticos, ¿no?
—Mucho.
Y añaden, ¿pero no se va a hacer nada? Hoy se lo hace todo el mundo y hay unas comparaciones absurdas para ser como eras hace 15 años.
No, no me voy a hacer nada, esto es lo que soy, y usted tragará, o no, pero no me vuelva a hablar de lo que era
. Sigo siendo la hija de la portera.
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