Sexo, amor y soledad en ‘La ofrenda’, la última novela de Martín Garzo.
El escritor Gustavo Martín Garzo en un hotel de Madrid. Jaime VillanuevaFue en la Librería Alberti, el pasado lunes en Madrid; y
para ser lunes aquello estaba atiborrado. Ni una carraspera: sobre todo
cuando, para afirmar los elementos de la novela (una mujer, Patricia
Ayala, va a una isla remota cerca de Madagascar a cuidar, por un buen
precio, a una anciana; allí aspira a olvidar a un amor) el autor
recurrió a dos historias de su predilección, la de King Kong y la mujer
rubia y la de La bella durmiente.
“El hombre no puede resistir tanta realidad”, decía Eliot, y cree Martín Garzo, y recurre a esas estratagemas, el cuento, el sueño, para explicarse. Y La ofrenda
contiene cuentos que son herederos literarios de ambas fábulas eternas:
el monstruo que contempla a la bella y en lugar de dañarla la admira
como si ahí se interrumpiera la bestia y naciera el amor. En cuando a La bella durmiente, pues tres cuartos de lo mismo.Las dos fábulas entretuvieron tanto a Martín Garzo (y al auditorio) que luego le preguntamos por sus respectivos significados. “La películaKing Kong
habla del tránsito del mundo del deseo al del amor. El deseo quiere
satisfacerse, y para él el otro solo es el alimento que necesita para
conseguirlo; en el amor lo que cuenta es ese otro, su cuidado, su
proximidad, aunque no se sepa qué hacer con él. Ortega y Gasset dijo que
el amante es aquel que es incapaz de concebir un universo en el que el
ser amado está ausente. Eso le pasa a King Kong, por eso renuncia a su
fuerza”. Ahora no tiene buena prensa el amor romántico. “Y es por
pensar que da lugar a un sinfín de ilusiones e ideas falsas acerca de
los demás, porque se dice que un amor así no existe. Pero que no exista
no quiere decir que no lo necesitemos. ¿Cómo podríamos vivir sin lo que
no existe? El arte en su conjunto es un diálogo con lo que no existe:
con los seres que pueblan nuestra imaginación, con los muertos, con las
criaturas que visitan nuestros sueños. El hombre no puede soportar tanta
realidad, exclama el cuervo de los Cuatro cuartetos de Eliot”.
Vida dormida
¿Y qué pinta La bella durmiente en los conceptos que se conjugan en La ofrenda? “La bella durmiente
simboliza nuestra vida dormida, todo eso que pudimos ser y no fuimos,
todo lo que soñamos y dejamos sin realizar. No es verdad que esa vida no
vivida no forme parte de nosotros, nos acompaña en secreto, nos pide
cosas que no nos atrevemos a darle. Acompaña, sin que nos demos cuenta, a
la vida que estamos viviendo. Es la vida de nuestros sueños. La
escritura para mí es despertar esa vida que duerme en nosotros”. Parece que todo vive en el aire, como los cuentos. Pero hay
conflicto. “¿Cómo podría haber historia si no? Mi protagonista llega a
la isla huyendo de sí misma, de su pasado, de una vida que no le gusta .
Su madre nunca la ha amado, se ha ahogado ante sus ojos el niño que
cuidaba, está inmersa en una relación turbia con uno de sus compañeros
en el hospital en el que trabaja… Quiere escapar, huir de todo eso, y
llega a la isla donde al principio todo le va mal, pues no entiende qué
lugar es ese ni lo que se espera que haga…”. Para el resto, para saber cómo vienen el sexo, del que tanto se habló en
la presentación, la soledad y el amor, tendrán que leer ustedes La ofrenda.
Ruta por la historia reciente de la ciudad a través de establecimientos que han dejado huella.
El Palentino Dos
cuñados regentan uno de los bares con más solera de Madrid, El
Palentino (Calle del Pez, 8), que ha inspirado al cineasta Álex de la
Iglesia para su película 'El Bar'.
El Palentino Dos
cuñados regentan uno de los bares con más solera de Madrid, El
Palentino (Calle del Pez, 8), que ha inspirado al cineasta Álex de la
Iglesia para su película 'El Bar'.
El Brillante En
1997, Bill y Hillary Clinton acudieron a Madrid por una cumbre de la
OTAN y además de visitar los grandes museos del paseo del Prado entraron
en otro templo de la ciudad, El Brillante (Plaza del Emperador Carlos
V, 8), para comerse un clásico bocata de calamares.
El Doble Situado
en Ponzano, kilómetro cero del tapeo madrileño, El Doble (Ponzano 58)
es un clásico de las cañas bien tiradas en vasos largos de 40
centilitros; “es la mejor medida y hace que se conserve mejor la crema
de la cerveza”, apuntan
El Doble Situado
en Ponzano, kilómetro cero del tapeo madrileño, El Doble (Ponzano 58)
es un clásico de las cañas bien tiradas en vasos largos de 40
centilitros; “es la mejor medida y hace que se conserve mejor la crema
de la cerveza”, apuntan.
Bar Iberia Conocido
como el bar de los taxistas, el bar Iberia (Glorieta de Ruiz Jiménez,
4) es el punto de encuentro y descanso de este gremio desde hace
décadas, pero también ha funcionado para muchos como el primer
'afterhours' de Madrid.
1El Palentino Dos
cuñados regentan uno de los bares con más solera de Madrid, El
Palentino (Calle del Pez, 8), que ha inspirado al cineasta Álex de la
Iglesia para su película 'El Bar'. Con motivo de su estreno, el próximo
viernes 24 de marzo, el libro 'El Bar, historias y misterios de los
bares míticos de Madrid' (Lunwerg) reúne una selección de veteranos
locales que siguen dejando huella en la vida de los madrileños, como El
Palentino, que vivió la explosión y declive de la movida madrileña y
actualmente vuelve a disfrutar de un momento de fama. Los espejos de las
paredes y su popular fachada de mármol roto y ventanas de aluminio son
solo detalles de lo mucho que esconde este bar abierto en 1942.Javier Sánchez
2El Brillante En
1997, Bill y Hillary Clinton acudieron a Madrid por una cumbre de la
OTAN y además de visitar los grandes museos del paseo del Prado entraron
en otro templo de la ciudad, El Brillante (Plaza del Emperador Carlos
V, 8), para comerse un clásico bocata de calamares. No hay imágenes del
histórico bocado, pero sí el recuerdo de los camareros. Este local de la
glorieta de Atocha fue abierto en 1961 por Alfredo Rodríguez Villa, un
leonés que llegó a la gran ciudad en 1934 y aprendió el arte de la
fritura en otro símbolo del bocata, El Diamante.Javier Sánchez
3El Doble Situado
en Ponzano, kilómetro cero del tapeo madrileño, El Doble (Ponzano 58)
es un clásico de las cañas bien tiradas en vasos largos de 40
centilitros; “es la mejor medida y hace que se conserve mejor la crema
de la cerveza”, apuntan. Abierto en 1987 por Román del Puerto, esta
taberna con azulejos de Talavera de la Reina en la fachada es un reducto
de costumbrismo de tapa con pan tostado en el momento, como las de
antes. Recibe a banqueros, deportistas y 'foodies' que empiezan aquí una
ruta de patatas a la inglesa y gambas cocidas.Javier Sánchez
Casa Amadeo. Los Caracoles Amadeo
Lázaro lleva 75 años siendo tabernero y su familia ha inclulcado la
costumbre de comer caracoles en Madrid. Abrió su taberna en 1942 –unos
números más debajo de su actual ubicación actual– y en 1972 se instaló
en la plaza de Cascorro 18, donde los parroquianos son fieles a un guiso
sabroso y de receta secreta, que heredó de su madre. Lázaro continúa
pasando por el bar cada día, hablando con habituales y neófitos en el
sabio consumo de este molusco. Los azulejos geométricos, los detalles
decorativos de los años setenta y la mezcla de público –los domingos de
Rastro está a reventar– son otro atractivo del local.Javier Sánchez
Bar Iberia Conocido
como el bar de los taxistas, el bar Iberia (Glorieta de Ruiz Jiménez,
4) es el punto de encuentro y descanso de este gremio desde hace
décadas, pero también ha funcionado para muchos como el primer
'afterhours' de Madrid. Su horario –21 horas abierto
ininterrumpidamente, aunque hasta hace un par de años no cerraba– ha
hecho que muchos vinieran aquí a pedir la última ronda de la noche o a
desayunar antes de irse a la cama. Desde 1979 lleva formando parte de
todas las rutas crápulas de Madrid.Javier Sánchez
Bodegas Alfaro Cuando
Manuel Alfaro llegó a Madrid desde Soria en 1918 no imaginó que las
bodegas que llevarían su apellido serían parte de la iconografía del
casticismo del siglo XX
1El Palentino Dos
cuñados regentan uno de los bares con más solera de Madrid, El
Palentino (Calle del Pez, 8), que ha inspirado al cineasta Álex de la
Iglesia para su película 'El Bar'. Con motivo de su estreno, el próximo
viernes 24 de marzo, el libro 'El Bar, historias y misterios de los
bares míticos de Madrid' (Lunwerg) reúne una selección de veteranos
locales que siguen dejando huella en la vida de los madrileños, como El
Palentino, que vivió la explosión y declive de la movida madrileña y
actualmente vuelve a disfrutar de un momento de fama. Los espejos de las
paredes y su popular fachada de mármol roto y ventanas de aluminio son
solo detalles de lo mucho que esconde este bar abierto en 1942.Javier Sánchez
2El Brillante En
1997, Bill y Hillary Clinton acudieron a Madrid por una cumbre de la
OTAN y además de visitar los grandes museos del paseo del Prado entraron
en otro templo de la ciudad, El Brillante (Plaza del Emperador Carlos
V, 8), para comerse un clásico bocata de calamares. No hay imágenes del
histórico bocado, pero sí el recuerdo de los camareros. Este local de la
glorieta de Atocha fue abierto en 1961 por Alfredo Rodríguez Villa, un
leonés que llegó a la gran ciudad en 1934 y aprendió el arte de la
fritura en otro símbolo del bocata, El Diamante.Javier Sánchez
3El Doble Situado
en Ponzano, kilómetro cero del tapeo madrileño, El Doble (Ponzano 58)
es un clásico de las cañas bien tiradas en vasos largos de 40
centilitros; “es la mejor medida y hace que se conserve mejor la crema
de la cerveza”, apuntan. Abierto en 1987 por Román del Puerto, esta
taberna con azulejos de Talavera de la Reina en la fachada es un reducto
de costumbrismo de tapa con pan tostado en el momento, como las de
antes. Recibe a banqueros, deportistas y 'foodies' que empiezan aquí una
ruta de patatas a la inglesa y gambas cocidas.Javier Sánchez
4Casa Amadeo. Los Caracoles Amadeo
Lázaro lleva 75 años siendo tabernero y su familia ha inclulcado la
costumbre de comer caracoles en Madrid. Abrió su taberna en 1942 –unos
números más debajo de su actual ubicación actual– y en 1972 se instaló
en la plaza de Cascorro 18, donde los parroquianos son fieles a un guiso
sabroso y de receta secreta, que heredó de su madre. Lázaro continúa
pasando por el bar cada día, hablando con habituales y neófitos en el
sabio consumo de este molusco. Los azulejos geométricos, los detalles
decorativos de los años setenta y la mezcla de público –los domingos de
Rastro está a reventar– son otro atractivo del local.Javier Sánchez
5Bar Iberia Conocido
como el bar de los taxistas, el bar Iberia (Glorieta de Ruiz Jiménez,
4) es el punto de encuentro y descanso de este gremio desde hace
décadas, pero también ha funcionado para muchos como el primer
'afterhours' de Madrid. Su horario –21 horas abierto
ininterrumpidamente, aunque hasta hace un par de años no cerraba– ha
hecho que muchos vinieran aquí a pedir la última ronda de la noche o a
desayunar antes de irse a la cama. Desde 1979 lleva formando parte de
todas las rutas crápulas de Madrid.Javier Sánchez
6Casa Alberto Este
local centenario del Barrio de las Letras ocupa el solar donde Miguel
de Cervantes vivió y escribió la segunda parte de 'El Quijote' y de 'Los
trabajos de Persiles y Segismunda'. Ilustre coincidencia para la
taberna Casa Alberto (Calle de las Huertas, 18), abierta en 1827, cuya
fachada de color rojo y su barra con lavadero de vasos denota la solera
del lugar. Fue el lugar predilecto del primer alcalde madrileño de la
democracia, Enrique Tierno Galván, quien acudía casi a diario para
probar sus croquetas de cocido o sus albóndigas en salsa.Javier Sánchez
Bodegas Alfaro Cuando
Manuel Alfaro llegó a Madrid desde Soria en 1918 no imaginó que las
bodegas que llevarían su apellido serían parte de la iconografía del
casticismo del siglo XX. Hasta tres bares llegó a tener repartidos por
Madrid, aunque es el de la calle Ave María 10 el que mejor conserva la
estética y el modus operandi que su fundador impulsó: vermú de grifo y
barra de zinc. Esta taberna mítica de Lavapiés aún conserva los portones
de color rojo que señalaban, entonces, que en ese local se servía buen
vino. Se dice que aquí se comían las mejores anchoas cántabras de la
capital y actualmente sus boquerones en vinagre permanecen en el top 10
del aperitivo madrileño.Javier Sánchez
Casa Revuelta Los
Soldaditos de Pavía son bocados de bacalao rebozado típicos de la
gastronomía popular madrileña. Un manjar de dos mordiscos vinculado a la
historia de la taberna Casa Revuelta (Calle de Latoneros, 3), donde hay
codazos los domingos (está cerca del Rastro) para tomarlo con una
cerveza en la mano.
En sus habitaciones y salones han dormido, bebido, celebrado fiestas y
corrido juergas desde Frank Sinatra hasta Marlon Brando. El madrileño
hotel InterContinental abrió hace justo 65 años en una España
deslumbrada por Hollywood.
Esta es una crónica sentimental de unos años
irrepetibles.
EL 24 DE DICIEMBRE de 2017, Nochebuena, el señalado día en que Ava Gardner habría cumplido 95 años, y me acerco al hotel donde la diva se coronó como reina de la noche de Madrid
desde la primera vez que resonaron sus pasos de tacón alto en el suelo
de mármol de Carrara de su suntuoso vestíbulo.
Ahora se llama hotel InterContinental Madrid (paseo de la Castellana, 49), pero en aquellos años de glamour,
lujo y desvarío hollywoodiense fue bautizado como Castellana Hilton.
Sucede que hoy también es mi cumpleaños y quiero brindar con Ava, y con
todos los fantasmas que aún pululan por el hotel, con un vodka dry
bien mezclado con sus lágrimas de Noilly Prat.
Pero antes de visitar el
bar hago un quiebro para subir a la habitación que siempre ocupaba Ava y
en la que residió por primera vez en cuanto pisó Madrid.
Allí me
planto, frente a la suite presidencial 716, también llamada suite Miró.
Me acompañan dos amables empleadas del hotel que se ofrecen a
mostrarme la estancia en la que tantas historias sucedieron, confundidas
la mayoría por la fantasía y la leyenda.
Cuando abren la puerta
disimulo como puedo la descarga de emoción que me atraviesa el pecho.
El
sueño de un mitómano. Vuelan los aires de furia de Frank Sinatra frente
a su Ava desmelenada, con su media sonrisa, tan bella en su rímel
corrido de ira.
Se abre la puerta de la ‘suite’ presidencial 716, donde tantas historias sucedieron, confundidas por la fantasía y la leyenda
El hotel ha sufrido varias modificaciones desde el momento en que el Hilton cambió de manos, pero la suite
716 apenas ha sido retocada y sigue teniendo la misma estructura
elegante y distinguida.
Al entrar se halla una gran sala de estar, y de
frente, una cristalera que da acceso a una terraza privada que ocupa el
chaflán del ático del edificio, con vistas al paseo de la Castellana.
Y a
la derecha, su dormitorio, con dosel recogido sobre una cama grandiosa;
y allí también un gran baño, una cocina y varios armarios.
Y en la
parte opuesta, un discreto escritorio de añejo castaño oscuro.
Una magnífica habitación de 140 metros cuadrados cuya tarifa en la
actualidad supera los 1.000 euros por noche.
Repaso con la vista cada
uno de sus rincones, abro de par en par las puertas de la terraza y pido
a mis acompañantes que me permitan estar a solas un rato allí dentro.
Ante mí, por el amplio salón de estar de la 716, pasa Frank Sinatra
con su orgullo italiano y 20 peluquines en uno de sus maletines de
viaje. Su colección de bisoñés superaba los 60, pero Franky no lo
ocultaba. Era uno de esos casos de hombres que se avergonzaban de su
calvicie, pero no de sus peluquines. Dicen que solo una vez se dejó ver
sin peluquín en público, el día del funeral de su amigo Gary Cooper,
en señal de respeto. El año 1953 tocaba a su fin y Frank apareció en el
Castellana Hilton al enterarse de la relación de su amada Ava con el
torero Luis Miguel Dominguín. Apenas llevaban dos años casados y ya se
habían distanciado, pero Frank no pudo soportar el desplante con el
torero y reaccionó como un loco, destrozando el mobiliario y lanzándole a
la cara a Ava un fajo de billetes de 100 dólares: “Aquí tienes los
19.000 dólares que me dejaste”.
La relación entre los dos astros fue un cóctel explosivo de amor y
odio que se prolongó hasta la muerte de ella.
Pero el idilio de Ava con
el torero lastimó el corazón de Frank.
La leyenda dice que cuando Ava y Luis Miguel acabaron de hacer el amor en esa suite
del Hilton, él se levantó y comenzó a vestirse. “¿Adónde vas?”, le
preguntó ella.
“A contarlo”, contestó él.
Aunque, como suele ocurrir, se
funde la realidad con la fantasía en todos los sucesos de fuste.
Carlos
Abella tiene escrito que cuando le preguntó a Luis Miguel por ese
episodio, este le dijo: “¿Tú crees que yo hice eso? No, hombre, no. Me quedé en la habitación
con ella, pero luego, cuando estuve con los amigos, me pareció
ingenioso contarlo de esa manera”.
En los cincuenta hubo un Madrid que fue una fiesta
. Por el Hilton pasaron Sophia Loren, Zsa Zsa Gabor, Bette Davis y Cary Grant
Cierto es que Ava Gardner bebía por los codos, iba rebotando de un
bar a otro, de un tablao a otro, y luego remataba la faena con quien le
daba la gana.
Se cuenta que una noche, en plena Puerta del Sol, se
descalzó, paró un camión de la basura y pidió al conductor que le
llevara al hotel. Pero el gran productor Tedy Villalba comentó en su
momento que “no era follar por follar, lo que le ocurría era que le
aterraba quedarse sola por las noches”.
A Ava le gustaba bañarse con
leche en su suite e iluminarse tan solo con velas.
En una ocasión, durante el rodaje de 55 días en Pekín, se encaprichó de un botones del hotel, un joven chicarrón de casi dos metros de altura, y le invitó a entrar a su suite.
Enrique, uno de los maîtres del hotel, ya fallecido, aseguró que dejó seco al chaval.
La dirección del hotel quiso despedir al botones, pero Howard Newman,
el jefe de publicidad de Bronston, le preguntó al director: “¿Qué
hubiera hecho usted si Ava le pide guerra?”. Y ante tal cuestión el
chico logró salvar el cuello.
Más allá de sus excesos, todo el mundo que
tuvo contacto con Ava la recuerda como una señora muy amable con todo
el personal, generosa en las propinas —se estiraba, a veces, con más de
2.000 pesetas de la época— y uno de los huéspedes con más clase que
pasaron por el hotel.
El Castellana Hilton se inauguró en septiembre de 1953 —ahora se
cumplen 65 años— y se convirtió en el hotel más moderno de Madrid.
Fue
construido sobre el palacete del marqués del Mérito, del siglo XVIII,
por el arquitecto Luis Martínez-Feduchi, el mismo que proyectó el
edificio Capitol de la plaza del Callao de Madrid. España empezaba a
salir del aislamiento tras la Guerra Civil
y el acercamiento a Estados Unidos era la prioridad de la política
exterior del régimen franquista.
Era el primer Hilton de Europa y para
su inauguración el presidente de la cadena, Conrad Hilton, fletó cuatro
aviones de la TWA cargados de invitados.
A la fiesta, que se prolongó
durante tres días, acudieron varios ministros franquistas y multitud de
estrellas de Hollywood.
Fueron unos años en los que hubo un Madrid que era una verdadera fiesta.
Sophia Loren, Charlton Heston, Gina Lollobrigida, Zsa Zsa Gabor, Bette
Davis, Cary Grant, Robert Mitchum o Marlon Brando, entre otros, se
alojaron en sus habitaciones.
Aparte de Ava Gardner, fueron Bette Davis y
Robert Stack los primeros en llegar al hotel con motivo del rodaje en
Madrid de El capitán Jones (John Farrow, 1959), dos años antes de la gran producción Rey de reyes.
Vidal (Efe)
Enrique, el antiguo maître del hotel que fue testigo de la
fiesta de inauguración, dejó antes de morir un truculento testimonio
relacionado con Marlon Brando. Según su versión, Brando hacía que le
subieran todos los días a su suite uno o dos patos. —¿Cómo los quiere? —le preguntaban— ¿En confit, a la naranja…? —No, no —interrumpía Brando—. Vivos, los quiero vivos. A la mañana siguiente, cuando llegaban las camareras a arreglar la
habitación, se encontraban una escena más bien tremebunda: los patos
yacían en el suelo degollados, algo desplumados y sobre un charco de
sangre. Lo que hiciera en la soledad de su suiteMarlon Brando con los patos es un misterio. Imperó la ley del silencio y el asunto jamás trascendió más allá de los muros del hotel. El periodista Tico Medina tuvo ocasión de conocer a Brando en el estreno en Madrid de Un tranvía llamado deseo. Tico, tirando de ingenio, se las arregló para hacerle una entrevista a
Brando a bordo de uno de aquellos viejos tranvías que subían por la
Castellana y pasaban junto al Hilton. “No habló mucho”, me comenta Tico. “Hicimos las fotos y al parar en
el hotel me invitó a su habitación. Me mostró una especie de trapito
enrollado manchado con un color más bien oscuro y que reposaba sobre su
mesita de noche. Era una compresa femenina usada. ‘Mira’, me dijo, ‘este
es el paño más íntimo de mi adorable esposa india, Anna”.
El escritor y cinéfilo Jesús García de Dueñas recuerda divertido aquellos días de vino y rosas del Hilton en los que ejercía de jovencísimo periodista de Triunfo. “Era un mundo de lujuria y de alcohol. Las fiestas en las habitaciones
del Hilton eran de órdago y siempre había algún cliente que protestaba
airadamente. Y luego salías a la calle y en la puerta del hotel te
abordaban dos o tres policías secretas para interrogarte con malos modos
acerca del sarao. ‘¿Quién había en esa fiesta?, ¿qué hacía la gente?,
¿había drogas?’, te preguntaban los siniestros agentes”.
Había unas fiestas de ambiente gay que estaban muy en boga en Madrid y
se hablaba de ellas hasta en Nueva York, como recuerda García de
Dueñas.
“Después de un par de copas en el Hilton se iban al Chicote a
comprar cocaína y de ahí directos a tres lugares de ambiente que
traspasaron fronteras.
Eran tres casas privadas: la de Luis Escobar,
marqués de las Marismas; la del figurinista Vitín María Cortezo y la del
pintor panameño Pablo Runyan.
En esta última casa se sentó a mi lado
Leonard Bernstein; yo tenía 19 años y era muy ingenuoEl caso es que mientras yo alababa su música, la cuarta de Brahms y
todo eso, el genio empezó a meterme mano y salí de allí pitando con la
ayuda de mi amigo pintor”.
Al productor Enrique Herreros no se le olvida la primera vez que pisó
el Castellana Hilton. Era el 22 de noviembre de 1963 y se iba a
celebrar una gran fiesta por el comienzo del rodaje de La caída del Imperio Romano; él era uno de los organizadores. Pero, cosas de la vida, todo se fue al
traste porque fue el fatídico día que asesinaron al presidente
estadounidense John Fitzgerald Kennedy en Dallas.
Efe
Poco después, a Herreros le tocó seguir de cerca a Robert Mitchum, quien apareció por Madrid para el rodaje de Villa cabalga
y también se hospedó en el Castellana Hilton. Enrique Herreros fue su
cicerone madrileño: “Se celebró la rueda de prensa en un salón del hotel
y uno de los periodistas, Felipe Navarro, Yale, se levantó y
preguntó a Mitchum: ‘¿Cuántas veces ha estado en la cárcel?’. ‘Seven
[Siete]’, respondió Mitchum. ‘¿Por qué entró la última vez en prisión?’,
insistió Yale. ‘For pissing in the grass [Por mear en la
hierba]’, concluyó el astro”. “Tras tomar un par de copas en el bar del
hotel”, relata Herreros, “el productor me pidió que le paseara por
Madrid y no nos alejamos mucho. Justo enfrente del hotel, al otro lado
de la Castellana, se hallaba un afamado club de señoritas llamado San
Jorge, decorado con pinturas del artista vasco Juan de Echevarría. Al
entrar al club, Mitchum exclamó, en grave y sonoro inglés americano:
‘¡Aquí hay acción!’. El tío no paraba de fumar marihuana y a mí me
estaba entrando un mareo tremendo. A Mitchum le gustaba mear en la
hierba, pero sobre todo fumársela, ya lo creo. Y allí pasamos un rato
largo. Y yo, más ahumado que nunca”. Van desfilando los recuerdos y yo me acerco, por fin, a la barra del
hotel y le pido al barman un vodka dry, que me sirve con destreza. Y ahí
me quedo, solo y envuelto en mis pensamientos, ajeno al trajín navideño
del hotel, fantaseando a lo tonto con que Ava se apareciera a mi lado
con su invencible aroma para brindar por nuestro cumpleaños. Pero ¡bah,
qué cosas! El caso es que escuché unos tacones lejanos. Y eché un trago largo al coleto. Por si las moscas.
Marisa Paredes podrá pecar de muchas cosas, pero no de falsa
modestia. Con 71 años de vida y casi 60 de obra, la meritoria de los Estudio 1
de Televisión Española, la diva del teatro y de 75 películas, la musa
de tantos directores, la expresidenta de la Academia de Cine, recibe el
reconocimiento de sus colegas con emoción genuina, pero también con
indisimulado orgullo. “Sí, si es por haber trabajado mucho y bien, me lo
merezco”. Recogerá Paredes el Goya
vestida con algún modelazo de Sybilla, como el traje verde de Becky del
Páramo que le regaló Almodóvar al final del rodaje y de los que solo
ella, y unas pocas frágiles por fuera y presuntamente fuertes por dentro
como ella, pueden llevar como una bata de estar por casa. Luce Paredes
en vísperas de tal momentazo más frágil que nunca si cabe. La voz marca
de la casa más cansada, más melancólica, más apagada, más realista. “La
melancolía tiene que ver con notar que todas tus cosas han bajado de
intensidad. El paso del tiempo deja huellas, en tu voz, en tu rostro, en
tu cuerpo, en tu forma de moverte y también en tu mente. Cuando eres
joven, vuelas, lo quieres todo en el momento, y cuando pasa el tiempo
ves que han quedado atrás cosas, entre ellas algunas ilusiones.
—¿También laborales? —De esas, menos. He sido muy afortunada. Me han dado las
suficientes oportunidades para que mi trabajo se vea con aprecio y
cariño. He trabajado con muchos y grandes directores. Mi carrera ha sido
como un tren en marcha y continuo. Siempre me preguntan si Almodóvar
fue un antes y un después, y no es eso, pero sí un más allá. Digamos que
Pedro provocó un cambio de agujas del tren al ancho internacional y
lanzó mi carrera al mundo. Ese mundo es, era, al que quería pertenecer la niña Marisa,
hija de Petra, portera de la Plaza de Santa Ana de Madrid, cuando veía
pasar a los actores del Teatro Español rumbo a las tablas. No quería ser
exactamente actriz. O no solo eso. Quería ser cantante, o espía, o
abogada de causas justas porque le rebelaba la injusticia, pero sobre
todo quería escapar de un destino no por no escrito, menos inexorable.
“Sabía que la vida tenía otro color, que se hablaba de otras
cosas. Y quería estar ahí, ser una de ellos, huir de una realidad
sórdida. Sabía que en el teatro no podía pasar nada malo. Hoy, cuando
vuelvo allí, vuelven aquellos recuerdos y sé que no me he equivocado. Además, he podido ser cantante y espía, y abogada de causas nobles”,
bromea. En ese sentido, la presidenta de la Academia del No a la guerra
en 2003, dedica un sombrerazo al #MeToo de las cineastas
estadounidenses contra el acoso sexual en la industria. “Han tenido el
valor de romper el tabú del silencio y la vergüenza. Basta de sentirnos
humilladas por el abuso de poder de los hombres. No creo que el
manifiesto de las francesas sea contra ellas, nadie puede estar contra
la denuncia de abusos, eso es un malentendido. El verdadero peligro no
es esa presunta división, sino que esto quede en una llamarada y no
siga, porque ese grito debe seguir de una vez y para siempre”. —Hemos visto el poder de la unión. Pero, ¿cuál es el poder del actor? ¿Se tiene o se aprende? —Uf, un poco de todo. Uno lo trabaja en la medida que sabe
que lo tiene. Es el poder de la verdad, el de contar las cosas sin que
nadie te las discuta, porque se lo cree. Es la verdad lo que sale de mí y
de cualquiera que quiera llegar al fondo. Es el único poder que tengo. Lo dice alguien que ha convencido al público de estar viendo tanto a una reina como a una portera. Petra se llama, como su madre, la película de Jaime Rosales que tiene pendiente de estreno. Otra cosa es qué ve ella en el espejo. —Hace 5 años, me confesó en El País Semanal que estaba pensando retocarse. Veo que resistió.
—Resistí, sí. Claro que te lo planteas. El público no tolera
en general que envejezcas, no les gusta, te ven y te dicen: ‘Ay, qué
pena, con lo guapa que era usted’. —Qué simpáticos, ¿no? —Mucho. Y añaden, ¿pero no se va a hacer nada? Hoy se lo
hace todo el mundo y hay unas comparaciones absurdas para ser como eras
hace 15 años. No, no me voy a hacer nada, esto es lo que soy, y usted
tragará, o no, pero no me vuelva a hablar de lo que era . Sigo siendo la
hija de la portera.