La actriz, de 71 años, recoge hoy el Goya de Honor y asegura: “Si es por haber trabajado mucho y bien, me lo merezco”
Marisa Paredes podrá pecar de muchas cosas, pero no de falsa
modestia.
Con 71 años de vida y casi 60 de obra, la meritoria de los Estudio 1 de Televisión Española, la diva del teatro y de 75 películas, la musa de tantos directores, la expresidenta de la Academia de Cine, recibe el reconocimiento de sus colegas con emoción genuina, pero también con indisimulado orgullo.
“Sí, si es por haber trabajado mucho y bien, me lo merezco”.
Recogerá Paredes el Goya vestida con algún modelazo de Sybilla, como el traje verde de Becky del Páramo que le regaló Almodóvar al final del rodaje y de los que solo ella, y unas pocas frágiles por fuera y presuntamente fuertes por dentro como ella, pueden llevar como una bata de estar por casa.
Luce Paredes en vísperas de tal momentazo más frágil que nunca si cabe.
La voz marca de la casa más cansada, más melancólica, más apagada, más realista.
“La melancolía tiene que ver con notar que todas tus cosas han bajado de intensidad.
El paso del tiempo deja huellas, en tu voz, en tu rostro, en tu cuerpo, en tu forma de moverte y también en tu mente.
Cuando eres joven, vuelas, lo quieres todo en el momento, y cuando pasa el tiempo ves que han quedado atrás cosas, entre ellas algunas ilusiones.
—¿También laborales?
—De esas, menos. He sido muy afortunada.
Me han dado las suficientes oportunidades para que mi trabajo se vea con aprecio y cariño.
He trabajado con muchos y grandes directores.
Mi carrera ha sido como un tren en marcha y continuo.
Siempre me preguntan si Almodóvar fue un antes y un después, y no es eso, pero sí un más allá.
Digamos que Pedro provocó un cambio de agujas del tren al ancho internacional y lanzó mi carrera al mundo.
Ese mundo es, era, al que quería pertenecer la niña Marisa, hija de Petra, portera de la Plaza de Santa Ana de Madrid, cuando veía pasar a los actores del Teatro Español rumbo a las tablas.
No quería ser exactamente actriz.
O no solo eso. Quería ser cantante, o espía, o abogada de causas justas porque le rebelaba la injusticia, pero sobre todo quería escapar de un destino no por no escrito, menos inexorable.
“Sabía que la vida tenía otro color, que se hablaba de otras cosas.
Y quería estar ahí, ser una de ellos, huir de una realidad sórdida. Sabía que en el teatro no podía pasar nada malo.
Hoy, cuando vuelvo allí, vuelven aquellos recuerdos y sé que no me he equivocado.
Además, he podido ser cantante y espía, y abogada de causas nobles”, bromea.
En ese sentido, la presidenta de la Academia del No a la guerra en 2003, dedica un sombrerazo al #MeToo de las cineastas estadounidenses contra el acoso sexual en la industria.
“Han tenido el valor de romper el tabú del silencio y la vergüenza. Basta de sentirnos humilladas por el abuso de poder de los hombres.
No creo que el manifiesto de las francesas sea contra ellas, nadie puede estar contra la denuncia de abusos, eso es un malentendido. El verdadero peligro no es esa presunta división, sino que esto quede en una llamarada y no siga, porque ese grito debe seguir de una vez y para siempre”.
—Hemos visto el poder de la unión. Pero, ¿cuál es el poder del actor? ¿Se tiene o se aprende?
—Uf, un poco de todo.
Uno lo trabaja en la medida que sabe que lo tiene.
Es el poder de la verdad, el de contar las cosas sin que nadie te las discuta, porque se lo cree.
Es la verdad lo que sale de mí y de cualquiera que quiera llegar al fondo.
Es el único poder que tengo.
Lo dice alguien que ha convencido al público de estar viendo tanto a una reina como a una portera.
Petra se llama, como su madre, la película de Jaime Rosales que tiene pendiente de estreno.
Otra cosa es qué ve ella en el espejo.
—Hace 5 años, me confesó en El País Semanal que estaba pensando retocarse. Veo que resistió.
—Resistí, sí. Claro que te lo planteas. El público no tolera en general que envejezcas, no les gusta, te ven y te dicen: ‘Ay, qué pena, con lo guapa que era usted’.
—Qué simpáticos, ¿no?
—Mucho.
Y añaden, ¿pero no se va a hacer nada? Hoy se lo hace todo el mundo y hay unas comparaciones absurdas para ser como eras hace 15 años.
No, no me voy a hacer nada, esto es lo que soy, y usted tragará, o no, pero no me vuelva a hablar de lo que era
. Sigo siendo la hija de la portera.
Con 71 años de vida y casi 60 de obra, la meritoria de los Estudio 1 de Televisión Española, la diva del teatro y de 75 películas, la musa de tantos directores, la expresidenta de la Academia de Cine, recibe el reconocimiento de sus colegas con emoción genuina, pero también con indisimulado orgullo.
“Sí, si es por haber trabajado mucho y bien, me lo merezco”.
Recogerá Paredes el Goya vestida con algún modelazo de Sybilla, como el traje verde de Becky del Páramo que le regaló Almodóvar al final del rodaje y de los que solo ella, y unas pocas frágiles por fuera y presuntamente fuertes por dentro como ella, pueden llevar como una bata de estar por casa.
Luce Paredes en vísperas de tal momentazo más frágil que nunca si cabe.
La voz marca de la casa más cansada, más melancólica, más apagada, más realista.
“La melancolía tiene que ver con notar que todas tus cosas han bajado de intensidad.
El paso del tiempo deja huellas, en tu voz, en tu rostro, en tu cuerpo, en tu forma de moverte y también en tu mente.
Cuando eres joven, vuelas, lo quieres todo en el momento, y cuando pasa el tiempo ves que han quedado atrás cosas, entre ellas algunas ilusiones.
—¿También laborales?
—De esas, menos. He sido muy afortunada.
Me han dado las suficientes oportunidades para que mi trabajo se vea con aprecio y cariño.
He trabajado con muchos y grandes directores.
Mi carrera ha sido como un tren en marcha y continuo.
Siempre me preguntan si Almodóvar fue un antes y un después, y no es eso, pero sí un más allá.
Digamos que Pedro provocó un cambio de agujas del tren al ancho internacional y lanzó mi carrera al mundo.
Ese mundo es, era, al que quería pertenecer la niña Marisa, hija de Petra, portera de la Plaza de Santa Ana de Madrid, cuando veía pasar a los actores del Teatro Español rumbo a las tablas.
No quería ser exactamente actriz.
O no solo eso. Quería ser cantante, o espía, o abogada de causas justas porque le rebelaba la injusticia, pero sobre todo quería escapar de un destino no por no escrito, menos inexorable.
“Sabía que la vida tenía otro color, que se hablaba de otras cosas.
Y quería estar ahí, ser una de ellos, huir de una realidad sórdida. Sabía que en el teatro no podía pasar nada malo.
Hoy, cuando vuelvo allí, vuelven aquellos recuerdos y sé que no me he equivocado.
Además, he podido ser cantante y espía, y abogada de causas nobles”, bromea.
En ese sentido, la presidenta de la Academia del No a la guerra en 2003, dedica un sombrerazo al #MeToo de las cineastas estadounidenses contra el acoso sexual en la industria.
“Han tenido el valor de romper el tabú del silencio y la vergüenza. Basta de sentirnos humilladas por el abuso de poder de los hombres.
No creo que el manifiesto de las francesas sea contra ellas, nadie puede estar contra la denuncia de abusos, eso es un malentendido. El verdadero peligro no es esa presunta división, sino que esto quede en una llamarada y no siga, porque ese grito debe seguir de una vez y para siempre”.
—Hemos visto el poder de la unión. Pero, ¿cuál es el poder del actor? ¿Se tiene o se aprende?
—Uf, un poco de todo.
Uno lo trabaja en la medida que sabe que lo tiene.
Es el poder de la verdad, el de contar las cosas sin que nadie te las discuta, porque se lo cree.
Es la verdad lo que sale de mí y de cualquiera que quiera llegar al fondo.
Es el único poder que tengo.
Lo dice alguien que ha convencido al público de estar viendo tanto a una reina como a una portera.
Petra se llama, como su madre, la película de Jaime Rosales que tiene pendiente de estreno.
Otra cosa es qué ve ella en el espejo.
—Hace 5 años, me confesó en El País Semanal que estaba pensando retocarse. Veo que resistió.
—Resistí, sí. Claro que te lo planteas. El público no tolera en general que envejezcas, no les gusta, te ven y te dicen: ‘Ay, qué pena, con lo guapa que era usted’.
—Qué simpáticos, ¿no?
—Mucho.
Y añaden, ¿pero no se va a hacer nada? Hoy se lo hace todo el mundo y hay unas comparaciones absurdas para ser como eras hace 15 años.
No, no me voy a hacer nada, esto es lo que soy, y usted tragará, o no, pero no me vuelva a hablar de lo que era
. Sigo siendo la hija de la portera.
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