Un Blues

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Del material conque están hechos los sueños

29 ene 2018

‘Tres anuncios en las afueras’ funciona como comedia negra

‘Tres anuncios en las afueras’ funciona como comedia negra pero no logra sobreponerse a su esquizofrenia de tono.

 

La trayectoria de Martin McDonagh venía precedida por dos divertidas y autoconscientes comedias negras con poso tarantiniano como ‘Escondidos en Brujas
 (In Bruges, 2008) y ‘Siete psicópatas’ (Seven Psychopaths, 2012). En ellas mostraba una incorrección y brutalidad de cómic de línea vértigo y conseguía que el espectador se plantease si en ocasiones era oportuno reír con muchos de sus gags.
 Por ello, un proyecto de drama con fondo criminal en un entorno rural americano resultaba, cuanto menos, extraño.
Hay una serie de tropos sobre los que el director, irlandés, cimenta la naturaleza de trhiller americano de su tercera obra.
 La madre coraje que busca justicia para su hija violada de 'Ojo por ojo' (Eye for an Eye, 1995), la crónica negra extrafalaria de la américa profunda, el western de nuevo cuño o incluso detalles como el policía con cáncer, una nota que parece sacada de la extraordinaria 'Animales Nocturnos' (Nocturnal Animals, 2016), en la que también se buscaba al asesino de una joven.
Billboards Web3 

Nunca hay suficiente Frances McDormand

Para sorpresa de muchos, ‘Tres anuncios en las afueras’ (Three Billboards Outside Ebbing, Missouri, 2017) se ha convertido en uno de esos fenómenos tan de enero, en los que una película empieza a recibir premios antes de que nadie la haya visto, y teniendo en su reparto a Frances McDormand, no es de extrañar. Su perfil llena la pantalla, genera un propio elemento icónico automático por sí sola y su interpretación, brutalmente divertida y triste, merece todos los premios que le acaben viniendo a las manos. 
Sin embargo, en los momentos en que la trama abandona su arco la película se resiente.
Y, desafortunadamente, ese detalle dice mucho más de lo que parece a primera vista, puesto que deja expuestos algunos problemas que hacen que, cuando aparecen los créditos finales uno tenga más frío y perplejidad que entusiasmo.
 La primera mitad de la película es una mezcla perfecta de misantropía, humor negro y drama que afronta temas difíciles, situaciones macabras y problemas de peso sin ofrecer respuestas fáciles, con personajes que dejan claro que no están en una clásica rendición neowestern o al género criminal de A-B-C.
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Sin embargo, conforme avanza, esa mitad se muestra más un ensayo en la cabeza del espectador que lo que realmente está sucediendo en frente del proyector.
 Lo que ha intentado McDonagh es encomiable. Darle fuelle a una comedia negrísima en la que el protagonista principal trata de hacer justicia por su hija adolescente asesinada es un desafío que podría tener un resultado polifacético, pero tonalmente, hace falta bastante sutilidad y mano en su ejecución para que respire.  
Cuando funciona, brilla, pero cuando no lo hace, te saca de las escenas por completo.

Cambios de tono imposibles

Especialmente cuando tu historia está poblada por gente irascible y de lenguaje rudo a los que tras una explosión de violencia vemos en momentos inesperados de dulzura y tristeza evocadora.
 La misantropía y el sentimentalismo se llevan a matar, y hace falta más que canciones indie-folk para efectuar un mezcla en equilibrio de tragedia y humor.
 No ayuda que a veces se plantee a sí misma como una ramificación de ‘Mistyc River’ (2003), de tono áspero y costumbrista y de pronto surjan escenas casi de tebeo de Garth Ennis, como cuando Mildred visita a un dentista y le hace un agujero en la uña con su propio instrumento de tortura.

Por supuesto, ningún problema con sus exabruptos casi gore, pero cuando después se trata de concebir un momento de belleza, como la forzadísima escena del ciervo digital, se acaba convirtiendo en una cacofonía de gritos articulados con un megáfono dentro de un velatorio.
 Sí que hay alguno de esos momentos que cuajan de forma perfecta, como toda la narración en off de Woody Harrelson en la carta de despedida de Willoughby a su esposa.
 Las lágrimas se derraman sin ser sensiblera, mezclando la cantidad justa de humor y tristeza para lograr algo sincero y real. 
Billboard Dixon
Si la presencia de Mildred se resiente es en parte por la cantidad de tiempo dedicado al personaje de Dixon
Pese a una gran interpretación de Sam Rockwell, el arquetipo de idiota racista que ha torturado a hombres negros no llega mucho más allá maniqueo estereotipo del bruto redimido.
 Un redneck cazurro que vive en casa con su despiadada madre y va convirtiéndose en la encarnación de la moral turbia de la película, que se empeña en hacerlo cada vez más desagradable para luego invocar nuestro perdón tras leer una carta hasta el punto de casi convertirse en un héroe.
 

¿Un guion de Globo de Oro?

El problema no es que solo que ese conflicto no logre dar con personaje complejo que trata de conseguir, sino que expone un intento de manipulación emocional solo equiparable al tratamiento zafio de algunos habitantes de Ebbing.
 Peter Dinklage interpreta a un personaje secundario que parece estar allí solo para que los otros personajes puedan llamarlo enano. Otro momento álgido de las soluciones burdas es cuando un personaje de color echa una miradita a otro y acaban juntos, o la misma representación de las mujeres que no son la protagonista, poco más que chicas tontas de las que reírse.
 El dilema no es lo problemático, sino que apesta a cliché.
Esto acaba dejando a la vista que quizá el guion no es tan brillante como quiere hacer creer.
 Como la escena en la que Mildred echa a un sacerdote de su casa tras una larga diatriba reaccionaria comparando sacerdotes pedófilos y encubridores con bandas criminales de barrio.
 Un soliloquio que McDormand ejecuta a la perfección pero que parece salir de la nada, desconectado de la película e irreal dentro de un personaje de pueblo.
 Queda poco más que como una pueril invitación, sin venir a cuento, de pura demagogia para que el anticlericalismo aplauda.
Billboard Marido
Pero lo cierto es que el cura solo va a echar una mano a su hijo, al que el comportamiento de Mildred está poniendo en problemas.
 Por supuesto, la mujer está en un momento de pura ira y la comprendemos hasta cierto punto, pero sus tácticas se vuelven cada vez más indefendibles.
 Su brusca franqueza nos hace gracia pero el resultado es que cada vez es más obstinada. 
 Cuando su trama se cruza de nuevo con la de Dixon sus virajes se complementan, mostrando las buenas intenciones de un guion que parece que dejaron en fase de borrador a partir del momento en que la figura de Willoughby desparece de la trama.

Tres anuncios en las afueras': de lo brillante a la brocha gorda

Extintores que aparecen en las manos de la nada, policías que nunca arrestan a nadie aunque hayan mandado al hospital a alguien o tengan todos los signos de haber provocado un incendio… 
el exmarido que maltrataba sin que ni sus hijos lo supieran que, al reaparecer, casualmente, tarda un minuto en agarrarla del cuello delante de su hijo, que no duda un segundo en ponerle un cuchillo en la garganta.
 ¿Una madre que desea a su hija que la violen y es exactamente lo que pasa? Todo podría suceder sí, pero la acumulación de momentos implausibles hace sospechar.
Hay ciertas carencias que indican una falta de cocción evidente. Los personajes tienen hilos sueltos que ni siquiera se sugieren. La falta de trasfondo de por qué Dixon odia a todos o la falta de desarrollo del desconcertado hijo adolescente de Mildred tienen un pase, pero cuando aparece el violador ex-machina, literalmente, como un elefante en una cacharrería, ya no es un problema de falta de elegancia.
 No hay excusa para la entrada en la mitad de la trama de un militar que amenaza a Mildred a más de 1000 kilómetros de donde vive.
Hay que reconocerle a ‘Tres anuncios a las afueras’ su capacidad para el humor macabro y ciertos, no demasiados, hallazgos visuales, pero en conjunto se percibe como un experimento decepcionante, rescatado por un elenco talentoso. 
Sus esfuerzos por dar distintos colores a la ética de sus personajes empuja sus diversos giros y vueltas hasta llegar a una conclusión abierta insuficiente, reaccionaria, e incluso irritante al lanzar un anzuelo de falsa ambigüedad y dejar que el público decida, algo que más bien parece como si a sus creadores en realidad no les importara lo suficiente como para enseñar su propia posición.
 

Orwell, un “partisano arrogante” por la Guerra Civil española

El historiador Paul Preston critica la mirada ideologizada que hizo el escritor inglés de la caída de la República a los 80 años de su ‘Homenaje a Cataluña’.

 
Barcelona
George Orwell, en una imagen de principios de los años 40.
George Orwell, en una imagen de principios de los años 40.
Homenaje a Cataluña, de George Orwell, quizá sea, a los 80 años de su publicación, uno de los libros más leídos (o quizá el único, para muchos, y especialmente en el mundo anglosajón) sobre la Guerra Civil. 
Y junto a la película Tierra y libertad, de Ken Loach, que se basó en ese testimonio, de los que más claramente fijó la idea de que la represión del proceso revolucionario que lideraban anarquistas y trotskistas por parte de las autoridades fue lo que llevó a la derrota final de la República ante el fascismo franquista.
 Es un relato “intenso, bien escrito, un testimonio agudo”, admite el historiador Paul Preston, pero predomina en él la mirada de “un partisano arrogante que dice al lector lo que ha de pensar” y está cargado de comentarios “ingenuos y engañosos”, por lo que se puede acusar al autor de “deshonestidad y de culpable ignorancia”. 
Así lo afirma el prestigioso especialista de la Guerra Civil y biógrafo de Franco en un extenso artículo, Llums i ombres a ‘Homenatge a Catalunya’, en el décimo número de la publicación digital Segle XX. Revista catalana d’Història, editada por la Universitat de Barcelona en colaboración con la Fundación Cipriano García, de CCOO. “El libro hizo más para desacreditar la causa legitimista que cualquier otro libro escrito por enemigos de la Segunda República”, sentenció sobre Homenaje a Cataluña al poco de aparecer, en 1938, el gran corresponsal de The New York Times en el conflicto, Herbert Mathews, según recoge Preston en su documentado trabajo de 30 páginas.
 Los errores de Orwell tendrían su pilar central en el hecho de que todo su análisis político y sus predicciones “están profundamente viciadas por su aceptación de las visiones partidistas de los camaradas anarquistas y del POUM, así como por un desconocimiento del contexto” sociopolítico de la guerra, según Preston. 
El futuro autor de Rebelión en la granja, militante del socialista Partido Laborista Independiente inglés, llegó a Barcelona en diciembre de 1936 y se alistó como miliciano del Partit Obrer d’Unificació Marxista (POUM), de tendencia trotskista, acabando en el Frente de Aragón.
Amén de documentar que Orwell no dominaba en exceso ni el catalán ni el castellano (que el propio escritor calificó de “criminal”), lo que siembra “algunas dudas sobre su honestidad” cuando reproduce supuestamente con mucho detalle conversaciones y encuentros, o de asegurar que el gobierno de la República estaba “virtualmente bajo control de los comunistas” como indicaba la persecución que sufría el POUM, Preston le recrimina con cierta contundencia que mantuviera la tesis de que fue la represión estalinista aplicada por el Gobierno, especialmente en la etapa de Juan Negrín, la que comportara indirectamente la victoria de Franco.
 “Es una explicación perversa de la causa de la derrota republicana”, sostiene.
 El historiador le acusa de exagerar la atmósfera revolucionaria que describe en la Barcelona de enero de 1937 ni de ser tampoco consciente de “la violencia gratuita que había acompañado la revolución social”. 


Portada de la primera edición inglesa de 'Homenaje a Cataluña', de 1938.
Portada de la primera edición inglesa de 'Homenaje a Cataluña', de 1938.
En opinión de Preston, “era cuestión de sentido común que era necesario reducir las actividades revolucionarias de anarquistas y de los antiestalinistas del POUM” y defiende que los famosos Fets de Maig de 1937 que enfrentaron al gobierno de la Generalitat con anarquistas y POUM en las calles de Barcelona y que épicamente describió el escritor a favor de los últimos
 “fueron provocados por la necesidad de eliminar obstáculos a toda conducción eficiente de la guerra (…) Orwell no supo ver que la República española no sólo luchaba contra Franco y sus ejércitos, sino también contra el poder militar y económico de Mussolini y Hitler, en un contexto de hostilidad anglofrancesa”.
Pero Preston, quizá en la aportación más polémica, va un paso más allá y sostiene que Orwell sabía que defendía una tesis errónea cuando se publicó el libro y que incluso ya había cambiado significativamente de opinión respecto a lo que había escrito, reconociendo la necesidad de un esfuerzo bélico unificado en el bando republicano, cambio al que no habría sido ajeno un encuentro con el propio Negrín en 1940, quien ´le habría explicado las razones de la actitud del gobierno republicano. 
Todo ello lo reflejaría en su ensayo de 1942 Recordando la guerra de España
 “La tesis trotskista de que la guerra se habría ganado si no se hubiera saboteado la revolución es probablemente falsa. Nacionalizar fábricas, demoler iglesias y publicar manifiestos revolucionarios no habría aumentado la eficacia de los ejércitos”, le cita el historiador.
 También expone un fragmento de una carta de 1938 a un amigo: “No dudo que he hecho muchos errores y declaraciones engañosas (…) Di una versión más comprensiva de la línea POUM de lo que realmente sentía, porque siempre les dije que estaban equivocados (…) Pero es que no tenían audiencia alguna en la prensa capitalista y solo fueron objeto de libelos en la prensa de izquierdas”, se excusa.
 

 

Por qué los hombres dejaron de usar faldas, tacones y pelucas

En la corte de Luis XIV había pocas cosas tan importantes como lucir tacones rojos.

Cincinato abandona el arado para dictar leyes a Roma, de Juan Antonio Ribera (1806)
Cincinato abandona el arado para dictar leyes a Roma, de Juan Antonio Ribera (1806)
Los tacones fueron un símbolo de estatus para los hombres antes de que los llevaran las mujeres. 
Lo explica la historiadora Maude Bass-Krueger en un artículo publicado en Google Arts & Culture en el que repasa la historia de este accesorio y que se ha leído y compartido estos días. 
Además, no es la única prenda que llevaban hombres y que ahora se considera propia de la moda femenina: a lo largo de la historia, también han llevado faldas y maquillaje. ¿Por qué dejaron de hacerlo?
En su texto, Bass-Krueger recuerda que los primeros en llevar tacones fueron los jinetes persas en el siglo X, para mantener las botas en los estribos con más facilidad. 
En el siglo XVII, la moda de los tacones llegó a los aristócratas europeos, donde se convirtió en símbolo de virilidad y poder militar. 
La autora se detiene en Luis XIV: “Durante su reinado, cuanto más altos y más rojos eran los tacones, más poderoso era quien los llevaba”. 
El rey solo permitía los tacones de este color a las personas más cercanas.
En el siglo XVIII los tacones llegan al calzado femenino y acaban rebasando en altura al masculino.
 Con la Revolución Francesa desaparece el tacón para hombres, ya que se asociaba a la aristocracia.
 Pero no del todo, como aún se aprecia en algunos modelos de botas.

Federico Antelo Granero, profesor de Historia de la Indumentaria en el Centro Superior de Diseño IED Madrid, recuerda a Verne que hombres y mujeres hemos compartido a lo largo de la historia muchas de las prendas y complementos que hoy consideramos mayoritariamente femeninos:
 “Desde el antiguo Egipto hay pelucas, maquillaje, faldas, túnicas…”. También ha pasado con colores: el rosa no siempre fue un tono femenino y el azul no siempre se identificó con lo masculino.

 Luis XIV con taconazos rojos en un retrato de Hyacinthe Rigaud (1701)

Túnicas, togas y faldas
Las faldas llevan años apareciendo en los desfiles de moda masculina.
 “Pero no solo en la pasarela -apunta a Verne Elvira González, del Museo del Traje de Madrid-, depende de la tradición, cultura y costumbres de cada lugar”.
También eran habituales en otras épocas: egipcios, griegos, romanos y aztecas llevaban túnicas, togas y faldas, al ser fáciles de fabricar y de llevar.
 Los pantalones se usaban sobre todo para montar a caballo.
A partir del siglo XIV ya empieza a haber “una diferencia en la confección de prendas para uno u otro sexo”, como escribe Giorgio Riello en Breve historia de la moda. 
 La mayor diversificación también lleva a que la moda se convierta “en un instrumento de rivalidad social” dentro de “una sociedad fuertemente jerarquizada”.
Aun así, los hombres aún no se pasan exclusivamente al pantalón, como muestra el hecho de que en 1701 el zar Pedro I aprobara una ley que obligaba a todos los hombres rusos a llevar pantalones, con la excepción de granjeros y clérigos.
Fragmento de 'La familia de Felipe V', de Jean Ranc (1723)
Seda, pelucas y maquillaje
Durante los siglos XVII y XVIII y, sobre todo, durante el Rococó francés, la indumentaria es especialmente vistosa y decorada. 
Para ambos sexos, pero sobre todo para las clases acomodadas. 
El escritor británico Tobias Smollet, citado por Riello, escribía que en París, un inglés que quisiera parecer respetable tenía que sufrir una “metamorfosis total”, y lucir grandes pelucas y trajes de seda con bordados, en lugar de las prendas de lana y franela que se llevaban en Inglaterra.
Y no menciona el maquillaje: igual que la falda, recientemente se han comercializado líneas de maquillaje para hombres, pero a lo largo de la historia encontramos ejemplos de su uso por parte de hombres y mujeres.
 Por ejemplo, en el antiguo Egipto se usaba el kohl en ojos y párpados, además de maquillaje de ocre rojo para labios y mejillas; en el siglo I d.C. los hombres romanos también se aplicaban pigmento rojo a las mejillas, y en la Francia de los siglos XVII y XVIII se puso de moda no solo el maquillaje, sino también los lunares postizos. 
Luis XIII ya había popularizado las pelucas, tras quedarse calvo en la veintena (bien jugado, Luis).
 Además, cubrían la tiña, los piojos y la suciedad. 
Se empezaron a empolvar en el siglo siguiente, el XVIII.
Durante el Rococó también se llevó el rosa, como se puede ver en estos retratos de Luis XVI. 
No era una excepción: el rosa se asociaba al rojo, el color de la sangre y del vigor, mientras que el azul se veía más delicado y amable
. Como ya hemos contado en Verne, hasta la Primera Guerra Mundial el color más habitual para los bebés era el blanco, no los tonos pastel de rosa y azul.
 Y después y hasta mediados de siglo, el más habitual para los niños era precisamente el rosa.

Luis XVI (de rosa), dando instrucciones al capitán La Perouse, de Nicolas André Monsiau (1785)
La cárcel de la moda femenina
Por supuesto, esto no quiere decir que las sociedades en las que los hombres llevaban falda o tacones fueran más igualitarias. 
“Para nada”, subraya Antelo, que vuelve al ejemplo del Rococó: “La indumentaria masculina siempre ha subrayado su papel social, mientras que a la mujer se la ha limitado incluso a través de la vestimenta”.
 En el caso de esta época, Antelo compara los enormes vestidos y corsés que dificultaban la movilidad de las mujeres a “una cárcel”.
Es más, el uso de encajes, sedas, calzado con tacón, maquillaje y demás por parte de los hombres no suponía la adopción de un rasgo femenino, sino la voluntad de manifestar su estatus. 
Todas estas prendas estaban asociadas a la masculinidad y al poder. Y es que, como apunta Antelo, la moda refleja la sociedad. 
Por eso no es de extrañar que, tras el exceso del Rococó y con la Revolución Francesa, se sustituyera el satén por el algodón y se redujera el uso de corsés, entre otros cambios, “con cierta intención de generar igualdad y de borrar las fronteras de clases”.
El dandi y el hombre contemporáneo
En el siglo XIX el pantalón queda por completo identificado como prenda moda masculina. 
Y no solo la los pantalones: como explica Antelo, la moda contemporánea masculina es heredera de este periodo.
Caricatura de George Bryan Brummell (1805)
Con la aparición del dandi británico, “que surgió como respuesta al modelo anterior, al Rococó de la corte de Versalles”, se comienza a construir “una visión de la masculinidad que ha ido perdurando desde entonces”. 
Esta nueva tendencia considera que “la elegancia masculina está en la simpleza o la sencillez, aunque si se analiza esta estética, en realidad incluye mucha etiqueta y muchas normas sobre colores, prendas, horas del día, ocasiones…”.
El centro de la moda occidental deja de ser Francia para pasar a ser Inglaterra, sobre todo con su traje de tres piezas. 
Estos trajes, escribe Riello, son de colores oscuros: negro, gris, marrón verdes oscuros... 
Desaparecen los colores vistosos, las sedas y los bordados. 
El dandi no predica el exceso, sino la moderación.
 El inglés George Bryan Brummell, considerado el arquetipo de este movimiento, escribía que si alguien se giraba para mirarte “es que no vas bien vestido, tu atuendo es demasiado rígido, demasiado sobrio, demasiado a la moda”.
¿Llevaremos falda otra vez?
La moda masculina contemporánea hace décadas que va más allá del traje de tres piezas. 
Hay más variedad de prendas, accesorios y colores.
 Pero no parece fácil que volvamos a llevar falda, por mucho que aparezcan de vez en cuando en las pasarelas y, como el verano pasado, en algunas protestas, tanto de trabajadores de transporte franceses como de estudiantes británicos.
El cambio en sentido inverso sí es más habitual: las mujeres no han tenido inconveniente en adoptar prendas masculinas, como en el caso del pantalón. 
“Se ha asociado al hombre con el poder en todos los ámbitos -dice Antelo-, por lo que cuando una mujer adoptaba estas prendas se entendía como un mensaje de empoderamiento positivo”.
 En cambio, “si un hombre adoptase ciertos colores o materiales que aún se asocian a lo frágil, a lo que necesita protección, muchos lo seguirían interpretando como un mensaje de debilidad”.
Al respecto, Antelo recuerda los intentos de introducir el maquillaje para hombres:
 “Recuerdo una línea de maquillaje masculino que se promocionaba hace unos años diciendo que no se notaba. 
Pero, claro, ¿para qué debería un hombre maquillarse y que no se le note?”. Ha habido excepciones, claro, como David Bowie.
 Pero no todos somos David Bowie.
Antelo no cree que hombres y mujeres vayamos a vestir igual: “Es posible que veamos cambios en colores, estampados y materiales, pero las morfologías de hombres y mujeres son muy diferentes”. Eso sí, la moda seguirá cambiando, a medida que cambie la sociedad.
 “Es similar al arte: puedes analizar la sociedad a través de la indumentaria”.
Kurt Cobain en la portada de la revista 'The Face' con un vestido. A la derecha, David Bowie con tacones (Getty)








‘Interviú’ se despide con el histórico desnudo de Marisol en portada

La revista publica un último número de 200 páginas en el que repasa sus 42 años de vida.

Portada del número especial de despedida de 'Interviú'.
Portada del número especial de despedida de 'Interviú'.

 

El histórico semanario Interviú, nacido en el arranque de la democracia española, ha sacado esta semana a los quioscos su último número, uno especial de despedida, para cuya portada ha recuperado el emblemático desnudo de Pepa Flores, Marisol, publicado originalmente el 16 en septiembre de 1976, año del nacimiento del semanario.
 El número final de la revista repasa los 42 años de historia de la publicación del Grupo Z e incluye una carta de despedida de Antonio Asensio Mosbah, presidente de la empresa (hijo del fundador, Antonio Asensio), en el que lamenta con tristeza el ocaso de Interviú y de Tiempo.

La revista, al igual que Tiempo (nacida en 1982), cierra ante “la imposibilidad de seguir sosteniendo durante más tiempo las importantes pérdidas generadas por ambas publicaciones en los últimos años”. Su último número corriente fue el de la semana pasada.
La portada del especial para el adiós de la revista, dirigida por Alberto Pozas, muestra una foto en blanco y negro de cuerpo entero de Marisol -musa infantil de la generación que protagonizó la transición del franquismo a la democracia-, un reportaje de César Lucas que hizo que la tirada de la revista subiera entonces de 100.000 a medio millón de ejemplares.
 La publicación de despedida incorpora artículos históricos de los fallecidos Manuel Vázquez Montalbán, Francisco Umbral, Santiago Carrillo o Camilo José Cela. 
Se trata de un número conmemorativo especial de los 2.179 que han salido a la calle de esta revista entre 1976 y este 2018. 
En la carta de despedida, el presidente del grupo subraya: "En Grupo Zeta nos queda el orgullo de saber que interviú y Tiempo han sido durante los últimos cuarenta años dos publicaciones claves en el fortalecimiento de la democracia española y en la modernidad del país".
Interviú, nacido el 22 de mayo de 1976, arrasó por ofrecer mujeres en toples y luego desnudos integrales, bien a partir de posados o de fotos robadas.
 Victoria Abril, Lola Flores, Concha Velasco, Ana Obregón, Marta Sánchez, Anne Igartiburu o Belén Esteban fueron algunas de las múltiples protagonistas a lo largo de los años, de toda condición, de esas portadas.
Esta impronta se ha mantenido hasta el final —en mayo de 2016, en el especial del 40º aniversario, apareció Chenoa—.
La popularidad fue tal que, desde 1998, se creó el concurso Chica Interviú, con modelos no profesionales.
 Con los años, también aparecieron hombres desnudos, como Jesús Vázquez, que en junio de 2010 se convirtió en el primero en llegar a la portada.
 Pero para el final, la revista ha elegido a la histórica Marisol.
 La foto de la portada original fue en color. 
El adiós es en blanco y negro