Observen el pie izquierdo de Inés Arrimadas. Está desnudo, en efecto, porque el zapato se ha quedado atrás. Los
zapatos te la juegan porque tienen algo de vida propia. Poca, pero la
suficiente como para tomar algunas decisiones. Muchas noches los dejas
al lado de la cama y al día siguiente aparecen debajo de ella, como si
hubieran preferido pasar esas horas a cubierto. Hay gente que se los
quita en el cine y cuando acaba la película no los encuentra. Póngase
usted a la salida de una sala y comprobará que más de una persona, y a
veces más de dos, aparecen descalzas o con un par de zapatos disparejos
(hay encuestas). En los viajes trasatlánticos por avión, las compañías
te invitan a quitártelos para sustituirlos por unos gruesos calcetines. Resulta un espectáculo ver a la gente buscándolos a punto ya de
aterrizar. Tienen sus cosas los zapatos, sus rarezas, la mayor de ellas que son
dos, como los guantes o los matrimonios. No se sabe sin embargo de
ningún zapato que haya solicitado el divorcio, pero sí de lo mal que
envejecen cuando los separas. Un conocido mío perdió una pierna, la
izquierda, y solo conservó los zapatos de la derecha. Los otros, por no
tirarlos, los guardó en un cajón. Al cabo de un año se deshizo de ellos
porque estaban hechos un desastre debido a la tristeza. Observen los
zapatos de las personas que acompañan a Arrimadas y reparen en lo bien
que se llevan. Parece que representan un ballet y que son ellos el motor
de los pies. Fíjense, en cambio, en la sensación de desamparo que
transmite el zapato perdido. Queremos creer que no por mucho tiempo.
La dificultad de combatir la violencia machista estriba en que en ella
no hay conspiración ni proselitismo: cada sádico toma su decisión a
solas.
CADA VEZ hay más desesperación respecto a la llamada violencia
machista (nunca emplearé la insensata expresión “de género”). Se suceden
las protestas y las campañas en su contra, y se exigen “medidas” para
atajarla y erradicarla. Todo ello con razón, pero, lamentablemente, con
escaso sentido de la realidad. Lo terrible de estos crímenes, y la
dificultad para combatirlos, estriba en que son individuales. No hay una
conspiración de varones que prediquen el castigo a las mujeres que los
abandonan. No hay proselitismo, a diferencia de lo que ocurre con el
terrorismo, fuera el de ETA ayer o el del Daesh hoy. Tampoco, como con
el actual independentismo, hay “evangelización”. No se intenta convencer
a los hombres de que maten a mujeres, no se trata de una “causa” que
busque “adeptos”. Por desgracia (bueno, no sé qué sería más trágico),
cada bruto o sádico va por su cuenta y toma su decisión a solas. . Lo más que puede concederse es que haya el factor mimético que suele
acompañar a cualquier atrocidad, al instante imitadas todas. En ese
aspecto, siempre cabe preguntarse hasta qué punto la sobreexposición en
los medios de cada maltrato o asesinato de una mujer no trae consigo
unos cuantos más, del mismo modo que los eternos minutos y enormes
planas dedicados a cada atentado yihadista tal vez propicien su
multiplicación. Pero poco puede hacerse al respecto: si ustedes
recuerdan, durante los años más sangrientos de ETA, cuando ésta llegó a
matar a unas ochenta personas cada doce meses, había ocasiones en que
los asesinatos ocupaban tan sólo un “breve” del periódico, y eso no
logró que disminuyeran. Por mucho que las noticias den malas ideas o
estimulen la más nefasta emulación, es imposible dejar de informar de
los hechos graves e indignantes. Lo cierto es que cada crimen machista va por su cuenta, con su historia
particular detrás. Cada asesino asesina sin confabularse con otros
(salvo en casos tan irresueltos como los de Ciudad Juárez, donde sí
pareció haber conjura), ninguno necesita el aliento, el beneplácito ni
la propaganda de sus congéneres. Contra eso es muy difícil luchar. ¿Endurecer las penas? Desde luego, pero no es algo que importe a los
asesinos de sus parejas o exparejas, los cuales se suicidan con
frecuencia —o más bien lo intentan— después de cometido su crimen (uno
se pregunta por qué diablos no lo hacen antes). ¿Educar desde
la infancia? Sin duda, pero no parece que eso dé mucho resultado: un
alto porcentaje de adolescentes españoles ve hoy “normal” el control de
sus “chicas” y hasta cierta dosis de violencia hacia ellas. Es
deprimente, y da la impresión de que, lejos de mejorar las mentalidades,
las vamos empeorando. No sé, cuando yo era niño, nos pegábamos de vez
en cuando en el patio o a la salida del colegio. Las niñas,
rarísimamente, y no pasaban de tirarse del pelo, poco más. Conocíamos,
sin embargo, una serie de normas inviolables: era inadmisible pegarse
con un compañero de menor tamaño o edad; también ir dos contra uno
(“mierda para cada uno”, era la frase infantil); y, sobre todo, a una
chica no se le pegaba jamás, en ninguna circunstancia. Eso se consideraba una absoluta cobardía, algo ruin, algo vil.
El que lo hacía quedaba manchado para siempre, por mucho perdón que
pidiese luego. Pasaba a ser un apestado, un individuo despreciable, un
desterrado de la comunidad. Y esas enseñanzas se prolongaban hasta la
edad adulta. A una mujer no se le pone la mano encima, a no ser,
supongo, que sea muy bestia y se nos abalance con un cuchillo en la
mano, por ejemplo. Pero éramos conscientes de nuestra mayor fuerza
física y de que era intolerable emplearla contra alguien en principio
más débil (insisto, sólo en lo físico). Obviamente, no todo el mundo cumplía esas reglas, porque, de haber sido
así, no habría habido en el pasado palizas de maridos a sus mujeres, y
ya lo creo que las ha habido, probablemente más que hoy. Al fin y al
cabo, durante siglos se consideró que no había que entrometerse en la
(mala) vida de los matrimonios, y que esas palizas y aun asesinatos
pertenecían a la “esfera íntima o familiar”, una verdadera aberración. Lo
que sí es relativamente nuevo, algo cada vez más extendido, es que los
varones maltratadores maten también a los hijos de la mujer,
para causarle el mayor dolor imaginable. Ha dejado de ser una rarísima
excepción. Los niños de mi época nos creíamos bastante a salvo,
precisamente por ser niños incapaces de infligirle el menor daño a un
adulto. ¿Cómo iban éstos a hacerle nada a una criatura no ya indefensa,
sino inofensiva? Dudo que los críos de hoy se puedan sentir seguros, a
poco que se les permita ver o leer las noticias. Las mujeres llevan
siglos viviendo con un suplemento de miedo, al ir por la calle y aun en
sus casas. Los niños, no, y quizá ahora sí.
Lo peor es que, como sociedad, poco podemos lograr contra todo esto,
más allá de exigir jueces más severos y repudiar a los maltratadores
hasta el infinito. Pero es ingenuo creer que eso les va a hacer efecto. Es lo que tienen los crímenes personales, que nada disuade a cada
asesino individual.
Si a Jorge Javier Vázquez,
uno de los presentadores más populares de las dos últimas décadas en
España, le rodeaba una burbuja, esta ha explotado en menos de un mes.
El
propio presentador la ha hecho estallar confesando en la revista Lecturas
que ha superado una depresión en la que continuamente le asaltaba la
idea de la muerte.
Días después, acusaba en su blog a una presentadora
muy conocida de ser “una tirana que humillaba a su equipo” sin desvelar
su nombre.
Al mismo tiempo que llegaban sus declaraciones, Telecinco
anunciaba que precipita el final de uno de los dos programas que conduce
actualmente, Gran Hermano,
que en esta edición ha cosechado los peores resultados de audiencia de
sus 17 años de historia.
El remate fue que el sábado pasado.
No presentó
SábadoDeluxe.
Inmediatamente se extendieron los rumores sobre él por las redes
sociales y todos apuntaban a que Jorge Javier (1970, Badalona) no podía
más y que había decidido dejarlo.
En vísperas de presentar la penúltima
gala de GH, en conversación con este periódico su voz refleja lo contrario. “Soy muy feliz”, proclama.
Respecto a la crisis personal, el presentador la da por
zanjada, habla de ella y le pone nombre: síndrome por déficit de
testosterona. “He superado un proceso que se alargó demasiado porque no
sabía qué me pasaba . Tenía una sensación de tristeza continua. Lo
achacaba a una crisis de edad, pero no por el hecho de hacerme viejo.
Encima no le daba la importancia que merecía porque me decía a mí mismo
aquello de que no me puedo quejar porque todo me va bien”. Al final,
resultó ser un problema hormonal el que le sumió en una depresión. Le
faltaba testosterona. “La gente la asocia a la sexualidad, pero es una
hormona fundamental para la estabilidad física, mental y emocional. Ahora me pincho cada 15 días y me ha cambiado la vida”, explica por
teléfono recién llegado de un viaje. Sencillamente no admites que nos cansamos de ti, te creias el más por estar rodeado de tontos, tus colaboradores y no admites que GH sin la Milá no es nada y tu has demostrado eso, no puedes lucirte y si te vas no creas que te echaremos de menos.
Problemas
Más allá del problema endocrino, los que le conocen cuentan
que a Jorge Javier lo que más le puede afectar es que no le vaya del
todo bien en el trabajo.
No deja terminar la pregunta al respecto.
—Los datos de Gran Hermano, ya... —“No, y la verdad que si fuera por eso te lo diría. Respecto a mi responsabilidad en el fracaso del programa y las comparaciones con Mercedes Milá, pues es obvio que algo habré tenido que ver yo también”. Es uno de los presentadores que más minutos de pantalla
ocupa desde hace años, y eso siempre implica un sacrificio en la vida
personal. “Claro que he renunciado a cosas, pero siempre ha sido por
decisión mía, y, además, me ha lucido”. Un éxito incuestionable que en
este momento no brilla tanto. “Llevo 20 años en televisión y tengo
interiorizado que algún día se acabará. No lo vivo como un drama. El día
que me digan que hasta aquí hemos llegado les daré las gracias y a otra
cosa”. En ese momento, su idea es pasar un año sabático fuera de España
con su novio. Jorge Javier Vázquez diferencia dos partes claras en el balance de su
último año profesional. Hasta julio, momento en que despidió una edición
triunfal de Supervivientes,
y desde el final del verano, un periodo que resume rotundo: “Muy
complicado. Pero lo estoy llevando bien, y creo que el haber hecho
teatro me ha ayudado. Hice una gira de un año y medio, con días en los
que que estaba abarrotado, pero otras veces había muy poquita gente y me
sirvió para aprender a trabajar esa situación. No puedes gustarle a
todo el mundo en todo, y hay que tener frialdad. Este contratiempo me
motiva, me da ganas de luchar, a mí esto créeme que me da mucha marcha”.
Respecto a su ausencia en Sábado Deluxe, la explicación es sencilla: “Empiezo ya los ensayos de mi próxima obra [Grandes éxitos,
desde el 15 de enero todos los lunes en el teatro Rialto de Madrid]
cada mañana durante las próximas cinco semanas. Hago doblete de Sálvame, termino GH
y estaré en directo el 31 de diciembre. Tenía que cuadrar unos días de
descanso antes de un mes en el que no voy a parar”. Da la sensación de
que en este momento le hace más feliz el teatro. “No, de verdad. Mi
intención es seguir trabajando. Tengo 47 años. No me planteo hacer otra
cosa en tele que no sea entretenimiento. Pero hay algo que tengo muy
claro. Quiero tener la mente preparada y estar muy lúcido para detectar
el mensaje del público de que ya no me quiere, y cuando llegue ese
mensaje aceptarlo con total tranquilidad”.
Un recorrido por lo mejor de la carrera de esta leyenda viviente del Hollywood clásico, que hoy cumple años.
Kirk Douglas, en los años cincuenta.
Cuando hoy se despierte en Los Ángeles, Issur Danielovitch
Demsky, el hijo de un trapero de Ámsterdam (Nueva York), cumplirá 101
años. Poca gente llama a Demsky por su auténtico nombre: algunos usan su
dimitivo familiar, Izzi; el resto se refiere a él por el seudónimo
artístico que le dio la fama: Kirk Douglas. El actor no es el único superviviente del Hollywood clásico,
ni siquiera el má anciano (entre las estrellas vivas Olivia de
Havilland le supera en edad por seis meses), pero es la última leyenda
que queda de aquellos años dorados, en los Douglas fue una fuerza de la
naturaleza interpretativa, un imán para los taquillazos y un actor de
los que han marcado la historia del cine. Como homenaje, recorremos sus trabajos más destacados:
El ídolo de barro (1949).
Primera candidatura al Oscar de Douglas, lograda a los tres años de
debutar en el cine (alcanzó el estrellato muy rápidamente). Un drama de
boxeo con lo peor de ese deporte, en la que Kirk Douglas saca partido a
su poderoso físico. La película tuvo un éxito enorme. 'El ídolo de barro'.
El gran carnaval (1951). Con el
tiempo, Douglas se arrepintió de haber rodado solo una película con
Billy Wilder, que le llamó para otros proyectos. Lo más abyecto del ser
humano y del periodismo, en un drama que en su estreno obtuvo malas
críticas y peor resultado en taquilla. Hoy la percepción sobre este
filme ha cambiado, por fortuna, radicalmente. Y sí, sigue de plena
actualidad.
'El gran carnaval'.
Cautivos del mal (1952). Vincente
Minnelli y Kirk Douglas colaboraron en un puñado de películas
extraordinarias. Esta, sobre el mundo del cine y de cómo un productor
manipula a la gente que le rodea, contada en una poderosa concatenación
de flashbacks, es impresionante. La secuencia del collar de
perlas para explicar cómo debe estructurarse una película marca la
historia del séptimo arte. 'Cautivos del mal'.
El loco del pelo rojo (1956).
Tercera y última candidatura al Oscar para Douglas (parece increíble,
con todos los grandes personajes que encarnó después) gracias a su
recreación de Vincent Van Gogh. El biopic, de un meticuloso
cuidado con el color, se rodó en numerosas localizaciones en las que de
verdad vivió Van Gogh. Dos leyendas sobre la película de Minnelli. Tras
su visionado John Wayne le dijo indignado a Douglas: "Pero, ¿cómo has
hecho esto? Solo quedamos unos pocos, y debemos encarnar personajes
duros, no maricas débiles". Y en mitad de un pase, Michael Douglas y su
hermano, entonces unos críos, salieron corriendo entre sollozos de la
sala cuando Van Gogh (su padre) se corta la oreja. 'El loco del pelo rojo'.
Duelo de titanes (1957). También conocida por su título original, Duelo en O.K. corral,
referencia al mítico tiroteo protagonizado por Wyatt Earp y Doc
Hollyday el 26 de octubre de 1881. Aquello duró 30 segundos, se
dispararon 34 balas y murieron tres hombres. En el cine dura cinco
minutos y se rodó en cuatro días. Douglas, muy puntilloso, midió la
frecuencia y fuerza de sus toses en cada secuencia para mantener el
raccord durante el rodaje. Un western antológico, segundo trabajo en común de Douglas y Burt Lancaster, y el inicio de su amistad.
'Duelo de titanes'.
Senderos de gloria (1957). Primera
colaboración entre Douglas y Stanley Kubrick, epítome del filme bélico
antibelicista (no, no es una contradicción). Durante la I Guerra
Mundial, un general acusa de cobardía a sus soldados por no acatar
órdenes suicidas. Prohibida en España, no se estrenó hasta 1986, Douglas
lo considera uno de los mejores trabajos en los que actuó. Todo el
sinsentido de la guerra en pantalla.
'Senderos de gloria'.
Los vikingos (1958). Un clásico
del cine de aventuras, rodado en escenarios de Noruega a temperaturas
gélidas... y con Douglas realizando sus propias secuencias de acción,
como la de la toma del castillo con la escalera de hachas, algo que
muchos hemos imaginado repetir de críos. 'Los vikingos'.
Espartaco (1960). Un clásico. La
película con la que Kirk Douglas sacó pecho diciendo que había acabado
con la lista negra de Hollywood al aparecer el nombre de su guionista,
Dalton Trumbo. En realidad, lo iba a hacer Otto Preminger para quien
Trumbo había escrito Exodo, pero Douglas se enteró, espabiló y
se llevó el mérito... Espartaco no es solo un peplum, es un filme que
habla sobre la libertad individual, sobre la conciencia y los deberes
morales. Douglas, impulsor del proyecto, y Kubrick (contratado cuando el
actor despidió a Anthony Mann) estuvieron a la gresca todo el rodaje,
con frases antológicas para la historia, como la de Kubrick en la
legendaria secuencia de "Yo soy Espartacao": "Kirk, esto es una enorme
tontería".
'Espartaco'.
Dos semanas en otra ciudad (1962).
Después de tres años internado en un psiquiátrico, un actor vuelve a su
profesión en un pequeño papel para volver a la profesión. Problema: en
la película, ofrecida por un director amigo que se rueda en Cinecittà,
también trabaja su exesposa, culpable de su bajada a los infiernos. Una
joya del drama con Vincente Minnelli con un trío de ases con Kirk
Douglas, Cyd Charisse y Edward G. Robinson, con alcohol, declive
personal y amor al cine de por medio.
'Dos semanas en otra ciudad'.
Siete días de mayo (1964). El
presidente de EE UU planea firmar un tratado de reducción de armamento
nuclear y los militares estadounidenses se preparan para un golpe de
estado. Política ficción dirigida por John Frankenheimer con una
espectacular frialdad, de reparto desopilante y con Douglas como un
militar que ante las órdenes o la lealtad se decanata por esta última.
'Siete días de mayo'.
Otra ciudad, otra ley (1986). Esta
es la última de las siete películas que Douglas rodó con su gran amigo
Burt Lancaster, y por eso aparece en esta lista. Tambien, porque es la
última que Douglas produjo con su compañia Bryna Productions.
Ambos dan
vida a dos gánsteres que salen en libertad tras 30 años en la cárcel por
robar un tren, y ven cómo la sociedad les empujan a volver al crimen.
No es una obra maestra, pero destila encanto.