Hoy es un día de esos raros en los que te da por pensar en tus cosas, en la vida, no sé, en lo absurdo que es todo.
En el puente de la Constitución, el centro de Madrid se llena de turistas y madrileños. Emilio NaranjoEFE
Henos aquí de nuevo, en vísperas de la lotería, los turrones y los
pavos.
Aquí andamos, cruzando el puente quien lo tenga, o bregando con
este jueves laborable entre festivos, uno de los días más tontos del
año.
Un día no día, como esos lugares no lugares —la ducha, la cama, los
atascos— donde a una se le ocurren las mejores ideas y los peores
presagios.
Un día de esos raros en los que te da por pensar en tus
cosas, en la vida, no sé, en lo absurdo que es todo.
En que vivimos de
chiripa, aunque nos creamos la muerte en persona.
En que el cielo y el
infierno, pero sobre todo el limbo, los llevamos dentro.
En que cinco
días libres pueden ser una cumbre o un abismo. En que puedes tocar la
cima o despeñársete encima la casa, o la playa, o el marco incomparable
íntegro adonde huyas de ti mismo.
En que poner el árbol, o comerte un
gofre por la calle, o no hacer nada en absoluto puede ser el planazo o
la tortura del siglo dependiendo de con quién y de tu estado de ánimo.
Cuando se tienen los suficientes lustros en el tuétano, se ha pasado por
muchas estaciones del viaje.
Y, porque has estado ahí antes, sabes lo
que tienes o lo que te estás perdiendo.
Soledad o compañía. Calor o frío
más allá del termómetro. Ausencias irresolubles, presencias anheladas o
distancias siderales aunque el otro esté a medio metro de tu jeta o a
un golpe de índice en tu agenda del móvil.
Lo dicho.
Menos mal que hoy es un día tontísimo y nadie me va a echar
cuenta.
Iba a escribir sobre el ministro Zoido y su afición a
programarse actos los viernes y lunes en su Sevilla y alrededores para
pasar más tiempo en casa en una especie de puente continuo, aunque estoy
segura de que teletrabaja a destajo y está de guardia las 24/7.
Pero,
ay, me enteré de que el lunes fue de visita de Estado a una marca de
mantecados de Estepa y se me ablandó el dedo acusador de periodista de
denuncia.
Fue
protagonista del caso Profumo, el escándalo que contribuyó a la caída
del Gobierno conservador de Harold Macmillan, por su relación con el
ministro de la Guerra en los sesenta.
Christine Keeler, la corista del caso Profumo,
un sensacional embrollo que la prensa describió como “el escándalo del
siglo” y que sacudió la política británica en los sesenta, hasta el
punto de propiciar la caída del Gobierno conservador de Harold
Macmillan, falleció el lunes a los 75 años, víctima de una larga
enfermedad. “Mi
madre, Christina Keeler, libró muchas batallas en su azarosa vida,
algunas las perdió pero algunas las ganó. Se fraguó un lugar en la
historia británica a costa de un enorme precio personal. Estamos todos
muy orgullos de quién fue”, escribió su hijo, Seymour Platt, en
Facebook. Keeler nació en Uxbridge, al oeste de Londres, en 1942. Su
padre abandonó el hogar siendo ella una niña, y su madre se mudó con su
nueva pareja a una casa formada por un par de vagones de tren en
Windsor. Su padrastro y ciertos amigos suyos, para los que trabajaba de
niñera, abusaron sexualmente de Keeler siendo una adolescente. La modelo fallecida Christine Keeler.REUTERS FILE PHOTOREUTERS
Christine Keeler, la corista del caso Profumo,
un sensacional embrollo que la prensa describió como “el escándalo del
siglo” y que sacudió la política británica en los sesenta, hasta el
punto de propiciar la caída del Gobierno conservador de Harold
Macmillan, falleció el lunes a los 75 años, víctima de una larga
enfermedad.
“Mi
madre, Christina Keeler, libró muchas batallas en su azarosa vida,
algunas las perdió pero algunas las ganó. Se fraguó un lugar en la
historia británica a costa de un enorme precio personal. Estamos todos
muy orgullos de quién fue”, escribió su hijo, Seymour Platt, en
Facebook.
Keeler nació en Uxbridge, al oeste de Londres, en 1942. Su
padre abandonó el hogar siendo ella una niña, y su madre se mudó con su
nueva pareja a una casa formada por un par de vagones de tren en
Windsor. Su padrastro y ciertos amigos suyos, para los que trabajaba de
niñera, abusaron sexualmente de Keeler siendo una adolescente.
La modelo fallecida Christine Keeler.REUTERS FILE PHOTOREUTERS
A los 17 años se quedó embarazada y, tras algún intento
fallido de aborto casero, el bebé nació y murió a los pocos días.
Abandonada la escuela, desubicada y vaciada de ilusiones, Keeler
encontró trabajo en Murray’s, un club nocturno del Soho, donde ponía
copas y se exhibía semidesnuda en el escenario.
Christine Keeler, en abril de 1963.AP
Allí conoció a Stephan Ward, un osteópata con una clientela
abundante en poderosos políticos y hombres de negocios. El osteópata y
la corista mantuvieron una relación platónica y frecuentaban fiestas de
la alta sociedad. En una de ellas, celebrada en una lujosa finca propiedad de
la familia Astor, conoció a John Profumo, ministro de la guerra y figura
en alza del Gobierno de Macmillan. Keeler chapoteaba desnuda en la
piscina y captó la atención del político conservador, casado con la
actriz Valerie Hobson, a quien muchos veían como el próximo primer
ministro. Aquel mismo 8 de julio de 1961 se encontraba también en la
fiesta Yevgeny Ivanov, agregado militar en la Embajada soviética en
Londres y amigo de Ward. Ambos se convirtieron en amantes de Keeler. Además de Profumo e Ivanov, Keeler mantenía relaciones con
otros dos hombres, Lucky Gordon y Johnny Edgecombe. Los celos entre
estos últimos desembocaron en una reyerta en la que Edgecombe disparó su
revólver en el exterior de la vivienda de Ward, donde se encontraba
Keeler. John Profumol, a su llegada a su casa de Londres dos semanas depués de dimitir como ministro de la Guerra, en junio de 1963.cordon pressLa joven fue llamada a testificar y acusó de abusos a
Gordon, que fue condenado a tres años a la sombra. Stephan Ward también
fue arrestado, acusado de vivir de los ingresos inmorales de Keeler. Para cuando el jurado anunció su veredicto culpable, el osteópata se
encontraba en coma, debido a una sobredosis de somníferos que acabó con
su vida en tres días. En diciembre de 1963 la sentencia de Gordon fue
anulada y Keeler, acusada de perjurio, fue condenada a nueve meses de
prisión, de los cumplió seis. La investigación policial del altercado expuso a la luz pública detalles de sus affaires
paralelos con Profumo e Ivanov. El MI5 empezó a sospechar que Keeler
pudiera haber obtenido secretos de Profumo y estos hubieran llegado a
oídos de Ivanov, comprometiendo la seguridad nacional en plena guerra
fría.
El caso Profumo, explotado por una prensa popular sedienta
de escándalos que alimentaran su circulación, puso de manifiesto la
rancia y falsa moral del establishment británico en medio de
los profundos cambios sociales de los años 60. La desdichada corista
aprovechó económicamente el tirón mediático y publicó cinco libros sobre
su vida, que también inspiró películas y musicales. La BBC planea rodar
una miniserie sobre su juicio el año que viene. Keeler se convirtió en un icono pop del swinging London.
Igual que la silla en la que posó desnuda para Lewis Morley, en una
instantánea que se ha hecho un hueco en la historia de la fotografía. Se
trata de una réplica barata de un diseño del danés Arne Jacobsen, pero
se conocerá por siempre como la silla Keeler. A su salida de prisión, desapareció de los focos. También se
esfumó el dinero que había obtenido de los tabloides. Tuvo dos
matrimonios de los que nacieron dos hijos. Ella nunca aceptó que la
llamaran prostituta. “Es cierto que tuve sexo por dinero”, escribió. “Pero solo producto de la desesperación, y eso es algo que aún odio
tener que reconocer, incluso a mí misma. Irónicamente, ha sido el sexo
por amor o por lujuria, más que el sexo por dinero, el que me ha causado
siempre más problemas”. La oposición laborista preguntó al ministro en el Parlamento
sobre su relación con la corista. Profumo lo negó en un primer momento. “La señora Keeler y yo éramos amigos”, aseguró ante los diputados, “no
hubo falta de decoro en nuestra relación”. Las revelaciones
periodísticas posteriores acabaron haciéndole reconocer que había
mentido a la Cámara, y Profumo se vio obligado a dimitir el 5 de junio de 1963,
desatando una crisis que acabó con la caída del primer ministro
Macmillan cuatro meses después. El escándalo sirvió a los laboristas
para destacar la ineptitud de los conservadores para gobernar y Harold
Wilson ganó las elecciones de 1964.