Hoy es un día de esos raros en los que te da por pensar en tus cosas, en la vida, no sé, en lo absurdo que es todo.
Henos aquí de nuevo, en vísperas de la lotería, los turrones y los
pavos.
Aquí andamos, cruzando el puente quien lo tenga, o bregando con
este jueves laborable entre festivos, uno de los días más tontos del
año.
Un día no día, como esos lugares no lugares —la ducha, la cama, los
atascos— donde a una se le ocurren las mejores ideas y los peores
presagios.
Un día de esos raros en los que te da por pensar en tus
cosas, en la vida, no sé, en lo absurdo que es todo.
En que vivimos de
chiripa, aunque nos creamos la muerte en persona.
En que el cielo y el
infierno, pero sobre todo el limbo, los llevamos dentro.
En que cinco
días libres pueden ser una cumbre o un abismo. En que puedes tocar la
cima o despeñársete encima la casa, o la playa, o el marco incomparable
íntegro adonde huyas de ti mismo.
En que poner el árbol, o comerte un
gofre por la calle, o no hacer nada en absoluto puede ser el planazo o
la tortura del siglo dependiendo de con quién y de tu estado de ánimo.
Cuando se tienen los suficientes lustros en el tuétano, se ha pasado por
muchas estaciones del viaje.
Y, porque has estado ahí antes, sabes lo
que tienes o lo que te estás perdiendo.
Soledad o compañía. Calor o frío
más allá del termómetro. Ausencias irresolubles, presencias anheladas o
distancias siderales aunque el otro esté a medio metro de tu jeta o a
un golpe de índice en tu agenda del móvil.
Lo dicho.
Menos mal que hoy es un día tontísimo y nadie me va a echar
cuenta.
Iba a escribir sobre el ministro Zoido y su afición a
programarse actos los viernes y lunes en su Sevilla y alrededores para
pasar más tiempo en casa en una especie de puente continuo, aunque estoy
segura de que teletrabaja a destajo y está de guardia las 24/7.
Pero,
ay, me enteré de que el lunes fue de visita de Estado a una marca de
mantecados de Estepa y se me ablandó el dedo acusador de periodista de
denuncia.
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