27 nov 2017
26 nov 2017
¿Cuál ha sido la mejor adaptación al cine de una novela de Agatha Christie? Publicado por Javier Bilbao
¿Cuál ha sido la mejor adaptación al cine de una novela de Agatha Christie?
Publicado por Javier Bilbao
Solo la Biblia y la obra de Shakespeare la
superan como autora más leída de todos los tiempos.
Se consideraba una
artista cuyo trabajo consistía en crear lo que agrade al público, un
planteamiento humilde y muy digno que contrasta con el de tantos otros
que parecen preferir aleccionarlo y aburrirlo de mil maneras.
Su propia
vida fue también una historia bastante entretenida, pues pasó parte de
su infancia en París, fue enfermera durante la Primera Guerra Mundial
(periodo que consideró especialmente gratificante y lleno de sentido),
se volvió una entusiasta de la arqueología, se casó dos veces, tuvo una
hija, protagonizó algún episodio público notablemente rocambolesco y
recorrió de arriba a abajo el Imperio británico en innumerables viajes y
estancias que influirían notablemente en sus novelas.
Aprovechando que
acaba de estrenarse con gran éxito una nueva adaptación en los cines, Asesinato en el Orient Express, recordaremos a continuación algunas de las más destacadas para que voten su favorita o añadan la que falta.
Testigo de cargo
El spoiler es una
de las grandes lacras de la sociedad moderna, pisotea nuestras
ilusiones arruinando el suspense con el que seguimos una historia y lo
peor es que acecha en todas partes. Cualquier comentario en las redes
sociales; un tráiler que empeñado en epatar incluya escenas cruciales; a
veces la catástrofe puede sobrevenir incluso haciendo una cola y
escuchando involuntariamente a los de atrás, pues así es como servidor
se enteró del final de El sexto sentido
días antes de verla en el cine. Pero este ardid del demonio no es un
invento de ahora, la producción en conjunto de Agatha Christie se
caracterizaba por plantear un misterio que era resuelto de forma
sorprendente e ingeniosa. Un buen ejemplo lo tenemos en esta obra
teatral que estrenó en 1953 y que cuatro años después tuvo su adaptación
al cine, cuyo cartel precisamente solicitaba al espectador «¡No revele el final… por favor!»
. La cinta contó con Tyrone Power, Marlene Dietrich y Charles Laughton,
mientras que la dirección corrió a cargo de un cineasta de trayectoria
deslumbrante, que además con ella abría un periodo particularmente
fecundo, porque la siguiente fue Con faldas y a lo loco, luego El apartamento y remató con Uno, dos, tres, Irma la dulce y Bésame, tonto. Casi nada.
Agatha
Esa febril imaginación para idear toda clase de crímenes y conspiraciones se
ve que no siempre quedaba circunscrita a su obra literaria. Después de
una agria discusión con su primer marido cuando este le pidió el
divorcio en 1926, Christie simplemente desapareció de un día para otro.
Según la versión oficial tuvo una crisis nerviosa, según otros quiso
fingir su propia muerte o secuestro para vengarse de su pareja.
El hecho
adquirió una extraordinaria relevancia pública y movilizó en su busca
un amplio despliegue con miles de personas que culminó con su aparición
en un hotel once días después, afirmando que no recordaba nada de los
días anteriores.
Pues bien, en este episodio de su biografía que tiene
algo de performance de sus novelas se centra Agatha, con Vanessa Redgrave encarnándola y Dustin Hoffman como un periodista americano que le sigue la pista.
Diez negritos
Sabemos
bien gracias a autores como Christie que el asesino es el mayordomo, así
que no es de extrañar que resultara el primer sospechoso a ojos del
grupo de invitados en esta solitaria mansión. Todos tienen un pasado y
uno a uno están siendo asesinados, así que recelan unos de otros y los
espectadores de todos ellos.
La novela, publicada en 1939, tuvo un éxito
descomunal desde entonces y se estima que ha vendido más de cien
millones de copias. Apenas seis años después tuvo la que es considerada
la mejor adaptación, que ha pasado a ser de dominio público y pueden por
tanto verla aquí.
Muerte en el Nilo
El
citado Charles Laughton fue el primer actor en encarnar a Hércules
Poirot, pero el que asoció su rostro en el imaginario colectivo al sagaz
detective belga fue Peter Ustinov.
Este director de cine, guionista, columnista, presentador de
televisión, rector universitario y actor se repartió en mil actividades,
pero siempre fue fiel a este personaje al que interpretó en seis
ocasiones. Como en el universo de Christie todo parece estar conectado
por hilos invisibles, Ustinov estuvo casado con la hermana de Angela Lansbury, que no solo aparecía en esta y otras adaptaciones, sino que unos años después se consolidó como la protagonista de Se ha escrito un crimen, inspirada en el personaje de Miss Marple.
De esta película, Muerte en el Nilo, acaba de anunciarse una nueva versión aprovechando el éxito internacional que ha tenido Asesinato en el Orient Express, con la que comparte fórmula, siendo un barco en lugar de un tren el escenario del crimen y la posterior investigación.
Muerte bajo el sol
Si en la
anterior Ustinov estrenó el personaje, en esta cinta de 1982 lo
interpretó por segunda vez. Ahora la acción se sitúa en un hotel de los
Balcanes (aunque en realidad se rodó en Mallorca), donde se ha cometido
un crimen y hay nueve sospechosos, cada uno con sus particulares motivos
para haber estrangulado a la víctima.
El espejo roto
Esta vez
es Angela Lansbury quien se pone en la piel de Miss Marple, acompañada
de un plantel de estrellas considerable aunque ya en su ocaso, como Elizabeth Taylor, Rock Hudson o Tony Curtis.
A un apacible pueblo inglés llega un equipo de Hollywood para rodar una
película de época, uno de sus miembros muere envenenado y por ahí está
Marple para investigar el asunto.
Asesinato en el Orient Express
Concluimos
con la versión de 1974 de la historia que ahora está en los cines.
Entonces, igual que ahora, se logró reunir un reparto con grandes
nombres de la historia del cine, como Lauren Bacall, Ingrid Bergman, Sean Connery o Anthony Perkins. Albert Finney fue quien dio vida a Poirot (cuatro años después rechazó el papel de Muerte en el Nilo, cediendo el sitio a Ustinov) y en la dirección estaba Sidney Lumet.
Respecto al argumento, quién no lo conoce, probablemente la novela más celebrada de la autora tras Diez negritos.
De nuevo un entorno claustrofóbico, un crimen, un grupo nada
cohesionado en el que nadie inspira confianza y una ingeniosa solución
que sabe trazar las conexiones entre pistas diseminadas.
Cuando tenías miedo de perder el billete de vuelta...... Iñigo Domínguez
Volar tenía antes algo de vivencia única.
Hoy viajamos tanto que muchos ni miran por la ventanilla. Lo que era cutre ahora es normal, y lo normal es un lujo.
Todo lo bueno que tenía antes viajar en avión hoy es pecado o engorda: hasta se podía fumar y te daban de comer.
Ahora aquello forma parte de un mundo antiguo, borrado por la masificación o democratización del viaje, según se vea.
Era algo romántico, maldita sea.
Primero, porque era inalcanzable, una experiencia rara, algo que llegaba por supuesto con la mayoría de edad.
Se iba a la agencia, el único lugar donde tenían acceso privilegiado a un mundo oculto de compañías y destinos exóticos.
Hasta tenías que conocer a alguien para que te buscara buenos precios.
Aparecían anuncios de ofertas del último minuto en la primera página de este periódico.
Ah, aquellos billetes de varias hojas con papel carbón.
El pánico por perder el pasaje de vuelta, que se guardaba en lo más recóndito del doble fondo de la maleta.
Volar tenía antes algo de vivencia única y placentera, desde ser tratado con deferencia por una especie de mayordomos de uniforme hasta ver las nubes como un espectáculo irrepetible.
Ahora aquello forma parte de un mundo antiguo, borrado por la masificación o democratización del viaje, según se vea.
Era algo romántico, maldita sea.
Primero, porque era inalcanzable, una experiencia rara, algo que llegaba por supuesto con la mayoría de edad.
Se iba a la agencia, el único lugar donde tenían acceso privilegiado a un mundo oculto de compañías y destinos exóticos.
Hasta tenías que conocer a alguien para que te buscara buenos precios.
Aparecían anuncios de ofertas del último minuto en la primera página de este periódico.
Ah, aquellos billetes de varias hojas con papel carbón.
El pánico por perder el pasaje de vuelta, que se guardaba en lo más recóndito del doble fondo de la maleta.
Hoy viajamos tanto que la gente prefiere el pasillo y muchos ni miran
por la ventanilla.
En cuanto a la atención, digamos que se ha convertido
en un simple servicio de venta cuando no en una banda de atracadores
organizados.
La Real Academia de la Lengua debería incluir otra acepción peyorativa de bocadillo para esa cosa plasticosa que te dan en los aviones a precio de angulas.
Cuando anunciaron que cobrarían por comer a bordo sonó como una cosa increíble e incluso intolerable.
Al menos yo pensé que nadie pasaría por el aro, aunque
también creí que el palo-selfie estaba condenado al fracaso.
Recuerdo el
primer vuelo bajo esas normas: fue asombroso descubrir que la gente
estaba dispuesta a pagar, y precios astronómicos, por algo de picar.
Pero es que el low cost llegó a España en otra época, cuando creíamos que éramos ricos.
El despegue y aterrizaje de las líneas baratas, en sus etapas de fascinación, saturación y normalidad, ha coincidido con el auge y caída de la economía española.
Un ciclo del que hemos salido como en todo lo demás: lo que era cutre, ahora es normal, y lo que era normal, ahora es un lujo. Somos nosotros los low cost.
Sí, hubo un momento de efervescencia inicial muy comprensible, porque aquello era realmente increíble: tenías amigos que de repente se iban a Londres por 1 euro.
O aparecían en Tallin, Estonia, por 15 euros, sin que en su vida se hubiera planteado ir a tal sitio, en el caso de que hubieran sabido de su existencia, y mucho menos por ese precio.
Una vez alcanzado el destino, quizá se preguntaban qué demonios se les había perdido allí, un tipo de situación en la que se encontró mucha gente en aquella época.
En su mayoría eran jóvenes, y era divertido.
España estaba en un momento de euforia económica y esto de viajar donde te diera la gana como un millonario formaba parte del pack.
El dinero ya no era un problema.
Aunque había un precio, claro: había que hacer carreras para coger sitio, eran vuelos ruidosos, te volvían loco con la megafonía y había mucha letra pequeña, tenías que saberte los trucos.
Además, por ese mismo espíritu de los tiempos, rápidamente tomó forma la idea de que ibas en esos aviones solo si no podías pagarte otro, era una cosa de adolescentes.
Enseguida quedó claro que había un cierto tipo de gente, bien vestida, señores y señoras de toda la vida, que no se veía en esos vuelos mezclándose con la chavalería y fijándose en los detalles de la reserva.
Se hablaba de estos vuelos con horror, como si fuera transporte de ganado, hasta que llegó la crisis y quedó claro que muchísima gente, en efecto, no podía pagarse otro vuelo.
Fue precisamente entonces cuando algunas de estas compañías se volvieron malas, de maldad, quiero decir.
El despegue y aterrizaje de las líneas baratas, en sus etapas de fascinación, saturación y normalidad, ha coincidido con el auge y caída de la economía española.
Un ciclo del que hemos salido como en todo lo demás: lo que era cutre, ahora es normal, y lo que era normal, ahora es un lujo. Somos nosotros los low cost.
Sí, hubo un momento de efervescencia inicial muy comprensible, porque aquello era realmente increíble: tenías amigos que de repente se iban a Londres por 1 euro.
O aparecían en Tallin, Estonia, por 15 euros, sin que en su vida se hubiera planteado ir a tal sitio, en el caso de que hubieran sabido de su existencia, y mucho menos por ese precio.
Una vez alcanzado el destino, quizá se preguntaban qué demonios se les había perdido allí, un tipo de situación en la que se encontró mucha gente en aquella época.
En su mayoría eran jóvenes, y era divertido.
España estaba en un momento de euforia económica y esto de viajar donde te diera la gana como un millonario formaba parte del pack.
El dinero ya no era un problema.
Aunque había un precio, claro: había que hacer carreras para coger sitio, eran vuelos ruidosos, te volvían loco con la megafonía y había mucha letra pequeña, tenías que saberte los trucos.
Además, por ese mismo espíritu de los tiempos, rápidamente tomó forma la idea de que ibas en esos aviones solo si no podías pagarte otro, era una cosa de adolescentes.
Enseguida quedó claro que había un cierto tipo de gente, bien vestida, señores y señoras de toda la vida, que no se veía en esos vuelos mezclándose con la chavalería y fijándose en los detalles de la reserva.
Se hablaba de estos vuelos con horror, como si fuera transporte de ganado, hasta que llegó la crisis y quedó claro que muchísima gente, en efecto, no podía pagarse otro vuelo.
Fue precisamente entonces cuando algunas de estas compañías se volvieron malas, de maldad, quiero decir.
Cuando para mucha gente
viajar así no fue una elección, sino que no tenían más remedio.
Ahí
estas líneas aéreas se frotaron las manos y se pusieron chulas. De
repente ya no eran empresas de colorines enrolladas, no, llegaron a ser
un pelín nazis.
Te llegaban historias terribles de azafatas bordes con las maletas,
controles sádicos en la puerta de embarque, viajeros abriendo equipaje
en el suelo, sacando calzoncillos y bragas a la vista de todos, porque
superaban el peso admitido en algunos nanogramos. Se veía que lo hacían
con mala leche, con voracidad recaudatoria, y sospechabas que tenían
directrices claras de ir a pillar a los incautos.
Sí, debo confesar que en algún momento yo mismo monté pollos
e hice necesaria la presencia de la Guardia Civil.
Porque, en cuanto protestabas, estos tipos llamaban a seguridad. También he visto cómo una mujer vomitaba porque se sentía mal, pedía un vaso de agua y se lo cobraban.
Prueba más de la perversidad humana, las compañías de toda la vida empezaron a copiar estas técnicas, porque vieron que colaban.
Empezó a diluirse ese estatus de clase que les diferenciaba, esos aires que se daban de que ellos eran otra cosa.
Como en muchos otros ámbitos, nunca sabremos si fue la crisis o se aprovecharon de ella.
Así conocimos el síndrome de la clase turista, que te daba el telele por ir encogido con las rodillas en el esternón durante dos horas.
Como colofón, los atentados del 11-S cambiaron definitivamente lo que era viajar: empezamos a despelotarnos todos en los controles de seguridad y un día no nos dejaron ni el agua.
Porque, en cuanto protestabas, estos tipos llamaban a seguridad. También he visto cómo una mujer vomitaba porque se sentía mal, pedía un vaso de agua y se lo cobraban.
Prueba más de la perversidad humana, las compañías de toda la vida empezaron a copiar estas técnicas, porque vieron que colaban.
Empezó a diluirse ese estatus de clase que les diferenciaba, esos aires que se daban de que ellos eran otra cosa.
Como en muchos otros ámbitos, nunca sabremos si fue la crisis o se aprovecharon de ella.
Así conocimos el síndrome de la clase turista, que te daba el telele por ir encogido con las rodillas en el esternón durante dos horas.
Como colofón, los atentados del 11-S cambiaron definitivamente lo que era viajar: empezamos a despelotarnos todos en los controles de seguridad y un día no nos dejaron ni el agua.
Al ver esas montañas de botellas y botecitos
confiscados, todos hemos pensado que en cada aeropuerto del mundo se han
mantenido decenas de familias con un fructífero mercado negro de
bebidas, cosméticos y colonias
Entre todas estas mezquindades, mi favorita es la de reclamar, un camino a lo desconocido donde era posible no llegar a hablar nunca con un ser humano. Una vez me carteé durante semanas con un robot de Iberia —tenía nombres, apellidos y cargo, pero estoy seguro de que era un robot—. Fue inútil intentar razonar con este ser o entidad. IIntuyo que en algún momento en estas compañías se dieron cuenta de que se estaban pasando tres pueblos, ellos que habían acercado puntos del mapa tan extraños como Girona —si bien haciéndola pasar por Barcelona— y Chisináu.
Y otra vez, de repente, cambió el trato.
Fue hace unos años. Se dejaron de ver broncas en las filas.
También debió de ser porque nos fuimos acostumbrando, obedeciendo, y ya no nos reñían: cualquiera se sabe ahora de memoria medidas y kilos autorizados de las maletas.
Han logrado crear un tipo de viajero algo malhumorado que es capaz de reducir al máximo su número de camisas y hacer fila una hora antes.
Ha costado, pero ya funciona todo como un reloj, y es verdad que podemos ir a cualquier sitio.
También es verdad que ya todos los lugares se parecen, hacemos más o menos los mismos viajes y no te apetece nada ir a Tallin, Estonia.
Quizá sea el momento de ir.
Cachondeo con esta confesión sexual de Terelu Campos en 'Sábado Deluxe'
Los espectadores no dan crédito.
Terelu Campos se ha convertido en uno de los rostros más mediáticos de Telecinco.La hija de María Teresa Campos se ha ganado, gracias a sus apariciones en Sálvame y el reality de Las Campos, un hueco en la parrilla televisiva.
En un momento dado, desde el programa quisieron saber si había practicado sexo telefónico.
Pero además de la pregunta lo que más cachondeo causó fue lo que dijo la presentadora: "Cuando yo mantengo sexo telefónico no existían ni los teléfonos móviles".
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