Un Blues

Un Blues
Del material conque están hechos los sueños

26 nov 2017

José Luis Perales: “García Márquez era mi fan”............. Luz Sánchez-Mellado

El cantautor más prolífico y versionado en español presenta novela y banda sonora y confirma que el velero llamado 'Libertad' está en dique seco.

Puede que a José Luis Perales le horrorice el titular de esta entrevista, o puede que no tanto.
 Cierto es que no pronunció literalmente esa frase.
 Pero también que dijo lo mismo con alguna más de las cinco palabras que caben en el maldito corsé de esa línea. 
Así es Perales. 
Un hombre que no se da importancia pero tampoco se la quita si se le cuestiona. 
Tan lejos de la falsa modestia como de la ostentación vacua.
 El cantante y autor de canciones más versionado en español, uno de los más prolíficos y puede que de los más ricos podría tener jets, barcos y cochazos, pero lo que dice tener es una casa en su pueblo, un coche práctico, una colección de arte, un huerto de tomates rosas y un taller de alfarero donde modela barro por el placer de hacer algo con las manos.
 Ah, y la libertad de hacer lo que le da la real gana. A lo mejor ese es el verdadero lujo.
 Dijo en un concierto en el Teatro Real que tiene fama de triste. Así no se va a quitar el sambenito.
Lo que soy es tremendamente tímido, me tomo muy a pecho, y la gente lo interpreta como que soy un triste. 
Y no lo soy. Mis amigos dicen que soy un cachondo.
Lo que sí es, o lo parece, es la antítesis de la estrella del pop.
Posiblemente. Nunca lo quise ni soñé con serlo. 
Simplemente, hago música porque me encanta, pero lo de estrella no lo acabo de entender, nunca jugué a eso.
Pero tendría mitos de joven
Sofía Loren.
 Esa cara, esa boca tan sensual, esos ojos. Esa cosa tan tremenda, tan frescachona, tan italiana, me encantó siempre.
Igual es por ser de un pueblo tan seco y austero como el suyo.
Es una tierra áspera, hostil y dura, marginada. 
Nos decían que las montañas que la rodean eran el fin del mundo. Fui un niño solitario y era feliz en el desván, donde miraba la vida con el catalejo de mi abuelo.
 He escrito mis canciones allí, en una casa en mitad de la nada. Y cada semana tengo que volver para palpar la tierra.
Hay quien le tacha de tibio. pero la letra de ' Marinero de luces', —” alma de fuego y espalda morena”—su tema para Isabel Pantoja es supertórrida para una mujer.
No lo sé, porque no soy mujer.
 Pero sí sé que contiene toda la carne y todo el drama sin caer en lo burdo ni lo obvio. 
Es pura pasión, deseo, el grito desesperado del que acaba de perder lo que más ama. 
Y puede ser la Pantoja, o tú, o yo. Es una canción sexual, sí, pero sin herir sensibilidades.
Puaf si lo canta la Pantoja no cuente conmigo para valorar ninguna de sus canciones. No me gusta.
 
La gente se sabe sus canciones aunque no sepa que las sabe. ¿Cómo lleva ser el rey del karaoke?
No me disgusta. Es un honor. Si se las saben será por algo.
¿Sabe cuándo le sale un 'hit'?
Sí, se intuye.
 Lo he notado con muchas canciones, la verdad. 
Por decirte una, con Y tú te vas.. Ese ritmo, ese vals, sabía que ese algo estándar tenía que gustar, y fue uno de los hitos de mi carrera.
¿Se siente poderoso al emocionar a la gente con su música?
No, me siento útil.
 Cuando ves a la gente de la primera fila emocionarse, te emocionas tú y no te quieres bajar nunca de ahí.
 Es una vanidad, sí. 
Y es adictivo, si no tienes a alguien que te pone los pies cuando sales del teatro.

Creo que García Márquez le declaró su admiración en persona. ¿Cómo se sobrevive a eso?

 Me dijo alguien que él había escrito en un periódico de México que daría cualquier cosa por resumir como yo en tres minutos lo que él hacía en un libro. 
Le llamé, nos tomamos un whisky, me enseñó mis discos, y le dije que la envidia era mía. Que ojalá pudiera convertir los tres minutos de una canción en una buena novela.
Bueno, es lo que ha intentado ahora con 'La hija del alfarero'.
Sí, tenía esa espinita de no poder hacer canciones más largas. y he hecho una de 300 páginas.
 Ha sido un placer de los grandes.
Veleros, gaviotas, estelas.. ¿El 'mundo Perales' es de este ídem?
La lluvia, el jardín, las estelas. 
Me salen solos, no puedo evitarlo.
 Mis hijos me decían, papá, eso ya lo has cantado. Hay una canción, Mis tópicos en que me río de eso. Y me encantan mis imitadores.

¿Y el velero llamado 'Libertad'?

Varado en el garage de mi casa. Estaba en Buendía, pero se seco y y está esperando a que llueva.

 Porque lloverá. Siempre llueve.. 

Y esa canción desesperada porque su amor se va o lo deja por otro.....

Y como es él.....y en qué lugar se enamoró de ti.....es un ladrón que me ha robado todo. Nos Parece muy cursi pero la han puesto de moda esos chicos que quieren ganar concursos, "¿A qué dedica el tiempo libre? muy masoca me parece.

La lucha final.................................................. Juan José Millás


La imagen

La lucha final

NO ES LA FOTO de una instalación artística.
 Pertenece a un momento de la vida real.
 Los dueños de esos gorros son soldados, no importa ahora de dónde, que están celebrando una reunión en el Pentágono.
 En el Pentágono, se dice pronto, uno de los lugares de este funesto mundo donde se toman decisiones que marcan el rumbo de la historia.
 Fíjense bien: ni un abrigo, ni una casaca, ni una guerrera, ni una capa, nada, excepto los sombreros, que inevitablemente evocan al cerebro debido a que la frontera entre aquellos y este es un poco difusa.
 Alguien, quizá el general más veterano, debería haber advertido al resto de que las metáforas las carga el diablo y que los fotógrafos están a la que salta.
 He ahí el problema de que en las escuelas militares no se estudie retórica.
 Resulta que en un artefacto repleto de perchas para colgar de él las prendas que representan al cuerpo y entrar en la reunión libre de cargas, han preferido abandonar los cerebros.
Así va el mundo.
Lo peor, con todo, es que los han dejado de cualquier forma, unos encima de otros, sin orden ni concierto, de manera que sería imposible averiguar si hay o no hay una jerarquía. 
No sabemos quién manda. No obstante, mande quien mande, observen el susto de las perchas, que van haciéndose fuertes, poco a poco, en el lado derecho de la barra.
 Agrupémonos todas en la lucha final, parecen decirse frente a esa cantidad desusada de encéfalos castrenses amontonados en un mueble diseñado para otros contenidos.
—No corráis, que es peor —da la impresión de gritar la más alejada del grupo.La lucha final

No....................................................................Rosa Montero

Durante cuatro décadas, en el extranjero me he tenido que enfrentar centenares de veces a los mismos tópicos sobre la sociedad española.
TENGO UNA AMIGA catalana no independentista que el otro día me contaba sus cuitas.
 Por un lado, la crispación social y la creciente agresividad: por ejemplo, hace poco viajaba en un taxi en Barcelona e iba comentando por el móvil con un amigo su tristeza por la situación política, y el taxista comenzó a bufar, pegó un frenazo y la echó con cajas destempladas de su vehículo. 
Y, por el otro lado, el sapo que se tuvo que tragar cuando formó parte de la última manifestación por la unidad y recorrió las calles acompañada por el chunda chunda del ¡Que viiiiiva Españaaaaa! de Manolo Escobar: “Porque desde luego hay que salir y manifestarse, pero tener que aguantar eso…”, se dolía la criatura. Qué bien la entiendo.
Llevo casi cuarenta años participando como periodista y novelista en actos públicos en el extranjero y en todo este tiempo me he tenido que enfrentar centenares de veces a los mismos tópicos sobre la sociedad española, unos estereotipos rancios y ridículos que poseen una fabulosa tenacidad, porque las décadas transcurren, pero los lugares comunes continúan firmemente hincados en la mentalidad de franceses, ingleses, italianos, alemanes, norteamericanos y demás individuos de allende fronteras.
 Y es que los tópicos persisten por encima de lo real siempre y cuando nos devuelvan una imagen confortable de nosotros mismos. Al anclar a España en lo primitivo, lo violento y lo racial, los ciudadanos precisamente más primitivos de esos países (es decir, los más incultos) se sienten superiores. 
Denigrar al vecino, ya se sabe, es la manera más fácil que tienen los necios para creerse listos. 

De modo que llevo casi cuarenta años teniendo que explicar una y otra vez, y a medida que transcurre el tiempo más irritada, que la España de hoy no se define de manera esencial por la Guerra Civil o por el franquismo.
 Sin duda forman una parte muy importante de nuestra historia, pero exactamente igual que la Segunda Guerra Mundial forma parte de la historia de los vecinos.
 Quiero decir que, por el hecho de ser una escritora española, no tengo que ser preguntada una y otra vez por la maldita Guerra Civil, de la misma manera que a nadie se le ocurre preguntarle a un escritor francés por el colaboracionismo de Pétain, con el agravante de que esto último tendría incluso más sentido cronológico, porque la guerra mundial terminó seis años más tarde que la nuestra. 
Hace 42 años que murió Franco, 78 que acabó la Guerra Civil: la España de hoy no se reduce a eso, por favor.
Pero ahí sigue aleteando el tópico.
 España es sinónimo de Guerra Civil, machismo, toreros, Iglesia y flamencas con bata de lunares.
 Y yo me aburro de repetir que, según el Eurobarómetro, el machismo español está en la zona media-baja (aunque siga existiendo, por supuesto: hay sexismo en todas partes); que apenas un 35% de la población apoya los toros (y entre menores de 24 años, sólo un 16%); que somos uno de los países menos religiosos del planeta (sólo un 26% se declaran católicos practicantes, sólo un 35% marcan la casilla de la Iglesia en la renta), y que las flamencas forman parte de nuestra rica y complejísima cultura, pero son tan sólo un ingrediente más de ese mosaico y, aunque nos guste verlas, muchos no nos sentimos representados por ellas. 

Pero hete aquí que ahora, con este salto para atrás que siempre fomentan las ebulliciones nacionalistas, sean del signo que sean, se diría que los tópicos más viejos y casposos están levantando la cabeza. 
Verán, a mí me parece de perlas que haya gente a la que le encante Manolo Escobar con su carro, sus no me gusta que a los toros te pongas la minifarda y sus vivas patrióticos, y seguro que el cantante fue un buen hombre, pero considero lamentable intentar reducir la moderna y poliédrica España de hoy a ese mensaje elemental y arcaico, que para bailar achispado en una boda puede funcionar, pero como eslogan político da pavor.
 Esta queja puede parecer una frivolidad con la que está cayendo, pero es que los símbolos son importantes porque las ideologías se amparan y engordan bajo ellos.
 ¿Que viva España? Pues mira, suplantada, empequeñecida y secuestrada por la simpleza del hit escobariano, como que no. 

‘Poor devils’.......................................................Javier Marías

La obtusa interpretación del conflicto catalán hecha por medios y opinadores anglosajones confirma que sus países ya no cuentan intelectualmente.
CONOZCO A ALGUNAS personas compungidas por la ramplona interpretación que de la crisis catalana han hecho ciertos medios y opinadores anglosajones, a ambos lados del Atlántico.
 Desde mi punto de vista (y miren que soy anglófilo de toda la vida, y por ello he sido tildado en España de “autor inglés traducido” y otras etiquetas más groseras), esas personas van atrasadas de información, o bien son muy lentas a la hora de sacudirse los viejos prestigios, cuando éstos ya han caído. 
Las voces en inglés han aparecido más autorizadas que cualesquiera otras durante décadas, y con bastante justicia.
 Tanto los Estados Unidos como Gran Bretaña son ricos y fuertes todavía, han tenido y tienen científicos y artistas deslumbrantes y Universidades de enorme fama; han sido serios en el mejor sentido de la palabra, escrupulosos y racionales en sus análisis;
 han universalizado su cultura y su historia a través del cine y las series televisivas: no sé ahora, cuando ya casi nadie sabe nada, pero hasta hace poco no había europeo que ignorara quiénes fueron el General Custer o Jesse James, mientras que éramos incapaces de decir un solo nombre de general alemán, español, italiano o francés, incluidos los de Napoleón, o de un bandolero de las mismas nacionalidades.
 O bueno, mucha menos gente conocía al italiano Salvatore Giuliano que a los americanos Capone, Luciano o Billy el Niño. Con lo anglosajón, pero sobre todo con lo estadounidense, hay un papanatismo propio de países colonizados, con España a la cabeza. Todo lo que se inventa o se cree descubrir en América acaba abrazándose aquí con absoluto sentido acrítico, casi con idolatría. 

Desde mi punto de vista, insisto, hace tiempo que lo que desde allí nos venden es mercancía dañada o barata, con las excepciones de rigor.
 La mayor parte de las novelas estadounidenses son repetitivas y carentes de interés, rara es la ocasión en que abro una y no empiezo a bostezar ante sus “frescos” de una época o de una ciudad, ante sus historias de familias (disfuncionales todas, por favor), ante sus artificiales prosas pretendidamente literarias y plagadas de tics de las llamadas “escuelas de escritura”, ante su voluntariosa sumisión a lo “edificante” o a lo “transgresor”.
 Del cine no hablemos: hace lustros que dejó de ser un arte que ofrecía un montón de obras maestras al año para brindarnos hoy productos sin brío y sin alma, películas desganadas, rutinarias y sin convicción, remakes y secuelas sin fin. 
De las costumbres que hemos importado, qué decir, desde Halloween hasta el Black Friday, todo contribuye a la infantilización y el gregarismo del mundo.
En cuanto a los “razonamientos”, les debemos las siete plagas de lo políticamente correcto, el abandono de toda complejidad, matiz y ambigüedad, incluso de toda duda y de todo dilema, cuando el ser humano es esencialmente complejo, ambiguo, lleno de excepcionalidades, incertidumbres y encrucijadas morales. 
Pero, aparte de todo esto, que es una generalización superficial, los prestigios de los países están irremediablemente unidos a sus gobernantes, quienes, nos guste o no, influyen mucho más de lo que deberían.
 En este sentido, un país capaz de elegir como Presidente a Trump para mí ya no cuenta, en conjunto. 
Tampoco uno capaz de votar alocadamente el Brexit para medio arrepentirse cuarenta y ocho horas después y, pese a ello, carecer de valor para rectificar su atolondrada decisión; de exhibir como Premier a la incompetente y confusa Theresa May y como Ministro de Exteriores al cínico, bufonesco y dañino Boris Johnson. 
Países capaces de dejarse engañar por mamarrachos como Nigel Farage y Donald Trump pasan a ser inmediatamente países sin prestigio alguno, temporalmente idiotizados, dignos de lástima.
 
No es que en España ni en Europa estemos representados por gente mucho mejor, pero al menos nuestros gobernantes no resultan grotescos (al menos hasta que ganen Berlusconi o Grillo, tal para cual). 
Sosos y mediocres, sí; injustos y con escasa pesquis, la mayoría; inútiles, también.
 Pero no grotescos ni llamativamente lerdos. 
Por eso, la obtusa interpretación del conflicto catalán hecha por editoriales del New York Times y el Washington Post, el Guardian y el Times, carece de la importancia que habría tenido hace sólo dos años, y no debería llevar a nadie a la compunción ni al sonrojo.
 Que esos diarios (y algunos escritores de brutal ignorancia e inermes ante la manipulación) no sepan detectar que el Govern de Puigdemont y Junqueras ha encabezado un golpe retrógrado y decimonónico, antidemocrático, insolidario, totalitario, a la vez elitista y aldeano, y tan denodadamente embustero como el de los brexiteros y los trumpistas, no hace sino confirmar que los países a los que pertenecen están embotados y han dejado de contar intelectualmente, ojalá que por poco tiempo. 
Y no es que en el mundo anglosajón no haya voces inteligentes, claro que las sigue habiendo. 
Pero están en retirada, avasalladas y desconcertadas por la rebelión de los tontos y su toma del poder.
 Cuanto hoy venga de ese mundo ha de cogerse con pinzas y ponerse en cuarentena.
 Porque, después del Brexit y Trump, esos países han bajado provisionalmente a la categoría de “poor devils”, como dicen en inglés.