El filósofo cumple hoy 90 años y uno de sus discípulos hace crónica de sus palabras.
En la muy profunda entrevista que este último domingo publicó Tereixa Constenla con Emilio Lledó
en EL PAÍS, el filósofo que educó a generaciones de jóvenes, desde
Alemania, Valladolid, La Laguna, Barcelona y esta ciudad en la que ahora
vive, mostró alegría y dolor, duda y exactitud, esperanza y neblina, y
fue todo el rato aquel maestro que tuvimos.
La periodista me dejó estar con ellos mientras ocurrió la entrevista, y en silencio fui tomando notas como un alumno de ambos.
Hoy que el profesor que nos hizo preguntones y dubitativos cumple noventa años quisiera hacer un retrato de aquel escenario en el que él respondía, la periodista preguntaba y este cronista tomaba notas de lo que pasaba por allí.
Durante los 77 minutos que duró la charla, mientras ellos hablaban, tomé 47 notas, la primera fue Niño de la guerra, y la última fue Margarit.
En el primer caso porque su propia presencia en esa casa tranquila, sosegada, con los ruidos de la calle opacos y desvanecidos, es tan distinta al ruido del país en el que nació, el sobresalto del niño en Bocángel.
Y ha pasado tanto tiempo y es tan impresionante cómo en su memoria se reproduce aquella desgracia como el principio de su determinación a favor de la duda y de la paz, pues la paz viene de la duda; la guerra viene de la certeza, de la ruin certeza, del desgénero humano del que le hablaba a Tereixa citando a Manuel Azaña.
Y esa última nota, Margarit, viene, y en la entrevista sale, por el amor que ambos comparten, el poeta Joan Margarit y Emilio Lledó, por Barcelona.
Una ciudad que los hizo a los dos, a Margarit desde la infancia que ahora resucita también en su nuevo libro, y a Lledó, que por tantas razones tiene allí depositada, también, la memoria de su mayor tristeza.
Y de la experiencia más plena de su amor por la docencia.
Claro, en los dos, en el poeta y en el filósofo, hay ahora melancolía; este recordó los versos que Margarit le dedicó, seguro que el poeta no olvida a este amigo obstinado en el amor por todas las emociones que constituyen su ser ahora de 90 años.
Y luego escribí estas palabras que surgían de la charla: Hambre, Esqueleto, Los que la perdimos, Una cola de una hora para tomates, Salud relativamente buena.
Y, subrayada, viene esta frase, la nota número 8: Mi trabajo
. De las trescientas palabras que Lledó te dice en una conversación, por teléfono, por mail, en persona, agarrándose la cabeza grande con sus manos igualmente bien nutridas de nudos y de venas, es ese sintagma inevitable: Mi trabajo.
Siempre está en un artículo próximo, ahora “sobre el desgénero”, en un libro (Filía), en una conferencia o en la respuesta a un premio, ahora el Leyenda de la lectura que le han concedido los libreros de Madrid.
Y Mi trabajo está también sobre la mesa nutriente en la que recibe las visitas y ante la que se sientan el filósofo y la periodista.
Libros que van variando, compromisos que le llegan por correo, pero también Kant (“Kant se me queja mucho”). Kant, se dice en las notas, es como una especie de amigo que tiene siempre disponible y que a veces le regaña, como le regañan Aristóteles y Platón, que están por las estanterías y muchas veces se bajan al suelo de esa mesa para ponerlo en su sitio:
“Mírame, Lledó, no seas tan moderno”.
De las cosas que en ese primer momento le dijo a Tereixa apunté algo sobre su edad. “No quieres irte”, de la vida no quieres irte, “Aún no se me rompe el espejo”.
La periodista me dejó estar con ellos mientras ocurrió la entrevista, y en silencio fui tomando notas como un alumno de ambos.
Hoy que el profesor que nos hizo preguntones y dubitativos cumple noventa años quisiera hacer un retrato de aquel escenario en el que él respondía, la periodista preguntaba y este cronista tomaba notas de lo que pasaba por allí.
Durante los 77 minutos que duró la charla, mientras ellos hablaban, tomé 47 notas, la primera fue Niño de la guerra, y la última fue Margarit.
En el primer caso porque su propia presencia en esa casa tranquila, sosegada, con los ruidos de la calle opacos y desvanecidos, es tan distinta al ruido del país en el que nació, el sobresalto del niño en Bocángel.
Y ha pasado tanto tiempo y es tan impresionante cómo en su memoria se reproduce aquella desgracia como el principio de su determinación a favor de la duda y de la paz, pues la paz viene de la duda; la guerra viene de la certeza, de la ruin certeza, del desgénero humano del que le hablaba a Tereixa citando a Manuel Azaña.
Y esa última nota, Margarit, viene, y en la entrevista sale, por el amor que ambos comparten, el poeta Joan Margarit y Emilio Lledó, por Barcelona.
Una ciudad que los hizo a los dos, a Margarit desde la infancia que ahora resucita también en su nuevo libro, y a Lledó, que por tantas razones tiene allí depositada, también, la memoria de su mayor tristeza.
Y de la experiencia más plena de su amor por la docencia.
Claro, en los dos, en el poeta y en el filósofo, hay ahora melancolía; este recordó los versos que Margarit le dedicó, seguro que el poeta no olvida a este amigo obstinado en el amor por todas las emociones que constituyen su ser ahora de 90 años.
Y luego escribí estas palabras que surgían de la charla: Hambre, Esqueleto, Los que la perdimos, Una cola de una hora para tomates, Salud relativamente buena.
Y, subrayada, viene esta frase, la nota número 8: Mi trabajo
. De las trescientas palabras que Lledó te dice en una conversación, por teléfono, por mail, en persona, agarrándose la cabeza grande con sus manos igualmente bien nutridas de nudos y de venas, es ese sintagma inevitable: Mi trabajo.
Siempre está en un artículo próximo, ahora “sobre el desgénero”, en un libro (Filía), en una conferencia o en la respuesta a un premio, ahora el Leyenda de la lectura que le han concedido los libreros de Madrid.
Y Mi trabajo está también sobre la mesa nutriente en la que recibe las visitas y ante la que se sientan el filósofo y la periodista.
Libros que van variando, compromisos que le llegan por correo, pero también Kant (“Kant se me queja mucho”). Kant, se dice en las notas, es como una especie de amigo que tiene siempre disponible y que a veces le regaña, como le regañan Aristóteles y Platón, que están por las estanterías y muchas veces se bajan al suelo de esa mesa para ponerlo en su sitio:
“Mírame, Lledó, no seas tan moderno”.
De las cosas que en ese primer momento le dijo a Tereixa apunté algo sobre su edad. “No quieres irte”, de la vida no quieres irte, “Aún no se me rompe el espejo”.
Y es verdad, está robusto, pasea
por El Retiro, se trae a casa algunas plantitas que va depositando en su
jardín aéreo, sobre la calle O Donnell, donde vive desde hace casi
medio siglo.
“Podría haber escrito veinte libros más. Quizá. Pero en el
haber hecho está la solidez del cristal”
Haber hecho. Y tanto que ha hecho.
Los libros son su
obsesión y su materia, y de la materia de los libros habló. “Esos libros
que llaman e-book”: ahí destrozó la diplomacia.
Sería horrible una
estantería blanca y de pronto, en una esquina, un artilugio en el que
caben dos mil libros.
Si no hay libros, libros físicos, libros
verdaderos, tangibles, con sus portadas y sus títulos, y su olor, se
rompe la vida, y no hay que “romper la vida” renunciando a “otros
diálogos posibles”.
Y sus libros son los diálogos posibles con otras
vidas que le esperan en esas estanterías físicas que repasa como si
buscara fotografías recientes, o risas de sus nietas.
Ah, las nietas;en estas 47 notas de la entrevista
Lledó-Constenla hay un largo espacio para ellas, junto con su evocación
de las margaritas que se trae del Retiro, los libros, los ríos y los
bosques que en ese momento “están asesinando” en Galicia.
Ese paseo por la realidad lo llevó a la nota número 30: “Alumno. Viene de alo, alimentar”.
Y siempre quiso alimentar, “nutrir”, a los alumnos, ahuyentarlos de la ignorancia, a la que ahora nos fuerza la voluntad de echarnos abajo, ponernos al final de la tabla de aprender.
“¿Ha faltado Filosofía?”, le pregunta Tereixa.
“Y ha sobrado ignorancia”, le responde el maestro.
Hoy, a sus noventa años, cuando repaso aquellas notas, releo lo que dice Salman Rushdie en BABELIA: vivimos marcados “por la ignorancia agresiva”.
Eso es. Maleducamos, nos hemos maleducado, en esta España difícil.
Y cita Lledó, su memoria perfeccionada por el estudio, a Lope de Vega: “España, madrastra de tus hijos verdaderos”.
La entrevista siguió por palabras que quedan ahí en las sucesivas notas: dolor, placer, amor, odio, “separatismo, triste desazón”, “el bien es la lengua que has hecho contigo”, “el alma está en las manos, dijo Artistóteles”, así hasta llegar a “Solidaridad” y a “Margarit”.
Antes había dicho una palabra que parece hecha para su ser y para su voz y para su alegría de viviry para su edad de hoy.
La palabra Filantropía, que le trae, a veces, deesa estantería su paisano más querido, más vivo en él quizá, más imperecedero: don Antonio Machado. 90 años y cuánta alegría de aprender.
Don Emilio Lledó Íñigo, de Salteras, Sevilla, donde tiene muchas de sus estanterías.
Ese paseo por la realidad lo llevó a la nota número 30: “Alumno. Viene de alo, alimentar”.
Y siempre quiso alimentar, “nutrir”, a los alumnos, ahuyentarlos de la ignorancia, a la que ahora nos fuerza la voluntad de echarnos abajo, ponernos al final de la tabla de aprender.
“¿Ha faltado Filosofía?”, le pregunta Tereixa.
“Y ha sobrado ignorancia”, le responde el maestro.
Hoy, a sus noventa años, cuando repaso aquellas notas, releo lo que dice Salman Rushdie en BABELIA: vivimos marcados “por la ignorancia agresiva”.
Eso es. Maleducamos, nos hemos maleducado, en esta España difícil.
Y cita Lledó, su memoria perfeccionada por el estudio, a Lope de Vega: “España, madrastra de tus hijos verdaderos”.
La entrevista siguió por palabras que quedan ahí en las sucesivas notas: dolor, placer, amor, odio, “separatismo, triste desazón”, “el bien es la lengua que has hecho contigo”, “el alma está en las manos, dijo Artistóteles”, así hasta llegar a “Solidaridad” y a “Margarit”.
Antes había dicho una palabra que parece hecha para su ser y para su voz y para su alegría de viviry para su edad de hoy.
La palabra Filantropía, que le trae, a veces, deesa estantería su paisano más querido, más vivo en él quizá, más imperecedero: don Antonio Machado. 90 años y cuánta alegría de aprender.
Don Emilio Lledó Íñigo, de Salteras, Sevilla, donde tiene muchas de sus estanterías.