Un Blues

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Del material conque están hechos los sueños

24 sept 2017

Antonio Banderas: “Lo de Cataluña es un animal extraño, parece una película de Berlanga”



 

El malagueño recibe el Premio Nacional de Cinematografía en un acto marcado por los acontecimientos políticos.

Antonio Banderas, con el diploma que acredita su Premio Nacional en la mano.

En un acto marcado por la tormenta política que sufre España y el descenso del IVA al cine anunciado el día anterior por el ministro de Educación, Cultura y Deporte, Íñigo Méndez de Vigo, Antonio Banderas ha recibido hoy, sábado, el Premio Nacional de Cinematografía como es habitual, en el Festival de San Sebastián, pero por primera vez en el centro Tabakalera.
 Tan primera vez, que el galardonado se ha llevado de regalo un rastro vertical de pintura blanca en la espalda de la chaqueta de su impoluto traje negro.
 En los días anteriores el cineasta (Málaga, 1960) ya había avisado de que su discurso se centraría en las tres palabras que dan nombre al reconocimiento
. Un discurso templado, medido, que luego ha desarrollado en un corrillo con periodistas con una voz gastada por su viaje relámpago desde Sudáfrica, donde está rodando una película. 
En el corrillo ha estado más incisivo que en su parlamento previo: “No me preocupaba explicar el concepto nacional porque me cuesta desgranar ideas que no comprendo, pero esa la tengo clara.
 Yo he crecido en este país y he pasado de niño a hombre mientras España estaba en esa Transición. 
Y creo que se hicieron las cosas muy bien en aquel momento. Aquello acabó en una obra de arte política que se aprobó con el voto de los españoles.
 Naturalmente pasan muchas cosas en el trayecto y hay que mirarlas en positivo.
 Como mi vida, en la que he tenido muchos obstáculos. Y siempre he tratado —que no quiere decir conseguido— reciclarlos en positivo.
 Tirar hacia adelante y no quedarme estancado”.
 El malagueño paró un momento y rio: “Estamos hablando sin querer mencionar lo de Cataluña.
 Pues bien, lo de Cataluña es un animal extraño, difícil de observar; a veces parece una película de Berlanga. 
Votar es lógicamente uno de los grandes preceptos de la democracia, pero no debemos olvidar que no es el único. 
Están el respeto a la ley, al Estado de Derecho, muy importantes. Se pueden plantear referendos ridículos, como eliminar a los que no son de nuestra raza. 
Y alguien llamaría a eso democracia. La democracia está formada por muchas otras ramas de ese árbol. 
Tenemos que tenerlo claro”. Y preguntado sobre las acciones del Gobierno español en Cataluña, explicó: "Eso es como la tarjeta roja en el fútbol.
 ¿Quién la saca, el árbitro o el jugador que ha pegado la patada?".

 En su discurso previo, Banderas comenzó reconociendo que lo peor de un premio es "recogerlo". 

"Hablando de enunciados, el de este reconocimiento reza como Premio Nacional de Cinematografía. Esto suena serio, contundente e institucional". 

Para el actor, la clave estaba en la palabra nacional. "Porque en los tiempos que estamos viviendo, las otras dos quedan eclipsadas". 

Y desgranó: "Empecemos por Premio. Lo mejor son los inesperados.

 Me despierto. Mañana gris en Londres y tengo que bajar a la ciudad a una reunión con abogados.

 Me duele la espalda. Me preparo un té. Recibo la llamada de concesión del premio. 

Pues ya no está tan nublada la mañana. Cambio el desayuno por otro más grande, con huevos fritos, tocino, zumo y bollos. Le hago otro a mi novia. Le subo la bandeja y ya no me duele la espalda".

 

Y siguió con su análisis: "Nacional, la estrella del día. A ver cómo se retrata Banderas, estarán algunos rumiando.
 Crecí y maduré de forma paralela a un país que pasaba de dictadura a democracia [...]. Creí entonces, y sigo creyendo ahora, en ese proyecto común llamado España.
 Como me pasa conmigo mismo, a veces me siento orgulloso de él y a veces no, pero no puedo evitar quererlo. Uno de los desafíos a los que se enfrenta nuestro país es su maravillosa imperfección". Aseguró que el futuro "que nos espera es una prueba de carácter, de voluntad y de capacidad para sobreponerse y crecer". 
"A veces me pregunto si ese reto apasionante no es en realidad lo que debería de ser llamado España".
Finalmente, llegó a Cinematografía: "El universo cinematográfico es subjetivo, esa es una de sus grandezas y de sus miserias.
 Lo que a mí me toca el corazón a otros les toca otro órgano de la anatomía humana menos noble. Siempre ha sido y será así en la historia del arte". Banderas reiteró que no le gusta la palabra carrera, que sirve "para enjaular a artistas".
 Y remarcó: "El cine tiene un alma propia, rebelde y libre que reclama su autonomía, que no pertenece a nadie.
 Puede que mi carrera no tenga sentido hasta que muera, y a pesar de los chistes sin gracia que a veces me cuenta mi corazón, no es esto algo que entre en mis planes inmediatos". 
Y al final explicó: "Espero que, tras 37 años de carrera, esto haya sido útil a alguien, a un joven [...], al tiempo en que me tocó vivir, a quienes cruzaron su camino con el mío y a mi tierra".

La extinción de los lagartos gigantes altera los ecosistemas de Canarias



Los gatos asilvestrados exterminan a los reptiles que dispersan las semillas de plantas únicas.


 
Lagarto gigante de Gran Canaria.
La reducción de lagartos gigantes en Canarias está trastornando los ecosistemas de las islas, según una investigación del Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC). Estos animales son frugívoros —se alimentan de frutos— y contribuyen a dispersar las semillas de las plantas.
 Por lo tanto, su extinción comprometería la supervivencia de flora que solo existe en esa región del mundo.

"Estamos perdiendo unos jardineros muy efectivos", asegura Alfredo Valido, director del proyecto de investigación de la Estación Biológica de Doñana del CSIC.
 La orijama es un arbusto endémico de las islas Canarias que depende exclusivamente de estos lagartos para dispersar sus semillas.
 El estudio, publicado en la revista Journal of Ecology, revela que la extinción de estos animales ha provocado una reducción en la conectividad y las características genéticas de las poblaciones de plantas.

Valido señala que la desaparición de los lagartos gigantes tendría repercusiones en la vegetación. 
Sin embargo, no cree que la orijama vaya a desaparecer a corto o medio plazo. 
"En el Amazonas hay árboles cuyos dispersores desaparecieron hace 500 años", explica.
La extinción de los lagartos gigantes tiene su origen hace 2.600 años, con la llegada de los primeros colonizadores a las islas y, sobre todo, de especies invasoras asociadas a los humanos, como los gatos o las cabras asilvestradas. 
Valido afirma que la solución para evitar la extinción de los lagartos es acabar con las especies que se los comen,al menos en las zonas protegidas.
 En el caso de los gatos, que son nocturnos, propone tender trampas.
 En cuanto a las cabras, considera que habría que dispararlas, porque es prácticamente imposible capturarlas en zonas con acantilados:

 “Es muy arriesgado”.

Cuatro días que cambiaron el mundo....................Juan José Millás

COLUMNISTAS-REDONDOS_JUANJOSEMILLAS
SI NO SUPIÉRAMOS que se trata de Ángel Nieto, pensaríamos que se trata de un héroe de la aviación de la I Guerra Mundial, quizá de la II, pues los cambios entre una y otra, en lo que nos ocupa, no fueron tan grandes. 
A esa estética responden el casco y las gafas del corredor de motos, incluso su mirada, dirigida hacia ese punto del infinito donde nos aguarda la gloria (a quien le aguarde). 
 El blanco y negro contribuye también a la creación de esa atmósfera que nos lleva tan lejos cuando en realidad estamos tan cerca.
 No se pierdan la hebilla del barboquejo, que debe de pesar más que un candado. 
El casco de un niño actual de cuatro años que estrena su primera bicicleta es sin duda más ligero, funcional y seguro que el del antiguo campeón del mundo.
.
Tal avance en la calidad de los materiales y en la eficacia de las formas, que se ha producido en apenas cuatro días, ha afectado a cuanto nos rodea, incluidas las raquetas de tenis, las baterías de cocina y la utilería doméstica en general (por no hablar de la aparición de Internet).
 Tampoco las motos de ahora tienen mucho que ver con aquellas sobre las que cabalgó Nieto.
 El cambio ha sido exponencial. En unos pocos años, la realidad ha sufrido más transformaciones que en todo el siglo anterior, quizá que en los dos siglos anteriores.
 Significa que vamos hacia el futuro (sea lo que sea el futuro) a velocidades que el señor de la foto jamás soñó en alcanzar sobre su montura.
 Señalar por último que se pasó la existencia jugándose la vida sobre un artefacto de dos ruedas para ir a morir sobre uno de cuatro.
 El destino.
 

Un problema de incredulidad.............................Javier Marías

Tras los atentados de Cataluña no me creí el lema ‘No tinc por’. Repetir en exceso la misma frase suele ser signo de que a uno le pasa lo contrario de lo que proclama.

Javier Marías
UNA VEZ MÁS, el problema es mío sin duda.
 Sería idiota y presuntuoso pensar que son los demás quienes andan equivocados. Claro que a veces hay masas erradas a buen seguro (las que han hecho a Trump Presidente, sin ir más lejos), y su número no me puede convencer de lo contrario, ni aun cuadruplicado. 
Serían masas de zotes enajenados, y de ahí no me movería.
 Pero en lo que voy a comentar hay un elemento intuitivo, poco racional, que no avala mis impresiones.
 De hecho son sólo eso, impresiones y sensaciones. 
Hace ya tiempo que no logro creerme casi nada de lo que veo, escucho, leo. 
Y la cosa me ha preocupado enormemente en el último mes, tras los atentados de Barcelona y Cambrils.
 Viví tres años de mi juventud en Barcelona y voy por allí cada cinco o seis semanas. 
Conozco a su gente civilizada y amable, ahora acogotada y semisecuestrada por los caciques de la independencia, individuos pueblerinos, autoritarios y racistas. 
Me creo a quienes empezaron a llenar la Rambla de flores, velas y mensajes: personas que necesitan hacer “algo” incluso cuando ya no se puede hacer nada, una forma de desesperado autoconsuelo. Pero pronto eso se convirtió en algo tan desproporcionado e invasivo que no pude evitar la impresión —insisto— de que muchos de los que depositaban sus ofrendas lo hacían ya sólo por mimetismo y para “no ser menos”, tal vez para sacar una foto turística de lo que habían colgado y luego “compartirla”, como se dice ahora con el verbo más tontaina de cuantos nos han invadido desde el inglés más tontaina.  

Para ofrecerse a sí mismos una imagen ejemplar de sí mismos.
 ¿Por qué me cuesta creer en la autenticidad de ese gesto a partir de un momento dado? ¿Por qué dudo que a muchos visitantes —los barceloneses son otra historia— les importen gran cosa los muertos allí habidos?
 No lo sé, seré un incrédulo y un desconfiado. O quizá es porque tampoco he logrado creerme ninguno de los discursos huecos de los políticos ni de gran parte de los periodistas y tertulianos.
 A los primeros los he oído soltar banalidades de manual, tan manidas que suenan vacuas (“Nadie destruirá nuestra forma de vida” y demás), o bien insidias en provecho propio, con las que resultaba diáfano que lamentaban el atentado, cómo no, pero que, una vez producido, era de tontos no sacarle partido, cada uno en beneficio de sus intereses.
 A los segundos y terceros (con honrosas excepciones) los he visto lucirse con sentidos recuerdos de su Rambla o bien arrimar el ascua a su sardina española o independentista, islamofóbica o islamofílica, según el caso. 
Pocos me ha parecido que deploraban de veras esos muertos abstractamente venerados.
 Las víctimas como oportunidad y pretexto.
 Y sería lo natural, tener miedo.
 No hasta el punto de alterar las costumbres (en Madrid no lo hicimos tras el 11-M, con casi doscientos muertos), pero sí hasta el de andar ojo avizor, tomar precauciones y sentirse más amenazado que antes.
 ¿Y qué hay de la manifestación del sábado 26 de agosto? Costaba creérsela pese a la indudable sinceridad de la mayoría, si una parte no desdeñable de los manifestantes era obvio que estaban a otra cosa.
 No estaban desde luego a llorar a los asesinados ni a condenar a los terroristas ni al Daesh que los inspira, sino a abuchear a quienes les caían gordos, a exhibir sus enseñas en el día más inadecuado, a culpar de la matanza al Rey y al Gobierno central por sus tratos con determinados países (se les olvidó culpar al Barça, que ha lucido durante años “Qatar” en las camisetas), a pedir que no se vendan armas a nadie (cuando estos atentados se habían llevado a cabo con furgonetas alquiladas en casa y cuchillos de cocina, gran tráfico internacional hay de eso), a protestar por una islamofobia por suerte escasa en España, como ya se comprobó tras el mencionado 11-M. Fui viendo esa manifestación en diferentes cadenas.
  En una estaban siempre Pablo Iglesias o un acólito hablando, como si todas las víctimas hubieran sido de Podemos; en otra, oficial catalana, enfocaban insistentemente la zona en que había más esteladas y más pitos a los “españoles” presentes, falseando con descaro el conjunto; en otra, estatal, procuraban escamotear en lo posible eso mismo. 
De la multitud, muchas personas parecían en verdad afectadas; otras, estar allí porque era lo que tocaba y no iban a perderse el acontecimiento.
 No vi diferencia con otras ocasiones, incluso con algunas festivas. Eché de menos más silencio, duelo, sobrecogimiento (mucho pedir a esta época chillona, supongo).
 Quien me mereció mayor crédito en esos días (sólo en esos) fue el responsable de los Mossos d’Esquadra, Trapero, porque al hombre se lo veía afanándose, agotado, prestando servicio, sin tiempo ni ganas de posar ni de sacar provecho. 
Vaya problema tengo si, de toda la sociedad, a quien más me creí fue a un policía.