Los últimos diez minutos de la película esconden un debate que no hemos superado 30 años después.
Los protagonistas de 'Atracción fatal' Glenn Close y Michael Douglas.Vídeo: tráiler de la película.
En el siglo XV, las mujeres que decidían no casarse y abrir
un herbolario eran consideradas una amenaza contra dos instituciones, el
matrimonio y la medicina. Así que eran sentenciadas por brujería, pero
la sociedad consideraba que matarlas con una estaca resultaba demasiado
misericordioso: querían verlas arder en una pira. Cinco siglos más
tarde, el público tomó las mismas represalias contra una bruja de Wall
Street, Alex Forrest (Glenn Close) en Atracción fatal. Cuando el estudio hizo pases de prueba, los espectadores se mostraron incómodos con su final: tal y como recuerda el ejecutivo Ned Tanen, "querían, con un prejuicio extremo, que exterminásemos a esa zorra". Chico conoce chica. Chico se lo monta con chica en un ascensor como
animales enjaulados. Chica intenta matar a toda la familia del chico,
empezando por su conejo. Atracción fatal (Adrian Lyne, 1987) fue definida por Time
como "una parábola sobre la pesadilla del sexo en los 80" que vengaba
la tradicionalmente vilipendiada figura de "la otra". Tras un fin de
semana de rodríguez en el que echa una canita al aire (la terminología
de la infidelidad masculina suena bastante entrañable), Dan Gallagher
(Michael Douglas) pretende regresar a su vida modélica de casa con
garaje, valla blanca y salón plagado de fotos familiares. Pero esta Fran
Kubelick de El apartamento
no va a quedarse esperando sin hacer ruido: "no puedes follarme y luego
tirarme a la basura". Dan no entiende nada porque ese era exactamente
su plan.
Este giro hacia la locura indica que Alex no era fogosa
sexualmente, sino que lo que estaba era desesperada. Al fin y al cabo,
es una mujer de 40 años que sigue soltera y por lo tanto, según el
Hollywood de los 80, no es de fiar: vive en un loft lleno de
cacharros sin fregar, solo aparece en la oficina para buscar presas
masculinas (nunca sale trabajando) y se viste casi de novia para
ejecutar su venganza. En cuanto empieza a necesitar cosas (atención,
respeto, afecto), Alex deja de resultar sexy para Dan. Un tipo que no
siente remordimientos por haberle puesto los cuernos a su mujer, sino
por la posibilidad de que ella se entere. Atracción fatal utiliza la iconografía acuática
para estimular al espectador: en medio de una tormenta, a Dan no se le
abre el paraguas hasta que Alex no lo toca con sus dos manos; durante su
polvo, él abre el grifo de la cocina para empaparla y que el público no
solo vea el coito, sino que lo sienta; el conejo aparece muerto en una
caldera hirviendo; el pitido de la tetera impide que Dan se percate de
la presencia de una intrusa asesina en su hogar; y, finalmente, el
clímax violento tiene lugar en una bañera. Precisamente ese
enfrentamiento final fue motivo de drama, debate y lágrimas en el
estudio. Nadie quería cambiarlo, pero se vieron obligados a ceder ante
la unanimidad de los espectadores.
Glenn Close, en la imagen, se negó categóricamente a aceptar el nuevo final y Douglas tuvo que intervenir para convecerla.
En el final original Alex se suicidaba escuchando (no podía ser de otro modo) Madame Butterfly
de Puccini, no sin antes asegurarse de que Dan sería incriminado por
asesinato. Como la muchedumbre del siglo XV, el público consideró que
este era un desenlace demasiado compasivo para la mantis. La productora
Sherry Lansing, la primera mujer en presidir un estudio de Hollywood, recuerda
que llegaron a hacer hasta seis pases de prueba: "Y en todos y cada uno
de ellos, cuando Anne [Archer, que interpretaba a la mujer del
protagonista] decía 'si te vuelves a acercar a mi familia, te mataré',
la audiencia aplaudía enfervorecida. [El presidente del estudio] me dijo
'creo que lo que quieren es que Anne Archer mate a Glenn Close'. Y yo
le miré, sin palabras, porque pensé que estaba loco". Michael Douglas (1944, EEUU) coincide: "El público deseaba visceralmente matar a Alex, no permitirle que se suicidase". Las mujeres del equipo se sintieron devastadas ante la propuesta de rodar un nuevo final. Glenn Close (1947, EEUU) se negó categóricamente, porque sentía empatía hacia su personaje. Según recuerda
Lansing, Alex era "una mujer luchando contra una enfermedad mental que
se resistía ferozmente a encarnar los tópicos de la enésima psicópata
femenina". Douglas intentó convencerla ("quizá no sea el mejor final
para tu personaje" le dijo, "pero es el mejor para la película") y Close
le pidió consejo a un compañero: "William Hurt me dijo 'ya has dejado
claro lo que piensas, ahora es tu responsabilidad ayudar al equipo,
aguantarte y hacerlo'", recuerda Close. Al director Adrien Lyne también
le repugnaba el nuevo final, pero le convencieron con un cheque de 1,2
millones de euros por rodar esa escena extra, mientras que Anne Archer,
la mujer engañada que debía acribillar a "la otra", se limitó a llorar
en silencio cuando le informaron de los planes del estudio. Cualquier conexión que el espectador haya generado con Alex
Forrest (no la defendemos, pero sí la comprendemos; y es mucho más
cinematográfico quedarse con ella encendiendo y apagando una lámpara que
ver otra cena perfecta de los Gallagher) se evapora en cuanto se
transforma en una máquina de matar. Y para colmo es Beth, la mujer de
Dan, quien tiene que dispararla y acabar definitivamente con ella:
además de cornuda, tiene que sacar la basura que su marido le ha dejado
en el sótano. Este nuevo final sí satisfizo a las masas, al aliviar la
ansiedad ante el terror (en este caso, el miedo a perder el posición
social): "En las tragedias griegas, después del caos, el orden solo
puede restablecerse mediante un derramamiento de sangre. Fue catártico
para el público", recuerda Glenn Close. Atracción fatal fue un fenómeno cultural y sociológico, fue la película más taquillera de 1987 (ajustando a la inflación, recaudó lo mismo que Wonder Woman)
y logró seis nominaciones al Oscar incluidas mejor película, director,
actriz, secundaria y guion. No ganó ninguno, pero Douglas sí consiguió
su medallita aunque fuese por otra película: Wall Street (Oliver Stone, 1987). Durante la década siguiente, tres protagonistas de comedias románticas (Tom Hanks en Algo para recordar, Jeff Bridges en El amor tiene dos caras y Hugh Grant en Cuatro bodas y un funeral) confesaban vivir aterrorizados ante la idea de tener una cita con una mujer y que acabase como Atracción fatal. Hoy, el diccionario británico de la lengua inglesa incluye
"cuece-conejos" como término para definir a las mujeres que pierden la
cabeza tras acostarse con un hombre. No existe el término
correspondiente para los varones.
Este nuevo final convertía un melodrama trágico, en el que no quedaba claro quién era el villano y quién la víctima, en un thriller
doméstico de sustos con la maniaca asesina de turno. En vez de
suicidarse, ahora Alex se cuela en la casa de los Gallagher cuchillo en
mano y parece dispuesta a matar a quien se le cruce por delante. "Tras
investigar sobre el tema, llegué a la conclusión de que [Alex] no era
una psicópata", aclara
Glenn Close, "sino una mujer profundamente perturbada.
Por eso cuando
pones un cuchillo en su mano, traicionas el personaje".
'Atracción
fatal' fue la película más taquillera de 1987 y logró seis nominaciones
al Oscar incluídas mejor película, director, actriz, secundaria y
guión.
La crítica Pauline Kael detestó la película, porque consideraba
que "trata sobre hombres que ven a las feministas como brujas y, tal y
como está contada, la mujer efectivamente es una bruja. También retrata
algo más profundo que el miedo que sienten los hombres ante el
feminismo: su miedo hacia las mujeres". Janet Maslin, en el New York times, se atrevía a vaticinar cómo sería percibida Atracción fatal con el paso del tiempo. "Dentro de varios años, resultará posible diseccionar el momento exacto que produjo Atracción fatal
y las circunstancias concretas que la convirtieron en un éxito. Irrumpió en la última etapa de la era "puedes-tenerlo-todo" [una
boyancia marcada por la presidencia de George Bush padre], justo antes
del impacto que el sida tendría en la moralidad de Hollywood. Al mismo
tiempo, jugaba hábilmente con el creciente énfasis social en el
matrimonio y la familia, ofreciendo algo para cada espectador: la
desesperación de una mujer profesional sin marido, la imprudencia de un
esposo supuestamente satisfecho y las preocupaciones de una esposa. Y
además, está rodada con esa profesionalidad sofisticada y seductora que
caracterizaba al cine de su época". Los espectadores masculinos vieron Atracción fatal como una
fábula, con su moraleja incluida. Las mujeres vieron una tragedia. Pero
nadie se la quiso perder. El recurso del último susto, en el que el
villano resucita por sorpresa cuando le creíamos muerto, se convirtió en
un canon del thriller de terror tan tópico que en 1996 Scream ya se reía de él. Treinta años después, Atracción fatal sigue funcionando como thriller
erótico, doméstico y laboral. Siguen sorprendiendo su guion, que
incluye una palabra históricamente tabú en el cine americano ("aborto"),
y su conclusión: la infidelidad tiene remedio, pero la locura no. Todo
lo demás ha pasado de moda: las gabardinas enormes, las parejas
cinematográficas que tienen la misma edad (Close tenía 39 años, tres
menos que Douglas) y la abogacía como sinónimo de triunfo en el sueño
americano. Lo que sigue vigente es el lugar de honor que ocupa Alex
Forrest en el imaginario colectivo. Tres décadas después nadie ha podido
olvidarla, sin importar que fuera víctima o verdugo, porque ahora es
algo más grande: un icono cultural. Ese es su final feliz.
A los 40
años de su muerte, la autora de 'Cerca del corazón salvaje' reina en la
historia de la literatura brasileña tanto como en las redes sociales.
Una biografía retrata su enigmática figura.
La biblioteca Clarice Lispector de São Paulo es un edificio público de
hormigón situado en Lapa, un barrio de clase media relativamente cerca
del centro de la ciudad.
Tiene puertas amarillas y azules por fuera; por
dentro, principalmente personas mayores sentadas en media docena de
mesas redondas.
Casi todo el mundo sabe que la tal Lispector
que da nombre al edificio era alguien importante, aunque no todos
acaban de ubicarla como la escritora brasileña más traducida y aclamada
en décadas.
Y nadie responde con la disposición de Lycia, una
adolescente de 14 años y enormes gafas de pasta que estaba repasando las
estanterías de metal que hay en las paredes.
“Creo que la conozco”,
dice. Y, tras una búsqueda en Google, muestra el móvil como un trofeo:
en la pantalla, varias fotos en blanco y negro de una mujer bella y
congelada en un gesto distante, como de estrella del cine de los
cuarenta.
En cada versión de la foto hay una frase diferente: “El verano
está instalado en mi corazón”. “Todo silencio tiene un nombre”. “Mi
problema es que nunca fui de gustar más o menos; o gusto mucho o no
gusto”.
Todas las frases se atribuyen a Lispector, la mujer de la foto,
pero pocas lo son.
Lycia remata: “Libros suyos aún no he leído, pero
creo que me gusta”.
Cuarenta años después de su muerte, Clarice Lispector
goza de una tremenda fama en las redes convertida en un icono de la
autoayuda adolescente.
Para sus lectores más serios, los que defienden
que arrancar sus frases del delicado contexto al que pertenecen equivale
a quitarles el alma, es solo una anécdota ignominiosa.
Para algunos
jóvenes es lo que Lispector siempre ha sido.
Pero también es un síntoma
del complicado legado que la propia escritora, que nunca mostró el menor
interés en la vida pública, ha dejado en su país.
“Clarice goza hoy de
más culto a su imagen que a su obra”, matiza Yudith Rosenbaum, profesora
de letras clásicas en la Universidad de São Paulo y autora de dos
libros sobre la escritora.
“Por no conceder entrevistas, por haberse
aislado y haber rodeado su vida de misterio, por preferir el silencio a
las charlas, se ha creado un aura de inaccesibilidad de cara a una
legión de fans idólatras”.
Lispector se ha convertido a lo largo de las
décadas en un fenómeno muy difícil de ignorar, pero eso solo ha ido
empeorando el problema de la huella que dejó en la literatura brasileña
alguien tan difícil de clasificar.
De izquierda a derecha, Mania Krimgold, Elisa, Clarice, Tania y Pinkhas Lispector.Editorial Siruela
Resulta complicado hablar de Lispector incluso como autora brasileña,
porque sus escritos parecen pasar por encima de la realidad terrenal. Una vez en 1969 dedicó unas de las crónicas que escribía en el periódico
Jornal do Brasil al tema de la violencia policial (porque unos agentes habían disparado 13 veces sobre un famoso bandido). Su última novela, La hora de la estrella,
habla de una chica que, al igual que ella hacía años, viaja del noreste
a Río de Janeiro. Y ya. En casi 40 años de producción no hay más
referencias explícitas al lugar ni la época que la rodeaban. Solo hay,
defiende Rosenbaum, una referencia implícita en algunos textos. “Brasil
aún es un país en el que la empleada doméstica ocupa un lugar importante
en las familias de clase media y alta. Es un resquicio de nuestra
triste herencia colonial”. Y hay varias crónicas de Clarice, publicadas
en el Jornal do Brasil entre 1967 y 1973, que hablan de la
experiencia de la escritora con sus empleadas: “Los momentos de
semejanza y de diferenciación entre ellas revelan unos conflictos de
clase que la sociedad brasileña había mantenido ocultos”. La académica
recuerda que en la novela La pasión según GH el enredo central ocurre en la habitación de la empleada.
Casi tan inútil como intentar etiquetarla por el contenido de sus
textos es estudiar su forma. Su estilo, entre la poesía y la prosa, de
pintar de espiritualidad los detalles cotidianos y usar la primera
persona en relatos en los que ella no es un personaje la distancia más
que acercarla a sus coetáneos: no se parece a nadie y su visión no
recuerda a ningún movimiento. “Ya desde el principio se diferenció del
neorregionalismo de los años treinta que dominaba el panorama brasileño
del que surgió. Era más cercana a la novela introspectiva e intimista,
heredera de la prosa de la ficción católica francesa, pero aun así no se
aproxima a ninguna de esas dos vertientes”, sopesa Rosenbaum. Benjamin
Moser, autor de la biografía Por qué este mundo, que se publica
ahora en España y que en 2009 galvanizó la fama internacional de la
autora, se resiste también a la clasificación: “Leer a Clarice es una
experiencia muy personal. Hablar de ella en clave nacional o académica
es una idea pésima, es permitir que una camarilla sin imaginación
entierre a una artista en una tumba polvorienta”, sostiene. “Clarice se
describe mejor como una amante con la que uno tiene momentos de luz, de
amor, de sexo y de muerte. Esto le sonará exagerado a quienes no la
hayan leído, pero a los que sí, les parecerá obvio y hasta un poco
limitado”. Lispector murió en 1977. Su influencia en los futuros escritores del
país resultó ser más problemática de lo esperado. Muchos intentaron
ocupar su hueco y durante años han proliferado imitaciones de su estilo:
algunas excesivamente místicas, otras simplemente impenetrables. Otros
escritores huyeron de su temible sombra. Caio Fernando Abreu, un autor
de los años setenta y ochenta que hoy también está de revival
20 años después de su muerte, se negó a leer su obra para no
contaminarse. No fue el único. “Un joven escritor de São Paulo me dijo
que, tras Clarice, muchos brasileños sintieron que no tenían nada que
decir”, recuerda Moser. A la vez, la visión universal de Lispector ayudó a que su obra
medrase en el extranjero. En 1954 se publicó en Francia la primera
traducción de una novela suya . En Nueva York la primera se lanzó en
1964: para los años ochenta los títulos en inglés se habían
multiplicado. La editorial alemana Schöffling & Co. compró los
derechos en alemán y Siruela
hizo lo propio en español. “Ella siempre fue una figura de culto, pero
solo entre los expertos, como un secreto bien guardado. Fueron las
traducciones y el interés que empezó a generar fuera lo que la convirtió
en un fenómeno brasileño”, opina el editor y escritor Pedro Corrêa do
Lago. El prestigio de otros países completó la ecuación. Entre que su
estilo era tan peculiar que se limitaba a su obra; entre que apenas
había cultivado su faceta pública y que era un nombre más avalado por el
extranjero que por el propio país, Clarice Lispector pasó a ser una
figura de culto.
Unas décadas más en ese camino y estaría protagonizando
memes para la próxima generación. Al menos por ahora, mientras su presencia siga relativamente cercana
en el tiempo. Su valor para el país está claro: “Es, junto con Guimarães
Rosa, la gran escritora de la segunda mitad de nuestro siglo XX”,
sentencia Corrêa do Lago. Quizá sea cuestión de que, con el tiempo, se
le acabe encontrando un hueco que no dependa de si representaba o no la
mentalidad brasileña. “Y Shakespeare ¿representa la mentalidad inglesa? O
Cervantes, ¿la española? Al principio desde luego que no: eran simples
escritores, y el Quijote se pudo haber escrito en Francia tanto como Hamlet
se pudo haber escrito en Italia”, protesta Moser. “Pero los grandes
artistas saben proyectar, de una manera muy extraña, una visión muy
excéntrica y personal sobre los hablantes de todo un idioma, y también
saben hacerles creer que esa visión es la suya. Así, es imposible
imaginar el español sin Cervantes, el inglés sin Shakespeare y el
portugués sin Clarice”.
La actriz
sueca Alicia Vikander presenta en el Zinemaldia la película 'Inmersión',
de Wim Wenders, y habla del cambio que siente en la industria en los
papeles femeninos.
La actriz Alicia Vikander llega al Festival de San Sebastián 2017.Juan Naharro GimenezWireImage
Para un festival falto de estrellas, un arranque con Alicia Vikander,
una actriz que ha estallado en el último lustro, hasta devenir en la
nueva estrella sueca en Hollywood, y Wim Wenders, viejo guerrero del
hace años glorioso Nuevo Cine Alemán, prometía muchas alegrías. En lo
personal han cumplido. Otra cosa es que en lo cinematográfico Inmersión,
la película que les ha unido, esté a la altura de lo esperado del autor
de París, Texas, Mi amigo americano,El cielo sobre Berlín o Alicia en las ciudades. En los últimos años, al alemán, presidente de la Academia del Cine
Europeo, se le han dado mejor los documentales. Y curiosamente sus tres
candidaturas al Oscar le han llegado en esa categoría gracias a Buena Vista Social Club, Pina y La sal de la tierra.
En Inmersión Wim Wenders adapta una novela de J. M. Legard, durante años corresponsal de The Economist
en el este de África, que describe una historia de amor de solo cuatro
días entre un espía que se hace pasar por ingeniero especializado en
acuíferos (James McAvoy) y una biomatemática (Vikander) que quiere
demostrar la existencia de vida en las fosas abisales. A ambos ese
puñado de jornadas disfrutadas en un hotel francés les va a marcar más
de lo que esperaban, y los dos sueñan con su reencuentro mientras una se
embarca para proseguir sus investigaciones, el otro es apresado por
yihadistas en Somalia.
Por eso Inmersión viaja por África –reconstruida en parte en
España-, Francia y las islas Feroe. En la rueda de prensa Wenders ha
confesado la importancia que tienen para él los paisajes y los lugares
en el cine. “Es importante que representes bien tus localizaciones,
porque para eso las has elegido. Nosotros viajamos por toda la costa
Atlántica, desde Galicia hasta Noruega, para encontrar un sitio que
funcionara como hotel. Vimos centenares de edificios. Y finalmente
encontramos esta mansión, construida en el siglo XIX por un antropólogo
estadounidense como lugar de encuentro. Por eso tiene tanas
habitaciones, para los seminarios. Hoy es una fundación, y me gusta la
espiritualidad que emana del lugar”. Para su suerte, la mansión se sitúa
en Dieppe, donde el 19 de agosto de 1942 murieron 5.000 soldados
canadienses, en la que fue la última gran derrota aliada en la Segunda
Guerra Mundial. Y en uno de los búnkeres alemanes Wenders hace que rocen
sus personajes. “La película parecía escrita para llegar a ese búnker.
Pero encontramos ese sitio después de decidir que rodaríamos en Dieppe. De golpe cerramos el círculo”. Porque Inmersión también habla de la
absoluta incapacidad de Occidente de encarnar el problema del yihadismo. “Estaba en el guion, fue una de las cosas que me atrajo de la novela
de Jonathan, aunque no teníamos intención en que se convirtiera en un
tema tan candente hoy. En realidad es un conflicto antiguo, provocado
por las desigualdades sociales y económicas y agigantado por la estúpida
guerra que los occidentales emprendimos en 2001. Por culpa de ella hoy
el yihadismo protagoniza nuestras vidas”. De hecho, acusó a Europa de
ser un continente “egocéntrico en los últimos años, que ha cerrado sus
fronteras para desastre cultura y humanitario”.
A su lado, Alicia Vikander, ganadora del Oscar porLa chica danesa,
habló del talento de su compañero interpretativo (“Es camaleónico,
veraz en sus caracterizaciones, devoto de su trabajo… y el más
cachondo”) y defendió la franqueza de su personaje: “Vale, mi científica
decide ser la activa de la pareja. Sinceramente, no reflexioné mucho
sobre ello. Mi generación es así, y no creo que esas decisiones tengan
que ver con el género –sobre si eres chico o chica- sino con la
personalidad. Hoy en el cine, vemos historias que tenían que haber
mostrado hace años. En ese sentido, tenemos suerte”.
La sueca incidió en el cambio que vive el cine mundial acerca de los
personajes y sus géneros, ya que ha llegado a San Sebastián tras acabar el rodaje de la nueva Tomb Raider, donde encarna a Lara Croft:
“Solo llevo seis años de cine en inglés. Estoy al principio de mi
carrera, y sí siento que me llegan propuestas muy distintas. La saga de
Los juegos del hambre demostró que se podían hacer buenas películas
taquilleras con protagonista femenina. La industria da pasos pequeños,
casi de bebé, pero soy positiva y siento que se puede progresar”. Wenders inmediatamente añadió: “Si repasas los personajes de Vikander,
te das cuenta de que generaciones precedentes de actrices no han tenido
tantas posibilidades”. La actriz recordó sus conversaciones con las auténticas científicas
–“Yo honro mis personajes, y aquí el desafío estaba en meterme en el
papel de investigadora, porque no tenía una relación con ese mundo; de
ahí la importancia de mis reuniones en el barco con mujeres así, y de
absorber un lenguaje que ellas usan de forma natural”- y reflexionó
sobre sus orígenes: “Mi madre es actriz de teatro y fue ella la que me
llevó al mundo del cine, la que me empujó a ver París, Texas y El cielo sobre Berlín. Vi Pina
cuando se estrenó, y en mi primera reunión con Wim empezamos a hablar
del baile. Conectamos Cada día me doy más cuenta de la importancia de
las charlas iniciales con los directores para el buen devenir de un
proyecto”. ¿Y qué tal le sienta que en los carteles de Inmersión
(que se estrenará en España el 2 de febrero) se lea “de la oscarizada
actriz Alicia Vikander”? “Me siento extraña al escuchar esas palabras. Yo veía los Oscar a las dos de la mañana con mi madre de cría en el
pequeño pueblo de Suecia en el que vivíamos. Ha sido un viaje bastante
surrealista, pero me ha abierto muchas ventanas”. Como estar en Euforia, un drama de Lisa Langseth, que coprotagoniza junto a Eva Green y que podría llevarle de nuevo a los Oscar.
La libertad de expresión solo se mantiene viva si se ejerce. Y él lo hace.
Serrat, durante la rueda de prensa en Santiago de Chile.MARIO RUIZ (EFE)
Mi vida sentimental se vertebra con las canciones de Serrat, es el
creador de una de las bandas sonoras que he llevado en la memoria del
corazón desde niña, a él he de agradecerle muchas cosas: el haberme
despertado un interés por la poesía, introduciendo en mi sensibilidad
adolescente los versos de Machado, Miguel Hernández o Joan Salvat
Papasseit; el descubrir que la música podía contar la vida de los
barrios humildes a los que él puso oído y prestó voz, y el amor por la
lengua catalana. Es sabido que la letra con música entra mejor y la
familiaridad que muchos tenemos hoy con ese idioma se la debemos en gran
parte a él, a sus discos en catalán, entre los que Per al meu amic (1973) brilla como una joya rara y misteriosa. Todo esto lo he pensado muchas veces a lo largo del tiempo, no es que sus últimas declaraciones sobre el procés
me hayan llevado a advertirlo. Serrat fue la primera persona a la que
entrevisté, cuando tenía 19 años. Con la insensatez optimista de una
rendida admiradora que recién había comenzado a trabajar en la radio me
enteré del hotel en el que estaba, llamé, le pedí al de recepción que me
pusiera con el señor Serrat pensando que no me haría ni puñetero caso, y
tuve la suerte tonta de dar con un recepcionista poco celoso de la
intimidad de sus clientes célebres.
Me pasó con él sin más, y entonces
la voz de mi ídolo contestó al otro lado del hilo telefónico tal y como
sonaba en el tocadiscos de mi cuarto. Me recibió, me concedió un tiempo
insólito, y si estaba enamorada antes de conocerlo en persona, después
de aquello salí del hotel con un mareo emocional del que me costó
recuperarme. Esta mañana, cuando vi en el periódico las palabras que sobre la
posible consulta del 1-O ha pronunciado en Santiago de Chile, mi memoria
ha viajado muchos años atrás. Hasta 1975, el año en que la dictadura
franquista ordenó la ejecución de varios miembros de ETA y el FRAP. Serrat se encontraba en aquellos días en México y desde allí condenó el
régimen de Franco e hizo una firme declaración contra la pena de muerte. No era la primera vez que el artista se había manifestado en ese
sentido, ya lo había hecho en 1970, en los tiempos del proceso de
Burgos, pero en esta ocasión su postura le supuso un año de exilio. No
invento sobre la marcha, no poetizo ni dramatizo el pasado si digo que
las consecuencias de sus declaraciones sacudieron mi alma aún infantil:
pensar que se calificaba a Serrat como un traidor a la patria no era
algo que yo pudiera entender.
Acababa de comprarme Para piel de manzana y en unos días me lo
había aprendido de la primera canción a la última. Esperé impaciente y
desasosegada a que mi padre llegara de trabajar. Le seguí hasta la
habitación como hacía todos los días, porque mi padre era de esos
hombres que aunque solo fuera por una hora se ponían el pijama para
comer, y mientras le colgaba el traje por pura veneración de hija
pequeña, le pregunté con ansiedad: “Pero, ¿por qué ha tenido que decir
esas cosas si sabía lo que podía ocurrir?”. Yo era de derechas, como así
suelen ser casi todos los niños en su deseo de que nada desordene el
mundo en el que crecen, y no entendía que alguien se empeñara en hablar
cuando lo prudente era quedarse callado. Mi padre sonrió, rumiando
imagino cuán candorosa es la ignorancia de los niños, y me dejó sin
respuesta. La vida me la dio, enseñándome por qué la nobleza estriba en
decir lo que se piensa, aunque no sea del gusto de todos. Ya no vivimos en una dictadura y Serrat, al que quiero aún más por las
cosas que entonces no entendía, ha dicho lo que opina con claridad y sin
alterarse sobre la peligrosa fractura social que se ha abierto en su
tierra en estos días previos a la fecha señalada. “Independencia", ha
dicho, "es una palabra hermosa que inflama el corazón de los jóvenes y
moviliza a la gente”. Pero él, que siempre ha apoyado un referéndum y
criticado la inactividad política del gobierno central, no ve
transparentes ni democráticas estas maneras. Es coherente con lo que ha
sido su trayectoria pública; ejemplar, además, porque la libertad de
expresión solo se mantiene viva si se ejerce. Y él, en ese ejercicio de
ensanchar la libertad a fuerza de decir lo que piensa, es un maestro.