Feminista
sin militancia. La cantante y modelo se siente cómoda en las
duplicidades y rehúye los dogmatismos.
A punto de publicar un nuevo
álbum, habla de su pasado y de la libertad.
De su hijo adolescente,
comunista y amante del ‘heavy metal’. De psicoanálisis, moral e
infidelidades.
Y de su vida junto al expresidente de Francia Nicolas
Sarkozy.
C ONTRARIAR A CARLA BRUNI
es como caminar por la sombra en un día primaveral.
De golpe, se
instala en el ambiente un frío insospechable, que solo se marchará al
cambiar de acera.
En cuanto se saca a colación cualquier tema
emparentado con la política, ella se cierra en banda.
Es casi
matemático: las respuestas de esta mujer sonriente, parlanchina y
falsamente cándida se vuelven, en cuestión de segundos, breves y
ásperas.
De ángulos cortantes.
Dice —o, mejor dicho, susurra— que no
tiene nada que comentar sobre aquel lustro, hace ya dos presidencias, en
que se convirtió en primera dama de los franceses.
Tampoco lo echa de
menos. Ha venido a hablar de su nuevo disco, French Touch
(Verve/Universal), que sale a la venta el 6 de octubre y recoge 11
versiones de algunas de sus canciones favoritas.
Entre ellas, temas de
The Rolling Stones, Depeche Mode, AC/DC, Lou Reed o Abba, además de
viejos estándares como Moon River o Crazy.
Fue una idea del productor David Foster, conocido por sus power ballads con cantantes como Whitney Houston, Barbra Streisand y Céline Dion.
Parece una alianza contra natura, pero basta
con observar su matrimonio, del que pronto se cumplirán 10 años, para
entender que a Bruni, de 49, le van este tipo de retos.Grabar un álbum de versiones siempre le había parecido “una idea absurda”, según ha dicho. ¿Por qué cambió de opinión?
Yo me hice cantante para poder grabar mis propios temas, así que no le
veía el interés. Me convenció el productor. Me apetecía mucho trabajar
con él, porque ha colaborado con cantantes que tienen un chorro de voz.
Quería ver qué efectos podía tener en mi música. Diría que él me dio
fuerza y yo le di un poco de intimidad. Nos encontramos a medio camino,
en este disco minimalista pero luminoso. Su voz suena más profunda que de costumbre. He
trabajado mucho. De joven era tan tímida que no era capaz de cantar en
público. Llevo 15 años trabajando con mi voz, dos o tres veces a la
semana. Al final, ha terminado por cobrar cierta densidad. En realidad,
creo que es imposible transformar tu voz, porque es un reflejo de tu
alma. Pero sí la puedes fortificar y amplificar. Una voz, en el fondo,
lo dice todo sobre una persona.
¿Qué información proporciona la suya? Supongo que
dice que soy una persona con una doble cara. Tímida, pero decidida a
exponerse. Calurosa, pero también un poco escondida. Y francesa, pero también italiana. Me siento las dos
cosas a la vez. Por eso me he encontrado siempre cómoda con las
duplicidades. Soy de cultura francesa, pero mi carácter es italiano. Diría que soy una persona de fácil acceso. Hablo mucho y puedo ser un
poco excesiva, como lo son, a veces, los italianos. Pero le aviso que
con los medios voy con mucho cuidado… ¿Tan mal la han tratado los medios? Me han tratado muy
bien, pero siempre he sido un poco desconfiada. Soy consciente de que
hablar con un periodista no es como hablar con mi madre. No desconfío de
las personas, pero sí de la exposición mediática. En realidad, la
imagen que se tiene de mí no tiene mucho que ver con lo que soy en
realidad.
Carla Bruni en el desfile de Christian Lacroix (2007). Michel Dufour/WireImage
¿Cómo escogió los temas del disco? En la lista
abundan las canciones de desamor. Es que ese es mi mayor motivo de
inspiración. El amor perfecto no me inspira. En realidad tenía muchas
más canciones, pero terminamos escogiendo estas 11. Grabar un disco es
como hacer vodka: para destilar un vaso necesitas usar un kilo de
patatas. Me gustaría citar algunas de sus letras y preguntarle si las comparte. Por ejemplo, el estribillo de Enjoy The Silence: “Las palabras son muy innecesarias / solo pueden hacer daño”.
Las palabras son necesarias en algunos casos, pero en nuestra época
también hay mucho blablá. Hoy todo el mundo da su opinión sobre todos
los temas posibles. Yo echo de menos aquel tiempo en que solo se
expresaban los genios. No me interesa lo anónimo. Me interesan las
opiniones firmadas con nombre y apellidos. El anonimato me recuerda a
momentos tan nefastos como la deportación. Otra más. En Stand By Your Man canta esto: “Lo pasarás
mal / mientras él lo pasa bien / haciendo cosas que tú no entenderás /
pero, si lo amas, lo perdonarás”. Es un tema de Tammy Wynette
que me encanta, aunque no sea muy feminista… Pero tampoco era su
intención serlo, solo es una bonita canción country. Yo me
considero muy feminista, pero, para mí, la lucha por la igualdad de
derechos no se debe hacer en contra de los hombres. Además, hoy día la
mayoría de hombres son feministas. Por lo menos los occidentales. ¿No queda todavía muchísimo por hacer? Sí, sigue
siendo un problema en muchos países del mundo, incluido el nuestro, pero
el feminismo ha recorrido un gran camino y resuelto muchas situaciones. En realidad, la igualdad siempre me ha parecido imposible. Yo soy más
partidaria de la equidad. Usted y yo nunca seremos iguales. ¿De qué
serviría que lo fuéramos? Lo importante es que tengamos los mismos
derechos, que contemos con la posibilidad de hacer las mismas cosas. Para ser precisos, ¿qué batallas quedan por librar?
Es que lo mío no son las batallas. Vaya a buscar a una militante en otro
lado, porque yo no le voy a servir. Me gustan las militantes, pero no
lo soy. No me interesa. Soy una mujer muy solitaria. Siempre me he
sentido incómoda dentro de los grupos. Y el militantismo suele tener
lugar dentro de un grupo o de un movimiento. Si le digo la verdad, no
soy una rebelde. Solo soy una persona libre.
Carla Bruni con su marido, Nicolas Sarkozy, cuando él era presidente de
Francia y ella primera dama (Estrasburgo, 2009).
ERIC FEFERBERG/AFP/Getty ¿Cuándo logra estar sola? Por las noches. Me acuesto
tarde y duermo un poco más por las mañanas. Tengo a una persona que me
ayuda con los niños cuando se levantan. Me gusta el aislamiento que me
da la noche. Me gusta su silencio, su misterio, esa impresión de que hay
algo mágico flotando en el ambiente. Durante el día es imposible sentir
esas cosas… [De repente, llaman a su móvil. Se distingue la voz
inimitable de Nicolas Sarkozy. Bruni responde: “Mon amour, me pillas trabajando. Te llamaré en cuanto termine, mon homme. Hasta luego, chéri”]. Disculpe, era mi marido…
¿A qué se dedica tras retirarse de la política? Ahora mismo está en Costa de Marfil. Está trabajando mucho…
¿No se aburre? No, está haciendo muchas cosas. Tiene
la misma fuerza y vigor. Es un combatiente. Un ejemplo de resistencia,
de fuerza y también de suavidad. Le sorprenderá que use esa palabra,
pero le aseguro que la tiene. Es una persona muy inteligente y sabia. Pero, vamos, estoy locamente enamorada de él, así que no soy muy
objetiva… En enero se cumplirán 10 años de su matrimonio. ¿Qué le ha aportado esta relación?
Lo ha cambiado todo. Tener a alguien con quien compartir el mismo
camino me ha convertido en una persona más feliz y más protegida. Con mi
marido encontré la serenidad. He tenido mucha suerte, porque nunca
pensé que hallaría al hombre de mi vida. No creía en ese concepto. Lo
veía posible para los demás, pero no para mí. Ha sido una sorpresa. Yo
formo parte de una generación muy libertaria, que no creyó en el
matrimonio. Nada que ver con la época de mis padres.
Sus progenitores no son el mejor ejemplo: a los 28 años descubrió que su padre biológico no era quien usted creía.
Precisamente, la historia de mi familia demuestra que, al verse
enfrentada a tanta rigidez, la gente buscaba la libertad donde podía.
Hablamos de un tiempo en que el divorcio simplemente no existía. Toda
relación tenía que ser hasta la muerte. Nunca le he tenido rencor a mi
madre, porque nunca logro ver el aspecto moral de este tipo de cosas. Con el amor, el deseo y el sexo no tengo una mentalidad puritana, tal
vez por ser hija de mis padres. Para mí, lo inmoral es el desprecio, la
injusticia y la traición. Nunca el hecho de enamorarse o de hacer el
amor.
Hablemos de Donald Trump.
Sabrá que, a principios de los noventa, solía llamar a las redacciones
de los tabloides y contaba a quien quisiera escucharle que usted era su
novia… Sí, me lo contó un periodista estadounidense… No lo
hacía solo conmigo, también con muchas otras mujeres [como Madonna o Kim
Basinger]. Al parecer, encontraron grabaciones en las que se le oía
decir que salía con ellas. En fin, es un viejo rumor sin el menor
interés… Desmiente, entonces, que sea cierto. Por supuesto,
es algo que todo el mundo sabe. Me va a disculpar, pero soy hermética
con las cuestiones políticas, porque luego solo se habla de eso. Es
curioso que solo me pregunten sobre política, habiendo tantas otras
cosas interesantes en el mundo… La política también puede ser interesante. Sí, pero
creo que se me hacen estas preguntas por pura fascinación por el poder, y
no por un interés real por la política. Los medios se sienten
fascinados por el poder. Yo no. Tocar el poder de cerca no me cambió. Solo me confirmó que no me interesaba. ¿Se vive mejor cerca o lejos del poder? No lo sé.
Nunca he estado cerca del poder. Mi marido era un hombre de poder, pero
eso es todo. Pero no me gusta hablar de este tema. No me interesa… ¿Qué aprendió durante sus años como primera dama?
Lo mismo que durante el resto de mi vida. Nada cambió. Lo único que ha
alterado radicalmente mi vida fue tener hijos. Es algo que interfiere
mucho más que la política… ¿Qué opinión tiene del matrimonio Macron? No los conozco, así que no tengo nada que decir. Parecen simpáticos…
Carla Bruni edita 'French Touch' el 6 de octubre, un
álbum en el que versiona temas de Lou Reed, Abba o AC/DC.
Eric J. Guillemain¿Qué opina de los cambios que ha vivido su país? Yo no veo ningún gran cambio. Leo sobre ese cambio en los periódicos, pero no lo veo en la vida real. ¿Lo dice en serio?El paisaje político se ha transformado totalmente…
A mí no me interesa el paisaje político. Los paisajes que me interesan
son el mar y la montaña, las colinas y las islas. Los paisajes de
Irlanda, Escocia, Grecia y el Mediterráneo [sonríe]. Cuando llegó al Elíseo la trataron repetidamente de devorahombres. ¿Fue un reflejo misógino?
Me dio completamente igual, pero no creo que lo sea. Me tengo por
alguien amable y afectuoso. Es una idea que la gente se hizo de mí, tal
vez por la libertad que me caracteriza. Yo no tengo principios, si
exceptuamos el amor y la amistad. Diría que los jóvenes de hoy tienen
muchos más.
¿Por qué lo dice? Me parecen muy serios y
responsables. Creo que tienen miedo. Su mundo ya no se parece al de mi
juventud. Vivimos en un tiempo amenazador, en una época brutal. Todo es
ruido, superpoblación y pantallas táctiles . Cuando observo a mi hijo,
que tiene 16 años, veo a un chico bastante razonable. También tiene sus
cosas: es comunista, vegano… ¡y fan del heavy metal! [ríe]. Pero está mucho más equilibrado que yo a su edad. Y prefiero que sea comunista a que se pase el día fumando marihuana. ¿Qué aprendió de su época como modelo? La moda me enseñó lo importante que es la superficialidad. Creo mucho en lo que dice Karl Lagerfeld:
“La moda no es moral ni amoral. Solo te sube la moral”. Ir a comprarse
un vestido es felicidad pura. Es una poción contra la muerte, contra la
tristeza de la vida y su absurdidad. ¿Su aspecto físico la ha ayudado o la ha perjudicado? Sí,
me ha ayudado. Pero no tengo una afinidad particular con mi aspecto. Diría que tengo una relación profesional con mi cuerpo. Además, soy
consciente de que la belleza es un concepto muy arbitrario. Hace años
conocí a una chica en Kenia que no se podía creer que yo fuera tan fea y
delgada. Me miraba incrédula cuando le juraba que tenía novio. Para
ella, era la redondez y no la delgadez el sinónimo de belleza. No quiero
ni imaginar lo que hubieran hecho conmigo en el Renacimiento. En China,
me hubieran tirado a la basura al nacer [ríe]. ¿Por qué se dedicó a la música? Porque siempre fue
un placer y un refugio. Como decía Nietzsche, la vida sin música sería
un error. Si ya lo es con música, imagínese sin ella… También debió de ser una manera de tener una voz propia.
Sí. Por lo menos, de cara al público.
Cuando era modelo, era una cara
muda.
Y eso que formé parte de una generación de modelos que tomó
bastante la palabra.
En mi vida privada no fue así, porque nunca me he callado. Cuando nos
juntamos mi madre, mi hermana y yo, no hay quien nos pare.
A veces, mi
pobre marido se marcha a leer la prensa deportiva… [ríe]. En la vida ha
habido muy pocas cosas que hayan logrado hacerme callar.
Solo la
enfermedad o un momento de gran tristeza.Volvamos a las canciones del disco. Incluye estos versos
míticos de Lou Reed: “Un día perfecto / Dar de comer a los animales en
el zoo / Después ver una película / Y marcharse a casa”. ¿Cómo sería el
suyo? Sería un día de verano, no muy caluroso, con tiempo para
leer, nadar, comer y estar con amigos. En la vida no hay nada mejor que
el amor y la amistad. Eso es lo único que nos ayuda a soportar la última
parte de la existencia, que es la menos divertida. Como decía Bette
Davis, hacerse viejo no es para los gallinas. Me da miedo que todo pase
tan rápido. Creí que sería un poco más largo. Pero si todo se terminase
mañana, por lo menos podría decir que lo he aprovechado al máximo.
“¡Oye, Satán! He pagado mis deudas / Tocando en una banda de
rock / ¡Oye, mamá! Mírame / Voy camino a la tierra prometida”, cantan
AC/DC en Highway To Hell. Para usted, como para ellos, ¿la tierra prometida también es el infierno?
No. Si puedo elegir, prefiero ir al paraíso. Me gustaría tener una vida
tranquila. En realidad, soy bastante creyente. No creo en la clásica
imagen de Dios con barba, pero algo hay. La teníamos por totalmente laica. Soy laica, pero me
gusta rezar. Me gusta mucho el nuevo Papa. Me gustó desde que salió al
balcón la primera vez. Me gusta su cara, su intensidad y su bondad. Es
un jesuita. Benedicto XVI también hizo cosas importantes. Por ejemplo,
fue el primero que habló del sida, que es un combate muy importante para
mí [su hermano Virgilio falleció de complicaciones derivadas del sida
en 2006]. Pero Francisco tiene algo distinto. Una humanidad. Cada vez
que aparece, me entran ganas de creer en Dios. Dice que no pasa un día sin que abra un libro. ¿Qué ha leído últimamente? Las biografías de María Estuardo y María Antonieta, de Stefan Zweig. Son una maravilla. ¿Simpatiza con el personaje de María Antonieta? No,
pero es innegable que tuvo una vida increíble. Toda su grandeza está al
final de su vida, cuando demostró su dignidad y su entereza. Pero lo leí
solo porque adoro a Zweig. En mi casa tengo enmarcada una carta que le
mandó Sigmund Freud… ¿Le interesa Freud? Sí. Me psicoanalicé durante 14
años. Lo dejé cuando mi psicoanalista, una mujer estupenda, falleció. El
psicoanálisis me hizo madurar y quitarme niñadas de encima. Me hizo
responsabilizarme de mis actos y dejar de atacar a los demás. Encontrar
la paz con uno mismo implica, en el fondo, encontrar la paz con los
demás. Woody Allen tiene la mejor definición del psicoanálisis: “Antes
me hacía pis en la cama y me avergonzaba. Ahora me enorgullezco de
ello”. Así es como me siento.
ESTO NO ES una casa de muñecas. Es la foto de la fachada de un
edificio de oficinas de Londres. Cada ventana parece el cromo de un
álbum en el que se representa la vida de los seres humanos. Significa
que jugamos a las casas de muñecas con nosotros mismos. Esta será la sala de reuniones.
—¿Y el retrete?
—No hay porque todavía no son transparentes, aunque no es más que una cuestión de tiempo.
—Vale, pues si no hay retrete, yo coloco a este señor en una silla
giratoria, de las de ejecutivo. Mira qué bien hecha está, ¡parece de
verdad!
—Es que es de verdad.
—¿Pero no estábamos jugando?
—El juego y la vida se confunden. Ahora son los jefes de personal o los
de recursos humanos los que ponen y quitan muñecos. Los muñecos somos
nosotros.
—¿Jugamos entonces a que negociamos un convenio colectivo?
—De acuerdo, jugaremos, porque los convenios colectivos, en la realidad, o no existen o son papel mojado.
Oli Scarff (Getty)
Impresiona observarnos a nosotros mismos a vista de pájaro y ver lo poco
que hemos crecido. El patio de la oficina es lo más parecido al patio
del colegio. Lo malo es que ni siquiera necesitamos que un gigante nos
tome delicadamente por el cuello para colocarnos en una u otra
habitación. Nos colocamos nosotros mismos, sin ayuda, como marionetas
teledirigidas por una mente perversa. Philip K. Dick
soñó que un día todos seríamos como la muñeca Barbie y su novio Ken. Ese día ha llegado y es un lunes cualquiera de nuestras vidas. A veces,
un martes o un miércoles, lo mismo da, de un enero cualquiera. A veces,
de un febrero.
Cuando supe que habían matado a Younes me alegré. Pero inmediatamente
sentí la desesperanza de haberme llegado a alegrar por una muerte
violenta.
A LOS HUMANOS nos es muy fácil odiar. Amar se nos da bastante mal
(amar sin posesividad, sin idealizaciones ni decepciones, sin celos,
equívocos, exigencias, egoísmos), pero lo que es odiar todos lo hacemos
divinamente. Los psicólogos saben que el odio es una respuesta
irracional y primaria ante la frustración; cuando algo duele, algo
angustia, algo nos estropea la vida, se nos dispara el odio y nos
alivia. Es un automatismo, como cuando tenemos una herida en la boca y la
lengua no deja de arrimarse a ella. Reconozcámoslo: en ese golpe primero
de odio ciego y caliente hay placer. O, por lo menos, consuelo. Esa
pulsión inmediata intenta dar salida a una emoción intensa con la que no
sabemos qué hacer. Y, cuanto más inermes nos sintamos ante esa emoción,
ante esa frustración, más arderá nuestra inquina.
es imposible evitar por completo el odio, que está en la misma base
de lo que somos. Pero sí podemos y debemos evitar quedarnos apresados
por él
Me temo que es imposible evitar por completo el odio, que está en la
misma base de lo que somos. Pero sí podemos y debemos evitar quedarnos
apresados por él, eternizarnos y embrutecernos en el ritual del
aborrecimiento. Como ya hemos dicho que produce placer, un placer arcaico y bárbaro,
hay personas que lo siguen alimentando, exactamente igual que los
drogadictos, hasta llegar a depender de su odio por completo y hacerlo
la base de su identidad. Hasta definirse por el adversario al que odian.
Como los Capuleto y los Montesco. Como el Ku Klux Klan o como los
nazis. La historia del progreso social, de la civilidad y la democracia
pasa precisamente por enfriar ese odio, por controlar de manera racional
y con ayuda de las leyes esas emociones elementales y atroces. Escribo todo esto, claro, porque ahora estamos emborrachados de odio. De un odio cada vez más febril y crecedero. Desde el atentado de las
Torres Gemelas, que inauguró un nuevo terrorismo en Occidente, han
pasado casi 20 años, y las repetidas masacres han ido consiguiendo lo
que los terroristas pretenden, su mejor baza para triunfar: azuzar el
odio indiscriminado contra el islam. En España, por ejemplo, hemos
pasado de 49 incidentes de islamofobia en 2014 a 573 en 2016 (un incremento de más del 500%). Pero estos datos empalidecen ante la brutal ola de odio que ahora
estamos viviendo tras lo de Cataluña: chicas apaleadas por llevar el
pañuelo, un niño musulmán pateado por un energúmeno… Brama todo
Occidente ansioso de sangre, sin duda amparado y espoleado en su furia
racista por el ejemplo nefasto de los Trump
(nunca pensé que volvería a citar al Ku Klux Klan en un artículo: los
creía tan extintos como los diplodocus). Da igual que el 90% de los
muertos por el terrorismo fundamentalista sean musulmanes y en países
islámicos; da igual que los musulmanes de Occidente lo condenen (esas
pobres madres de los terroristas muertos manifestándose en Ripoll me han
roto el corazón). El odio no escucha y no ve; ignora sistemáticamente
todo lo que no va de acuerdo con sus prejuicios.
Es difícil luchar contra esta marea venenosa. Confieso que cuando supe que habían matado a Younes me
alegré. En primer lugar, por el alivio de haber acabado con ese
peligro; pero supongo que también por el impulso de odio, por la
venganza. E inmediatamente sentí cierto asco y la desesperanza de
haberme llegado a alegrar por la muerte violenta de una persona de 22
años. Lo dijo hace 15 días Carlos Yárnoz en EL PAÍS en su magnífico
artículo Tirar a matar:
seis presuntos terroristas han fallecido por disparos de los Mossos y
hasta el texto de Yárnoz nadie lo había resaltado. Nadie se inquietó.
Nadie se preguntó si no podrían haber disparado a las piernas, como en
Finlandia. Y lo peor es que estoy segura de que a la inmensa mayoría se
le pasó la idea por la cabeza: pero optamos por ignorar la lucecita de
alarma porque lo que queremos no es vencerlos, sino exterminarlos. Sí,
es muy difícil luchar contra el odio, pero no tenemos más remedio que
hacerlo si queremos mantener nuestra integridad. Y es que, en efecto,
estamos en guerra y la estamos perdiendo, pero no por lo que dicen
algunos que reclaman una respuesta más violenta, sino porque corremos el
riesgo de convertirnos en unos tipos tan despreciables y tan llenos de
odio como los terroristas.
Los motivos, por mucho barniz falsamente progresista que se les dé, son
siempre malos cuando conducen a resultados pésimos y a la regresión. Lo suyo ya es una Obsesión.
APARECIERON el mismo día en este diario dos noticias “deportivas” que me dieron que pensar. Una era nacional, y anunciaba que en la Vuelta a España
“las azafatas ya no darán el beso en el podio al ciclista que reciba
premios”. “Habíamos recibido muchas quejas”, decía el director de la
competición, “y no queremos que esa foto pueda repetirse”. Y añadía ridículamente: “Mantenemos las cuatro azafatas de podio, pero
establecemos nuevo protocolo. Más que floreros, como se critica, que
sólo están para salir en la foto, pura presencia, tendrán una función de
asistentes, dándole el trofeo y el ramo de flores a la autoridad
correspondiente, que será quien se los entregue al ciclista”. La verdad,
no veo diferencia: sólo que las azafatas le pasarán los premios a un
señor encorbatado en vez de a uno sudoroso y con pantalón semicorto. En
realidad, lo único que se suprime es el beso en la mejilla, que hace
décadas consideraban pecaminoso los curas y monjas (bueno, y hoy en día
los islamistas, que ni siquiera se dignan estrechar la mano a una mujer)
y hoy consideran machista y sexista los nuevos curas y monjas
disfrazados. Me llamó la atención que el redactor se refiriera al
ciclismo como a “un deporte antiguo atrapado por fin por la modernidad”.
¿Por la modernidad? Más bien por la regresión, el reaccionarismo y la
ranciedad. Porque veamos, ¿no es el beso en la mejilla, o en las dos, el saludo
habitual entre hombre y mujer en España, incluso entre completos
desconocidos, desde hace mucho? Yo tiendo a ofrecer la mano, pero veo
que bastantes mujeres no se toman ese gesto a bien, como si me
reprocharan estar poniendo distancia. Sólo a los puritanos extremos y a
los partidarios de la sharía les puede parecer eso mal. Por pecaminoso o
por sexista, el resultado es el mismo: la condena del tacto y el roce
entre varón y mujer.
Una de las cosas por las que lucharon siempre las feministas, desde sus albores, fue por la libertad indumentaria de la mujer
La otra noticia la encontré más grave, y venía de los Estados Unidos, de
donde importamos todas las imbecilidades y ningún acierto. La LPGA, el circuito americano femenino de golf,
ha enviado una circular a todas las golfistas profesionales
prohibiéndoles minifaldas, escotes y mallas, bajo multa de mil dólares a
la primera infracción y del doble si son reincidentes. Fueron algunas
jugadoras las que protestaron por la vestimenta de otras compañeras, en
particular de Paige Spiranac, “más famosa y rica por la proyección de su
imagen en las redes sociales que por sus éxitos en el campo de golf”. En la foto que se ofrecía de ella se la veía sin ningún escote y con
falda más larga que las de las tenistas. Consultada al respecto la
navarra Beatriz Recari, contestó:“Eso hace que paguen justas por pecadoras. Se puede dar un toque a
tres o cuatro golfistas, pero tampoco se puede volver a una mentalidad
de hace 30 años, con faldas por la rodilla”. Lástima que ignore que hace
30 años había mucha más libertad que hoy y todo el mundo vestía como le
venía en gana, en casi cualquier ocasión. Y no digamos hace 40 y aun
50: la mayoría de las jóvenes llevaban minifaldas con más de medio muslo
al descubierto. ¿Y por qué “pecadoras”? Ay, le salió la palabra clave.
Una de las cosas por las que lucharon siempre las feministas, desde
sus albores, fue por la libertad indumentaria de la mujer. Primero se
deshicieron de refajos y corsés insoportables, luego mostraron el
tobillo, la pantorrilla, la rodilla, finalmente el muslo entero y se
enfundaron en pantalones. Reivindicaron su derecho a ir cómodas o sexy,
según el caso, y, en el segundo, a que no por ello se las acusara de “ir
provocando”, y se justificaran, por ejemplo, abusos y violaciones en
virtud de su atuendo. En los años 70 y 80 muchas feministas
prescindieron del sostén pese a que causara escándalo que así se les
notaran más los pezones. Quienes se oponían a eso, quienes denunciaban y multaban a las que
llevaban bikini o practicaban topless, eran los estamentos más pacatos y
ultras del régimen franquista, las señoras pudibundas de cada
localidad, los señores meapilas y retrógrados. Que hoy se pueda multar
de nuevo a las mujeres por enseñar las piernas o el escote es de una
gravedad absoluta. Más aún cuando la medida se hace pasar por “moderna”,
“digna”, “antimachista” y demás. Lo que nunca consiguieron los
mojigatos, los represores, los que cortaban los besos en las
proyecciones de las películas y plantaban grotescos y espúreos títulos
de crédito sobre un escote de Sophia Loren “libidinoso”, lo están
logrando las actuales pseudofeministas traidoras a su causa, entre las
cuales da la impresión de haberse infiltrado una quinta columna de curas
y monjas y señoras remilgadas y beatos de antaño. De nada me sirve que
aduzcan que ahora “el motivo es bueno” para reprimir y prohibir y
multar, si el resultado es el mismo de las épocas más oscuras y
cavernosas, es decir, reprimir y prohibir y multar. Salvando las
insalvables distancias, es como si me viniera una gente proponiendo el
exterminio de los judíos, pero ahora “por un buen motivo”. Pues miren,
no.
Los motivos, por mucho barniz falsamente progresista que se les dé, son
siempre malos cuando conducen a resultados pésimos, al atraso y a la
regresión. Pues mire usted Sr. Marias, yo llevaba minifalda y era mi padre quien me lo prohibia, antes las monjas ya nos decían como llevar un bañador y nos daban un patrón para , cosa que nunca entendí pusieramos unos volantitos que nos taparan los hombros dos cmm. y una faldita muy mona, mi madre nunca hizo caso y llevaba el bañador que ella considerase bonito. Así que más adelante no llevé sujetador, y si que era feminista, pero mi marido no le gustaba eso. Es decir que eran los hombres y las monjas los que no nos dejaban ir como quisiéramos. Ahora usted saca el tema y me hace recordar que siempre fueron los hombres quienes proibian vestir como nos diera la gana. Y hoy todavía opinan sobre nuestra manera de vestir. Y no daría tantas vueltas sobre los saludos beso o mano da igual en una presentación. Si alguien me lo presentara como se imagina, le daría la mano si usted me la tendiera, un beso no pega mucho, "Aquí una amiga, y aqui el Sr. Javier Marias......pues no. Hay muchas formas de ser educada.