Cada ventana parece el cromo de un álbum en el que se representa la vida de los seres humanos.
Significa que jugamos a las casas de muñecas con nosotros mismos.
Esta será la sala de reuniones.
—¿Y el retrete?
—No hay porque todavía no son transparentes, aunque no es más que una cuestión de tiempo.
—Vale, pues si no hay retrete, yo coloco a este señor en una silla giratoria, de las de ejecutivo.
Mira qué bien hecha está, ¡parece de verdad!
—Es que es de verdad.
—¿Pero no estábamos jugando?
—El juego y la vida se confunden. Ahora son los jefes de personal o los de recursos humanos los que ponen y quitan muñecos.
Los muñecos somos nosotros.
—¿Jugamos entonces a que negociamos un convenio colectivo?
—De acuerdo, jugaremos, porque los convenios colectivos, en la realidad, o no existen o son papel mojado.
El patio de la oficina es lo más parecido al patio del colegio. Lo malo es que ni siquiera necesitamos que un gigante nos tome delicadamente por el cuello para colocarnos en una u otra habitación.
Nos colocamos nosotros mismos, sin ayuda, como marionetas teledirigidas por una mente perversa. Philip K. Dick soñó que un día todos seríamos como la muñeca Barbie y su novio Ken.
Ese día ha llegado y es un lunes cualquiera de nuestras vidas.
A veces, un martes o un miércoles, lo mismo da, de un enero cualquiera. A veces, de un febrero.
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