Un Blues

Un Blues
Del material conque están hechos los sueños

27 ago 2017

Seis días de horror y fuga.................. Jesús García Nacho Carretero

Tras el ataque en La Rambla comenzó la huida hacia delante de un grupo de terroristas muy jóvenes de los que nadie, ni sus familias, había sospechado antes.

Policías en el mercado de la Boqueria, por donde huyó Younes Abouyaaqoub. 
Policías en el mercado de la Boqueria, por donde huyó Younes Abouyaaqoub.
Su aspecto es desaliñado. Está sucio y deshidratado.
 Ha recorrido 34 kilómetros con las mismas zapatillas negras con las que condujo la furgoneta de La Rambla. Camina junto a la AP-7 por el Penedès, tierra de viñedos, cuna del cava catalán. 
Se protege la vista, y de la vista ajena, con unas Ray- Ban falsificadas. 
Y sigue caminando. Hacia el sur.

SUBIRATS, lunes 21 de agosto

Younes Abouyaaqoub tiene 22 años. 
Desde mediodía es, oficialmente, el hombre más buscado de España.
 Su imagen —huyendo por el mercado de la Boqueria con las Ray-Ban; entrando en un cajero; o posando para la foto de clase del instituto Abat Oliba— inundan las redes sociales.
En su casa, en la calle Santa Magdalena de Ripoll, el pueblo que le vio crecer, sus padres siguen cada minuto de la pesadilla por televisión. 
Hace cuatro días que saben que el terrorista de La Rambla es su hijo. 
“Nos enteramos por la tele”, explicará el padre. “Nada más verlo, le llamamos por teléfono, para contárselo, pero no respondió”.
Lo intentaron varias veces los días siguientes.
 Pero Younes no lleva el móvil encima: evita ser rastreado. Desesperada, Ghanno Gaanimi, la madre, se dirige a los medios: “Ven a verme, no hagas esto, no tengo la culpa.
 Ve a la policía, entrégate, prefiero que estés en la cárcel a muerto”, dice en árabe. No da resultado.
Younes llega a la parte trasera de una casa adosada en Subirats. El sol cae a plomo.
 Silba. Busca ayuda.
 Espera encontrar a un hombre marroquí, presunto traficante de drogas, que vive allí
. O vivía. Porque el que asoma por la ventana no es Hasán, sino otro hombre, un argentino.
 Younes se marcha campo a través. Pero es tarde. Le han visto.
 A las 15.30, tres jefes de la comisaría de Vilafranca regresan de una reunión: Younes es la prioridad absoluta. 
Y creen verle: las mismas zapatillas negras, una camisa azul y pantalones rojos.
 Una mujer confirma sus sospechas: dice al 112 que le ha reconocido “sin ninguna duda” cerca de la estación de tren, que es experta en fisonomía y que ese chico es Younes.

Policías en el mercado de la Boqueria, por donde huyó Younes Abouyaaqoub. Ver fotogalería
Policías en el mercado de la Boqueria, por donde huyó Younes Abouyaaqoub.
Su aspecto es desaliñado. Está sucio y deshidratado. Ha recorrido 34 kilómetros con las mismas zapatillas negras con las que condujo la furgoneta de La Rambla. Camina junto a la AP-7 por el Penedès, tierra de viñedos, cuna del cava catalán. Se protege la vista, y de la vista ajena, con unas Ray- Ban falsificadas. Y sigue caminando. Hacia el sur.

SUBIRATS, lunes 21 de agosto

Younes Abouyaaqoub tiene 22 años. Desde mediodía es, oficialmente, el hombre más buscado de España. Su imagen —huyendo por el mercado de la Boqueria con las Ray-Ban; entrando en un cajero; o posando para la foto de clase del instituto Abat Oliba— inundan las redes sociales.
En su casa, en la calle Santa Magdalena de Ripoll, el pueblo que le vio crecer, sus padres siguen cada minuto de la pesadilla por televisión. Hace cuatro días que saben que el terrorista de La Rambla es su hijo. “Nos enteramos por la tele”, explicará el padre. “Nada más verlo, le llamamos por teléfono, para contárselo, pero no respondió”.
Lo intentaron varias veces los días siguientes. Pero Younes no lleva el móvil encima: evita ser rastreado. Desesperada, Ghanno Gaanimi, la madre, se dirige a los medios: “Ven a verme, no hagas esto, no tengo la culpa. Ve a la policía, entrégate, prefiero que estés en la cárcel a muerto”, dice en árabe. No da resultado.
Younes llega a la parte trasera de una casa adosada en Subirats. El sol cae a plomo. Silba. Busca ayuda. Espera encontrar a un hombre marroquí, presunto traficante de drogas, que vive allí. O vivía. Porque el que asoma por la ventana no es Hasán, sino otro hombre, un argentino. Younes se marcha campo a través. Pero es tarde. Le han visto.
A las 15.30, tres jefes de la comisaría de Vilafranca regresan de una reunión: Younes es la prioridad absoluta. Y creen verle: las mismas zapatillas negras, una camisa azul y pantalones rojos. Una mujer confirma sus sospechas: dice al 112 que le ha reconocido “sin ninguna duda” cerca de la estación de tren, que es experta en fisonomía y que ese chico es Younes.
Dispositivo de búsqueda del terrorista de La Rambla en Subirats. Atlas
Dos agentes de Vilafranca lo encuentran en una zona de viñedos, junto a la depuradora. 
“Agachado”, subrayará el jefe de los Mossos, Josep Lluís Trapero, al explicar su captura.
 Le dan el alto. Le apuntan con sus armas. Pero para Younes no es tiempo de entregarse.
 Es tiempo de morir. Se abre la camisa y exhibe un cinturón de explosivos.
 “¡Allahu akbar!”, proclama mientras se acerca a los mossos.
 El mismo grito que su hermano Houssaine, de 17 años, lanzó antes de ser abatido en Cambrils.
 No hay margen para comprobar que las bombas son, en realidad, botellas de agua envueltas en papel de aluminio.
 A diez metros, vacían sus cargadores. Más de veinte disparos lo derriban.
 Su cara queda desfigurada, como se ve en las imágenes que al poco circulan y que los Mossos piden no difundir.

El duodécimo integrante de la célula cae a las 16.05.
 No podrá saberse, por él, qué hizo durante los cuatro días que estuvo huido.
 Ni cómo consiguió cambiarse el polo de rayas con el que iba vestido cuando arrolló mortalmente a 13 personas.
 Ni quién le prestó ayuda. Ni por qué lo hizo.
 El final de Younes es tal vez el principio del mártir: al paraíso a través de la yihad, como les había enseñado su imán, un antiguo chatarrero y traficante.

ALCANAR, miércoles 16 de agosto

Abdelbaki es Satty ha desaparecido de Ripoll.
 Hace dos meses dejó de ser el imán de la comunidad Annour, que lamenta haberle contratado sin conocer su paso por la cárcel por tráfico de drogas. 
Aseguran que no vieron ni escucharon nada extraño. 
Hasta el día en que les pidió tres meses de vacaciones. “Le dijimos que era demasiado, que podía irse tres semanas”.
 Tras esa charla, desapareció. 
Atrás dejaba un exitoso lavado de cerebro a al menos ocho chicos de Ripoll, que conformarán la célula de los atentados. 
Se reúne con ellos en pisos secretos y en una furgoneta. Hablan durante horas, alejados del resto de musulmanes. 
Si se cruzan en la mezquita o en la calle, se saludan como si no se conociesen.
 Se acercó primero a Youssef Houli, muerto en la explosión de Alcanar, y a Mohamed Hichamy, abatido en Cambrils.
 Serán los líderes. Después vinieron sus hermanos y los demás. 
El hecho de que casi todos eran familiares facilitó la discreción. 
El imán se aproxima a otros, sin éxito: les habla de la maldad de la música.
Pero Es Satty no ha desaparecido ni está en Marruecos como dice. Se encuentra en Alcanar, un pueblo junto al mar, en el sur de Cataluña, a 300 kilómetros de Ripoll. En el chalet F9 de la urbanización Montecarlo se reúne con los chicos ya radicalizados. La célula prepara un gran atentado en Barcelona.
La casa de Alcanar, tras la explosión.
La casa de Alcanar, tras la explosión.
 El grupo esconde 106 bombonas de butano que ha comprado con la venta de joyas robadas. 
Y ha preparado 500 litros de acetona, agua oxigenada y bicarbonato, necesarios para fabricar TAPT, un explosivo casero usado por Estado Islámico y conocido como la madre de Satán. También guardan clavos para usarlos como metralla.
 Y pulsadores para iniciar la explosión. La idea es provocar un nuevo 11-M.
 El ataque es inminente.
 A las 20.25, uno de los terroristas compra en Sant Carles de la Ràpita 15 fundas de almohada y bridas.
 Servirán para contener los artefactos explosivos. 
Pero algo falla. Alguien manipula mal los explosivos y se produce una explosión que frustra los sueños del grupo de atentar contra monumentos e iglesias de Barcelona, como la Sagrada Familia. “Ese seguro que fue Youseff, era nervioso e impulsivo”, dirán sus amigos.
 Yousseff Aalla aparece muerto entre los escombros.
 Mohamed Houli, de 20 años, se salva porque estaba en el porche de la casa. 
“Estaba mirando el móvil, con una camiseta blanca de tirantes”. Lo vio segundos antes de la explosión Lorenzo, el vecino del chalé colindante. 
“Pasé enfrente, le saludé. Cuando entraba en casa, todo explotó”.  La casa de Alcanar es el agujero negro del caso. 
Las patrullas hallan esa noche acetona y veinte bombonas.
 Y piensan, en ese primer instante decisivo, que había saltado por los aires un laboratorio de drogas.
 Los bomberos hablan de un accidente por “acumulación de gas” en una casa ocupada.
 El desastre causado por la deflagración impide ver el tesoro oculto: un libro de color verde a nombre de Abdelbaki.
 Y en su interior, una nota manuscrita: “En nombre de Alá, El Misericordioso, el Compasivo.
 Breve carta de los Soldados del Estado Islámico en la tierra de Al Andalus para los cruzados, los odiosos, los pecadores, los injustos, los corruptores”.
 El herido, Mohamed Houli, es trasladado al hospital de Tortosa como una víctima más.
 Está grave. Se investiga si de algún modo —y ante la ausencia de vigilancia sobre él— pudo ponerse en contacto desde el hospital con la célula, que aguardaba en Ripoll para cometer el gran ataque sobre Barcelona.
Explosión de Alcanar.
Explosión de Alcanar.
Cuando el resto de terroristas se enteran de lo ocurrido en Alcanar, trazan un plan alternativo. 
“Más rudimentario”, admitirán los Mossos, pero igualmente letal. Disponen de dos furgonetas de reparto de la empresa Telefurgo —dos Fiat Talento— que han alquilado, el día anterior, con la tarjeta de crédito de Younes en Sabadell. Iban a servir para trasladar los explosivos. 
Ahora servirán para arrollar a personas.
Están preparados.
 “En junio perdieron el miedo a morir”, dice un primo de los yihadistas.
 Fueron aleccionados, en la última fase, en la doctrina Takfir, que consiste en disimular su condición de fundamentalistas para no levantar sospechas.
Nadie en Ripoll sospechó. 
Cuando, tras los ataques, vecinos y amigos hablaron de los terroristas, los definieron como “buenos chicos, integrados”. 
Días después surgieron voces discrepantes: su integración no era tan perfecta como se había dado a entender.

BARCELONA Y CAMBRILS, jueves 17 de agosto

Al volante de la Fiat Talento con matrícula 7086 JWD, Younes accede al centro de Barcelona a través de la calle de Pelai. 
Pisa el acelerador y emboca La Rambla.
 Va tan rápido que las ruedas se levantan del suelo.
 Un guardia urbano alcanza a verle el rostro. “Iba con las ventanas subidas y gritando como un loco”.
 A más de 60 kilómetros por hora, Younes se incorpora a la zona central, reservada a peatones.
 Y arrolla todo lo que se le pone por delante. 
Después caos. Confusión. Estampidas.
 Y los primeros gritos de la Guardia Urbana que, sin saber, ya sabe: “¡Aléjense de la plaza de Catalunya, ataque terrorista!”. El balance será de 13 muertos y más de 100 heridos.
El airbag salva vidas. 
Pero no siempre son las de los conductores. Sobre el mosaico de Joan Miró, frente al teatro del Liceu y el mercado de la Boqueria, la furgoneta de Younes detiene su avance. ¿Había tenido suficiente? ¿Tal vez tenía marcada una vía de escape? Puede ser. 
Pero el caso es que el airbag del conductor salta y el sistema eléctrico queda bloqueado. 
El terrorista baja del vehículo y escapa. Las personas que pasean por la parte baja de La Rambla, hasta la estatua de Colón, salvan su vida.
Pese a consumar el atentado, la célula sufre un tercer contratiempo: tras la explosión fortuita de Alcanar y el airbag que detiene la carrera homicida, los terroristas tienen un accidente de tráfico. 
A las 15:25 horas, mientras Younes se dirige a Barcelona, Mohamed Hychami conduce una tercera furgoneta que había alquilado esa misma mañana.
 ¿Adónde iba? ¿Tenía planeado provocar una masacre simultánea? En la autopista AP-7, poco antes de llegar al peaje de Cambrils, Hychami choca contra un vehículo.
 Cuando el conductor le dice que va a llamar a la policía, salta la valla de la autopista y desaparece por un camino.
Mohamed Hychami llega hasta la estación de servicio de Cambrils poco antes de las 16.00.
 Ha caminado un trecho y tiene la camiseta gris empapada de sudor. Compra una botella de agua y la bebe casi de un trago.
 Paga. Y avisa a sus compañeros, que acuden a buscarle a la estación al volante de un Audi A3.
 Se van. 
Todo hace indicar que se refugian en un antiguo restaurante-masía abandonado de Riudecanyes, a 20 minutos en coche, y aguardan noticias. 
De algún modo conocen lo que ha hecho Younes. Regresan a la gasolinera entre las 18 y las 19 horas, cuando ya Barcelona está sumida en el caos, entre bulos y rumores de todo tipo: un tiroteo en El Corte Inglés de plaza de Cataluña, un terrorista con rehenes en un restaurante turco... 


La furgoneta, en la Rambla.
La furgoneta, en la Rambla.
A Hychami le acompañan su hermano Omar; Said Aalla, Moussa Oukabir y Houssaine Abouyaaqoub, el hermano del terrorista de La Rambla.
 Houssaine aparece con una camiseta blanca del París Saint-Germain.
 Compra una recarga de teléfono móvil y abandona el local mientras escribe un mensaje. 
Se ignora si pretendía contactar con su hermano, que a esas horas está a punto de cometer un crimen con arma blanca.
Son las 18.20.
 Pau Pérez estaciona su Ford Focus de color blanco en el aparcamiento para estudiantes de la Zona Universitaria, junto a la avenida Diagonal de Barcelona y a escasos metros del Camp Nou. Tiene 35 años.
 Ha pasado la noche en casa de sus padres, en Vilafranca del Penedès, y ha llegado a Barcelona para visitar a un familiar.
 Ha sido cooperante en diversas ONG: viajó a Haití en 2010 para ayudar a las víctimas del terremoto.
 Es, además, un apasionado del fútbol.
Si Pau había escuchado, tal vez por la radio del coche, lo ocurrido en Barcelona, es también una incógnita.
 Quizás respira aliviado por encontrarse en un lugar apartado de los hechos, a casi seis kilómetros de La Rambla. 
Pero el peligro está allí mismo.
 Mientras acaba la maniobra de estacionamiento, Younes abre repentinamente la puerta del conductor. 
“Lo acuchilla, lo pone en la parte posterior del coche y emprende su huida”, dirá el comisario Trapero.

Pese a los intentos de algún ciudadano de detener sus pasos en La Rambla, justo cuando abandona la furgoneta, el terrorista ha logrado escapar a través de la Boqueria. 
Lleva un jersey a rayas blanco y azul. 
Recorre las calles de la ciudad —camina y corre, tal como se ve en los fotogramas— con un cuchillo. Hasta que topa con Pau.
Los Mossos tienen una posibilidad real de atraparlo.
 Han puesto en marcha dos dispositivos para encontrar al conductor: Gàbia (Jaula) y Cronos. 
Se fija un control policial en la Diagonal, una de las principales vías de entrada y salida.
 Younes ve a los dos agentes en el control y toma la misma decisión que en La Rambla: acelera y arrolla a una sargento de los Mossos d’Esquadra, que sufre una rotura de fémur.
 Su compañero dispara pero no logra detener el vehículo, que aparece 20 minutos más tarde en Sant Just Desvern, junto al edificio Walden.
 “Allí, y hacia las 7, le perdemos la pista”, admite Trapero.
 Se pierde a Younes, pero se localiza a dos personas que van a permitir atar cabos
. En la furgoneta de La Rambla aparece el pasaporte español de un melillense: Mohamed Houli. 
Es el herido en Alcanar. Las gestiones con la empresa Telefurgo llevan hasta Driss Oukabir, de 28 años, un vecino de Ripoll a cuyo nombre se ha alquilado el vehículo. 
Esa misma noche, ambos están ya detenidos. Y permiten a los Mossos conectar tres escenarios:
 Alcanar, Barcelona, Ripoll. La cacería está en marcha. 
Pero hay un escenario que se escapa. Y ni siquiera la declaración de Houli, que confiesa las intenciones del grupo (y el deseo del imán de inmolarse) permiten anticipar la nueva pesadilla.

El Estado Islámico acaba de reivindicar el atentado. 
El comisario Trapero pone orden informativo a la tragedia. Poco antes de las once de la noche, un periodista pregunta si los Mossos esperan un atentado “inminente”. El comisario responde que no.
Los terroristas parecen contentos. 
Así se les ve en la tercera visita a la gasolinera de Cambrils, a las 20:55.
 Buscan unos mecheros. En las imágenes de las cámaras de seguridad se observa cómo hablan distendidamente. Incluso bromean.
 Vuelven a subir al Audi. Acuden a un bazar chino a las afueras de Cambrils solo cinco minutos antes de que cierre.
 Allí compran cuatro cuchillos de cocina y un hacha con los que pretenden ejecutar una nueva matanza. 
Todo parece cada vez más improvisado.
La cuarta y última visita a la gasolinera es la más surrealista.
 A las 22.00, Omar Hychami —el hermano del chico accidentado en la autopista— compra unas barras de pan, una tortilla, queso, zumo y bebidas isotónicas. 
Es su última cena.
 Después, regresan a la masía de Riudecanyes, donde abandonan los tickets de compra e intentan quemar con los mecheros que han comprado algunos documentos: el pasaporte y carné de conducir de Mohamed Hychami y el pasaporte de Younes.
Desde la guarida de Riudecanyes, los terroristas ponen rumbo a Cambrils. 
El Audi A3 de color negro entra en el paseo marítimo, atropella a algunas personas y embiste a un coche de los Mossos d’Esquadra que realizaba un control frente al Club Náutico.
 Tras el impacto, cuatro de los terroristas abandonan el coche armados con los cuchillos y el hacha del bazar.
Un solo agente de los Mossos d’Esquadra logra abatir, con precisión, a cuatro de los terroristas.
 Uno de ellos, según los testigos, no llegó a salir del coche. El quinto —Omar Hichamy, el de la tortilla y las bebidas isotónicas— consigue huir a pie a través del paseo marítimo.
 Aún tiene tiempo de apuñalar en la cabeza a una mujer, que acabará muriendo y convirtiéndose en la víctima número 15 de los ataques.
Hichamy avanza por el paseo, frente a la playa.
 La policía le rodea. Se detiene de pronto y levanta hacia el cielo el dedo índice de la mano derecha.
 La mano izquierda la tiene sobre un supuesto cinturón de explosivos que, como el de Younes, resultará ser falso. “¡Tíralo!”, se oye gritar a un mosso
El joven no hace caso y le llueven los disparos. Uno, dos, tres, cuatro.
 Al cuarto cae al suelo, mientras grita “¡Allahu akbar!”. “¡Vale, vale!”, reacciona el mosso.
 Pero el joven se levanta de improviso y comienza a caminar, esta vez lentamente, de un lado a otro.
 Intenta cruzar el paso de cebra, donde están los agentes. Recibe siete disparos más y, a sus 17 años, cae muerto en el suelo.
 La pesadilla acaba. 
Hay ocho terroristas muertos y cuatro detenidos.
 Y 15 víctimas inocentes.




 

 

Una mujer del siglo pasado............................Sonsoles Ónega.

Ser un adelantado a tu época casi nunca es fácil. La periodista comparte el dolor de una mujer que dejó hijos y marido en la España de 1939 por amor.



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QUERIDA CARMEN:
Desde que fui madre por primera vez en 2009, entiendo a todas las madres del mundo. 
Es como si el parto activara la válvula de la empatía o de la infinita comprensión hacia todas y cada una de las mujeres de las que depende otra vida.
Una clase de responsabilidad que se prolonga como una sombra y de la que, en buena medida, dependen tantas felicidades ajenas como hijos creados.
 Por eso, Carmen, te escribo para decirte: te entiendo. 
Te entiendo hasta en el pecado de haber amado fuera del cuerpo de tu marido. 
Todo un oprobio para tu época que se convirtió en una deuda de honra y amor que pagaron tus hijos. Y tus padres. Y tu hermana.


Fuiste una mujer del siglo pasado.
 De la primera mitad, eso sí. No es una circunstancia menor porque, de haber sido de la segunda, tu vida podría haber sido más fácil. O no. 
No lo sabemos. 
En cualquier caso, ni el cuándo ni el dónde lo elegimos, de tal forma que te tocó (y punto) vivir los años veinte, los treinta y los cuarenta. 
Te casaste ante Dios con un médico afamado y con él tuviste tres criaturas, dos gemelas y un niño, circunstancias ambas elegidas por ti o impuestas por tu tiempo.
 Da igual. Te programaron para conservar ese matrimonio, pero las cosas se torcieron y se te cruzó la mirada de un militar de la Segunda República, de nombre Federico, y de apellido Escofet. 
Por ese hombre lo dejaste todo. 
En 1939 cruzaste la frontera, recorriste las cunetas que llevaban a Francia junto a los cientos de miles de españoles que, como tú, juraron volver.

Y sin embargo.
El mismo destino que te unió a Federico Escofet te impuso no cumplir el juramento y entender que no hay amor que soporte una huida sin retorno. 
Tus hijos se quedaron en Barcelona y fue esa distancia la que te obligó a iniciar una cruzada contra ti misma.
He imaginado ser tú y no yo, borrar la presunción de culpabilidad, tachar de tu biografía las líneas que insinuaban el jolgorio y disfrute que se presupone con injusticia a las mujeres infieles.
 Porque sí, la modernidad es supuesta cuando es la mujer la que resucita las pasiones adormecidas en las sábanas del matrimonio. La sospecha lo invade todo cuando es ella la que rompe, la que se descubre querida en otros brazos.
 Contigo fue así y fuiste lo de siempre para las pupilas ajenas que a él no lo juzgaron ni lo condenaron.
 Al revés: la conquista era cualidad de varón. Aún hay algo de presente en todo eso.
 Y quizá por eso, te entiendo.
 Si volvieras a esta vida, te contaría algo.
 Te contaría que tus hijas, aún vivas, han saldado la deuda.
 Han rellenado el insoportable vacío que dejaste con el amor que descubrieron en la mirada de tu amante, conscientes de que no hay sentimiento más noble que el de amar y ser amado.


El tiburón interior.........................................Rosa Montero

Los sucesos de Charlottesville confirman que en lo más oscuro de nuestros corazones hay un animal salvaje que puede aflorar en cualquier momento. 

COLUMNISTAS-REDONDOS_ROSAMONTERO
HE SIDO PROFESORA invitada de la Universidad de Virginia (Estados Unidos) en un par de ocasiones.
 En total he residido allí, en Charlot­tesville, unos nueve meses.
 Es la misma Charlottesville que mientras escribo esto se estremece de dolor y de furia bajo el estado de emergencia. 
Una pequeña ciudad que para mí era el símbolo perfecto de la civilidad y de la cultura.
 La prestigiosa Universidad pública de Virginia,
la UVA, fue fundada en 1819 por Thomas Jefferson, tercer presidente de Estados Unidos, principal autor de la Declaración de Independencia y un personaje fascinante, un ilustrado de descomunal inteligencia, filósofo, político, abogado, arqueólogo, paleontólogo, erudito, músico y arquitecto, entre otros torrenciales conocimientos.
 Él diseñó personalmente la bellísima universidad, un conjunto de edificios de exquisito equilibrio que la Unesco ha declarado Patrimonio de la Humanidad. 
El campus de ladrillo visto y columnas blancas, conmovedor por su sencillez y su armonía, parece evocar el sosegado esplendor de una mente bien ordenada.
 Además Jefferson levantó allí cerca su propia casa, Monticello, una elegante mansión que llenó de los ingeniosos aparatos que él mismo inventaba: puertas automáticas, soportes rotatorios para libros que permitían leer varios ejemplares a la vez o un artefacto que me cautivó y que hacía una copia inmediata de cualquier manuscrito.
 Con todo esto sólo pretendo dar una pincelada de la atmósfera del lugar; de la sensación que me produjo Charlottesville de ser un pequeño hito histórico del progreso del mundo, un remanso de cordura democrática. 
 
Fue aquí donde Jefferson escribió, en el borrador de la Declaración de Independencia, que todos los hombres han sido creados iguales y que la libertad es un derecho inalienable. 
Pues bien, ahora el eminente hispanista David T. Gies, profesor de la UVA, me cuenta que docenas de bárbaros racistas con antorchas inundaron de odio ese campus sereno manifestándose ante la blanca cúpula de Jefferson: “Es Trump, que ha abierto la caja de Pandora y soltado a los diablos de la maldad”.


Y es verdad. 
Es sin duda Trump, con su agresividad y su odio manifiesto a todo el que no piensa como él (es decir, a la casi totalidad del mundo) quien está fomentando estos estallidos de violencia criminal y racista, porque de algún modo los valida y los coloca en el mismo lugar de aceptación que cualquier otra idea. 
De hecho, al principio equiparó a los supremacistas con los manifestantes que se enfrentaron a ellos, y sólo fue dos días más tarde, y obligado por el escándalo, cuando condenó a los racistas de manera explícita. 
Pero hay algo más que nos debería enseñar a ser cautelosos, y es la facilidad con que prende la yesca de la locura.
 Por debajo de las aguas más serenas transitan tiburones, como demostró el aterrador conflicto de Yugoslavia. 
Verán, ese Jefferson sin duda genial que hablaba de la igualdad y la libertad de los hombres no pensaba lo mismo de las mujeres, desde luego, y, además, excluía de su proyecto a los indios americanos y a los negros, a los que consideraba tan sólo medio humanos.
 Tuvo 600 esclavos a quienes permitió e incluso ordenó maltratar. Y aunque le parecían una subespecie, eso no le impidió tener a una esclava como concubina y hacerle seis hijos. 
Ver estas contradicciones atroces en alguien tan inteligente produce aún más repugnancia. 
Y no recurramos a la torpe disculpa de la mentalidad de otra época: en todos los tiempos hubo voces en contra de la esclavitud. 
Por no mencionar que estos prejuicios siempre redundan en beneficio del prejuicioso: sin esclavos, Jefferson no hubiera sido tan rico. 

Lo que quiero decir es que la oscuridad está en todos nosotros.
 En lo más profundo de nuestros corazones deambula un tiburón al que el esfuerzo ímprobo de millones de personas a lo largo de siglos ha conseguido ir encerrando en una jaula de derechos democráticos. 
Nos esforzamos por ser mejores de lo que somos, y eso nos honra; pero siempre, por debajo de la calma, está el abismo.
 Por eso es tan fácil que energúmenos como Trump produzcan un efecto tan tremendo; y por eso hay que tener mucho cuidado (como, por ejemplo, en la escalada del independentismo catalán) para no abrir la puerta de las tempestades.

26 ago 2017

Manifestación en Barcelona contra los atentados, últimas noticias en directo

Sigue en directo la marcha contra el terrorismo de este sábado en la capital catalana.

La manifestación en Barcelona en condena del terrorismo recorre este sábado el centro de la ciudad. 

Por vez primera, el Rey acude a la marcha, al igual que Mariano Rajoy, Carles Puigdemont y Ada Colau, junto a representantes de los partidos políticos e instituciones. 

 Pero la marcha está encabezada por médicos, policías y comerciantes de La Rambla, tras una pancarta con el lema No tinc por! (¡No tengo miedo!).

  Mientras, las investigaciones policiales se centran en las conexiones internacionales de la célula terrorista que la pasada semana asesinó a 15 personas en los atentados de Barcelona y Cambrils.

El manifiesto leído en Plaza Catalunya ha expresado que los barceloneses "no tiene miedo de expresar nuestro dolor por las víctimas, nuestro pésame y solidaridad con las familias, los amigos y todas las personas afectadas por este acto tan cobarde".

 "No tenemos miedo de condenar estos crímenes que solo persiguen provocar el terror a través de la muerte y la devastación para intentar romper nuestro modelo de convivencia".