Vidas propias
19 ago 2017
Un asunto muy personal
He tenido una relación muy personal con Barcelona, viví en esa ciudad y trabajé tb en ella.
Esa rambla es importante para pasear y trasladarse a otros lugares de la ciudad, cerca de un mar que no vemos muy bien, pero ese lugar fue y es muy importante en mi vida,
y cuando veo esas escenas me dan escalofrios, porque es un lugar de paso o de paseo hasta la Barcelona nueva de las Olimpiadas.
Yo si tengo miedo, miedo porque todo ese terror lo hacen personas amparadas en algo tan poco argumentable como la muerte.
Y Catalunya lo ha vivido.....ya da igual lo que se diga, en el miedo hay gente que se crece y que se acobarda.
Todo es sorpresa y ves muerte y miedo.
Dicen que no hay que tener miedo, pero es
atentado que recuerda al horror que supuso el atentado de Hipercord. .
Barcelona es un punto extrañamente atractivo para los terroristas.
Digamos que dentro de una rabia irracional salen mis mejores recuerdos y esos no los va a matar ningun muchacho del ISIS, Tampoco debería existir esa Guerra en Siria. .
No a la violencia que nos marca etapas en nuestra vida,
Esa rambla es importante para pasear y trasladarse a otros lugares de la ciudad, cerca de un mar que no vemos muy bien, pero ese lugar fue y es muy importante en mi vida,
y cuando veo esas escenas me dan escalofrios, porque es un lugar de paso o de paseo hasta la Barcelona nueva de las Olimpiadas.
Yo si tengo miedo, miedo porque todo ese terror lo hacen personas amparadas en algo tan poco argumentable como la muerte.
Y Catalunya lo ha vivido.....ya da igual lo que se diga, en el miedo hay gente que se crece y que se acobarda.
Todo es sorpresa y ves muerte y miedo.
Dicen que no hay que tener miedo, pero es
atentado que recuerda al horror que supuso el atentado de Hipercord. .
Barcelona es un punto extrañamente atractivo para los terroristas.
Digamos que dentro de una rabia irracional salen mis mejores recuerdos y esos no los va a matar ningun muchacho del ISIS, Tampoco debería existir esa Guerra en Siria. .
No a la violencia que nos marca etapas en nuestra vida,
películas supuestamente entrañables que nos hicieron polvo
Se vendieron como adorables fábulas de superación, pero acabaron destruyendo toda esperanza.
Y todavía nos estamos recuperando.
Hay películas que son como una canción de Los Planetas:
empiezan con una melodía deliciosa, consiguen que menees la cabeza
poniendo una sonrisa tonta y acaban destruyendo todo en lo que crees.
Son historias que nos recuerdan que la palabra "entrañable" viene derivada de "entrañas", porque ahí es donde nos atacan.
Películas que se vendieron como adorables fábulas de superación, mediante pósters con estrellas felices abrazándose y poniendo caras de alegría como si acabaran de escuchar la frase: "Vayan pasando por esta caja en orden".
Y cuando estábamos con la guardia bajada, cuando habíamos asumido que la vida es un hermoso milagro, nos dieron una patada en la boca.
Todavía nos estamos recuperando.
Pero Una pareja de tres es mucho más de lo que su pizpireto póster promete.
El matrimonio con mejor pelo de toda América se enfrenta a la decepción y a los sueños truncados en un retrato de la inevitable crueldad de la madurez: sacrificios profesionales, reproches y complejos que sin embargo merecen la pena porque han construido un hogar idílico con tres hijos y Marley, el perro más desobediente de la historia.
Y de repente Marley se muere. Un giro que hizo que los espectadores llorasen (pero no silenciosamente, sino con hipo) y que algunos saliesen tan enfurecidos de ver la película que pusieron en marcha una iniciativa de boicot pintando con espray "el perro muere al final" en los pósters de la película.
Él era un implacable periodista, ella una torpe aspirante a presentadora que no valía nada sin su mentor: pocas cosas resultaban más sexys para el Hollywood de los noventa que una muñeca dependiendo de un anciano.
Íntimo y personal es una comedia simpática y predecible hasta que deja de ser ambas cosas a la vez cuando Robert Redford es cosido a tiros durante la grabación de un reportaje de guerra.
Ella lo ve todo por televisión. Y ya está. Así acaba la película.
Juntos aprenderán el significado de la palabra amor y se reconciliarán con sus respectivos demonios internos.
Tras el final feliz, la hermanita de Robert Pattinson asiste a la escuela como todos los días, orgullosa de haber superado el bullying al que sus compañeros la sometían, y el profesor empieza a escribir la fecha en la pizarra: once... de... septiembre (oh Dios) de dos mil... (oh Dios) uno (OH DIOS).
Así es. Resulta que el protagonista trabaja en una de las Torres Gemelas, y de repente mira por la ventana y ve un avión planeando a una altura extrañamente baja. Fin.
Irrumpe en un psiquiátrico (en el que ha ingresado voluntariamente para librarse de la cárcel) y revoluciona a todos los enfermos animándoles a vivir exprimiendo la vida al máximo.
Su antagonista es la enfermera Ratched (Louise Fletcher), la clásica gruñona que acaba recurriendo a la no tan clásica lobotomía para anular por completo la personalidad de los enfermos, incluido Jack Nicholson.
Un momento ¿qué? Un paseo para recordar se convierte en una versión perversa de Love story donde el chico mueve cielo y tierra para regalarle a su novia el deseo de cualquier chica antes de morir: casarse.
Esa boda a las puertas de la muerte resulta un ensañamiento despiadado contra el espectador, que no sabe si estar alegre, estar triste o quitar la película.
A veces, cuando le confiesas a tu mejor amiga que la amas, la atropella un camión y acabas atrapado en una espiral de depresión, alcoholismo y autodestrucción en la que te comportas como un capullo con todo el mundo
. One day nos lleva a concluir dos moralejas: dile a esa persona que la quieres antes de que sea demasiado tarde y nunca, nunca, jamás confíes en una comedia cuqui si la protagoniza Anne Hathaway.
La mujer, incapaz de vivir con la angustia, se suicida y va al infierno, así que su marido tiene que viajar desde el cielo hasta el inframundo para rescatarla.
El tráiler la vendió como una aventura familiar de fantasía con perro.
Cuando la gente fue a verla, se encontró con que a los 12 minutos Thelma está a punto de ser violada en un aparcamiento y Louise mata al agresor, empujándolas a una huida solo hacia adelante que incluye persecuciones, despertares emocionales y el descubrimiento de Brad Pitt como el mayor mito erótico masculino de su generación.
Para cuando las dos amigas (dos en la carretera, dos cabalgan juntas) aceleran hacia el vacío del cañón del Colorado, el público ya no sabía qué demonios acababa de ver.
Lo que sí sabía es que, como reflexiona Thelma cuando mira a las estrellas, "algo me ha atravesado, y ya no puedo volver atrás".
Son historias que nos recuerdan que la palabra "entrañable" viene derivada de "entrañas", porque ahí es donde nos atacan.
Películas que se vendieron como adorables fábulas de superación, mediante pósters con estrellas felices abrazándose y poniendo caras de alegría como si acabaran de escuchar la frase: "Vayan pasando por esta caja en orden".
Y cuando estábamos con la guardia bajada, cuando habíamos asumido que la vida es un hermoso milagro, nos dieron una patada en la boca.
Todavía nos estamos recuperando.
'Una pareja de tres' (2009)
¡Jennifer Aniston y Owen Wilson han adoptado un perrito! Las travesuras, los tropiezos y el enredo están asegurados.Pero Una pareja de tres es mucho más de lo que su pizpireto póster promete.
El matrimonio con mejor pelo de toda América se enfrenta a la decepción y a los sueños truncados en un retrato de la inevitable crueldad de la madurez: sacrificios profesionales, reproches y complejos que sin embargo merecen la pena porque han construido un hogar idílico con tres hijos y Marley, el perro más desobediente de la historia.
Y de repente Marley se muere. Un giro que hizo que los espectadores llorasen (pero no silenciosamente, sino con hipo) y que algunos saliesen tan enfurecidos de ver la película que pusieron en marcha una iniciativa de boicot pintando con espray "el perro muere al final" en los pósters de la película.
'Íntimo y personal' (1996)
Por si la presencia de Robert Redford y Michelle Pfeiffer no te recordase constantemente que estás viendo una película, sus personajes tenían nombres de esos que solo existen en el cine (Warren Justice y Tally Atwater) y vivían un amor, efectivamente, de película.Él era un implacable periodista, ella una torpe aspirante a presentadora que no valía nada sin su mentor: pocas cosas resultaban más sexys para el Hollywood de los noventa que una muñeca dependiendo de un anciano.
Íntimo y personal es una comedia simpática y predecible hasta que deja de ser ambas cosas a la vez cuando Robert Redford es cosido a tiros durante la grabación de un reportaje de guerra.
Ella lo ve todo por televisión. Y ya está. Así acaba la película.
'Recuérdame' (2010)
En pleno fervor colectivo por Crepúsculo, Robert Pattinson protagonizó una historia de amor entre dos jóvenes traumatizados por la pérdida.Juntos aprenderán el significado de la palabra amor y se reconciliarán con sus respectivos demonios internos.
Tras el final feliz, la hermanita de Robert Pattinson asiste a la escuela como todos los días, orgullosa de haber superado el bullying al que sus compañeros la sometían, y el profesor empieza a escribir la fecha en la pizarra: once... de... septiembre (oh Dios) de dos mil... (oh Dios) uno (OH DIOS).
Así es. Resulta que el protagonista trabaja en una de las Torres Gemelas, y de repente mira por la ventana y ve un avión planeando a una altura extrañamente baja. Fin.
'Alguien voló sobre el nido del cuco' (1976)
Cómo es Jack Nicholson.Irrumpe en un psiquiátrico (en el que ha ingresado voluntariamente para librarse de la cárcel) y revoluciona a todos los enfermos animándoles a vivir exprimiendo la vida al máximo.
Su antagonista es la enfermera Ratched (Louise Fletcher), la clásica gruñona que acaba recurriendo a la no tan clásica lobotomía para anular por completo la personalidad de los enfermos, incluido Jack Nicholson.
'Un paseo para recordar' (2002)
El clásico primer amor: una chica indecisa, un chico asustado ante sus sentimientos, unos padres que se oponen al noviazgo y una agonía a causa de la leucemia.Un momento ¿qué? Un paseo para recordar se convierte en una versión perversa de Love story donde el chico mueve cielo y tierra para regalarle a su novia el deseo de cualquier chica antes de morir: casarse.
Esa boda a las puertas de la muerte resulta un ensañamiento despiadado contra el espectador, que no sabe si estar alegre, estar triste o quitar la película.
One day' (2011)
A veces el amor de tu vida está ahí, delante de tus narices, y tardas años en darte cuenta.A veces, cuando le confiesas a tu mejor amiga que la amas, la atropella un camión y acabas atrapado en una espiral de depresión, alcoholismo y autodestrucción en la que te comportas como un capullo con todo el mundo
. One day nos lleva a concluir dos moralejas: dile a esa persona que la quieres antes de que sea demasiado tarde y nunca, nunca, jamás confíes en una comedia cuqui si la protagoniza Anne Hathaway.
'Más allá de los sueños' (1998)
Robin Williams y Annabella Sciorra interpretan a una pareja que lo tiene todo: dinero, amor y unos hijos que sacan notas estupendas. Un día esos hijos mueren en un accidente de tráfico, y un par de meses después el marido también fallece atropellado.La mujer, incapaz de vivir con la angustia, se suicida y va al infierno, así que su marido tiene que viajar desde el cielo hasta el inframundo para rescatarla.
El tráiler la vendió como una aventura familiar de fantasía con perro.
Thelma y Louise' (1991)
Hoy todos sabemos de qué trata realmente esta película, pero en 1991 el tráiler presentaba solo instantes de sus primeros 10 minutos: Thelma y Louise fue promocionada como una comedia de amigas protagonizada por dos locuelas que se iban de fin de semana a pescar y bailar country en línea.Cuando la gente fue a verla, se encontró con que a los 12 minutos Thelma está a punto de ser violada en un aparcamiento y Louise mata al agresor, empujándolas a una huida solo hacia adelante que incluye persecuciones, despertares emocionales y el descubrimiento de Brad Pitt como el mayor mito erótico masculino de su generación.
Para cuando las dos amigas (dos en la carretera, dos cabalgan juntas) aceleran hacia el vacío del cañón del Colorado, el público ya no sabía qué demonios acababa de ver.
Lo que sí sabía es que, como reflexiona Thelma cuando mira a las estrellas, "algo me ha atravesado, y ya no puedo volver atrás".
El silencio de los héroes anónimos........................... Juan I. Irigoyen
Un vendedor, un enfermero y un taxista relatan cómo vivieron y cómo ayudaron a los heridos tras el atentado del pasado jueves en La Rambla.
El paisaje era el de siempre: ruidoso y multitudinario. De pronto, un
golpe seco.
Y silencio. Un silencio ajeno a gritos y sirenas.
“Un segundo, señora”, le pidió Juan, vendedor de 52 años, a una extranjera que le preguntaba por el precio de un souvenir.
“Entré al quiosco a buscar algo y, no habían pasado ni dos segundos, cuando escuché un estruendo tremendo.
Me di la vuelta y vi a seis o siete personas tiradas en el suelo, con los expositores destrozados, algunos clavados en la gente”, relata. “Me sorprendió el olor a sangre. Enseguida se me metió en la nariz, pero más me sorprendió el silencio”.
Juan no sabe si ese mutismo era real o sí solo está en su recuerdo. Él, simplemente, no escuchaba nada.
La escena transcurrió en La Rambla, frente a la calle Hospital. “Enseguida pensé: ‘esto es un atentado’.
Salté sobre las personas como pude y vi a la furgoneta blanca parada a unos metros.
El conductor estaba forcejeando con una de las personas. Tuve que decidir si les ayudaba o iba a buscar al terrorista”, cuenta. Juan ayudó a la gente.
No sabía si estaban vivos o muertos.
Yo los acomodaba y buscaba algo en el interior del quiosco para que no tuvieran la cabeza en el suelo. Recuerdo un enorme suspiro de un hombre mayor.
Cuando lo levanté, volví a escuchar su respiración. Eso me tranquilizó”, añade el vendedor.
Según Juan, todo duró dos o tres minutos. Luego llegó la policía y le pidió a él y a sus compañeros que desalojaran la zona.
Se fue a un bar, que estaba a unos metros del quiosco, y permaneció allí hasta las nueve de la noche.
Un familiar lo pasó a buscar y lo llevó a su casa.
Hasta las cinco de la mañana no se pudo dormir, pero ayer quería volver a trabajar.
En sus zapatillas blancas todavía tenía manchas de sangre. “Me di cuenta en el metro de que me había olvidado limpiarlas”, aclara.
No quiere que lo fotografíen. “No soy ningún héroe”.
“Héroe, ¿yo?”, dice Albert, de 41 años; “solo soy enfermero”. Albert
regresaba de la playa cuando entró con su coche en Ciutat Vella y sintió
algo extraño en el ambiente.
De repente, un hombre le gritó: “No avances, hay un tiroteo”. Logró aparcar y enfiló a pie rumbo a La Rambla, hasta que un policía lo detuvo.
“Soy enfermero, quiero ayudar”, le contestó.
Con chanclas y su bolso de la playa todavía a cuestas, Albert se sentía vulnerable.
“Cuando estás con tu traje amarillo y llegas a los lugares en la ambulancia eres más inmune a lo que sucede a tu alrededor. El jueves me sentía como un pulpo en un garaje”, explica. Situación, en cualquier caso, que no le impidió avanzar.
“Caminé cinco metros y me encontré un joven italiano en el suelo. Con otra persona, que entendía algo de sanidad, lo intentamos reanimar durante 25 minutos. No pudimos”.
No se detuvo. Con una bombona de oxigeno, que le había cedido la Guardia Urbana, continuó con su camino, que no era otro que intentar reforzar la asistencia médica.
La Rambla ya estaba tomada por un ruidoso silencio.
“No había nadie en la acera, solo cuerpos tapados en el suelo.
Era un desierto con personas muertas.
Hasta que llegamos al lugar donde estaba la furgoneta y eso era como estar en medio de una guerra, pero con los edificios en pie”. Con los servicios de ambulancias, Guardia Urbana, Bomberos y Mossos D’esquadra bien coordinados, Albert se dedicó a colaborar en lo que podía.
Si le pedían que hiciera una férula, lo hacía. Si le solicitaban que colocara un suero, también.
Entre medio, consolaba a las víctimas. “Había un francés con una fractura de tibia.
Me preguntaba por su mujer y por su hijo. Pero como no hablo francés, solo podía quedarme a su lado.
Le cogía la mano y lo acariciaba”, narra Albert. La situación era tan dramática que el héroe enfermero necesitaba un respiro.
“Me iba detrás del quiosco, lloraba unos segundos, me desahogaba y continuaba ayudando”. Ayer, tras participar en la concentración en la plaza de Catalunya, volvió al lugar donde intentó reanimar al joven italiano y encendió una vela.
“A las nueve de la noche recogí a una familia, que tenían unos pequeños cortes”, cuenta Cesc, taxista, de 47 años.
“Los llevé hasta Cerdanyola. En el viaje hablamos muy poco. Los niños se quedaron dormidos; los padres parecían estar en otro mundo.
Llegamos a su casa, nos abrazamos y me dieron las gracias”.
Cesc estaba en su día libre cuando su empresa, Elite Taxi, le informó del atentado.
Cogió su coche y llegó hasta Barcelona. En plaza de la Universitat coordinó la salida de taxis.
“Primero, heridos; luego gente mayor y niños; y después, lo importante es intentar agrupar carreras con cuatro pasajeros y dejarlos en un destino cercano para que el coche pueda volver lo más rápido posible.
Lo que buscábamos era vaciar la zona”, explica.
Una vez cumplió con éxito su tarea, comenzó una nueva secuencia junto al monumento a Colón.
Cesc, Albert y Juan son tres de las personas comunes, anónimos sin formación en protocolos tras un atentado, que en la angustia de La Rambla se convirtieron en los silenciosos héroes de Barcelona.
Y silencio. Un silencio ajeno a gritos y sirenas.
“Un segundo, señora”, le pidió Juan, vendedor de 52 años, a una extranjera que le preguntaba por el precio de un souvenir.
“Entré al quiosco a buscar algo y, no habían pasado ni dos segundos, cuando escuché un estruendo tremendo.
Me di la vuelta y vi a seis o siete personas tiradas en el suelo, con los expositores destrozados, algunos clavados en la gente”, relata. “Me sorprendió el olor a sangre. Enseguida se me metió en la nariz, pero más me sorprendió el silencio”.
Juan no sabe si ese mutismo era real o sí solo está en su recuerdo. Él, simplemente, no escuchaba nada.
La escena transcurrió en La Rambla, frente a la calle Hospital. “Enseguida pensé: ‘esto es un atentado’.
Salté sobre las personas como pude y vi a la furgoneta blanca parada a unos metros.
El conductor estaba forcejeando con una de las personas. Tuve que decidir si les ayudaba o iba a buscar al terrorista”, cuenta. Juan ayudó a la gente.
Dos minutos
“Lo único que quería era que no se quedaran todos amontonados. Nadie me decía nada.No sabía si estaban vivos o muertos.
Yo los acomodaba y buscaba algo en el interior del quiosco para que no tuvieran la cabeza en el suelo. Recuerdo un enorme suspiro de un hombre mayor.
Cuando lo levanté, volví a escuchar su respiración. Eso me tranquilizó”, añade el vendedor.
Según Juan, todo duró dos o tres minutos. Luego llegó la policía y le pidió a él y a sus compañeros que desalojaran la zona.
Se fue a un bar, que estaba a unos metros del quiosco, y permaneció allí hasta las nueve de la noche.
Un familiar lo pasó a buscar y lo llevó a su casa.
Hasta las cinco de la mañana no se pudo dormir, pero ayer quería volver a trabajar.
En sus zapatillas blancas todavía tenía manchas de sangre. “Me di cuenta en el metro de que me había olvidado limpiarlas”, aclara.
No quiere que lo fotografíen. “No soy ningún héroe”.
De repente, un hombre le gritó: “No avances, hay un tiroteo”. Logró aparcar y enfiló a pie rumbo a La Rambla, hasta que un policía lo detuvo.
“Soy enfermero, quiero ayudar”, le contestó.
Con chanclas y su bolso de la playa todavía a cuestas, Albert se sentía vulnerable.
“Cuando estás con tu traje amarillo y llegas a los lugares en la ambulancia eres más inmune a lo que sucede a tu alrededor. El jueves me sentía como un pulpo en un garaje”, explica. Situación, en cualquier caso, que no le impidió avanzar.
“Caminé cinco metros y me encontré un joven italiano en el suelo. Con otra persona, que entendía algo de sanidad, lo intentamos reanimar durante 25 minutos. No pudimos”.
No se detuvo. Con una bombona de oxigeno, que le había cedido la Guardia Urbana, continuó con su camino, que no era otro que intentar reforzar la asistencia médica.
“No había nadie en la acera, solo cuerpos tapados en el suelo.
Era un desierto con personas muertas.
Hasta que llegamos al lugar donde estaba la furgoneta y eso era como estar en medio de una guerra, pero con los edificios en pie”. Con los servicios de ambulancias, Guardia Urbana, Bomberos y Mossos D’esquadra bien coordinados, Albert se dedicó a colaborar en lo que podía.
Si le pedían que hiciera una férula, lo hacía. Si le solicitaban que colocara un suero, también.
Entre medio, consolaba a las víctimas. “Había un francés con una fractura de tibia.
Me preguntaba por su mujer y por su hijo. Pero como no hablo francés, solo podía quedarme a su lado.
Le cogía la mano y lo acariciaba”, narra Albert. La situación era tan dramática que el héroe enfermero necesitaba un respiro.
“Me iba detrás del quiosco, lloraba unos segundos, me desahogaba y continuaba ayudando”. Ayer, tras participar en la concentración en la plaza de Catalunya, volvió al lugar donde intentó reanimar al joven italiano y encendió una vela.
“A las nueve de la noche recogí a una familia, que tenían unos pequeños cortes”, cuenta Cesc, taxista, de 47 años.
“Los llevé hasta Cerdanyola. En el viaje hablamos muy poco. Los niños se quedaron dormidos; los padres parecían estar en otro mundo.
Llegamos a su casa, nos abrazamos y me dieron las gracias”.
Cesc estaba en su día libre cuando su empresa, Elite Taxi, le informó del atentado.
Cogió su coche y llegó hasta Barcelona. En plaza de la Universitat coordinó la salida de taxis.
“Primero, heridos; luego gente mayor y niños; y después, lo importante es intentar agrupar carreras con cuatro pasajeros y dejarlos en un destino cercano para que el coche pueda volver lo más rápido posible.
Lo que buscábamos era vaciar la zona”, explica.
Una vez cumplió con éxito su tarea, comenzó una nueva secuencia junto al monumento a Colón.
Cesc, Albert y Juan son tres de las personas comunes, anónimos sin formación en protocolos tras un atentado, que en la angustia de La Rambla se convirtieron en los silenciosos héroes de Barcelona.
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