Un Blues

Un Blues
Del material conque están hechos los sueños

17 ago 2017

Una obra maravillosa y luego, silencio

“El libro más demoledor que se ha escrito en lengua española”. Así describe Juan Goytisolo 'La Celestina' en esta charla que mantuvo con José Luis Gómez, que interpretó a la alcahueta en el teatro.

José Luis Gómez y Juan Goytisolo, vistos por Fernando Vicente.
José Luis Gómez y Juan Goytisolo, vistos por Fernando Vicente.
En noviembre de 2015, aprovechando la presencia de Juan Goytisolo en Madrid, José Luis Gómez y Brenda Escobedo, autores de una célebre adaptación para la escena de La Celestina, mantuvieron un encuentro con el escritor, fallecido el pasado 4 de junio, para conversar sobre la obra de Fernando de Rojas.
JUAN GOYTISOLO. El libro de Stephen Gilman [La Celestina: arte y estructura] es interesante porque da una idea del horror vivido por Fernando de Rojas con respecto a su familia.
 Lo que se sabe allí es que el padre fue condenado por la Inquisición en 1488, si no recuerdo mal.
JOSÉ LUIS GÓMEZ. ¿Condenado a sambenito?
J. G. Quemado.
J. L. G. ¿Es posible que fuera quemado?
J. G. Sí, sí; y el resto de la familia, en deshonor. 
Esto explica, por un lado, cómo un joven de 23 años puede escribir la obra más pesimista que se ha escrito; la visión del mundo es solo el placer sexual y el dinero, solo eso.
 Es el primer texto, escrito en Europa, donde la cúpula protectora de la divinidad no existe.
J. L. G. Pero también hay una afirmación de la libertad individual por parte de Rojas.




JUAN GOYTISOLO. El libro de Stephen Gilman [La Celestina: arte y estructura] es interesante porque da una idea del horror vivido por Fernando de Rojas con respecto a su familia. Lo que se sabe allí es que el padre fue condenado por la Inquisición en 1488, si no recuerdo mal.
JOSÉ LUIS GÓMEZ. ¿Condenado a sambenito?
J. G. Quemado.
J. L. G. ¿Es posible que fuera quemado?
J. G. Sí, sí; y el resto de la familia, en deshonor. Esto explica, por un lado, cómo un joven de 23 años puede escribir la obra más pesimista que se ha escrito; la visión del mundo es solo el placer sexual y el dinero, solo eso. 
Es el primer texto, escrito en Europa, donde la cúpula protectora de la divinidad no existe.
J. L. G. Pero también hay una afirmación de la libertad individual por parte de Rojas.
J. G. Los judeoconversos se encontraban con que les imponían, a la fuerza, la fe religiosa.
 Muchos habían perdido su propia fe judía, pero no por esto se habían convertido a una fe que se les imponía con tal violencia y con tal horror. 
Entonces, se creaba por primera vez una comunidad intelectual que no era ni judía ni cristiana.
 Estaban en una tierra de nadie que va desde Fernando de Rojas hasta Spinoza.
 Y es muy interesante cazar la línea que hay entre Fernando de Rojas, Uriel da Costa —que era un judío portugués— y luego Spinoza. Esto se canaliza en La Celestina.
 Tradicionalmente se ve el aspecto clásico; se fijan referencias de Petrarca —del que, en efecto, Rojas toma muchos elementos—. Pero lo interesante, para mí, es conocer la tradición judeoconversa del siglo XV.
 En el Cancionero de obras de burlas provocantes a risa encuentras los textos contra la monarquía, sobre la incredulidad. Ahí está la Carajicomedia.
J. L. G. Seguro que eso lo leyó Rojas.
J. G. Están Antón de Montoro (el Ropero), Juan Agraz, y la mayor parte eran poetas judíos. 
Se refleja ahí toda la tensión entre la comunidad judía y los ultracatólicos porque están los poemas judíos y los poemas antijudíos. 
Te das cuenta de la violencia que había, además, con un lenguaje muy crudo que no tiene que ver nada con el Renacimiento, sino con el lenguaje que encontramos ya en el Arcipreste de Talavera, en los monólogos de las mujeres del Arcipreste. 
Es decir, entronca con una tradición española que se truncó completamente, después de Fernando de Rojas, con el reinado de Isabel la Católica.
 Los poetas en vez de expresar sus vivencias contra la monarquía, contra la religión católica, sus críticas, etcétera, se ponen al servicio del poder imperial de España y se acaba ya esa línea. 
Por esto a mí la literatura del siglo XV me impresiona mucho, porque es el germen de una España totalmente distinta, contestataria; y quien lo recoge mejor es Fernando de Rojas. He leído La Celestina tres veces, en periodos distintos.
y cada vez me gusta más; cada vez es más extraordinaria.
J. L. G. Fue iluminador leer dos cosas que escribes en ‘El pecado original de España’:
 una, que el árabe no puede disociar el sentimiento de la sexualidad; y la segunda es que hablas también de la conciencia escindida de Calisto, atormentado por tener un cuerpo de árabe y una conciencia de cristiano.
 Pensando en los ecos de las cosas en uno mismo, me doy cuenta de que la sexualidad para mí, pese a haberme educado ya en la juventud en un clima de libertad, desde el momento en que yo me voy a Alemania, que me voy muy joven, la sexualidad siempre conllevaba una transgresión.
 Me he dado cuenta, en mi conciencia, que no era una cosa normal.
J. G. ¿Te digo la verdad? Nunca me he podido acostar con un católico.
 Me es imposible, porque sé que salí de una enfermedad —sufro las consecuencias de esta enfermedad— y no quiero tener una relación con alguien que ha padecido también esta enfermedad. 
Es decir, la bisexualidad (mientras no sea nombrada) que descubrí en París con la colonia norte­africana es totalmente natural, pasan de un sexo a otro sin preocuparse.
 Si no tenían dinero para pagar prostitutas, les parecía lo más normal del mundo acostarse con un homosexual. 
 Digamos, todo este engrudo nacionalcatólico que me costó desprenderme, para mí ha sido determinante.

J. L. G. Claro… Bien, para mí la figura de Calisto es una de las más enigmáticas. Las otras están relativamente claras.
J. G. Pero mira, yo creo que se aclara en función de la experiencia del propio Fernando de Rojas.
 Es decir, ¿por qué un muchacho, en el momento del mayor esplendor imperial de España —el descubrimiento de América y todo lo que conlleva— vive encerrado en su casa y siempre de noche? ¿Por qué hay como un retraimiento de la sociedad? Huye de la sociedad.
J. L. G. ¿Hablas de Rojas o de Calisto?
J. G. De Calisto. Esto te da una pista de lo de Fernando de Rojas. Él, ya te digo, pudo escribir, para mí, el libro más demoledor que se ha escrito en lengua española.
 Es de una subversión absolutamente excepcional.
 Claro, el horror vivido por la familia explica un montón de cosas. Y explica, también, el retraimiento de Calisto.
 Yo lo interpreto así. El Calisto que vive en la oscuridad, solo fiándose de sus criados —que no son dignos de fiar, por otra parte—, da a entender la situación de Rojas. 
Y da bastantes pistas de que pertenecía —aunque no se mencione nunca— a los conversos.
J. L. G. Tu conjetura es que Calisto es un converso también.
J. G. Sí. Porque hacer las referencias a Rodrigo Cota y a Juan de Mena, que encontró un primer acto y que luego, a partir de este, en 15 días escribió La Celestina…, en fin, La Celestina¡no se escribe en 15 días! Lo hizo un poco como precaución.
 Y sabía que ya no podía escribir más. 
Después de aquello había dicho todo lo que tenía que decir y únicamente pudo sobrevivir. 
Es lo que logró, porque vivió 40 años más, y lo único que se sabe de él, después, es por el proceso de su suegro, don Álvaro de Montalbán.
 Cuando quiso poner de testigo a Fernando de Rojas en su defensa, la Inquisición lo rechazó diciendo: 
“El autor de Celestina la vieja no es fiable”. Fernando de Rojas se dedicó a sobrevivir, un poco como Sieyés, el de la Revolución Francesa, cuando le preguntaron: “Qu’avez-vous fait pendant la Terreur?” Y él contestó: “J’ai vécu”. 
Pues así, Fernando de Rojas sobrevivió.
J. L. G. Sí, pero esa conjetura que tú tienes, hay muchos estudiosos que la descartan; la parte judeoconversa la ven poco importante.
J. G. Esa es la enfermedad que hay en España.
 Mira, en el quinto centenario de La Celestina se publicó la edición de la Academia y también el prólogo mío a la edición que hizo la Puebla de Montalbán; y parece que hablamos de dos libros enteramente distintos.
 Solo hablan de la influencia del Renacimiento, de Petrarca, siempre aguando todo esto.
 Esto es un tabú de nuestra cultura española que yo he sufrido toda la vida.
 La resistencia, por ejemplo, a darme el Premio Cervantes durante años y años —hasta que unos kamikazes lo hicieron— ha sido en función, sobre todo, por reivindicar los elementos semitas de la cultura española, lo árabe y lo judío.

J. L. G. Sigamos. Otro elemento en La Celestina…
J. G. Lo de la mujer barbuda; esto forma parte de una tradición popular relativa a las brujas. 
Las viejas barbudas eran las hechiceras. Y hay un lado goyesco en Fernando de Rojas muy interesante.
 La aparición de Celestina en las iglesias y todos los prebostes y curas y obispos yendo a saludarla, quitándose los bonetes en su honor…, esas escenas tienen un elemento goyesco de los caprichos y de los desastres muy presente.
 A mí las dos cosas que me han llamado la atención en Fernando de Rojas es como precedente de Goya, y como precedente de Sade.
 Sí, por las escenas de voyeurismo de Celestina, cuando está Areúsa con Pármeno.
J. L. G. Sí, sí. O Lucrecia, la criada de Melibea…
“El horror vivido por la familia de Rojas, cuyo padre fue quemado en la hoguera, explica el retraimiento de Calisto”. Juan Goytisolo
J. G. Sí, cuando está Melibea con Calisto. Y el deleite de Calisto es brutal. En fin, hay un voyeurismo y violencia… Por ejemplo, en la escena de Areúsa, ahí le impone Celestina que se acueste en el momento que padece de dolor. Hay elementos sádicos muy fuertes.
J. L. G. Sí, está claro. Por otra parte, es significativo reconocer los retratos de las mujeres barbudas en la pintura española.
 He leído algunos libros sobre las mujeres pilosas y todo ese tema. Hoy he encontrado, por fin, una foto que me parece elocuente; de una mujer que no es barbuda pero que está llena de pelos blancos en la cara.
 Pero, por hablarte de la conjetura sobre Calisto…, hay algunos que la descartan olímpicamente, sin darme ningún otro argumento que pueda explicar la situación del personaje. 
La tuya es una conjetura elaborada, y me parece absolutamente lícita para construir la figura de Calisto, que de su experiencia personal, Rojas haya abstraído elementos para poder construir este personaje.
 Las experiencias, los propios escritores las revisten y las ponen en sus libros, como cualquier artista, y los actores también.
 La analogía me parece absolutamente válida como conjetura. Y además, dentro del trabajo artístico, es más que lícito que un actor, o un director, haga una conjetura tan a favor de la acción de la obra como esta que has planteado, Juan.
 Un actor, un director, puede imaginar muchas cosas como opciones de circunstancias dadas, o circunstancias que anteceden, pero siempre hay que elegir las que potencien la acción misma que ya se tiene en el texto escrito, y no entrar en contradicción.
J. G. Pero fíjate, otro elemento es la ausencia total de familia.
J. L. G. Sí, claro, de familia, de amigos, de todo…

 

El dilema existencial de Ibiza....................... Ignacio Gomar

La hostilidad hacia los visitantes asoma tímidamente en una isla entregada al verano de sol y playa.

Gente comiendo y bebiendo en el mercado de Las Dalias, Ibiza.
Gente comiendo y bebiendo en el mercado de Las Dalias, Ibiza.
Primera semana de julio en las calles del puerto de Ibiza, en La Marina, donde se agolpan tiendas, restaurantes y locales nocturnos. Se trata de una de las zonas más visitadas de la isla, pero no hay mucho movimiento.
 “La temporada ha empezado fatal”, aseguraba entonces el dueño de una tienda de moda. 
“Nada que ver con el verano pasado. Este año no dejan pasar los coches por aquí, y al final lo que vienen son familias de los cruceros que se dan un paseo y no se gastan un duro”, lamenta.

 

Esta opinión la repiten otros empresarios de la zona, que también denuncian que los emblemáticos pasacalles de las discotecas ya no pueden estar compuestos de gente desnuda, por la presencia de familias con niños, y que “se está atacando al turismo de fiesta como ya pasó hace años”. 
¿Cabe promocionar más turismo? ¿Otro tipo de turismo, menos familiar? La respuesta es, según Podemos, que es parte en el Gobierno balear, un “no” rotundo. 
 Según la vicepresidenta Viviana de Sans, “la promoción turística debe quedar en stand-by una buena temporada”.
Como Sans, muchos apuntan a la inminente explosión de una burbuja que no ha parado de crecer durante la presente década, que ha derivado en alojamientos carísimos y que ha llevado al visitante de clase media a buscar otros destinos de vacaciones.
 Paralelamente se ha fomentado un turismo de lujo que no es suficiente para dar de comer a todos los negocios de la isla, por mucho que algunos hayan intentado subirse al carro y ahora cobren el doble por sus productos de siempre.
Muchos ya avisaban en el verano de 2010 que algo estaba cambiando en Ibiza, y que se corría el riesgo de que la isla perdiera su esencia. 
Tras unos años apoteósicos, se decidió combatir el turismo de borrachera y drogas y se prohibieron las discotecas matinales.
 Los fiesteros dejaron de ir, y se vivieron unos veranos nefastos para la economía local.
 Casi todos reconocen hoy que era necesaria una transformación. Surgieron los hoteles de cinco estrellas como Ushuaia, Hard Rock o el Gran Hotel Ibiza, y los clubes de playa de lujo como Blue Marlin o Nikki Beach. 
Muchos auguraban que la isla terminaría siendo una nueva Marbella, mientras famosos de todo el mundo como Paris Hilton o Madonna peregrinaban a las remotas calas en julio y agosto.
Los últimos años han sido de crecimiento continuo, con varias temporadas consecutivas colgando el cartel de completo.
 El año pasado Ibiza y Formentera recibieron a tres millones de visitantes, el doble que Menorca y un 12,6% por encima del año anterior.
Hoy la isla parece estar en plena búsqueda del equilibrio entre lo que fue y lo que ha construido estos últimos años. 
Entre seguir atrayendo a fortunas rusas y árabes sin dejar de lado a los jóvenes que buscan la mejor música electrónica.
 Entre recuperar a las familias de clase media alta o al público gay sin perder a los famosos.
 Son muchos tipos de turismo para una isla de apenas 571 kilómetros cuadrados.

El veraneante gay busca otras opciones fuera de la isla

El turismo gay también se ha visto afectado por la transformación que ha operado Ibiza en los últimos tiempos, y ha abandonado paulatinamente las islas en pos de otras opciones como la griega de Mykonos, o destinos nacionales para el público LGTB más asequibles, como Torremolinos.

Ibiza intenta ahora recuperar a un veraneante rentable, que no renuncia a la hamaca, a comer, cenar en restaurantes y salir de noche.
Este verano, la cadena de hoteles Axel, orientada a homosexuales, ha inaugurado establecimiento en la Cala de Bou, cerca de San Antonio. 
También en San Antonio abrió sus puertas hace un año el Hotel Purple, bajo el sobrenombre de Gay Only, solo para gais.

El fecundo abrazo entre el deporte y la literatura.......... Carlos Arribas

Las editoriales españolas se adentran con pasión en el terreno de juego y las biografías de los ganadores.

En el centro de la imagen, el director de cine y escritor Pier Paolo Pasolini, en 1971, jugando al fútbol con amigos a las afueras de Roma.rn
En el centro de la imagen, el director de cine y escritor Pier Paolo Pasolini, en 1971, jugando al fútbol con amigos a las afueras de Roma. VITTORIANO RASTELI (GETTY)

En el principio fue la palabra.
 La palabra escrita. 
Antes que con la voz, con la radio, con la imagen televisiva, el deporte se contaba con palabras que despertaban la imaginación y el deseo de quien no podía verlo allí donde se competía.
 Los enviados especiales de los periódicos, sus escritores más talentosos y de imaginación más libre, contaban la acción reinventándola de acuerdo solo con su mirada soberana. 
Ellos tomaron prestada de Homero la épica para convertirla en un elemento inherente a la narración deportiva. 
Y la gozaron sus lectores que al día siguiente y hasta meses y años después la recreaban en su interior, y se seguían emocionando.
Tan difícil en España es ver a un deportista leyendo un libro como a un escritor creyendo que el deporte puede ser materia de literatura. Alérgicos, casi repeliéndose unos a otros, la literatura y el deporte han crecido en mundos paralelos. 
El deporte como espectáculo (y sus protagonistas) se ven como el terreno de las bajas pasiones, de los sentimientos más simples, casi obscenos, de las masas; la literatura, y todas las bellas artes, encarnan, sin embargo, el reino de lo refinado, el entendimiento, el placer de la razón, la metáfora y la imaginación.
En España, un ministro del dictador Franco proclamó “más deporte y menos latín”, y los deportistas desconfiaron de las gentes de la cultura y los miopes se quitaban las gafas no fuera que los confundieran; los de las letras escondían el Marca, por si acaso.
 En Europa, todo era diferente, y mejor. También en esto. Allí, atravesando los Pirineos, el deporte y la cultura crecieron entrelazados, inimaginables el uno sin el otro.
Y los aficionados españoles al deporte más allá de la capa superficial y deseosos de conocer sus historias, las vidas de sus ídolos, la cultura de la que surgieron, sus tradiciones, sus raíces, la metáfora de la vida humana reflejada en un corredor de fondo, siempre solo, debían buscar en sus viajes al extranjero alimento para su espíritu hambriento, siempre que supieran leer en otros idiomas, francés, inglés o italiano.
 Hasta hace nada, la literatura deportiva sobrevivía en las catacumbas.
Los libros hacen hueco para la vida de futbolistas, ciclistas y atletas
Pero ya va para cinco o seis años que, también en este campo, los complejos han volado en España, donde ahora se avanza a grandes pasos para recuperar el terreno perdido. 
No hay que buscar en el extranjero lo que ya en casa se produce abundante y bueno, o se traduce.
 Han nacido editoriales que no desprecian la llamada literatura deportiva, dos palabras que juntas ya no conforman un oxímoron, y algunas, incluso piensan solo en ella y en sus autores.
I nevitablemente, dos deportes acaparan el grueso y lo mejor de la producción: el fútbol y el ciclismo, seguidos del atletismo.
 El balón de reglamento es el deporte de masas, de los grandes ídolos, de los equipos que igual venden millones de camisetas que recuentos de Ligas ganadas o vidas ilustradas y andanzas de sus primeras figuras.
 El ciclismo es el deporte de los grandes paisajes, de los personajes únicos, enfrentados solos a la desmesura del esfuerzo y sus montañas. 
Y todos apelan al ser infantil que aún hay dentro de cada uno de los lectores y aficionados, a su niñez, a la pérdida de la inocencia y su tristeza.
La editorial Libros del KO abrió la veta y marcó la tendencia hace unos años con Plomo en los bolsillos, de Ander Izagirre, que aún se reedita y se vende, una colección de pequeñas historias y grandes vidas de los ciclistas del Tour de Francia, la gran fuente de inspiración. 
La misma editorial madrileña también entró a saco en el fútbol con pequeñas obras, casi panfletos, en las que escritores varios cantan sin miedo y con pasión las glorias de sus equipos amados, que es, en realidad, la única forma de escribir de fútbol con sinceridad. Siempre partiendo de la memoria que nos engaña.

Las crónicas de ciclismo las inventó Dino Buzzati (1906-1972), el autor italiano de El desierto de los tártaros, que cubrió el Giro de 1949, el del gran duelo entre Fausto Coppi y Gino Bartali, para Il Corriere della Sera. 
La editorial Gallo Nero lo publicó en español (El Giro de Italia) y quien lo lea y disfrute comprobará cómo todo lo que lea después de otros que cuenten el Giro o el Tour ya estaba ahí.
 A Buzzati se le imita aunque no se le haya leído. 
Cada historia de cada etapa es una pequeña vida íntima de un ciclista en un paisaje de posguerra, pobreza, recuerdo y esperanza, y también el protagonista de una hazaña de proporciones épicas.
Y ahí está todo el ciclismo. 
Y en la figura del Jacques Anquetil de La soledad de Anquetil, de Paul Fournel (Editorial Contra), que no es una biografía sino una recreación casi poética, casi dolorosa, del recuerdo infantil del autor sobre el primer ciclista que ganó cinco Tours.
 Sus contradicciones, su ansia de libertad, su desprecio de los prejuicios, sus relaciones con la gente que marca su vida diaria, sirven también para entender la Francia de los años sesenta, la del crecimiento económico, el general De Gaulle, la nouvelle vague, Godard y Truffaut y el Concorde, que reventará en el Mayo del 68.


Unos años antes, Anagrama publicó Correr, una novela con Emil Zatopek de protagonista, la gran gloria checoslovaca de la carrera de fondo.
 Es la metáfora del hombre, un atleta asceta, solo armado de sus piernas y un corazón que late más y le lleva más lejos que a nadie, contra el sistema que oprime, cualquier sistema, cualquier orden.
Pier Paolo Pasolini le dio al balón como si fuera un profesional
El corredor Emil Zatopek. 
El corredor Emil Zatopek. GETTY
En Tarragona, Cultura Ciclista edita libros apasionados de periodistas españoles y traduce biografías (Coppi, Pantani), autobiografías (Fignon, Guimard) y grandes clásicos, como Mañana salimos, de Jean Bobet, el hermano ciclista y profesor (y decían que era intelectual porque corría con gafas) del gran Lousion Bobet, el corredor bretón que ganó tres Tours en los primeros años cincuenta.
Si se escribe como se lee e imitando a Buzzati aun no sabiéndolo, dentro de nada se escribirá de ciclismo como escribe Tim Krabbé, el autor de El ciclista (Los Libros del Lince), de quien Libros de Ruta ha publicado La etapa decimocuarta. Krabbé es holandés, jugador de ajedrez, escritor y ciclista aficionado.
 Cuenta sus pequeñas carreras, critériums en Holanda, donde siempre llueve, hace viento y se acaba al sprint, o pruebas por etapas en la Ardèche francesa o en Las Cevenas, y su Tour del Mont Aigoual.
 Son pequeñas montañas, sin la absoluta grandeur de los Pirineos o los Alpes, con precipicios que quitan el hipo, y la narración huye de la épica y de los adjetivos, con una sencillez que acaba transformándose en profundidad y belleza. 
Representante ineludible si se trata de entrelazar intelectualidad y deporte fue el italiano Pier Paolo Pasolini (1922-1975), que organizó un torneo de fútbol con equipos de periodistas, escritores y futbolistas, entre ellos Fabio Capello, el que fue entrenador del Madrid, que era su amigo.
 Del autor italiano asesinado quedó esta frase: “Los deportistas están poco cultivados, y los hombres cultivados son poco deportistas. Yo soy una excepción”. 
Pero no la única, también lo fue el Nobel Albert Camus (1913-1960), que lucía saleroso su gorrilla de portero de fútbol, una afición frustrada porque su abuela estaba harta de zapatos rotos. “Lo que finalmente sé con mayor certeza respecto a la moral y a las obligaciones de los hombres, se lo debo al fútbol”, dejó dicho.

El subgénero negro y el ciclismo

En el ciclismo, la realidad acaba siendo siempre más increíble que la ficción.
 Los escritores de novelas policiacas (Eugenio Fuentes, en Contrarreloj, Tusquets; el mexicano Jorge Zepeda, en Maillot Negro, título provisional de la novela que publicará próximamente Planeta) usan el pelotón y el Tour de Francia y su vida interior, sus leyes poco conocidas, como trama para sus asesinatos y las investigaciones de sus detectives.
 Y cuando se documentan y hablan con ciclistas, mecánicos o directores, se dan cuenta de que su imaginación se queda corta ante lo que descubren que el pelotón esconde.
 Y no se trata solo del dopaje, cuyo relato podría constituir un subgénero dentro del subgénero policiaco. 
El relato del ascenso y caída de Lance Armstrong, por ejemplo, ha generado decenas de libros en todo el mundo. 
El último, La mentira Armstrong, de la periodista del New York Times Juliet Macur, lo ha publicado Libros de Ruta.
 Su revelación, sin embargo, palidece al lado de los clásicos, habitualmente autobiografías de los años oscuros, como el Pedaleando en la oscuridad, de David Millar (Editorial Contra) o el Ganar a cualquier precio, de Tyler Hamilton (Plantea).
 Y quienes quieran una investigación seria y sesuda sobre todas las implicaciones de la historia que acabó con el danés Michael Rasmussen, que debería haber ganado el primer Tour de Contador, deben leer El chivo expiatorio, de Verner Møller (Cultura Ciclista).

 

La increíble historia de la inquilina morosa a la que hubo que pagarle hasta la luz y el agua