“El libro
más demoledor que se ha escrito en lengua española”. Así describe Juan
Goytisolo 'La Celestina' en esta charla que mantuvo con José Luis Gómez,
que interpretó a la alcahueta en el teatro.
José Luis Gómez y Juan Goytisolo, vistos por Fernando Vicente.
En noviembre de 2015, aprovechando la presencia de Juan Goytisolo en Madrid, José Luis Gómez y Brenda Escobedo, autores de una célebre adaptación para la escena deLa Celestina, mantuvieron un encuentro con el escritor, fallecido el pasado 4 de junio, para conversar sobre la obra de Fernando de Rojas. JUAN GOYTISOLO. El libro de Stephen Gilman [La Celestina: arte y estructura]
es interesante porque da una idea del horror vivido por Fernando de
Rojas con respecto a su familia. Lo que se sabe allí es que el padre fue
condenado por la Inquisición en 1488, si no recuerdo mal. JOSÉ LUIS GÓMEZ. ¿Condenado a sambenito? J. G. Quemado. J. L. G. ¿Es posible que fuera quemado? J. G. Sí, sí; y el resto de la familia, en
deshonor. Esto explica, por un lado, cómo un joven de 23 años puede
escribir la obra más pesimista que se ha escrito; la visión del mundo es
solo el placer sexual y el dinero, solo eso. Es el primer texto,
escrito en Europa, donde la cúpula protectora de la divinidad no existe. J. L. G. Pero también hay una afirmación de la libertad individual por parte de Rojas.
JUAN GOYTISOLO. El libro de Stephen Gilman [La Celestina: arte y estructura]
es interesante porque da una idea del horror vivido por Fernando de
Rojas con respecto a su familia. Lo que se sabe allí es que el padre fue
condenado por la Inquisición en 1488, si no recuerdo mal. JOSÉ LUIS GÓMEZ. ¿Condenado a sambenito? J. G. Quemado. J. L. G. ¿Es posible que fuera quemado? J. G. Sí, sí; y el resto de la familia, en
deshonor. Esto explica, por un lado, cómo un joven de 23 años puede
escribir la obra más pesimista que se ha escrito; la visión del mundo es
solo el placer sexual y el dinero, solo eso. Es el primer texto,
escrito en Europa, donde la cúpula protectora de la divinidad no existe. J. L. G. Pero también hay una afirmación de la libertad individual por parte de Rojas. J. G. Los judeoconversos se encontraban con
que les imponían, a la fuerza, la fe religiosa. Muchos habían perdido
su propia fe judía, pero no por esto se habían convertido a una fe que
se les imponía con tal violencia y con tal horror. Entonces, se creaba
por primera vez una comunidad intelectual que no era ni judía ni
cristiana. Estaban en una tierra de nadie que va desde Fernando de Rojas
hasta Spinoza. Y es muy interesante cazar la línea que hay entre
Fernando de Rojas, Uriel da Costa —que era un judío portugués— y luego
Spinoza. Esto se canaliza en La Celestina. Tradicionalmente se
ve el aspecto clásico; se fijan referencias de Petrarca —del que, en
efecto, Rojas toma muchos elementos—. Pero lo interesante, para mí, es
conocer la tradición judeoconversa del siglo XV. En el Cancionero de obras de burlas provocantes a risa encuentras los textos contra la monarquía, sobre la incredulidad. Ahí está la Carajicomedia. J. L. G. Seguro que eso lo leyó Rojas. J. G. Están Antón de Montoro (el Ropero),
Juan Agraz, y la mayor parte eran poetas judíos. Se refleja ahí toda la
tensión entre la comunidad judía y los ultracatólicos porque están los
poemas judíos y los poemas antijudíos. Te das cuenta de la violencia que
había, además, con un lenguaje muy crudo que no tiene que ver nada con
el Renacimiento, sino con el lenguaje que encontramos ya en el
Arcipreste de Talavera, en los monólogos de las mujeres del Arcipreste. Es decir, entronca con una tradición española que se truncó
completamente, después de Fernando de Rojas, con el reinado de Isabel la
Católica. Los poetas en vez de expresar sus vivencias contra la
monarquía, contra la religión católica, sus críticas, etcétera, se ponen
al servicio del poder imperial de España y se acaba ya esa línea. Por
esto a mí la literatura del siglo XV me impresiona mucho, porque es el
germen de una España totalmente distinta, contestataria; y quien lo
recoge mejor es Fernando de Rojas. He leído La Celestina tres veces, en periodos distintos. y cada vez me gusta más; cada vez es más extraordinaria.
J. L. G. Fue iluminador leer dos cosas que
escribes en ‘El pecado original de España’: una, que el árabe no puede
disociar el sentimiento de la sexualidad; y la segunda es que hablas
también de la conciencia escindida de Calisto, atormentado por tener un
cuerpo de árabe y una conciencia de cristiano. Pensando en los ecos de
las cosas en uno mismo, me doy cuenta de que la sexualidad para mí, pese
a haberme educado ya en la juventud en un clima de libertad, desde el
momento en que yo me voy a Alemania, que me voy muy joven, la sexualidad
siempre conllevaba una transgresión. Me he dado cuenta, en mi
conciencia, que no era una cosa normal. J. G. ¿Te digo la verdad? Nunca me he
podido acostar con un católico. Me es imposible, porque sé que salí de
una enfermedad —sufro las consecuencias de esta enfermedad— y no quiero
tener una relación con alguien que ha padecido también esta enfermedad. Es decir, la bisexualidad (mientras no sea nombrada) que descubrí en
París con la colonia norteafricana es totalmente natural, pasan de un
sexo a otro sin preocuparse. Si no tenían dinero para pagar prostitutas,
les parecía lo más normal del mundo acostarse con un homosexual. Digamos, todo este engrudo nacionalcatólico que me costó desprenderme,
para mí ha sido determinante.
J. L. G. Claro… Bien, para mí la figura de Calisto es una de las más enigmáticas. Las otras están relativamente claras. J. G. Pero mira, yo creo que se aclara en
función de la experiencia del propio Fernando de Rojas. Es decir, ¿por
qué un muchacho, en el momento del mayor esplendor imperial de España
—el descubrimiento de América y todo lo que conlleva— vive encerrado en
su casa y siempre de noche? ¿Por qué hay como un retraimiento de la
sociedad? Huye de la sociedad. J. L. G. ¿Hablas de Rojas o de Calisto? J. G. De Calisto. Esto te da una pista de
lo de Fernando de Rojas. Él, ya te digo, pudo escribir, para mí, el
libro más demoledor que se ha escrito en lengua española. Es de una
subversión absolutamente excepcional. Claro, el horror vivido por la
familia explica un montón de cosas. Y explica, también, el retraimiento
de Calisto. Yo lo interpreto así. El Calisto que vive en la oscuridad,
solo fiándose de sus criados —que no son dignos de fiar, por otra
parte—, da a entender la situación de Rojas. Y da bastantes pistas de
que pertenecía —aunque no se mencione nunca— a los conversos. J. L. G. Tu conjetura es que Calisto es un converso también. J. G. Sí. Porque hacer las referencias a
Rodrigo Cota y a Juan de Mena, que encontró un primer acto y que luego, a
partir de este, en 15 días escribió La Celestina…, en fin, La Celestina¡no
se escribe en 15 días! Lo hizo un poco como precaución. Y sabía que ya
no podía escribir más. Después de aquello había dicho todo lo que tenía
que decir y únicamente pudo sobrevivir. Es lo que logró, porque vivió 40
años más, y lo único que se sabe de él, después, es por el proceso de
su suegro, don Álvaro de Montalbán. Cuando quiso poner de testigo a
Fernando de Rojas en su defensa, la Inquisición lo rechazó diciendo: “El
autor de Celestina la vieja no es fiable”. Fernando de Rojas
se dedicó a sobrevivir, un poco como Sieyés, el de la Revolución
Francesa, cuando le preguntaron: “Qu’avez-vous fait pendant la Terreur?”
Y él contestó: “J’ai vécu”. Pues así, Fernando de Rojas sobrevivió. J. L. G. Sí, pero esa conjetura que tú tienes, hay muchos estudiosos que la descartan; la parte judeoconversa la ven poco importante. J. G. Esa es la enfermedad que hay en España. Mira, en el quinto centenario de La Celestina
se publicó la edición de la Academia y también el prólogo mío a la
edición que hizo la Puebla de Montalbán; y parece que hablamos de dos
libros enteramente distintos. Solo hablan de la influencia del
Renacimiento, de Petrarca, siempre aguando todo esto. Esto es un tabú de
nuestra cultura española que yo he sufrido toda la vida. La
resistencia, por ejemplo, a darme el Premio Cervantes durante años y
años —hasta que unos kamikazes lo hicieron— ha sido en función, sobre
todo, por reivindicar los elementos semitas de la cultura española, lo
árabe y lo judío.
J. L. G. Sigamos. Otro elemento en La Celestina… J. G. Lo de la mujer barbuda; esto forma
parte de una tradición popular relativa a las brujas. Las viejas
barbudas eran las hechiceras. Y hay un lado goyesco en Fernando de Rojas
muy interesante. La aparición de Celestina en las iglesias y todos los
prebostes y curas y obispos yendo a saludarla, quitándose los bonetes en
su honor…, esas escenas tienen un elemento goyesco de los caprichos y
de los desastres muy presente. A mí las dos cosas que me han llamado la
atención en Fernando de Rojas es como precedente de Goya, y como
precedente de Sade. Sí, por las escenas de voyeurismo de Celestina, cuando está Areúsa con Pármeno. J. L. G. Sí, sí. O Lucrecia, la criada de Melibea…
“El horror vivido por la familia de Rojas, cuyo
padre fue quemado en la hoguera, explica el retraimiento de Calisto”.
Juan Goytisolo
J. G. Sí, cuando está Melibea con Calisto. Y el deleite de Calisto es brutal. En fin, hay un voyeurismo
y violencia… Por ejemplo, en la escena de Areúsa, ahí le impone
Celestina que se acueste en el momento que padece de dolor. Hay
elementos sádicos muy fuertes. J. L. G. Sí, está claro. Por otra parte, es
significativo reconocer los retratos de las mujeres barbudas en la
pintura española. He leído algunos libros sobre las mujeres pilosas y
todo ese tema. Hoy he encontrado, por fin, una foto que me parece
elocuente; de una mujer que no es barbuda pero que está llena de pelos
blancos en la cara. Pero, por hablarte de la conjetura sobre Calisto…,
hay algunos que la descartan olímpicamente, sin darme ningún otro
argumento que pueda explicar la situación del personaje. La tuya es una
conjetura elaborada, y me parece absolutamente lícita para construir la
figura de Calisto, que de su experiencia personal, Rojas haya abstraído
elementos para poder construir este personaje. Las experiencias, los
propios escritores las revisten y las ponen en sus libros, como
cualquier artista, y los actores también. La analogía me parece
absolutamente válida como conjetura. Y además, dentro del trabajo
artístico, es más que lícito que un actor, o un director, haga una
conjetura tan a favor de la acción de la obra como esta que has
planteado, Juan. Un actor, un director, puede imaginar muchas cosas como
opciones de circunstancias dadas, o circunstancias que anteceden, pero
siempre hay que elegir las que potencien la acción misma que ya se tiene
en el texto escrito, y no entrar en contradicción. J. G. Pero fíjate, otro elemento es la ausencia total de familia. J. L. G. Sí, claro, de familia, de amigos, de todo…
La hostilidad hacia los visitantes asoma tímidamente en una isla entregada al verano de sol y playa.
Gente comiendo y bebiendo en el mercado de Las Dalias, Ibiza.
Primera semana de julio en las calles del puerto de Ibiza, en La
Marina, donde se agolpan tiendas, restaurantes y locales nocturnos. Se
trata de una de las zonas más visitadas de la isla, pero no hay mucho
movimiento. “La temporada ha empezado fatal”, aseguraba entonces el
dueño de una tienda de moda. “Nada que ver con el verano pasado. Este
año no dejan pasar los coches por aquí, y al final lo que vienen son
familias de los cruceros que se dan un paseo y no se gastan un duro”,
lamenta.
Esta opinión la repiten otros empresarios de la zona, que también
denuncian que los emblemáticos pasacalles de las discotecas ya no pueden
estar compuestos de gente desnuda, por la presencia de familias con
niños, y que “se está atacando al turismo de fiesta como ya pasó hace
años”. ¿Cabe promocionar más turismo? ¿Otro tipo de turismo, menos
familiar? La respuesta es, según Podemos, que es parte en el Gobierno balear, un “no” rotundo. Según la vicepresidenta Viviana de Sans, “la promoción turística debe quedar en stand-by una buena temporada”. Como Sans, muchos apuntan a la inminente explosión de una burbuja que
no ha parado de crecer durante la presente década, que ha derivado en
alojamientos carísimos y que ha llevado al visitante de clase media a
buscar otros destinos de vacaciones. Paralelamente se ha fomentado un
turismo de lujo que no es suficiente para dar de comer a todos los
negocios de la isla, por mucho que algunos hayan intentado subirse al
carro y ahora cobren el doble por sus productos de siempre. Muchos ya avisaban en el verano de 2010 que algo estaba
cambiando en Ibiza, y que se corría el riesgo de que la isla perdiera su
esencia. Tras unos años apoteósicos, se decidió combatir el turismo de
borrachera y drogas y se prohibieron las discotecas matinales. Los
fiesteros dejaron de ir, y se vivieron unos veranos nefastos para la
economía local. Casi todos reconocen hoy que era necesaria una
transformación. Surgieron los hoteles de cinco estrellas como Ushuaia,
Hard Rock o el Gran Hotel Ibiza, y los clubes de playa de lujo como Blue
Marlin o Nikki Beach. Muchos auguraban que la isla terminaría siendo
una nueva Marbella, mientras famosos de todo el mundo como Paris Hilton o
Madonna peregrinaban a las remotas calas en julio y agosto. Los últimos años han sido de crecimiento continuo, con
varias temporadas consecutivas colgando el cartel de completo. El año
pasado Ibiza y Formentera recibieron a tres millones de visitantes, el
doble que Menorca y un 12,6% por encima del año anterior. Hoy la isla parece estar en plena búsqueda del equilibrio
entre lo que fue y lo que ha construido estos últimos años. Entre seguir
atrayendo a fortunas rusas y árabes sin dejar de lado a los jóvenes que
buscan la mejor música electrónica. Entre recuperar a las familias de
clase media alta o al público gay sin perder a los famosos. Son muchos
tipos de turismo para una isla de apenas 571 kilómetros cuadrados.
El veraneante gay busca otras opciones fuera de la isla
El turismo gay también se ha visto afectado por la transformación que
ha operado Ibiza en los últimos tiempos, y ha abandonado paulatinamente
las islas en pos de otras opciones como la griega de Mykonos, o
destinos nacionales para el público LGTB más asequibles, como
Torremolinos.
Ibiza intenta ahora recuperar a un veraneante rentable, que no
renuncia a la hamaca, a comer, cenar en restaurantes y salir de noche. Este verano, la cadena de hoteles Axel, orientada a homosexuales, ha
inaugurado establecimiento en la Cala de Bou, cerca de San Antonio. También en San Antonio abrió sus puertas hace un año el Hotel Purple,
bajo el sobrenombre de Gay Only, solo para gais.
En
el centro de la imagen, el director de cine y escritor Pier Paolo
Pasolini, en 1971, jugando al fútbol con amigos a las afueras de Roma.
VITTORIANO RASTELI (GETTY)
En el principio fue la palabra. La palabra escrita. Antes que con la
voz, con la radio, con la imagen televisiva, el deporte se contaba con
palabras que despertaban la imaginación y el deseo de quien no podía
verlo allí donde se competía. Los enviados especiales de los periódicos,
sus escritores más talentosos y de imaginación más libre, contaban la
acción reinventándola de acuerdo solo con su mirada soberana. Ellos
tomaron prestada de Homero la épica para convertirla en un elemento
inherente a la narración deportiva. Y la gozaron sus lectores que al día
siguiente y hasta meses y años después la recreaban en su interior, y
se seguían emocionando. Tan difícil en España es ver a un deportista leyendo un libro como a
un escritor creyendo que el deporte puede ser materia de literatura.
Alérgicos, casi repeliéndose unos a otros, la literatura y el deporte
han crecido en mundos paralelos. El deporte como espectáculo
(y sus protagonistas) se ven como el terreno de las bajas pasiones, de
los sentimientos más simples, casi obscenos, de las masas; la
literatura, y todas las bellas artes, encarnan, sin embargo, el reino de
lo refinado, el entendimiento, el placer de la razón, la metáfora y la
imaginación. En España, un ministro del dictador Franco proclamó “más deporte y
menos latín”, y los deportistas desconfiaron de las gentes de la cultura
y los miopes se quitaban las gafas no fuera que los confundieran; los
de las letras escondían el Marca, por si acaso. En Europa, todo
era diferente, y mejor. También en esto. Allí, atravesando los
Pirineos, el deporte y la cultura crecieron entrelazados, inimaginables
el uno sin el otro. Y los aficionados españoles al deporte más allá de la capa
superficial y deseosos de conocer sus historias, las vidas de sus
ídolos, la cultura de la que surgieron, sus tradiciones, sus raíces, la
metáfora de la vida humana reflejada en un corredor de fondo, siempre
solo, debían buscar en sus viajes al extranjero alimento para su
espíritu hambriento, siempre que supieran leer en otros idiomas,
francés, inglés o italiano. Hasta hace nada, la literatura deportiva sobrevivía en las catacumbas.
Los libros hacen hueco para la vida de futbolistas, ciclistas y atletas
Pero ya va para cinco o seis años que, también en este
campo, los complejos han volado en España, donde ahora se avanza a
grandes pasos para recuperar el terreno perdido. No hay que buscar en el
extranjero lo que ya en casa se produce abundante y bueno, o se
traduce. Han nacido editoriales que no desprecian la llamada literatura
deportiva, dos palabras que juntas ya no conforman un oxímoron, y
algunas, incluso piensan solo en ella y en sus autores. I nevitablemente, dos deportes acaparan el grueso y lo mejor de la producción: el fútbol y el ciclismo, seguidos del atletismo. El balón de reglamento es el deporte de masas, de los grandes ídolos,
de los equipos que igual venden millones de camisetas que recuentos de
Ligas ganadas o vidas ilustradas y andanzas de sus primeras figuras. El
ciclismo es el deporte de los grandes paisajes, de los personajes
únicos, enfrentados solos a la desmesura del esfuerzo y sus montañas. Y
todos apelan al ser infantil que aún hay dentro de cada uno de los
lectores y aficionados, a su niñez, a la pérdida de la inocencia y su
tristeza. La editorial Libros del KO abrió la veta y marcó la tendencia hace unos años con Plomo en los bolsillos,
de Ander Izagirre, que aún se reedita y se vende, una colección de
pequeñas historias y grandes vidas de los ciclistas del Tour de Francia,
la gran fuente de inspiración. La misma editorial madrileña también
entró a saco en el fútbol con pequeñas obras, casi panfletos, en las que
escritores varios cantan sin miedo y con pasión las glorias de sus
equipos amados, que es, en realidad, la única forma de escribir de
fútbol con sinceridad. Siempre partiendo de la memoria que nos engaña.
Las crónicas de ciclismo las inventó Dino Buzzati (1906-1972), el autor italiano de El desierto de los tártaros, que cubrió el Giro de 1949, el del gran duelo entre Fausto Coppi y Gino Bartali, para Il Corriere della Sera. La editorial Gallo Nero lo publicó en español (El Giro de Italia)
y quien lo lea y disfrute comprobará cómo todo lo que lea después de
otros que cuenten el Giro o el Tour ya estaba ahí. A Buzzati se le imita
aunque no se le haya leído. Cada historia de cada etapa es una pequeña
vida íntima de un ciclista en un paisaje de posguerra, pobreza, recuerdo
y esperanza, y también el protagonista de una hazaña de proporciones
épicas. Y ahí está todo el ciclismo. Y en la figura del Jacques Anquetil de La soledad de Anquetil,
de Paul Fournel (Editorial Contra), que no es una biografía sino una
recreación casi poética, casi dolorosa, del recuerdo infantil del autor
sobre el primer ciclista que ganó cinco Tours. Sus contradicciones, su
ansia de libertad, su desprecio de los prejuicios, sus relaciones con la
gente que marca su vida diaria, sirven también para entender la Francia
de los años sesenta, la del crecimiento económico, el general De
Gaulle, la nouvelle vague, Godard y Truffaut y el Concorde, que reventará en el Mayo del 68.
Unos años antes, Anagrama publicó Correr, una novela con Emil Zatopek
de protagonista, la gran gloria checoslovaca de la carrera de fondo. Es
la metáfora del hombre, un atleta asceta, solo armado de sus piernas y
un corazón que late más y le lleva más lejos que a nadie, contra el
sistema que oprime, cualquier sistema, cualquier orden.
Pier Paolo Pasolini le dio al balón como si fuera un profesional
El corredor Emil Zatopek.GETTY
En Tarragona, Cultura Ciclista edita libros apasionados de
periodistas españoles y traduce biografías (Coppi, Pantani),
autobiografías (Fignon, Guimard) y grandes clásicos, como Mañana salimos,
de Jean Bobet, el hermano ciclista y profesor (y decían que era
intelectual porque corría con gafas) del gran Lousion Bobet, el corredor
bretón que ganó tres Tours en los primeros años cincuenta. Si se escribe como se lee e imitando a Buzzati aun no sabiéndolo, dentro
de nada se escribirá de ciclismo como escribe Tim Krabbé, el autor de El ciclista (Los Libros del Lince), de quien Libros de Ruta ha publicado La etapa decimocuarta. Krabbé es holandés, jugador de ajedrez, escritor y ciclista aficionado. Cuenta sus pequeñas carreras, critériums
en Holanda, donde siempre llueve, hace viento y se acaba al sprint, o
pruebas por etapas en la Ardèche francesa o en Las Cevenas, y su Tour
del Mont Aigoual. Son pequeñas montañas, sin la absoluta grandeur
de los Pirineos o los Alpes, con precipicios que quitan el hipo, y la
narración huye de la épica y de los adjetivos, con una sencillez que
acaba transformándose en profundidad y belleza. Representante ineludible
si se trata de entrelazar intelectualidad y deporte fue el italiano
Pier Paolo Pasolini (1922-1975), que organizó un torneo de fútbol con
equipos de periodistas, escritores y futbolistas, entre ellos Fabio
Capello, el que fue entrenador del Madrid, que era su amigo. Del autor
italiano asesinado quedó esta frase: “Los deportistas están poco
cultivados, y los hombres cultivados son poco deportistas. Yo soy una
excepción”. Pero no la única, también lo fue el Nobel Albert Camus
(1913-1960), que lucía saleroso su gorrilla de portero de fútbol, una
afición frustrada porque su abuela estaba harta de zapatos rotos. “Lo
que finalmente sé con mayor certeza respecto a la moral y a las
obligaciones de los hombres, se lo debo al fútbol”, dejó dicho.
El subgénero negro y el ciclismo
En el ciclismo, la realidad acaba siendo siempre más increíble que la
ficción. Los escritores de novelas policiacas (Eugenio Fuentes, en
Contrarreloj, Tusquets; el mexicano Jorge Zepeda, en Maillot Negro,
título provisional de la novela que publicará próximamente Planeta) usan
el pelotón y el Tour de Francia y su vida interior, sus leyes poco
conocidas, como trama para sus asesinatos y las investigaciones de sus
detectives. Y cuando se documentan y hablan con ciclistas, mecánicos o
directores, se dan cuenta de que su imaginación se queda corta ante lo
que descubren que el pelotón esconde. Y no se trata solo del dopaje,
cuyo relato podría constituir un subgénero dentro del subgénero
policiaco. El relato del ascenso y caída de Lance Armstrong, por
ejemplo, ha generado decenas de libros en todo el mundo. El último, La
mentira Armstrong, de la periodista del New York Times Juliet Macur, lo
ha publicado Libros de Ruta. Su revelación, sin embargo, palidece al
lado de los clásicos, habitualmente autobiografías de los años oscuros,
como el Pedaleando en la oscuridad, de David Millar (Editorial Contra) o
el Ganar a cualquier precio, de Tyler Hamilton (Plantea). Y quienes
quieran una investigación seria y sesuda sobre todas las implicaciones
de la historia que acabó con el danés Michael Rasmussen, que debería
haber ganado el primer Tour de Contador, deben leer El chivo expiatorio,
de Verner Møller (Cultura Ciclista).
El Poder
Judicial censura a los jueces que no evitaron las estratagemas de una
mujer que presentó todos los recursos inimaginables para mantenerse seis
años en un chalé sin pagar nada.
La vivienda de Navas del Rey de la que tardó seis años en marcharse su inquilina.EL PAÍS
Cuenta Ramón Sebastián (76 años) que cuando logró echar a su
inquilina, 20 años menor que él, descansó por fin. Dejaba atrás seis
años de impotencias, de subirse por las paredes... Solo le pagó el
alquiler durante los primeros meses. Y eso que en las negociaciones
previas ella misma puso el precio, 1.000 euros al mes. Y a Ramón le
pareció bien. Pero cuando tras dos juicios y seis años de por medio le
entregó las llaves, un día antes de que la echase la Guardia Civil por
la fuerza, su inquilina Josefa Rodríguez se fue dejándole, además, una
deuda de 90.000 euros en alquileres impagados, y otros 12.000 más que se
gastó Ramón en minutas de su abogada para los juicios, Rosario Hurtado. La historia de Ramón es la de un suplicio para recuperar su casa (un
chalé de 500 metros cuadrados en el municipio madrileño de Navas del
Rey) que incluso ha llevado al Consejo del Poder Judicial
a analizar el caso e intervenir. Emitió un informe dándole la razón a
Ramón y censurando a los jueces que han tramitado este proceso. "La
Administración de Justicia ha fallado por dilaciones indebidas" a la
hora de sacar de la casa a Josefa y a sus tres hijos, todos mayores de
edad, y entregársela a su legítimo dueño, sostiene el Poder Judicial.
A Josefa, Ramón tuvo que pagarle hasta la luz y el agua, pese a que
no cobraba el alquiler. Decía que no tenía dinero para pagar y que de
allí no se iba, que le denunciara, recordándole además que la luz y el
agua corrían por su cuenta. Es decir, no cobraba, pero tenía que pagarle
los recibos. Algunos llegaron bien nutridos en consumo de kilovatios.
Ramón denunció en 2008, pero nunca imaginó que tardaría 2.190 días en
echarla de su chalé. "Todo eran estratagemas para no irse", recuerda Ramón. Josefa logró
dilatar el proceso seis años con distintos abogados de oficio. La
abogada de Ramón señala que, en los juicios, ella se le acercaba y le
decía: "Ayyy, si yo pudiera pagar... Pero no tengo, hija mía. Y no se
iba". "Todo era falsedad, una estrategia estudiada para dilatar los
procesos", agrega Hurtado. Y es que Josefa no escatimó en recursos
judiciales: agotó todos los inimaginables antes de que finalmente la
justicia la obligase a entregar las llaves. La casa de marras se la donó a Ramón su hermano. En 2008, antes de la
crisis, decidió venderla. Josefa respondió a su anuncio. "Al principio
todo eran buenas maneras", señala Ramón. "Yo pedía por la casa 285.000
euros. Ella fue a verla y aceptó comprarla. Aunque días después, empezó a
hablarme de un local que quería vender en Meco y que tenía alquilado a
unos chinos, y me pidió que les dejase entrar a la casa, antes incluso
de la firma, para que sus hijos fuesen pintándola y acomodándola.
Acepté, y aquello fue mi perdición... Una vez dentro, me propuso hacer
un contrato de alquiler con opción a compra. Es decir, me dijo que me
pagaría 1.000 euros al mes y que en tres meses, cuando vendiese el
local, formalizaríamos la compraventa, descontando del precio los
alquileres adelantados. Creía que ella iba de buena fe y le dije: no te
preocupes, te doy ocho meses, no quiero que malvendas el local por la
rapidez".
Aún se ofusca Ramón cuando recuerda el calvario vivido, que empezó en
2008 y acabó en 2013. El asunto volvió a revivirlo recientemente. El Ministerio de Justicia
le ha negado los 100.000 euros de indemnización que pedía por la
desidia judicial en la tramitación de este proceso, pese al informe
favorable a Ramón del Poder Judicial, que critica la dilación de los
jueces. Justicia y el Consejo de Estado le deniegan el derecho a una
indemnización por entender que lo sucedido no es "indemnizable". "¿No es indemnizable que yo no pudiese vender mi chalé en aquella
época, antes de las crisis, cuando valía 285.000 euros (ahora cuesta
unos 176.000), y que haya estado seis años sin pagarme el alquiler y en
cambio teniendo yo que pagarle a ella la luz y el agua?", se enfada
Ramón. Y añade: "Es muy injusto todo lo que ha pasado; la sociedad tiene
que ser consciente de que también sufre el dueño de la vivienda, y no
solo fijarse en quien dice ser la víctima alegando que no tiene para
pagar. Viendo cómo se han movido y todo lo que ha sucedido, pienso que
esta gente se conocía muy bien la ley y que montaron toda esa estrategia
para no pagar". Lo sucedido es que el 17 de junio de 2008, tras varios meses de
morosidad y olvidarse Josefa de la opción de compra pactada, Ramón
decidió acudir a la justicia. Y ahí empezó su nueva pesadilla. La
demanda la interpuso en los juzgados de Plaza de Castilla, pero estos se
inhibieron en favor de los de Navalcarnero, de los que depende el
municipio de Navas del Rey. Cuatro meses después, Ramón acudió a los
juzgados de Nalvalcarnero y le dijeron que "allí no había llegado
nada". Se dio por perdida la demanda y hubo que empezar de nuevo todos
los trámites -luego se supo que los papeles habían sido remitidos
incorrectamente al Juzgado de Paz de Navas del Rey-. Desde que Josefa
buscó abogado de oficio y hasta que contestó a la demanda pasaron otros
tres meses. Y otros 10 más antes del juicio. El juzgado dio la razón a
Ramón, pero Josefa recurrió a la Audiencia Provincial para dilatar su
marcha del chalé (y mientras tanto seguía sin pagar).
Los papeles que se perdieron de juzgado en juzgado
El dueño del chalé mantenía que lo que hizo con Josefa fue un
contrato de compraventa con opción a compra, pero la Audiencia dio un
vuelco al proceso al entender que en realidad lo firmado entre Ramón y
Josefa era un contrato sometido a la Ley de Arrendamientos Urbanos, y
que la inquilina tenía derecho a prorrogarlo por cinco años. El juicio
de la Audiencia fue suspendido una vez porque en el camino se rompió el
CD con las diligencias remitidas desde el juzgado al tribunal, y la
segunda vez que se envió el CD, llegó vacío. En su sentencia, la
Audiencia no entró en si Josefa pagaba o no el alquiler. Y Josefa se
agarró al error jurídico de Ramón al plantear la demanda como un
incumplimiento del contrato de compraventa. Y también decidió que era Ramón quien debía pagar la luz y el agua
del chalé, puesto que, según ella, ambos habían acordado que en los
1.000 euros de alquiler se incluía el pago de los recibos de luz y agua. "Nada estaba escrito en ese sentido ni nada se decía sobre quién tenía
que pagar la luz y el agua, fue cuando la dejé quedarse en casa ocho
meses hasta que vendiese el local de Meco, pero tuve que afrontar las
facturas para que no me denunciara por coacciones alegando que eran
servicios básicos", se lamenta Ramón. Finalmente, tuvo que plantear otro
pleito, este por desahucio, que sí fructificó. Pero para entonces
Josefa ya llevaba casi seis años en la casa sin pagar un duro. "Y
viviendo a cuerpo de rey, ella y sus hijos, en un chalé de 200 metros
cuadrados y otros 300 de jardín", remacha la abogada Rosario Hurtado. Ramón asegura que en los días previos a la ansiada entrega de llaves
(las entregó el 23 de enero de 2014, un día antes de que fuese la
policía al chalé con la orden de desahucio), un chatarrero de la zona le
advirtió de que cuando entrase a la casa no se la encontraría bien. "Y
era verdad, se habían llevado hasta los cables de la luz".