Un Blues

Un Blues
Del material conque están hechos los sueños

7 ago 2017

El contador de mujeres............................................. Nora Catelli

Un ensayo imprescidible del argentino Edgardo Dobry profundiza en la mítica y universal figura del insaciable burlador Don Juan sin renegar de la tradición hispánica.

Manuela Vellés y Álex García en el montaje de Darío Facal para 'El burlador de Sevilla' de Tirso. 
Manuela Vellés y Álex García en el montaje de Darío Facal para 'El burlador de Sevilla' de Tirso.

 Una silueta cuyo rasgo fundamental es la insaciable voracidad numérica; un personaje mítico que carece de referencia definitiva, un nombre del que cada tradición nacional (desde la España de los siglos de oro hasta nuestros días) se apropia para ofrecer una versión que no colma ni puede colmar el ansia de definición: don Juan.

 Casi podría decirse (y Edgardo Dobry lo capta con extremada penetración) que el burlador es un contable —su instrumento es un secretario— y que es incidental que sean mujeres lo que enumere. 

Aunque sólo puede contar mujeres; mujeres de otro propietario.

 Las mujeres son el lado oscuro de este ensayo luminoso.

 De esta manera lo incidental —las mujeres— se transforma en necesario (es lo único que don Juan puede contar), y ata a don Juan a la peor de las servidumbres, a la enfermedad del moderno: ese bulímico e inagotable que se complace en el presentimiento de que su “gozar” (el verbo es de Tirso) será insatisfecho.

 Muchos méritos tiene este ensayo: no cede a la tentación de convertirse en tratado académico; no es prefreudiano (en España esto sigue siendo raro, pero Dobry viene de otra tradición). 

Eso se nota en la comodidad con que se apropia de las diversas corrientes del pensamiento crítico del siglo XX y XXI sin intentar aplicar la teoría, sino pensar con ella, a través de ella. No es ecléctico, ni le interesa sumarse a la euforia de la literatura mundial, que confecciona mapas y se deleita en condescendencias imperiales, ni practica el oficio inútil de la redacción de papers.

 Tampoco se avergüenza de la tradición hispánica, sino que la hace convivir con los grandes nombres: Salvador de Madariaga junto a Nietzsche o al menor aunque ahora demasiado festejado Stefan Zweig;

 o Molière junto al romántico Esteban Echeverría, autor de un don Juan argentino; o, aún más notable, Gregorio Marañón junto a Michel Foucault.

 Y lo justifica con toda lógica: no se trata de abolir las jerarquías, sino de dar al lector la responsabilidad de recordarlas: a nadie se le ocurrirá conferirle más autoridad a don Gregorio que a Kierkegaard.

El contador de mujeres
Todos esos méritos serían inútiles si Dobry no lograra mantener la unidad del conjunto
. Lo hace a través de una pregunta que surgió de su propia biografía de poeta, traductor de grandes poetas y especialista en la lírica moderna. 
A partir de la conocida consideración de los mitos de la modernidad de Ian Watt (Hamlet, don Quijote, Robinson Crusoe), observa que sería impensable, en cualquiera de estos casos, no tomar como eje a Shakespeare, Cervantes o Defoe. 
En cambio: ¿por qué don Juan carece de una versión de referencia única?
 Los críticos que han pensado sobre el burlador pueden prescindir no sólo de Tirso de Molina, sino que los franceses relegan a Lord Byron, los ingleses a Molière o a Pushkin, los españoles a Gabriel Ferrater (Dobry considera que el narrador del Poema inacabado es un don juan): 
“¿Por qué el gozoso y a la vez angustiado deseo insatisfecho de don Juan dice algo de nosotros, algo que quizá ninguna otra figura puede decir?”.
 Los 11 capítulos del ensayo y las dos fascinantes traducciones de los textos inacabados, herméticos, deslumbrantes, casi paralizantes, de Baudelaire y de Flaubert (de los que casi con seguridad no había versión en castellano) son fluidos despliegues de las diversas consecuencias de la interrogación que motiva el ensayo y lo mantiene rigurosamente unitario: la relación entre el conocimiento, la identidad y su vacío, la usurpación, el engaño, el simulacro, el goce y el desafío.
 Dobry no responde directamente la pregunta, pero puede interpretarse que en el capítulo 11 (‘Don Juan, la inconclusión’) ciñe el asunto a través del Don Juan de Lord Byron, obra inmensa e inconclusa y “primer gran poema del deseo de sin objeto, deseo carnal y deseo de escritura: su devenir sin fin y sin final es una manera de exhibir esa falta inasible”.

Cabe recordar que el poema de Byron está fabricado como un teatro en el que lucha el yo del poeta con su personaje: 
“Quiero un héroe, un deseo insólito”, proclama la voz poderosa al indicio del artefacto. 
Dobry caza ahí su presa: don Juan sería la figura que preanuncia la estética de la modernidad: la estirpe de la obra en busca de su objeto”. 
 Es la estirpe que, sin satisfacer el deseo de una forma definitiva, quiere sustraerse a la fijeza inerte de los objetos de la cultura de masas.
 Esa línea —desarrollada meticulosamente con un ágil manejo de autores, fuentes, aproximaciones y fuertes intervenciones críticas— hace de este ensayo un libro imprescindible: panorama y a la vez interpretación, permite además mantener interrogantes abiertos.
Por ejemplo: ¿se podría pensar críticamente un linaje de la modernidad en la que lo femenino —sea lo que fuese— apareciese como figura de lo inconcluso?
 Irónicamente, lo que enseña este libro —y lo que buena parte de la crítica feminista niega— es aquello que sesgadamente ya señaló Orlando, de Virginia Woolf: la función de lo femenino en la modernidad sería, al contrario, abrazar la cultura de masas.
 El libro de Dobry deja lúcidamente ese lado oscuro como tarea inconclusa: no es el menor de sus méritos.

 

 

Las confesiones inéditas de Lady Di que enturbian su homenaje

Polémica en Reino Unido por un documental con grabaciones de Diana en el 20º aniversario de su muerte.

Lady Di junto a la princesa Ana en 1986. En vídeo, el tráiler del documental.
A punto de cumplirse el vigésimo aniversario de la muerte de Diana de Gales, los televidentes británicos asistieron anoche a una antigua confesión de la princesa sobre los aspectos más indiscretos de su vida privada que ha acabado emponzoñando el homenaje preparado para la efeméride. 
 Impermeable a las críticas de familiares y amigos de Lady Di, la emisión del Channel 4 se apoya en unos vídeos grabados por el profesor de oratoria de la protagonista, en los que relata la infrecuencia de sus prácticas sexuales con el heredero o el infierno que supuso la relación con Carlos, desde el noviazgo hasta la separación definitiva.
El día de su boda, en 1981, “fue uno de los peores de mi vida”, admite Diana entre otras perlas recogidas en los vídeos y audios que su entrenador de voz, Peter Settelen, registró supuestamente con fines didácticos.
 Unos años después de que la princesa falleciera en un accidente de tráfico en París (31 de agosto de 1997), Settelen acabó vendiéndolos a varias cadenas televisivas como la NBC estadounidense, que utilizó sólo parcialmente el material hace 13 años.
 La emisión en abierto del Channel 4 en el Reino Unido ha optado en cambio por difundir ahora todas las sentencias comprometedoras de lady Di en torno a su ingreso en la familia real británica.
 Y el retrato resulta devastador.

Revelaciones como el perdido enamoramiento de la princesa de un guarda de seguridad, a los cuatro años de convertirse en una esposa frustrada cuyo marido solo aparecía en el lecho “una vez cada tres semanas”, no deberían salir a la luz porque pertenecen al ámbito privado, intentó defender sin éxito ante los tribunales el hermano de Diana. 
El conde Spencer suele mostrarse muy crítico con la casa de los Windsor, pero en este caso aduce el impacto que la nueva difusión de los trapos sucios de la familia pueda tener en sus sobrinos Guillermo y Enrique.
Uno de los principales golpes al imaginario colectivo de los monárquicos reside en la admisión de Diana de que su matrimonio con el hijo mayor de Isabel II nunca fue el vendido y aterciopelado sueño.
 En las grabaciones registradas en sus sesiones de 1992 y 1993 con su profesor, Diana rememora cómo el príncipe Carlos, hasta entonces un amigo de los aristócratas Spencer, empieza a besarla en el transcurso de una barbacoa donde acabó invitándola al palacio de Buckingham, para luego planear futuros encuentros, sencillamente “para que me acompañes mientras trabajo”.
 Esa actitud desapegada de su pretendido Romeo se reprodujo en los solo 13 encuentros que lo novios mantuvieron antes del anuncio oficial de compromiso
 (“Al principio me llamaba todos los días, pero luego no me decía nada durante tres semanas”). 

“Dejar palacio”

Protagonizaron la proclamada boda del siglo de las monarquías en la catedral de Saint Paul, aunque enseguida quedó claro para la novia que Camilla Parker Bowles —hoy consorte oficial del heredero— era el verdadero objeto del deseo de su marido.
 “Me niego a ser el único príncipe de Gales que no tiene una amante”, le espetó Carlos, volcándola en la búsqueda de otros cariños que desembocó en el principal encargado de su seguridad, Barry Mannakee:
 “Lo hubiera dado todo por dejar palacio e irme a vivir con él”, se sincera la princesa en las cintas.
 El oficial fue inmediatamente trasladado y poco después falleció en un accidente.
El resto de la historia es sobradamente conocido para el público británico e internacional, incluido el reconocimiento en las cintas de Channel 4 de que Diana sufrió de bulimia a resultas no solo del distanciamiento de su consorte desde las primeras horas del matrimonio, sino también por la presión mediática que acaparó la joven y virgen consorte de una de las monarquías más rancias del mundo.
Aquellos que fueron verdaderos amigos de Diana de Gales consideran impresentable que un cadena nacional rebusque en los rescoldos en pro de ganarse a la audiencia durante la sequía estival. Channel 4 rebate que la princesa decidió abrirse conscientemente frente a la cámara en busca de una reivindicación personal, al tiempo que plantea:
 ¿Habría querido la princesa que todos los británicos conocieran el diagnóstico de su vida, de los errores pero también de las esperanzas frustradas?
 Nadie puede reclamar una respuesta, en el aniversario más controvertido de la realeza británica.

 

 

‘Caso Púnica’: el sumario que amargará el otoño al PP

 

Anticorrupción pedirá tras el verano la imputación de varios cargos públicos del partido en el ‘caso Púnica’.

Mariano Rajoy, atiende a los medios de comunicación durante su paseo por las orillas del río Umia (Pontevedra).
Mariano Rajoy, atiende a los medios de comunicación durante su paseo por las orillas del río Umia (Pontevedra).
Pasado el mal trago de la declaración de Mariano Rajoy como testigo en el caso Gürtel, el PP se enfrentará después de verano a un nuevo chaparrón judicial por culpa de la corrupción. 
En esta ocasión será el caso Púnica, en el que se investiga la trama presuntamente encabezada por el ex secretario general del partido en Madrid, Francisco Granados, el que convertirá los últimos meses de 2017 en un nuevo vía crucis judicial para los populares.
 De las 16 piezas en la que está dividido el sumario, el juicio de la primera tiene ya fecha: noviembre. 
Entonces se sentarán en el banquillo el propio Granados y dos guardias civiles, acusados de dar al político el chivatazo que puso en peligro la investigación y que obligó a finales de octubre de 2014 a precipitar las primeras detenciones.
 
Mariano Rajoy, atiende a los medios de comunicación durante su paseo por las orillas del río Umia (Pontevedra).
Mariano Rajoy, atiende a los medios de comunicación durante su paseo por las orillas del río Umia (Pontevedra).
Pasado el mal trago de la declaración de Mariano Rajoy como testigo en el caso Gürtel, el PP se enfrentará después de verano a un nuevo chaparrón judicial por culpa de la corrupción. En esta ocasión será el caso Púnica, en el que se investiga la trama presuntamente encabezada por el ex secretario general del partido en Madrid, Francisco Granados, el que convertirá los últimos meses de 2017 en un nuevo vía crucis judicial para los populares. De las 16 piezas en la que está dividido el sumario, el juicio de la primera tiene ya fecha: noviembre. 
Entonces se sentarán en el banquillo el propio Granados y dos guardias civiles, acusados de dar al político el chivatazo que puso en peligro la investigación y que obligó a finales de octubre de 2014 a precipitar las primeras detenciones.

Desde sus inicios, el sumario ha provocado un goteo constante de imputaciones de cargos públicos, en su inmensa mayoría del PP. Varios ven ya el banquillo como un horizonte cercano.
 En concreto, los presuntamente implicados en las actividades de la trama en la Diputación de León y en el Gobierno de Murcia, las otras dos piezas separadas del sumario cuya investigación ya ha finalizado y cuyos juicios deben ser fijados en breve. En la primera están encausados Marcos Martínez Barazón, alcalde de Cuadros (León) y sustituto de la asesinada Isabel Carrasco al frente de la diputación provincial, y el regidor de Puebla de Lillo, Pedro Vicente Sánchez. 
La pieza de Murcia ha supuesto la imputación del exconsejero Juan Carlos Ruiz y del ex presidente regional, Pedro Antonio Sánchez. La senadora Pilar Barreiro será investigada por el Tribunal Supremo por los mismos hechos.
Sus nombres llevan casi desde el principio presentes en el sumario junto a los de otros cargos públicos del PP, como los antiguos aforados Salvador Vitoria y Lucía Figar, exconsejeros de la Comunidad de Madrid; los exmiembros del Grupo Popular en la Asamblea de Madrid Mario Utrilla, José Miguel Moreno Torres y Daniel Ortiz; y alcaldes de varios partidos como el que fuera regidor socialista de Parla, José María Fraile; el de Valdemoro, el 'popular' José Carlos Boza Lechuga; el de Collado Villalba, Agustín Juárez López de Coca, también del PP; el de Serranillos del Valle, el independiente Antonio Sánchez Hernández; los de Casarrubuelos y Torrejón de Velasco, David Rodríguez Sanz y Gonzalo Cubas Navarro; y el de Moraleja de Enmedio, Carlos Estada, también popular.

Los últimos escritos de la fiscalía apuntan a que la cifra de cargos públicos imputados aumentará en los próximos meses. El pasado mayo, el ministerio público pidió que se interrogara a 35 personas dentro de la pieza separada del sumario en el que se investigan las supuestas adjudicaciones irregulares de millonarios contratos municipales de eficiencia energética a la empresa Cofely.

 Entre los citados aparecen dos alcaldes —los de las localidades madrileñas de Brunete y Torrejón de Velasco, Borja Gutiérrez y Esteban Bravo—, cuatro concejales y un ex alto cargo de la Comunidad. 

En esta pieza también aparece salpicado un nuevo aforado: el diputado de la Asamblea de Madrid Bartolomé González, exalcalde de Alcalá de Henares.

“Papá, si no pagas, estoy muerta”............................. Gabriela Cañas

El secuestro de la niña Melodie Nakachian el 9 de noviembre de 1987 conmocionó a España con una historia de exotismo, lujo, sombra de ojos y amor de padre.

Melodie Nakachian, con sus padres, tras su liberación.
Melodie Nakachian, con sus padres, tras su liberación.
Este caso sedujo a un público acostumbrado a secuestros sin re­solver y coches-bomba porque reunió todos los ingredientes: drama, suspense, publicidad, exotismo y, sobre todo y por encima de todo ello, un final feliz.
 Estoy hablando del secuestro de la niña Melodie Nakachian en la Costa del Sol.
 De su exotismo da muestra el hecho de que, por ejemplo, el padre de la pequeña fuera un financiero libanés que había hecho dinero en Inglaterra y Francia y la madre, una joven cantante coreana de la que quizá nadie recuerde sus canciones, pero sí sus exagerados ma­quillajes.
 Son difíciles de olvidar. Otro detalle: los secuestradores lle­garon en yate y algunos incluso frecuentaron a la familia Nakachian en un bien urdido golpe que intentaba culminar con un botín de 1.300 millones de pesetas en billetes de 50 dólares. 
Y, por último, allí irrumpieron hasta los geos, ese espectacular cuerpo policial que cuen­ta con la rara por unánime admiración de la ciudadanía y que, en es­ta ocasión y para mayor gloria de su historia, salvó sana y salva a Melodie, una auténtica muñeca de larguísimo pelo rubio, atributo que jugó, por cierto, un gran protagonismo. 
Pero vayamos por par­tes.

El crimen

Todo comenzó en la mañana de un lunes, 9 de noviembre de 1987. Aquél fue el año del atentado de Hipercor.
 Mario Conde ga­naba dinero a espuertas convirtiéndose en un personaje popular.
 Hubo un terrible crash en las bolsas mundiales y Ronald Reagan fir­maba con Mijaíl Gorbachov el primer tratado para destruir armas nucleares.
 De pronto, en noviembre, y de entre toda esa maraña de información de interés megaestratégico, se abrió paso un bello re­trato de una niña de cinco años: Melodie.
 El periódico de mayor di­fusión, El País, lo llevó a su primera página: «Secuestrada la hija de la cantante Kimera».
Kimera era, hasta entonces, una completa desconocida. 
Aún más su esposo Raymond Nakachian, el adinerado financiero libanés ca­sado con ella en segundas nupcias. 
Pero el aterrizaje forzoso de am­bos en la prensa nacional prometió drama y exotismo desde el pri­mer momento. 
Aquella mañana, el hijo mayor de Takachian -de nombre también Rayrnond- se ocupó, como casi todos los días, de llevar a su propia hija y a su hermanastra, Melodie, al colegio. 
Él y su esposa, Deborah Kallenbach, salieron con las dos niñas a bordo de un flamante BMW rojo matriculado en los Países Bajos de la ca­sa de los Nakachian, situada en la urbanización Atalaya Alta, de Es­tepona.
 Eran poco más de las nueve de la mañana.
El coche ya había abandonado la urbanización cuando una fur­goneta blanca le interceptó el paso. 
Nakachian hijo no pudo evitar el choque. 
Fue entonces cuando cuatro encapuchado bajaron de la furgoneta. Dos de ellos llevaban escopetas.
 Un tercero empuñaba una pistola y el cuarto, un aerosol de gas.

En un primer momento, Raymond y Deborah intentaron resistir­se, pero uno de los secuestradores cargó su escopeta produciendo ese chasquido propio de un arma de corredera que, apuntándole a uno, debe producir escalofrío. 
No había nada que hacer y, a partir de ahí, todo fue muy rápido.
 La furgoneta blanca desapareció de su vista con Melodie dentro. Le seguía otro coche rojo con matrícula de Gi­braltar que durante la operación había estado estratégicamente si­tuado tras el automóvil de los Nakachian.
Vehículos de Gibraltar y Países Bajos, una niña nacida en Estados Unidos, una madre coreana cantante de ópera rock ... 
El olor a ma­fias internacionales, tan temidas siempre en el paraíso de la Costa del Sol, se colaba por entre las letras de imprenta y las comisarías.
 Era mentar al diablo en aquella época en la que diversas informaciones periodísticas se referían a la posibilidad de que las urbanizaciones nacidas al calor del sol y del dinero se hubieran convertido en un re­fugio de financieros desaprensivos, narcotraficantes y delincuentes de cuello blanco.
La extorsión mediante el secuestro de una criatura de cinco años podía ser la confirmación de todo ello, así que policías, periodistas, guardias civiles, oportunistas y curiosos se movilizaron al unísono. Casi desde el primer día, una media de cien periodistas hicieron guardia día y noche ante la casa de los Nakachian y hay quien cifra en 1.500 los funcionarios de policía y Guardia Civil que participaron en el asunto.
 La familia asegura que fue el propio ministro del Inte­rior, José Barrionuevo, el que se empeñó personalmente en la reso­lución del caso, consciente de lo que estaba en juego.

La extorsión

En la casa de los Nakachian -llamada Villa Melodie, para más se­ñas-, la tortura había comenzado. 
Dos interminables días sin noti­cias de la niña hicieron temer lo peor.
 Ni una llamada, ningún indi­cio, nada que hacer. La policía encontró el martes la furgoneta blanca.
 Era robada y los secuestradores le habían cambiado la ma­trícula. O sea, nada de nada.
 La opinión pública, eso sí, empezaba a familiarizarse con el estrambótico maquillaje de Kimera -uno de los policías que siguió el caso asegura no haberla visto jamás duran­te aquellos días de locura con la cara lavada- y con el recio aspecto de su marido, un hombre completamente calvo, cinturón negro de judo con músculos de acero.
 Su figura fue tomando protagonismo en la medida que eclipsaba a la de su esposa.
 Esa imagen de hombre duro e implacable, unida a su fortuna en negocios poco conocidos hasta ese momento, fomentó la tesis de la vendetta, del ajuste de cuentas, lo que, por otra parte, siempre es motivo de tranquilidad para la ciudadanía, una vez descartada la hipótesis de que a cual­quiera le puede suceder algo así en la vida

  .

La extorsión


Pero los secuestradores dieron señales de vida al tercer día y, pa­ra entonces, ya había comenzado el espectáculo.
 Porque, fuera del drama que se vivía en la casa de los Nakachian, donde Kimera ape­nas si podía conciliar el sueño, la imaginación de observadores y pe­riodistas convirtieron aquel terrible suceso en un rapto casi de ope­reta.
Un primer indicio peliculero surgió cuando el portavoz de la fa­milia, el abogado Jaime Torrabadella, dijo en rueda de prensa: «Pe­dimos a los secuestradores que traten a Melodie con afecto y deli­cadeza y que no olviden que a ella le gustan los álbumes de dibujos animados». 
Nadie dudó de que era un mensaje dirigido a los se­cuestradores que, probablemente, encerraba un significado bien dis­tinto.
 Y la evidencia de que había tales mensajes en clave fue total cuando la propia Kimera leyó ante las pantallas de televisión otro mensaje en el que, además de rogar por la libertad de su hija, pedía a los secuestradores que le lavaran el pelo y la peinaran todos los días.

Aun con el alma encogida por la suerte de la niña, el relato por entregas era apasionante.
 La estricta realidad era más dura. Los in­vestigadores estaban perdidos.
 Un hombre español con fuerte acen­to francés era el portavoz de la banda de los encapuchados.
 Pedía 13  millones de dólares en billetes de 50 y parecía ir muy en serio.
 Ray­mond Nakachian sufrió el peor momento de su vida al darse cuenta de que había perdido por completo el control de la vida de su hija. 
Salvada ahora era una aventura del todo incierta. 
No sólo había que considerar la solvencia de los secuestradores, sino la imposibilidad de reunir el dinero. 
La cantidad era desorbitante y. además, en aquella época el Gobierno español, decidido a impedir los pagos de rescate, había prohibido a los bancos despachar grandes cantidades de billetes en una sola entrega.

Los investigadores disponían de pocos recursos aquellos primeros días.
 Sólo tenían la voz de un hombre, una furgoneta robada y cien­tos de llamadas. 
Videntes e iluminados de todo pelaje comunicaban con la familia dando detalles tan precisos como falsos sobre el para­dero de Melodie.
La gente quería salvar a la niña y se movilizó generosamente.
 En Villa Melodie se empezaron a recibir donativos. Si el problema resi­día sólo en el dinero, los ciudadanos tenían la oportunidad de hacer una aportación sin precedentes para una familia afligida. 
Esta reac­ción conmovió de tal manera a Raymond Nakachian que decidió na­cionalizarse español y aún ahora sólo tiene palabras de agradeci­miento para con este país.
 El gesto más espectacular, no obstante, partió de un belga, lejanamente conocido de la familia, que transfi­rió a la cuenta de Nakachian nada menos que un millón de dólares.
 Todo fue devuelto después a sus remitentes. En la zona, un grupo de cinco empresarios ofreció una recompensa de diez millones de pese­tas a quien aportara una pista segura sobre Melodie.
 Los padres de la niña añadieron otros cinco millones más.


El despliegue

Casi cuatro días sin pistas seguras empezaron a preocupar seria­mente en Madrid, donde Barrionuevo mantenía un contacto diario  con el abogado Torrabadella. 
El Ministerio del Interior quiso poner toda la carne en el asador y el secretario de Estado para la Seguri­dad, Rafael Vera, envió a Estepona a un número uno de la policía española para que tomara las riendas de la investigación. 
 Pedro Ro­dríguez Nicolás, entonces comisario general de la Policía Judicial, un joven pero experimentado policía en la lucha contra el narcotráfico, voló en helicóptero hasta Estepona y allí tomó la pequeña comisaría de la ciudad como centro de operaciones.
 Él y el comisario Ricardo Ruiz Coll contaron para su misión con un mínimo de cien investiga­dores. 
Pero, de entrada, lo único que pudieron investigar era si en­tre tantas visiones de gente bienintencionada había alguna pista real.
Tiempo atrás, la policía había despreciado la información apor­tada por un iluminado que daba detalles sobre el paradero de Sa­turnino Orbegozo, secuestrado por ETA.
 Después pudo comprobar con perplejidad que aquel hombre acertaba en sus visiones: había detallado el lugar exacto en el que la banda terrorista mantuvo al empresario.
Aquellos primeros días fueron la locura.
 La policía dando palos de ciego y la casa de los Nakachian como el metro en hora punta. La primera decisión de Rodríguez Nicolás fue la de poner orden en Vi­lla Melodie, convertida en un centro de atracción nacional.
 Cual­quiera, desde un empleado del servicio hasta un supuesto periodista de los que merodeaban por allí, era sospechoso de haber participa­do en el crimen.
La prensa hablaba ya de bandas mafiosas y posi­bles terroristas chiíes: capos, en fin, capaces de comprar a cualquie­ra para obtener su colaboración en la extorsión y el chantaje de los multimillonarios árabes residentes en la zona.
y de multimillonario se trataba ya a Raymond Nakachian, un nieto de armenios de origen ruso, hijo de madre griega ortodoxa que había vivido en Arabia Saudí, en Londres, en París y Estados Uni­dos. 
Hizo dinero sobre todo en Inglaterra, donde montó una importante cadena de discotecas, y ello a pesar de que rechazó en una de ellas a cuatro chavales que cantaban bajo el nombre de los Beatles.
 A Nakachian le pareció un auténtico exceso el precio que pedían -600 libras a la semana-, así que los despidió augurándoles que nunca tendrían éxito.
 La existencia de un mafioso libanés apellida­do Nash que había hecho fortuna en ese mismo país movió a la pren­sa a una confusión que dolió profundamente a Raymond Nakachian, un hombre que, por otra parte, nunca ocultó haber introducido oro ilegalmente en Japón.
Su feliz estancia en la Costa del Sol, donde se había asentado con su esposa Kimera y sus hijos, sufría con el secuestro un vuelco im­previsible.
 La aparición de Kimera en las pantallas de televisión des­hecha en lágrimas pidiendo clemencia para su hija sobrecogió a los telespectadores y los periodistas sintieron un nudo en la garganta cuando vieron llorar al propio Nakachian el día que contó que su hi­jo pequeño Amir, de tres años, se salvó del secuestro porque aquel lunes estaba resfriado y no fue al colegio con su hermana. Toda la corpulencia de Nakachian parecía derrumbarse mientras daba estos detalles a la prensa y meditaba que quizá los extorsionadores no buscaban dinero, sino la venganza en su persona.
 En los negocios, ya se sabe, uno siempre hace enemigos.
Pero para entonces, cuando los Nakachian ya habían abierto una especie de subasta pública con los secuestradores para lograr un me­jor precio por el rescate, las cosas en la cocina habían empezado a ir moderadamente bien. 
Y ellos secretamente también lo sabían.

La investigación

El acento del portavoz de la banda y la memoria de Rodríguez Nicolás obraron el milagro.
 El jefe de la operación recordó la carta recibida en las oficinas centrales de Madrid unos meses antes. 
La carta, procedente de la policía francesa, hacía referencia a conversaciones escuchadas en la cárcel de Toulouse.
 En ella se daba cuen­ta de la reunión de un grupo de delincuentes, entre los que había un español, en la que se habló de la posibilidad de dar un golpe en Es­paña.
 Mandó buscar el documento y en él aparecía el nombre del primer sospechoso: Ángel Carcía Menéndez. Natural de León, pero nacionalizado francés.
 Ángel era un pied-noir, o sea, un francés que había vivido largos años en una antigua colonia del norte de África, probablemente Argelia.
 Su acento le había delatado desde el primer momento. Ahora estaba casado con una francesa, tenía un niño re­cién nacido y la posibilidad entre sus manos de dar el golpe de su vida.
Pero su participación en el secuestro le salió cara a este hombre que se hacía llamar Osear en sus llamadas. 
Para la policía fue el hi­lo definitivo del que tirar para desenredar la madeja. 
El primer ha­llazgo fue el de su casa, un chalé alquilado a su nombre a 40 kiló­metros de Madrid en cuyo jardín quedaban rastros de haberse instalado un campo de tiro.
Las huellas dejadas por estos delincuentes evidenciaban un po­derío económico incuestionable. 
El chalé de Madrid era una cara mansión situada en una urbanización del noroeste de la capital que, además, escondía un impecable Alfa Romeo. 
El dinero entre estos delincuentes galos corría en gruesos fajas. Luego se supo que, como ya dije antes, algunos arribaron a la Costa del Sol a bordo de un ya­te y que su infraestructura en la zona consistía en varios aparta­mentos y otros tantos coches.
 Sólo para custodiar a la niña durante el encierro, un contratado a tal efecto cobraba nada menos que 100.000 francos franceses al día, o sea, dos millones de pesetas apro­ximadamente cada 24 horas.
El rescate pedido -1.300 millones- recompensaría tanto gasto y tanto desvelo.
 Sin embargo, los secuestradores -ya no había duda de que se trataba de una banda francesa- accedieron al regateo pro­puesto por los Nakachian.
 Éstos, asesorados en todo momento por la  policía, intentaban ganar tiempo. 
Alargaban en lo posible las con­versaciones con Ángel/Osear, aseguraban no tener dinero suficiente para pagar e intentaban negociar lo innegociable, porque la amena­za más utilizada por los secuestradores era la de dejar de alimentar a la pequeña.
 Pero siempre queda el truco de la incredulidad. 
Jugar a que el extorsionado no se cree una palabra y pedir pruebas de que la persona secuestrada está realmente en manos del extorsionador.
 Había que ponerles nerviosos y, mientras tanto, seguir investigando.
 Fue entonces cuando el pelo de Melodie volvió al primer plano de la actualidad.
 Un mechón de su cabello fue la prueba enviada por los secuestradores, que a esas alturas ya habían aceptado una consi­derable rebaja: 5 millones de dólares (unos 600 millones de pesetas) a cambio de la liberación de la niña.
 La familia recibió también una fotografía que se distribuyó a la prensa. 
Melodie akachian apare­ció en todos los periódicos con el pelo recogido en un par de largas coletas, la misma ropa que vestía el día del secuestro y cara de sus­to tremendo. 
Entre las manos sostenía un Diario 16 con fecha del viernes 13 de noviembre.
 Uno de los primeros mensajes de los secuestradores -quizá el pri­mero de todos- advertía a los Nakachian que no debían avisar a la policía.
 Sin embargo, desde el primer momento, el de Melodie fue uno de los secuestros más aireados de la reciente historia de España.
 Al día siguiente de haberse producido, los medios de comunicación ya daban cuenta del suceso y de la movilización policial.
 Y en días posteriores, no sólo se celebraban ruedas de prensa y había compa­recencias televisivas. 
Incluso la negociación económica se hizo a bombo y platillo.
 La aceptación por parte de la banda de una reba­ja del rescate a 5 millones de dólares se hizo saber a través de una llamada telefónica al periódico Abc. 
 A este país, acostumbrado a la opacidad de los secuestros de ETA, se le permitía ahora compartir la angustia de unos padres torturados en toda su extensión y detalle
«Buenas noches. Les llamé a ustedes ayer", decía la voz con acen­to extranjero al otro lado del hilo telefónico en la redacción de Abc. «Soy el del mechón.
 Ya sabe a qué me refiero. Rebajamos la canti­dad a cinco millones. Sabemos que sólo la casa vale ocho millones de dólares. 
Si no paga es porque no quiere. Ésta es la última comunicación."
No fue la última, sin embargo, aunque al cabo del tiempo es di­fícil reconstruir fielmente lo sucedido y en orden cronológico.
 En realidad, muchos detalles carecen por completo de coincidencia. ¿Por qué los secuestradores llamaban a los periódicos si, paralela­mente, la comunicación era constante con Villa Melodie, donde in­cluso el entonces inspector Javier Fernández, un especialista en ma­fias internacionales, atendía a veces las llamadas? ¿Por qué, si era así, Rayrnond Nakachian insistía, tiempo después, en que hubo mensajes en clave a través de los medios, a los que agradecía su co­laboración? ¿De dónde obtuvo la banda tanto dinero para desenvol­verse?

Algunas fuentes aseguran que el último mensaje recibido en la casa de los Nakachian fue una cinta grabada con la voz de la niña.
 Sólo la oyeron el inspector Fernández, el comisario Rodríguez Nico­lás y el propio Raymond Nakachian.
 Utilizaron el estudio de graba­ción de Kimera en Villa Melodie, pero la cantante no fue invitada a la dramática audición. La niña lloraba desconsolada. Sus palabras figuTan en los sumarios judiciales. «Papá, yo quiero ver a mamá y a mi hermanito chico. Papá, ¿por qué no pagas? Estoy muy triste, quiero verte [ ... ]. Si tú no pagas yo después estaré muerta. Si tú no pagas yo estoy muy triste [ ... ] quiero verte la cara muy pronto. Es­toy muy triste. 
Te quiero ver, papá, papá. Estoy muy triste ... »
Aquella audición desató las iras de Raymond Nakachian, que la emprendió a puñetazos con la mesa ante la impotencia de los poli­cías para calmarle.