Un Blues

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Del material conque están hechos los sueños

4 ago 2017

James Franco y Diego Lerman competirán por la Concha de Oro en San Sebastián

El certamen anuncia nueve películas que se incorporan a su competición oficial.

Bárbara Lennie, en un fotograma de 'Una especie de familia', de Diego Lerman.
Bárbara Lennie, en un fotograma de 'Una especie de familia', de Diego Lerman.
En el goteo con el que el festival de San Sebastián anuncia su sección oficial, hoy ha llovido más información.
 El certamen ha desvelado nueve películas de cineastas extranjeros que se suman a las tres españolas ya anunciadas y al nuevo filme de Wim Wenders, en la competición por la Concha de Oro.
 Quedan, eso sí, nuevas incorporaciones que se conocerán en las próximas semanas.
 De momento, el nombre más conocido por el gran público es el del actor y director estadounidense James Franco, que llevará a Zinemaldia The Disaster Artist, “que narra el rodaje de la considerada mejor-peor película de la historia, The Room (Tommy Wiseau, 2003), que ha acabado convirtiéndose en un filme de culto”, según un comunicado de la organización.

Además, el festival, que se celebra del 22 al 30 de septiembre, acogerá el nuevo filme del argentino Diego Lerman, Una especie de familia, protagonizado por Bárbara Lennie.
 Lerman, que ha proyectado sus obras en Venecia y Cannes, vuelve así al certamen español, al que ya llevó La mirada invisible (2010) y Refugiado (2014).
“Una especie de familia comparte similitudes temáticas con Love me not, la cuarta película de Alexandros Avranas (Larissa, Grecia, 1977), que obtuvo el Oso de Plata al mejor director en Venecia por Miss Violence (2013)”, apunta el festival. 
El griego optará a la Concha de Oro con la historia de una pareja que contrata a una joven inmigrante como vientre de alquiler.
Otro cineasta estadounidense, Matt Porterfield, presentará en San Sebastián Sollers Point
El director, celebrado en Sundance hace tres años con I Used to Be Darker, desarrolla ahora una trama centrada en un traficante de drogas que se encuentra en arresto domiciliario.
Aunque tal vez el nombre de Olivier Nakache y Éric Toledan no suene a muchos cinéfilos, hay millones de espectadores que sí han visto su película Intocable. 
El filme más taquillero de la historia de Francia pasó por San Sebastián en 2011, pero no optó a la Concha de Oro.
 Esta vez, los dos cineastas sí compiten, por primera vez, con Le sens de la fête / C’est la vie!, una comedia ambientada en una boda en un castillo francés del siglo XVIII.

“Soldaţii. Poveste din Ferentari / Soldiers. Story from Ferentari es el debut en el largometraje de ficción de Ivana Mladenovic (Kladovo, Serbia, 1984).
 La coproducción de Rumanía, Serbia y Bélgica cuenta la historia de un joven antropólogo que se traslada a Ferentari, el barrio más pobre de Bucarest, para escribir un estudio sobre la música pop de la comunidad romaní”, afirma el festival en su comunicado.
La actriz, guionista, productora y directora austríaca Barbara Albert (Viena, 1970) regresa a la Sección Oficial con Licht / Mademoiselle Paradis, sobre una pianista ciega.
 La creadora ya ha desfilado con sus obras por el festival de Locarno o la Mostra de Venecia, y en 2012 compitió en San Sebastián con Die Lebenden / The Dead and the Living (2012).
Nobuhiro Suwa (Hiroshima, Japón, 1960) propone The Lion Sleeps Tonight (El león duerme esta noche) sobre el peculiar encuentro entre un veterano actor (Jean-Pierre Léaud) y un grupo de niños, aprendices de cineasta, en una casa abandonada.
 A falta de más anuncios, son 15 los títulos de Sección Oficial ya confirmados. Submergence (Inmersión), de Wim Wenders, inaugurará el festival y participará en la competición. El autor, de Manuel Martín Cuenca, Handia, de Jon Garaño y Aitor Arregi, y Life and Nothing More (La vida y nada más) de Antonio Méndez Esparza también optarán a la Concha de Oro; Marrowbone (El secreto de Marrowbone) de Sergio G. Sánchez, y la serie de televisión La peste, de Alberto Rodríguez, participarán fuera de concurso; y Morir, segunda película de Fernando Franco tras La herida, se verá en una proyección especial.

Las mujeres que aman a los hombres que matan Publicado por Bárbara Ayuso


Richard Ramírez durante su juicio en 1985. Fotografía: Corbis.

«Viva Satán», vociferó. 
Y ella se deshizo en el asiento, mirando al hombre al que entregaría su virginidad en cuanto el Tribunal dictara sentencia. 
 Estaba orgullosa y ansiosa. Dentro de poco podría poner la alianza de matrimonio en esas manos que meses atrás le habían arrancado los ojos a una mujer antes de violarla, las mismas que desmembraron y asesinaron a otra decena, incluidos niños.
 Los detalles se atropellaban en el periódico: las vísceras, el ritual satánico, el relato del macabro «Merodeador Nocturno» y su espeso reguero de sangre.
 Pero ella solo veía los profundos ojos negros de la fotografía que parecía observarla desde esas mismas páginas: Richard Ramírez, asesino en serie.
 Y su futuro marido. 
Le había enviado setenta y cinco cartas a la cárcel, confesándole su idolatría.
 Eran pocas, en realidad. 
 Otras habían sobrepasado la centena, llenando sacos y sacos de encendidas misivas remitidas hasta la prisión californiana de San Quintín. 
Pero la había elegido a ella, Doreen Lioy, que ese 20 de septiembre de 1989 le vio en persona por primera vez, mientras el jurado pronunciaba el «culpable» y le sentenciaba a la cámara de gas.
 Su nido de amor sería el corredor de la muerte.
Groupies de los psicokillers, admiradoras de carniceros, Eloísas encandiladas por Abelardos ensangrentados.
 Las que en lugar de huir del que porta el cuchillo, corren hacia él. Ellas siempre aparecen, da igual la atrocidad de los crímenes o la voracidad del depredador.
 Un día, cuando esté entre rejas, un sobre desde algún lugar romperá las barreras de la celda para susurrarle al asesino palabras de amor y devoción.
 Y después de ese, otro y otro más. 
Desde Charles Manson hasta Joseph Fritzl, los buzones de los peores criminales de la historia se han visto rebosados por una corte de aficionadas, mujeres fascinadas por la oscuridad de estos seres exponentes de lo peor del ser humano. 
Pero ellas no tienen ninguna inclinación al crimen, ni fantasean con continuar el legado sanguinario del monstruo: quieren amarle, cuidarle, acostarse con él. 
Casarse. Por eso les envían su ropa interior, sus mejores fotografías, versos garabateados para ser refugio del convicto. 
Besos de carmín enmarcando sus intimidades de tinta.
 A veces creen firmemente en su inocencia, otras da igual.
 Ya conocen su necrófilo historial, o a cuántos niños enterró en el patio del jardín.
 Quieren que, de entre todas las cartas, elijan la suya.
 Recibir una respuesta aceptando la visita en prisión, para quizás así poder mirarle a través del cristal y constatar que del otro lado no habita el mal, sino la que en adelante será la razón de su existencia.
La psicología aún no ha dado con el porqué.
 Con la causa común que ha llevado a centenares de mujeres a dejarlo todo para amar a la bestia. 
Son abogadas, camareras, arquitectas, jóvenes, viejas, de alto y bajo nivel adquisitivo.

 Las hay con historiales de abusos en la infancia, pero también con expedientes psicológicos impecables y vidas trazadas en la pulcra normalidad. 
El único patrón es que no hay patrón. El criminalista francés Edmond Locard bautizó este trastorno como enclitofilia, una inclinación por liberar al hombre cuyos crímenes le han catapultado al estrellato del horror. 
 Otras veces, esta propensión ha acabado en la lista de parafilias bajo el nombre de hibristofilia, como la definió el sexólogo John Money:
 «En ella, la excitación sexual y la facilitación y logro del orgasmo dependen de estar con una persona que sepan que ha cometido un atropello o delito como la violación, el asesinato o el robo a mano armada», asegura. 
Una de las escasas evidencias es que no hay reflejo del lado opuesto, y se trata de una inclinación que se da casi en exclusiva en mujeres. 
Otra, que el imán es la violencia contra el individuo —especialmente mujeres—, lo que las atrae, ya que los asesinos de masas no acostumbran a ser objeto de esta fascinación. 
Tan incognoscible es la respuesta al porqué que incluso revienta las costuras del determinismo evolucionista que preconiza que las féminas se ven atraídas por el macho más dominante de la manada. No es la dominación lo que las arrastra sin remedio, sino el más puro y genuino mal. 
El olor de la sangre.
Tampoco existen cifras fiables de a qué número de mujeres afecta esta patología o inclinación por involucrarse sentimentalmente con el asesino.
 Pero sobran estimaciones para el escalofrío: solo en el Reino Unido se calcula que más de un centenar de mujeres han iniciado relaciones con sádicos homicidas que cumplen pena en EE. UU.
 El nivel de devoción y sacrificio que exhiben es nitroglicerina para la comprensión, ya que un gran número llega a abandonar su país, vender su casa y pertenencias para cruzar el océano e instalarse en las medianías del edificio alambrado desde donde su amado responde las cartas, los e-mails o acaramela la voz a través del auricular.
La relación que se adivina entre la atrocidad de los crímenes, su publicidad y la atracción que generan difícilmente podría ser más perversa, por proporcional. 
La comunicación global no solo ha difundido las violaciones de un loco en un pequeño pueblo de Texas por todo el mundo, sino que también ha brindado a las hibristofílicas nuevas vías de acceso hasta su objeto de deseo.
 Pocas escriben ya a los diarios solicitando contactar con el asesino cuyo rostro está omnipresente en los telediarios. 
Ahora encuentran en Internet más de cuarenta webs dedicadas en exclusiva a conectar a convictos con admiradoras, una red articuladísima con una eficiencia estremecedora.
 Ellos cuelgan su fotografía, su fecha estimada de liberación, la prisión en la que se marchitan y un relato escabroso de sus crímenes. 
Ellas bucean por el retrato desnudo y culposo de las puñaladas, los secuestros y las mutilaciones.
 Saltan de ficha en ficha hasta que dan con el adecuado. 
 Una subasta online de depravación en la que el espécimen más inhumano es el más cotizado.
Después llega la correspondencia cruzada, las visitas entre los muros. 
El construir un romance que a veces ni siquiera llega al piel con piel, como en el caso de Richard Ramírez y Doreen Lioy, que solo pudieron consumar su matrimonio con un casto beso en los labios. Ella de blanco, él de naranja carcelario. 
Otros, como Ted Bundy, uno de los criminales más letales y oscuros del siglo xx, se las apañan para dejar descendencia.
 Antes de morir en la silla eléctrica por el asesinato de un centenar de mujeres —cuyos cadáveres ni siquiera pudieron ser recuperados—, contrajo matrimonio con Carol Ann Boone, a quien las crónicas atribuyen un hijo o hija que hoy debería tener treinta y dos años.
 Pero aunque ella declaró a su favor en el juicio, en algún momento el macabro embrujo se desvaneció y Carol le vio como el monstruo que en realidad era. 
Simplemente, desapareció. Tuvo tiempo, a diferencia de las hermanas australianas Avril y Rose, cuya trágica historia quedó inmortalizada en el libro de Jacquelynne Willcox-Baily, Dream Lovers.
 Cuando rondaban los cincuenta, ambas se divorciaron de sus maridos para iniciar relaciones con sendos convictos. 
Les acompañaron durante toda su condena, cegadas por la defensa de su inocencia y soñando con el porvenir que les esperaba al franquear las puertas de la prisión.
 El que nunca llegó, porque una semana después Avril moría a martillazos y Rose era mutilada por su nuevo marido.

Sus lámparas blancas se apagaron en el charco de sangre.
 Y es que, la interpretación más amable de estas patologías también ha recibido el nombre de síndrome de Florence Nightingale, conocida como «la dama de la lámpara».
¡Mirad! En aquella casa de aflicción
Veo una dama con una lámpara.
Pasa a través de las vacilantes tinieblas
y se desliza de sala en sala».
(Henry Wadsworth Longfellow, «Santa Filomena», dedicado a Nightingale).

De acuerdo con ella, la pulsión que late en estas mujeres es la de convertirse en la antorcha que guíe al extraviado, abriendo las tinieblas para que pase el amor. 
Quieren ser, en esencia, el ángel salvador que les redima de sus atrocidades.
 Como hizo Nightingale, madre de la enfermería moderna, que tras la guerra de Crimea serpenteaba entre los catres durante la noches, tratando de aliviar la carga del enfermo.
Pero quien ha mirado a los ojos a una treintena de estas protagonistas de romances carcelarios no ha detectado esa concepción del amor como autoinmolación.
 De la experiencia de la periodista Sheila Isenberg se extrae una conclusión diferente de por qué estas se aproximan al sadismo y la oscuridad: el apetito de notoriedad.
 «Si escribes una carta a Brad Pitt es probable que no te conteste. Charles Manson, sí», asegura.
 Muchos criminólogos concuerdan con esa teoría, que sostiene que el foco de atracción es la celebridad del asesino más que sus crímenes.
 Conjetura que explicaría por qué la mayoría de mujeres que buscan marido tras los barrotes seleccionan a aquellos con quien jamás podrán sentarse en el sofá de un hipotético hogar.
 Los de la milla verde. Aquellos con quien quemarán horas, pero bajo estricta vigilancia; estableciendo una relación compacta y segura en la que siempre sabrán donde encontrar a su Romeo sanguinario.
 Quizá por eso, la mayor parte de misivas desesperadas a los asesinos en serie de la cárcel de San Quintín arriban desde Alemania y Gran Bretaña, donde no existe la pena de muerte.

El 5 de diciembre de 2005, el presentador estadounidense Larry King hizo la pregunta que palpitaba en la mente de todos los espectadores, que por primera escuchaban de viva voz a quien había escogido amar a un asesino.
 «¿Qué te hizo sentirte atraída por alguien que sabías a ciencia cierta que había hecho las salvajadas que había hecho?».
 La destinataria de la pregunta era una mujer rubia, de innegable atractivo.
 Joven, de sonrisa franca: Tammi.
 Una mujer que años atrás había visto en televisión el rostro de los hermanos Menéndez, quienes entraron en el dormitorio de sus padres en Beverly Hills y los asesinaron a bocajarro con una escopeta.
 Ella se fijó en Erik, y le escribió.
 La historia acabó en una boda telefónica con un twinkie como pastel nupcial. «Pensé que él era diferente. Solo quiero dejar claro que si él hubiera sido un asesino en serie o alguien que matara en la calle arbitrariamente, creo que nunca le habría escrito.
 Me di cuenta de que algo debería estar realmente mal para matar a sus padres, y creo que por eso mi corazón cayó prendado de él», contestó a King.
 En su libro Nos dijeron que nunca lo lograríamos detalló cómo es ser la esposa de un condenado a cadena perpetua, con quien jamás se acostará y a quien asegura haber perdonado el parricidio.
 Pero ni las agudas interpelaciones del presentador ni su relato en primera persona podían ser suficientes para responder a ese gigante porqué.
 Por qué amar a quien ha sido capaz de lo peor.
 Por qué escribir la primera carta y conducir ciento cincuenta kilómetros cada fin de semana para sentarse en una fría sala de espera, para que tu hija llame «Papá Tierra» al hombre que mató a los suyos y culpó a un ladrón.
Anthony Perkins en Psicosis, 1960. Fotografía: Paramount Pictures.

Complejo de salvadora, ansias de notoriedad o atracción enfermiza por el mal. Masoquismo. 
Aberración. Negación de la realidad o simple locura. Groupismo psicokiller
 Qué resorte se activa en el cerebro de estas flores raras para buscar aliento en el mal es una incógnita tan grande como el mal mismo. Y de este lado, solo hay quizás.
 Quizás sus historias de amor sean como la planta de invernadero, que germina en habitaciones sin ventanas al calor del artificio. Entre los muros alambrados.
 Lo que no es cierto es que los forajidos tocan en un lugar profundo del alma de todas las mujeres, cante lo que cante Waylon Jennings
Sigue habiendo una distancia entre ellas y nosotras que mejor mantener tal como está. 
Por si acaso Borges sí tenía razón y la única manera de entender la distancia que nos separa de ellos es uniéndonos a ellos.



Por qué las folclóricas españolas son mejores que las Kardashian

Lola Flores, la Pantoja, Carmina,… una apología pasional, sincera, de nuestro cosmos marujil frente a las ricas famosas de EE.UU.

Por qué las folclóricas españolas son mejores que las Kardashian
Es conocida la revalorización cultural que los superhéroes del tebeo americano experimentaron a mediados de los años 60.
 Los estudios sobre la cultura de masas habían marginado o bien infravalorado el cómic, por lo que fueron Umberto Eco y otros autores quienes empezaron a estudiar el fenómeno como expresión artística nutrida de significado, discurso y mythos
 Nosotros, en España, no tenemos superhéroes, o si los tenemos son paródicos y remiten siempre a una fuente externa, pero también contamos con un espejo cultural narrativo de carácter propio y eminentemente popular: las revistas del corazón, los programas rosa, el cotilleo. 
Si Superman representa la esperanza post-New Deal de una América gentil, granjera, de inmigrantes solidarios y trabajadores, y Batman a la América corporativa y psicópata que antagoniza al 99% frente a un 1 de millonarios redentores, aquí venimos siendo más de la España de Carmina o de la España de la Pantoja, lo que no deja de tener su lectura social.
Bien pensado, este cuelgue nuestro de las folclóricas como protagonistas de sagas interminables, capaces de engendrar una mitología compleja al alcance de todos, no tiene nada que envidiar a las historietas comiqueras, pero tampoco al folletín clásico.
 De hecho, ¿qué temas se tratan en las revistas de peluquería? Amor, odio, pasión, celos, traiciones, herencias, desengaños familiares, etcétera.
 Hoy en día es un cliché ridículo que las películas románticas acaben en boda, pero el HOLA sigue pagando talones porque los novios nos enseñen la tarta, el esmoquin, el vestido y ahora, vídeo mediante, hasta los votos.
 En estas historias, los giros de trama no dependen de la inspiración de un grupo de guionistas, sino que se van dando sobre la marcha, espontáneamente, a veces incluso en directo, gracias a programas como Sálvame, autoabastecidos de un ecosistema nativo de colaboradores que son, al mismo tiempo, comentaristas del escándalo ajeno y protagonistas del propio.
Yo defiendo nuestra telebasura.
 Defiendo el pathos pantojiano, esa melancolía gitana enganchada al victimismo, la viudadead militante, el verso coplero como navaja suiza de multiplicidades semánticas.
 Defiendo a Carmina, princesa endragonada de falangismo que mutó en venus hedonista, con sus pies bañados de cerveza en el Rocío, su honestidad narcisa, golpe de melena mediante.
 
Frank Miller quiso poner a Batman a luchar contra Al-Qaeda, y una de las viñetas más ridículas de la Marvel reciente nos enseñaba a un montón de villanos icónicos llorando ante los atentados del 11-S. Nuestras heroínas también saben capturar el zeitgeist cañí.
 Un Diez Minutos es un termómetro sociológico como otro cualquiera.
 Por ejemplo, dice mucho de un país que éste temblara cuando se descubrió que Lola Flores tuvo un amante, y peor aún, un amante consentido. 
Algo se quebraba de Lola en el imaginario popular al atribuirle una cosa tan inocente, tan típica y, vaya, tan masculina como un amante corista.
 Ella, que por confesar había confesado ya hasta puterío, no podía quedar con ese feo manchado ahí, póstumamente.
 Hay reacciones a según qué miserias televisivas que radiografían una sociedad mejor que un CIS.
Sin embargo, el corazoneo no acaba de ganarse a la gente, al estudiante universitario, a la pizzera, al albañil cansado, al catedrático de Física, a la médico de familia. 
Todos ellos siguen viéndolo como un detritus cultural. 
Siempre existirá la figura del comentarista más o menos irónico que trate estos temas con distancia (desde aquí yo hago contorsiones para salirme del arquetipo), pero el consenso es que esta clase de contenidos son un entretenimiento pueril e incluso nocivo, algo que no sólo no se consume sino que no se debe consumir.
 Se tolera, quizás, como pienso geriátrico, y aun así con la condescendencia insoportable de “mi abuela, la pobre, se pasa el día viendo eso”.
 En cambio, esa misma gente que tiene una opinión tan rotunda sobre la telebasura patria, suele ser más flexible con la telebasura de fuera.
 Hay una especie de empatía millennial con los realities de la MTV que no se extiende al folclore nacional. Las Kardashian, sí; Sálvame, no.
Yo quiero reivindicar nuestro petardeo por encima del de las Kardashian.
 No tengo intención de ponerme Lenore perdido y atribuir esa discriminación a una suerte de clasismo, que ya somos todos mayorcitos para hacernos los provocateurs; ni tampoco voy a entrar en los motivos que justifican la diferencia de sensibilidad hacia un famoseo y otro, pues me son desconocidos; pero sí quiero hacer una apología pasional, sincera, de nuestro cosmos marujil.
 Cuando, hace unas semanas, a Kim Kardashian le salió una polémica coquil, la reacción de la diva fue perfectamente ridícula sin dejar de ser 100% ella, 100% Kardashian. 
Presionada por lo que parecía la revelación de dos rayas de cocaína en el fondo borroso de un vídeo de Instagram, la empresaria alegó primero, muy enfática, que no era coca, sino ¿azúcar para sus hijos?, y luego, tras aportar evidencias más o menos científicas, que se trataba sólo de las típicas manchas blancas de mármol que tienen, bueno, las mesas de mármol.
 Honestamente, ¿a quién le importa? Lo único que saco en claro de esto es que Lola habría callado bocas con mucho mejor estilo. 

Lola Flores explica “el método”
Me interesan poco las aventuras de la gente rica y mucho sus desgracias, sus vergüenzas, sus secretos más sórdidos e inconfesables.
 En programas como Las Kardashian no hay nunca secreto sórdidos e inconfesables.
 El contenido lleva siempre el sello de aprobación de las protagonistas.
 Todo lo que hay de barroco en sus vidas es gracioso para nosotros y probablemente natural para ellas. 
Pero no deja de ser un espectáculo complaciente.
 Incluso el que se ríe de las Kardashian se está riendo con las Kardashian, mal que le pese.
 Por eso cuando la televisión española trata de imitar el formato le salen cosas tan fallidas como la naftalina jurásica de Las Campos. ¿Cuál es el interés de Las Campos?Ninguno, pero ellas se creen las más....programas rancios sin interés y encima rendirles pleitesia.

 Alrededor de la estructura inherentemente cordial y blanca del programa, la cadena intentó colar satélites morbosos que pudieran exprimir todo el jugo. Así, después de cada especial, se emitía una tertulia que diseccionaba el contenido con el apropiado ahínco venenoso.

Es a lo que estamos acostumbrados y no lo veo mal, porque la crueldad corazonil, especialmente en la era post-Tomate, se ha cebado siempre con los poderosos al tiempo que protegía al lumpen.
 La tesis de Owen Jones sobre la perversidad política de este tipo de programas no es aplicable a España, donde las chonis no cumplen la función de payaso que cae a la piscina de la feria, sino de heroínas.
 Aquí a Belén Esteban, con su madrecorajismo, su arrabalería oxigenada y su condición de exmalita, es entendida, protegida y vituperada por las masas.
 Los espectadores perdonan a Belén porque ellos son los primeros que se han hecho adictos a su vida.
 Los ricachones, en cambio, son la diana favorita de los medios rosa.
 Aquí se ha freído a la nobleza en la silla eléctrica de los magacines de mañana y tarde. 
Triste es decirlo, pero la prensa que ha sido históricamente más crítica con los Alba o los Franco, herederos cada uno de sus propios saqueos, ha sido la del corazón.
Hay motivos políticos y estéticos para creer en nuestra telebasura, utilísimo mapa capaz de descodificar una sociedad que ha tenido siempre relaciones complicadas con la envidia y la celebridad. Detrás de cada hermano Matamoros yo veo una novela rusa;
 detrás de cada Kardashian no veo más que el alivio casual de encontrártelas mal dobladas en cualquier recoveco de un zapping adormecido.
Yo digo: seamos patriotas. Nosotros somos quien somos, basta de Historia y de cuentos; de cuanto fue nos nutrimos, transformándonos crecemos. 
Sí. Así somos quienes somos; golpe a golpe, bañerazo a bañerazo o lo que sea. Lo digo de nuevo: seamos patriotas, veamos Sálvame.

 

Márquez: “Él nos abrió las puertas”..................... Nadia Tronchoni

El ‘paddock’ y el mundo del deporte se despiden del piloto con infinitos mensajes de alabanza y cariño.

FOTO: Ángel Nieto junto a Marc Márquez, en una foto reciente. / VÍDEO: Sus familiares y amigos, a las puertas del hospital.
La pregunta era recurrente en el paddock de Brno. ¿Qué sabes de Nieto?
 El gesto, lógicamente de preocupación y tristeza, se tornaba mucho más amable cuando a uno se le requería por un recuerdo o anécdota del mito. 
Las hay a centenares. De cuando corría y de todos esos años en los que, como decía Márquez, ya no tenía necesidad de venir a los grandes premios. 
Pero lo seguía haciendo. Por pura pasión. 
Tenía devoción por las motos, admiraba a los pilotos y sus ganas de vivir eran tales que compartió infinidad de momentos con los nuevos ídolos del Mundial, como si fuera uno más de entre sus colegas.
El primero de ellos, Valentino Rossi, que quiso destacar la personalidad del deportista español incluso por encima de sus méritos deportivos, que fueron muchos.
 A Nieto, apuntaba, se le quiere “sobre todo, por su carisma.
 No solo por sus victorias o por ser 13 veces campeón del mundo, sino por el tipo de hombre que siempre fue”.
 Lo sabe bien el italiano, que se crio con los Nieto y ha compartido con ellos infinidad de vivencias, en las carreras —donde trabaja junto a Pablo, director de su equipo en Moto3 y que precisamente estaba con él en Tavullia cuando sucedió el accidente— y en Ibiza, donde recuerda noches en las que Ángel Nieto no le dejaba marcharse a casa a las cinco de la mañana:
 “Lo increíble es la cantidad de energía que tenía a pesar de su edad. Hubo un día en que me quería ir a casa, a dormir, y me decía que no”, reía el nueve veces campeón del mundo. 

Esa misma energía fue la que sorprendió a un joven Maverick Viñales, que ganó el Mundial de Moto3 hace cuatro años en el seno del equipo comandado por los Nieto.
 “Nunca olvidaré el día que gané el título y las celebraciones: él tenía más energía que yo, que era el que había ganado el campeonato. Fue un año muy bonito”.
“Anécdotas así hay muchas porque hemos compartido tantos momentos... Dentro y fuera de la pista”, se arrancaba Márquez, de quien Nieto dijo que era el piloto más completo. 
“Como ha explicado Valentino, fuera de la pista Ángel también se movía rápido y era súper divertido. 
Yo podía ser su hijo y aun así compartimos muchos ratos, en el circuito, en su motorhome...”, añadía.

“Nos descubrió otro deporte”
A Dani Pedrosa no se le olvidará nunca su voz, pues lo escuchaba narrar sus vivencias y descifrar las carreras por la tele, cuando aún ni siquiera había debutado en el Mundial. 
“Ángel fue el que nos abrió las puertas a todos.
 Hay que recordarle por lo que hizo no solo por el motociclismo, sino por el deporte español, pues al final nos descubrió otro deporte.
 Ya existía afición a las motos, pero él la hizo crecer muchísimo”, le reconocía Márquez. 
Nieto lo sabía. Y no dudaba en afirmar que eso era lo que más le enorgullecía.
 Disfrutaba con una generación magnífica de corredores españoles y se veía reflejado en su éxito.
Pero no solo desde Brno y desde el paddock llegaron los mensajes de cariño para Nieto. 
“Sin palabras. Se va una parte de nuestras vidas y leyenda del motor. 
Mi pésame a la familia y abrazo al todo motociclismo”, escribió el piloto Fernando Alonso en su cuenta de Twitter. 
“Se va un mito dejándonos su gran legado. Descansa en paz Ángel ¡Campeón!”, se sumaba la nadadora Mireia Belmonte. 
“DEP Ángel Nieto, uno de los grandes campeones de nuestro deporte, eterna leyenda”, decía Iker Casillas.
 Alabanzas tan cariñosas como sentidas que se sucedieron sin parar, un adiós para un piloto pionero y ganador.