Un Blues

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Del material conque están hechos los sueños

30 jun 2017

Orgullo Gay.......................................... Miguel Ángel Bargueño

Cómo las folclóricas se convirtieron en musas de la cultura gay sin pretenderlo.

Desde la teatralidad de las copleras añejas a cuando Rocío Jurado dijo aquel célebre: "Yo soy progay".

Orgullo Gay 2017
Rocío Jurado introdujo en sus canciones temáticas como el lesbianismo. En la imagen, en su domicilio madrileño en 1976. Getty
En 2003, durante una entrevista en Canal+, a Rocío Jurado le preguntaron cómo llevaba que los gays fueran grandes fans de su persona. “Estoy orgullosísima de que eso ocurra —respondió con ese aire solemne y ausente que le caracterizaba—, son personas de muchísima sensibilidad, con muchos valores. 
Para mí es muy importante”.
 Y rubricó: “Yo-soy-pro-gay”.
 Dejando aparte que la frase ha sido estampada hasta en camisetas, resulta innegable que la Jurado tuvo un gran predicamento entre el público homosexual, lo mismo que Sara Montiel, Marujita Díaz, Carmen Sevilla, Lola Flores, Isabel Pantoja y otras reinas de la bata de cola. Divas, pero en versión cañí.
Marujita Díaz durante un concierto en Madrid en 1976.
Marujita Díaz durante un concierto en Madrid en 1976. Getty
Para encontrar explicación a ese idilio hay que remontarse a los tiempos del franquismo.
 En la anodina cultura oficial de la dictadura, las copleras eran personajes excesivos, barrocos y frívolos.
 Como recuerda el periodista Carlos Primo, “en la España de los setenta la subcultura homosexual estaba siempre ligada a las folclóricas.
 Los travestis imitaban a Juanita Reina. Les fascinaba ese escapismo, muy teatral, muy femenino y muy exagerado”.
Resulta cuando menos curioso: aparentemente, las folclóricas eran unas señoras conservadoras que le bailaban el agua al régimen.
 (Por cierto, los entendidos prefieren llamarlas “copleras”, pues no interpretaban folclore, sino canciones de autores registrados y bien conocidos.)
 Pero los homosexuales supieron ver más allá. “Aunque de la copla se desprende una especie de conformismo con la realidad franquista, en el fondo subyace una rebelión constante de la mujer contra las circunstancias en las que se encuentra”, dice Pive Amador, músico y productor sevillano, autor de El libro de la copla (2013) y jurado del programa de televisión Se llama copla, de Canal Sur.
Las estrellas de la música de esos años son casi los únicos ejemplos de personalidad femenina fuerte, ajena a los estereotipos machistas. “Eran mujeres empresarias que dirigían habitualmente su propia carrera, que tenían un estilo de vida que no encajaba con la idea de madre abnegada, a pesar de que luego hicieran muchas portadas para intentar lavar esa imagen.
 Eran figuras provocadoras en un contexto muy rígido”, sostiene Carlos Primo.
 Las primeras copleras, dicho sea de paso, venían del cuplé, un género de canciones picantes que se representaba en tugurios de mala muerte "ante público exclusivamente masculino", como precisa Pive Amador.
Era lo mismo que había ocurrido en los albores de Hollywood, uno de los primeros ámbitos donde las mujeres eran más importantes que los hombres.
 “Los estudios se medían por tener en nómina a Greta Garbo o Ava Gardner más que por tener a Gary Cooper o a Clark Gable, que eran galanes a la medida de esas actrices”, añade Primo.
Paco España en la película 'La Carmen', de Julio Diamante (1977).
Paco España en la película 'La Carmen', de Julio Diamante (1977).
En los setenta, uno de los escasos reductos de irreverencia estaba en las canciones de la copla.
 No todos sabían leer entre líneas, lo que hizo de aquellos discos éxitos masivos: entre los 20 más vendidos de la historia en España hay dos de Rocío Jurado.
 Aunque pertenecen a su faceta más pop, sus letras no son aptas para mentes mojigatas.
 “Tratan una cantidad de temas (infidelidad, amantes juveniles, masturbación) con una libertad que en literatura habría sido un escándalo”, plantea Carlos Primo.
 Otro dato: cuando a Rocío Jurado le dieron el premio Shangay en 2004 se lo dedicó a "esas niñas del pelo corto", en clara alusión a su público gay.
Incluso antes, sus letras eran tan escandalosas que en ocasiones no pasaban la criba de la censura. 
“A Juanita Reina se le censuró Yo soy esa, de la película Aeropuerto (1953), porque hacía referencia a una ‘mujer de la vida’.
 A Concha Piquer la multaban cada vez que cantaba Ojos verdes, una copla de la República, porque decía ‘mancebía’ [prostíbulo], cosa que estaba prohibida, y ella no quería cambiar la letra”, explica Pive Amador.
 El público homosexual a menudo se identificaba con la sensibilidad que derrochaban las canciones, “las más memorables escritas por un homosexual, como era Rafael de León”, prosigue. 


Huracán Lola Flores en una actuación 1978.
Huracán Lola Flores en una actuación 1978. Getty
Y, por supuesto, está la imagen. 
En los setenta, transformistas como Paco España recorrían las salas de fiestas a golpe de abanico imitando a las tonadilleras. 
Sobre estas, Joaquín Hurtado, locutor de Radiolé y especialista en música española, dice que “llevan su estética al límite: el maquillaje, el mal gusto en el vestuario y los pelos supercardados son la precuela de las drag queens. 
Ese exceso no es tan frecuente, y todo lo que sea colorín y púrpura siempre llama la atención”, explica.
Para José Aguilar, autor del libro Divinas y humanas (2016), “son mujeres con personalidades muy marcadas, exacerbadas, con una gran belleza, personajes muy histriónicos, hasta en la manera de utilizar los maquillajes.
 Representan el cliché de lo que de alguna manera se puede imitar”. Un conjunto de razones que hacen que incluso hoy estas grandes damas de la canción española sigan levantando suspiros en España.


 

 

¿Por qué ella?................................. Rubén Amón

Simone Veil nunca se explicó por qué la indultó en Auschwitz la jefa del campo, y sostuvo que ser mujer fue su mejor fortuna.

Simone Veil, entonces ministro de Sanidad, en una imagen de noviembre de 1977. Reuters-Quality
Me contó Simone Veil que fue "aquel" un gesto de coquetería. Rociarse el pelo y el cuerpo con un perfume de Lanvin antes de quedarse desnuda en las duchas de Auschwitz.
 El frasco era de una amiga francesa. 
Sospechaban que iban a requisárselo las autoridades nazis en el campo de concentración.
 Lo compartieron como si fuera un ritual catártico, o embriagador, o inocentemente rebelde.
Les aguardaban la humillación y el maltrato
Soportar el hedor de la carne muerta. Contemplar, sin quererlo, el humo macilento que evacuaban las chimeneas de ladrillo.
 Podía haber muerto Simone Veil.
 La podrían haber despedazado y abierto en canal, igual que les ocurrió las pasajeras de otros vagones, pero vino a redimirla una prostituta polaca que ejercía con crueldad profesional las funciones de Kapo.

La deportaron a Veil al campo de concentración de Auschwitz recién cumplidos los 16 años.
 Tuvo la suerte de llegar cuando el invierno había sepultado decenas de miles de esqueletos, pero la primavera fue atroz. Simone Veil mencionaba la experiencia como si las lágrimas gotearan evocando el hallazgo del deshielo. 
Trenes de moribundos. Ejecuciones industriales. 
Y una prostituta polaca, Stenia, que se apiadó de ella porque la consideraba demasiado hermosa para amontonarla en el matadero.
Simone Veil, lúcida, erguida, no encontró nunca una respuesta demasiado convincente a su redención, y hasta maldijo su buena suerte. 
 ¿Por qué ella? Pensaba que Stenia hizo un gesto de piedad filantrópico.
 Cree que también ella, implacable en las instrucciones del genocidio, necesitaba demostrarse humana.
Los ingleses la colgaron de un árbol y la exhibieron como un monstruo de guerra.
 Veil tiene un recuerdo distinto, incluso entrañable. Sobre todo porque la jefa del campo, gritona, andrógina, cruel, también se avino a salvar sin condiciones ni matices la vida de su madre y de su hermana. 
Y Simone Veil nunca supo por qué.
Desde entonces no soportaba hacer una cola en la panadería de su barrio parisino ni se avenía a desnudarse con otras mujeres en un vestuario común. 
Le habían extirpado la intimidad. Le estremecía mirar de reojo el número azul con que la herraron.
 Echaba de menos a su madre, que agonizó a su lado de tifus en el campo germano de Mauthausen. 
Stenia, la meretriz polaca, les encontró acomodo allí para evitarles las duchas de gas. 
Trabajaban en las cocinas. Sustraían los mendrugos de pan y algunas sobras.
 Una mujer con suerte, decía de sí misma Veil. 
Ministra de Giscard, promotora y pionera de la despenalización del aborto.
 Símbolo del feminismo y de la discriminación, aunque matizaba ella misma que ser mujer le salvó la vida. 
Y se acordaba de su madre todas las noches. Y de Stenia todos los días, preguntándose por qué ella fue la elegida.

 

Muere Simone Veil, impulsora del derecho al aborto en Francia y superviviente del Holocausto



La primera presidenta del Parlamento Europeo ha fallecido a los 89 años.

Simone Veil, en una imagen de 2009 Marcel. Reuters-Quality

La intensa vida de Simone Veil, superviviente del Holocausto, figura clave de la política francesa, referente del feminismo y europeísta convencida, se apagó este viernes, a los 89 años.
“Mi madre ha muerto esta mañana en su domicilio” en París, confirmó su hijo, Jean Veil, a la agencia France Presse.
 Simone Veil habría cumplido el 13 de julio 90 años.

El mundo político francés reaccionó con consternación a la pérdida de una figura que marcó buena parte de la política del siglo XX en Francia y Europa y que continuó siendo un referente en el XXI. “Que su ejemplo inspire a nuestros compatriotas, que encontrarán en ella lo mejor de Francia”, dijo el presidente, Emmanuel Macron, tras conocer el deceso de la que, como ministra de Salud, impulsó la despenalización del aborto, la “Loi Veil”, cuya defensa ante una Asamblea Nacional casi exclusivamente masculina se ha convertido en una de las imágenes icónicas de la política francesa.
Pero esa no fue ni la primera ni la última batalla de una mujer que desde muy joven se vio arrastrada, no arrollada, por la historia. Simone Jacob, su nombre de soltera, nació el 13 de julio de 1927 en Niza, en el seno de una familia judía laica.
 Todos sus miembros —sus padres, su hermano y sus otras dos hermanas— fueron deportados en 1944.
 Ella acabó, junto a su madre y su hermana Milou en Auschwitz. Solo las tres hermanas sobrevivieron al Holocausto.
 “Creo que soy una optimista pero, desde 1945, no albergo ilusiones.
 De esa terrible experiencia guardé la convicción de que algunos seres humanos son capaces de lo mejor y de lo peor”, dijo en una entrevista hace diez años.
Muere Simone Veil, impulsora del derecho al aborto en Francia y superviviente del Holocausto
Reconoció que sobrevivir al Holocausto le hizo “querer vivir” y, asimismo, contar lo vivido para que no fuera nunca olvidado, hecho por el cual decidió no borrarse jamás el número de prisionera, el 78651, que los nazis le tatuaron en el brazo a su llegada al campo de concentración. 
Simone Veil cumplió ampliamente esa promesa, como presidenta de la Fundación para la Memoria del Holocausto y con su labor al frente del Fondo para las Víctimas, dependiente del Tribunal Penal Internacional (TPI).

También vivió intensamente una vida marcada siempre por un fuerte y diverso compromiso político.
 Magistrada, su vida da un giro definitivo en 1974, cuando el entonces primer ministro, Jacques Chirac, le propone ser ministra de Salud y, poco después, se enfrenta a parte incluso de sus amigos y aliados políticos con su propuesta de ley para despenalizar el aborto. 
“No podemos seguir cerrando los ojos ante los 300.000 abortos que, cada año, mutilan a las mujeres de este país, que pisotean nuestras leyes y que humillan o traumatizan a aquellas que tienen que recurrir a ellos”, dijo en defensa de una normativa que le valió incluso comparaciones con Hitler, según lamentaría años más tarde.
“El combate que lideró para que el derecho al aborto sin abandonar jamás su objetivo ni ceder un milímetro de terreno a los reaccionarios seguirá siendo una inspiración para generaciones enteras”, afirmó este viernes Marlène Schiappa, secretaria de Estado para la igualdad de hombres y mujeres del Gobierno de Macron.
En 1979, apoyada por Valéry Giscard d’Estaing, Veil se convirtió en la primera presidenta del Parlamento Europeo, puesto que conservó hasta 1982. 
“El hecho de haber construido Europa me reconcilió con el Siglo XX”, afirmó la europeísta convencida, que, en 2005 salió de su cada vez mayor retiro de la vida pública —aunque siguió políticamente activa— para pedir el sí en el referéndum de la Constitución Europea.
 Un europeísmo que, ese mismo año, le valió el premio Príncipe de Asturias de Cooperación Internacional en reconocimiento a "los ideales y realizaciones de una Europa unida y la proyección de los valores europeos al resto del mundo" de Veil, así como por "su coherencia, fuerza y constancia en la defensa de valores y objetivos en un momento histórico, en el que están apareciendo ciertas dudas y vacilaciones con respecto al futuro de Europa y a su propia identidad”.
El actual presidente del Parlamento Europeo, Antonio Tajani, consideró la vida de Veil “un ejemplo a seguir” y lamentó que, tras la muerte del excanciller alemán Helmut Kohl, “perdemos a otra gran europea”, dijo a la agencia France Presse.
Infatigable, Veil regresó a comienzos de los años 90 al Gobierno como ministra de Estado encargada de Asuntos Sociales y Sanidad del Gobierno de Édouard Balladur.
 En 1997 pasó a presidir el Alto Consejo de Integración y, un año más tarde, ingresó en el Consejo Constitucional de Francia, donde permaneció hasta 2007.
 Desde 2008 era miembro de la Academia francesa.
Para el expresidente François Hollande, Veil “encarnó la dignidad, el valor y la rectitud”.
 Con su muerte, agregó, “Francia pierde una de sus grandes conciencias”.
 



 

Todo bajo el punto... de Mila. Mila Ximénez

Mila Ximénez